Está en la página 1de 41

Jaime J.

Lacueva Muñoz

LOS METALES DE LAS INDIAS:


RESCATES Y MINERÍA EN
LOS INICIOS DE LA COLONIZACIÓN

PRÓLOGO
de la
Dra. Manuela Cristina García Bernal

Padilla Libros Editores & Libreros


Sevilla
Ilustración de cubierta y frontis: Primer desembarco de Colón. Grabado de THEODOR
DE BRY (1528-1598).

© JAIME J. LACUEVA MUÑOZ


© De esta edición: PADILLA LIBROS

D.LEGAL
ISBN 978-84-8434-508-4

PADILLA LIBROS EDITORES & LIBREROS


C/. Feria n.º 4 –local uno–
41003 SEVILLA (ESPAÑA)
ÍNDICE

PRÓLOGO 7
CAPÍTULO I. DEL HIERRO Y DEL ORO: EL ORIGEN DE LA REGALÍA
DE LOS METALES 11
1. Erario público y patrimonio personal del gobernante 12
2. Las regalías mineras y monetarias en el ordenamiento jurídico castellano 23
CAPÍTULO II. LA DEMANDA EUROPEA DE ORO Y LA EXPANSIÓN
ATLÁNTICA 29
1. Los metales preciosos en la Europa bajomedieval 30
2. Del Mediterráneo al Atlántico 35
3. Los Reyes Católicos y el negocio del Océano 45
CAPÍTULO III. DEL ORO SE HACE TESORO: EL NEGOCIO AMERICANO
EN LA PRIMERA DÉCADA DE LA COLONIZACIÓN 49
1. La factoría colombina 51
2. La negociación privada como fundamento del comercio con las Indias 57
3. La Casa de la Contratación de las Indias 61
CAPÍTULO IV. METALES PRECIOSOS Y REAL HACIENDA EN LA ETAPA
ANTILLANA 67
1. La configuración de la administración fiscal en el gobierno de Ovando. 69
2. La práctica de los rescates en el escenario geográfico del Caribe 71
3. La producción minera en el Caribe: regalía, tributación y negocio 75
CAPÍTULO V. DE BANDIDOS A MINEROS: EL INICIO DE LA PRODUC-
CIÓN DE PLATA EN NUEVA ESPAÑA 85
1. La conquista de México 86
2. Los golpes de suerte de la minería americana 92
3. Los descubrimientos mineros de Nueva Galicia 96
4. Zacatecas, puerta de toda la Tierra Adentro, y la integración espacial del
Septentrión 100

—141—
CAPÍTULO VI. LA MINERÍA NOVOHISPANA Y LA CORONA 103
1. Expansión territorial y sedentarización de la Administración fiscal en
Indias 104
2. La integración de la Nueva España en la estructura económica del
Imperio 117
3. Metrópoli y colonia en el reparto de la riqueza indiana 121
BIBLIOGRAFÍA 129

—142—
CAPÍTULO II

LA DEMANDA EUROPEA DE ORO Y


LA EXPANSIÓN ATLÁNTICA
Llegar directamente al oro fue, naturalmente, el sueño de los
hombres de negocios más en contacto con el Magreb. ¿Quiénes
eran? Los genoveses, los españoles y los portugueses, sin excluir
otras gentes del Mediterráneo. Pero los venecianos, por ejemplo,
tenían otras tradiciones; practican sobre todo el tráfico a baratto
con Oriente: trueque de mercancías europeas contra productos
preciosos, sin hacer intervenir la moneda [...] Para ellos es una
operación comercial, lo que no excluye operaciones de corso y
aventuras militares. Pero para los genoveses, el oro está ligado
a un valor mercantil. PIERRE VILAR, Oro y moneda en la Historia
(1969).

C
OMO hemos visto, la monarquía castellana se reservaba
en exclusiva la titularidad de los yacimientos minerales
de oro y plata, de igual manera que todas las demás que
compartían la misma tradición jurídica en el Occidente cristia-
no, si bien la explotación se llevaba a cabo mediante la conce-
sión de las minas a los particulares. Este régimen de explotación
en concesión habría de haber generado grandes beneficios a las
casas reinantes europeas, toda vez que la demanda de metales
preciosos crecía a consecuencia de la expansión del comercio y
el desarrollo de la economía monetizada durante la Baja Edad
Media. Pero las viejas minas europeas serían incapaces de apor-
tar las cantidades de oro y plata que reclamaba el emergente
capitalismo mercantil.

—29—
Europa estaba condenada, como expresó Marc Bloch, a bus-
car lejos el oro y a convertirse, por ello, en conquistadora. De
hecho, la mayor parte de los metales preciosos que entraron en
circulación en los mercados europeos durante la centuria ante-
rior a 1492 no procedían directamente del subsuelo, sino que
tenían su origen más allá de los límites geográficos del Viejo
Continente y había sido necesario adquirirlos por medios alter-
nativos a la producción minera.

1. Los metales preciosos en la Europa bajomedieval


En los siglos bajomedievales Europa experimentó una trans-
formación transcendental. La población crecía, alimentada por
los cultivos y ganados que se extendían por las regiones, hasta
entonces desaprovechadas, por las que Europa se expandió antes
de romper los límites de sus horizontes continentales, espacios
a los que Braudel llamó las Américas internas. Al tiempo, se
producía el tránsito de una economía esencialmente autárquica
–en la que el escaso comercio que se practicaba tenía un radio
muy corto– a una economía en la que la moneda comenzaba a
generalizarse como medio de pago en los contextos urbanos, de
forma que el autoconsumo y el trueque inmediato quedaban re-
legados al ámbito rural y agrícola, cada vez cobraban más peso
las actividades manufactureras y mercantiles y, poco a poco, se
imponían las técnicas y prácticas capitalistas que dinamizaban
el comercio como motor de arrastre de todos aquellos cambios.
En esa coyuntura expansiva, tanto la Europa cristiana como el
mundo musulmán mantenían una balanza comercial deficitaria
con los mercados asiáticos, que se saldaba con la exportación de
metales preciosos a cambio de artículos de lujo, principalmente
tejidos, y especias, imprescindibles éstas para la conservación
de los alimentos demandados por los nuevos consumidores eu-
ropeos. De hecho, el volumen de la producción europea de me-
tales preciosos era menor que el volumen de su exportación. En
consecuencia, el valor de los metales preciosos ascendía. Cuan-
do se descubría un yacimiento, el valor de los metales preciosos

—30—
disminuía por el incremento de la oferta monetaria hasta que las
exportaciones hacia los mercados asiáticos volvían a elevar su
precio. Este ciclo del oro, descrito por Pierre Vilar en su obra
Oro y moneda en la Historia, hacía de la búsqueda de nuevos
yacimientos o de cualquier empresa dedicada a obtener oro y
plata una actividad cada vez más rentable.
La adquisición de metales preciosos –y la de cualquier otro
bien– puede realizarse mediante la producción o mediante el
intercambio. La producción de oro y plata exigía, como ahora,
llevar a cabo labores de extracción (minería) y beneficio (depu-
ración del mineral para obtener metal mediante un procedimien-
to industrial). En general, el subsuelo europeo no producía oro,
pero, en cambio, sí había minas de plata en el centro del conti-
nente, en Bohemia, Silesia, Alsacia, Sajonia, el Tirol y Hungría.
Algunas habían sido abandonadas, pero aquella acuciante de-
manda de metales preciosos hizo que muchas volvieran a poner-
se en explotación.
La minería resultaba una actividad relativamente segura des-
de el punto de vista económico, aunque generaba unos bene-
ficios reducidos porque la mayoría de yacimientos llevaba lar-
go tiempo en explotación y sus minerales eran de baja ley. No
obstante, se podían localizar nuevos yacimientos no explotados
con anterioridad, si bien esto también terminaba resultando poco
rentable porque los procedimientos de extracción de las menas
y de su transformación en metal –basados éstos últimos en la
técnica de fundición del mineral– implicaban altos costos en
concepto de mano de obra e inversión en instalaciones y bienes
intermedios.
A pesar de ello, se produjo una intensificación de la activi-
dad minera que permitió quintuplicar la producción de plata. Y
aun así resultó insuficiente, pues se calcula que, para fines de
la Edad Media, las necesidades de capital circulante se habían
multiplicado por 40 con respecto al año 1000, y el comercio
que protagonizaban las repúblicas italianas con los puertos del
Mediterráneo oriental seguía drenando las reservas europeas de

—31—
metales preciosos.30
Por su parte, la adquisición de oro y plata por intercambio
ofrecía un abanico más amplio de posibilidades. La que puede
resultar quizá más evidente a nuestros ojos contemporáneos era
el intercambio puramente mercantil, que consiste en intercam-
biar unas mercancías por otras evaluadas en el mismo precio o
por su equivalencia en moneda. La fuerte demanda de una am-
plia gama de productos que caracterizaba a los mercados euro-
peos bajomedievales hacía muy difícil encontrar un artículo con
cuya exportación pudiera satisfacerse esta necesidad de metales.
Sin embargo, no hay que olvidar que el intercambio no siem-
pre se realiza según reglas mercantiles. Como señalaba Ruggie-
ro Romano, «ninguna economía –ni siquiera los más sofistica-
dos sistemas del presente– se funda tan sólo sobre la moneda
y el mercado. Intervienen también –en proporciones variables
según la época y el lugar– el intercambio natural, la donación,
la reciprocidad»; ciertamente, «ya habían insistido sobre ello,
hace muchos años, Marcel Mauss, Alfons Dopsch, Karl Polanyi
y tantos otros»,31 por lo que no debe sorprendernos que a las li-
mitadas opciones que le ofrecía el mercado, la Europa cristiana
bajomedieval respondiera buscando otras alternativas para ad-
quirir metales preciosos.
Entre ellas se encontraban el saqueo y el botín de guerra, que
suponen un intercambio de bienes basado en el ejercicio de la
30
Las síntesis explicativas de todos estos grandes procesos se encuentran en MARCH
BLOCH, “Le problème de l’or au Moyen-Age”, Annales d’histoire économique et
sociale, vol. V (1933), pp. 1-34; del mismo autor, Esquisse d’une histoire moné-
taire de l’Europe. París: Armand Colin, 1954, correspondiente al vol. IX de la
Colección Cahier des Annales.- JOHN H. PARRY, Europa y la expansión del mundo.
1415-1715. México: Fondo de Cultura Económica, 2003.- PIERRE VILAR, Oro y
moneda en la Historia. Barcelona: Ariel, 1969, pp. 39-70.- PIERRE CHAUNU La
expansión europea (siglos XIII al XV). Barcelona: Labor-Colección Nueva Clío,
1972.- INMANUEL WALLERSTEIN, El moderno sistema mundial. 3 vols. Madrid: Si-
glo XXI, 1979, vol. I, en especial, las pp. 21-89.- JACQUES HEERS, Occidente du-
rante los siglos XIV Y XV. Barcelona: Labor-Colección Nueva Clío, 1984.- FERNAND
BRAUDEL, Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVIII. 3 vols.
Madrid: Alianza, 1984.- CARLO M. CIPOLLA, La odisea de la plata española. Bar-
celona: Crítica, 1999.
31
RUGGIERO ROMANO, Mecanismo y elementos del sistema económico colonial ame-
ricano. Siglos XVI-XVIII. México: El Colegio de México-Fondo de Cultura Econó-
mica, 2004, p. 434.

