Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ahora bien, a partir de los años sesenta la psicología clínica americana da un vuelco
importante, hacia los modelos comportamentales cuyos fundamentos, venían
desarrollándose desde principio de siglo. Pero esto constituye sólo el principio de una larga
y más compleja historia, que aquella que acostumbramos pensar, cuando hablamos del
desarrollo del conductismo durante el siglo XX. Como dijimos, en los años sesenta,
empiezan a ganar un lugar las terapias del comportamiento, a partir de allí, la psicología
clínica empieza a perder la hegemonía psicoanalítica que la caracterizaba. Posteriormente,
pero casi de inmediato, la psicología comportamental aplicada a la clínica incorpora la
contribución de modelos cognitivos y en el campo de la niñez, de psicología del desarrollo.
Por lo tanto, nada de lo dicho hasta ahora, parecía poder acercar a nuestra psicología
al problema del autismo y el de su relación con el tratamiento conductual. Por lo menos
desde el punto de vista de las condiciones y competencias elementales, que posibiliten
juzgar en su justa medida, la adecuación del modelo al campo clínico del autismo.
No vemos, como esto pudo haber sido posible en nuestra región hasta la fecha, más
que de modo fragmentario y pobremente sistematizado. Claro que con esto, debemos
suponer también, que el rechazo o aceptación de un modelo, basado en sus resultados, a
falta de una posibilidad legítima de basarse en la discusión teórica de sus principios,
tampoco seria una alternativa seria. No hay nada más fracasado que una buena práctica, no
suficientemente bien practicada.
¿Cuál es, fue y en algún sentido sigue siéndolo, por el contrario, la situación en
nuestro país?
Pensemos que además de casos aislados y grupos de trabajo -buena parte de ellos,
autodidactas-, el tratamiento conductual del autismo cobra fuerza sólo apenas diez años
atrás, y en gran medida fogoneado por grupos y asociaciones de padres. Estas instituciones
cubrieron, incluso, muchas veces a la universidad, en la formación de profesionales en estos
mal llamados “nuevos”, pero, ni por eso, poco criticados métodos conductistas. En la
mayoría de los casos, se trataba más de información, que de formación y tradición (práctica
y teórica), es decir, todo aquello que la información no puede brindar y el campo
profesional sólo puede hacer una vez desarrollada una comunidad de practicantes y
referentes especializados, mínimamente significativa.
El caso más conocido es el llamado “método Lovaas”, con respecto a él, aunque la
expresión no es errónea, me gusta decir y aclarar, que no debemos considerar a Lovaas un
método, sino un doctor en Psicología del comportamiento, que dirige además de su propio
instituto, un programa de investigación universitario –el programa sobre autismo temprano
(Young Autism) de la Universidad Californiana de los Ángeles – UCLA-.
Un programa existente en la actualidad, pero que está presente desde inicios de la
década de los años 70. En este sentido, no es el tratamiento de un psicólogo conductista, o
pero aun, de alguien con vocación conductista, psicólogo o no, lo que debe ponerse en
juego cuando hablamos del método Lovaas. Si bien es cierto que el método representa, el
resultado de la tradición de la psicología comportamental americana, volcada hacia el
problema del autismo, es muy poco lo que expresa de este programa, sus límites,
posibilidades y alcance, la idea de un abordaje conductista del autismo, en el sentido de una
mera aplicación de técnicas conductuales. Menos aun, cuando lo entendemos como una
concepción conductista del autismo, comparado con lo que representa y representó el
programa de Autismo temprano de la UCLA.
Sin embargo, sólo en parte, esta afirmación es cierta: el programa bien entendido, es
el punto al que llega el desarrollo de seis décadas de tradición conductual (ahora ya, un
siglo), aplicado a la solución de un problema clínico del desarrollo, como el que representa
el autismo. Vamos a ver, no obstante, que otras cosas hacen, e hicieron falta, que
sucedieran, para dar posibilidad a esta realidad del tratamiento.
Un prejuicio, entonces de tamaña ingenuidad, sólo podría ser otra consecuencia del
sesgo anticonductista y exacerbadamente psicoanalítico, que correspondió obligadamente, a
nuestra tradición en el campo de la psicología clínica. Este sesgo, se traduce por un lado,
en la falta de tradición conductual y por otro lado, en el interés exacerbado en el modelo
psicoanalítico. A esta composición de situación, se suma, necesariamente, otro
componente: el carácter exacerbadamente psicoanalítico, en el campo clínico, dificultó la
incorporación de hipótesis propias de la psicología del desarrollo (que en nuestra región se
limitaron, en lo general, fuertemente, al campo educativo y psicopedagógico). Por lo tanto,
de doble manera, quedan excluidas, junto a las variables del desarrollo, las variables de
análisis comportamentales y medioambientales –al mismo tiempo- propias de la psicología
del desarrollo y de los programas conductuales de intervención.
