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Unidad 2 / Escenario 3

Lectura fundamental

El ejercicio profesional del psicólogo


clínico: la consulta más allá del diván

Contenido

1 Los niveles de atención en la intervención clínica

2 El ejercicio profesional del psicólogo clínico

Palabras clave: psicología clínica, ejercicio profesional, fases de la intervención


Figura 1. Sesión de terapia de grupo en curso
Fuente: John Greim, Science Photo Library, Universal Images Group (2016)

1. Los niveles de atención en la intervención clínica


Tras haber revisado los antecedentes históricos, así como el ejercicio profesional del psicólogo clínico
en los diferentes contextos en los que podría intervenir. En el curso de la presente Lectura, la mirada
se orientará a reconocer los niveles en los que podría llegar a realizarse una intervención psicológica,
así como la descripción del proceso que podría seguirse a la hora de realizarla.

Para empezar, es importante hacer la distinción entre los diferentes niveles de intervención que puede
realizar el clínico, a saber, terapia individual, de pareja, familiar y grupal, pero antes de describir cada
una de estas modalidades, es relevante indicar que ninguna de ellas es excluyente de la otra, es decir,
un paciente que por ejemplo está en proceso terapéutico debido a un consumo abusivo de sustancias
psicoactivas puede, al mismo tiempo, recibir sesiones de manera individual y grupal. Estará a criterio
del profesional tratante la consideración de los niveles de intervención en los que deba trabajarse para
conseguir los objetivos terapéuticos que se hubieren planteado.

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Ahora bien, cuando se habla de una intervención individual, usada con más frecuencia, se considera
un proceso terapéutico mucho más biográfico del paciente o consultante, el análisis de las situaciones
se realiza usualmente desde el prisma del individuo, esto significa que una situación que puede vivir
cualquier persona puede ser vivenciada por cada uno de manera diversa, con lo cual, el clínico centra
su orientación profesional desde el reconocimiento de esos antecedentes personales que pueden
estar incidiendo. En este sentido, el profesional trabajará con el consultante de manera casi exclusiva,
ayudándole a resolver las situaciones generadoras de malestar, entrenando estrategias que le permitan
mitigar o reducir comportamientos o conductas inapropiadas y potenciando aquellas que resulten
protectoras en el mantenimiento del bienestar subjetivo.

En el caso de la terapia de pareja o grupal, la consideración del profesional acerca de su pertinencia estará
dada en el reconocimiento de este o el consultante, acerca de la implicación de una o más personas en
la problemática por la cual se consulta y, en este sentido, la intervención profesional buscará movilizar a
cada uno de los implicados en el reconocimiento de su contribución en el origen o mantenimiento de la
situación, así como acerca de los cambios que puedan ponerse en práctica para mitigar el impacto de la
situación. Adicionalmente, este nivel de intervención procurará que los individuos que hagan parte del
proceso mejoren sus patrones de interacción y comunicación de cara al afrontamiento de situaciones
similares que puedan actuar como potenciales generadores de conflicto futuro.

Las intervenciones familiares o de pareja pueden ser útiles no solamente en presencia de situaciones
que directamente estén generando conflictos entre el sistema. Desde el reconocimiento de
determinadas circunstancias que demandan procesos de adaptación como el nacimiento de un hijo,
pérdidas de empleo o un proceso de separación, estos niveles de intervención pueden actuar de
manera preventiva para la familia a fin de desarrollar recursos de afrontamiento para la situación que
permitan contener el impacto de la vivencia y mantener el equilibrio y la funcionalidad de la pareja
o la familia. En cualquiera de los dos niveles mencionados anteriormente es posible que, de manera
simultánea, alguno de los implicados en el proceso atienda a sesiones individuales para trabajar
situaciones que estén o no relacionadas con la problemática.

Finalmente, en el caso de la terapia de grupo, la metodología empleada suele ser un poco más
dinámica, tiende a enfocarse más en las circunstancias presentes sin ahondar demasiado en los
detalles históricos de las conductas o análisis funcionales de las mismas. Este nivel de intervención
tiene un ingrediente de significativa importancia al permitir la identificación de los participantes
con situaciones vividas por sus compañeros en las que la empatía y el autorreconocimiento desde la
vivencia del otro añaden un componente emocional muy relevante para la movilización de conductas
o para la identificación de posibles alternativas de respuesta en situaciones similares.

