Está en la página 1de 282

M MJR1CI0 RUBIO

CRIMEN
IMPUNIDAD
PRECISIONES SOBRE
LA VIOLENCIA

T/l/l EDITORES • CEDE


atiricie
* Rubio es economista de la
diversidad de los Andes y Candidato
PhD de la Universidad de Harvard,
a sido consultor, tecnócrata, y en la
dualidad se desempeña como
vestigador del CEDE y de Paz
iblica en la Universidad de los Andes
como profesor asociado en el
epartamento de Economía en la
niversidad Carlos III de Madrid.
js áreas de interés son la economía
;l crimen, la violencia y el sistema
dicial.
a escrito numerosos artículos para
ivistas nacionales e internacionales:
mrnal of Economic Issues, Revista de
studios Sociales, Coyuntura social,
evista Cámara de Comercio,
niversitas Económica, Coyuntura
:onómica, Revista de Derecho
■ivado, y para libros colectivos: La
alenda en la sociedad colombiana,
n nuevo siglo sin trabajo infantil, La
onomia política de la reforma
dicial. Inseguridad e impunidad en
alombia, además de monografías,
portes y publicaciones especializadas
ira organismos internacionales y para
CEDE.

stración de carátula:
coy punta, 1923
’ássily Kandinsky,
economía colombiana / sociología y política
CRIMEN E IMPUNIDA)
PRECISIONES SOBRE LA VIOLENCJ

MAURICIO KUE

T
CEDE
40 años E D I T O F
T
EDITORES
•mKBR MUNDO &A. SANTAFÉ DE BOGOTÁ
TRANSV 2a. A. No. 67-27, TELS. 2550737 - 2551539, A-A. 4817. fiAX 2125976

diseño cubierta: héctor prado m., tm editores

'primeraedición: enero 1999

© maurido rubio
© tm editores en coedidón con el cede
de la universidad de los andes

isbn: 958-601-828-8

edidón, armada electrónica,


impresión y encuademadón:
tercer mundo editores

impreso y hecho en Colombia


printed and made in Colombia
Contenido

Presentación
Introducción

Capítulo 1
En las puertas del infierno
El délo de los elenos
Los territorios de las FARC
El terror es el terror
Venganza y justicia privada: un elemento del paramilitarismo
La globalizadón de la justida
Los dividendos políticos de la violencia
¿Síndrome de estocolmo?

Capítulo 2
Un CAMPO RODEADO DE MISTERIO
La violenda homicida en Colombia •
Si por acá llueve...
La criminalidad urbana en la última década
*
Las organizadones armadas ilegales

Capítulo 3
¿Por qué tanta violencia?
Los mitos que han inspirado las políticas
Las "causas objetivas" de la violenda »
*
Pobreza espiritual: las defidendas en el capital social
Rebeldes y criminales en los textos
Guerrilla y crimen en Colombia
Las incómodas realidades
'-Una justida penal que no fundona
Conflicto armado, crimen y violenda
La historia del crimen

'Capítulo 4
El COSTO DE LA VIOLENCIA, EL PRECIO DE LA PAZ... Y OTRAS IMPRECISIONES
Reglas del juego y efidenda
Crimen y desempeño económico
Un impacto considerable
vi CONTENIDO

•Tamaño, evolución y geografía del crimen 169


Algunos elementos no monetarios 174
El impacto del crimen sobre la eficiencia 177
Los gastos en prevención y control 177
La destrucción o depreciación de capital humano y físico 185
El efecto sobre las decisiones de inversión 187
Efectos redistributivos 193
Impacto institucional 197
—El impacto sobre la justicia penal colombiana 199 -
¿Para qué los costos? 212
Otros aportes de la economía 215
Las limitaciones del enfoque económico 216
Economía, violencia y políticas públicas 221

Qué hacer
Para saber lo que pasa: medir, medir, medir, medir 229
Para avanzar en el diagnóstico 237
Elementos para una teoría de los rebeldes colombianos 240
Para combatir las violencias: fortalecer la justicia 248
¿Qué se debe negociar? 252

Bibliografía 255
A la memoria de Lucho,
un tipo con principios.
PRESENTACIÓN

Varias instituciones y personas han contribuido a la realización de


libro. La mayor parte del trabajo se hizo en el marco de un proy<
financiado por la Red de Centros de Investigación del BID. Las discusic
con Rodrigo Guerrero, Juan Luis Londoño, Rafael Lozano y Lean
Piquet fueron de gran utilidad. El Banco Mundial financió la revisión c
literatura sobre costos de la violencia. Caroline Moser aportó ideas
liosas. Por último, el CEDE de la Universidad de los Andes hizo pos
darle forma de libro a un conjunto de trabajos dispersos. Santiago M
tenegro y José Leibovitch han sido receptivos y buenos promotores
debate sobre temas institucionales y escabrosos en un ambiente
economistas.
Igualmente importantes han sido los apoyos informales. Rudolf'
mmes, principal promotor de Paz Pública, me puso en contacto con <
valioso grupo de gente que hizo evidente la insuficiencia de los modi
y las regresiones y me enfrentó con los mapas, los testimonios y las a
plejidades de la situación colombiana. María Victoria Llórente me s
del escritorio. Lía Santís y un grupo de estudiantes de la Universidac
los Andes, víctimas del conflicto, me animaron demostrando que la l
queda por entender lo que pasa es no sólo una buena terapia cuandi
vive en Colombia sino un elegante sustituto del rencor y el ánimc
venganza. Rebeca Montoya y Magdalena Ávila redujeron al mínim
carga administrativa.
Por último, quiero agradecer a aquellos que ni siquiera se dieron
enta de que lo habían hecho. A Manuel Ramírez y Francisco Thoumi
economistas, y por escépticos; a Santos Pastor por hacer posible un
ríodo sabático; a Majo por encargarse de lo demás; a María y Daniel
los aburridos fines de semana que les quedo debiendo.
No sobra aclarar que las opiniones expresadas, los posibles error,
omisiones son de mi exclusiva responsabilidad y no comprometen:
las organizaciones que lo financiaron o acogieron, ni a las personas,
lo apoyaron.

ix
Introducción

"Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de


asombro, y mantuviera a los habitantes de Macando en un permanente
vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta
el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban
los límites de la realidad. Era un intrincado frangollo de verdades y
espejismos..."

En cualquier lugar del mundo, y en sana lógica, el inicio de un diálogo


entre dos enemigos tradicionales para hablar de paz iría precedido de
una tregua. Sobre todo cuando una de las partes ordena el despeje de
vastas regiones para evitar interferencias en las conversaciones. En Co­
lombia no. Como existe la creencia de que mencionar el alto al fuego
empantana el diálogo, los diálogos se hacen sin un alto al fuego, en me­
dio de una agudización de la confrontación y a sabiendas que los se­
cuestros van a continuar.
Para cualquier observador incauto los cruentos enfrentamientos de
mediados de agosto en el Urabá y el Chocó, o las tomas de poblaciones
y los retenes que aún persisten, o la voladura de un oleoducto con me­
dio centenar de víctimas, serían un mal presagio para un proceso de paz
ya iniciado entre el gobierno, la guerrilla y la sociedad civil. En Colom­
bia no. En esta parte del mundo tenemos la capacidad de reiterar, en
medio de la guerra, de la toma de rehenes, y de los actos terroristas, que
la paz es un anhelo de todos.
Cualquier analista de una sociedad asediada por la guerrilla, el cri­
men organizado y toda una gama de ejércitos privados y, por otro lado,
con un número exorbitante de muertes violentas al año, daría por des­
contada una relación entre una y otra realidad. En Colombia no. Nos
convencimos de que los narcotraficantes y los guerrilleros asesinaban
poca gente y que el bulto del problema de la violencia se originaba en la
intolerancia ciudadana y las riñas callejeras.
Cualquier Estado que enfrentara un problema fiscal de mayúsculas
proporciones se detendría a evaluar la utilidad de haber invertido, por
más de una década, una importante cantidad de recursos públicos en
las zonas de conflicto antes de volver a hacerlo. El Estado colombiano
xi
XÜ CRIMEN E IMPUNIDAD

no. Con una impresionante amnesia nos encontramos cerca de una


nueva etapa de inversión social como paliativo contra la violencia.
Cualquier jurista, o politólogo, incluso cualquier ciudadano de otro
Estado Social de Derecho, aceptaría que a nuestro régimen constitucio­
nal no le cabe un ápice más de apertura política o un número mayor de
garantías y derechos. En Colombia no. Estamos a punto de enmendar
una de las cartas fundamentales más progresistas del planeta para, de
nuevo, tratar de alcanzar la justicia sodal cuya carencia perpetúa la vio­
lencia.
En cualquier comunidad agobiada por los atracos, los homiddios,
las amenazas de muerte y el secuestro se trataría de fortalecer la capad-
dad de los politías, los jueces y los fiscales. En Colombia no. Emulando
a las sodedades pacíficas marginalmente incómodas por la delincuenda
juvenil, pretendemos enfrentar poderosas organizadones armadas y
criminales con una espede de cabildo abierto, mayor gasto sodal, llama­
dos a la convivenda y campañas para la soludón amigable de conflictos.
Cualquier establecimiento del mundo ocddental le dedicaría una por-
dón significativa de sus recursos intelectuales, académicos y de investi­
gación a recoger informadón, contrastar teorías y evaluar las políticas
reladonadas con su problema público más acudoso, la violenda. En Co­
lombia no. Como si ya tuviéramos un adecuado diagnóstico de la situa-
dón, las políticas en materia de violenda, o de paz, se siguen diseñando
sin estudios previos y sin asomo de evaluadón posterior. Continúan ba­
sadas en la intuidón, en explicadones de bolsillo, o en creencias y pre-
juidos que riñen con la evidencia.
En cualquier región del mundo un importante número de muertes
violentas al año sería una razón sufidente, por sí misma, para volcar la
atendón estatal hada ese problema. En Colombia no. Inspirados y con­
fundidos por una riendas sodales desorientadas nos dejamos conven­
cer de la necesidad de calcular los costos que la violenda impone sobre
la sodedad como justificadón y supuesta guía de la acdón pública al
respecto.
¿Qué es lo que hace que los colombianos seamos tan peculiares ante
la violenda? ¿Jtor qué la discusión de estos temas en el país se da siem­
pre a espaldas de la evidenda y, muchas veces, del más elemental sen­
tido común? ¿Por qué priman en el debate los eufemismos, los giros
políticamente correctos, en detrimento de las referendas a lo que real­
mente ocurre? ¿Se trata de una generalizadón de la manía de Fernanda
INTRODUCCIÓN xiii

del Carpió, que insistía en no llamar las cosas por su nombre? ¿Se debe,
alternativamente, pensar en una especie de síndrome de Estocolmo co­
lectivo que conduce a que la víctima empiece a compartir los ideales de
los victimarios y aún a admirar a sus verdugos?
En este trabajo se recogen los esfuerzos y las reflexiones que, como
analista con vocación por los datos y formación de economista, he he­
cho a lo largo de los últimos cuatro años tratando de entender el embro­
llo del crimen y la violencia en Colombia.
Hay que reconocer que los resultados de este empeño en materia de
respuestas a los interrogantes básicos aún no son alentadores. Cuestio­
nes muy elementales continúan sin respuesta. ¿Por qué fue Colombia,
el modelo económico e institucional del continente, un campo tan fértil
para la consolidación del crimen organizado? ¿Por qué países vecinos
con una situación social parecida, o peor, pudieron enfrentar con éxito
los movimientos subversivos? ¿Por qué le tenemos tan poco apego a la
justicia penal? ¿Cuál es la contribución del conflicto armado al número
de muertes que anualmente ocurren en el país? ¿Por qué tardamos tanto
en otorgarle atención prioritaria a ese indicador básico de salud social,
la tasa de homicidios? ¿Los homicidas en Colombia, son muchos o muy
pocos? ¿Por qué pudo el país seguir creciendo satisfactoriamente en me­
dio de una violencia explosiva? ¿Por qué empezaron a disminuir las
muertes violentas a principios de esta década? ¿Cuál es la lógica, la eco­
nomía política, del conflicto armado? ¿Qué significa ese anhelo de todos
los colombianos, la paz? ¿Cuál es el escenario más probable de la guerra
en los próximos años?
Tal vez el avance más significativo que hemos logrado quienes, con
nuevas herramientas y un mayor afán por escudriñar la evidencia, nos
hemos dedicado al estudio de la violencia en el país recientemente, es
el de haber empezado a desvirtuar numerosos mitos, verdades a medias
y francas mentiras que han rodeado el campo del crimen, la violencia y
la guerra en el país.
Pero la política es terca. O el cansancio de la sociedad colombiana
ante la violencia es tan grande que estamos dispuestos a hacer cualquier
cosa en nombre de la paz. Hasta sacrificar elementales principios. O des­
conocer la evidencia. O ignorar lo que, pensábamos, se había aprendi­
do. O perder la capacidad de evaluar objetivamente las consecuencias
de lo que estamos haciendo. En forma similar a la familia de un secues­
trado que, humillada, entrega su patrimonio con tal de dar fin a su pe-
xiv CRIMEN E IMPUNIDAD

sadilla parecería que colectivamente estamos entregando los últimos tro­


zos de las instituciones con tal de que los violentos nos cuenten lo que
quieren y que, de pronto -no prometen nada- se reduzcan las amenazas.
¿Cuáles son las consecuencias previsibles de lo que está pasando?
¿Cuál es el sendero institucional que transitaremos con las confusas re­
glas del juego que se están imponiendo? Es difícil expresar optimismo
al respecto. Si distinguimos el será del debería ser, los escenarios más pro­
bables del actual proceso no parecen alentadores. Estamos acabando
con las pocas restricciones que les quedaban a los matones. Estamos co­
metiendo de nuevo el error de creer que podemos decretar el olvido.
Estamos mandando el mensaje que en el país paga rebelarse, y rebelarse
en serio.
Me atrevo a argumentar, en total contravía al sentimiento de espe­
ranza generalizado, que aún nos encontramos muy lejos de las puertas
del cielo, como en forma subliminal sugiere el Acuerdo firmado recien­
temente.
Las instituciones o las reglas del juego -ha dicho Douglass North-
no necesaria, ni frecuentemente, se crean o modifican para ser social­
mente eficientes; surgen y evolucionan para servir los intereses de quie­
nes tienen el suficiente poder para imponerlas. ¿Al servicio de quién
están las reglas del juego que se están empezando a diseñar en las mon­
tañas de Colombia? Es mucho más fácil dañar unas instituciones, por
imperfectas que puedan ser, que construir unas que contribuyan a la
democracia, la creación de riqueza, el bienestar y la tan anhelada justicia
social. En forma un tanto afanada, sin memoria, y con escasa democra­
cia, estamos a punto de trastocar de nuevo las reglas del juego, con enor­
mes inconsistencias, errores de previsión y carencia de principios.
Que el poder se va a barajar de nuevo, no cabe la menor duda. Como
se ha venido barajando repetidamente en el país durante las últimas tres
décadas. A pesar de lo que repiten los guiones basados en tipologías
marxistas sin reconocer la evidencia de un país que, por el contrario,
parece tener ya dificultades para identificar a sus nuevas élites, econó­
micas o políticas. Que del proceso que se está iniciando vaya a resultar
un país más justo, más igualitario, con mayor potencial de riqueza, con
más variados canales de participación política, con niveles razonables
de transparencia en el manejo de los recursos públicos, con unas orga­
nizaciones armadas ahora sí sujetas a la autoridad civil o, por lo menos,
INTRODUCCIÓN XV

con un menor número de muertes violentas, son cosas sobre la cuales


no se puede estar tan seguro.
La euforia actual en tomo al proceso de paz está basada en premisas
débiles, que tienen que ver no sólo con la complejidad de la situación
sino con los esquemas mentales que se continúan utilizando para ana­
lizar la poca información disponible, y para tomar apresuradas y costo­
sas decisiones políticas. Lo más extraño de todo es que parece haberse
impuesto, sin salvedades, la visión de la contraparte en la mesa de ne­
gociación. Y esa visión tiene serias falacias.
Es esta la razón que me lleva, sin ser un experto en el conflicto arma­
do colombiano, ni mucho menos en procesos de negociación, a tratar de
señalarlas. Así, en el primer capítulo se hacen unas reflexiones sobre el
proceso de paz que está cayendo como un alud. A la luz de los aconte­
cimientos recientes el término de diálogo es un eufemismo para lo que
realmente está sucediendo. La situación se asimila más al pago de un
rescate. Son varios los síntomas de que el Estado colombiano no tiene la
situación bajo control. Mucho menos los autodenominados represen­
tantes de la sociedad civil. Hay un incómodo tufo autoritario alrededor
del proceso que lo torna, en términos esperados, bastante leonino. No
sólo aparece una gran disparidad entre lo que tendrá que pagar el país
y lo que realmente va a recibir sino que, además, el proceso está rodeado
de varias de las mismas mentirillas que han contaminado la acción pú­
blica contra la violencia en las últimas dos décadas. Para completar el
panorama, también parece que se está haciendo caso omiso de algunas
protuberantes realidades.
En el segundo capítulo se busca llamar la atención sobre un aspecto
aparentemente nimio: la calidad de la información sobre lo que está
ocurriendo en materia de crimen, violencia y guerra en el país. A pesar
de que Colombia es, como allí mismo se muestra, una de las sociedades
latinoamericanas con mejor información sobre muertes violentas, exis­
ten en la actualidad varios síntomas de un progresivo proceso de desin-
formación que preocupan por dos razones. Primero, porque sugieren
que el misterio alrededor de la violencia es más grave precisamente er
las regiones en las cuales la situación es crítica. De esta observación re
sulta válido inferir que hay actores violentos capaces de deformar y dis
frazar la realidad sobre la violencia. Esta consideración, por sí misma
exige una dosis de escepticismo en las mesas de negociación. Mayor di
la que se percibe actualmente. Segundo, porque impiden una adecuad;
xvi CRIMEN E IMPUNIDAD

apreciación de la relación entre el conflicto interno, la violencia y el cri­


men, que son elementos indispensables para tener en cuenta en las
negociaciones con los alzados en armas, y en el diseño de la nueva Co­
lombia.
En el tercer capítulo se trata de resumir el estado actual del debate
en materia de las causas de la violencia colombiana. Es tal vez el capítulo
más desesperanzador. Porque muestra lo poco que hemos aprendido de
nuestra propia experiencia. Porque refleja esa naturaleza resbaladiza e
incoherente, pero tenaz y persistente, de la sabiduría convencional co­
lombiana en materia de violencia. Porque muestra una sociedad que, en
forma insólita, terminó suministrando a los violentos el discurso ideoló­
gico que justifica y legitima su accionar. Porque deja al descubierto que
en materia de políticas contra la violencia, incluyendo el actual proceso
de paz, aún no alcanzamos los requisitos mínimos de establecer las fron­
teras entre la fantasía y la realidad, entre la esfera de las emociones y la
imaginación, por un lado, y la observación y la razón, por el otro. Porque
recuerda que el conocimiento que inspira tales políticas transita todavía
el sendero que separa la magia de la ciencia. Por eso se insiste en recor­
dar algunas de las más incómodas realidades de la situación colombiana
en materia de violencia.
En el cuarto capítulo se hace una exhaustiva revisión de uno de los
temas más hábilmente manipulados en materia de políticas públicas en
el país en los últimos años: el precio de la paz, o el costo de la violencia.
En uno de esos extraños malabarismos colombianos, unas élites intelec­
tuales que hasta hace poco habían mostrado poco apego por las cifras,
la economía, los presupuestos y la contabilidad de costos, terminaron
calculando minuciosamente el valor en pesos de todas y cada una de las
repercusiones de la violencia. No ha habido en este contexto el menor
reparo en asignarle un precio a las vidas humanas, con tal de que se
logre aumentar el monto global de lo que supuestamente la sociedad
civil debe pagar por alcanzar la paz. Este peculiar ejercicio de economía
a la colombiana está conduciendo a una de las más insólitas recomen­
daciones de política: aumentar el poder que sobre la asignación de di­
neros públicos tiene el agente que genera unos costos sociales para
supuestamente reducirlos. Y con recursos que provienen de quienes su­
fren los costos. Tal es el modelo detrás de la noción del precio de la paz.
Algo así como transferir dinero de los vecinos que sufren la polución a
INTRODUCCIÓN XVÍi

la fábrica que deteriora el medio ambiente con la esperanza de que así


dejará de hacerlo.
A manera de conclusión, en un último capítulo se hacen unas reco­
mendaciones muy básicas y elementales. Se hace énfasis en tres temas:
mejorar la base de información sobre el crimen y las violencias colom­
bianas, modernizar las herramientas analíticas y superar diversos pre­
juicios que han impedido un adecuado diagnóstico de la situación y, por
supuesto, recuperar la capacidad de la justicia penal colombiana para
identificar y sancionar a los violentos.
Capítulo 1. En las puertas del infierno

En cualquier lugar del mundo, y en cualquier ámbito -internacional,


público, privado, familiar- las negociaciones, los diálogos, se inician con
gestos de buena voluntad de las partes. En Colombia no. Con numero­
sas señales que invitan a las comparaciones con el pago de un rescate,
los diálogos en Colombia se han iniciado con el amargo sabor de una de
las partes demostrando su poder, legitimando la fuerza, recordando su
causa, haciendo múltiples exigencias y ofreciendo poco a cambio: la re­
mota posibilidad de acabar con las amenazas.
Es difícil no establecer paralelos entre la tregua declarada reciente­
mente por la ETA en España y las conversaciones de paz iniciadas en
Colombia. Lo que más sorprende son las diferencias tan marcadas en las
reacciones de la opinión pública española y las de la colombiana. Existe
un abismo entre la cautela y el escepticismo español ante el ofrecimiento
de una tregua unilateral por parte de un grupo derrotado y el optimis­
mo, la euforia y la ingenuidad con que los colombianos, en distintos
niveles, están acogiendo el simple ofrecimiento de sentarse a dialogar
hecho por unas organizaciones armadas más fortalecidas que nunca.
El actual proceso de paz está precedido de imprecisiones, mitos, a-
gendas ocultas y mentiras gordas. También hay un considerable acervo
de experiencias mal asimiladas. En este capítulo, totalmente en contra­
vía del prematuro convencimiento de que por fin estamos cerca de al­
canzar la paz, se quieren señalar algunos elementos que invitan a
adoptar una posición más cautelosa ante los cantos de sirena. Que ni
siquiera provienen de quienes detentan las armas. Ellos insisten y re­
cuerdan que, por lo pronto, no van a abandonarlas1. La evidencia que
se utilizará para apoyar los argumentos tratará de limitarse, siguiendo

1 Jamás nos desmovilizaremos, han dicho con franqueza Nicolás Rodríguez y Pablo
Beltrán. Dejaremos las armas cuando el Ejército colombiano haga lo mismo, dice por su
parte Galán.
1
2 CRIMEN E IMPUNIDAD

la corriente actual de "hacer borrón y cuenta nueva", a lo ocurrido cor


posterioridad a la puesta en marcha del proceso.
Con la lucidez que probablemente sólo consiguen quienes están com
pletamente a salvo de las amenazas, un periodista extranjero escribíí
hace poco cómo el "mesianismo autoimbuido de la guerrilla (Colombia
na) le hace creer que le está todo permitido". Así parece ser. Ellos defi
nen la agenda, ellos escogen con quién dialogan, ellos deciden el sitio,
ellos ponen las condiciones. ¿Qué ofrecen a cambio? Muy poco. Haj
que reconocerles que así lo manifiestan.
No es fácil encontrar el ejemplo de alguna democracia contemporá-l
nea cuya situación actual consideremos deseable que haya surgido da
unas bases tan confusas, contradictorias y carentes de principios.
Una élite intelectual y política, desconfiada y paranoica como pocaí
de sus fuerzas militares, se apresta a ofrecerle participación política, en
derecho, a una curtida casta de guerreros a quienes ninguna autoridad,
ni militar ni civil, ha logrado imponer restricciones. Las élites, de variada
origen, de una sociedad supuestamente asfixiada por la estrechez de los
canales democráticos, están a punto de legitimar el poder obtenido pot
la menos democrática de las vías, la de las armas. Estratos favorecido!
de una sociedad efectivamente agobiada por las desigualdades econó­
micas se encaminan a permitir el blanqueo de gruesas y no muy bien
distribuidas fortunas obtenidas con procedimientos criminales.
Los violentos, pero sobre todo sus apresuradas contrapartes en la
mesa de negociación, están logrando llevar al país por una senda de
amnesia, falta de principios y plasticidad institucional que es difícil dé
asimilar con optimismo. Sería ingenuo no reconocer que se está empej
zando a cocinar un nuevo "caldo de cultivo" para la próxima generación
de actores violentos. Los principales ingredientes de ese caldo son ya
familiares. Son los mismos que facilitaron el infierno vivido por el país
en las últimas dos décadas: un discurso ideológico y político ajeno a la
realidad del país, un sistema perverso de incentivos bajo el cual paga
incumplir la ley, ciertas castas políticas que no le rinden cuentas a nadie)
con enormes prerrogativas respaldadas con la simple manifestación de
las intenciones, una justicia que no toca a los poderosos y una sociedadl
civil, desinformada y manipulada, que paga los platos rotos. Hay ingre-
dientes novedosos en este nuevo caldo. Se abandonan, por parte del
poder en ciernes, las pretensiones de legalidad, se acorta el trecho entre
la fuerza bruta de las armas y el ejercicio de la autoridad y se hace más
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 3

difusa, aun en el papel, la línea entre las conductas aceptables y no acep­


tables por parte de quienes detentan la autoridad política.