—32—
violencia. Pueden practicarse, no obstante, dentro de un con-
texto regulado cuando se legitima el ejercicio de la violencia
en nombre de la autoridad política e, incluso, pueden dar lugar
a formas perfeccionadas y duraderas de obtención de metales
cuando una entidad política consigue imponer a otra el pago de
un tributo de sometimiento militar o vasallaje, algo muy común
en el contexto del feudalismo. Fue precisamente este tipo de in-
tercambio el que se estableció entre el reino de Castilla y el de
Granada cuando los castellanos alcanzaron las costas andaluzas
del Atlántico a mediados del siglo XIII, consiguieron controlar el
litoral del Estrecho de Gibraltar y, a continuación, se ralentizó el
proceso de Reconquista, lo que permitió alargar durante más de
dos siglos la supervivencia del agonizante reino nazarí.32
Asimismo, otra de las alternativas con que contaba el Occi-
dente cristiano para adquirir metales preciosos era el rescate de
mercancías, que es una forma de intercambio comercial, aunque
no mercantil. La práctica del rescate consiste en el intercambio
de una mercancía preciada –por ejemplo, oro– por otra ordinaria
–por ejemplo, abalorios de cristal, piezas de cobre o latón y otras
bujerías–. No constituye una relación mercantil puesto que no
se intercambian bienes de valor equivalente; por ello puede de-
finirse como intercambio desigual o asimétrico. Para que pueda
llevarse a cabo es necesario que exista una importante diferencia
entre los sistemas de valores culturales de los agentes que toman
parte en el intercambio, que aprovechan cada uno en beneficio
propio la inversa tasación económica de los bienes intercambia-
dos que hace la parte contraria.
Esa diferencia de valores culturales que requiere la práctica
del rescate lleva aparejado, por lo general, un mayor grado de
desarrollo material de una de las partes. Por ello, aunque el res-
32
Para la definición de las líneas generales de la economía castellana bajomedieval
pueden consultarse: CHARLES E. DUFOURQ y JEAN GAUTIER-DALCHÉ, Historia eco-
nómica y social de la España cristiana en la Edad Media. Barcelona: El Albir,
1983.- JOSÉ LUIS MARTÍN, Economía y sociedad en los Reinos hispánicos en la
Baja Edad Media. Barcelona: El Albir, 1983.- JULIO VALDEÓN, Crisis y recupera-
ción. Siglos XIV y XV.Valladolid: Ámbito, 1985.- Sobre las parias, vid. JOSÉ MARÍA
LACARRA, Colonización, parias, repoblación y otros estudios. Zaragoza: Anúbar,
1981.

—33—
cate se practica con consentimiento mutuo, es bastante común
que termine generando situaciones de abuso. En las relaciones
de tipo mercantil esos abusos se evitan mediante el uso de he-
rramientas que garantizan la confianza inter partes: a través de
la objetividad del valor intrínseco de las mercancías intercam-
biadas en el trueque y a través de la confianza subjetiva en la
moneda en el intercambio monetario. Pero en la relación des-
igual propia de los rescates –y con la superioridad tecnológica
de una parte sobre la otra que suelen llevar implícita– siempre
llega un momento en que es imposible asegurar el mantenimien-
to de la confianza mutua y el consentimiento necesario para un
intercambio libre y pacífico. Por eso, es muy probable que, en
algún momento del negocio, la parte tecnológicamente más de-
sarrollada considere provechoso aportar cierta dosis de coacción
o de violencia y, sencillamente, decida pasar del rescate al robo.
Es muy probable también que en el negocio de rescate –o en
la práctica del saqueo– se adquieran bienes que traigan apareja-
do cierto reconocimiento social y no solo tengan un valor mera-
mente económico, como puede ser el caso del metal precioso sin
acuñar o los esclavos. O, incluso, que estos negocios, ejecutados
de forma sostenida en el tiempo, reporten al gobernante alguna
causa legítima para reclamar posteriormente frente a sus pares la
titularidad de determinados derechos sobre los territorios donde
sus súbditos los llevaron a cabo. En cualquiera de esos casos,
a cambio de la audacia y del riesgo invertidos, el que rescata
puede reclamar para sí una recompensa que vaya más allá de lo
meramente material o, al menos, sentirse justo merecedor de ella
si se encuentra inmerso en un sistema de valores económicos
ligados al prestigio más que a la riqueza como objetivo per se,
como en efecto sucedía en los siglos XV y XVI.
De ahí, que los límites entre las actividades que practican el
saqueo, el botín y el rescate de mercancías sean muy difusos, es
decir, que sea muy difícil distinguir con claridad los límites ente
el intercambio asimétrico y el ejercicio regulado de la violen-
cia como medio de adquirir bienes de prestigio, como son los
metales preciosos. Esto es precisamente lo que sucedía con las

—34—
actividades que llevaban a cabo los portugueses y, a la zaga de
éstos, los castellanos en las costas de África durante el siglo XV,
precedente claro de lo que más tarde se haría en las Indias.

2. Del Mediterráneo al Atlántico


Tras haber concluido la Reconquista del Algarve a mediados
del siglo XIII, el reino lusitano inició su expansión por el litoral
africano –su Algarve além do mar– con el objetivo último de en-
contrar una ruta hacia la India. Esa conexión marítima y directa
con el lejano Oriente habría de liberar a los comerciantes euro-
peos de los elevados precios que los intermediarios musulmanes
imponían a las productos asiáticos que hasta entonces sólo se
podían adquirir en los mercados del Mediterráneo oriental. Pero,
en tanto que encontraban el paso al Océano Índico, los portugue-
ses supieron sacar partido de los artículos que encontraron en las
costas de África, donde habían conseguido desviar el tráfico de
caravanas que antes discurría hacia las ciudades musulmanas del
norte y practicar un lucrativo comercio de esclavos, marfil, colo-
rantes, especias que servían como sucedáneos de las verdaderas
especias orientales y oro, compensando en parte la escasez de
metales preciosos que amenazaba con colapsar el desarrollo del
comercio bajomedieval. Este negocio era administrado por la
Casa de Guiné, fundada en 1455 en Lagos por Enrique el Nave-
gante y en 1463 trasladada a Lisboa, donde pasó a llamarse Casa
da Mina e Tratos de Guiné. A partir de 1450 llegaban a Lisboa
o los puertos del Algarve entre 700 y 800 esclavos cada año y, a
principios del siglo XVI, la Mina proporcionaba a Portugal mu-
cha pimienta de Benin y unos 400 kilogramos de oro al año.33
33
BARTOLOMÉ BENNASSAR, “La expansión europea: génesis y nacimiento de la eco-
nomía mundial”, en España y América. Un océano de negocios. Quinto Cen-
tenario de la Casa de la Contración (1503-2003). Madrid: Sociedad Estatal de
Conmemoraciones Culturales, 2003, pp. 19-32.- ISTVÁN SZASZDI LEÓN-BORJA, “La
Casa de la Contratación de Sevilla y sus hermanas indianas”, en ANTONIO ACOSTA,
ADOLFO GONZÁLEZ y ENRIQUETA VILA, La Casa de la Contratación y la navegación
entre España y América. Sevilla: Universidad-CSIC-Fundación El Monte, 2003,
pp. 101-128.- Para una visión general de la expansión portuguesa por África, VI-
TORINO MAGALHÃES GODINHO, A expansao quatrocentista portuguesa: Problemas

—35—
Al oro que llegaba al puerto de Lisboa procedente de Gui-
nea y de las costas de La Mina del Oro del Rey de Portugal, se
sumaba el que entraba en Castilla en pago de las parias del Rei-
no de Granada. Este flujo de dorado metal confluía en Sevilla,
ciudad que pronto se convirtió, en palabras de Jacques Heers,
en la capital del oro de los siglos XIV y XV.34 En esa función, su
puerto se desempeñaba como centro de redistribución hacia los
mercados europeos, ya que la mayor parte de aquella corriente
de capital acababa llegando a los grandes polos mercantiles y
manufactureros de la Europa bajomedieval. Una parte del oro
que confluía en torno a Sevilla partía luego rumbo a Génova,
donde, por ejemplo, «de las 68.000 liras genovesas de oro entra-
das en el puerto ligur en un año [1377], nada menos que 54.400
procedían de España». La otra marchaba camino a las Cuatro
Villas del Cantábrico castellano, de donde salía finalmente en
dirección a Flandes y las ciudades hanseáticas como pago a las
manufacturas que no se producían en Castilla.35
Resulta evidente la identidad entre esta circulación de metal
precioso a través de la Península y la que se daría después del
Descubrimiento con el oro y la plata que procedería de las In-
dias. Consistía ya en una vertebración lineal del oro, que no se fi-
jaba en la economía castellana ni se reinvertía en la construcción
de unas bases sólidas para el desarrollo autónomo y homogéneo
de los sectores manufactureros y mercantiles.
Pero a Sevilla y a los cercanos puertos de la bahía de Cádiz
y el litoral onubense llegaban también algunos productos proce-
dentes de las costas africanas y de los archipiélagos atlánticos.
En las nuevas rutas atlánticas fue cada vez más frecuente que
los hombres de la mar y de la guerra de la Baja Andalucía se
das origens e da linha de evoluçâo. Lisboa: Contempórânea de Ediçoes, 1944; del
mismo autor, Historia económica e social da expansao portuguesa. Lisboa: 1985.
34
JACQUES HEERS, Gênes au XVe siècle. París: S.E.V.P.E.N., 1961, pp. 70-71.
35
La cita corresponde a JACQUES HEERS y está recogida en MIGUEL ÁNGEL LADERO QUE-
SADA, Historia de Sevilla. La ciudad medieval. 1248-1492. Sevilla: Universidad
de Sevilla, 1989, p. 121.- Sobre la exportación de lana castellana, PAULINO IRADIEL,
Evolución de la industria textil castellana entre los siglos XIII y XIV. Salamanca:
Universidad de Salamanca, 1974.- ANGUS MACKAY, “Comercio, mercado interior
y la expansión económica del siglo XV”, en Actas del II Congreso de Historia Me-
dieval Andaluza. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1978, pp. 103-121.

—36—
sumaran a la expansión que protagonizaban los portugueses. Los
pescadores de la costa andaluza comenzaron a adentrarse cada
vez más en aquellas aguas de la costa de Guinea en busca de
los bancos de pesca de los que daban fe las tripulaciones portu-
guesas que surcaban el litoral de África. A los barcos pesqueros
siguieron otras expediciones que inicialmente tenían la finalidad
estrictamente defensiva de represaliar a los piratas berberiscos,
pero que solían llevar también aparejadas actividades económi-
cas, como la práctica del rescate de mercancías exóticas en las
poblaciones de la costa, el asalto a las propias naves portugue-
sas, la captura de esclavos y el saqueo o la obtención de botines
en los poblados de las costas magrebí y mauritana.36
En estas audaces empresas, las villas onubenses y gaditanas
y otras poblaciones no costeras ligadas a la defensa de la Banda
Morisca, donde la actividad militar era común, se vinculaban
entre sí y, a veces, con Sevilla para aventurarse hacia el sur si-
guiendo la costa africana. Un texto de la época, relata cómo so-
lían organizarse estas razias andaluzas sobre las costas de África:
De Jerez de la Frontera y de El Puerto de Santa María y de Cádiz
y de Sanlúcar y el Ducado de Medina Sidonia y de Gibraltar y de
Cartagena y de Lorca y de la costa de la mar, porque en estos luga-
res lo tienen por uso ir al África y saltear y correr la tierra y barajar
aduares y aldeas y tomar navíos de moros [...] entre los cuales
hombres y gentes en los dichos lugares hay adalides que, desde
Bugía hasta la parte de Tetuán, que es cabe Ceuta, no hay lugar ni
cercado ni aldea ni aduares ni ardiles dispuestos donde no puedan
ofender y hacer guerra que ellos no lo sepan cómo se ha de hacer.37

Así, estas nuevas posibilidades de explotación económica


que comenzaron entonces a materializarse para Castilla permi-
tieron que los marinos, los comerciantes y los nobles andaluces
36
FLORENTINO PEREZ EMBID, “Navegación y comercio en el puerto de Sevilla en la Baja
Edad Media”, Anuario de Estudios Americanos, vol. XXV (Sevilla, 1968), pp.
43-93.- JOSÉ SÁNCHEZ HERRERO, Cádiz. La ciudad medieval y cristiana. Córdoba:
Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 1981, pp. 99-134.
37
Citado por PIERRE VILAR, Oro y moneda en la Historia, pp. 78-79 y recogido en las
pp. 53-54 de RAMÓN Mª SERRERA CONTRERAS, “El Golfo de Cádiz como espacio
geográfico para el descubrimiento del Nuevo Mundo”, en Cádiz en su Historia. III
Jornadas de Historia de Cádiz. Cádiz: Caja de Ahorros de Cádiz, 1984, pp. 47-74,
donde se hace una excelente exposición de todos estos temas.