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En este último nivel de intervención es fundamental que el profesional convoque a los encuentros a
personas cuyas vivencias o problemáticas sean similares de manera que se pueda generar la empatía
esperada, así como el clima de confianza derivado de la percepción de acogida entre los miembros,
situación que mengua el temor a la crítica por parte de otros que, posiblemente, no han vivido una
problemática parecida. Es importante aclarar que existe una gran diferencia entre la terapia de grupo
y los grupos de apoyo. En el primer caso, siempre hay un profesional capacitado y con experiencias
en el manejo de grupos, quien tiene la experticia para manejar a los diferentes participantes y también
orienta y direcciona los encuentros terapéuticos. En el caso de los grupos de apoyo, por lo general,
los encuentros se orientan hacia el alivio del malestar emocional únicamente mediante ejercicio de
expresión verbal de situaciones, pero no cuentan con el direccionamiento de un profesional idóneo.

2. El ejercicio profesional del psicólogo clínico

2.1. La psicoterapia

Es bien sabido que, en culturas como la colombiana, la búsqueda de apoyo, asesoría o ayuda, para
manejar ciertas situaciones generadoras de conflicto, no tiene una primera orientación hacia
profesionales de la salud mental, de hecho, son los amigos, la familia, el credo religioso e inclusive
personas ajenas a la vida personal del sujeto quienes hacen unas primeras aproximaciones en
respuesta a la necesidad o al malestar emocional. Cuando ninguno de estos actores la puede dar, se
piensa en la psicoterapia como alternativa.

Claramente esta es una cultura que se hace necesario cambiar y dicha transformación debe pensarse
como una acción preventiva en salud mental, donde el individuo no encuentre en sus contextos
sociales censura o señalamiento por su asistencia a estos servicios. Es así como parte de la estrategia
debería orientarse en la comprensión de lo que realmente es la psicoterapia, definida por Fernández
et al. (1997, citado en Alonso, 2013) como “…un proceso interpersonal planificado en el cual la
persona menos trastornada, el terapeuta, intenta ayudar a la más trastornada, el paciente, a superar su
problema” (p. 123). Este planteamiento es interesante desde la comprensión del profesional como un
ser humano, quien también puede tener dificultades, pero que, a diferencia del resto de las personas,
tiene en su haber una serie de conocimientos y habilidades que permiten un abordaje profesional del
conflicto de su consultante y le brinda herramientas para movilizar las problemáticas presentes.

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Parte del éxito de la práctica psicoterapéutica se encuentra en la relación interpersonal que se
da entre el profesional y el consultante donde la capacidad de ponerse en los zapatos del otro y
comprender la situación desde su perspectiva entran a ser decisivos para lograr disminuir el malestar
emocional. En este sentido, el quehacer terapéutico respondería a la pretensión de mejorar el
bienestar subjetivo de la persona que acude a la consulta mediante la implementación de una serie
de estrategias y técnicas científicamente validadas para la generación de cambios en las variables o
factores asociados al origen o el mantenimiento del malestar emocional.

En este punto vale la pena mencionar que ningún tipo de terapia es mejor que otro, cada una de las
escuelas tiene un enfoque válido en el abordaje de las problemáticas, bien sea desde la generación
de un contexto de comprensión más amplio de la historia biográfica de la persona, el desarrollo de
determinadas habilidades o la mejoría de patrones de interacción o conducta; lo que realmente
marca la diferencia es el nivel de apropiación y destreza en la implementación de los fundamentos
conceptuales de cada uno de los enfoques.

Para comprender esta situación piense por un momento en los zapatos que usa diariamente.
Probablemente si los zapatos le quedan pequeños, al poco tiempo de usarlos empezarán a generar
heridas en sus pies, si le quedan grandes, pasará el día tropezando porque no los puede manejar. Lo
mismo ocurre con la psicoterapia, el profesional debe escoger como enfoque aquel con el que más
cómodo se sienta y mejor identificado esté. Esto favorecerá que la atención de los casos se dé en una
perspectiva donde el profesional cuenta con las herramientas y las condiciones idóneas para poder
responder a las necesidades de su consultante.