EL CIELO DE LOS ELENOS

En forma simbólica, la presente etapa de las conversaciones con el ELN


se inicia con el secuestro y posterior liberación -que se utiliza para lan­
zar la propuesta de una Convención Nadonal de Paz- de dos fundona-
rios intemadonales enviados por la OEA como observadores de los
comidos eledorales de octubre de 1997. Extraño país, en dónde un se­
cuestro que no termina fatalmente para las víctimas, que venían a hacer
el seguimiento del ritual democrático, se perdbe como una concesión y
un gesto de paz.
Tres meses más tarde, en el ocaso del cuatrienio, el gobierno Samper
firma con el ELN en España el pre-acuerdo de Viana, en el cual se com­
prometen las partes a inidar un proceso de paz, que llevaría a la Con-
vendón Nadonal propuesta por el grupo guerrillero y, eventualmente,
a una nueva Asamblea Nadonal Constituyente. Este pre-acuerdo se vie­
ne a pique debido al manejo electoral que, según la comandanda del
ELN, se le da al evento.
Sin que se sepa muy bien cómo, o escogida por quién, empieza a
tomar cuerpo la Comisión Nadonal de Paz. A mediados de julio de 1998
se realiza en Alemania una reunión entre representantes del ELN y cua­
renta personas misteriosamente selecdonadas pero supuestamente re­
presentativas de la sodedad dvil.
No acababa de firmarse el que terminó llamándose Acuerdo de
Puerta del Cielo cuando los miembros de la Comisión Nadonal de Paz
cometen el desliz -imperdonable bajo la extraña lógica colombiana- de
reunirse en Paramillo con otra de las partes en conflicto, los grupos pa­
ramilitares representados por las Autodefensas Unidas de Colombia.
En cualquier parte del mundo un diálogo para dar fin a un enfren­
tamiento armado buscaría sentar en la mesa de negociadones a las par­
tes de ese conflicto. En Colombia no. Para poder retomar el diálogo el
nuevo gobierno tiene que minimizar el alcance de esta reunión con uno
de los actores de la guerra, casi negar la existencia de los paramilitares,
y avalar implídtamente la pretensión simplista de que estos grupos no
son más que la continuadón de los organismos de seguridad del Estado.
4 CRIMEN E IMPUNIDAD

El Acuerdo de Puerta del Cielo contiene varios elementos que vale


la pena destacar. Anuncia los nubarrones que se ciernen sobre el proce­
so de paz y muestra cómo, por el momento, en estas negociaciones se
está negociando muy poco.
En esencia, en dicho acuerdo el ELN confirma que, como actor colec­
tivo, se preserva el privilegio de estar por encima de la ley. La ley es para
todos, menos para ellos, nos recuerdan con claridad los elenos. Conti­
nuando vicios seculares de las castas políticas se corrobora el viejo ada­
gio: la justicia es para los de ruana. Hay algunos cambios, adicionales a
hacer explícita la inmunidad. A diferencia de los regímenes anteriores,
las prerrogativas se plasman ahora por escrito. Se disminuye la brecha
entre lo que está permitido y lo que se dice que está permitido. Se está
haciendo, de manera perversa, un acercamiento entre el país "de jure"
y el país "de facto".
Vale la pena transcribir, de este Acuerdo, los párrafos más revelado­
res del espíritu que anima, y contamina, estas conversaciones. "El ELN
se compromete a suspender la retención o privación de la libertad de
personas con propósitos financieros, en la medida en que se resuelva
por otros medios la suficiente disponibilidad de recursos del ELN, siem­
pre que -mientras culmina el proceso de paz con esta organización- no
se incurra en su debilitamiento estratégico"23 . En buen romance, aquí
hay un chantaje colectivo. Lo acordado significa que los secuestros con­
tinúan, puesto que los secuestradores dejarán de hacerlo sólo cuando
"alguien" les garantice los recursos que obtienen secuestrando y, ade­
más, de manera tal que no se merme su poder de intimidación.
A renglón seguido, se exige "la superación real de la impunidad de
crímenes de lesa humanidad, tales como las desapariciones forzosas, las
masacres, el genocidio y la tortura, que responda integralmente al espí­
ritu del ordenamiento internacional sobre la materia . Así, sin el menor
reparo, en el mismo texto que avala implícitamente el secuestro practi­
cado por una de las partes en conflicto, se pide acabar con las desapari­
ciones forzosas y la tortura, conductas que, por provenir de la contraparte,
sí se consideran criminales y ajenas al ordenamiento internacional. La
presencia simultánea de estos dos párrafos no podía ser más lamenta-

2 Artículo 9 del acuerdo.


3 Artículo 11.
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 5

ble: se consolida la idea de que la retención de personas es un crimen


dependiendo de quien la practique.
Pero ahí no paran las exigencias en materia de política criminal. No
es suficiente la severidad con los "verdaderos criminales", también se
deben eliminar algunas talanqueras, institucionales y legítimas, como la
Justicia Regional, cuya vigencia no se debe prorrogar. Con una buena
dosis de descaro, dada la perla de la continuación del secuestro, y las
confusas y sangrientas relaciones que en las últimas dos décadas se han
dado en el país entre la subversión y el sistema penal de justicia, se in­
siste en "la urgencia de recuperar para la justicia su eficacia, prontitud,
imparcialidad y garantías procesales"4.
La concepción de la situación de la violencia en Colombia implícita
-y en buena medida incómodamente explícita- en el Acuerdo de Puerta
del Cielo coincide en lo sustancial con los principales elementos del dis­
curso tradicional que, como se verá en detalle en otro capítulo, ha inspi­
rado la acción, y la inacción, estatal en materia de violencia durante las
últimas dos décadas. Peor aún, avanza en la corrección de algunas inco­
herencias entre el discurso y la realidad, en detrimento de lo que uno
pensaría son unas instituciones democráticas. Da, como ya se señaló, el
controvertible paso de legitimar el secuestro. En este pequeño docu­
mento de seis páginas se plasma de manera impecable la sabiduría con­
vencional colombiana sobre la violencia.
En el fondo, se justifica y legitima la vía de las armas para el logro de
objetivos políticos. Se reitera la noción de las causas objetivas de la vio­
lencia, aduciendo que el conflicto sólo podrá ser superado con profun­
dos cambios estructurales. Se destaca como elemento consustancial de
la violencia -casi su causa principal- la represión oficial. Se hace énfasis
en la supuesta validez de la lucha armada, que se demuestra con el sim­
ple enunciado de los problemas sociales. Se trae a colación la estricta
observancia de derechos de segunda y tercera generación, o de concep­
tos de la ONU o de recomendaciones de Amnistía Internacional. Se ma­
nifiesta preocupación por las distintas etnias, el medio ambiente y la
diversidad cultural en forma paralela con el mensaje, implícito, que se
considera totalmente irrelevante el ordenamiento penal. Se hace nece-

4 Artículo 12.
6 CRIMEN E IMPUNIDAD

sano recordar, por ejemplo, que están prohibidos los homicidios -siem­
pre que sean "deliberados" y "arbitrarios".
Sólo una sociedad civil como la colombiana, amenazada y hastiada
de los violentos, es capaz de mostrarse optimista y esperanzada ante
concesiones tan pingües como las consignadas en el Acuerdo. Cabe pre­
guntarse si no se estará cediendo demasiado de las averiadas instituciones
a cambio del privilegio de sentarse a discutir con los alzados en armas
los problemas seculares del país. Las perspectivas reales de un alto al
fuego parecen, con base en lo que se ha hecho público hasta la fecha,
bastante exiguas.

LOS TERRITORIOS DE LAS FARC

En forma también simbólica, el actual proceso con las FARC se inicia a


finales de agosto de 1996 con la toma de la base militar de Las Delicias
y la retención de 60 militares por parte del Bloque Sur. Luego de captu­
rar a 10 infantes de marina en el Chocó, las FARC plantean, como requi­
sito para iniciar el proceso de negociación para la liberación de los
soldados, el despeje militar de una zona al sur del país.
Después de largas conversaciones y en medio del lógico malestar de
las Fuerzas Militares, se realiza el despeje en el Caguán, y a mediados
de junio de 1997, al ser liberados los rehenes, las FARC lanzan su pro­
puesta de despeje de cinco municipios en el Meta y Caquetá como req­
uisito para sentarse a dialogar.
Dando cumplimiento a eventuales promesas hechas como candida­
to, a mediados de octubre de 1998, el presidente Pastrana ordena el re­
tiro de la fuerza pública de cinco municipios -Vistahermosa, Uri.be,
Mesetas, La Macarena y San Vicente del Caguán- en la zona de influen­
cia de las FARC, por noventa días y reconoce el carácter político a la or­
ganización. Ambas decisiones se toman con la finalidad de "facilitar los
diálogos entre el gobierno y las FARC, que puedan conducir a un proceso
de paz consolidado y firme".
Tanto la posibilidad de despejar zonas, como de que esto sólo se ha­
ga cuando quienes actúan al margen de la ley tienen intenciones políti­
cas, ya eran asuntos contemplados en la Ley 448 de 1997. "El Gobierno
Nacional podrá acordar, con los voceros o miembros representantes de
las organizaciones armadas al margen de la ley a las cuales se les reco­
nozca carácter político, en un proceso de paz, y paura efectos del presente
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 7

artículo, su ubicación temporal o la de sus miembros en precisas y de­


terminadas zonas del territorio nacional. En las zonas aludidas quedará
suspendida la ejecución de las órdenes de captura contra éstos, hasta
que el gobierno así lo determine o aclare que ha culminado dicho pro­
ceso... La seguridad de los miembros de las organizaciones armadas al
margen de la ley a las cuales el gobierno les reconozca carácter político,
que se encuentran en la zona, en proceso de desplazamiento hacia ella
o en eventual retorno a su lugar de origen, será garantizada por la Fuer­
za Pública".
Extraño país este en donde se requieren cerca de 42 mil kilómetros
cuadrados para instalar una mesa de negociación y para que una de las
partes se pueda sentir a salvo de unas Fuerzas Militares que, entre otras,
han obedecido las órdenes de despeje dadas por el poder civil. Aunque
las negociaciones anteriores, con el M19 en Santodomingo (Cauca), con
la Corriente de Renovación Socialista del ELN en Flor del Monte (Sucre)
o la reciente reunión del ELN, con el gobierno y la sociedad civil en San
Francisco (Antioquia) pudieron hacerse en medio de un territorio me­
nos vasto, este parece ser el espacio indispensable "para conversar cómo
se integra el resto de la comunidad a la sociedad instalada". El cabildo
abierto no debe entorpecerse con estrecheces territoriales.
Extrañas leyes estas que ordenan a la Fuerza Pública garantizar la
seguridad de las organizaciones al margen de la ley haciendo caso omi­
so del problema de la seguridad ciudadana en las zonas en donde tales
grupos operarán sin restricciones.
Con base en los informes de prensa, lo que se puede intuir está em­
pezando a ocurrir en esos municipios despejados va más allá de lo que
uno pensaría son unas medidas de seguridad prudentes para adelantar
un diálogo. El insólito y arriesgado experimento de ingeniería social que
se está dando en estas regiones dista mucho de ser un simulacro con­
vincente de democracia, o un ensayo persuasivo de las relaciones que,
en la nueva Colombia, los ciudadanos quisieran tener con las autorida­
des, civiles o militares.

Carlos Julio Bastidas, presidente de la junta de acción comunal de Pu­


erto Betania, cuenta que las normas que podrían exigir las FARC serían
las mismas que ya se aplican en lugares tan recónditos como Guayacán:
sólo cuatro cervezas por cliente y con cierre de bares a las doce en pun­
to, porque la guerrilla, al igual que en la capital, también tiene su hora
8 CRIMEN E IMPUNIDAD

zanahoria... Y si esta medida sorprende, llama más la atención la posibi­


lidad de que en los cascos urbanos de la zona a despejar se instaure una
especie de Pico y Placa como la que funciona en Bogotá, y por la que los
conductores capitalinos deben restringir con precaución su tránsito dos
veces por semana... Aquí la restricción vehicular de las FARC opera des­
de hace un par de meses, pero sólo en las carreteras que comunican a
San Vicente con alguna de sus 231 veredas. A las seis de la tarde, de
domingo a domingo, no hay taxi ni particular que se mueva hacia esas
zonas"5.

Los giros verbales, el esfuerzo de los medios por esterilizar medidas


dictatoriales, la infortunada inclinación, para poder digerirlas, a compa­
rarlas con medidas tomadas por autoridades elegidas democráticamen­
te encajan muy bien dentro del ambiente de "todo bien, todo bien" en
el cual se está desarrollando el proceso pero, infortunadamente, no con-
cuerdan con lo que parecen ser las reacciones de los ciudadanos en las
zonas despejadas. Incertidumbre e inseguridad parecen ser los senti­
mientos más generalizados. Sin poder descartar el físico miedo y las ga­
nas de huir.

"Pero la expectativa es mayor en el corazón de San Vicente del Caguán:


el parque de los transportadores, donde se agolpó buena parte de los
parroquianos de este municipio para tomar una decisión: largarse o
experimentar los tres meses de despeje que se avecinan. 'La noticia del
despeje fue un verdadero boom para los habitantes, existe un poco de
temor por lo que pueda pasar', dice José Emil Medina, quien hace las
veces de alcalde encargado... El temor incluso se palpó en la misa de
siete. El padre Miguel Angel Sema se sorprendió a esa hora al descubrir
que un número inusitado de feligreses había copado las bancas de la
iglesia para escuchar lo que el párroco iba a decir al respecto. El miedo
tiene razones fundadas. Para algunos, la época del despeje puede ser
aprovechada por el paramilitarismo para encarar a la guerrilla en las
cabeceras municipales, o por la misma insurgenda para cometer atro­
pellos contra los miembros de la pobladón dvil que no simpatizan con
su causa. Por eso, desde hace un par de semanas se presenta un disimu­
lado éxodo que las autoridades no quieren reconocer de manera ofidal,

5 "Las farc, a un paso de tener a San Vicente". El Espectador, octubre 18 de 1998.


Énfasis propios.
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 9

pero que tiene como principales protagonistas a los ganaderos del mu­
nicipio. Para otros es motivo de desesperación. El anuncio del despeje
es el campanazo de alerta para quienes quieren salir de la zona desde
hace un buen tiempo. Ayer, las reservas de Satena, la aerolínea de las
Fuerzas Militares, batieron todos los récords en este municipio al cono­
cerse la información de que serían suspendidos en breve"6.

¿Por qué esa inconsistencia entre lo que debería ser nirvana, la posi­
bilidad de acoger a los benefactores del pueblo para discutir y diseñar
un nuevo país y el deseo manifiesto de salir cuanto antes de las zonas
despejadas?
La controvertible hipótesis según la cual la guerrilla es el vocero más
autorizado del deseo de cambio de la población, que inspira confianza
y brinda seguridad, es una de esas historias que logró imponer en el país
la sociología ficción sin siquiera molestarse en corroborarla, o tal vez
tratando de evitar que así se hiciera.
Es sorprendente que una decisión militar y política tan decisiva, en
alguna medida tan irreversible, se haya tomado con tan poca informa­
ción sistemática sobre lo que allí sucede y con un esfuerzo tan débil por
hacer previsión de lo que pueda ocurrir.
Son demasiadas las concesiones mentales que se deben hacer para
interpretar los testimonios con optimismo. Resulta claro que las dudas,
la incertidumbre y el miedo no son un asunto exclusivo de unos cuantos
pobladores atípicos. Alcaldes elegidos por votación popular, o sea que
representan a la mayoría de la población, manifiestan inquietudes de
muy grueso calibre.

"Los alcaldes de los cinco municipios del despeje... están a la expectativa


de las directrices que el alto gobierno les trace, para facilitar el proceso
de paz con las FARC. Por ahora, aseguran, las dudas en tomo a temas
como la seguridad y el respeto por la población civil durante los 90 días
que durará el despeje anunciado por el presidente Andrés Pastrana
persisten... 'Aquí estamos corriendo un gran riesgo porque hay muchos
problemas. La atención está centrada en los cinco municipios del des­
peje y sus limítrofes, pero la verdad es que nosotros no sabemos qué
vamos a hacer. La población igualmente está desorientada y no sabe

6 "Temor y expectativa por el despeje". El Espectador, octubre 16 de 1998.


10 CRIMEN E IMPUNIDAD

qué camino coger porque no existe la certeza de que se les respetarán sus
vidas y sus pocos bienes', manifestó el alcalde de Lejanías, Henry Beltrán
Díaz. 'La verdad es que nosotros estamos a la expectativa, ansiosos de
saber qué es lo que vamos a hacer y qué podemos aportar. En lo que he
hablado con los colegas de los municipios del despeje, me han comen­
tado que lo único que quieren es que el gobierno les diga qué tienen
que hacer y qué garantías se van a tener', añadió el burgomaestre. 'No­
sotros por acá lo vemos -el despeje- como un hecho importante e his­
tórico, porque al fin y al cabo lo que se va a hacer es en beneficio de la
paz que tanto anhelamos', dijo Rodríguez, secretario de Gobierno del
municipio Uribe. Sostuvo que 'todavía quedan muchas dudas por re­
solver. ¿Qué va a pasar con los habitantes de la región, quién responde
por sus vidas?'7.

Es complicado, con algo de coherencia y atención a los hechos, hacer


compatibles las reacciones de la ciudadanía y estas declaraciones de los
gobiernos locales con la eventual idea de un "poder militar" sometido a
la autoridad civil. No es fácil asimilar que, en Colombia, esto se interpre­
te como el camino que lleva hada la paz.
En forma independiente de la discusión de si el despeje significa un
sacrifido de soberanía, o de si ese sacrifido es justificable en aras de la
paz, lo que sí parece pertinente señalar es que lo ocurrido alrededor de
esta decisión contradice abiertamente dos postulados sobre los cuales
está implídtamente basado el actual proceso. El primero es el del amplio
respaldo popular de la guerrilla. Lo que sugieren estos testimonios es
que la guerrilla colombiana se asemeja más a la figura del tirano que,
atemorizando, impone sus puntos de vista, que a la noble figura del
rebelde que libera al pueblo de la opresión. Con lo que está ocurriendo
en los munidpios despejados, o con lo que acontece en el sur del Huila
en donde los mandatarios locales ven con preocupación cómo surge un
nuevo y temible recaudador de tributos, simplemente se corroboran
viejas e incómodas historias de unas relaciones de la guerrilla con las
comunidades muy alejadas de los idealizados guiones que le asignan la
vocería del pueblo. El segundo supuesto que, de nuevo, se está desvir­
tuando con el despeje es el de unas Fuerzas Militares totalmente por

7 "Temor y expectativa por el despeje*. El Espectador, octubre 16 de 1998. Énfasis


propios.
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 1

fuera del control del poder civil. Sería muy tranquilizador, dentro di
este proceso del diseño de una nueva Colombia, poder siquiera imagi
nar unas organizaciones armadas que cumplieran una orden de un dvi
elegido popularmente con la prontitud, el sigilo y la docilidad con que
el Ejército Nacional está actualmente acatando la directiva presidencia
de despeje de los municipios.
Desde un punto de vista puramente sociológico, por llamarlo de al
guna manera, el experimento del despeje sería de sumo interés y utili
dad, tanto para el desarrollo posterior del proceso como para los que sí
tengan que emprender en el futuro. Si tan sólo se pudiera tener la tran
quilidad de que quedará un registro objetivo y sistemático de lo que all
está ocurriendo. A juzgar por los reportes de prensa, ni siquiera de ese
se puede estar muy seguro. No parece haber la intención de enviar a lí
zona de despeje antropólogos o sociólogos, o economistas, o médicos
legistas, para que analicen lo que acontecerá en este insólito laboratorio
social. Quedarán rumores, aquellos que nunca tienen la fuerza suficien­
te para rebatir los mitos. Los que siempre se podrán descalificar come
provenientes de los enemigos de la paz. O quedarán visiones pasteuri-
zadas por los medios. Porque se ha hecho explícito que en la zona no se
admitirán extraños, ni infiltrados, ni saboteadores. En otros términos,
nada que pueda encarnar una opinión disonante.

El terror es el terror

Extraño país este en donde en el mismo día se pueden leer, en el mismo


periódico, las siguientes noticias8:

Noticia 1: El procurador general de la Nación, Jaime Bemal Cuéllar, en


un video enviado a los medios de comunicación en Medellín, destacó
la vocación de paz del ELN y la participación del gobierno en el proceso:
"Después de haberse logrado esta trascendental reunión, tengo que re­
conocer públicamente que el ELN tiene vocación profunda para lograr
un proceso de paz, a través de un proceso de cambio social".
Noticia 2: Las autoridades de Pblicía en el departamento de La Guajira
informaron de la retención de al menos ocho personas en un falso retén

8 El Espectador, octubre 12 de 1998.


10 CRIMEN E IMPUNIDAD

qué camino coger porque no existe la certeza de que se les respetarán sus
vidas y sus pocos bienes', manifestó el alcalde de Lejanías, Henry Beltrán
Díaz. 'La verdad es que nosotros estamos a la expectativa, ansiosos de
saber qué es lo que vamos a hacer y qué podemos aportar. En lo que he
hablado con los colegas de los municipios del despeje, me han comen­
tado que lo único que quieren es que el gobierno les diga qué tienen
que hacer y qué garantías se van a tener', añadió el burgomaestre. 'No­
sotros por acá lo vemos -el despeje- como un hecho importante e his­
tórico, porque al fin y al cabo lo que se va a hacer es en beneficio de la
paz que tanto anhelamos', dijo Rodríguez, secretario de Gobierno del
municipio Uribe. Sostuvo que 'todavía quedan muchas dudas por re­
solver ¿Qué va a pasar con los habitantes de la región, quién responde
por sus vidas?’7.