—37—
comenzaran a familiarizarse con el escenario atlántico, en el que
Canarias actuaría como claro precedente de la futura expansión
americana. De hecho, mucho antes de 1492, esa afluencia de oro
y productos coloniales otorgaba a Sevilla una total singularidad
sobre el resto de puertos europeos y potenciaba los negocios de
intermediación comercial y exportación de productos de la tierra
andaluza que desde tiempo atrás llevaban a cabo las naciones de
comerciantes extranjeros afincados en la ciudad.
Sobre todos, destacaban los italianos y, entre ellos, los geno-
veses. Cierto es, como señala Ladero Quesada, que ya se habían
instalado en Sevilla mercaderes genoveses durante la época al-
mohade, desde 1160 al menos. Pero su presencia se incrementó
tras la conquista castellana, cuando muchos llegaron en busca de
las ventajas que ofrecía operar en un puerto bajo control de un
reino cristiano. Ya en 1251 Fernando III les concedió privilegio
para tener barrio e alfóndiga e horno e baño en la zona que se
conoció como Barrio de Génova, así como competencia para re-
solver sus pleitos por la autoridad de un cónsul elegido entre los
de su nación, otorgándoles, con ello, una peculiaridad jurídica
favorable. A estos privilegios se sumaron otros muchos durante
los dos siglos siguientes, completando así la protección de la
Corona a la colonia ligur, y se extendieron también a los grupos
de comerciantes de otras procedencias.
Del norte de Italia llegaron también pisanos, venecianos, pla-
centines, milaneses, piamonteses, florentinos y lombardos. El
grupo de los llamados francos reunía a los franceses de diverso
origen, bretones y gascones principalmente. También se registró
mención de la presencia, aunque esporádica, de comerciantes
flamencos e ingleses. Asimismo hubo catalanes y portugueses,
además de mercaderes de otras partes de Castilla –vascos, bur-
galeses, gallegos, cántabros– y que fueron también objeto de un
trato distintivo y favorable, ya que la función que desempeña-
ban todos ellos era tan necesaria para la prosperidad de la re-
gión que sus privilegios siempre fueron renovados y repuestos
a pesar de algunos rechazos esporádicos. Para el siglo XV, las
colonias extranjeras se habían integrado plenamente en la vida

—38—
social de Sevilla y los apellidos de sus más destacados miembros
permanecen a lo largo de los siglos, castellanizándose a medida
que muchos de ellos y sus familias adquirían por nacimiento o
naturalización la condición de andaluces, como los Centurión,
Pinelo, Spínola, Gentil, Salvago, Negrón, Grimaldo, Imperial,
Cataño.38
Como apunta Ladero Quesada, Sevilla y los puertos andalu-
ces de Castilla ofrecían dos grandes atractivos a estos mercaderes
foráneos: situación y productos.39 En primer lugar, su situación
los convertía en unos inmejorables emplazamientos como pla-
taforma de redistribución de las mercancías que se trasvasaban
desde el Mediterráneo al Atlántico norte, y viceversa, a lo que se
sumaba la ventaja de encontrarse en una idónea ubicación para
protagonizar la expansión por el nuevo espacio atlántico del que
el Occidente cristiano iba poco a poco apoderándose.
Verlinden señaló que la apertura de las nuevas rutas atlánti-
cas y la incorporación de los productos coloniales al mercado
europeo desequilibró el punto de gravedad del gran comercio
mediterráneo a partir del siglo XIII, que condicionó, a partir del
siglo XIV, un giro de la economía peninsular del Mediterráneo
hacia el Atlántico, según la expresión de Viñas Mey. Esta nueva
orientación occidental del comercio mediterráneo será clara ya
38
Sobre la procedencia geográfica de los comerciantes extranjeros afincados en Sevi-
lla, su número, privilegios y actuación económica, vid. FEDERIGO MELIS, “Gli ita-
liani en l’apertura dele vie atlantiche”, en su recopilación de trabajos Mercaderes
italianos en España (siglos XIV-XVI): investigaciones sobre su correspondencia y
su contabilidad. Sevilla: Universidad, 1976, pp. 169-175.- ANTONIO COLLANTES
DE TERÁN, Sevilla en la Baja Edad Media. La ciudad y sus hombres. Sevilla: Ser-
vicio de Publicaciones del Excmo. Ayuntamiento, 1984, pp. 214-218.- MANUEL
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, “Genoveses en Sevilla (siglos XIII-XV), en Presencia italiana
en Andalucía. Siglos XIV-XVII. Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos,
1985, pp. 113-130.- ENRIQUE OTTE, Sevilla y sus mercaderes a fines de la Edad
Media. Sevilla: Universidad de Sevilla-Fundación El Monte, 1996, pp. 184-199.-
LADERO, La ciudad medieval, pp. 156-160.- En concreto, sobre los intercambios
comerciales con Inglaterra, WENDY R. CHILDS, Anglo-Castilian Trade in the later
Middle Age. Manchester: University Press, 1978.- Sobre la presencia de factores
de los reyes de Portugal en el siglo XV, VIRGINIA RAU, “Note sur les facteurs por-
tugais en Andalusie au XVe siècle”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, vol.
IV (1967), pp. 122-127.
39
LADERO, La ciudad medieval, p. 116; sobre el gran comercio exterior de Sevilla, vid.
pp.114-124.

—39—
antes del siglo XV, en concreto, desde 1380, fecha de la derrota
de Génova a manos de Venecia, su principal rival en el reparto
de las áreas de influencia del comercio mediterráneo. A partir
entonces, la república ligur volcará sus actividades mercantiles
hacia el oeste, ligándose más y más a Castilla, creando un víncu-
lo que se mantendría hasta el siglo XVII. Por el contrario, Venecia
conservaría en solitario su posición de avanzada cristiana frente
al Islam, perseverando en su orientación hacia el Mediterráneo
oriental.40
Lógicamente, estos grandes reajustes estructurales favore-
cerían el desarrollo económico de Andalucía, en general, y de
Sevilla, en particular. Sus actividades mercantiles asociadas a la
captación de artículos exóticos en el entorno atlántico y de inter-
mediación comercial se añadían a la función de los puertos an-
daluces como importantes centros exportadores de vino, aceite y
trigo. Estos frutos de la tierra partían hacia Génova y los puertos
normandos, británicos y flamencos, lo que generaba beneficios
no sólo para los cosecheros y comerciantes, sino también para
la Corona en virtud del impuesto que gravaba el comercio exte-
rior, el almojarifazgo real. Sevilla destacaba en estas actividades
exportadoras al ser su puerto el único que podía dar salida a la
voluminosa y creciente producción de las campiñas de la Baja
Andalucía e, incluso, de los reinos de Córdoba y Jaén, toda vez
que la costa andaluza mediterránea aún permanecía bajo domi-
nio musulmán.41

40
CHARLES VERLINDEN, “From the Mediterranean to the Atlantic: Aspects of an Eco-
nomic Shift”, The Journal of European Economic History, vol. I, nº 3 (1972), pp.
625-646.- CARMELO VIÑAS MEY, “De la Edad Media a la Moderna. El Cantábrico
y el Estrecho de Gibraltar en la historia política española”, Hispania, vols. I a V
(1940-1941).- Heers, Gênes au XVe siècle, pp. 363-507.
41
Como han demostrado LADERO y GONZÁLEZ JIMÉNEZ, la cuantía media del diezmo del
Reino de Sevilla pasó de 730.000 fanegas entre 1408-1435 a 1.560.000 fanegas
para 1469-1503. MIGUEL ÁNGEL LADERO QUESADA y MANUEL GONZÁLEZ JIMÉNEZ,
Diezmo eclesiástico y producción de cereales en el reino de Sevilla, 1408-1503.
Sevilla: Universidad-Departamento de Historia Medieval, 1979. MIGUEL ÁNGEL
LADERO QUESADA, “Almojarifazgo sevillano y comercio exterior de Andalucía en
el siglo XV”, Anuario de Historia económica y social, nº 2 (1969), pp. 69-116.

—40—
Es cierto que la mayoría de los propietarios de la tierra culti-
vable del alfoz sevillano eran miembros del patriciado urbano y,
como tales, se comportaban como propietarios absentistas. Pero
también es cierto que aparecieron una serie de prácticas que es-
taban directamente relacionadas con la intención de incrementar
la rentabilidad de la tierra. Así, fue frecuente el crecimiento de
las propiedades –en muchos casos, por la vía de la usurpación de
tierras comunales–, la utilización de contratos de arrendamiento
de tipo moderno, el empleo de mano de obra asalariada, las prác-
ticas de crédito –sobre todo, censos consignativos– e, incluso,
la explotación directa en cultivos de mayor rentabilidad –vino y
aceite–, a la vez que se procuraba, en lo posible, el control de los
precios en los mercados local y exterior. Estos comportamien-
tos económicos de la aristocracia sevillana son un claro síntoma
de modernización de la economía agraria y ponen de relieve la
búsqueda de una optimización de los beneficios. En definitiva,
podrían considerarse como rasgos de una explotación más bur-
guesa que feudal de sus bienes, condicionada por el hecho de
que su producción podía acceder a un mercado de exportación y
no estaba destinada únicamente a satisfacer la demanda local.42
Ese gran comercio de exportación de productos agrícolas que
se concentraba en Sevilla generaba y fomentaba también el de-
sarrollo de actividades complementarias al tráfico naviero a lo
largo de la cadena formada por los puertos atlánticos andalu-
ces. Entre ellas se encontraban la explotación en El Puerto de
Santa María de las mayores salinas de España, concedidas a la
Casa de Medinacelli, o los astilleros de la bahía de Cádiz y las
propias atarazanas de Sevilla, cuyo origen se remonta a 1252 y
que en 1422 daban empleo a 486 personas, que hacían a la flota
42
Afirma BERNAL que «conoció el hinterland sevillano una precoz penetración de
un cierto tipo de capitalismo en la agricultura, caracterizada por una producción
orientada a los mercados exteriores». ANTONIO M. BERNAL, La financiación de la
Carrera de Indias (1492-184). Dinero y crédito en el comercio colonial español
con América. Sevilla: Fundación El Monte, 1992, p. 92.- Vid. ENRIQUE OTTE, “El
comercio andaluz a fines de la Edad Media”, en Hacienda y comercio. Actas del
II Coloquio de Historia medieval andaluza. Sevilla: Diputación Provincial, 1982,
pp. 7-38.- Mercedes Borrero, El mundo rural sevillano en el siglo XV. Aljarafe y
Ribera. Sevilla: Diputación de Sevilla, 1983.

