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Había una vez un hombre que emprendió un largo viaje con su hijo y un
burro. Después de un rato caminando, el hombre, viendo a su hijo cansado,
lo levantó para que fuera sobre el burro. “Para eso están los burros, ¿no?”
pensó el hombre. Siguieron un trecho largo y unos viejos a la orilla del
camino los vieron y dijeron:
-Pobre hombre, ese niño tiene energías para caminar y va sobre el burro.
El hombre escuchó esto, así que decidió bajar a su hijo del burro y montarlo él mismo. Decidieron
descansar en una posada para continuar su viaje el día siguiente. Cuando amaneció, desayunaron
y continuaron su camino. El hombre iba montando el burro y el niño iba al lado de estos dos. Por
el camino se toparon con unas mujeres que, al verlos, dijeron:
-¡Vaya holgazán! En tan buen estado y dejando que el pobre niño vaya
caminando mientras él descansa sobre el burro. Yo no sé qué descansa si es
todo un perezoso.
-¡Pobre animal! No se puede ser tan desconsiderado con los pobres burros.
Los animales merecen respeto, ¿sabías?
El hombre ya no sabía qué hacer, todo lo que había hecho había causado
molestias en alguien. Se sentó a pensar y vio una rama lo suficientemente
gruesa como para soportar el peso del burro. Amarró las patas del burro a la
rama y con el hijo, cargaron al burro en sus hombros. Les costaba bastante, el
animal era muy pesado. Todo el que los veía se reía pero no comentaba
nada. Cuando intentaron cruzar el puente para llegar a la ciudad de su
destino, la rama se rompió y los tres cayeron al riachuelo. Un anciano que los
venía siguiendo, los vio y dijo:
FÍN
os.