Habiendo aclarado lo que representa la psicoterapia y las consideraciones propias asociadas a la


elección de uno u otro enfoque para el ejercicio clínico, es momento de abordar las fases en las que se
suele realizar este proceso. La figura 2 expone gráficamente los tres momentos a considerar:

Fase de Fase de Fase de


contacto desarrollo cierre

Figura 2. Fases de la psicoterapia


Fuente: elaboración propia

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En la fase de contacto o fase inicial del proceso se ha encontrado determinante la primera impresión
que genera el terapeuta tanto en su porte y apariencia profesional como en la experticia que refleje a su
consultante. Si bien es cierto que actualmente los estereotipos personales y profesionales han cambiado,
es innegable que la apariencia del clínico entra a ser relevante para darle la confianza necesaria a su
consultante para develar la situación que lo trae a terapia, así como los factores que probablemente
están vinculados. Adicional a las variables que tienen que ver con el terapeuta directamente, los factores
ambientales también son importantes; la iluminación, la organización del espacio de consulta y el espacio
como tal son elementos que influyen para que este primer encuentro sea exitoso.

Ahora bien, también será importante considerar que no hay “fórmulas mágicas” o formatos
preestablecidos, el terapeuta está en libertad de decidir el tipo de entrevista que quiere conducir,
lo realmente importante es lograr que su interlocutor se sienta en un ambiente de confianza y
entendimiento que le permita manifestar sus necesidades y expectativas. En este primer contacto
es clave, aunque parezca obvio, presentarse; el consultante podrá saber su nombre, pero introducirlo
acerca del enfoque terapéutico desde el cual usted trabaja permitirá establecer unos primeros
parámetros acerca de cómo funcionará la terapia, la frecuencia y duración de las sesiones, entre otros
aspectos relevantes. Adicionalmente y antes de iniciar la entrevista como tal, es indispensable hablarle
al paciente acerca del secreto profesional y las condiciones en las cuales este podría llegar a romperse,
información que deberá quedar consignada en el consentimiento informado.

En este momento es probable que el consultante tenga algunas dudas asociadas tanto al enfoque
terapéutico como al de la terapia en general. Es fundamental que el profesional esté abierto a resolver
todas las inquietudes de manera que se refuerce la confianza del paciente para iniciar el proceso.
Aclaradas las dudas y luego de haber roto el hilo inicial del encuentro, en esta primera fase del
proceso, el clínico deberá orientar su aproximación a la indagación acerca del motivo de consulta del
paciente, al tiempo que se presta especial atención a las condiciones de su consultante, elementos
como el porte, la actitud, algunos rasgos visibles permiten identificar alguna información sobre el
sujeto y sobre el proceso terapéutico que está por comenzar.

En este punto es frecuente que afloren en el discurso del paciente sus expectativas dentro del
proceso con lo cual el profesional tendrá oportunidad de delimitar el alcance de su intervención, al
tiempo que se aclaran los roles que tiene cada uno en el proceso y el nivel de responsabilidad del
consultante en la resolución del conflicto o la mitigación del malestar. Debe ser claro que, si bien el
profesional cuenta con las herramientas para orientar el proceso, este depende en gran medida del
compromiso que tenga la persona para implementar cambios o permitirse espacios de reflexión sobre
sus propias conductas para que pueda hacerse visible la mejoría.

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Es importante explicar que esta clarificación referente a los límites de la intervención puede ser un
determinante muy importante en la valoración de la efectividad de la intervención por parte del consultante.

Suponga que recibe en consulta el caso de un hombre que asiste por un cuadro depresivo derivado de
una ruptura sentimental, en la exploración inicial el sujeto manifiesta no solo su malestar emocional,
sino que refiere que ha buscado el servicio para volver con su expareja. Si esta información no se
indaga en la primera sesión el paciente podrá suponer que este será el objetivo que se perseguirá
durante las sesiones, cuando realmente el profesional clínico no podría comprometerse en ninguna
circunstancia con este tipo de pretensiones que, por demás, no dependen de él ni de su consultante
toda vez que se involucra un tercero.