—41—
andaluza independiente de la construcción naval del Cantá-
brico.43
En Sevilla se desarrolló también una importante actividad fi-
nanciera surgida al calor de su capital mercantil y de su actividad
como importante centro de recaudación de impuestos, pues ya
en el siglo XIV Sevilla no sólo era la capital del tráfico comercial
del arco litoral andaluz, sino también el lugar donde se centrali-
zaba todo el régimen aduanero anejo y, en consecuencia, Sevilla,
fortaleza y mercado, se había convertido también en la ciudad
que mayores recursos financieros ofrecía a la Corona de Castilla.
Durante el agitado siglo XV, las necesidades financieras de
la Corona de Castilla solían resolverse mediante el recurso al
crédito particular, pero garantizado por las instituciones locales,
a través de la administración o el arrendamiento de las rentas
reales y los impuestos municipales. Y tanto unas como otras eran
especialmente cuantiosas en Sevilla. El cobro del almojarifazgo
mayor o real –impuesto que gravaba el comercio de exporta-
ciones– se concentró en Sevilla desde mediados del siglo XIII,
pocos años después de la Reconquista de la ciudad, y las alca-
balas –que gravaban el comercio interior– fueron formalizadas
como renta de la Corona a partir de 1333. Estos impuestos, que
se arrendaban por ramos o productos, supusieron durante prácti-
camente todo el siglo XV entre un 55% y un 65% de los ingresos
de la Real Hacienda en el Reino de Sevilla (correspondiente al
arzobispado de Sevilla y obispado de Cádiz), lo que a su vez sig-
nificaba aproximadamente entre el 10% y el 20% de los ingresos
totales de la Corona de Castilla. Como es de suponer, la lucha
por el control de unas instituciones que recaudaban y adminis-
traban tales porcentajes de los ingresos reales hubo de ser feroz,
tanto más dada la prosperidad de los negocios y de la ciudad
donde se engendraban.
Como ha señalado Ladero, muchos miembros de linajes se-
villanos ocuparon importantes cargos hacendísticos de nombra-
miento real, como almojarifes y recaudadores. Así, la Tesorería
43
PEREZ EMBID, “Navegación y comercio”; vid. también sus otros trabajos reunidos
en Estudios de historia marítima. Sevilla: Real Academia Sevillana de Buenas
Letras, 1979.

—42—
Mayor de Andalucía fue ocupada por los Esquivel, Melgarejo,
Medina y Las Casas desde principios del siglo XIV hasta su frag-
mentación en tesorerías de ámbito más reducido en 1434. Igual-
mente, durante la misma época, el cargo de Recaudador Mayor
de las Rentas Reales de Sevilla aparece ejercido por miembros
de las familias Santillán, Peraza, Pérez Martel, Ortiz y Cataño,
quienes reinvertirían parte del capital acumulado gracias a esa
gestión de rentas públicas en sus empresas militares y coloniza-
doras en las Canarias.44
De esta forma, individuos que hasta entonces operaban en
la esfera privada de los negocios comenzaron a acaparar pues-
tos de responsabilidad en las estructuras hacendísticas públicas,
del municipio y de la Corona. Con ello se consolidó aún más
el asentamiento en la ciudad de la colonia de mercaderes y se
reforzaron sus vínculos no sólo con la Administración local,
sino también con la nobleza de la región y con la Iglesia, cuyas
operaciones financieras también solían efectuarse a través de
testaferros. Pero también con ello se inició un fenómeno de de-
legación de la gestión fiscal pública en agentes particulares que
simultáneamente operaban en la esfera privada según intereses
ajenos y, a veces, incompatibles con los de la Corona. La razón
de ello habría que buscarla en la ausencia de un grupo social
suficientemente cualificado para la gestión administrativa con el
que nutrir un cuerpo burocrático que fuese independiente de los
intereses del comercio privado.
En definitiva, el arco atlántico andaluz y las costas portuguesas
de allende el Tajo, es decir, el espacio litoral comprendido entre
Lisboa y el Estrecho de Gibraltar se configuraba como una re-
gión con una posición privilegiada por situarse en la intersección
de las rutas que conectaban el Mediterráneo y los puertos del
44
RAMÓN CARANDE, Estudios de Historia. Barcelona: Crítica, 1990, vol. II, Sevilla,
fortaleza y mercado y mercado y otros temas sevillanos, pp. 94-168. La primera
edición de este trabajo se publicó en el Anuario de Historia del Derecho Español,
vol. II (1925), pp. 233-401.- MIGUEL ÁNGEL LADERO QUESADA, La Hacienda Real
de Castilla en el siglo XV. La Laguna, Tenerife: Universidad de La Laguna, 1973;
del mismo autor, Castilla en el siglo XV. Fuentes de renta y política fiscal. Bar-
celona: Ariel, 1982; también “Los señores de Canarias en su contexto sevillano
(1403-1477)”, Anuario de Estudios Atlánticos, vol. XXIII (1977), pp. 125-164.

—43—
norte de Europa con las rutas que se abrían hacia los nuevos
espacios Atlánticos; también por acaparar la práctica totalidad
de los metales preciosos y buena parte de productos exóticos
que entraban en el mercado europeo; y, finalmente, por desarro-
llar un dinámico comercio a larga distancia donde el capitalismo
mercantil se abría paso difundiendo el empleo de instrumentos
y modelos organizativos de vanguardia, como letras de cambio,
seguros marítimos, herramientas de crédito, sociedades comer-
ciales, asociaciones consulares, etc. Este desarrollo instrumental
también tendría una vertiente puramente material, y al capitalis-
mo se unirían las carabelas, pues este tipo de navío también fue
producto de esta misma región y de esta misma época.45
Así, entre Sevilla y Lisboa, cabeceras de una región que
Chaunu denominó el más atlántico de todos los Mediterráneos
y, más allá de él, el más mediterráneo de todos los Atlánticos, se
concentraba una intensa actividad que mostraba ya unos rasgos
muy similares a los que tendría después de 1492 la configura-
ción de las estructuras comerciales que unieron Europa y Amé-
rica. Tanto es así para el caso de Sevilla que Bernal, basándose
principalmente en los estudios de Carande, Collantes de Terán y
Otte, sostiene que «Hay indicios suficientes para concluir que,
desde algo más de un siglo antes del Descubrimiento, el puerto
y el tráfico marítimo generado en Sevilla había adquirido unas
proporciones considerables [...de manera que] cada vez apare-
cen más desautorizados los argumentos que Chaunu esgrimiera
para situar la primacía de la Sevilla marítima y comercial en su
exclusiva vinculación americana y la decisión administrativa de
convertirla en sede gestora del comercio colonial».46

45
CARLO M. CIPOLLA, Cañones y velas en la primera fase de la expansión europea.
1400-1700. Barcelona: Ariel, 1967.- CARLOS GAGO-COUTINHO, A náutica dos des-
cobrimentos: os descobrimentos maritimos vistos por um navegador. Lisboa:
Agencia Geral do Ultramar, 1951-1952.
46
BERNAL, La financiación, pp. 89-94. La cita corresponde a 93.- Resulta indispensa-
ble, de PIERRE CHAUNU, Séville et l’Atlantique (1504-1650). 8 tomos en 11 vols.
Paris: Librairie Armand Colin, 1955-1959.

—44—
3. Los Reyes Católicos y el negocio del Océano
Desde la entronización de los Trastámara, el poder efectivo
de la Corona se había debilitado ante el empuje de la noble-
za, que tenía en la Andalucía litoral a los de Medinasidonia y
Medinacelli como sus máximos representantes. Ambos linajes
señoreaban todos los puertos andaluces de Castilla –a excepción
del de Sevilla– y, por tanto, controlaban los resortes políticos del
gran negocio atlántico, negocio del comercio con otros puertos
europeos y del rescate con las costas africanas y el archipiélago
de Canarias.47
Pero esta situación comenzaría a cambiar con la llegada al
trono de los Reyes Católicos. Al morir Enrique IV en 1474 y
quedar vacante el trono de Castilla, Alfonso V de Portugal pre-
tendió sin éxito respaldar los derechos de su esposa, Juana, la
Beltraneja, hija y heredera del rey difunto, frente a los de Isabel,
hermana de Enrique IV, y su marido Fernando de Aragón. La
guerra con Portugal (1474-1479) con la que se inició el reinado
de Isabel la Católica se convirtió, asimismo, en una guerra civil
en la que las diferentes facciones de la nobleza castellana apo-
yaron a una u otra pretendiente, y en la que aflorarían todas las
tensiones acumuladas entre la Corona y la nobleza de Castilla.
Desde el punto de vista militar, la guerra consistió en una serie
de encuentros por tierra, entre los cuales el más importante fue
la batalla de Toro, y un frente marítimo, con acciones de dos
tipos: protección de las costas propias y ofensiva a los puertos y
al comercio contrario, lo que llevó a Heers a definir los ataques y
represalias mutuas en la costa atlántica africana como la prime-
ra guerra colonial entre dos países europeos. Esta sería la causa
de las primeras muestras de interés de la Corona de Castilla por
la empresa atlántica, en la que Portugal le llevaba una larga ven-
taja: en 1415 el Infante Don Enrique había tomado la ciudad de
Ceuta; en 1434 los portugueses doblegaron el cabo Bojador; y
en 1455 recibieron la confirmación pontificia de sus derechos de
47
Una síntesis sobre la situación de dependencia señorial de los puertos andaluces
antes del Descubrimiento de América en FRANCISCO MORALES PADRÓN, Andalucía
y América. Madrid: Mapfre, 1992, pp. 16-19.

—45—
expansión hacia la India por la costa africana con la bula Roma-
nus Pontifex, llegando a rebasar la línea equinoccial poco antes
del comienzo de la guerra.
En esa rivalidad entre Castilla y Portugal por ensanchar en las
aguas del Atlántico sus respectivas áreas de influencia destaca
la reivindicación castellana sobre Guinea y la serie de expedi-
ciones a que dio lugar. Pero en aquel frente marítimo los Reyes
Católicos habrían de moverse por un peligroso doble filo: a la
vez que utilizaban a su favor la presencia de sus súbditos en las
aguas de exclusividad portuguesa, habían de reforzar el control
sobre sus propios súbditos, porque la reivindicación ante Portu-
gal suponía, a la vez, un refuerzo de la autoridad de la Corona
castellana ante la nobleza y su influencia sobre la empresa atlán-
tica, antes no cuestionada. Así, en agosto de 1475, Doña Isabel,
ignorando la exclusividad portuguesa, reclamaba los derechos
de Castilla sobre la costa africana, permitiendo a sus súbditos
que se dirigieran a ella siempre que contaran con licencia real.
En otras palabras, legitimar un comercio que hasta entonces se
venía practicando fuera de la legalidad, porque se entrometía en
aguas y costas que la autoridad pontificia había puesto bajo la ju-
risdicción de Portugal, lo que equivalía a arrogarse motu propio
la soberanía sobre ellas.
Para controlar este comercio, la reina Isabel ordenó que se
cobrara un nuevo impuesto, el quinto real o quinto de la mar,
justificado en la protección armada que se daba a las naves cas-
tellanas que navegaran por aquellas aguas. Ello exigía que en
los navíos de los mercaderes que acudieran a los rescates fuera
un escribano que registrara las mercancías adquiridas en la costa
africana y tasara el quinto correspondiente a la Corona. Para fis-
calizar estos ingresos se nombró a dos receptores de quintos, que
tenían su asiento en Sevilla –único puerto de realengo de toda la
Andalucía atlántica–, y se exigió a los cabildos de Jerez y Sevilla
que secuestraran los bienes de quienes navegasen sin licencia.
Casi al final de las hostilidades, en 1479, se implantó una
nueva medida que estaba llamada a hacer fortuna más tarde en
la Carrera de las Indias, el sistema de navegación en conserva,

