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Universidad Alberto Hurtado

Facultad de filosofía y humanidades


Pedagogía en Artes Visuales
OFC Inclusión
Profesoras: Natalia Miralles – Cecilia Letelier
Estudiante: Sabrina Mella
Fecha: 06/09/2021

Al día de hoy la sociedad sufre grandes cambios y convulsiones producto


de los grandes “despertares sociales”, la creciente visibilidad de diversas
problemáticas y temas que conflictúan el lugar que se le da actualmente a la
minorías sociales y las formas en que se ven vulnerados sus derechos tanto
institucional, cultural y judicialmente, solo por decir. Frente a esto, se vuelve
indispensable hablar de temas tales como la violencia simbólica de género, un
fenómeno que causa gran malestar social y poco a poco se ha visibilizado a través
de las diversas demandas feministas que proponen al sistema patriarcal, como
perpetuador de expresiones culturales que calan profundamente en las
subjetividades de las personas, legitimando formas de dominación, superioridad e
injusticia sobre otras expresiones de género diferentes de la masculina. Más bien,
se entiende que una cultura androcentrista (centrada en el hombre), oprime a
cualquier expresión femenina o relativa, a fin de mantener un sistema binario de
géneros basados en el sexismo.
La violencia simbólica opera a un nivel secundario, por decir, al crecer
todos somos expuestos a lo que López (2015) llama violencia primaria, que es
constitutiva para la psicología humana, es una manera de transmitir el bagaje
cultural (normas, valores, etc) acumulado por la humanidad y se convierte en una
forma de discriminar la información consensuada que necesitamos saber para
enfrentarnos a la sociedad de la que somos contemporáneos. Por otra parte, la
violencia secundaria es mucho más intencionada y viene a darse en la
inhabilitación de condiciones para comprender que las normas, valores, etc. que
fueron aprendidos tempranamente, son construcciones sociales modificables y no
siempre representativas, pues dejan al margen a las diferencias y no se
predisponen a nuevos cambios. Asimismo, estas expresiones de violencia operan
a grandes rasgos en los espacios institucionalizados y de carácter social,
permeando las prácticas tanto como concepciones de quienes participan de ellas,
con respecto a quienes están en una posición de poder. En este sentido, la
violencia simbólica es “el sometimiento de unos sujetos respecto de otros, a través
del proceso de socialización que permite naturalizar las relaciones de poder, las
que se convierten en incuestionables a partir de asimetrías entre las cuales
se encuentran las basadas en “género””. (Bordieu citado por López, p.4) lo
anterior, viene dado por la invisibilización de la diferencia y el pensamiento
reflexivo dentro de nuestra formación escolar y nuestro seno familiar, lo que
deviene en un orden establecido (proclamado por una clase dominante) o
inmutable, un estándar de normalidad que acompaña a las personas desde su
origen.

En consecuencia, aquellos al margen quienes no se adhieren a tales


criterios tienden a sentirse desplazados del sistema en todas sus dimensiones,
produciendo una crisis de identidad al tener tan normalizadas estas dinámicas de
poder, en dónde aquello que no concuerda con el orden establecido es asociado a
rasgos negativos. Particularmente, esta opresión género como es mencionado en
un comienzo, a través de las palabras de Bordieu citado por López (2015) es
entablado como un “habitus”, es decir, una reproducción de determinados
comportamientos y valores incluso de manera inconsciente, logrando que aquel
que es oprimido naturalice la violencia a causa de miedos o inseguridades a ser
discriminado, dentro de su contexto en este caso heteronormado, sumado a que
se imponen un tipo de expectativas de rendimiento tanto como comportamiento ,
hacia mujeres y varones. El caso de la violencia simbólica de género se reproduce
en prácticas de discriminación entorno al sistema de salud, los derechos sexuales,
la exposición y sexualización de estereotipos de género mediante los medios de
comunicación masivos, además, del machismo a nivel micro que observamos en
los discursos y prácticas cotidianas (por ejemplo “las mujeres no pueden caminar
solas por la calle”). En conclusión, decae en omisiones sistemáticas de temas
relevantes para la vida personal de las mujeres o minorías, estigmatizando
mediante el sexismo y un curriculumm omitido dentro de las instituciones,
proponiendo ideas preconcebidas sobre sexualidad o violencia de género. Este
sentido, está demás decir que el patriarcado no sólo afecta directamente a las
mujeres mediante el género como herramienta de opresión sino que perpetúa
relaciones de dominio que naturalizan divisiones en el mundo social en todo
ámbito, es decir, cultura, raza, entre otros (Morgade, 2017; López, 2015).

