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El mito Aymara-Inca de la creación

En la tradición mitológica Aymara-Inca de la creación del mundo, conviven diferentes


versiones de un mismo relato acerca de Apu Kollana Awqui (señor, padre divino) o Wiraqucha.
para otros.

En el principio existía solamente Apu


Kollana Awqui o Wiraqucha, quien decidió
crear las cosas. Tomó el infinito y juntándolo
con un soplo originó el cielo azul. Después
esputó al aire botando saliva en múltiples
partículas que adquirieron la forma de
estrellas y cometas. Más adelante, reunió
los gases y los amasó formando la tierra.
Escupió sobre la tierra y se formaron los
mares, los lagos y los ríos, y del suelo
brotaron muchas plantas y árboles.

En su paciente trabajo de creación, Apu


Kollana Awqui concibió a los animales: Imagen de Wiracocha, Dios supremo de los Incas.

llamas, peces, vicuñas, zorrinos y pájaros, a


todos les dio un dominio. Más tarde engendró a otro ser que estaría a cargo de lo que había
creado: modeló en piedra una imagen como él y sopló poniendo agua dentro de la piedra, lo
llamó jaque (hombre). Pasó el tiempo y para que jaque no estuviera solo extrajo savia de las
plantas más hermosas y con ella amasó y modeló una imagen; sacó la costilla más pequeña
al hombre y la metió dentro de la imagen: con un soplo creó a warmi (mujer). Les dijo al jaque
y a la warmi que poblaran el altiplano, teniéndolo como el sitio más sagrado. Después Apu
Kollana Awqui se dirigió a una montaña muy alta, para continuar ordenando las costumbres y
las maneras de vivir de los seres que había creado.

Dicen los antiguos que él creó un linaje de gigantes que habitaban en un universo oscuro, los
cuales, dadas esas particulares condiciones obscuras de vida, decayeron en sus costumbres y
tradiciones, motivo por el cual el soberano decidió destruirlos con un diluvio llamado Unu
Pachaquti, que quiere decir "el agua que transformó el mundo". A quienes sobrevivieron los
convirtió en piedras.

Una vez pasado el diluvio y secada la tierra, el soberano determinó poblarla por segunda vez
creando luminarias que diesen claridad. Para esto, se dirigió al gran lago Titicaca y mandó que
desde allí salieran el sol, la luna, las estrellas y subiesen al cielo para iluminar el mundo. Dicen
los abuelos, que durante mucho tiempo la luna tuvo más claridad que el sol, por lo que éste
echó un puñado de ceniza en su cara, bajando su intensidad y obscureciendo su superficie.
Cuentan que desde el sur apareció Tunupa o Wiraquchan el enviado de Wiraqucha quien
mostraba gran autoridad. Vestía una túnica andrajosa que le llegaba hasta los pies, traía un
báculo como los que llevaban los chamanes-astrónomos antiguos y llevaba a cuestas un bulto
en el que transportaba los dones con los que premiaba a los pueblos que lo escuchaban.

Luego se dirigió a Tiawanaku obrando maravillas por el camino, invitando a los habitantes a
salir de sus pacarinas, lagos, valles, cuevas, peñas y montes. A medida que esto sucedía,
pintaba a cada pueblo el traje y vestido que habrían de llevar, dando a cada nación sus
cantares, semillas y la lengua que habrían de hablar.

Así, peregrinó por todos los Andes dando nombres a todos los árboles, flores, frutos y yerbas.
Enseñó a la gente las que eran buenas para comer y medicinar, además de indicarles el
tiempo en que habrían de florecer y fructificar.

Imitando a los astros que viven en correspondencia y reciprocidad en el universo, promovió


amorosamente formas y conductas de vida elevada, enseñó a cultivar rompiendo la tierra con
la punta de su báculo y con su palabra hacía nacer el maíz y demás alimentos.

En ese largo peregrinar promoviendo los dones de la vida, Wiraquchan encontró la ingratitud y
el agravio de comunidades decadentes, soberbias y arrogantes, a las cuales convirtió en
piedras. Los sobrevivientes padecieron la furia del fuego volcánico, por lo cual aterrados
y suplicantes, prometieron enmendar esas conductas y venerar su memoria.

Dicen que Wiraquchan se dirigió al pueblo del curaca Apotambo (señor de Tanpu), al que en
un gesto de reciprocidad, entregó el báculo en que estaban grabados todos sus
conocimientos. En memoria de Wiraquchan, los habitantes labraron una montaña a su imagen
y semejanza, la cual veneraron mucho.

Dicen los abuelos que el báculo dejado por él se transformó en oro fino al momento de nacer
uno de los descendientes de Apotambo, llamado Ayar Manco Capac, quien vino a ser el
primer Inca. A este nuevo soberano y su esposa, Mama Ocllo, les fue señalado que
encontrarían el lugar adecuado para gobernar cuando lograran enterrar el báculo en la tierra.
Hecho que sucedió en lo que hoy conocemos con el nombre de Cuzco y que fue la capital del
Imperio Inca. Manco Cápac se dedicó a fecundar la tierra con un bastón de oro que Wiraqucha
le había dado y así hizo crecer nuevas plantas, creó beneficios para la raza de los mortales
dando forma a ríos y arroyos, hizo brotar árboles y pastos, construyó ricas habitaciones en las
que pudieron vivir con decencia. Mientras tanto, Mama Ocllo se dedicó a su gran tarea, que
consistió en enseñar a las mujeres las artes e industrias que les permitieran sacar todo el
provecho posible a las riquezas que su esposo producía.

Rescatado el 02.06.2016 desde:


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