—46—
que obligaba a los mercantes que quisieran ir a comerciar a la
Mina del Oro a incorporarse a un convoy que singlaba prote-
gido por una escolta de naves de guerra. Así, desde 1475 hasta
1479 se tienen noticias de numerosas navegaciones aisladas y
de algunas grandes expediciones organizadas por los marinos y
comerciantes de Andalucía, “las gentes de la mar y de la guerra”
de los puertos andaluces de Sevilla, la ría de onubense y la bahía
de Cádiz.
Asimismo, los Reyes Católicos se decidieron a recuperar el
control sobre una serie de puertos andaluces desde los que poder
hacer suyo el protagonismo de la empresa atlántica. Así, no sólo
fundaron la villa de Puerto Real en 1483, sino que adquirieron
por compra la jurisdicción de los puertos de Cádiz y Palos. De
esta forma, extendieron su control desde Sevilla a los puertos del
litoral atlántico andaluz donde arribaban las naves que pescaban,
saqueaban y rescataban en las costas africanas. En paralelo, en
1477 los Reyes Católicos designaron una Junta que estudiara
la situación de las Canarias y la conveniencia de adquirir los
derechos sobre las islas. Por algo más de un millón de marave-
dís se compraron tales derechos a los particulares que eran pro-
pietarios de las islas, y la Corona organizó la anexión de Gran
Canaria (1478-1483) como empresa oficial, y la de La Palma
(1492-1493) y Tenerife (1494-1496) como empresas particula-
res del adelantado Fernández de Lugo, con quien se firmaron
capitulaciones para tal fin. Las últimas conquistas serían con-
temporáneas del hecho americano y servirían como experiencia
para prolongar al Nuevo Mundo los dominios de la Corona de
Castilla.
En definitiva, las reivindicaciones diplomáticas que Isabel
hizo sobre la costa de Guinea respondían a la estrategia del en-
frentamiento bélico sucesorio. Pero, más allá del conflicto con
Portugal, zanjado con el Tratado de Alcaçovas-Toledo en 1479-
80, también eran una clara muestra de su empeño en la conso-
lidación del poder real, doblemente amenazado no sólo desde
fuera, sino sobre todo desde dentro del reino. En este sentido,
romper la exclusividad portuguesa era parte de un plan dispuesto

—47—
para recuperar de los resortes del poder de la Corona en el esce-
nario del Atlántico, afirmándose con ello sobre las grandes casas
nobiliarias.
Para ello, se haría necesario, en primer lugar, desplegar la
protección de la Corona sobre las actividades comerciales de
los particulares, desplazando a los duques andaluces del negocio
marítimo. En segundo lugar, imponer a cambio de su protección
unas rentas que gravaran esos negocios, fuente de ingresos con
que sufragar las crecientes obligaciones financieras de la Coro-
na, derivadas de la política que se suele identificar con la forma-
ción del Estado moderno. En tercer lugar, configurar en Sevilla
una incipiente estructura administrativa encargada de recaudar
los nuevos impuestos.
Esa germinal burocracia sevillana sería heredera de los al-
mojarifes, de los arrendadores de rentas reales y municipales y
de los banqueros que venían gestionando en Sevilla el oro que
llegaba con las parias de Granada y los impuestos que gravaban
el comercio internacional. Al mismo tiempo, sería antecesora
de las instituciones fiscales que pronto se generarían en Sevilla
con la designación, en 1493, del arcediano de su catedral, Juan
Rodríguez de Fonseca, como gran organizador de la segunda
expedición colombina y con la creación, en 1503, de la Casa de
la Contratación.48

48
Sobre todo ello, vid. FLORENTINO PEREZ EMBID, Los descubrimientos en el Atlántico y
la rivalidad castellano-portuguesa hasta el tratado de Tordesillas. Sevilla: Escue-
la de Estudios Hispano-Americanos, 1948.- ANTONIO MURO OREJÓN, “La villa de
Puerto Real, fundación de los Reyes Católicos”, Anuario de Historia del Derecho
Español, vol. XX (1950), pp. 746-757.- JUAN MANZANO, Cristóbal Colón. Siete
años decisivos de su vida: 1485-1492. Madrid: Cultura Hispánica, 1964, p. 340 y
ss.- VICENTA CORTÉS ALONSO, “Algunos viajes de las gentes de Huelva al Atlántico
(1470-1488)”, Anuario de Estudios Americanos, vol. XXV (1968), pp. 565-574.-
ANTONIO RUMEU DE ARMAS, “Las pesquerías españolas en las costas de Africa”,
Anuario de Estudios Atlánticos, vol. XXIII (1977), pp. 349-372; del mismo autor,
España en el África atlántica. 2 vols. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insu-
lar de Gran Canaria, 1996.

—48—
CAPÍTULO III

DEL ORO SE HACE TESORO:


EL NEGOCIO AMERICANO EN
LA PRIMERA DÉCADA DE LA COLONIZACIÓN
El oro es excelentísimo. Del oro se hace tesoro y, con él, quien
lo tiene hace cuanto quiere en el mundo. Y llega a que echa las
ánimas al paraíso.
CRISTÓBAL COLÓN, Relación del cuarto viaje (Isla de Jamaica, 7
de julio de 1503).

S
IN dinero no se pueden dotar los medios necesarios para
reducir a los súbditos a la vida en policía. Tampoco hay
ejército con que extender el dominio político más allá de
las fronteras propias, ni diplomacia con que asegurar tratados y
alianzas dinásticas que garanticen la paz con los vecinos. Los
Reyes Católicos necesitaban, pues, dinero, y en grandes sumas.
Pero el Tratado de Alcaçovas-Toledo (1479-80) había cerrado a
Castilla la navegación por el Atlántico más allá de las islas Ca-
narias y le impedía acceder a las costas de Guinea, que quedaban
reservadas para el rey de Portugal.
La llegada de Colón a la corte de los Reyes Católicos en 1485
planteó una solución alternativa: navegar a Oriente por la ruta
de Occidente. El proyecto del genovés ofrecía la posibilidad de
llegar directamente, sin necesidad de bordear África ni de in-
cumplir lo acordado con Portugal, a las ricas tierras del Catay
y del Cipango, descritas en los relatos de Marco Polo, Piano di
Carpine, Guillermo de Rubrouck y Jean de Mandeville, donde

—49—
se suponía que corría el oro a raudales y abundaba el trato de las
especias.49
Las necesidades financieras de la Corona coincidían, por tan-
to, con lo que prometía Colón con tenacidad, el oro al que men-
cionaría en 68 pasajes del Diario de su primera navegación. A
pesar de ello, la aceptación del proyecto colombino se demoró
siete años por causa de la Guerra de Granada, en la que Castilla
degollaba a su particular gallina de los huevos de oro. Finalmen-
te, los Reyes Católicos firmaron en Santa Fe unas capitulaciones
que reconocían a Colón amplios privilegios económicos y po-
líticos sobre las tierras por descubrir. No obstante, para evitar
riesgos innecesarios, eludieron asumir la financiación de la flota
descubridora.50
Al regreso del primer viaje colombino pareció confirmado
que era posible establecer una ruta marítima y directa entre Eu-
ropa y Asia. Los Reyes Católicos solicitaron al Papa que dic-
tara unas bulas que respaldaran los derechos castellanos sobre
las tierras descubiertas, como antes había hecho la Santa Sede
con la Corona lusitana, y se iniciaron las negociaciones con Por-
tugal para delimitar las áreas de influencia de cada uno de los
dos reinos, que terminarían con la firma del Tratado de Tordesi-
llas, en 1494. Los reyes se habían decidido a convertirse en lo
que Bernal ha definido como «armador y promotor empresarial
exclusivo».51
49
Entre la extensa bibliografía colombinista, puede citarse, como punto de partida,
ANTONIO BALLESTEROS BERETTA, Cristóbal Colón y el descubrimiento de América.
Barcelona: Salvat, 1945.- También, EMILIANO JOS, El plan y la génesis del des-
cubrimiento colombino. Valladolid: Publicaciones de la Casa Museo de Colón y
Seminario Americanista de la Universidad, 1979-1980, en especial, las pp. 33-50.
50
Sobre la obsesión de Colón oro por el oro, PIERRE VILAR, Oro y moneda en la His-
toria. Barcelona: Ariel, 1969, pp. 83-88.- El Diario del primer viaje puede con-
sultarse en la edición de CONSUELO VARELA y JUAN GIL: Cristóbal Colón, Textos
y documentos completos. Madrid: Alianza Universidad, 1992, pp. 95-218.- So-
bre los pasos seguidos por el genovés durante su estancia en Castilla, vid. JUAN
MANZANO, Cristóbal Colón. Siete años decisivos de su vida: 1485-1492. Madrid:
Cultura Hispánica, 1964.- Las Capitulaciones acordadas entre los Reyes Católicos
y Cristóbal Colón (Capitulaciones de Santa Fe), de 17 de abril de 1492, pueden
consultarse en un testimonio autorizado realizado en La Isabela, en La Española,
el 16 de diciembre de 1495. Archivo General de Indias. Patronato, 295, N. 2.
51
Sobre las bulas alejandrinas y el Tratado de Tordesillas, vid. de MANUEL GIMÉNEZ
FERNÁNDEZ, Nuevas consideraciones sobre la historia, sentido y valor de las bu-

—50—
Para ello se formó una sociedad monopolística entre la Coro-
na y el Almirante, este último respaldado económicamente por
su socio el florentino Juanoto Berardi, representante en Sevilla
de los intereses mercantiles y financieros de los Medici. Esta
sociedad gestionaría el comercio con aquellas Indias median-
te el establecimiento de una factoría comercial, proyecto en el
que confluían la tradición mercantil mediterránea y el modelo de
los establecimientos portugueses en las costas africanas. Ambos
elementos conformaban las únicas referencias de Colón para di-
señar un modelo de explotación colonial, y eran también las úni-
cas referencias de los Reyes Católicos, quienes apenas contaban
como experiencia alternativa con los inmediatos precedentes de
la anexión de las Canarias.52

1. La factoría colombina
La creación de una factoría requería una escasa inversión y
contar tan sólo con un puerto natural, unos almacenes y un re-
ducido grupo de empleados más o menos cualificados para ges-
tionar la recepción de las mercancías que debían ser intercam-
biadas con los nativos en los rescates y el envío del oro obtenido
por ese procedimiento. Su dirección quedaba asignada a Colón,
también nombrado virrey y gobernador, pero su fiscalización de-
bía corresponder a unos funcionarios que actuaran in situ como
representantes de la Corona.
De hecho, como señala Sánchez Bella, ya en la Instrucción
dada a Colón para su segundo viaje se regulaba la manera de
distribuir el oro que se obtenía en los rescates y la forma en que

las alejandrinas de 1493 referentes a las Indias. Sevilla: Escuela de Estudios


Hispano-Americanos, 1944; y Algo más sobre las Bulas Alejandrinas de 1493
referentes a las Indias, editado dos años después del anterior.- ANTONIO RUMEU DE
ARMAS, El Tratado de Tordesillas. Madrid: Mapfre, 1992.- ANTONIO M. BERNAL,
“La Casa de la Contratación de las Indias: del monopolio a la negociación mer-
cantil privada”, en ANTONIO ACOSTA, ADOLFO GONZÁLEZ y ENRIQUETA VILA, La Casa
de la Contratación y la navegación entre España y las Indias. Sevilla: Universi-
dad de Sevilla-CSIC-Fundación El Monte, 2003, p. 139.
52
Sobre el respaldo financiero del Almirante, CONSUELO VARELA, Colón y los florenti-
nos. Madrid: Alianza Editorial, 1988.