La fase siguiente en el proceso, es decir, el desarrollo o centro de la intervención, se orienta en la


respuesta al motivo de consulta del paciente, bien sea desde la generación de conciencia frente a
algunas variables vinculadas con el malestar o mediante el entrenamiento de algunas estrategias que
permitan modificar los patrones de relación o conducta o mitigar el malestar percibido. La duración de
esta etapa es variable dependiendo del enfoque terapéutico o modalidad de terapia en la que se esté
trabajando, no obstante, en promedio podría pensarse en procesos de intervención de más o menos
15 sesiones y, en algunos formatos breves, procesos de 8 sesiones (terapia breve).

Durante este momento de la intervención es importante considerar que, tras haber realizado el
proceso de evaluación, el clínico habrá descartado las hipótesis preliminares que resultaron falseadas
y encaminará sus objetivos terapéuticos en aquellas que se validaron, estableciendo para cada caso
algunos referentes que den cuenta del éxito o la efectividad de la intervención. Para aclarar este
particular consideremos el siguiente caso:

María Paz, una mujer de 35 años, asiste a consulta por un malestar emocional asociado a un sentimiento de
“vaguedad en su vida”. Según refiere la consultante, hace varios meses viene sintiéndose desanimada, tiene
permanentes deseos de llorar, no encuentra motivación para realizar las actividades que solía disfrutar como su
trabajo o los encuentros con amigos. Refiere haber terminado una relación que cataloga como agobiante hace
algo más de un año, pero reconoce que no ha podido hacer un cierre adecuado de esta debido a constantes
asedios de su expareja quien le pide que lo vuelvan a intentar. A pesar de reconocer que ella ha permitido
muchos de estos encuentros, no cuenta con la fortaleza para poner los límites necesarios y apartarse de
esta persona. En términos familiares refiere gran frustración por no poder emanciparse de su casa debido
al “chantaje emocional” de sus padres quienes de alguna manera demandan que se quede con ellos porque
sus hermanos ya se han ido de la casa. Cabe aclarar que María Paz es la segunda de tres hijos, cuenta con un
trabajo estable y un ingreso económico suficiente para vivir de manera independiente.

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Con este reporte inicial y luego de la fase evaluativa, el profesional descarta un cuadro depresivo
grave, pero reconoce como problemáticas en la consultante las estrategias de afrontamiento al
mantener respuestas evitativas y evasivas en las situaciones que generan conflicto. Adicionalmente,
se identifica poca claridad en términos de prospección, los objetivos vitales no están pensados
operativamente, la disregulación emocional derivada de esta situación es constante y se refuerza
por un patrón de interacción familiar poco funcional desde el cual la paciente reconoce que no se
han propiciado espacios de diálogo con sus hermanos donde se establezcan funciones de rol claras
que permitan la respuesta emocional e instrumental a las necesidades de sus padres, quienes han
establecido pautas de interacción con ella de tipo dependiente.

Como expectativas del proceso la consultante ha manifestado querer sentir mejoría emocional,
volverse a motivar para realizar actividades con sus amigos, disfrutar de la compañía de sus padres con
el empoderamiento de sus hermanos frente a las necesidades de sus padres. De acuerdo con esto, los
criterios de éxito en la intervención estarían definidos en la posibilidad de generar espacios de diálogo con
sus hermanos donde se pueda manifestar de una manera asertiva cómo se siente ella y las necesidades
que tiene en cuanto a la relación con sus padres; por otro lado, se establece como criterio la activación
conductual vinculada a la participación de actividades diferentes a las rutinarias y la reactivación de la
red social de la consultante. Finalmente, y considerando el reconocimiento de un cierre inapropiado
de la relación afectiva que tuvo la paciente, se plantea la posibilidad de trabajar con la consultante en el
establecimiento y mantenimiento de límites que le permitan tomar la distancia necesaria con su expareja,
para poder controlar la fuente generadora de malestar que esta situación representa.

