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Ñ - Nota - 25/06/2005. Pág.

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Opinión: Contra el lector perezoso

Por Ricardo Cicerchia, doctor en historia, Conicet/ UBA. Autor de “Historia de la vida privada” y
“Viajeros”

Decía Anne Salmond, en su conmovedor trabajo sobre el Capitán Cook que escribir un libro de
historia es un viaje de descubrimiento. Mientras cada vez más, el humanismo va guiando la práctica
profesional de los historiadores en el mundo entero, aquí, nuevamente, cierta confusión
intencionada descompone la naturaleza y el valor del relato histórico.

La historia abierta al campo literario dio frutos superlativos, entre ellos, la novela histórica. Yo el
supremo y La guerra del fin del mundo, se encuentran en el anaquel de mis lecturas más
entrañables. Sin embargo, los rebotes vernáculos, de menor calidad que los citados, cometieron el
abuso de competir con la historia, con sus saberes, con su vocación de conocimiento, con sus estilos.
El espacio encontrado fue proporcional a la distancia que los historiadores habíamos establecido
con el público curioso, inquieto y no profesional. El hermetismo y un profesionalismo demasiado
endogámico, contribuyeron, desde comienzos de la década del 90, a reafirmar una comunidad de
lectores más perezosa, propietaria de sospechosas inclinaciones estéticas y cautiva de una agresiva
publicidad de solapas.

Aceptado el reto, un conjunto de historiadores, entre los que me incluyo, ensayó una respuesta de
cara al papel que el conocimiento historiográfico tiene en la formación de identidades, tan
fragmentadas como desaparecidas en nuestra Argentina contemporánea. El combate por la historia
significó un nutrido corpus de textos de historia nacional más accesibles a sectores de esa
comunidad ávidos de profundidad. El resultado, una recuperación territorial. Las mesas de historia
de las librerías más distinguidas por la clase media porteña, nuevamente se poblaban de textos de
especialistas dedicados profesionalmente al metier de contar el pasado.

La contraofensiva sólo fue posible recurriendo a la propia genealogía de la disciplina a lo largo de la


historia cultural del país. Las tradiciones historiográficas en nuestro país son sólidas en
interpretaciones teóricas, ricas en temáticas y variadas en aproximaciones ideológicas. Desconocer
esto es simplemente ignorancia o mala voluntad. El desarrollo de nuestra práctica profesional
cuenta hoy con un prestigio mundial reconocido, y constituye, en comparación con otras áreas
humanísticas y sociales, un conjunto de saberes que se fueron adquiriendo con un singular rigor
científico y una fuerte vocación social. El texto histórico es parte de un proceso de producción de
conocimiento que, según la opinión y ejemplo de nuestros maestros, tiene un protagonista
excluyente: los archivos. No hay narrativa histórica sin trabajo de archivo. Así se identifica una voz
peculiar del pensamiento sobre la vida de nuestras sociedades.

Las afirmaciones casi de sentido común sobre los engaños de una supuesta historia oficial son
falaces. En primer lugar, la historia misma ha producido un proceso crítico de sus contenidos y
metodologías ya demasiado conocidos. Por otro lado, el proceso de reforma educativa, aunque
discutido y resistido, produjo, a nivel de los contenidos escolares en el campo de las ciencias
sociales, una actualización de carácter extraordinario. Es la ineficiencia del sistema y sus gestores lo
que produjo –y produce– el magro despliegue de toda esa potencialidad curricular hecha en
consonancia con los proyectos educativos en marcha en el mundo entero. Y finalmente, la idea de
extender la corrupción y la impunidad ampliamente expandidas en el sistema institucional a la
historia es oportunismo editorial, propuesta de lectura fácil, guiño, atajo. “Lo que la historia no nos
contó...” ; “Los secretos de la historia...” ; “Los ADN de la historia...”, no son caminos de
conocimiento, ni de debate, ni siquiera de curiosidad, alimentan apenas una adrenalina vulgar de
aquellos que pueden pagar el precio de un libro de ‘ricos y famosos’, y refleja en el fondo, la miseria
de nuestra cultura.

Recorriendo la Argentina profunda, sin embargo, las ansias por un debate histórico modesto pero
genuino son notorias. Las dificultades en las provincias provienen de su pobreza estructural y de
una obscena concentración económica. El conflicto es casi transparente, y la historia ayuda a
comprenderlo. Demasiado para nuestros tiempos.

El mundo del pensamiento crítico, en caída libre, y en este proceso inscribo la nueva falsificación,
se irradia desde un epicentro. Pienso en los ambientes culturales y artísticos de nuestra castigada y
deteriorada Ciudad de Buenos Aires.

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