—51—
éstos debían llevarse a cabo. Éstos se harían siempre en presen-
cia del Almirante, el tesorero real y un teniente de la Contaduría
Mayor de Castilla, institución que centralizaba toda la organiza-
ción financiera del reino. A estos oficiales se les ordenaba asen-
tar en sendos libros el oro de los rescates y las mercaderías que
entraran en su poder, dándoles autoridad para confiscar todos
los cargamentos que llegaran fuera de registro. El teniente de
la Contaduría debía vigilar atentamente la labor del tesorero y
ambos habían de mantener un estrecho contacto con la adminis-
tración central a través del contador que quedaba en Cádiz, en-
viando relación detallada de las cuentas registradas en sus libros
de ingresos y gastos.
Así, con esta norma se nombraban los primeros funcionarios
de la Hacienda de Indias, y se establecían con ellos las prime-
ras instituciones castellanas con jurisdicción exclusiva y espe-
cíficamente americana, instituciones con una función predomi-
nantemente contable y con un carácter inequívocamente fiscal,
creadas para regular el reparto de los beneficios de la sociedad
monopolística formada por Colón y la Corona. Igualmente, en
la citada instrucción dada al Almirante y en las que se dieron al
tesorero y al teniente de los contadores mayores de Castilla se
fijaban ya algunos de los rasgos característicos que definirán la
organización de la Real Hacienda indiana durante todo el perio-
do colonial. En primer lugar, la administración fiscal colonial
aparecía sometida y controlada por organismos peninsulares; en
segundo lugar, se le imprimía un funcionamiento colegiado, que
exigía la actuación y responsabilidad solidaria de sus oficiales
como típico mecanismo de control de la corrupción.53
53
ISMAEL SÁNCHEZ BELLA, La organización financiera de las Indias. Siglo XVI. Sevilla:
Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1968, pp. 9-11, donde se cita abun-
dante documentación relativa a estas primeras medidas organizativas, como la
«Instrucción del rey e de la reina, nuestros señores, para don Cristóbal Colón,
almirante [...] ansí en su partida e del armada que lleva, como en su camino e
después que allá sea llegado», dada en Barcelona, el 29 de mayo de 1493, que
puede encontrarse, entre las demás mencionadas, en la Colección de documentos
inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas po-
sesiones españolas de América y Oceanía. 42 vols. Madrid: publicada por JOAQUÍN
F. PACHECO, FRANCISCO DE CÁRDENAS, LUIS TORRES, 1864-1884, vol. XXX, pp.
145-157.

—52—
Pero la realidad del futuro asentamiento español en las In-
dias desbordaría ampliamente los límites de lo previsto en las
capitulaciones santafesinas, en parte, por la propia manera en
que fue organizada la segunda expedición colombina. Ésta fue
dispuesta en Sevilla entre Berardi, apoderado de Colón, y el ar-
cediano Juan Rodríguez de Fonseca, representante de los Reyes
Católicos, una vez que éstos recibieron las bulas dictadas por el
Papa Alejandro VI para legitimar la titularidad castellana sobre
las tierras descubiertas. Aquellas bulas alejandrinas llegaron con
plena oportunidad, pero imponían como condición la evangeli-
zación de los naturales y el envío de misioneros, algo que no en-
cajaba en el modelo de explotación que Colón pretendía aplicar.
Cuando al fin partió de Cádiz, en septiembre de 1493, la
armada estaba compuesta por diecisiete naves y alrededor de
1.500 pasajeros y tripulantes, contingente humano demasiado
numeroso para organizarse según el modelo de factoría y, ade-
más, socialmente demasiado heterogéneo para asumir en bloque
el papel de meros asalariados a las órdenes de Colón, que era
visto como un extranjero advenedizo y cuyos privilegios econó-
micos fueron muy pronto cuestionados.
El establecimiento castellano en La Española adquiría desde
su fundación el carácter de una colonia de poblamiento, no el de
un establecimiento dedicado en exclusiva al rescate de mercan-
cías. Ello supuso una alteración ex origine del proyecto colom-
bino que determinó la quiebra de la factoría casi antes de que
empezara a funcionar, al tiempo que las posibilidades de comer-
ciar que ofrecían las sociedades indígenas con las que entraron
en contacto resultaron ser enormemente decepcionantes. A di-
ferencia de lo que habían encontrado los portugueses en buena
parte del litoral africano y de lo que encontrarían en la India
(sociedades que contaban con instituciones complejas y econo-
mías evolucionadas, urbanas y monetizadas), en las Antillas no
había ni ciudades, ni mercaderes con lo que contratar, ni apenas
mercancías producidas por los indígenas con las que negociar de
forma ventajosa. No había especias y el oro encontrado era es-
caso y no satisfacía, ni de cerca, las expectativas de los colonos.

—53—
Éstos no se contentaban con permanecer como empleados de la
factoría, sino que reclamaban libertad para conquistar y coloni-
zar nuevas tierras y pretendían convertirse en señores de vasa-
llos, formas de progresión social propias de la tradición castella-
na medieval que tampoco eran compatibles con el proyecto de
factorías comerciales.
Como buen comerciante, Colón intentó encontrar alternati-
vas y, por algún tiempo, creyó encontrarlas en la exportación de
tintes vegetales –muy demandados por la manufactura textil eu-
ropea– y, sobre todo, en la esclavización de los indígenas. Pero
la concesión alejandrina obligaba a evangelizarlos y, además,
fueron declarados paganos, no infieles, y súbitos de los Reyes
Católicos. No se les podía reducir a esclavitud si no mediaba un
expreso rechazo de la doctrina o causa de guerra justa, cosa que
los frailes se encargarían de vigilar como primera garantía del
buen trato dado a los indígenas. Entonces, el Almirante decidió
imponer el pago de un tributo a los indios, como súbditos de la
Corona que eran, obligación que había de se abonada en oro,
en algodón y en trabajo agrícola, esto último para compensar la
dependencia alimentaria de la colonia con respecto al abasteci-
miento desde Castilla.
Pero los indios no sólo no colaboraban en la implantación
de los cultivos europeos, sino que incluso quemaban sus pro-
pios plantíos para ahuyentar a los españoles. Además, con los
tributos recaudados sólo se consiguió reunir una cantidad insig-
nificante de oro, unos doscientos pesos, poco más o menos, que
sumaron a los 30.000 ducados que se habían obtenido en los
primeros recates y a lo poco que se consiguió sacar con el lavado
de las arenas de algunos ríos de La Española. El total quedaba
muy por debajo de lo que se había esperado cuando se decidió el
emplazamiento de la primera fundación española en las Indias,
la ciudad de La Isabela, en función de su cercanía al Cibao, don-
de se suponía que se hallaban los fabulosos veneros de oro que
Colón no dejaba de buscar ansiosamente.
En virtud de estos fracasos, parecía aconsejable que los
Reyes Católicos comenzaran a recortar los privilegios que le

—54—
habían concedido a Colón en Santa Fe, entre otros motivos, por-
que “los privilegios colombinos (monopolio, décimas, ochavas,
etc.) chocaban de plano con la organización que la Corona cas-
tellana proyectaba”, como señala Consuelo Varela.54 También
se imponía reformular el modelo de explotación de la riqueza
indiana y de gestión del comercio con la colonia. Para lo pri-
mero, decidieron enviar “a persona principal de recaudo para
que en ausencia del Almirante provea todo lo de allá y aun en su
presencia remedie las cosas que conviniere remediarse”, de lo
que derivó en 1495 el nombramiento del juez pesquisidor Juan
Aguado. Para lo segundo, buscaron consejo no sólo en Fonse-
ca, sino también en Berardi, que representaba a la perfección la
dilatada experiencia mercantil de los extranjeros asentados en
Sevilla.
Berardi contestó al requerimiento enviando un memorial, en
la primavera de 1494, que contribuyó a desmantelar los privile-
gios de Colón y que, al mismo tiempo, aportaba una solución al
problema de la rentabilidad económica de las tierras descubier-
tas. Según expone Bernal,

en su escrito, el florentino trata de las formas en que se habría


de proseguir la ocupación y explotación de las tierras recién descu-
biertas: no hay dudas para él de que sólo podrá hacerse de manera
eficiente, y al menor coste posible para el erario, a través de la par-
ticipación privada. Si se da libertad y franqueza a la gente que está
–o que vaya– a la Española, dice, en vez de enviar gente ganando
sueldo de la Corona, creo que se poblará mucho e se descubrirán
las otras (islas) y el interés del beneficio privado –puro capitalis-
mo– hará el resto pues con la codicia que se les pueda seguir V.A.

54
CONSUELO VARELA, “Colón y la Casa de la Contratación”, en ANTONIO ACOSTA, ADOL-
FO GONZÁLEZ y ENRIQUETA VILA, La Casa de la Contratación y la navegación entre
España y las Indias. Sevilla: Universidad de Sevilla-CSIC-Fundación El Monte,
2003, p. 223.- Ello daría lugar al largo contencioso jurídico entablado por el Al-
mirante y sus descendientes contra la Corona. Las principales piezas jurídicas
de los autos se encuentran en el Archivo General de Indias (Sevilla), sección de
Patronato, legajos 8 al 13, y en Justicia, 987. Hasta el presente, parte de la docu-
mentación ha sido publicada en Pleitos Colombinos. Sevilla: Escuela de Estudios
Hispano-Americanos, 1964-1989. Sobre los pleitos colombinos y la extinción de
los privilegios concedidos a Colón, vid. CONSUELO VARELA, La caída de Cristóbal
Colón: El juicio de Bobadilla. Madrid: Marcial Pons, 2006.

—55—
recibirá servicio. Los que allá fueren, continúa, conocerán lo que
allí hace falta y lo llevarán a cambio de lo que allí encontraren los
que habitan, se iniciará el trato y comercio, y los Reyes no tendrán
necesidad de enviar mantenimientos, pues ya se encargarán de ello
los mercaderes por su cuenta y negocio y así los descubrimientos
se harían sin coste alguno para la Real Hacienda.55

En consecuencia, los Reyes dictaron la Real provisión de 10


de abril de 1495, que suponía en la práctica una total anulación
de las funciones y privilegios económicos del Almirante: abría
paso a la emigración; autorizaba los viajes de descubrimiento y
rescate a otros navegantes y la exportación de mercancías a las
Indias y su venta a precio libre de mercado a cambio del pago
de la décima parte a la Real Hacienda; y sustituía la condición
de asalariados de los colonos por la de pobladores, les otorgaba
la propiedad de casas y campos de labranza, y permitía rescatar
por cuenta propia y conservar un tercio del oro que obtuvieran,
a cambio del diezmo para la Real Hacienda.
En vista de la situación, Colón regresó a Castilla y consiguió
persuadir a los Reyes, que en 1497 confirmaron al Almirante en
todos sus privilegios y suspendieron las medidas tomadas para
anularlos. Pero los derechos de exclusividad de Colón impedían
garantizar la supervivencia de la colonia y encontrar una modelo
económicamente viable de explotación las tierras que él mismo
había hallado, además de suponer un freno al proceso de descu-
brimiento. Entretanto, los portugueses avanzaban hacia la India:
en el verano de 1497 partía la armada de Vasco de Gama, que
lograba alcanzar Calicut en la primavera de 1498 y regresaba a
Portugal en el verano de 1499.
Pero lo realmente decisivo para determinar la caída de Co-
lón fue que su autoridad política se desmoronaba mientras la
colonia de la isla de La Española tenía grandes problemas para
abastecerse y en ella reinaba la anarquía. Sería este fracaso de
Colón como virrey y gobernador de las Indias lo que dio jus-
tificación a los Reyes Católicos para suprimir definitivamente
de sus privilegios económicos, abrir el negocio a la iniciativa
55
BERNAL, “La Casa de la Contratación de las Indias”, p. 141.

