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Instagram o el espejito tóxico de

Blancanieves a Millie Bobbie Brown


NURIA LABARI
01 OCT 2021 

Diario El País de España

Que Instagram es tóxico para la salud mental de las adolescentes


es cosa sabida. No creo que la noticia sorprenda a padres,
educadores y mucho menos a la primera generación de jóvenes
que padecen las consecuencias de construir su identidad asomados
a esta tecnología. La novedad en los últimos días es la filtración de
un estudio interno de Facebook —dueño a su vez de Instagram—
que reconoce explícitamente que su red es tóxica para las
adolescentes. En él se confirma que Instagram hace sentir aún
peor a las chicas que ya se sienten mal con su cuerpo. Y, de
momento, la compañía no ha hecho nada para evitarlo. Después de
todo, ¿qué podría hacer una adolescente maltratada por sí misma y
por Instagram? También conocemos este repertorio: ansiedad,
anorexia, bulimia, depresión, suicidio… Nada de qué preocuparse.
¡Cosas de chicas!

Instagram, como cualquier usuaria sabe, funciona como un espejo.


Y los espejos, por razones obvias, son más peligrosos para las
adolescentes que para los adolescentes pues la presión y la
sexualización que pesa sobre el cuerpo de las niñas es descomunal
en comparación con la que soportan los chicos. Evidentemente,
esto no es culpa de Facebook sino de un canon patriarcal que las
instituciones, empezando por la familia, consienten y refuerzan.
Así que Zuckerberg ya ha empezado a lavarse las manos respecto
del tema —como antes hiciera con la victoria de Donald Trump o
el Brexit gracias a su algoritmo— y su compañía se ha tomado la
molestia de explicar que las redes sociales no crean el daño, solo
lo agravan, algo que debe parecerles inocuo.

Según el estudio filtrado, el 32% de las chicas (frente a un 14% de


los chicos) que se siente mal con su cuerpo asegura que Instagram
les hace sentir peor. El matiz es importante no solo por una
cuestión de imagen sino porque podrían empezar a caer demandas
judiciales de los damnificados por las redes sociales. Instagram es
tóxica, crea adicción y puede causar enfermedad mental, como
antes lo hicieran otras drogas sin advertencia alguna. La diferencia
en el caso de Facebook es que el camello cotiza en bolsa. Por eso
le importa aclarar que jamás será responsable de ningún mal
resultante de su actividad (el dealer solo agrava, pues la droga ya
estaba en el alma del adicto). En plata: puede llegar a admitir su
parte de culpa, pero jamás su responsabilidad. Dentro de nada
aparecerán cartelas en nuestras pantallas como las que llevamos
años viendo en las cajetillas de tabaco. “Instagram perjudica
gravemente su percepción corporal”, “Instagram causa adicción”,
“Instagram es malo para su salud mental”. Pero, a diferencia del
tabaco, el uso de Instagram es legal desde los catorce años. No sé
yo si fomentar la adicción en menores es algo de lo que pueda
salvarse el algoritmo, pero seguro que Mark lo consigue, como
siempre.

En todo caso, Zuckerberg tiene razón en un cosa: hemos dejado a


nuestras niñas solas e indefensas frente a un espejo mágico y
tóxico, desde Blancanieves hasta Millie Bobbie Brown (46
millones de seguidores con 17 años). Todas hemos sufrido la
distorsión que existe entre la exigencia social —ser la más guapa
del mundo— y la realidad que escupe el espejito. Personalmente
no he conocido a una sola adolescente que se sienta a gusto con su
cuerpo. Es normal, porque a esas edades empieza a salirles pelusa
en el bigote, se les juntan las cejas, les crecen insólitos pelos
negros en las axilas y en las piernas, y en la cara erupcionan las
espinillas. La adolescencia es así: lo contrario del canon. Pero las
chicas apenas manejan referencias fuera del maldito canon, porque
nadie se las ofrece. Y cuando la norma aprieta, el espejo se
convierte en un sufrimiento.

Así que mirarse al espejo es un acto que inflige dolor a las chicas
y si bien Instagram no es el único responsable de esta sensación,
está clarísimo que la potencia. Entonces ¿qué debemos hacer los
adultos?¿Es necesario regular el uso de la tecnología en menores?
Ya es tarde. La transformación digital obliga a las chavalas a
llevar un móvil en la mano a partir de los doce años más o menos.
Esto les permite socializar —o recibir educación en medio de una
pandemia— pero también las somete al juicio estético del mundo
entero. Para colmo, aprenden a virtualizar su propia imagen hasta
verse desaparecer. Los cuerpos sudan, sonríen, lloran, huelen, se
mueven y jamás deberían reducirse a una experiencia virtual —
menos aún a edades tempranas— porque supone su aniquilación.
Pero entonces ¿quién protegerá a nuestras niñas? ¿Es que nadie
puede ayudarlas?

Algo que está empezando a suceder es que las jóvenes, dejadas su


suerte, se ayudan entre ellas más de lo que sospechan los adultos.
Porque además de deprimir a muchas jóvenes, las redes también
les permiten conectarse y hasta rebelarse. Las adolescentes están
levantando la voz y renegando de su papel de simple reflejo de las
exigencias del mundo, que convierte a las mujeres en niñas y a las
niñas en muñecas. Charlie D’Amelio, por ejemplo,
la influencer más grande del mundo (con 44 millones de
seguidores en Instagram y 124 en TikTok) ha sido incluida por la
revista Forbes en la lista de jóvenes más afortunadas del planeta,
por facturar más de cuatro millones de euros en 2020 (antes la
fortuna eran más cosas). Y ella ha respondido confesando a sus
seguidores que se siente muy desgraciada, y que si las redes le
proporcionaron riqueza fue a costa de alterar su salud mental. Así
la joven va a tomarse un descanso de las redes y a compartir su
experiencia en un programa de telerrealidad que Disney Chanel
ofrecerá a su masiva comunidad.
Hemos abandonado a las jóvenes a su suerte en un mundo de
depredadores digitales. Sin embargo, si tuviera que confiar en
alguien capaz de ayudarlas apostaría por ellas mismas. Van a
sufrir, pero tarde o temprano romperán los perversos espejos que
les hemos dejado en herencia. Está visto que Zuckerberg tiene el
poder de hacer el mundo peor de lo que es, pero ellas tienen el de
inventar uno nuevo. Así que, si tiene una adolescente cerca,
comprenda que arrebatarle su smartphone va ser complicado.
Pruebe a escuchar lo que tiene que decir. A lo mejor esa es la
única forma de desenchufarla del azogue sordo y degradante con
que a menudo nos apresan las redes sociales. Al final, Internet es
tan viejo como el reflejo de Narciso en el estanque, lo realmente
moderno sería escuchar a los jóvenes.

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