Naturalmente, la escuela como institución fundamental de socialización


primaria para miles de niños/as/es y jóvenes, no ha quedado intacta con respecto
al contexto social y se ha vuelto indispensable dar solución y transparencia a
aquellas tensiones manifestadas en la institución. Lo que, se ha convertido en un
tremendo desafío para la comunidad educativa y especialmente, en el caso de los
docentes, quienes son un puente entre la escuela y la vida de los alumnos. En
este sentido, hay un desafío en la búsqueda de recursos, metodologías y
contenidos que realmente puedan atender a la diversidad de estudiantes, en
quienes también se ven reflejadas estas problemáticas y vivencias, asimismo,
como afirma Ochoa (2007) los estudiantes cargan con una historia política y social
desde sus contextos y sus vivencias, de esta manera se presentan en las aulas de
las escuelas con una carga simbólica. Aún más, se debe dar a conocer que la
escuela:

“es uno de los dispositivos más eficaces para articular íntimamente saber,
poder y creación de subjetividades y asegura la legitimidad para dictaminar
normalidad o anormalidad, hacer dóciles a los cuerpos, ocuparse del
adoctrinamiento y disciplina miento de cada nueva generación; mediante
formas particulares de entrelazar y desanudar relaciones de poder o saber
(Bonder, 2006, p.122)

Por lo tanto, visto esto en ningún caso el silencio es una opción, pues, esto
recae en la omisión y negación del desarrollo de la identidad, así como,
individuación de los grupos oprimidos, en tal caso, se estaría legitimando el
status quo, por tanto, haciendo parte de la práctica y experiencia educativa, de
una u otra manera estamos hablando de curriculum oculto. Frente a esto, en
teoría la escuela debería estar condicionada a habilitar espacios para la inclusión
de todos sus alumnos y facilitar las condiciones sociales para ello, lo que, llevaría
hacia una sociedad más democrática y abierta a la diversidad. No obstante, esto
implica una reflexión sobre las prácticas educativas dentro de la Escuela, siendo el
curriculum escolar una de las acciones primeras de violencia simbólica, lo que, en
manos del docente significará según Morgade (2017 ir más allá del curriculum
explicito, al abordar las problemáticas mediante las diferentes disciplinas. Por
ejemplo, con estrategias del tipo, ilustrar el contenido en relación a los contextos
de los estudiantes y sus realidades, lograr en definitiva un aprendizaje situado que
conecte ejemplos y contenido a la problemática de género a modo de
desnaturalizar tales prácticas. Asimismo, motivar a los estudiantes a la acción y a
la identificación de posibilidades de transformación, otorgándoles la posibilidad de
transformar con sus propias ideas las verdades establecidas. Lo anterior, es sólo
una forma de trabajar a nivel micro curricular reconstruyendo los valores obsoletos
a través de la transparencia de estos dentro de la escuela, (Morgade, 2017;
Peixioto, Fonseca, Almeida & Almeida, 2012).