—56—
privada como agente dinamizador del comercio con las Indias,
tal y como había sugerido Berardi cinco años antes, y renunciar
a la explotación directa de la riqueza americana a través de un
modelo de compañía monopolística.
Para ello era necesario restablecer las medidas que habían
sido tomadas en 1495 y luego suspendidas en 1497, es decir,
restablecer el sistema de licencias abiertas para los viajes de des-
cubrimiento y rescate. Así se hizo finalmente en la primavera de
1499, cuando ya “andaban muchos ávidos y codiciosos de ir a
descubrir el ovillo por el hilo que les puso en las manos el Almi-
rante”, como escribió Bartolomé de las Casas.56

2. La negociación privada como fundamento del comercio con


las Indias
La primera capitulación se firmó con Alonso de Ojeda y con
Juan de la Cosa y a ella siguieron otras que dieron lugar a una se-
rie de expediciones que Navarrete calificó impropiamente como
“viajes menores”, luego nombrados como “viajes andaluces” o,
en un sentido más amplio, como “viajes de descubrimiento y
rescate”.57
De esas primeras navegaciones, se conserva como muestra
la capitulación otorgada a Vicente Yáñez Pinzón para «ir por el
mar Oceáno a descubrir islas e tierras firmes», con la excepción
de las halladas por Colón o las pertenecientes a Portugal según
56
Sobre todos los temas tratados, vid. BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, Historia de las In-
dias. Transcripción del texto autógrafo por MIGUEL ÁNGEL MEDINA; fijación de
las fuentes bibliográficas por JESÚS ÁNGEL BARREDA; estudio preliminar y análisis
crítico por ISACIO PÉREZ FERNÁNDEZ. Madrid: Alianza, 1994. La cita corresponde
al cap. CXL.- CHARLES VERLINDEN y FLORENTINO PÉREZ EMBID, Cristóbal Colón y
el Descubrimiento de América. Madrid: Rialp, 1967.- Y, sobre todo, JUAN PÉREZ
DE TUDELA Y BUESO, “La quiebra de la factoría y el nuevo poblamiento de La Es-
pañola”, Revista de Indias, vol. XV, nº 60 (1955), pp. 179-252.- DEMETRIO RAMOS
PÉREZ, Audacia, negocios y política en los viajes españoles de descubrimiento y
rescate. Valladolid: Casa-Museo de Colón-Universidad de Valladolid-Seminario
Americanista, 1981.- También, el ya citado trabajo de BERNAL, “La Casa de la
Contratación de las Indias”, pp. 129-160.
57
MARTÍN FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Colección de los viajes y descubrimientos que
hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV. 5 vols. Madrid: Imprenta
Real,1825-1837; el vol. II, lleva por título de Viajes Menores.

—57—
lo acordado en el Tratado de Tordesillas. En ella se nombraba a
Pinzón capitán de la armada con jurisdicción civil y criminal y
se establecían los puertos de partida, destino y regreso de la na-
vegación. Se expresaba que los gastos de la empresa correrían a
cargo de Pinzón o de sus socios capitalistas, que quedaban libres
de abonar impuestos tanto por las mercancías que cargasen para
comerciar, como por las que descargasen a su vuelta. Se le auto-
rizaba para rescatar todo tipo de artículos, a excepción del palo
de brasil, arbusto del que se obtenía un tinte que quedaba consi-
derado como estanco real. A cambio de todas estas libertades y
franquezas la Corona se reservaba el quinto de las ganancias de
la expedición y para su fiscalización viajaría un funcionario real
en cada navío.58
Este mismo sistema de capitulaciones se consolidaría en los
años siguientes como la fórmula establecida por la Corona para
organizar el proceso de descubrimiento, conquista y población
de las nuevas tierras, dejando total iniciativa y responsabilidad
en la financiación a los particulares, a los que otorgaba a cambio
una serie de privilegios y exenciones fiscales que compensaran
la inversión de la empresa. Mediante el sistema de exploración
basado en las capitulaciones la Corona también estaba perfec-
cionando los mecanismos de control fiscal del tráfico, generali-
zando tanto el registro de las naves en el despacho y arribo como
la presencia de contadores de armada, que una vez desembar-
cados solían desempeñar también la función de perceptores del
quinto real en los territorios descubiertos en estos nuevos viajes.
Si la expedición concluía con éxito, el receptor de la capi-
tulación podía ser nombrado por el rey capitán, alcalde mayor
o gobernador del territorio ganado y se le daba la potestad de
fundar villas y ciudades. Éste debía encargarse en adelante de
la defensa del territorio ganado en nombre de la Corona y asu-
mir los costos de la evangelización de los indígenas, que se le
encomendaban a cambio de recibir el tributo que debían al rey.
58
Encontrada por el profesor ANTONIO MURO OREJÓN en el Archivo de Protocolos de
Sevilla. Vid. de este autor, “La primera Capitulación con Vicente Yánez Pinzón
para descubrir en las Indias, Anuario de Estudios Americanos, IV, 1947, pp. 741-
756. RAMOS PÉREZ, Audacia, negocios y política, pp. 429-431.

—58—
Asimismo, debía entregar la quinta parte del valor de lo obteni-
do en concepto de botín de guerra y explotación futura del terri-
torio. Si la expedición resultaba un fracaso, el particular podía
arruinarse, pero la Corona, en cambio, no perdía nada; simple-
mente, dejaba de ganar un territorio que incorporar a su blasón
y los beneficios fiscales que obtendría de él. El único riesgo era
un lucro cesante.59
Este modelo basado en la iniciativa privada resultaba abso-
lutamente contradictorio con la política que seguían los Reyes
Católicos en la Península. Si en la metrópoli Isabel y Fernando
pretendían eliminar la jurisdicción feudal de acuerdo a su plan-
teamiento de unificación territorial y fortalecimiento del poder
real, en las colonias abrían la puerta para que los conquistado-
res-encomenderos instaurasen una sociedad de tipo señorial, que
a la larga podía traer graves y numerosas complicaciones. En
primer lugar, porque relajaba sensiblemente el control efectivo
que la Corona podría ejercer sobre los territorios que ganaban en
su nombre los particulares. En segundo lugar, porque condicio-
nó sensiblemente las relaciones con sus súbditos americanos al
darles un poderoso argumento en la reivindicación del poder lo-
cal y de los beneficios de la explotación económica de las Indias.
Sin embargo, a corto plazo, este sistema también ofrecía gran-
des ventajas a la Corona, porque supuso la gratuidad del proceso
militar de descubrimiento y conquista y la eliminación completa
de los riesgos financieros que habría entrañado para ella, ganan-
do a cambio la titularidad de todos los territorios incorporados y
la quinta parte de los tesoros ganados en botín. De hecho, como
señaló Carande, los gastos e inversiones hechos en Indias por
la Hacienda Real castellana durante los reinados de los Reyes
Católicos y Carlos I fueron insignificantes, algo que de lo que ya
se quejaba Gonzalo Fernández de Oviedo al expresar que «casi
nunca sus majestades ponen su hacienda y dinero en estos nue-
vos descubrimientos, excepto papel y buenas palabras».60
59
RAMOS PÉREZ, Audacia, negocios y política; del mismo autor Determinantes forma-
tivos de la “hueste” indiana y su origen modélico. Santiago de Chile: Editorial
Jurídica de Chile, 1965, pp. 15-41.
60
GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia general y natural de las Indias. México:

—59—
A más corto plazo, la libertad dada a los particulares para
navegar a las Indias también liberó a la Corona de la responsa-
bilidad de abastecer de alimentos a los colonos de La Española,
porque si unos iban a descubrir nuevas islas y tierras firmes,
otros fueron, sencillamente, a comerciar con las islas y tierras ya
descubiertas. De esta forma, las demandas del incipiente mer-
cado americano comenzaron a ser satisfechas por el comercio
particular, como había pronosticado Berardi. Con ello, se ge-
neraba en Castilla un negocio con el que la iniciativa privada
podía lucrarse, lo que garantizaba la permanencia de la colonia
española en las Antillas.
Así, por un lado, la Corona renunciaba a la explotación di-
recta de las riquezas de las Indias y se contentaba con percibir
unos ingresos procedentes de la imposición fiscal sobre las ac-
tividades económicas de los particulares. Como indica Bernal
este el protagonismo cedido a la iniciativa privada en el tráfi-
co ultramarino viene a ser el rasgo más original y característico
del colonialismo castellano en relación al resto de colonialis-
mos europeos de la Edad Moderna y marca la diferencia con el
precedente portugués, «donde las expediciones y negociaciones
marítimas se hicieron a costa de las inversiones patrimoniales de
la Corona».61
Por otro, Sevilla consolidaría definitivamente su función
como capital del negocio atlántico y de la maquinaria fiscal dis-
puesta para fiscalizarlo. No es extraño que los personajes que
más influyeron en estas decisiones fuesen, precisamente, miem-
bros de la élite mercantil sevillana, estrechamente ligada al ca-
pital extranjero. En realidad, era este grupo el que venía contro-
lando todos los negocios marítimos castellanos desde mediados
del siglo XII y el que disponía de la experiencia y capacidad para
acaparar la mayor parte de los beneficios del negocio indiano.

Centro de Estudios de Historia de México-Condumex, 1979, lib. 35, cap. IV.


61
BERNAL, “La Casa de la Contratación”, p. 140.

—60—
3. La Casa de la Contratación de las Indias
Durante aproximadamente una década se prolongó esa pri-
mera etapa de tanteos y ensayos que contribuyeron a ir definien-
do el modelo de gobierno y explotación económica de las In-
dias. En La Española concluyó con el envío del juez pesquisidor
Francisco de Bobadilla, que apresó a Colón en 1500 y lo condu-
jo a Castilla cargado de grilletes. Poco tiempo después, en 1502,
llegaría a la isla de Nicolás de Ovando, que arribó con poderes
de gobernador general y al mando de una escuadra compuesta
por 32 naves y 2.500 personas.
En la metrópoli se abriría también un nuevo capítulo con pro-
mulgación de las llamadas Ordenanzas de Alcalá de Henares,
dadas por una real provisión de los Reyes Católicos, de 20 de
enero de 1503, que establecía la creación en Sevilla de la Casa
de la Contratación de las Indias. Hasta entonces, toda la direc-
ción de los asuntos indianos había sido confiada a Juan Rodrí-
guez Fonseca. Pero, como escribe el profesor Serrera,

se hizo ya notoria la imposibilidad de que un solo hombre tu-


viese la responsabilidad de la complejidad del creciente tráfico con
las Indias. Había que pasar del gobierno unipersonal a la institu-
ción colegiada. Y pronto la Corona dio el paso. Con la creación de
la Casa, Rodríguez de Fonseca perdió la inmediata superintenden-
cia de los asuntos mercantiles, pero continuó siendo prácticamente
el ministro de las colonias, en expresión de Haring, hasta la crea-
ción del Consejo de Indias en 1524.62

Por otra parte, la elección de Sevilla como emplazamiento


de la Casa no hacía más que confirmar su ya clara capitalidad
frente al resto de puertos andaluces. De hecho, «deslizada de
Huelva a Cádiz toda la organización de los primeros viajes, se
produjo, ya a partir de 1503 y probablemente antes, un segundo
deslizamiento de Cádiz a Sevilla, en el que intervinieron como
elemento dominante las necesidades de burocratización de la
62
RAMÓN Mª SERRERA CONTRERAS, “La Casa de la Contratación en Sevilla (1503-
1717)”, en España y América. Un océano de negocios. Quinto Centenario de la
Casa de la Contración (1503-2003). Madrid: Sociedad Estatal de Conmemoracio-
nes Culturales, 2003, pp. 47-64.

