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Había una vez un brujo que vivía en una casucha vieja que estaba al otro

lado del bosque

que había al otro lado de la montaña

que se alzaba al otro lado del río

que corría al otro lado del pueblo.

Se llamaba Camuñas,  porque nunca se cortaba las unes y las tenía


afiladas como cuchillos.

Camuñas era un brujo normal y corriente, que hacía las típicas cosas de
brujos.

En las noches de luna llena

salía de casa corriendo, 

atravesaba el bosque,

subía la montaña,

bajaba la montaña

y, de un brinco, cruzaba el río 

para llegar al pueblo.

Iba a cazar niños  para su despensa, y le gustaban todos: gordos y flacos,


altos y bajos, rubios, morenos y pelirrojos…

Una de esas noches ve a Blanca por la ventana. La niña está mirando la


luna. Esa será su próxima presa.

Pero cuando alcanza su cama ¡zas, se tira un pedo! Y, claro, la niña se


despierta.

La niña se despertó, se frotó los ojos

y, sonriendo, exclamó:

– ¡Vaya, el Brujo Pirujo!


– No soy Pirujo. Soy Camuñas, ¡el que nunca se corta las uñas! –
respondió el brujo, indignado.

– No me tomes el pelo. ¡Eres Pirujo!

– Que no. ¡Soy Camuñas!

– ¡No sabes lo que dices!

Anda, mírate las narices.

– ¿Qué le pasa a mi nariz?

– Que es grande como una berenjena.  ¡La nariz del Brujo Pirujo!

Camuñas no puede creerse que la niña no le tenga miedo y que


encima dude de su identidad.

Pero la niña insiste. Es más, le hace reflexionar sobre su nariz (grande


como una berenjena), sobre sus dientes (pocos y podridos), sobre sus ojos
(saltones y rojos), sobre su pelo (cuatro pelos, los pelos del Brujo Pirujo)…

Camuñas trata de reponerse. Bueno, ¡da igual! ¡yo venía a comerte! dice.

Pero Blanca le para en seco: No puedes comer niños. Te saldrán granos


hasta en el ombligo. Eres el Brujo Pirujo, no seas pesado ¡y vete a dormir!

Comprobando que es cierto, nuestro Camuñas, ya cada vez más convencido


de que es un petardo de brujo que no recuerda ni su nombre, sale corriendo
a su casa. Y al llegar allí, va derecho al desván. Necesita salir de dudas
mirándose al espejo.

Entonces vio su nariz,

grande como una berenjena; 

sus dientes rotos… ¡y podridos!;

sus ojos saltones y rojos;

y sus cuatro pelos en la cabeza.

– ¡Vaya! ¡Soy Pirujo!


Creía que era Camuñeas. Puedes tendré que cortar las uñas…– dijo con
resignación.

Recursos didácticos:

 Comprensión: ¿cree el niño que Blanca se ha inventado todo


eso para convencer a Camuñas y que no la comiera? ¿O es
una distracción?
 Observación: ¿parece Blanca asustada? ¿Y los peluches?
¿Se ha fijado el niño que todos los peluches tienen los ojos
muy abiertos, como si estuvieran aterrorizados?
 Juego: ¿cuántos peluches hay en la habitación de Blanca?
 Enumeración, memoria: es un cuento muy “a la antigua”, con
repeticiones y aliteraciones que hacen más agradable su
lectura. “¿Dónde vive Camuñas?”, y que el niño repita “en el
bosque al otro lado de la montaña, al otro lado del río,
etcétera”. “¿Por qué se llama Camuñas?” (porque no se corta
las uñas).
 Memoria: ¿cuáles eran las características de Pirujo?
 Ilustración: ¿cuál es la favorita del niño? (la mía, la del primer
plano de la cara de Blanca al lado de las uñas de Camuñas; la
de mi hijo, Camuñas atravesando el bosque, la montaña, el
río…).
 Observación: ¿qué cosas hay en la casa de Camuñas que
son de “brujo”?
 Comparación: ¿hay muchas diferencias entre la casa de
Camuñas y la habitación de Blanca?
 Conocimiento: ¿por qué “astuta como un zorro”? Explicar.

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