Es complicado, con algo de coherencia y atención a los hechos, hacer


compatibles las reacciones de la ciudadanía y estas declaraciones de los
gobiernos locales con la eventual idea de un "poder militar" sometido a
la autoridad civil. No es fácil asimilar que, en Colombia, esto se interpre­
te como el camino que lleva hacia la paz.
En forma independiente de la discusión de si el despeje significa un
sacrificio de soberanía, o de si ese sacrificio es justificable en aras de la
paz, lo que sí parece pertinente señalar es que lo ocurrido alrededor de
esta decisión contradice abiertamente dos postulados sobre los cuales
está implícitamente basado el actual proceso. El primero es el del amplio
respaldo popular de la guerrilla. Lo que sugieren estos testimonios es
que la guerrilla colombiana se asemeja más a la figura del tirano que,
atemorizando, impone sus puntos de vista, que a la noble figura del
rebelde que libera al pueblo de la opresión. Con lo que está ocurriendo
en los municipios despejados, o con lo que acontece en el sur del Huila
en donde los mandatarios locales ven con preocupación cómo surge un
nuevo y temible recaudador de tributos, simplemente se corroboran
viejas e incómodas historias de unas relaciones de la guerrilla con las
comunidades muy alejadas de los idealizados guiones que le asignan la
vocería del pueblo. El segundo supuesto que, de nuevo, se está desvir­
tuando con el despeje es el de unas Fuerzas Militares totalmente por

7 'Temor y expectativa por el despeje*. El Espectador, octubre 16 de 1998. Énfasis


propios.
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 1]

fuera del control del poder civil. Sería muy tranquilizador, dentro de
este proceso del diseño de una nueva Colombia, poder siquiera imagi­
nar unas organizaciones armadas que cumplieran una orden de un civil
elegido popularmente con la prontitud, el sigilo y la docilidad con que
el Ejército Nacional está actualmente acatando la directiva presidencial
de despeje de los municipios.
Desde un punto de vista puramente sociológico, por llamarlo de al­
guna manera, el experimento del despeje sería de sumo interés y utili­
dad, tanto para el desarrollo posterior del proceso como para los que se
tengan que emprender en el futuro. Si tan sólo se pudiera tener la tran­
quilidad de que quedará un registro objetivo y sistemático de lo que allí
está ocurriendo. A juzgar por los reportes de prensa, ni siquiera de eso
se puede estar muy seguro. No parece haber la intención de enviar a la
zona de despeje antropólogos o sociólogos, o economistas, o médicos
legistas, para que analicen lo que acontecerá en este insólito laboratorio
social. Quedarán rumores, aquellos que nunca tienen la fuerza suficien­
te para rebatir los mitos. Los que siempre se podrán descalificar como
provenientes de los enemigos de la paz. O quedarán visiones pasteuri-
zadas por los medios. Porque se ha hecho explícito que en la zona no se
admitirán extraños, ni infiltrados, ni saboteadores. En otros términos,
nada que pueda encarnar una opinión disonante.

El terror es el terror

Extraño país este en donde en el mismo día se pueden leer, en el mismo


periódico, las siguientes noticias8:

Noticia 1: El procurador general de la Nación, Jaime Bernal Cuéllar, en


un video enviado a los medios de comunicación en Medellín, destacó
la vocación de paz del eln y la participación del gobierno en el proceso:
"Después de haberse logrado esta trascendental reunión, tengo que re­
conocer públicamente que el eln tiene vocación profunda para lograr
un proceso de paz, a través de un proceso de cambio sodal".
Notida 2: Las autoridades de Policía en el departamento de La Guajira
informaron de la retendón de al menos ocho personas en un falso retén

8 El Espectador, octubre 12 de 1998.


12 CRIMEN E IMPUNIDAD

de la guerrilla del ELN, más conocido como operación de "pesca mila­


grosa". En el falso retén realizado el sábado pasado en la vía que del
municipio de Villanueva conduce a La Jagua del Pilar en La Guajira,
desaparecieron Gloria de Fajardo, esposa del gerente de Cicolac y pre­
sidenta de la Liga de Lucha contra el Cáncer en el Cesar; Nilsa Martínez,
trabajadora de Cicolac; Mavi Valle de Gómez, esposa de un funcionario
de Cicolac, y Luzmila Flórez, funcionaría del departamento de personal
de Cicolac. Las señoras fueron retenidas junto a sus escoltas cuando se
desplazaban en dos automóviles por la vía ya mencionada.

Un secuestro es un secuestro. Pero en Colombia se ha llegado, alre­


dedor de esta conducta, rechazada sin titubeos y severamente sancionada
en todas las democracias, a lo que se podrían llamar los eufemismos de
segunda generación. El tránsito del secuestro a la "retención para finan­
ciar la lucha" se dio hace varios años, se consolidó y, como se deriva del
Acuerdo de Puerta del Cielo, parece ya legitimado con la rúbrica de la
sociedad civil. Recientemente, da la sensación de que se estarían estiran­
do un poco más los estándares morales para convertirlo en una especie
de travesura, un acto baladí, un inofensivo juego con un coqueto nom­
bre, "la pesca milagrosa", en el cual la gente "desaparece". Se podría
llegar al punto de convertirlo, si nos atenemos a algunas opiniones ofi­
ciales, en un hermoso gesto que refleja una "vocación profunda" por la
paz.
Es evidente que estos inofensivos giros verbales tienen una lógica y
cumplen una función. "El lenguaje moldea los patrones de pensamien­
to sobre los cuales la gente basa sus acciones. Las actividades pueden
asumir muy distintas apariencias dependiendo de cómo se denominen.
Los eufemismos en el lenguaje proveen un mecanismo conveniente
para enmascarar actividades reprobables y aún conferirles un aura de
respetabilidad"9. Varios trabajos destacan el poder que tienen los eufe­
mismos para desinhibir las conductas. Personas adultas, por ejemplo, se
comportan de manera mucho más agresiva cuando se les da la oportu­
nidad de atacar una persona si a los ataques se les da un rótulo deporti­
vo que no haga alusión al término agresión10. Las palabras higiénicas,

9 Bandura (1990) p. 170. Traducción propia.


10 Ibid, p. 170.
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 13

las expresiones paliativas, tienen un enorme poder para tornar respeta­


ble lo reprobable.
En este contexto, no parece accidental que un documento en el cual
se legitima el secuestro se denomine Acuerdo de Puerta del Cielo. O que
la primera reunión entre el Comando Central del ELN, el gobierno y la
sociedad civil se haya llevado a cabo en el Valle del Río Verde, "una zona
de hermoso paisaje, ubicada entre los municipios de San Francisco y
Argelia en el suroriente antioqueño... los 'elenos' escogieron un sitio de
clima caliente, rodeado de varias fuentes de agua al que sólo se puede
acceder por aire y a pie, para presentar su propósito de paz en medio de
la calma de la naturaleza"11. Con este escenario, ¿quién se atreve a poner
en duda las buenas intenciones, la "vocación profunda" de paz, de los
"elenos"? Sin duda, las perspectivas de la paz cambiarían si se hicieran
las reuniones en la caleta de un secuestrado.
Que el secuestro esté ahora recibiendo el nombre de un inofensivo
juego en equipo tiene como consecuencia adicional la de diluir la res­
ponsabilidad personal en tales actos, lo que también contribuye a elimi­
nar las barreras morales. Se puede hilar aún más fino: se trata del juego
de la "pesca milagrosa" en el cual la víctima no la escoge un delincuente
sino que cae, desaparece, por efecto del azar. Ya no se trata de un acto
planeado y estudiado en el cual se señala la víctima. Eso podría ser con­
siderado un acto criminal. Aquí actúan fuerzas externas, la mala suerte,
el destino. Nada que implique responsabilidad. Actores colectivos jue­
gan a la "pesca milagrosa" empujados por la injusticia social como parte
de su lucha por alcanzar la paz.
La faceta sombría de estos juegos aparece, claro está, por el lado de
las víctimas. Cualquiera puede ser retenido, o "pescado" y desaparecer.
Basta transitar por alguna carretera y toparse con un retén. El esquema
ya encuadra bien en la definición más clásica de terrorismo: la estrategia
de violencia designada para obtener ciertos resultados inspirando mie­
do en el público en general12. Cuando la posibilidad de ser secuestrado
en un retén recae sobre una proporción creciente de la población civil,
y es impredecible, se generaliza un sentido de vulnerabilidad personal

11 "Valle del Río Verde: escenario de paz con el ELN". El Espectador, octubre 12 de
1998.
12 Es la definición propuesta por Bassiouni (1981).
14 CRIMEN E IMPUNIDAD

que facilita el logro de objetivos por parte de quien ejerce la acción. Esta
circunstancia coincide con lo que la literatura denomina terrorismo.
La frecuencia y la facilidad con que se secuestra en Colombia y la
virtual condonación de esta conducta por segmentos cada vez más am­
plios e influyentes de la opinión pública, tienen consecuencias tanto so­
bre las reacciones de los secuestradores como de las eventuales víctimas.
Para los primeros, se desvanecen progresivamente las barreras, legales
o morales. Es más fácil retener que secuestrar, y todavía más sencillo
jugar a la "pesca milagrosa" que retener a alguien. Sobre todo cuando,
como está ocurriendo en Colombia, son cada vez más numerosas las
voces que se suman para comprender y hasta justificar tal conducta. Las
justificaciones nobles, y el consenso social acerca de la moralidad de
ciertas actuaciones es un abierto estímulo a que se sigan emprendiendo.
La legitimidad que le otorgan las autoridades, cuando en el mismo día
en que se divulga el secuestro de tres personas se hace público recono­
cimiento de la buena voluntad y el ánimo de paz de la agrupación res­
ponsable de los secuestros, consolida el círculo vicioso. Un ambiente
laxo con los secuestradores terminará consolidando aún más esta prác­
tica. De la misma manera que un ambiente laxo con los homicidas ter­
minó convirtiendo a Colombia en uno de los sitios más violentos del
planeta.
¿En qué momento de unas negociaciones de paz se empiezan a lla­
mar las cosas por su nombre y se distingue lo que es una conducta acep­
tada de una que no lo es? ¿Cuál es el nombre que, en la nueva Colombia
que se está empezando a diseñar, se le dará a la retención de personas?
¿Cuáles serán las razones que harán válido un secuestro? ¿En qué mo­
mento la "pesca milagrosa" de hoy, tan trivial y aceptada, se convertirá
en la desaparición forzada y la tortura, tan temidas?
Un punto que vale la pena destacar con relación a la privación de
libertad de las personas, puesto que va en contravía de lo que se está
aceptando implícitamente en este proceso, lo constituye el hecho que,
de acuerdo con algunas encuestas, el secuestro es un incidente que está
preocupando casi por igual a todos los segmentos de la población co­
lombiana, en el campo y en las ciudades. La noción relativamente difun­
dida en el país de que el secuestro es una especie de penalización a la
evasión tributaria impuesta por los grupos rebeldes a los miembros de
la oligarquía rural no concuerda con la poca evidencia disponible al res­
pecto. Aunque, como cabe esperar, el secuestro es un delito al cual le
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 15

temen ante todo ios estratos ricos de la ciudadanía, la inseguridad que


tal conducta produce entre toda la población, aun la urbana de bajos
ingresos, no es despreciable.
La asimetría en la aplicación de la ley exigida por los subversivos
pone de presente la incómoda y poco democrática pretensión de que se
trata de colombianos especiales, "más iguales" que los demás. Si cabe
alguna duda al respecto, baste con recordar la "tasa de cambio" pro­
puesta para el trueque de retenidos: dos a uno13. "En la nueva carta,
fechada el 30 de septiembre en las montañas de Colombia, las farc dan
por hecho que el canje de 245 hombres de la Fuerza Pública por cerca
de 450 guerrilleros (en fuentes cercanas al movimiento armado se ha
filtrado que serán dos guerrilleros presos por cada policía o soldado re­
tenido) debe hacerse antes de iniciar el proceso de despeje".
El dar por descontado que tienen prerrogativas, que éstas están am­
paradas en la fuerza, y la aceptación social y la legitimidad que lograron
los rebeldes para lo que con mucho acierto se ha llamado la "forma más
pura de hacer daño"14, la toma de rehenes, son los elementos que en
mayor medida impiden ver con optimismo los desarrollos recientes. Si
* a eso se suma el innegable tono autoritario de varias de las intervencio­
nes de los comandantes, no falta ser perspicaz para ver allí el germen de
la tiranía. Nada que invite a mayores suspicacias que la autoridad exce­
siva enmarcada en buenas intenciones, en idílicos escenarios y con li­
cencia para los abusos.
Se ha señalado que una de las más conspicuas características de los
regímenes totalitarios en la historia ha sido, precisamente, el deliberado
desprecio por la ley como una guía para las relaciones sociales. Respecto
a la llegada de los nazis al poder, Hannah Arendt15 recuerda cómo, para
sorpresa de todos, no anularon la constitución de Weimar, que se espe­
raba sería su primer acto oficial. Weimar era sinónimo de corrupción,
comunismo, traición. Era la trampa de las democracias occidentales y,
sin embargo, la llegada al poder de quienes liberaban al pueblo alemán
de su vergonzoso pasado, no se dio proclamando el fin de esta era y
rescindiendo su símbolo, la constitución. ¿Por qué? Arendt argumenta

13 'FARC exigen despeje total". El Espectador, octubre de 1998.


14 En Schelling (1966).
15 Arendt (1958).
16 CRIMEN E IMPUNIDAD

que uno de los objetivos principales de cualquier régimen totalitario es


la negación de la idea misma de la ley. Para no hablar de promesas o
contratos que se cumplen. El poder despótico reside en la persona del
soberano, quien supuestamente incorpora la voluntad del pueblo. Es
esta voluntad, y no algo explícito y redactado en palabras coherentes e
impresas, lo que exige obediencia y lealtad.
Arendt va más allá y señala que es un error asimilar el estado totali­
tario a una burocracia monolítica, en donde todos saben cuáles son las
líneas de mando. Eso también implicaría hacer explícitas las líneas de
responsabilidad. Por el contrario, la autoridad en un Estado totalitario,
con excepción de la del líder, se define de manera muy vaga. La incerti­
dumbre alimenta la inseguridad y la inseguridad, ese temor crónico de
que se puede cometer algún error, es justamente lo que el Estado totali­
tario induce entre todos. El terror está latente, pero ahí está. "En Alema­
nia, la evidencia de esta estratagema la provee el hecho que cuando los
nazis alcanzaron el poder no se deshicieron de la vieja burocracia. En su
mayoría, los oficiales quedaron en sus puestos. Pero otro sistema de ad­
ministración se introdujo paralelo a la burocracia, el aparato del partido,
creando un sistema dual de control, en el cual nunca era completamente
claro a quién se debía obedecer a la hora de la verdad"16.
No hace falta escudriñar el pasado de la guerrilla colombiana, o in­
vestigar sus relaciones con la población en sus áreas de influencia para
encontrar ejemplos de su vocación totalitaria. Basta con repasar algunos
incidentes recientes, que se han dado en el marco de unas negociaciones
de paz, en un proceso que se pretende democrático y con quienes de­
tentan el poder o representan a la sociedad en beneficio de la cual se han
iniciado los diálogos. En primer lugar, es claro que cualquier proceso
que se inicie con los subversivos colombianos es la incertidumbre mis­
ma. No se sabe cuándo comienza, ni para dónde va. En cualquier mo­
mento, y por cualquier motivo, puede fallar. Cualquiera es susceptible!
de cometer errores que molesten a quien manda y lo hagan pararse de¡
la mesa de negociación. Si quienes firman un pre-acuerdo lo hacen pú-j
blico, o si los representantes de la sociedad civil hablan con los parami­
litares, o si el ministro de la Defensa se atreve a comentar que está

16 Rapoport (1995) p. 163.


EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 17

incompleta la lista de soldados y policías para el canje o si alguien se


atreve a "hacer teoría" sobre el despeje sin contar con su opinión, se
considera, con molestia y disgusto, que se están "poniendo piedras en
el camino de la paz". Tampoco son extraños en la actualidad síntomas
que llevan a esa incómoda sensación de no estar seguro de quién es el
que manda. O que muestran la existencia de ese extraño poder paralelo
e informal.

"Sería muy saludable saber en qué consiste el principio de autoridad si


tenemos en cuenta lo planteado por las FARC donde confirma que no
debe quedar ninguna autoridad, más que los alcaldes con los cuales nos
reuniremos para acordar mecanismos propicios para ejercer el control
de extraños, infiltrados, saboteadores y antisociales, etc"17.

VENGANZA Y JUSTICIA PRIVADA: UN ELEMENTO DEL PARAMILITARISMO

El afianzamiento del terror, la progresiva aceptación social de los actos


criminales, la difusión de responsabilidades, el oscurecimiento del vín­
culo entre las conductas y las consecuencias, los eufemismos... tienen un
límite. Hay circunstancias en la cuales la "solución lingüística" simple­
mente desafía la credibilidad. El terror y el crimen producen víctimas
que son impermeables a los juegos verbales. Los familiares de un rete­
nido, o de alguien que desaparece en una ronda del juego de la "pesca
milagrosa", enfrentan la realidad de un secuestro. A pesar de todos los
esfuerzos por esterilizar esa conducta.
El terror y el crimen provocan hastío y, en ausencia de justicia, con­
ducen -como lo muestra hasta la saciedad la realidad colombiana recien­
te- a la huida, o a esa perversa forma de justicia privada, la venganza. _
Por alguna extraña razón, y en especial cuando buscamos la paz, nos
sentimos más cómodos con la noción de olvidar y perdonar, por más
ilusoria que pueda ser, que con la realidad de la venganza. A pesar de
que la relación entre venganza y justicia ha sido una preocupación mi­
lenaria de la religión, la literatura y el derecho, en el mundo moderno
civilizado la noción de justicia es legítima y la de venganza no lo es. Pero
el conflicto colombiano está cada vez más lejos del mundo moderno,

17 Carta enviada por Manuel Marulanda al presidente de la República.


18 CRIMEN E IMPUNIDAD

o de los parámetros aceptados de civilización. Es el reino de las ven­


ganzas.
"El establecimiento de un balance entre las restricciones que permi­
ten la vida en comunidad y el inextirpable impulso a tomar represalias
cuando se ha sufrido un daño, ha sido una de las principales tareas de
la civilización"18. El lograr ese balance depende de manera fundamental
de la confianza de la víctima en que alguien actuará en su nombre en
contra de los victimarios. Las leyes penales no se diseñaron para elimi­
nar el impulso a la venganza sino para, en alguna medida, contenerlo,
y encauzarlo de una manera consistente con la vida comunitaria.
Que la venganza, "la otra cara de la moneda de la reciprocidad"19, es
un impulso primario, biológico, como lo es el afán por la justicia, es un
hecho cada vez más reconocido por los estudiosos de nuestros ances­
tros. "Leyendo La teoría de la justicia, de John Rawls, no puedo dejar de
sentir la sensación de que es una elaboración sobre temas ancestrales,
muchos de ellos presentes en nuestros más cercanos antepasados, que
una innovación humana... Es razonable suponer que las acciones de
nuestros ancestros estaban guiadas por la gratitud, la obligación, la re­
tribución20, y la indignación mucho antes de que se desarrollara la sufi­
ciente capacidad de lenguaje para el discurso moral"21.
Una posible medida del grado de civilización de una sociedad po­
dría ser la distancia que media entre los individuos afectados por ata­
ques de distinto tipo y la administración de la venganza bajo la forma
de justicia. No es difícil elaborar un argumento a favor de la idea que,
en el fondo, en cualquier sociedad, esta necesidad primaria, ancestral,
emocional, por una retribución justa sólo se satisface cuando los agreso­
res reciben un trato similar al que inflingieron sobre sus víctimas. En la
larga jornada hada la dvilización de las costumbres, hasta el siglo XVIU,
los sistemas judiciales de ocddente hirieron precisamente eso. Por mu­
chos siglos, el mundo no sólo creyó en la venganza legalizada, sino que
se aceptaba que ésta fuera, muchas veces, bastante superior a los daños

18 Jacoby (1983), p. 5. Traducción propia.


19 De Waal (1996) p. 160.
20 Que es precisamente el térihino políticamente correcto para denominar la ven­
ganza.
21 De Waal (1996) p. 161. Traducción propia.
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 19

causados. La desproporción entre el crimen y el castigo, a favor del cas­


tigo era universal. En Francia, la pena capital podía ser impuesta, a dis­
creción de un juez, para cualquier robo. En Italia, dejar de pagar una
multa podía también conducir al cadalso2223. En Colombia, en pleno siglo
XX, son innumerables los testimonios de comunidades que, hartas del
crimen, contratan justicieros y vengadores que vienen a suplir las defi­
ciencias en el suministro oficial de justicia, o de protección.
Con tan sólo aceptar la existencia de esa tendencia natural de los
seres humanos, y en el agregado de las sociedades, a buscar retribución
cuando se sufre algún daño, o a prevenirlo, se disiparía una de las im­
precisiones más gruesas de las que contaminan el actual diagnóstico: la
naturaleza de los grupos paramilitares. Se evitarían también costosos
errores a la hora de buscar posibles remedios.
Es necio desconocer el riesgo que representa, para el contrato social
que se empieza a negociar, la percepción de que la autoridad estatal no
contribuye a encauzar y tornar menos sanguinario este impulso de la
venganza. El Estado colombiano no sólo ha sido incapaz de proteger a
las víctimas de la violencia, el terror y el secuestro sino que, por añadi­
dura, parece reconocerles ciertos privilegios a los agresores. Uno de és­
tos, que sin duda invita a la búsqueda de justicia privada, es el de seguir
secuestrando. Otro, el de tener la facultad para investigar internamente
"los presuntos abusos cometidos por los guerrilleros" . No son difíciles
de imaginar las atrocidades que podrán tener cabida en lo que agrupa­
ciones que consideran el secuestro una retención, o un juego, para el
cual reivindican el derecho, consideran un abuso. Como tampoco es
difícil de imaginar el grado de conformidad con la retribución por parte
de las víctimas de tales abusos, para los cuales la sanción prevista en el
Acuerdo de Puerta del Cielo se insinúa bastante alejada del principio de
proporcionalidad: "los guerrilleros sospechosos de haber cometido u
ordenado abusos, serán apartados de todo cargo de autoridad y de cual­
quier servicio que los coloque en condiciones de volver a cometer di­
chos abusos"24.