En lo que respecta a los límites propios de los modelos del desarrollo, no integrados
al campo clínico, es sabido que la psicología del desarrollo, es principalmente una
psicología del desarrollo llamado normal -es decir, el de mayor frecuencia poblacional-
La psicología del desarrollo, se ha encargado principalmente del estudio de lo que definía
Piaget, como el desarrollo psicológico espontáneo -es decir, aquel desarrollo que supone el
aprendizaje y al adquisición de habilidades y competencias nuevas, pero principalmente las
estructuras psicológicas – los instrumentos lógicos que las hacen posible, que no son el
resultado de la transmisión educativa, familiar o social-. Con las palabras de Piaget: lo que
se aprende sin que sea enseñado.
Es sabido, también, que esta distinción fue más una orientación metodológica, que
una negación de los múltiples factores de influencia, que supone el desarrollo espontáneo.
Entre ellos menciona Piaget, algunos que son claves para nuestro problema: la experiencia
física con los objetos, la transmisión social, familiar y educativa, y la maduración o
herencia biológica. Estos son factores sobre los que descansará, entonces, un tratamiento
que interviene sobre un desarrollo espontáneo, complejamente comprometido.
Lo que Piaget no concede, es que el orden de sucesión lógica de etapas que supone
el desarrollo, admita variación en función de estos factores. Para Piaget, esta sucesión de
etapas o estadios es universal. Recordemos, no obstante, que su análisis es estadístico
poblacional, por lo tanto, lo que el llama universal, admite la hipótesis de ser, en realidad, y
junto a ello sus etapas invariables de sucesión, la manifestación del desarrollo, tal y como
se presenta moldeado y prefigurado por el medio ambiente, según se presenta para la
frecuencia poblacional más alta. Es decir, una sucesión invariable, pero a la vez particular,
aunque muy generalizada –no universal-
Es así, que la psicología americana estaba madura para pensar, un modelo clínico
que presupone la consideración de compromisos que conciernen a estructuras psicológicas
cognitivas y su desarrollo correspondiente, manifestadas a su vez, en las etapas más
tempranas del desarrollo, para lo cual, el modelo conductual del aprendizaje, es decir, la
enseñaza y la educación, abrían posibilidades que la psicología del desarrollo espontáneo,
en la que sin embargo se basa, no podía alcanzar.
De allí que desde los años setenta, la Universidad de Carolina del Norte UNC-
desarrolla, paralelamente al programa de UCLA, la división Teacch, para adaptar métodos
especiales de enseñaza en salas de escuelas comunes.
Se verá que los programas son contemporáneos y en absoluto son rivales. Mientras
que Lovaas tiene un fuerte carácter clínico, que privilegia la edad preescolar, de
intervención y aspira a su finalización en los primeros años de la etapa escolar, Teacch
mantiene un espíritu, educativo académico, que comienza justamente con el segmento
etario escolar. En sus diseños, al buen observador, los programas son complementarios, ya
que cada uno extiende el óptimo de su eficacia, hasta el límite de sus parámetros de
aplicación. Así como
Lovaas ha presentado una alta efectividad de tratamiento, en las edades para las que
ha sido diseñado, así ha disminuido la misma, cuando los parámetros de su aplicación no
han sido los óptimos. Igualmente Teacch, ha presentado una reducción escandalosa, al 5%,
de la deserción de los alumnos incluidos en escuelas comunes, pero aplicado en general,
como tratamiento del autismo, siempre ha estado muy por debajo de lo esperable en sus
expectativas de eficacia. Pensemos que la inclusión de los chicos debe presuponer para que
sea óptima, el tratamiento preescolar anterior.
En buena medida, Teacch empieza donde Lovaas termina, y ambos son enfoques
tan buenos como específicos, aplicables a momentos y problemas diferentes y focalizados,
del campo clínico del autismo. Parámetros por encima o por debajo de los cuales, no
podrían recomendarse sin reserva. Cualquier otra relación, es más obra del prejuicio o la
ilusión, que de la realidad.
*Las notas expresadas aquí encuentran su referencia y horizonte, en los cursos anuales y
trimestrales, dictados sobre tratamiento del autismo y trastornos generalizados de
desarrollo, en la Universidad Tecnológica Nacional.
Bibliografía de referencia:
.- Lovaas, I (1993): "Long-Term Outcome for Children With Autism Who Received Early
Intensive Behavioral Treatment. En "American Journal On Mental Retardation” Vol 97, No
4, 359-372.
.- Cossi, E (2006): Notas sobre ¿Qué es el conductismo? Influencias filosóficas en la
constitución del programa Comportamental de John B. Watson. En: “Lecturas en
Psicología”. Ed. Proyecto Editorial. Buenos Aires.