—61—
aventura sobre las ventajas estrictamente marítimas». Así, las
necesidades administrativas, empresariales y financieras justifi-
caban plenamente la decisión real que convirtió a Sevilla, duran-
te dos siglos, en Puerto y Puerta de las Indias. 63
Pero, más allá de esto, fueron las intervenciones de destaca-
dos miembros de la colonia de comerciantes extranjeros afin-
cados en el puerto de Sevilla –como ya había sido el caso de
Berardi– «las que terminan por inclinar la balanza de la negocia-
ción y explotación colonial a favor de los agentes económicos
privados».64 Algunas de las claves de este proceso las aporta un
memorial anónimo y sin fecha, titulado “Lo que parece se debe
proveer para poner en orden el negocio y contratación de las
Indias es lo siguiente”. Fue encontrado en la década de 1920 en
el Archivo General de Simancas por Ernesto Schäfer, quien dató
su redacción en 1502 y atribuyó su autoría a Francisco Pinelo,
miembro de una de las más destacadas familias sevillanas de
origen genovés y tesorero en la organización del segundo via-
je colombino. Las semejanzas entre este memorial las primeras
Ordenanzas de la Casa son numerosas y determinantes. Se pre-
vé ya la estructura burocrática básica que tendrá la Casa de la
Contratación y se definen algunas de sus principales funciones.
Entre ellas, aparecen el registro de las mercancías, la instrucción
de las tripulaciones, el aparejo de las naves y la erección de una
oficina comercial paralela en La Española, así como el estableci-
miento de una comunicación regular con los oficiales de la Real
Hacienda indiana.65
63
ANTONIO GARCÍA BAQUERO, Cádiz y el Atlántico: 1717-1778. El comercio colonial
español bajo el monopolio gaditano. Cádiz: Diputación Provincial, 1988, pp. 141-
142.- También, RAMÓN Mª SERRERA CONTRERAS, “El Golfo de Cádiz como espacio
geográfico para el descubrimiento del Nuevo Mundo”, en Cádiz en su Historia. III
Jornadas de Historia de Cádiz. Cádiz: Caja de Ahorros de Cádiz, 1984, pp. 47-74.
64
BERNAL, “La casa de la Contratación”, pp. 140-141.
65
CARANDE lo atribuyó a Jimeno de Briviesca o a Juan de Soria.- BERNAL cree que no
es de Pinelo, porque pretende ubicar la casa en las atarazanas y, posteriormente,
Pinelo y Matienzo propusieron trasladarla al Alcázar. Vid. ERNESTO SCHÄFER, El
Consejo Real y Supremo de las Indias. 2 vols., Salamanca: Marcial Pons-Junta de
Castilla y León, 2003, vol. I, pp. 31-32.- En cualquier caso, el establecimiento de
una institución de este tipo no debía ser nada novedoso si, desde 1495, según se-
ñala CONSUELO VARELA, ya «existía en Sevilla una suerte de oficina desde donde se
dirigían, ordenaban y contabilizaban los viajes de descubrimiento que los castella-

—62—
El proyecto parecía inspirarse formalmente en las institucio-
nes que Portugal había establecido para gestionar el comercio
con sus feitorías en África y la India: la Casa da Mina e tratos
de Guiné y la Casa da India, refundadas como Casa da Guiné
e India. Pero, en realidad, como aclara Bernal, «la posible rela-
ción de filiación institucional entre el modelo castellano y por-
tugués es más aparente que real y no va mucho más allá de cir-
cunstanciales coincidencias puramente formales y nominales».
Ciertamente, existían diferencias esenciales entre el modelo
portugués de monopolio regio –definido, incluso, como capita-
lismo de Estado– y el modelo castellano, basado en la iniciati-
va particular. De hecho, «las prácticas colonizadoras de Castilla
y Portugal nada tuvieron de concomitantes ni en sus orígenes,
ni en sus fundamentos, ni en sus instrumentos ni en su desa-
rrollo y, en consecuencia, los organismos responsables de ellas
fueron jurídica e institucionalmente distintos en sus cometidos
y responsabilidades».66 Por eso, la Casa sevillana se creó para
ejercer unas funciones bien distintas de las que cumplían las
nos llevaban a cabo en aquellos años; primero hacia las Canarias y, más tarde, al
Nuevo Mundo». CONSUELO VARELA, “Colón y la Casa de la Contratación”, p. 221.
66 BERNAL, “La Casa de la Contratación”, p. 135. Cosa bien distinta es que la Casa de
la Contratación no resultara una institución original. Como señala BERNAL, «el es-
tablecimiento de casas de contratación en el mundo mediterráneo del Levante era
un hecho usual practicado por las naciones o grupos de mercantiles [... Durante el
siglo XV] algunas de esas casas de contratación evolucionan hacia formas propias
de organizaciones monopolísticas bajo control de un lobby mercantil en conni-
vencia con el Estado. Fueron los portugueses, adelantados de las exploraciones
europeas, los que adecuaron la vieja institución medieval característica del mundo
mediterráneo y hanseático a las nuevas condiciones derivadas de su expansión
mercantil en puntos de la costa del Atlántico africano y del Índico. La casa de
contratación, entidad ordinaria en la negociación del comercio a larga distancia en
el medioevo, en manos de los portugueses adquiría el perfil singular de una insti-
tución pública bajo control y al servicio del Estado». BERNAL, “La casa...”, p. 134.
En este sentido, no es extraño que la Corona de Castilla creara más casas de con-
tratación además de la que en Sevilla gestionó el comercio americano. Así, con la
de Sevilla se creó otra paralela en Santo Domingo; en 1511 se proyectó establecer
otra en la costa de Vizcaya a raíz del asiento hecho por la Corona con Juan de
Agramante para la explotación de Terranova; en 1513, se ordena establecer otra
en Santa María de la Antigua del Darién, en Castilla del Oro; finalmente, se crea
en 1519 otra en La Coruña con motivo de la expedición de Magallanes en busca
de la Especiería. ISTVAN LEÓN-BORJA, “La Casa de la Contratación de Sevilla y sus
hermanas indianas”, en ANTONIO ACOSTA, ADOLFO GONZÁLEZ y ENRIQUETA VILA,
La Casa de la Contratación y la navegación entre España y América. Sevilla:
Universidad-CSIC-Fundación El Monte, 2003, pp. 101-128.

—63—
Casas de Lisboa y se desempeñaría –precisa Serrera– «única-
mente como un organismo de control y no como una organiza-
ción dedicada a practicar directamente el comercio».67
Esas funciones quedaban claramente detalladas en el texto de
las Ordenanzas de Alcalá, que establecían «que en la ciudad de
Sevilla se haga una Casa de Contratación para que en ella se re-
cojan y estén el tiempo que fuere necesario todas las mercaderías
e mantenimientos e todos los otros aparejos que fuesen menester
para proveer todas las cosas necesarias para la contratación de
las Indias».68 Para desempeñar tales cometidos fueron creados
tres cargos –el de tesorero, el de contador y el de factor–, que
ejercerían Sancho de Matienzo, Jimeno de Briviesca y el propio
Francisco Pinelo, respectivamente, hombres con suficiente auto-
ridad en materia de gestión mercantil y administrativa. En con-
creto, se encargarían de «almacenar, vender y contratar merca-
derías y aparejos para el tráfico con Indias; llevar asiento puntual
de todas las operaciones que se realizasen por cuenta de la Real
Hacienda; equipar y aprestar los navíos; elegir sus capitanes y
escribanos; y proporcionar instrucciones náuticas acerca de la
propia navegación», por lo que la institución quedaba configura-
da, en palabras de Serrera, como «un híbrido de aduana y oficina
comercial muy marcado por su carácter mercantil».69
Siguiendo a Bernal, «el argumento final que culminaría con
el abandono de cualquier pretensión de monopolio regio dejando
expedita la vía de la contratación colonial a favor de la iniciativa
privada lo proporcionaría el escrito de Américo Vespucio diri-
gido a la reina Juana» en 1508. Vespucio había nacido en 1451
(era, por tanto, de la misma edad que Colón) en Florencia, donde
entró joven a trabajar al servicio de los Medici. Como su agente
comercial y financiero llegó a Sevilla en 1491, trabando estrecha
relación con Juanoto Berardi A la muerte de éste le sucedió en la
gestión de sus negocios, viajó a las Indias y adquirió gran expe-
67
SERRERA, “La Casa de la Contratación en Sevilla”, p. 48.
68
Real Provisión dando las Ordenanzas por que se ha de regir la Casa de la Contrata-
ción que se ha mandado hacer en Sevilla. Alcalá de Henares, 20 de enero de 1503.
Archivo General de Indias. Indiferente, 418, L. 1, fol. 84v-88v.
69
SERRERA, “La Casa de la Contratación en Sevilla”, p. 49.

—64—
riencia como navegante, hasta el punto de ser nombrado en 1507
primer Piloto Mayor de la Carrera de Indias, alcanzando así un
puesto de preferencia en la naciente administración colonial.
Al año siguiente, la reina le requirió su opinión acerca de cual
de las dos siguientes alternativas era más ventajosa para favo-
recer el establecimiento de un tráfico fluido con las Indias. La
primera opción consistía en definir el tráfico de mercancías «por
una sola mano y que S.A. lleve el provecho según que lo hace
el rey de Portugal en lo de la Mina de Oro», es decir, según un
modelo de monopolio estatal desarrollado a costo y beneficio de
la Corona. La segunda opción posible era dejar definitivamente
abierta la puerta a la negociación privada y al comercio libre,
de manera «que cada uno tenga libertad de ir y llevar lo que
quisiere».
Vespucio se manifestó abiertamente partidario de no implan-
tar el monopolio estatal, aduciendo que el trato del rey de Por-
tugal con Guinea era bien distinto, porque consistía en el inter-
cambio de «una o dos mercaderías apreciadas a cierto precio, y
de aquellas le responden los factores que allá tiene con el valor
del mismo precio o con la ropa». En cambio, continúa el floren-
tino, el comercio con las Indias se caracterizaba desde el primer
momento por diversidad de mercancías, necesaria para abaste-
cer a los colonos españoles que allí residen.
El memorial de Vespucio influiría decisivamente en la confi-
guración que adquiriría la Casa de la Contratación con sus se-
gundas ordenanzas, llamadas de Monzón y dadas el 15 de junio
de 1510. Éstas terminaron de perfilar la naturaleza de la ins-
titución «más bien como organismo administrativo que como
ente comercial», preocupándose más de la fiscalización que de
la negociación, como habían hecho las anteriores ordenanzas de
1503.70

70
El Memorial de Vespucio tiene fecha de 9 de diciembre de 1508. Sobre este asunto,
RAMOS PÉREZ, Audacia, negocios y política.- BERNAL, “La Casa...”, pp. 146-147.

—65—

También podría gustarte