22 Jacoby (1983).
23 Artículo 15 D del Acuerdo de Puerta del Cielo.
24 Artículo 15 F.
20 CRIMEN E IMPUNIDAD

No es prudente ignorar que el paramilitarismo en Colombia, inde­


pendientemente de si tiene o no relaciones con los organismos de segu­
ridad del Estado, constituye también una forma de venganza, de justicia
salvaje, que inexorablemente resulta de la carencia de retribución ante
las conductas criminales y las amenazas. La justicia oficial colombiana
sencillamente no ha podido convencer a las víctimas de la guerrilla, que
existen y son numerosas, de la capacidad estatal para imponer com­
pensaciones por el daño causado. No todas las víctimas aceptan tal in­
justicia.
Las actuales negociaciones dan en materia de justicia un paso en
falso adicional, como es el de tratar de legitimar la retribución desigual.
Se ha señalado que esto, la retribución desigual, es uno de los elementos
característicos de los sistemas legales totalitarios, en donde la sanción se
determina no sólo sobre la base de lo que una persona hace sino que
tiene en cuenta lo que esa persona es. Desde hace varios años, en Co­
lombia se ha transitado el peligroso sendero de reprobar socialmente
algunos actos cuando los cometen ciertas personas y condonar los mis­
mos actos cuando los cometen otras. Por eso se han acuñado términos
como "narcoterrorismo", o "violencia guerrillera" que hacen alusión al
agente que los comete y, en últimas, a las intenciones que inspiran tales
actos. Como si eso aliviara el daño que producen esas conductas.
Cuando a un ambiente generalizado de impunidad se suma este in­
grediente, el de las sanciones discriminatorias, se tienen dos conse­
cuencias: los agresores buscarán alcanzar la categoría que conduce a un
mejor tratamiento, y las víctimas, desatendidas por las instancias oficia­
les, buscarán retribución, venganza, por la vía de la justicia salvaje pri­
vada.
No detectar en los incidentes de masacres elementos de retaliación,
de escarmiento y de venganza e insistir en el guión, simplista y amaña­
do, que tales conductas no son más que la prolongación de las herra­
mientas represivas del Estado, es desconocer una dimensión importante
del fenómeno de los paramilitares. No es prudente desestimar, en el
marco de este esfuerzo que se emprende para superar el conflicto, el
papel de justicieros privados y vengadores que, entre otras muchas fun­
ciones, cumplen tales grupos. Los paras, la contra, son la otra cara de la
moneda de la guerrilla y en la medida en que ésta aumenta su influen­
cia, aquéllos representan a sectores cada vez más amplios de la sociedad.
Pretender, como están haciendo en el actual proceso tanto los firmantes
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 21

del Acuerdo de Puerta del Cielo, como las FARC, como sus voceros y
simpatizantes, que bastará la voluntad y una orden del gobierno para
desmontar estos grupos, es una actitud miope, sesgada, con poco res­
paldo en la evidencia, y que puede conducir a costosos errores políticos.

La globalización de la justicia

Una segunda cortapisa que le empieza a surgir a la retórica y a los eufe­


mismos colombianos alrededor de la violencia ejercida por ciertos acto­
res con motivaciones políticas, viene de lo que se podría denominar la
globalización de la justicia.
El pasado 17 de octubre agentes del Scotland Yard, por orden de la
justicia británica y atendiendo la solicitud del juez español Baltazar Gar­
zón, detuvieron en Londres al ex dictador y senador vitalicio chileno
Augusto Pinochet. Las acusaciones que recaen sobre Pinochet tienen
que ver con cuatro delitos, considerados gravísimos: genocidio, tortu­
ras, terrorismo internacional y desaparición de personas.
i La demanda que condujo a la detención fue interpuesta por la Aso-
dación de Fiscales Progresistas de España y aceptada por Manuel Gar-
da-Castellón, juez de la Audiencia Nadonal, en julio de 1996. En la etapa
sumarial, este juez alcanzó a acumular decenas de testimonios de vícti­
mas de la dictadura, que alegan responsabilidad de Pinochet en la de­
saparición de cerca de 3.000 personas entre 1973 y 1990. De éstas, tan
sólo 18 eran españoles. Desde las etapas inidales del caso, se planteó,
entre las autoridades, un álgido debate sobre la competenda española
para investigar y juzgar estos delitos. El asunto ha girado en torno, pri­
mero, del interés de un país en perseguir unos hechos que han ocurrido
fuera de sus fronteras, por más graves que éstos puedan ser y, segundo,
a la capaddad de un Estado para inmiscuirse en "problemas políticos"
de otro Estado que ya los ha dado por resueltos25. Por otro lado, la fisca­
lía española negaba la competenda de ese país y mostraba su desacuer­
do con la tipificadón de los delitos hecha por los jueces Garda y Garzón.

25 López Garrido, Diego y Mercedes García Arán (1998) 'La Humanidad contra Pi­
nochet', El País, octubre 20 de 1998, p. 13. Ambos autores hacen parte de un grupo de
juristas españoles que han elaborado un dictamen sobre el caso.
22 CRIMEN E IMPUNIDAD

En septiembre de 1997, una resolución del Parlamento Europeo ani­


maba a los jueces españoles a proseguir en su intento contra el ex man­
datario chileno. La reciente actuación de las autoridades inglesas, en
forma independiente del desarrollo posterior del caso, le ha dado un
impulso a la novedosa tesis, esperanzadora para Colombia, de la validez
de la persecución sin fronteras del terrorismo, el genocidio, la desapari­
ción de personas y la tortura. "España está interesada en perseguir estos
crímenes porque es miembro de una comunidad internacional que ha
sido lesionada por ello, como demuestra la intervención británica. Más
aún: España no sólo puede, sino que está obligada a perseguir, juzgar y
condenar a los culpables de estos crímenes. La pertenencia a una comu­
nidad internacional con intereses comunes supone para España, y para
otros muchos países, asumir compromisos en la persecución de críme­
nes contra la humanidad, aunque se hayan cometido fuera de sus fron­
teras, precisamente porque la justicia del país en que se cometieron no
pudo o no la dejaron enjuiciarlos"76.
Lo más interesante del caso es que la legislación que se ha aplicado
es una mezcla entre las leyes internacionales y los códigos del país del
juez, en forma totalmente independiente de lo que pueda decir la legis­
lación del país en donde ocurrieron los hechos. Para el caso contra Pino-
chet, en cuanto al cargo de terrorismo internacional, se ha recurrido al
Código Penal Español de 1944 y, léase bien, al Código de Justicia Militar,
que define el terrorismo como "el intento de atemorizar a clases sociales
o realizar actos de venganza utilizando armas susceptibles de causar
daño a las personas"2'. Para el cargo de genocidio, que según el Código
Español se define como "determinados delitos contra la vida con el pro­
pósito de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, ra­
cial o religioso" y que por ende, y en opinión de los fiscales, no cubría
los ataques contra adversarios políticos, el juez Garzón al parecer se atu­
vo a un informe de juristas invocando la legislación internacional que
considera que dentro de este grupo cabe el exterminio de adversarios
políticos. Por su parte, la Convención Internacional contra la Tortura de
1984 da competencia a cualquier Estado para perseguir delitos de tortu­
ra contra sus nacionales en el caso de que el torturador no haya sido26 27

26 Ibid. Énfasis oiiginal.


27 Artículo 261.
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 23

castigado en el país donde se ha cometido el delito. En cuanto a la desa­


parición forzada de personas, a finales de 1992 la Asamblea General de
la ONU declaraba la necesidad de incluir esta práctica dentro de los crí­
menes contra la humanidad y calificarla de crimen continuado, lo que
la acerca a uno de esos "crímenes imprescriptibles (no susceptibles de
"olvido") frente a los que no cabe asilo, inmunidad diplomática ni cual­
quier ley interna destinada a impedir su ejecución o castigo. Porque el sujeto
ofendido, la víctima en sentido amplio, es la propia humanidad"28.
No sobra resaltar el alcance dado en esta ocasión al llamado principio
de justicia universal frente a una legislación interna, la chilena, meticulo­
samente diseñada para impedir la eventualidad de un incidente como
el que acaba de ocurrir. Las inmunidades hechas a la medida tienen los
días contados.
El caso de Pinochet ha sido recibido con júbilo por las organizacio­
nes de izquierda y con recelo por los grupos de derecha tanto en Chile
como en el resto del mundo. Es infortunado percatar la existencia de
reacciones distintas, de acuerdo con la posición en el espectro político,
ante una decisión judicial. Más infortunada sería la idea, como sugieren
algunos ante este caso, de una justicia de izquierda y una justicia de
derecha. Pero aún ante esta última eventualidad, se puede concebir un
equilibrio basado en la existencia de jueces con diversa inclinación polí­
tica.
De todas maneras, la detención de Pinochet es pertinente y esperan-
zadora para Colombia porque muestra que los eufemismos, las impre­
cisiones y los esfuerzos por empacar la realidad con la ideología, pronto
se van a estrellar contra la comunidad internacional. Muy pocos jueces
en el mundo se van a tragar enteros los malabarismos que se siguen
haciendo en el país para esconder y esterilizar ciertos crímenes. Críme­
nes contra la humanidad.
Para quienes compartimos las ideas de Cesar Beccaria, en el sentido
que lo pertinente de una conducta es el daño social que puede causar, y
no las intenciones, o la bandera política, del agresor; para quienes no
endosamos las sutilezas de la sabiduría convencional colombiana que
avala unas intenciones y condena otras; para quienes abominamos tan­

28 Garrido y García (1998). Énfasis propio.

V
24 CRIMEN E IMPUNIDAD

to las desapariciones forzadas como los secuestros; para quienes consi­


deramos que el proceso de construcción de un nueva sociedad no pue­
de pisotear principios universales básicos, como la igualdad ante la ley,
resulta reconfortante saber que las víctimas de los atropellos en Colom­
bia por parte de criminales de izquierda, de derecha, de centro o al ser­
vicio del Estado tendrán, con este precedente, la posibilidad de acudir
ante los tribunales de otros países, menos amenazados, menos sesgados
y más sensibles a las víctimas y a los derechos que se violan que al dis­
curso, conmovedor o atemorizante, de los agresores.
En la defensa por los derechos humanos y la persecución de los crí­
menes contra la humanidad, la comunidad internacional está dando
pasos importantes quitándole terreno a la impunidad de la que, con
diversos empaques, aún gozan muchos criminales. Criminales de gue­
rra yugoslavos son puestos en La Haya a disposición del Tribunal Inter­
nacional de Crímenes de Guerra; terroristas de la ETA son entregados
por Francia a los tribunales españoles; responsables de matanzas en Bu­
rundi son juzgados en Tanzania. Ninguno de estos tribunales se deja
confundir por el nombre con el que, en los distintos sitios, se cometen
los atropellos. Mucho menos por la manifestación de las motivaciones
de los agresores.
La simple detención de Pinochet, y con mayor razón su eventual
juicio, empieza a demostrarle a quienes cometen crímenes, amparados
en unas islas de impunidad definidas por ellos mismos, que el mundo
está decidido a investigarlos, perseguirlos y juzgarlos.

LOS DIVIDENDOS POLÍTICOS DE LA VIOLENCIA

Dentro del conjunto de problemas que plantea el inicio de negociacio­


nes con los insurgentes colombianos, hay uno particularmente crítico,
que al parecer se está pasando por alto, y es el de los dividendos políti­
cos de la violencia.
Para quienes en materia de política nos conformamos en el país con
opinar, y votar, resulta evidente, y frustrante, que en la última década la
violencia con fines políticos haya demostrado ser una empresa particu­
larmente rentable en Colombia. Para quienes han logrado llegar a posi­
ciones de representación popular mediante la ardua consecución del
voto ciudadano, no debe ser muy estimulante constatar que una vía
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 2

alternativa para alcanzar posiciones de poder habría sido la de tomar la


armas.
Desde la accidentada historia de la extradición hasta la reforma pe
lítica que se tramita actualmente -en donde se contempla la definidói
de circunscripciones de paz, la consagración del derecho de gracia, o 1
posibilidad de traslados presupuéstales para inversiones no prevista
en el plan de desarrollo si éstas contribuyen a la paz- pasando por 1¡
reforma constitucional de 1991, con la que supuestamente se habían ten
dido todos los puentes para lograr la paz y por los cambios en la justicií
penal militar, da la impresión que resulta incómoda, que ciertas grande:
decisiones que se han tomado en el país no se habrían tomado de ni
haber existido la presión, los atentados y amenazas, de quienes impo
nen sus puntos de vista a la fuerza.
En este momento, cuando la inclinación colombiana por los incenti
vos perversos -recompensar al que ocasiona los problemas a costa de
que los sufre- parece estar tomando un nuevo impulso, el asunto de los
dividendos políticos de la violencia cobra especial importancia. Se trata
otra vez, de una cuestión de principios, y de justicia.
Luciría inconsistente, e injusto, un sistema político que se diseña en­
marcado en un discurso en donde se precia la apertura democrática, la
participación de la población marginada, el fin a la injusticia social si a
lo que se llega, en últimas, es a una situación en la que queda en mejor
posición política el violento que el pacífico. Si como dice y pregona el
discurso, la violencia colombiana ha surgido de las desigualdades, de los
privilegios, de la injusticia, no parece prudente ignorar los vicios inhe­
rentes a un sistema político en el cual el poder es proporcional a la capaci­
dad de intimidar, atemorizar, o hacer daño. Más allá de las ideologías,
de las legítimas aspiraciones, de las buenas intenciones, la realidad exige
un sistema político equilibrado, basado en un tratamiento equivalente
para individuos que estén en situaciones muy dispares.
Lo que permiten prever varios de los elementos del proceso que se
inicia, al limpiarlos de la retórica y los eufemismos, es un sistema en
donde ciertas intenciones se consideran más nobles que otras, unas opi­
niones son correctas y otras no, y, lo peor, en donde unas voluntades,
sostenidas en las armas, pesan más que otras en las decisiones colectivas.
Y todo bajo el cómodo amparo de un régimen con garantías jurídicas y
democráticas. Sin lugar a dudas, el mayor dividendo de la violencia po­
lítica en Colombia ha sido esa ventaja esquizofrénica, ese triunfo por
26 CRIMEN E IMPUNIDAD

partida doble, la conquista de ese territorio liberado "que descansa so­


bre las garantías del sistema democrático, y vive bajo su amparo, al tiem­
po que niega tal democracia y arremete contra dicho sistema"29.
Un segundo aspecto que resulta pertinente es el de las víctimas de
la violencia. Salvo la preocupación por el acucioso problema de los des­
plazados, la discusión corriente se muestra poco preocupada por quie­
nes han sufrido las consecuencias del conflicto. De la lectura del Acuerdo
de Puerta del Cielo, salvo la obligada y consabida alusión a los despla­
zados -para quienes se apoyará "su organización e interlocución para la
defensa de sus legítimos intereses y necesidades"- se deduce que los
familiares de los muertos, los secuestrados, o quienes viven bajo las a-
menazas y la extorsión son convidados de piedra en el actual proceso y
están lejos de alcanzar la categoría de un "problema político" de enver­
gadura. Pero esas víctimas existen, y son numerosas.
Algunos trabajos recientes muestran que, en los últimos años, cerca
de la mitad de los colombianos se han visto afectados por el homicidio de
alguien cercano. En algunas zonas críticas, que coinciden con lugares de
conflicto, tal porcentaje supera las tres cuartas partes de la población. Lo
que también muestran los datos, como se expone en detalle en otro ca­
pítulo, es que esos colombianos tienen mucha más información sobre la
violencia que las mismas autoridades y que, en general, sus opiniones
sobre las causas, y los autores, de la violencia no coinciden con la retó­
rica y los eufemismos que enmarcan el actual proceso de paz. ¿Qué pi­
ensan esos colombianos sobre las negociaciones en curso? ¿Por qué no
se les tiene en cuenta? ¿Por qué ni siquiera se percibe un mínimo interés
por conocer sus opiniones?

¿SÍNDROME DE ESTOCOLMO?

"Ninguna pasión le roba a la mente su capacidad de raciocinio o de


acdón con tanta eficacia como el temor"30.

29 Aulestia, Kepa (1998) Crónica de un delirio. Madrid, Temas de hoy. Aunque la cita
se refiere al caso de la eta, es pertinente para los logros de la subversión colombiana.
30 Edmundo Burke citado por Giraldo et al (1997).
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 27

A mediados de los setenta, en la ciudad de Estocolmo, tuvo lugar un


incidente de toma de rehenes por parte de una banda de atracadores en
un banco, que se prolongó por cerca de una semana y que condujo a
una insólita situación en la que los rehenes empezaron a simpatizar con
sus captores y a colocarse de su lado en su enfrentamiento con la poli-
tía31. Este es el incidente que dio origen al nombre del "síndrome de
Estocolmo" que a partir de entonces se utiliza para describir el proceso
mediante el cual gente cautiva desarrolla identificación y aun simpatía
con sus victimarios a medida que convive con ellos.
El incidente de la toma de rehenes en Estocolmo tuvo varias carac­
terísticas que han sido utilizadas para explicar el desarrollo, entre los
rehenes, de la afinidad con los captores32. En primer lugar, la policía sueca,
pensando sólo en su tarea de controlar a los atacantes, y sin mayor con­
sideración por los rehenes, sitió el lugar, impidió el suministro de comida
para forzar la rendición e introdujo gases en el recinto tratando de asfixiar­
los. En este contexto, los atracadores actuaron como verdaderos protec­
tores de los rehenes, defendiéndolos de las infortunadas maniobras por
parte de la policía sueca. La negativa de la policía a hacer concesiones
terminó por enfurecer a los rehenes que acabaron culpando a la policía
y responsabilizándola por la situación. En forma hábil, el líder de los
atacantes logró despertar entre los cautivos fuertes sentimientos de gra­
titud combinando salvajes amenazas con actitudes de aparente conside­
ración. A uno de los rehenes, por ejemplo, le informó que iba a abandonar
el plan de matarlo para lograr concesiones de la policía y que, en lugar
de eso, le haría un disparo en la pierna para que él fingiera estar muerto.
Aun mucho tiempo después del incidente, este rehén continuaba expre­
sando su gratitud, por la amabilidad del atracador. Tan sólo lo había
herido. Otra de las rehenes también quedó eternamente agradecida por
la consideración que tuvieron sus captores al tener en cuenta su claus­
trofobia y no obligarla a dormir en la bóveda. El gesto de magnanimidad
consistió en atarle una soga de diez metros al cuello y dejarla salir, ama­
rrada, del lugar donde mantenían a los demás rehenes. Los victimarios
consolaban con frecuencia a los rehenes con manifestaciones de empa­
tia, de identificación con sus angustias y referencias a su sentido huma-

31 Ver D.A. Lang (1974).


32 Bandura (1990).
28 CRIMEN E IMPL NIDAD

nitano y a sus buenos sentimientos. El contraste con el tratamiento que


estaban recibiendo por parte de la policía, llevó a los rehenes a percibir­
los como la parte inhumana y responsable de la situación.
En síntesis, que el cautiverio induzca simpatía por los agresores de­
pende de factores como las manifestaciones de solidaridad en medio de
las amenazas, algunas muestras de compasión, el contraste con la acti­
tud desconsiderada de quienes combaten a los captores y el consecuen­
te papel de protectores asumido por quienes mantienen a los rehenes.
Dada la tendencia natural del debate sobre la violencia en Colombia,
en donde siempre son obligadas las referencias a los actores colectivos,
resulta interesante establecer paralelos entre la situación vivida por los
rehenes de Estocolmo y el drama colectivo colombiano alrededor del
conflicto y de la paz. En este drama tienen papel protagónico tres per­
sonajes: el actor violento que amenaza, los organismos de seguridad del
Estado que tratan, muchas veces con torpeza, de controlar las amena­
zas, y la sociedad civil en medio que, aterrorizada, empieza a perder el
norte, a convencerse de esa extraña metamorfosis que transforma a los
captores en protectores y a percibir a quienes combaten a los violentos
como seres inhumanos sobre quienes, en el fondo, recae la responsabi­
lidad de la situación.
Una dinámica similar se dio en el país cuando los narcotraficantes
declararon la guerra, con recurso al terrorismo y a la amenaza, contra la
extradición. Este último instrumento, diseñado para controlar a los ata­
cantes, terminó siendo considerado el factor generador de violencia.
A diferencia de lo que cuentan los testimonios sobre el incidente de
Estocolmo, en Colombia parecería además haber sectores poco inclina­
dos a desaprobar los objetivos mismos de los violentos. Como cautivos
suecos que, de partida, se mostraran de acuerdo con el asalto al banco.
Lo que más preocupa es que, al igual que los rehenes del banco asal­
tado en Estocolmo, parecen ser cada vez más los sectores influyentes de
la opinión pública colombiana que sucumben ante la manifestación de
los buenos sentimientos de los violentos -en medio de la intensificación
de las amenazas- ante el reiterado contraste entre los pequeños incon­
venientes que ocasionan y los horrores que podrían provocar, y ante la
peculiar idea de que la sociedad debe pagarles para protegerse de sus
propios desafueros.
Que los organismos de seguridad del Estado colombiano son en
buena medida responsables de la violencia que aqueja al país y que para
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 29

alcanzar la paz uno de los requisitos sería debilitarlos, es una de esas


verdades a la colombiana que surgieron de la ideología, de situaciones
idealizadas por la sociología ficción, de temores importados de otras la­
titudes y que, progresivamente, se impusieron sin que se sintiera la nece­
sidad de contrastarlas con la evidencia. Lamentablemente están siendo
legitimadas, desde las más altas esferas del Estado.
Extraño país éste, en donde un presidente que supuestamente re­
presenta los intereses de la derecha, manifiesta públicamente que "lo
que vamos a vencer es el abuso de la función pública que conduce a la
ilegitimidad y al colapso de la democracia"33. En esta declaración, no
sólo hay un garrafal error político, hay una gran imprecisión.
En efecto, en las pocas encuestas disponibles34 en las que se les ha
preguntado a los colombianos sobre delitos con autoridades involucradas
que los hayan afectado se obtiene una incidencia inferior a la de cual­
quier otro ataque criminal, se encuentran proporciones de hogares afec­
tados muy similares en el campo y la ciudad y, lo que más sorprende, se
sugiere que los excesos de las autoridades están afectando más a los
estratos altos de ingreso que a los segmentos populares de la población.
Totalmente en contra del tradicional guión de unos organismos de se­
guridad represivos que atentan permanentemente contra los derechos
humanos de la población rural marginada, esta evidencia coincide con
las encuestas en las que se ha indagado acerca de los incidentes crimi­
nales que, en forma independiente de su incidencia, producen una ma­
yor sensación de inseguridad entre la población. Lo que se encuentra es
que el temor que causa la posibilidad de delitos cometidos por las auto­
ridades es menor en el campo que en las ciudades y también menor en los
estratos bajos de ingreso que entre las clases más favorecidas. Así, la
escasa información disponible parece más consistente con los rumores
sobre agentes de organismos de seguridad involucrados en delitos que
afectan a las capas ricas de la población, como por ejemplo el robo de
automóviles, que con el discurso de unos organismos de seguridad vio­
lando permanentemente los derechos humanos de los pobres. También
se encuentra que, en todas las capas de la población, es mayor el temor