En este orden de ideas, Morgade (2017) se refiere a los procesos de enseñanza y


aprendizaje como fundamentales para trabajar por una pedagogía inclusiva ya sea
desde la pedagogía feminista o de la diferencia, ambas son un intento por la
redistribución y reconocimiento de las historias de cada una de las personas. Lo
anterior, es muy importante debido a que, otro tema que debería ser abordado en
clases, yace en la relación profesor – estudiante, en el reconocimiento y el trato
dentro del aula. Espacio en que no deberían haber jerarquías, más aún el respeto
y la empatía deben predominar, “(…) existe una estrecha relación entre violencia
simbólica y lenguaje. Las personas buscan no sólo ser comprendidas sino
obedecidas, creídas, espetadas, distinguidas.” (Morgade, 2017, p.118) el
escuchar al otro y entender sus necesidades, comprender el aula como un espacio
de intercambio entre el docente y los/as alumnas/os dónde se construye el
conocimiento en conjunto a través de una participación activa. Sumado a esto, el
tema del autoritarismo o las relaciones jerárquicas a nivel institucional o bien
dentro del aula, son fundamentales para el ejercicio democrático de escuchar a
todos los estudiantes y construir la realidad escolar no solo enseñarla.

Por otra parte, para Bonder (2006) la escuela es un espacio social de


interlocución con el malestar social, en este sentido, se deja ver que el
educador debería lograr fomentar el pensamiento crítico y la reflexión
respecto a lo discutido en clases. Lo anterior, implica que el profesor
otorgue las instancias de discusión de estos temas “complejos” , la reflexión
apunta a darles autonomía a los estudiantes para generar actitudes de
reconocimiento y comprensión mutua, como señala Ocho (fecha) es un
recurso que permite construir el autoestima gracias al “monologo interior y,
por ende, a la individualización en el acto de reflexionar” (p.16).

Finalmente, un docente que pretende aportar a una sociedad más


democrática a través del posicionamiento crítico frente a la violencia simbólica de
género, debería comprender que el aprendizaje de sus estudiantes tiene como
base su experiencia, por lo tanto el aula es un espacio diverso y multicultural el día
de hoy. En este orden de ideas, plantearse esto permite comprender que este
echo “enriquece el bagaje cultural del curso (…) [así es como nos llevas] a un
cambio en las metodologías pedagógicas, centradas en los estudiantes que
aprenden, y no solo en contenidos a transmitir. (Mena, Alcalay, Molicic, 2020,
P.22). Por esta razón, es fundamental comprender el aprendizaje de los
estudiantes desde la experiencia, emocional, histórica, física, visual, etc. todo esto
apunta a que los/as estudiantes puedan adquirir autonomía a través de la
emancipación de su experiencia.

A continuación una síntesis de las recomendaciones par aun docente inclusivo.

1. Fomentar el pensamiento crítico y la reflexión en conjunto de sus alumnos.

2. Crear una relación horizontal en la que construya el conocimientos junto a


los estudiantes.

3. Fomentar las relación de los contenidos a los contextos de los estudiantes.

4. Motivar a los estudiantes a identificar soluciones y alternativas a


problemáticas culturales.

5. Entender a los estudiantes como individuos con una carga simbólica,


focalizar metodologías centradas en el estudiante.
Referencia Bibliográficas

1. Bonder, G. (2006).Construyendo la vida escolar para y con equidad de


género. Retos y visiones desde experiencias y nuevos contextos. En IV
congreso nacional de educación. SNTE.

2. Mena, I, Lissi, M, Alcalay, L. y Molicic, N. (2020) El desafío de la diversidad


en el sistema escolar. En educación y diversidad. Chile: Ediciones UC.

3. López, s. (2015) La violencia simbólica en la construcción social del género.


Revista de Investigación en ciencias sociales y humanidades (ACADEMO).
Vol 2 (2), pp. 1- 20. Recuperado de
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5762995.pdf

4. Ochoa, L. (2007) Propuesta de Pedagogía feminista: teorizar y construir


desde el género, la pedagogía, y las prácticas educativas feministas. I
Coloquio nacional género en educación.

5. Peixioto,J., Fonseca,L.,Almeida, S. & Almeida,L. (2012). Escuela y


Diversidad Sexual - ¿Qué realidad?. Universidad de Oporto, Portugal.

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