Para que todos estos elementos puedan darse de una manera efectiva, como se mencionó
anteriormente, el compromiso del paciente en la implementación de los cambios es fundamental, sin
embargo, para que esto pueda ocurrir el clínico debe tener presente tres características de su actitud
que son imprescindibles para el establecimiento y mantenimiento del rapport con su paciente (figura 3):

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EMPATÍA AUTENTICIDAD ACEPTACIÓN

Reconocer y mostrar En línea con la empatía, Supone el no emitir juicios


disposición para esta característica se de valor de manera que el
comprender las refiere a la congruencia consultante sienta la
preocupaciones del entre lo que se dice y se libertad de manifestar sus
paciente, sus ideas y sus hace frente al consultante pensamientos y emociones
emociones. Elememtos que así como la naturalidad o sin temor a la crítica.
deben verse reflejados espontaneidad en la
tanto en las respuestas integración durante las
verbales como no verbales sesiones.
del profesional.

Figura 3. Características del psicólogo clínico


Fuente: elaboración propia

El final del proceso y su última fase hacen referencia al cierre de la terapia, en este particular será
importante que el consultante tome conciencia de los cambios realizados y el efecto que estos han tenido
en su estado emocional y percepción de bienestar subjetivo. Adicionalmente, es fundamental que, durante
el curso de la intervención, el profesional tenga claro el momento de hacer el cierre del proceso para evitar
que se generen pautas de dependencia por parte de su paciente. Frente a esta situación será útil trabajar
con el paciente haciendo uso de algunas analogías. Una de ellas hace referencia al aprendizaje de montar
bicicleta. Cuando somos pequeños por lo general aprendemos a montar con la ayuda de nuestros padres y
apoyados en ruedas auxiliares que se ubican en la parte trasera. Poco a poco, a medida que vamos ganando
experiencia, las ruedas se van levantando ligeramente del suelo hasta el punto de que no son necesarias y
son retiradas. No quiere decir esto que no nos caeremos nunca, probablemente ocurra, la diferencia es que
ya hemos aprendido como arrancar nuevamente.

De igual manera ocurre con la terapia, el profesional es el apoyo que se necesita de manera constante
al principio y poco a poco se va retirando en la medida en que el consultante va adquiriendo
habilidades, fortaleciéndose emocionalmente y está en capacidad de afrontar a futuro situaciones que
lo cuestionen y, como en el caso de la bicicleta, así se caiga, levantarse y volver a arrancar.

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La sesión de cierre deberá orientarse entonces a la recapitulación del proceso realizado, los cambios
que se han implementado y el planteamiento de algunas situaciones hipotéticas en las que puedan
evidenciarse dichos cambios y cómo se respondería a las mismas. Será normal que el consultante
sienta temor al cierre por la preocupación que puede generar no tener al profesional “cerca”; en este
punto vale la pena aclarar que podrán realizarse algunas sesiones de seguimiento y, en cualquier caso,
si considera requerir alguna sesión extraordinaria, podría solicitar una cita. Siempre se debe recordar al
paciente que usted “no retiraría las llantas auxiliares” si no tuviera la certeza de que ha desarrollado las
competencias necesarias y tiene las herramientas para seguir adelante.

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Referencias

Alonso, Y. (2013). Psicología clínica y psicoterapias. Cómo orientarse en la jungla clínica. Recuperado
de: https://ebookcentral-proquest-com.loginbiblio.poligran.edu.co

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Referencias de figuras

John Greim, Science Photo Library, Universal Images Group (2016). Sesión de terapia de grupo
en curso [Fotografía]. Recuperado de: https://quest-eb-com.loginbiblio.poligran.edu.co/sear
ch/132_1264845/1/132_1264845/Group-therapy-session-in-progress

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INFORMACIÓN TÉCNICA

Módulo: Psicología Clínica


Unidad 2: La intervención psicológica, el enfoque humanista
y el psicodinámico
Escenario 3: El ejercicio profesional del psicólogo clínico: la
consulta más allá del diván

Autor: Carolina Jurado

Asesor Pedagógico: Óscar Mauricio Salazar Loaiza


Diseñador Gráfico: Katherinne Dayanne Pineda Rodríguez
Asistente: Ginna Paola Quiroga Espinosa

Este material pertenece al Politécnico Grancolombiano.


Prohibida su reproducción total o parcial.

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