33 El Espectador, octubre 18 de 1998.


34 Paz Pública - CEDE. Trabajos de investigación en curso.
30 CRIMEN E IMPUNIDAD

que produce la posibilidad de un secuestro que la de un incidente cri­


minal con las autoridades involucradas.
Otro punto que vale la pena destacar, y que corrobora las observa­
ciones anteriores, es que la confianza que tienen los colombianos en los
organismos de seguridad aparece negativamente asociada con su nivel
económico. Además, es mayor entre los habitantes del campo que entre
los sectores urbanos. En efecto, como se deriva de algunas encuestas
recientes35 es en los estratos más bajos de) ingreso, y entre los habitantes
del campo, en donde los agentes de los cuerpos de seguridad estatales
producen una mayor sensación de seguridad. Nuevamente, los guiones
más difundidos, como el de unas fuerzas armadas que defienden los
intereses de las clases más poderosas y reprimen a los sectores popula­
res parecen desmentirse con la evidencia. Lo que sugiere la poca infor­
mación sistemática al respecto es que, por el contrario, los estratos pobres
de la población se sienten más protegidos por la Policía y las Fuerzas
Armadas que los sectores económicamente favorecidos de la sociedad.
Sectores como los que firman acuerdos, o los que abundan en explica­
ciones sobre las causas de la violencia.
En síntesis, y al respecto valdría la pena un esfuerzo por recoger
mayor evidencia, la información fragmentaria y exploratoria con que se
cuenta en la actualidad sugiere que no es toda la población colombiana
la que sufre del síndrome de Estocolmo. Parecería ser un síntoma que
afecta, ante todo, a sus autodenominados representantes.
Es innegable que en Colombia hay problemas de violación de dere­
chos humanos. ¿Cuál es su verdadera incidencia? Nadie lo sabe. Ni
siquiera parece haber interés por averiguarla. Sería deseable, con eJ pre­
cedente que sienta la reciente detención de Augusto Pinochet, que estos
casos se empezaran a ventilar en los tribunales internacionales para que
se documenten, se investiguen y se detenga a los responsables.
Pero de la existencia de casos pasar a afirmar, como se hace con gran
facilidad en el país, que la violación de derechos humanos responde a
directrices institucionales, o que es la principal causa de la violencia en
el país, hay un enorme trecho. Como todo lo que rodea la violencia co­
EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO 31

lombiana, alrededor de los derechos humanos hay desinformación, ma­


nipulación y no pocos intereses ocultos.
Pero ésta no debería ser una cuestión de opiniones. Alrededor de las
relaciones de las fuerzas militares con la población colombiana hay afir­
maciones que se hacen sin sustento que bien podrían formularse como
hipótesis de trabajo para ser contrastadas. Con la evidencia disponible
o con evidencia diseñada específicamente para este propósito. El por­
qué esto no se hace sigue siendo un enigma, otra de las inconsistencias
de la política colombiana en materia de orden público y de violencia que
se siente aún más cómoda con las recetas de la ideología que con las
sutilezas y complejidades de la realidad.
Uno de los grandes enigmas en torno al tema del conflicto armado
en el país, es el de la extraña relación de la clase dirigente, de los medios
de comunicación y de lo más representativo de la intelectualidad, con
las organizaciones armadas, las legales y las ilegales. No sería arriesgado
apostar a que para un representante de estos segmentos, escogido al
azar, un militar produce mayor desconfianza, o físico temor, que un gue-
i rrillero. Esta conjetura es consistente con el hecho, observado, que cuaren­
ta representantes -no propiamente escogidos al azar pero aceptemos,
en aras de la discusión, que representativos de la sociedad civil- hayan
firmado un documento en el cual, simultáneamente, se le hace el juego
a la guerrilla con el secuestro, se condenan las desapariciones y se acepta
implícitamente la idea de los paramilitares como extensión de los orga­
nismos de seguridad del Estado.
Es fácil entender el recelo que produce en un civil una persona armada,
con mentalidad y formación militar Lo que resulta difícil de explicar es la
asimetría de esa desconfianza, en contra de quien supuestamente repre­
senta las instituciones y el poder legítimamente constituido.
Uno de esos raros elementos en los que en Colombia coincide el
discurso oficial con la realidad es el de la tradición civilista de la demo­
cracia. Desde las épocas de la independencia las dictaduras militares
han sido pocas y efímeras. La última interrupción militar a los gobiernos
democráticos se podría decir que se dio con la anuencia de los poderes
aviles. Anualmente se producen en la cúpula militar varias bajas orde­
nadas por el poder civil. ¿Por qué, entonces, esa desconfianza tan visce­
ral y arraigada con los militares? ¿Por qué hechos que confirmen estos
temores no surgen ni siquiera en una situación tan crítica, tan contraria
escenario bajo el cual son los militares los que mandan, como la de la
32 CRIMEN E IMPUNIDAD

reciente orden del despeje que, ante el mutismo de sus opositores, lo


cumplen?

"La imagen de los soldados que custodian el vasto territorio de las sel­
vas del Caguán (Caquetá) comienza a desvanecerse. Los tres retenes
militares que interrumpían el paso en la carretera que permite llegar a
San Vicente del Caguán son cosa del pasado.
En medio del más estricto silencio, las tropas de la Brigada Móvil Nú­
mero II y el Batallón Cazadores comienzan a replegarse".

Si algo confirma el cumplimiento que se le está dando a la reciente


orden de despeje de municipios, o el que se hizo a pesar de tener 70
hombres como rehenes hace más de un año, es que los temores de un
poder militar por encima de las autoridades elegidas son en buena parte
infundados. En columna reciente, Alfredo Molano se lamenta de "una
determinación inconsulta que explica las idas y venidas de generales
colombianos a Washington y de militares gringos a Bogotá, y que se
tomó a espaldas del gobierno civil". Gran desventura. Los militares to­
man con el imperio decisiones contrarias al interés nacional a espaldas
del poder civil. Pero esos mismos militares, al parecer en contra de sus
más íntimas convicciones, de sus principios, proceden a despejar zonas
de alto conflicto y complejidad en materia de cultivos ilegales. Algo no
cuadra.
Como tampoco cuadra muy bien el optimismo que manifiestan esos
mismos intelectuales que le temen al ejército, con el poder militar que,
ojalá no, tendríamos en la nueva Colombia.
¿Alguien con un mínimo de objetividad puede ser optimista acerca
de la "correlación de fuerzas" que se dará en los próximos meses en los
municipios despejados entre los alcaldes elegidos por votación popular,
los rebeldes y la ciudadanía? ¿Se podrá pretender siquiera tener infor­
mación completa y veraz sobre lo que allí ocurra? ¿Cómo serán las rela­
ciones de los armados con la prensa? ¿Se tendrá allí, por fin, un poder
militar sujeto a las autoridades civiles? ¿Cómo será la "justicia penal mi­
litar" en esos noventa días? Y al rebelde, ¿quién lo ronda?
Capítulo 2. Un campo rodeado de misterio

“Incierto era ayer el número de víctimas que dejaron las incursiones de


un grupo de autodefensas en Mapiripán (Meta). Aunque en el casco
urbano fueron hallados tres cuerpos sin cabezas y otros dos que no
fueron identificados, los pobladores aseguran que cerca de 30 personas
fueron sacadas de sus casas, mutiladas y arrojadas a las aguas del río
Guaviare... Hasta el juez promiscuo municipal tuvo que salir de la
región. El era la única representación de la justicia en dicho municipio,
porque de la policía lo único que quedan son las ruinas de una estación
llena de maleza, que fue abandonada el 16 de enero de 1995, tras un
ataque guerrillero"1.

Este incidente, casi rutinario para la prensa nacional de los últimos


años, muestra una faceta recurrente de la violencia colombiana reciente.
Ilustra el misterio y la incertidumbre que se está dando al nivel más
básico de medición de la magnitud de la violencia homicida. Sugiere
que se está perdiendo hasta la capacidad para contar los muertos. Si el
problema de desinformación se manifiesta ya para un incidente que,
como el homicidio, es tan grave y tan costoso de ocultar, no es difícil
imaginar lo que puede estar ocurriendo en Colombia con el registro de
otro tipo de conductas criminales.
El diagnóstico de la criminalidad y la violencia, y las acciones estata­
les para controlarlas, se enfrentan desde el principio con un problema
de observación y medición cuya gravedad, como se argumenta en este
capítulo, parece ser directamente proporcional a los niveles de violexi-
cia. Para que un incidente criminal quede oficialmente registrado se r? ■
quiere que la víctima, o un tercero afectado, ponga una denuncia. Esta
decisión no es independiente de la dinámica de la violencia. También se
requiere que las autoridades le den a la denuncia el respectivo trámite
y promuevan un proceso judicial. Tales actuaciones tampoco son ajenas
a los niveles, o al tipo de actores, de la violencia. Es probable que el
Acídente sólo salga a la luz pública en alguna de las llamadas encuestas
de victimización que, infortunadamente, son esporádicas, tienen un cu-

1 Incertidumbre sobre masacre en Mapiripán". £Z Tiempo, julio 22 de 1997.

3-í
34 CRIMEN E IMPUNIDAD

brimiento regional limitado2 y, en últimas, también dependen de que la


violencia no se haya tornado explosiva.
Para tener una idea sobre la dimensión del crimen o de la violencia,
para detectar sus tendencias, es conveniente una evaluación crítica de
varias fuentes de información alternas, verificando su consistencia, su
compatibilidad y sus interrelaciones. Tal es el ejercicio que se hace en
este capítulo con las fuentes más usuales de información sobre violencia
y criminalidad en Colombia. Este análisis servirá de base para, en un
capítulo posterior, hacer una crítica al que se considera el diagnóstico
predominante sobre la violencia.
El señalar las limitaciones de las estadísticas disponibles no implica
que se recomiende no utilizarlas. Simplemente se debe tener conciencia
de lo que realmente están midiendo y cautela con las conclusiones que
de ellas se deriven. En particular, las cifras oficiales de criminalidad, si
bien pueden resultar poco adecuadas para medir la evolución real de
los delitos, pueden dar indicaciones valiosas acerca de los cambios en
las percepciones de lo que se considera un crimen digno de registrar, o
en las respuestas de los organismos de seguridad y justicia. Vale la pena
mencionar las áreas de la situación delictiva colombiana con enormes
limitaciones de información que no serán analizadas. Está en primer
lugar el problema de la corrupción administrativa que es tal vez el cam­
po para el cual son mayores las deficiencias al nivel más elemental de
medición. Están en segundo término las actividades relacionadas con la
producción y el tráfico de drogas3. Tampoco se analiza la información
sobre delincuencia juvenil.
En la primera sección de este capítulo se discuten las cifras disponi­
bles sobre muertes violentas. Se destacan varios puntos. El primero es
que la tasa de homicidios colombiana es excesiva desde cualquier pers­
pectiva y que su sola magnitud sugiere algo acerca de la naturaleza de
la violencia. El segundo, paradójico, es que al hacerse explosiva la vio­
lencia homicida, la justicia penal perdió interés por el fenómeno. El ter­
cero es la alta concentración geográfica y la gran inercia que, a nivel

2 Es casi inexistente, por ejemplo, la información que se tiene sobre ataques crimi­
nales en las pequeñas ciudades y en el campo.
3 Ver Steiner (1997) o Thoumi (1994).
UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 35

local, presenta la violencia. I’or último, se argumenta que han aparecido


en el país varios síntomas de subregistro de los homicidios. En la segun­
da sección se ofrece un panorama de la criminalidad urbana en la última
década, basado en dos tipos de información: lo que, en algunas encuestas,
manifiestan los colombianos que les ha sucedido en materia de ataques
criminales y lo que reporta la Policía Nacional, basada en las denuncias
que ponen los ciudadanos. Como principal elemento de esta sección se
destaca la inconsistencia entre ambas fuentes: para la Policía, en los úl­
timos quince años, la criminalidad descendió progresivamente, mien­
tras que las respuestas de los ciudadanos sugieren la tendencia opuesta.

LA VIOLENCIA HOMICIDA EN COLOMBIA

El homicidio ha sido ampliamente reconocido no sólo como el incidente


criminal más grave sino como aquel para el cual las estadísticas son más
confiables4. Además, es probablemente la única conducta criminal ho­
mogénea, que permite comparaciones regionales y a lo largo del tiem­
po. Desde el punto de vista de su registro, el homicidio presenta algunas
peculiaridades que pueden ayudar a explicar la mayor credibilidad que
se le otorga a tales estadísticas. Estaría en primer lugar el hecho de ser
uno de los pocos incidentes criminales que despierta el interés de varias
agencias gubernamentales, adicionales a los organismos de seguridad y
justicia. Se puede, por otro lado, mencionar la circunstancia de que se
trata de una conducta particularmente costosa de ocultar. Estaría por
último el hecho que, como para cualquier otra defunción, su no reporte
acarrea inconvenientes legales de distinto tipo para los familiares de la
víctima.
Con base en las consideraciones anteriores, y teniendo en cuenta
que el homicidio es una de las variables que en mayor medida distingue
a la sociedad colombiana actual de otras sociedades en casi cualquier
momento de la historia, vale la pena empezar por aquí el análisis de las
cifras de criminalidad y violencia.

Ver por ejemplo Spierenburg (1996) pp. 63 a 105.


36 CRIMEN E IMPUNIDAD

Evolución

Son básicamente tres las fuentes de información disponibles en Co­


lombia acerca de la evolución de las muertes violentas durante las últi­
mas décadas. Están en primer lugar, desde 1960 hasta 1996, los regis­
tros policiales de denuncias por homicidio. Se cuenta, en segundo tér­
mino, con los datos de mortalidad por causas de defunción de las esta­
dísticas vitales. Una tercera fuente, menos directa, la constituye la in­
formación sobre los procesos penales por homicidio consignada en las
estadísticas judiciales5. Un análisis de las tasas de homicidio colombia­
nas desde principios de siglo, incluyendo el período de la llamada Vio­
lencia Política, se encuentra en Gaitán (1994). Infortunadamente no
aparece allí una discusión sobre las fuentes que se utilizaron para cons­
truir las series que se analizan.
Como se observa en el Gráfico 2.1, la relación entre las cifras de
denuncias de la Policía y las de defunciones fue, durante el período
1980-1991, bastante estrecha.

GRÁFICO 2.1
TASAS DE HOMICIDIO 1960-1996

Fuente: dañe y Fblicía Nacional.

5 Tanto las estadísticas vitales como las de justicia están bajo la responsabilidad del
Departamento Administrativo Nacional de Estadística (dañe). Los datos de Medicina
Legal que, como se verá más adelante, constituyen en la actualidad una valiosa fuente,
de información, son bastante recientes y no alcanzan a constituir una serie histórica. I
UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 37

En promedio, las defunciones por homicidio de las estadísticas vita­


les han sido iguales al 95.7% de las denuncias registradas por la Policía.
La correlación entre ambas series es de 0.99. Para 1994, último año dis­
ponible de ambas fuentes, las cifras coinciden.
De acuerdo con la cifras policiales, a partir de 1970 la tasa de homi­
cidios6 empezó a crecer aceleradamente, alcanzando proporciones epi­
démicas a mediados de los años ochenta. En el término de veinte años
se cuadruplicaron las muertes violentas por habitante para llegar a prin­
cipios de los noventa a niveles sin parangón en las sociedades contem­
poráneas. En la primera mitad de la presente década, y sin que se sepa
muy bien la razón, la tasa descendió continuamente para repuntar de
nuevo en 1996. Aunque algunos analistas, en forma un tanto apresura­
da, atribuyen la caída a políticas públicas exitosas, es difícil de compartir
tal optimismo. No existe hasta el momento una explicación convincente
para el quiebre observado en el año 1991.
Una verificación de las cifras totales de muertes violentas se puede
hacer a partir de la información censal7. De acuerdo con los datos arro­
jados por los censos de población, el subregistro en el total de defunciones
en el periodo 1985-1993 sería cercano al 18%. Esta cifra es ligeramente
inferior a la calculada en otros estudios, como Flórez y Méndez (1995)
donde se estima el subregistro en un 20%. Es imposible saber, con la
información disponible, si el subregistro en las muertes violentas es si­
milar al estimado para el total de defunciones. En opinión de algunos
demógrafos consultados, en condiciones normales cabe esperar que el ho­
micidio presente un subregistro inferior al de las otras causas de de­
función por tratarse de un incidente que interesa a varias instancias
estatales. Para situaciones extremas, como la de un país en guerra, pue­
de argumentarse que es precisamente el homicidio el incidente con ma­
yor número de agentes, o con agentes más poderosos, interesados en
que no se registre.
Aun olvidándose del subregistro, las tasas de homicidio colombia­
nas son excesivas desde cualquier punto de vista. Son muy superiores a

6 Definida como el número anual de homicidios por cada 100 mil habitantes.
7 Esta estimación la realizó Giovanni Romero. Se empleó la técnica desarrollada por
piü (1987) que permite estimar, partiendo de tablas de vida modelo, las muertes ocurri­
das en un período intercensal.
38 CRIMEN E IMPUNIDAD UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 39

los actuales patrones internacionales, dentro de los cuales tasas simila­ turaleza, que van en contra de lo que podría denominarse el diagnósti­
res se han observado únicamente en sociedades en guerra civil declara­ co predominante, el de una violencia rutinaria y generalizada entre los
da. Países americanos, como el Brasil, México, Venezuela o los Estados ciudadanos13. Las cifras colombianas reflejan claramente que se trata de
Unidos, que en la actualidad se consideran agobiados por la violencia, un país en guerra. Ninguna sociedad contemporánea, ni ninguna co­
presentan tasas equivalentes a una fracción -entre el 15% y el 25%- de munidad para la cual se disponga de registros históricos, presenta en
la colombiana. La relación actual entre la tasa colombiana y la de algunos tiempos de paz niveles semejantes de violencia.
países europeos o asiáticos es superior a cuarenta a uno8. Para encontrar Durante tres lustros, entre 1970 y 1986, y como se aprecia en el
en Europa órdenes de magnitud similares, y para ciertas localidades es­ Gráfico 2.2, las cifras judiciales sobre los sumarios14 abiertos por homi­
pecíficas, es necesario remontarse al siglo xv. Como por ejemplo Ams- cidio captaron relativamente bien la tendencia general de la informa­
terdam, cuya tasa en el siglo XV era de 50, descendió a 20 en el siglo XVI ción de la Policía15.
y ya era inferior a 8, cien años más tarde. En Estocolmo en el siglo XV era
de 429. En Inglaterra era de 20 en 1200 y para fines de la Edad Media ya GRÁFICO 2.2
había descendido a 1510. Sharpe (1996) estima en 110 la tasa de homici­ HOMICIDIOS 1970-1996
dios de la ciudad de Oxford en el siglo xtv, pero en Bristol, un siglo Denuncias y sumarios
antes, era tan sólo de 5. En Bergen, Noruega, reconocida como una ciu­
dad particularmente conflictiva, centro de comercio internacional, con
una población de alta movilidad, de distintas nacionalidades y con di­
versos grupos étnicos, se calcula en 83 la tasa de homicidios hacia 156011.
Todas estas cifras se refieren a un período anterior al llamado "proceso
civilizante"12 que en el curso de varios siglos cambió los hábitos de los
pobladores de las ciudades europeas, dejó atrás el código feudal del ho­
nor, controló las manifestaciones de agresión personal, y pacificó las cos­
tumbres y la forma como se solucionaban los conflictos. Tal es el término
Fuente: dañe y Pblicía Nacional.
-the civilizing process- que, de la obra de Norbert Elias, han adoptado
varios historiadores del crimen para referirse al cambio secular en las
costumbres y los hábitos de los europeos que, entre otros factores, se dio
acompañado de una continua y sostenida pacificación.
13 Una discusión detallada de este diagnóstico se presentará más adelante.
Así, los simples órdenes de magnitud de la violencia homicida en 14 En Colombia se conoce como sumario la etapa investigativa, o de instrucción, de
Colombia durante la última década dan algunas luces acerca de su na­ cualquier proceso penal. Hasta 1991 esta etapa era responsabilidad de los llamados jue­
ces de instrucción criminal y en la actualidad la llevan a cabo los fiscales. Es posterior a la
denuncia y anterior al juicio penal, que ya se lleva a cabo bajo la responsabilidad de un
juez.
8 La fuente más utilizada para los homicidios son los anuarios de la Organización 15 No he podido entender -ni he recibido de varios penalistas consultados una ex­
Mundial de la Salud. Cuadros con estas cifras se pueden ver en Ihijillo y Badel (1998) o plicación satisfactoria- por qué el número de sumarios por homicidio fue durante va­
en Gaviria (1997). nos años muy superior al de los homicidios reportados por la Policía. La posibilidad de
9 Johnson y Monkkonen (1996) p. 9. Que se abrieran varios sumarios para investigar a varios presuntos autores de un mismo
10 Spierenburg (1996) p. 64. omicidio debe descartarse pues no ha sido esta una práctica común del sistema penal
11 Osterberg (1996) p. 45. colombiano. La diferencia es tan grande que permite pensar en un problema de doble
12 'The civilizing process' de Elias. contabilidad en las estadísticas judiciales.
40 CRIMEN E IMPUNIDAD UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 41

A partir de 1987, y como resultado de cambios en el procedimiento de los habitantes, ocurren más de la mitad de los homicidios. En Colom­
penal, los procesos judiciales por homicidio se alejaron definitivamente bia, aun en las grandes ciudades, la mayoría de las muertes violentas
de la evolución de las respectivas denuncias. A partir de este año, en ocurren en unos pocos barrios. Así, la primera anotación que surge de
efecto, por medio del Decreto 050 de 1987, se decidió limitar la apertura los datos regionales de homicidios es la de la alta concentración geográ­
de sumario a los casos en los cuales hubiera un "sindicado conocido". fica de la violencia. Esta peculiaridad también va en contra del diagnós­
Esta reforma vino a formalizar una de las peculiaridades de la justicia tico de una violencia rutinaria y de intolerancia que, casi por definición,
penal colombiana: la de darle prioridad en la investigación a los inciden­ debería estar repartida de manera uniforme en el territorio nacional.
tes criminales que precisamente menos investigación requieren. Así, pa­ Aunque en principio el criterio para la apertura de una oficina regio­
radójicamente, mientras la violencia se desbordaba, la justicia penal nal de ML en un municipio ha estado basado en los índices de violen­
colombiana investigaba formalmente un número cada vez menor de cia17, en la práctica tal decisión está restringida por el desempeño de la
muertes violentas. Esta segunda peculiaridad de la violencia homicida justicia penal en esa localidad, puesto que para justificar una nueva re­
colombiana durante la última década, la de irse quedando por fuera del gional de ML se requiere que haya una demanda por los servicios de ne­
sistema judicial, también permite decir algo acerca de sus posibles orí­ cropsia por parte de la Policía Judicial, o de la Fiscalía18. Un ejercicio
genes: no parece ser el resultado de los problemas de intolerancia y de estadístico muy simple tiende a corroborar esta hipótesis: más que por
las disputas. Son precisamente estos incidentes -los rutinarios, los que
la tasa de homicidios, la probabilidad de que un municipio colombiano
involucran a ciudadanos corrientes, los que se cometen ante testigos-
cuente con su propia regional de ML depende del número de investiga­
ios que despiertan el interés de la justicia penal colombiana y los que ciones preliminares por delitos contra la vida e integridad personal19
tienen una alta probabilidad de ser investigados y juzgados.
que se inician en ese municipio. De esta manera, la fuente más confiable
de información sobre violencia homicida en Colombia, Medicina Legal,
Dimensión legional depende infortunadamente de una de las instancias oficiales más sensi­
bles a la violencia, y en particular a aquella ejercida por las organizacio­
En la actualidad una fuente valiosa de información sobre violencia homi­ nes armadas, el sistema penal. Aparece así un primer escenario
cida en Colombia la constituyen los reportes de "necropsias por causa de favorable al subregistro de las muertes violentas: los lugares en donde
muerte" que lleva el Instituto Colombiano de Medicina Legal (ML). En los
una organización armada, con interés en ocultar sus homicidios, man­
últimos cuatro años se ha hecho un esfuerzo por establecer una regional tiene un poder de intimidación sobre el sistema judicial suficiente para
de ML en los sitios más violentos del país16. En la actualidad ML cuenta con
que no se soliciten los servicios de los médicos legistas y queden de esta
una oficina regional en 124 municipios que con el 61.9% de la población manera ciertas muertes sin registrar20. No son escasos en Colombia los
concentraron el 79.5% de las muertes por homicidio en 1995. De las 160 mil
muertes violentas intencionales que, según la información de la Policía Na­
cional, hubo en el país entre 1990 y 1995, un poco más de 113 mil, o sea el
17 Este ha sido el criterio que, según los funcionarios de Medicina Legal consulta­
71% del total, ocurrieron en alguno de los municipios cubiertos por ML.
dos, ha sido determinante en las decisiones de apertura de oficinas regionales en los
De acuerdo con estos datos, los 20 municipios más violentos del país, últimos años.
en donde habita únicamente el 8.5% de la población, dan cuenta del 18 En Colombia, un médico legista no puede, por iniciativa propia, practicar una
28.8% de las muertes violentas. En cincuenta localidades, con el 22.6% n^Topsia. Tal acción debe ser solicitada por las autoridades con función de Policía Judi-

19 Estimación basada en un modelo logit.


20 Consciente de este problema, y teniendo en cuenta lo reportado por los médicos
16 Hasta 1993 se contaba básicamente con una regional en las capitales de departa­ en las zonas de alto conflicto, Medicina I egal está tratando de poner en marcha un
mento. S1stema de información para corregir los subregistros.
42 CRIMEN E IMPUNIDAD UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 43

testimonios que muestran el interés de las organizaciones armadas por muerte que contempla ML24 sean independientes entre sí es pertinente
ocultar las muertes violentas, propias o ajenas. De acuerdo con el relato señalar la existencia de algunas relaciones entre las tasas, a nivel muni­
de un campesino de la región del Atrato, "si a uno lo matan, el cadáver cipal, de las distintas causas25. El hecho de que en los municipios con
desaparece en medio del monte o de los ríos, porque los paramilitares y altos niveles de violencia homicida las necropsias reflejen también una
la guerrilla no dejan recoger a nadie el cuerpo de ninguna persona para incidencia superior al promedio nacional para suicidios, muertes natu­
darle digna sepultura. Al que lo haga también lo matan... Esa gente rales y muertes accidentales y que, por otro lado, entre estas dos últimas
piensa que así demuestra poder"21. Nunca quedó claro, oficialmente, el categorías los datos muestren una correlación positiva y estrecha permi­
número de las bajas ni del ejército, ni de la guerrilla, que resultaron de te pensar en la posibilidad de sesgos de clasificación que hacen que, en
los enfrentamientos en El Billar, Caquetá, a principios de marzo de 1998. las localidades más violentas, parte de los homicidios queden registra­
Se hablaba de entre 30 y 80 muertos. Ya en 1988 la guerrilla se cuidaba dos bajo otras causales. Aun para Ciudad de México, por ejemplo, que
de no dejar contar sus muertos en combate. De acuerdo con el testimo­ tiene unos niveles relativamente bajos de violencia homicida, quienes
nio de un ex guerrillero, luego del asalto a la base de Saisa en Córdoba, han examinado en detalle las fichas de los médicos legistas no rechazan
se hicieron grandes esfuerzos para ocultar los 20 guerrilleros caídos en la posibilidad de problemas de clasificación asociados con "presiones
el enfrentamiento. "Cuando ya estábamos fuera de peligro, llegamos a institucionales". Para Colombia, no deja de parecer extraño que un 75%
un sitio y a los muertos que llevábamos les hicimos una fosa común. Esa de las variaciones en las tasas de muertes accidentales, un 62% en las de
fosa quedó anónima por seguridad y nunca se le dice a nadie dónde homicidios y un 59% en las de muertes naturales se expliquen en fun­
queda, ni a los familiares"22. En 1989, en la finca "La 60", propiedad de ción de las demás causales de muerte. Tampoco parece fácil de justificar
un conocido esmeraldero, fue hallada una fosa común con 50 hom­ el efecto, estadísticamente significativo, que muestran las tasas de homi­
bres23. El problema no es exclusivo de las zonas rurales y apartadas, sino cidio sobre las muertes accidentales y los suicidios.
que depende básicamente del poder de las organizaciones armadas en Otra modalidad de la desinformación sobre la violencia en Colom­
una región. Un funcionario de la Cruz Roja me relató el caso de un cura bia, tiene que ver con el desconocimiento casi absoluto que se tiene so­
párroco asesinado recientemente por la guerrilla en un municipio al bre los homicidas y con la ignorancia sobre las circunstancias que
oriente de Bogotá, y cuyo cadáver permaneció tres días en la calle pues rodean los incidentes. Es conveniente tener en cuenta que el limitado
nadie se atrevía a hacer nada. Fue necesario que la Cruz Roja lo recogie­ desempeño de la justicia penal en su tarea de aclarar los homicidios -en
ra. En la misma dirección apuntaría el problema de las "desapariciones", Colombia se aclaran menos del 5%- impone serias limitaciones en tér­
cuya magnitud real, o cuyos verdaderos responsables son un verdadero minos del diagnóstico de las causas de la violencia homicida.
misterio. Esta circunstancia no ha impedido que en Colombia se den por cier­
Para que un homicidio no aparezca en las estadísticas no es indis­ tas algunas afirmaciones que simplemente no pueden hacerse con base
pensable llegar al extremo de ocultar el cadáver. Es suficiente con que en los datos disponibles. Tal sería, por ejemplo, el caso de la asociación
aparezca como una defunción por una causa distinta. La información del consumo de alcohol con la violencia homicida. De varias personas
disponible de ML no permite descartar la posibilidad de esta segunda que defienden en Colombia la existencia de un estrecha asociación entre
modalidad de subregistro de los homicidios en Colombia. Aunque, en
principio, cabe esperar que las cifras sobre las diferentes causas de
24 Homicidios, suicidios, muertes accidentales, indeterminadas, neonatales y natu­
rales.
25 La tasa de homicidio presenta una correlación positiva, cercana al 70% con la tasa
21 Giraldo, Abad y Pérez (1997) p. 100.
22 Ver "Las bajas ocultas de la guerrilla". El Tiempo, marzo 10 de 1998, p. 3A. 4?<^OS otras causales de muerte -las accidentales y los suicidios- y entre el 28% y
23 Ver "Víctor Carranza" en La Nota Económica No. 10,1998, p. 15. con la de otras causales.
44 CRIMEN E IMPUNIDAD

el alcohol y la violencia homicida he recibido la misma respuesta a la


pregunta sobre la evidencia que tienen para asegurar que existe tal aso­
ciación: la alta alcoholemia en las víctimas. Un alto consumo de alcohol
en las víctimas puede explicarse con varios escenarios diferentes a la
típica riña entre amigos que surge como consecuencia del exceso de al­
cohol. Es claro que, aun para los homicidios cometidos por profesiona­
les, los establecimientos públicos en donde se vende licor constituyen
un escenario muy favorable para sorprender a las víctimas y encontrar­
las en una situación de relativa indefensión.
Lo que sugieren los datos es que la ignorancia sobre los agresores y
sobre las causales de los homicidios depende de los niveles de violencia.
La evidencia disponible, tanto a lo largo del tiempo como entre regiones,
muestra que el desbordamiento de la violencia se ha dado acompañado
de un debilitamiento de la justicia penal, que implica por definición un
creciente misterio alrededor de los homicidios. En ese mismo sentido,
dentro de la información reportada por Medicina Legal hay una muy
valiosa para el diagnóstico de la violencia y es la relacionada con las
causales de los homicidios. No es para todas las muertes violentas que
los médicos que realizan las necropsias establecen una posible causa. Lo
que resulta interesante es que el conocimiento sobre las circunstancias
de los homicidios se insinúa inversamente proporcional a la magnitud
de la violencia. Si, para 1996, se agrupan los datos departamentales de
acuerdo con la tasa de homicidios, se observa que al aumentar la violen­
cia también aumenta el misterio alrededor del fenómeno. Tal ejercicio se
resume en el Gráfico 2.3. Para cerca del 20% de las muertes violentas, las
que en 1996 ocurrieron en los departamentos más pacíficos, se conocen
las causales en casi dos de cada tres homicidios. Por el contrario, en los
departamentos más violentos, donde ocurrieron la mitad de los homi­
cidios, sólo se reportaron las causales en uno de cada tres casos. En los
lugares con niveles críticos de violencia hay una completa ignorancia
alrededor de cerca del 80% de los homicidios.
Una fuente alternativa de información sobre las muertes violentas a
nivel municipal la constituyen los registros de la Policía Nacional. Com­
parando las cifras de las dos fuentes disponibles para 1995, se confirma
que los datos de la Policía, aunque por lo general ligeramente inferiores
a los de ML, constituyen una fuente razonablemente confiable de infor­
mación sobre la violencia homicida en Colombia. Con base en los datos
de los 124 municipios para los cuales se cuenta con información de las
UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 45

dos fuentes, se puede estimar en un 7% el subregistro de las muertes


violentas por parte de la Policía Nacional. El total nacional de homici­
dios reportados por ambas fuentes en 1995 presenta una diferencia de
ese orden. De todas maneras, vale la pena señalar que para los dos
municipios que en 1995 presentaron, según Medicina Legal, las mayo­
res tasas de homicidio del país, la diferencia entre los registros de am­
bas fuentes es considerable.

GRÁFICO 2.3
HOMICIDIOS EN 1996 Y CONOCIMIENTO DE LAS CAUSALES
Datos de Medicina Legal por departamentos

En los departamentos Ocurren Se saben las


con tasa el ... causales en el...
*
de homicidios ...

interior a 40 BAJA

entre 40 y 80 MEDIA

superior a 80 ALTA

... de los
homicidios
en el pais

* Número anual de homicidios por cada 100 mil habitantes.

De acuerdo con los datos de la Policía Nacional entre 1990 y 1995


cerca de 500 municipios mostraron una tasa de homicidios, promedio
para el quinquenio, superior a 50; 272 tuvieron un promedio superior a
100; 70 una tasa promedio de 200 o más y 24 localidades un promedio
superior a 300. Estos datos tienden a corroborar la noción de una gran
concentración geográfica de la violencia colombiana.
La información sobre muertes violentas en los municipios, en forma
similar a lo que se observa para los datos agregados a nivel nacional,
muestra una considerable inercia. La capacidad de la violencia colom­
biana para persistir y "autorreproducirse" se puede captar por varias
vías. En primer lugar, por la altísima asociación entre el número de
muertes en un municipio en un año determinado y el número de muer­
tes en ese mismo lugar en el año anterior. Para los 100 municipios con
mayor número de muertes en el período 1990-1995 las correlaciones en
46 CRIMEN E IMPUNIDAD

tre los datos de dos años consecutivos son siempre superiores al 90%.
La segunda característica de estas correlaciones entre los datos munici­
pales de dos períodos es que decrecen con el paso del tiempo. En la
actualidad, el mejor predictor de la violencia en un municipio colombia­
no es el número de homicidios observado en ese mismo municipio en
el año inmediatamente anterior. Fuera de la alta asociación que se obser­
va entre el número de muertes en un municipio en dos períodos conse­
cutivos, la evolución de los homicidios en las localidades del país con
mayor número de muertes es particular en el sentido que no presenta
cambios bruscos de un año a otro.

Si por acá llueve...26

La incertidumbre en cuanto a la dimensión de la violencia homicida está


lejos de ser un problema exclusivamente colombiano. Por el contrario,
parecería ser una característica común a los países con altos niveles de
conflicto. Uno de los elementos más recurrentes en los trabajos disponi­
bles sobre violencia en América Latina es la alusión que se hace en ellos
a la precariedad de la información con que se cuenta. Aun para cuestio­
nes que en principio no deberían presentar problemas serios de medi­
ción, como la violencia homicida, son frecuentes las referencias al
subregistro, a la incompatibilidad de las cifras de distintas fuentes, o a la
imposibilidad de contar con una serie suficientemente larga para un
análisis a lo largo del tiempo.
En el Gráfico 2.4 se muestra, como un primer ejemplo en ese sentido,
la serie de homicidios en Lima Metropolitana entre 1985 y 1995 según
dos fuentes oficiales, el Ministerio de Salud (minsa) y la Policía Nacional
del Perú (PNP).
De este gráfico vale la pena destacar, en primer lugar, el fuerte incre­
mento de la cifra de homicidios de la Policía en el año 1992, período para
el cual se quintuplica con relación al año inmediatamente anterior. Este
extraño aumento se explica por el hecho que hasta 1991 la información
registrada por la Policía peruana correspondía a los casos que se inves-

26 Los datos de esta sección se obtuvieron de los informes del proyecto de la red de
centros de investigación del BID "La violencia en América Latina. Dimensionamiento y
políticas de control".
UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 47

tígaban y no al total de denuncias puestas por los ciudadanos. También


sorprende que la cifra del Ministerio de Salud, que en principio debería
ser independiente de los procesos de investigación judicial, tenga una
tendencia similar, aunque su nivel sea muy inferior, a la de la Policía
antes del año 1992. La diferencia entre las dos fuentes es tal que de
acuerdo con los datos del MINSA, en Lima Metropolitana, con el 30% de
la población peruana, ocurrían tan sólo el 18% de las muertes violentas
del país. Por el contrario, según la Policía, entre 1992 y 1995, en la capi­
tal ocurrieron cerca del 70% de los homicidios.

GRÁFICO 2.4
HOMICIDIOS EN LIMA

Como segundo ejemplo se presenta, en el Gráfico 2.5, la serie del


subregistro estimado de los homicidios ocurridos en el Área Metropo­
litana de Caracas entre 1990 y 1996. La estimación se basa en la compa­
ración de los datos de la División de Medicina Legal con las estadísti­
cas oficiales de muertes violentas27. Con excepción del año 1996, en
todos los períodos el subregistro fue cercano al 30%.
Aun en un lugar con una baja tasa de homicidios y buena calidad de
las cifras oficiales, como Ciudad de México -en donde la tasa de homici­
dios es inferior a los 20 homicidios por cien mil habitantes- un estudio
detallado de los certificados de defunción de las muertes relacionadas

27 OCEl/CPTJ-
48 CRIMEN E IMPUNIDAD

con lesiones accidentales e intencionales que se presentaron en 1995 en


el Distrito Federal, arrojó un faltante del 25% en los homicidios regis­
trados por los médicos legistas. En El Salvador, de acuerdo con los
datos de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM), que
concuerdan con estimativos basados en los censos de población, el
subregistro de las muertes violentas por parte de la Fiscalía General de
la República rondaría el 50%. El Instituto de Medicina Legal dispone
de registros únicamente del área urbana de la capital, San Salvador,
que se piensa es la localidad menos violenta del país.

GRÁFICO 2.5
CARACAS
SUBREGISTRO DE HOMICIDIOS

Si el problema de calidad de las cifras se presenta en ciudades capi­


tales, y aun en aquellas que sufren niveles de violencia que se pueden
considerar leves, no es difícil pensar lo que puede estar ocurriendo en
lugares apartados, con altos niveles de conflicto, violencia o criminali­
dad.

La criminalidad urbana en la última década

No toda la violencia es homicida. Probablemente por tratarse de la ma­


nifestación extrema de la violencia, los homicidios han recibido el grue­
so de la atención por parte de los analistas colombianos. A esta inclina­
ción también pudo contribuir la mayor disponibilidad y calidad de la
información. Pero también vale la pena analizar lo que ha ocurrido en
Colombia con los otros tipos de criminalidad.
UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 49

Las encuestas de victimización

El primer esfuerzo que se hizo en Colombia por aproximarse a la crimi­


nalidad real urbana fue un módulo de la Encuesta Nacional de Hogares
realizado a finales de 1985. En las once ciudades incluidas en la mues­
tra28 se concentraba cerca de la mitad de la criminalidad denunciada
ante la Policía Nacional. Un módulo similar se realizó posteriormente en
1991 y en 199529.
Del análisis de los resultados agregados de estas encuestas surgen
varios comentarios. El primero es que, como se observa en el Gráfico 2.6,
la evolución de la criminalidad en Colombia ha estado básicamente de­
terminada por la de los delitos contra el patrimonio económico que en
las tres encuestas constituyen una proporción superior al 80% del total
de delitos, y en dos de ellas cercana al 90%. Segundo, que los crímenes
contra la propiedad habrían bajado drásticamente entre 1985 y 1991
para subir, en forma también marcada, entre 1991 y 1995. Entre 1985 y
1991, disminuyó en cerca de 10 puntos la importancia de los delitos eco­
nómicos en la criminalidad global. Para 1995 su participación aumentó
nuevamente pero de todas maneras fue inferior a la observada en 1985.
Los cambios en el porcentaje de hogares afectados por algún delito -cer­
cano al 20% en 1985, al 10% en 1991 y al 15% en 1995- tenderían a co­
rroborar esta tendencia.
Con relación a la fuerte caída de los atentados contra la propiedad
entre 1985 y 1991 y a su posterior aumento en 1995, no se debe descartar
del todo la posibilidad de explicarla, al menos parcialmente, por la for­
ma como se le hicieron las preguntas a los hogares encuestados, que fue
diferente en el año 1991. Tanto en 1985 como en 1995 se les hizo a los
hogares la misma pregunta inicial: "¿Usted o alguno de los miembros
de este hogar ha sido víctima de la delincuencia durante el último año?".
En 1991 la pregunta era diferente: "¿Usted o alguno de los miembros de

28 Barrartquilla, Bogotá, Bucaramanga, Cali, Cúcuta, Ibagué, Manizales, Medellín,


Montería, Rereira y Pasto.
29 En las Encuestas de Hogares Ns 72 de 1991 (enh 72) y en la Ns 90 de 1995 (ENH
C9, En la enh 72 no se incluyeron Ibagué ni Montería. En la enh 50 se entrevistaron
1-400 hogares, en las enh 72 y ENH 90 la muestra fue de 17.203 y de 21.130 hogares
respectivamente.
50 CRIMEN E IMPUNIDAD

GRÁFICO 2.6
CRIMINALIDAD REAL EN COLOMBIA
Encuestas de victimización 1985-1991-1995

Tasa global
*

% Delitos contra la propiedad

% De hogares afectados

Fuente: dane-enh.
* Número anual por cien mil habitantes.
UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 51

este hogar ha sido afectado por hechos violentos o por delitos en el úl­
timo año?". Es razonable pensar que en ese año los incidentes no vio­
lentos contra la propiedad hayan podido quedar con un menor reporte.
En segundo término, en el año 1991 esta pregunta sobre victimización
venía precedida de varias preguntas sobre muertes violentas, proble­
mas en los barrios, derechos humanos, abuso de los organismos de se­
guridad y cambio de domicilio por razones de violencia que se puede
pensar desviaban la atención del encuestado hacia los incidentes con
violencia30. Así, en estricto sentido sólo la encuesta de 1985 y la de 1995
son comparables.
Otro punto que se debe destacar con relación a la criminalidad en
Colombia es el importante aumento en la incidencia de los atracos, o
atentados violentos a la propiedad, cuyas tasas por cien mil habitantes
(pcmh), como se puede apreciar en el Gráfico 2.7, se duplicaron entre
1985 y 1995. La alta participación de los atracos dentro de los atentados
a la propiedad en el año 1991, superior a la de las otras encuestas, ten­
dería a corroborar la inquietud planteada en el sentido que la manera
como se hicieron las preguntas en 1991 pudo sesgar las respuestas hacia
un subreporte de los incidentes no violentos.
Este fenómeno puede ser el que permita explicar la creciente sensa­
ción de inseguridad que, a pesar del aparente descenso en las tasas de
criminalidad entre 1985 y 1991, manifiestan los colombianos. El último
comentario es que los delitos contra la vida presentan un comporta­
miento opuesto al de aquellos contra la propiedad -aumento entre 1985
y 1991 y leve descenso en 1995- pero quedan en niveles superiores a los
de 1985. Al analizar, dentro de los atentados contra las personas, la par­
ticipación de los homicidios se observa un gran aumento entre 1985 y
1991, período durante el cual se pasó de menos del 20% a cerca del 60%.
Así, como gran tendencia de la criminalidad colombiana en la última
década, se debe destacar la reorientación de los delitos hacia aquellos
con una mayor dosis de violencia.
De acuerdo con los datos de la última encuesta, durante 1995 un
poco más de medio millón de hogares (cerca del 15% del total) fueron

30 Por último, en 1985, se hizo en seguida la pregunta "de qué delitos han sido víc-
“mas" dejando tres espacios abiertos para responder En 1991 la pregunta similar dejaba
dos espacios con 12 alternativas cerradas de delitos.
52 CRIMEN E IMPUNIDAD

víctimas de algún delito. La tasa de criminalidad global es ligeramente


superior a los 4.800 delitos por den mil habitantes. Por dudades, esta
tasa varía entre 1.000 y 12.000 delitos pcmh y el porcentaje de hogares
afectados entre un poco más del 5% y el 35%. Es conveniente señalar
que éstas serían las cotas inferiores de las tasas, suponiendo que los
hogares que reportaron ser víctimas de algún inddente criminal lo fue­
ron una sola vez. La información disponible permite suponer que esta
es una cifra conservadora. Una encuesta realizada en tres dudades co­
lombianas en 1997 muestra que los hogares que han sido víctimas de
atentados contra su propiedad, reportan la ocurrencia de múltiples
incidentes, desde 1 hasta 18, con un promedio de 2.5. Esta cifra es su­
perior en Bogotá (3.1) que en Medellín (2.2) o Barranquilla (2.1). El grueso
de los inddentes reportados (90%) tiene que ver con atentados contra
la propiedad. En segundo lugar de importanda se sitúan los delitos
contra la vida e integridad de las personas (6%). El resto de los títulos
del Código Penal: delitos contra la libertad y el pudor sexual, contra la
libertad, contra la familia, contra la seguridad pública, contra la integri­
dad moral y otros títulos participan únicamente en el 4% de los hechos
delictivos informados por los hogares.

GRÁFICO 2.7
ATENTADOS VIOLENTOS A LA PROPIEDAD
Encuestas de victimización 1985-1991-1995

Tasa de atracos* Participación (%)


en delitos contra la propiedad

85 91 95

* Tasas por cien mil habitantes.


Fuente: DAÑE ENH 50 - ENH 72 - ENH 90.
L'N CAMPO RODEADO DL MIS! FRIO 53

La incidencia de estos delitos contra la propiedad está positivamente


relacionada, por ciudades, con la de los atentados contra la vida. Dentro
de los delitos económicos aparece una asociación positiva entre los atra­
cos y ios atentados no violentos a la propiedad. En los delitos contra las
personas, por el contrario, hay cierto grado de sustitución entre el ho­
micidio y las lesiones personales. Sobre este punto, que es importante
para el diagnóstico de la violencia, se volverá más adelante.
Así, las cifras colombianas muestran para 1995 una criminalidad ur­
bana con una gran heterogeneidad no sólo en niveles sino en caracte­
rísticas. Las ciudades en donde más se atenta contra la propiedad no son
aquéllas en donde la vida de los ciudadanos corre un mayor riesgo. Ni
siquiera se puede hablar de una mayor o menor tendencia hacia la vio­
lencia, que se presente de manera uniforme entre ciudades. No se per­
ciben, por ejemplo, síntomas de una relación positiva entre la letalidad
de los atentados contra la vida y la tendencia a utilizar la violencia en los
delitos económicos.
A nivel más desagregado, la violencia homicida es, de acuerdo con
los datos de la encuesta por ciudades, la manifestación criminal que me­
nos se explica a partir de las otras modalidades delictivas. Además, es
una variable con bajo poder predictivo sobre los otros tipos de conduc­
tas criminales.
Los datos de las encuestas de victimización disponibles en el país
muestran que las reacciones de los ciudadanos ante los ataques crimina­
les se ven afectadas tanto por las deficiencias del sistema penal de justi­
cia como por un ambiente caracterizado por la intimidación. Aun para
un asunto tan grave como el homicidio, de acuerdo con la encuesta rea­
lizada en 1991, más de la mitad de los hogares que habían sido víctimas
manifestaron no haber hecho nada y únicamente el 38% reportó haber
puesto la respectiva denuncia.
Una de las razones aducidas por los hogares para no denunciar los
delitos es la del "temor a las represalias" que entre la encuesta de 1985 y
la de 1991 duplicó su participación en el conjunto de motivaciones de
los hogares para no denunciar. Para la encuesta realizada en 1995 el "te-
naor a las represalias" aparece como un factor con buen poder explicati­
vo sobre la proporción de delitos que se denuncian. Además, esta razón
para no denunciar es más importante en las ciudades con mayores ni­
veles de violencia homicic^. Aparece, entonces, para las ciudades co­
lombianas, una asociación negativa entre la violencia y la disposición de
54 CRIMEN E IMPUNIDAD

hogares a poner en conocimiento de la justicia la ocurrencia de hechos


delictivos. La incidencia del temor a las represalias como factor para no
denunciar ha seguido, en las tres encuestas realizadas desde 1985, una
evolución similar a la de la tasa de homicidios en el país.

Las denuncias ante la Policía Nacional

Como fuente alternativa de información sobre la situación delictiva,


se cuenta en Colombia con los datos de denuncias que registra y reco­
pila la Policía Nacional. De acuerdo con estos datos, las tasas delictivas
habrían mostrado, en las últimas décadas, la siguiente tendencia: un
aumento uniforme entre 1960 y la mitad de los setenta, un corto estan­
camiento hasta el inicio de la década de los ochenta y un posterior des­
censo, similar en magnitud y duración al aumento previo, durante los
últimos quince años (Gráfico 2.8). El primer punto que llama la aten­
ción es que esta evolución de la criminalidad, que se deriva de los
registros policiales de denuncias, no coincide con la percepción, gene­
ralizada en el país, que la inseguridad aumentó durante la última dé­
cada.

GRÁFICO 2.8
DENUNCIAS PENALES
Policía Nacional y encuestas del DAÑE 1960-1995

Fuente: Policía Nacional - DAÑE ENH.

Tampoco guarda relación con la evolución de la violencia homicida,


ni con el comportamiento de ciertos delitos específicos -como el atraco
bancario, o el hurto de automotores, que se puede pensar se registran de
UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 55

manera más confiable- que han mostrado un considerable incremento


en los últimos años. Un segundo punto de interés lo constituye la gran
diferencia, tanto en niveles como en tendencia, que como se deriva del
Gráfico 2.8 se observa entre las cifras que reporta la Policía Nacional y
las que se pueden calcular a partir de lo que los hogares, en las encuestas
de victimización, dijeron acerca del número de denuncias que habían
puesto ante las autoridades. Acerca de los posibles orígenes de estas
discrepancias, crecientes en el tiempo -desde un 30% en 1985 a cerca del
50% en 1995- el más pertinente parece ser el de un progresivo subregis­
tro de las denuncias por parte de la Policía, sobre todo en los delitos contra
el patrimonio económico. Como ya se mencionó, la tasa de criminalidad
que se calcula con las encuestas de victimización es conservadora en el
sentido que algunos hogares han podido ser víctimas, en el año anterior
a la encuesta, de más de un hecho criminal. Así el número de denuncias
podría también estar subestimado.
La posibilidad de que las autoridades policiales hayan establecido
un filtro para las denuncias que registran, no necesariamente es perni­
ciosa. Puede pensarse, por ejemplo, en la conveniencia de haber dejado
de lado, aun de las estadísticas, los delitos económicos de baja cuantía.
O las denuncias que se sabe cumplen sólo un papel formal, sin ninguna
repercusión judicial posterior. El hecho de que el valor monetario pro­
medio de los ataques a la propiedad de acuerdo con las estadísticas po­
liciales se haya multiplicado, en términos reales, por cuatro entre 1985 y
1991 y por cerca de siete entre 1985 y 1995 tendería a corroborar esta
idea. En la misma dirección apunta el hecho que en 1985 el monto en­
vuelto en un delito económico en los registros de la Policía Nacional fue
de 215 mil pesos de ese entonces mientras que apenas superó los $ 100
mil en la información reportada por las víctimas en la encuesta de ho­
gares. Para las encuestas de 1991 y 1995 no se dispone de información
sobre los montos envueltos en los ataques a la propiedad. Las estadísti­
cas de delitos reportadas por la PoEcía también pueden estar reflejando
cambios en los procedimientos de registro, o en los recursos humanos
dedicados a esa tarea. Las cifras, en tal caso, se verían afectadas por in­
suficiencias administrativas o falta de personal en los cuerpos policiales.
Esta hipótesis es consistente con la experiencia internacional que mues­
ca' para distintos países, cambios importantes en los sistemas de regis-
410 de la PoEcía.
56 CRIMEN E IMPUNIDAD

Cuando, por otro lado, las tasas de criminalidad pueden ser utiliza­
das para evaluar el desempeño de los organismos de seguridad, no es
difícil imaginar que se den incentivos para no registrar, por ejemplo, los
casos más difíciles de resolver, o para limitarse a aquéllos en los que se
ha tenido éxito en la identificación y captura de los implicados. En tal
sentido es pertinente señalar la existencia de una estrecha relación entre
las denuncias por delitos económicos registradas por la Policía y el nú­
mero de personas capturadas como presuntos implicados en los delitos.
Esta asociación, como se observa en el Gráfico 2.9, aparece tanto a nivel
agregado como para los distintos tipos del título de atentados "contra el
patrimonio económico".
En principio cabe esperar que las estadísticas sobre los sindicados
aprehendidos por la Policía Nacional sean confiables, puesto que se tra­
ta de cifras que deben ser consistentes con las de otras agencias inde­
pendientes entre sí -en este caso el sistema carcelario, o el sistema
judicial-. Lo anterior no significa, sin embargo, que sean éstos unos da­
tos que puedan tomarse como indicadores de la criminalidad. El núme­
ro de personas capturadas depende no sólo de dichos índices sino de la
eficacia en la tarea de identificar y aprehender a los delincuentes. Lo que
sugiere la asociación que se observa entre los datos de detenidos y los
de los delitos, es que estos últimos parecerían haberse adaptado progre­
sivamente a la evolución de los primeros. Esta dinámica puede explicar­
se de dos maneras. Bajo una visión crítica de los organismos policiales
podría pensarse que el número de delitos registrados por la Policía se
calcula a partir de la información de los capturados, de tal manera que el
balance entre una y otra cifra muestre unos parámetros razonables de
eficiencia. Una lectura menos simplista de esta relación apuntaría en la
dirección de una posible contaminación de los procedimientos policia­
les de registro con una de las principales perversiones de la justicia pe­
nal colombiana: su progresiva concentración en los delitos con sindicado
conocido. En el marco de un sistema de justicia penal que, como el colom­
biano en las últimas décadas, ha venido dejando de lado la investiga­
ción de los incidentes criminales para los cuales se desconoce el agresor,
no resultan del todo extrañas unas estadísticas criminales que también
se hayan apartado de los delitos en cuya denuncia no se ha identificado
al responsable.
GRÁFICO 2.9
DELITOS REGISTRADOS Y PERSONAS CAPTURADAS
Policía Nacional
Total Relación Atraco
Delitos contra la propiedad

Abigeato Abuso de confianza

UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO


Hurto automotores
2.5 ' “ ~ 25

2.0 “ ■ " 20

1.5 “ • ’ 15

1.0 " ■ " 10

0.5 5
i L
0.0 1i1I- 0
75 80 85 90 95 75 80 85 90 96 75 80 85 90 -15

57
Fuente: Policía Nacional.
58 CRIMEN E IMPUNIDAD

Con relación a los montos monetarios envueltos en los delitos eco­


nómicos, y a nivel agregado, la tendencia creciente que señalan las cifras
de las denuncias a partir de los ochenta podría explicarse de dos mane­
ras. O bien se trata de unos registros policiales progresivamente concen­
trados en los delitos de mayor cuantía, o bien se trata del reflejo de una
criminalidad cada vez más especializada en delitos de gran magnitud.
Esta es la hipótesis que se plantea en Irujillo y Badel (1998) quienes des­
tacan la creciente importancia, para el monto promedio de los atentados
contra el patrimonio, del robo de vehículos.
Lo que queda relativamente claro es que los datos de la Policía Na­
cional para la categoría de los delitos contra el patrimonio no parecen
confiables como indicadores de la criminalidad. Por lo general, se ha
reconocido que la calidad de los registros policiales es directamente pro­
porcional a la gravedad de los incidentes, a la determinación de las víc­
timas de llevar a cabo acciones judiciales y a la capacidad del incidente
para involucrar terceros agentes diferentes de la víctima y el agresor31.
En lo que hace relación a los atentados contra la vida, los datos de la
Policía Nacional muestran, en el agregado, un incremento sostenido en­
tre 1964 y 1988 período durante el cual, con una tasa promedio de cre­
cimiento del 1.8% anual, pasan de 35 a 92 mil incidentes denunciados y
luego, a partir de este último año, y como se aprecia en el Gráfico 2.10,
una relativa estabilización. Al desagregar estas cifras, de acuerdo con el
tipo de conducta -homicidios, homicidios por accidente de tránsito, le­
siones personales y lesiones en accidentes de tránsito- aparecen ciertas
tendencias que suscitan algunos comentarios.
En primer lugar, las lesiones personales, que durante la mayor parte del
período constituyen más de la mitad de los atentados contra las personas,
muestran una tendencia decreciente desde principios de los ochenta. Así,
en la década durante la cual la violencia colombiana se hizo explosiva,
la información sobre lesiones personales reportada por la Policía mues­
tra un continuo descenso. La caída en las cifras de lesiones personales
es tal que, según estos datos, los ataques no letales contra las personas
constituyen en la actualidad un poco más de la tercera parte de todos los
atentados a la vida, cuando a principios de los setenta daban cuenta de
más de las dos terceras partes de ese total.

31 Ver, por ejemplo, Zehr (1910).


LTN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 59

GRÁFICO 2.10
atentados contra las personas
Según Policía Nacional

Total

Por tipo de incidente

36%

I Hondaios

H Homddios AT*

O Lesiones

O i es-ones AT’

AT. Accidente de tránsito


huenteR>licía Nacional.
60 CRIMEN E IMPUNIDAD

La calificación Je la bondad de las cifras de la Policía Nacional en el


caso de las lesiones personales, es difícil por varias razones. En primer lu­
gar, porque la relación entre la tasa de homicidios y la de lesiones persona­
les puede ser respaldada con varias hipótesis diferentes, con consecuencias
distintas sobre la asociación que cabe esperar entre estas variables. Si se
piensa que el grueso de la violencia se origina en los problemas cotidianos
de convivencia entre los ciudadanos, los homicidios serían básicamente las
riñas y peleas que "se salen de las manos". En tal caso cabría esperar una
asociación positiva entre la tasa de homicidios y la de lesiones personales,
o sea las riñas y discusiones que no alcanzaron a ser letales. Si se piensa,
por el contrario, en dos tipos de violencia que se han venido sustituyen­
do, como por ejemplo al pasar de un escenario dominado por las riñas
a otro dominado por la guerra, sería razonable esperar una correlación
negativa entre estas dos variables. Por otro lado, los registros policiales
sobre lesiones personales muestran síntomas de algunos de los vicios
que se detectaron en las estadísticas de los delitos económicos. En par­
ticular, debe destacarse la asociación que, aunque inferior a la que se
señaló para los ataques a la propiedad, se observa entre el número de
personas detenidas bajo cargos de lesiones personales y el número de
incidentes de este tipo que fueron registrados por la Policía.
Por otro lado, sorprende un poco la relación que se observa entre la
efectividad de los organismos de seguridad para capturar a los homici­
das - medida por el número de personas capturadas por cada homicidio
que se comete- y la efectividad para aprehender a los infractores por
lesiones personales. La asociación entre estas dos variables es tan estre­
cha que, especulativamente, invita a pensar que surgen de incidentes
de naturaleza similar.
Estas anotaciones sugieren dos cosas. Primero, que los homicidios
para los cuales los organismos de seguridad capturan a los agresores y,
por otro lado, las lesiones personales son el resultado de una misma
violencia: la rutinaria entre amigos o conocidos. La de las riñas. Esta
observación es consistente con lo que se ha encontrado sobre las carac­
terísticas de la violencia que llega a los juzgados32. En trabajos basados
en el análisis de incidentes en juzgados, se encuentra que la violencia

32 Vei, por ejemplo, Beltrán (1997) o Rubio (19M8)


UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 61

que llega a la justicia es precisamente la de las riñas, la cotidiana. Se


encuentra que más del 95% de los homicidas que fueron llamados a
juicio, en una muestra aleatoria de sentencias penales, venían identifi­
cados desde el momento de la denuncia. Segundo, que aun para esta
violencia cotidiana, la efectividad de la justicia penal colombiana se ha
reducido sustancialmente en las últimas décadas.
A pesar de las observaciones anteriores, la información estadística
de la Policía Nacional sobre las lesiones personales parece verosímil. En
primer lugar por la consistencia que muestra con los datos de la Encues­
ta de Hogares de 1995. Si, como se observa en el Gráfico 2.11, con los
datos de la última encuesta se calcula el número de denuncias por lesio­
nes personales en cada ciudad para ese año, tanto el rango de las cifras
resultantes como el promedio para las once ciudades, parecen compati­
bles con la evolución de los registros policiales entre 1980 y 1995. Gaitán
(1997) señala que la cifra de denuncias por lesiones personales está en
extremo contaminada por los cambios en el procedimiento penal a par­
tir de 1980. A pesar de lo anterior, la tendencia a la baja parece significa­
tiva. En la misma dirección de otorgarle credibilidad a las cifras de la
Policía apunta el hecho de que las lesiones personales constituyen el
típico incidente con sindicado conocido que, por despertar el interés del
sistema penal, tiene buenas posibilidades de quedar registrado en las
estadísticas por parte de las autoridades tanto judiciales como policiales.
Una vez hechas las calificaciones anteriores, es interesante comparar
la evolución de los dos grandes componentes de los ataques violentos
contra las personas en las últimas tres décadas. El hecho que, como se
observa en el Gráfico 2.12, las denuncias por lesiones personales hayan
empezado a caer en forma continua y sostenida, justamente cuando
empezaron a aumentar los homicidios, sugiere un escenario diferente
al que se deriva del diagnóstico predominante sobre la violencia colom­
biana durante la última década, el de un fenómeno rutinario y origina­
do en los problemas de intolerancia.
De haber sido esta violencia, la de las riñas, la que se hizo explosiva
a partir de los ochenta, se esperaría que hubiera tenido como impacto
más notable un aumento en la incidencia de las denuncias por lesiones
personales.
Los datos disponibles por ciudades, para 1995, tienden a corroborar
la idea de una relación negativa entre los homicidios y las lesiones per­
sonales. En efecto, y como se observa en el Gráfico 2.13, entre las once
62 CRIMEN E IMPUNIDAD

GRÁFICO 2.11
DENUNCIAS POR LESIONES PERSONAL ES
Tasas por 100 mil habitantes

Policía Nacional 1970-1995 ENH 11 ciudades 1995*

Fuente: Policía Nacional - Danf. enh.

GRÁFICO 2.12
AlENTADOS CONTRA LAS PERSONAS
Homicidios (H) y lesiones personales (LP)

Fuente. Policía Nacional


UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 63

ciudades incluidas en la muestra de la encuesta de victimización, aque­


llas con mayor tasa de lesiones personales -Pasto, Bucaramanga y
Barranquilla- están entre aquellas localidades con menor tasa de ho­
micidios. Por el contrario, los lugares con mayor incidencia de muertes
violentas -Medellín, Cali y Pereira- presentan tasas de lesiones perso­
nales inferiores al promedio.

GRÁFICO 2.13
HOMICIDIOS (H) Y LESIONES PERSONALES (LP)

Un argumento que se ofrece algunas veces para explicar esta contra­


dicción entre el diagnóstico de una violencia esencialmente rutinaria y
la aparente caída en la incidencia de las lesiones personales, es que las
discusiones, las peleas y las riñas se volvieron más letales por un uso
más extendido de las armas de fuego33. Algo de esto puede ser cierto,
pero en tal caso se esperaría simplemente que la tasa de homicidios
aumentara más rápido que la tasa, también creciente, de lesiones perso­
nales. Esta línea de argumentación evita la pregunta más pertinente, y
es la relacionada con la razón por la cual los colombianos en las últimas
dos décadas decidieron empezar a andar más y mejor armados.

33 De acuerdo con Gaitán [1997] este argumento, pieza clave de las recomendacio­
nes de desarme, fue propuesto inicialmente por Alvaro Camacho y Alvaro Guzmán
para explicar las caídas en lesiones personales en Cali en forma paralela al aumento en
los homicidios.
64 CRIMEN E IMPUNIDAD

En síntesis, parece claro que la calidad de las cifras de criminalidad


basadas en las denuncias que ponen los ciudadanos ante la Policía varía
considerablemente dependiendo del tipo de delito y de la naturaleza
del infractor. En Colombia, el factor determinante para que un incidente
criminal aparezca registrado en las estadísticas policiales no parece ser
la gravedad de la conducta sino el hecho de que las víctimas cuenten
con un conocimiento razonable de la identidad de los agresores, que
facilite su captura por parte de las autoridades. La tendencia de los re­
gistros de delitos a confundirse con los de las personas capturadas, evi­
dente en las cifras, puede tener dos orígenes: el hecho que tales registros
no sean independientes de la evaluación del desempeño de los organis­
mos de seguridad o la vocación de la justicia penal colombiana por los
delitos con "sindicado conocido", peculiaridad que habría contaminado
la calidad de las estadísticas de la Policía. Esta limitación de las cifras de
la criminalidad denunciada va más allá de un simple problema de sub­
registro, puesto que implica sobre todo un problema de mala represen­
tación en las estadísticas de lo que ocurre a nivel de la criminalidad real.
La información disponible sugiere que las cifras policiales, al dejar de
lado los atentados criminales en los cuales las víctimas no han identifi­
cado al infractor, tienden a minimizar la incidencia de los crímenes co­
metidos por profesionales. En cierta forma, se corrobora la impresión
derivada de las estadísticas sobre violencia homicida en el sentido que,
en Colombia, la desinformación y el misterio alrededor de la criminali­
dad parecen proporcionales a la gravedad del fenómeno, o al poder de
los infractores.

La criminalidad judicialízada

Una tercera fuente de información sobre la ocurrencia de incidentes cri­


minales en Colombia, la constituyen los procesos que se abren para in­
vestigarlos y que, con base en los datos que remiten los juzgados y las
unidades de fiscalía, recopila el DAÑE en las llamadas estadísticas de jus­
ticia. Teniendo en cuenta que sólo una fracción de los delitos se denun­
cia y que, a su vez, no todas las denuncias conducen a la apertura de una
investigación formal, o sumario, las estadísticas de justicia constituyen
necesariamente una fracción de la criminalidad. La pregunta relevante
es si esta es una fracción relativamente constante o, por el contrario/
sufre variaciones importantes en el tiempo y el espacio. Además, parece
UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO 65

útil preguntarse si dicha proporción es independiente de la intensidad


o de las características del fenómeno que se pretende medir.
Del análisis de las estadísticas judiciales a nivel nacional durante las
últimas décadas se desprende que su evolución estuvo determinada no
sólo por los frecuentes cambios en el procedimiento penal sino, además,
por los criterios, informales y también cambiantes, que se fueron adop­
tando para decidir de cuáles incidentes se hacía cargo el sistema penal
de justicia. En particular, se puede argumentar que lo que muestran las
estadísticas sobre sumarios es una progresiva contaminación de las ci­
fras con el mal desempeño del sistema penal de justicia en su labor de
aclarar los delitos y atrapar a los implicados. No parece del todo arries­
gado suponer que esta contaminación de las cifras judiciales se haya
extendido a los registros estadísticos de la Policía, y aun al ánimo de la
ciudadanía para elevar las denuncias. Vale la pena analizar si la infor­
mación judicial con datos de corte transversal, a nivel de municipios, es
útil para captar diferencias regionales en la criminalidad o si, por el con­
trario, también presenta sesgos sistemáticos.
En 1995 fueron puestos en conocimiento de las autoridades, en los
juzgados y unidades de fiscalía de 832 municipios, un total de 537 mil
delitos34 de los cuales el 46% correspondían a ataques a la propiedad, el
22% a atentados contra la vida, el 4% a abusos sexuales, el 5% a atenta­
dos contra la libertad individual y un 23% a otros títulos. Estos hechos
motivaron la apertura de 135 mil investigaciones formales, o sumados,
cuya composición por tipo de incidente es bastante distinta a la que se
observa para las denuncias. En particular, dentro de los sumarios se re­
duce a un 25% la fracción correspondiente a los delitos económicos y
sube a la mitad la de los delitos de los otros títulos del código. En el año
anterior, se habían abierto 140 mil sumarios en los cuales la participación
de los "otros títulos" era un poco inferior (42%). Vale la pena anotar que
los reportes de 1994 corresponden a 998 municipios o sea que entre 1994
y 1995 los juzgados y unidades de fiscalía de 166 municipios dejaron de
enviar sus cifras al DAÑE.

34 Fstas aíras corresponden a ¡as llamadas investigaciones "preliminares" o "pre­


vias" que, en principio deben guardar una relación muy estrecha con las de denuncias.
Para facilitar la presentación, en esta sección se utilizará el término denuncia para refe­
rirse a estas preliminares.
66 CRIMEN E IMPUNIDAD

Para las once ciudades incluidas en el módulo de criminalidad de la


ENH, y únicamente para estas localidades, se puede analizar la relación
existente entre la llamada criminalidad real, los incidentes que llegan a
conocimiento de las autoridades y aquéllos para los cuales se inicia una
investigación formal o sumario. En estas once ciudades, con el 36% de
la población colombiana, se concentraron cerca de la mitad (42%) de las
denuncias y un porcentaje similar (43%) de los sumarios por delitos con­
tra la propiedad, y una quinta parte (21%) de las denuncias, y 27% dé
los sumarios por atentados contra la vida.
Como se observa en el Gráfico 2.14, la composición de los casos puesJ"
tos en conocimiento de las autoridades judiciales, por tipo de incidente,
en estas once ciudades es algo diferente a la que se observa en el resta
de los municipios del país.
En las ciudades incluidas en la encuesta de victimización de
pesan más los delitos contra la propiedad. Por el contrario, la participa­
ción de los atentados contra las personas es menor en estas ciudadei
que en el resto de los municipios del país. No se puede saber, sin embar­
go, si estas peculiaridades responden a diferencias en la criminalidac
real o a particularidades regionales de la ciudadanía para denunciar los
delitos. Si se aceptara que estas ciudades son representativas del resto
de los municipios del país se tendría, con base en la relación observada
entre denuncias y delitos, que en Colombia se cometen anualmente cer­
ca de 1.8 millones de delitos de los cuales un poco más de un 1.2 millo-i
nes son atentados contra la propiedad y ciento diez mil son ataques a la
vida. En términos de tasas de criminalidad, se tendrían cerca de 3.800
delitos económicos pcmh y 500 atentados a la vida pcmh.
Lamentablemente no parece haber una relación muy estrecha entré
el número de denuncias por habitante y las tasas de criminalidad, ni
mucho menos entre estas últimas y los sumarios, que permita utilizar
las estadísticas de justicia para estimar la incidencia del crimen en loq
demás municipios del país.
Lo que se observa es que la proporción de los delitos que llega 1
conocimiento de las autoridades varía considerablemente, dependien­
do tanto del tipo de conducta como de la localidad en donde ocurrió el
incidente.
A nivel, no ya de las once ciudades de la ENH, sino del total de mu|
nicipios del país, las tasas de criminalidad denunciadas en cada una d|
GRÁFICO 2.14
COMPOSICIÓN DE LA CRIMINALIDAD EN 1995

REAL DENUNCIAS SUMARIOS


2%

ONCE
CIUDADES
ENH
89%

UN CAMPO RODEADO DE MISTERIO


■ PATRIMONIO
■ VIDA RESTO DE
■ SEXUAL MUNICIPIOS
□ LIBERTAD
□ OTROS
’% 4%

Fuente: dañe.

67
68 CRIMEN E IMPUNIDAD

las categorías de delitos3 no parecen ser independientes entre sí. No es


despreciable la proporción de la varianza de cada una de ellas que se
explica por el conjunto de las otras. Los efectos cruzados entre todas las
categorías de delitos son positivos, lo cual indica cierta "complementa-
riedad" entre los distintos tipos de conductas criminales que se denun-
36
cían .
Para los sumarios, en términos per cápita, la relación entre las distin­
tas categorías de delitos es bastante más estrecha que la que se observa
para las denuncias. Al tratar de explicar las tasas de sumarios de cada
categoría en función de las otras, se observa (1) un alto poder explicativo
de la categoría "otros títulos" sobre todas las demás -es la categoría que
mejor se explica en función de las otras- y (2) la existencia de asociacio­
nes negativas entre los sumarios de ciertas categorías. En particular los su­
marios que se abren por delitos contra el patrimonio muestran una
correlación negativa con aquéllos contra la libertad individual, y vice­
versa. Esto se podría interpretar como cierto grado de especialización,
por municipios, en las labores de investigación de los distintos tipos de­
lictivos.
Un punto de interés lo constituye el análisis de la relación entre los
delitos que se denuncian y los sumarios que se abren. Esta relación
muestra hasta qué punto las estadísticas judiciales están captando lo
que ocurre a nivel de la criminalidad en los municipios.
I .o que se observa, en forma sorprendente, es que las cifras judiciales
de denuncias en los municipios contribuyen muy poco a la explicación
de las diferencias en el número de procesos penales que se inician median­
te la apertura de una investigación formal . Esta relación entre denun­
cias y sumarios es aún más débil cuando los incidentes se desagregan
por fatulos del Código Penal. Por otro lado, un buen predictor de las
investigaciones formales que se iniciaron en cada municipio en 1995, es

35 Por títulos del Código Penal colombiano.


36 La categoría que mejor se explica como función de las otras es la de los delito#
contra la vida (42% de la varianza) que a su vez es la que tiene un efecto más significativo
sobre las demás.
37 Unicamente el 32% de la variaciones, entre municipios, en el número total de
sumarios per capita que se abrieron en 1995 se explican por el total de casos penales que
se denunciaron ante la justicia para investigarlos.
UN CAMPO RODEADO DE MIS J EK1O 69

el número de sumarios abiertos en ese mismo municipio en el año in­


mediatamente anterior. Nuevamente la relación es más estrecha para el
total de delitos que para la desagregación de éstos por títulos del Código.
Lo que estos datos sugieren es que, como se puede pensar que ocu­
rre con cualquier servicio cuyos niveles de actividad son relativamente
insensibles a los cambios en la demanda, el sistema judicial colombiano
estaría operando a plena capacidad y probablemente con cierta conges­
tión en sus servicios, por lo menos en lo que se refiere a las labores de
investigación.
De esta manera, parece claro que la información judicial de los su­
marios no está captando adecuadamente las diferencias regionales de la
criminalidad colombiana. Lo que muestran estos datos es simplemente
el número de casos penales, relativamente estable e independiente de
la situación delictiva de cada municipio, que unos juzgados y unidades
de fiscalía con exceso de demanda por sus servicios alcanzan a atender.

Las organizaciones armadas ilegales

Una dimensión de la violencia particularmente difícil de medir y de cu-


antificar pero que sería imprudente ignorar para Colombia, es la asocia­
da con los diversos agentes armados que operan en el territorio nacional.
En la actualidad, son básicamente dos las fuentes de información que se
tienen acerca de las actividades de grupos armados ilegales en el país.
Están, por un lado, los informes de inteligencia de los organismos de
seguridad, a partir de los cuales (1) se ha construido la evolución del
número de frentes y efectivos de la guerrilla desde los sesenta y (2) se
pueden clasificar los 1.053 municipios con base en el criterio de si hay o
no hay presencia de alguno de los siguientes grupos armados: guerrilla,
narcotráfico y los llamados grupos paramilitares.
De acuerdo con esta fuente, tanto el número de frentes como los
efectivos de la guerrilla han crecido continuamente durante las últimas
dos décadas, en forma similar al incremento de la tasa de homicidios.
En principio, cabe esperar que la información acerca de los grupos ar­
mados, sobre la cual es difícil tener algún tipo de verificación, esté ses­
gada hacia la sobreestimación. Para los organismos de seguridad, una
opinión de "no presencia" es costosa puesto que puede ser rebatida por
los hechos mientras que la opinión contraria no presenta mayores ries­
gos. Además, para la fuerza pública, la presencia de grupos armados
70 CRIMEN F. IMPUNIDAD

puede convertirse en un elemento importante de negociación de recur­


sos.
En la actualidad38 en más del 50% de los municipios colombianos se
considera que hay presencia guerrillera, y en cerca de una cuarta parte de
ellos se han detectado actividades de narcotráfico o actuaciones de gru­
pos paramilitares39. El porcentaje de la población colombiana que vive
en una localidad con presencia guerrillera es del 79%. Para los narcotra-
ficantes^y los paramilitares, las cifras son del 55% y del 28% respectiva­
mente. Unicamente el 15% de la población del país reside en municipios
libres de la presencia de alguno de estos agentes.
La segunda fuente de información, concentrada en la actividad gue­
rrillera, la constituyen los datos recopilados desde hace varios años por
la Consejería para la Paz40 acerca de las acciones ejecutadas por la gue­
rrilla. Definiendo como criterio de presencia activa la ocurrencia de diez
o más enfrentamientos por año, se clasifican los municipios del país. De
acuerdo con esta fuente, para 1994 en el 17% de los municipios colom­
bianos, en los cuales habitaba más de la mitad de la población, había una
presencia activa de los grupos guerrilleros.

38 La información acerca de la situación actual que aquí se presenta tue suministra­


da, durante el primer semestre de 1997, por el Ejército Nacional y la Dirección de Anti­
narcóticos de la Policía Nacional. Esta labor no hubiera sido posible sin la colaboración
de Luisa Fernanda Charry, asistente de investigación y quien realizó, como trabajo de
grado, una buena geografía municipal de los agentes en conflicto.
39 En el 9% de los municipios operan simultáneamente los tres tipos de agentes, en
el 36% no opera ninguno de ellos y en el 24% actúa únicamente la guerrilla.
40 Organismo adscrito a la Presidencia de la República.
Capítulo 3. ¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA?

La única expresión de la violencia colombiana para la cual se tiene una


idea razonable sobre sus niveles actuales, que permite compararla con
la de otras sociedades, o con la que se observaba en el pasado es la vio­
lencia homicida. Aunque para las conductas criminales diferentes del
homicidio, como ya se señaló, hay síntomas de una incidencia creciente,
el conocimiento que se tiene es limitado. Las distintas fuentes son con­
tradictorias y datos confiables sobre lo que realmente ocurre sólo existen
para las grandes urbes. En las ciudades intermedias, en los pequeños
municipios y en el campo, sencillamente no se sabe qué está pasando en
materia de crimen. Para las demás manifestaciones de la violencia, como
la agresión entre ciudadanos o el maltrato familiar, la evidencia es aún
más débil. Los trabajos existentes son peculiares en el sentido que abun­
dan en definiciones y referencias a la literatura extranjera, pero son es­
casos en cifras sobre la incidencia del problema en Colombia. Algunos
datos sugieren, en contra de lo que se cree, que la incidencia de este tipo
de violencia sería inferior a la de hace dos o tres décadas y a la de buena
parte de los países de América Latina en la actualidad.
Así, la única manifestación de la violencia colombiana sobre la cual
se tiene información confiable en términos de magnitud, es precisamen­
te aquella para la cual las explicaciones son más pobres. ¿Por qué mue­
ren violentamente tantos colombianos? La respuesta satisfactoria a esta
pregunta sigue siendo esquiva.
Como ya se señaló, luego de la llamada violencia política de principios
de los cincuenta, de la rápida pacificación que la sucedió y de casi una
década de relativa estabilidad, a partir de 1970 empezaron a crecer ace­
leradamente las tasas de homicidio en el país, alcanzando proporciones
epidémicas a mediados de los ochenta. En dos décadas se cuadruplica­
ron los homicidios por habitante para llegar, a principios de los noventa,
a niveles que permitieron calificar a Colombia como uno de los países
más violentos del planeta.
Las diferencias entre las tasas de homicidio en Colombia y las de
otros países son abismales. La colombiana es cerca de cuatro veces su-
71
TI CRIMEN E IMPUNIDAD

perior a la de países considerados violentos como Bahamas, Brasil, Mé­


xico o Panamá y cerca de setenta veces mayor a la de los países más
pacíficos. En 1991, según la Organización Mundial de la Salud, Colom­
bia encabezó, con El Salvador, la lista de naciones con mayor tasa de
homicidios en el mundo. En lo corrido de esta década, y aunque todavía
permanece en niveles preocupantes, la tasa de homicidios ha descendi­
do en forma continua.
En realidad, ninguna de las teorías sobre la violencia disponibles en
la actualidad contribuye a explicar la evolución reciente de la violencia
colombiana, ni las diferencias tan marcadas que presenta con otras so­
ciedades, que se puede pensar se caracterizan por condiciones sociales
y económicas muy similares.
Los avances recientes en el diagnóstico de la violencia colombiana
han estado más orientados a desvirtuar ideas arraigadas que a proponer
nuevas teorías. Son tres los elementos del discurso tradicional sobre la
violencia colombiana que han sido cuestionados en los últimos años. El
primero es el de las llamadas "causas objetivas" de la violencia. El segun­
do es el de la poca relación entre las altas tasas de homicidio y las activi­
dades criminales o el conflicto armado y, por defecto, el postulado de
que el grueso de la violencia es el resultado de problemas generalizados
de agresión y riñas entre los ciudadanos. El tercero es el planteamiento
de que las sanciones penales son inocuas para disuadir a los violentos,
y en particular a los rebeldes.
Así, vale la pena repasar los principales elementos de estas teorías
puesto que, si bien su poder explicativo es limitado, sirven para enten­
der buena parte de las políticas inspiradas en ellas, incluyendo el proce­
so de paz que se está iniciando.
También resulta conveniente recordar, en la búsqueda de nuevas lí­
neas explicativas compatibles con la evidencia colombiana, algunas de
esas incómodas realidades que brillan por su ausencia en el actual de­
bate sobre los caminos hacia la paz.

LOS MITOS QUE HAN INSPIRADO LAS POLÍTICAS

Muchos muertos por las riñas, pocos muertos por la guerra

Parece ya un hecho incontrovertible que el país ha entrado en una nue­


va etapa de euforia y optimismo en la búsqueda de la paz. La intensifi­
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 73

cación del conflicto armado durante los últimos dos años, la gran acogi­
da del mandato ciudadano por la paz en las urnas y el avance de las con­
versaciones con los grupos alzados en armas volvieron a colocar en los
primeros lugares de la agenda política el tema del conflicto armado y
sus posibles salidas.
Las circunstancias anteriores han puesto en evidencia la precariedad
del diagnóstico sobre la violencia colombiana que por muchos años ha
inspirado las acciones públicas orientadas a su control. La parte más
pertinente de este diagnóstico tiene que ver con la idea de que la contri­
bución del conflicto armado al número de homicidios en el país es baja.
Por defecto, se adoptó la visión de una violencia fundamentalmente ca­
sual y fortuita, como la que resulta de los problemas de intolerancia en­
tre los ciudadanos.
En este contexto, sorprende la importancia que está recibiendo ac­
tualmente el tema de la paz negociada con las organizaciones armadas.
Aquí hay una gran inconsistencia. Si, como se ha venido afirmando por
tantos años, el grueso de los muertos en el país poco tiene que ver con
el conflicto, las prioridades y los esfuerzos en materia de paz deberían
estar orientados hacia otros frentes. Si, por el contrario, resulta ahora
fundamental e inaplazable buscar el diálogo con los grupos armados, es
porque se les asigna una alta responsabilidad en el elevado número de
muertes intencionales que anualmente sufre el país. Cualquier observa­
dor incauto se hace, ante el contagioso afán por buscarle una solución
negociada al conflicto, un pregunta muy sencilla: ¿por qué súbitamente
perdieron importancia los conflictos rutinarios, los de la calle, aquellos
que estaban produciendo el mayor número de muertes violentas en el
país? ¿Quién se está preocupando hoy, en algún lugar de las montañas
de Colombia, por los jóvenes que bajo la influencia del alcohol y un
régimen laxo en cuanto al control de armas discutían por cuestiones
triviales y acababan matándose?
Lo más insólito de la situación es que no se trata de un debate entre
dos grupos distintos de analistas, cada uno con su propia vocación por
una de las dos explicaciones extremas sobre la violencia. No debe dejar
de señalarse, ante la sorpresa que produce tal incoherencia, que son
precisamente los más asiduos defensores de la idea que el conflicto ar­
mado ha sido responsable de un número muy reducido de muertes en
el país, quienes muestran en la actualidad un mayor afán por negociar
con los alzados en armas para encontrar un camino seguro hacia la paz.
74 CRIMEN E IMPUNIDAD

Lo que parece haber sucedido es que los hechos desbordaron y des­


virtuaron el enfoque convencional sobre la violencia colombiana. Sugie­
ren además que la fuente de inspiración del diagnóstico era, y parece
seguir siendo, la ideología y no lo observación objetiva y neutra de lo
que ocurre en el país. Realidades como los desplazados, las masacres,
las renuncias de los candidatos a las elecciones municipales, el interés
internacional por la situación de orden público en Colombia y el tema
de los derechos humanos no son fáciles de enmarcar en un escenario
dominado por los problemas de convivencia ciudadana. Es cada vez
más claro que el diagnóstico fue benigno en cuanto a la contribución de
las organizaciones armadas a la tasa de homicidios y que, por el contra­
rio, hizo demasiado énfasis en los conflictos cotidianos entre los colom­
bianos. La evidencia reciente -en particular los avances logrados por
parte de Medicina Legal en la recopilación de las causales de los homi­
cidios- y el limitado alcance de las políticas inspiradas en ese diagnósti­
co sugieren la necesidad de replantearlo. Parece conveniente pasar de
las riñas a la guerra como elemento central de análisis de la violencia
colombiana. En este capítulo, se pretende avanzar en esas líneas.
No cabe duda que, en la última década, el trabajo más comprehen­
sivo e influyente sobre la violencia colombiana es el realizado por la
Comisión de Estudios sobre la Violencia -los llamados violentólogos-
convocada por la administración Barco en 1987. Como se plantea en la
presentación de la edición más reciente del resumen de estos trabajos,
"se trata de ideas completamente interiorizadas en el discurso político
cotidiano... Como tal es un referente analítico que hace parte ya de lo
adquirido en el mundo académico e incluso de lo apropiable por distin­
tas dependencias oficiales. A su manera, se le incorpora también en el
diseño de los planes gubernamentales..."1.
No sobra aclarar que el énfasis que se le da en este capítulo a los
aspectos más debatibles del diagnóstico de los violentólogos no implica
desconocer la pertinencia de los numerosos componentes que no se
mencionan y que guardan plena vigencia. En ningún momento se trata
de sustituir un enfoque por otro. Se pretende aportar elementos para
complementar, y hacer más compleja, tal visión.

1 "Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995) presentación a la 4a. edición".


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 75

Son varias las características de la aproximación adoptada por esta


Comisión que parece conveniente superar para avanzar en la compren­
sión del complejo escenario actual de la situación colombiana. La prime­
ra es la naturaleza ideológica de algunas explicaciones, entendida bien
sea como la formulación de teorías sin el suficiente respaldo empírico o
como el planteamiento de ideas en forma de afirmaciones y no de hipó­
tesis susceptibles de ser contrastadas. La segunda es la debilidad de las
teorías del comportamiento de los actores de la violencia. Por el contra­
rio, se optó por una aproximación exclusivamente sociológica, en el sen­
tido de analizar las violencias como fenómenos colectivos, con dinámicas
autónomas, y totalmente desvinculados de los individuos que toman las
decisiones. El largo y complejo debate entre la aproximación sociológica
clásica, en la tradición de Durkheim, y el llamado individualismo metodoló­
gico, dentro del cual se enmarca el enfoque económico del comportamien­
to, sobrepasa los alcances de este trabajo. Se quiere simplemente llamar
la atención sobre la necesidad de complementar ambos enfoques2.
La tercera característica del diagnóstico más corriente es la defini­
ción de una amplia gama de violencias de acuerdo, no con elementos
observables -como las actuaciones de ciertos grupos sociales, o las con­
secuencias de los actos de violencia- sino con las intenciones de estos
grupos. Este punto, sumado a la precariedad de las teorías de compor­
tamiento de los agresores, hace particularmente difícil la formulación de
hipótesis contrastables y genera una confusión no deseable entre la ex­
plicación de los actos de violencia v la justificación, ex-post, que de ellos
ofrecen los agentes violentos. El último punto es la consideración de que
unas intenciones son más legítimas que otras: "No hay una violencia,
sino violencias que deben ser jerarquizadas..."3. Así se llega, de manera
casi automática, a la justificación, abierta o implícita, de la violencia po­
lítica. Al respecto, es interesante señalar la manera como se desvirtúa la
asociación entre narcotráfico y guerrilla con el argumento que tal activi­
dad no hace parte de los objetivos declarados de los grupos subversivos:
"En otra dimensión, la incidencia del fenómeno (el narcotráfico) en la

2 Para un buen resumen del estado actual del debate, y una propuesta de síntesis
entre la visión sociológica y el modelo de agentes racionales, ver Vanberg (1994).
3 Cita de Jean-Claude Chesnais, Histoire de la Violence, París, F.ditions Robert Laffont,
1981. Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995). Presentación.
76 CRIMEN E IMPUNIDAD

actividad de los grupos guerrilleros ha dificultado las gestiones de posible


acercamiento a ellos al distorsionar su imagen y asignarles motivaciones
y acciones que no se compadecen con sus fines políticos declarados"45 .
En conjunto, estas características presentan como consecuencia que
se diluye por completo la responsabilidad individual de los actos de vio­
lencia. Se supone que los violentos son, o bien individuos forzados por
las circunstancias, o bien ciudadanos comunes que presentan, todos,
una propensión similar a tal tipo de conductas. Son raros los individuos
que, bajo este enfoque, tienen la violencia dentro de sus propósitos y
que deban responder por sus decisiones. En forma consecuente, las re­
comendaciones de política contra la violencia aparecen orientadas bien
sea a cambiar las condiciones objetivas que empujan a los actores violen­
tos o a medidas preventivas, como la educación o la superación de las
dificultades materiales, dirigidas a la totalidad de la población. Aun para
una actividad tan "de mercado" como el narcotráfico, se recomienda
que las acciones estatales deben "dirigirse a eliminar las condiciones que
hacen atractiva la actividad"3.
Una de las ideas más controvertibles del análisis de la Comisión, y
sobre la cual se quiere hacer énfasis, se resume en dos frases: "el porcen­
taje de muertos como resultado de la subversión no pasó del 7.51 % en
1985, que fue el año tope. Mucho más que las del monte, las violencias
que nos están matando son las de la calle"67 . Con un mayor contenido
ideológico, más adelante se llega "a la siguiente afirmación categórica:
los colombianos se matan más por razones de la calidad de sus vidas y
de sus relaciones sociales que por lograr el acceso al control del Estado"'.
El principal punto que vale la pena destacar de estas afirmaciones,
en efecto categóricas, es la debilidad de la evidencia que podría susten­
tarlas. En un país en donde, ya en 1986, sólo se capturaban el 20% de los
presuntos homicidas y únicamente el 5% de los homicidios se aclara­
ban8, parece difícil encontrar una base sólida para adjudicar una cifra
tan precisa al porcentaje de muertes resultantes de la subversión, y mu­

4 Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995) p. 87.


5 Ibid, p. 89
6 Ibid, p. 18.
7 Ibid, p. 27.
8 Ver al respecto, por ejemplo, las estadísticas judiciales del dañe.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 77

cho menos para hacer una generalización tan contundente acerca de las
razones por las cuales se matan los colombianos. Conviene aclarar que
la precariedad de la información sobre los homicidas, que necesaria­
mente impone una gran cautela en la tipificación de la violencia, ya era
un factor conocido en el momento en que se hicieron estas afirmaciones,
y lo era por quienes las formularon, como se desprende de la lectura del
siguiente párrafo: "Si entre 1980 y 1984 el porcentaje de sindicados que
se logró identificar en una ciudad como Cali fue de 51.2%, en 1986 es de
sólo 30.7%, y actualmente, si se excluyen los sindicados de homicidio en
accidentes de tránsito, se reduce a 13.5%"9. Aún más, cierta información,
parcial, analizada por la Comisión contradice abiertamente estas afir­
maciones: "En una observación sistemática de prensa en la ciudad de
Cali se encontró que, de ciento veintinueve homicidios sobre los cuales
se halló información, cuarenta y cuatro, o sea el treinta y cuatro por
ciento, fueron cometidos por sicarios"10.
Lamentablemente, la idea de que sólo una pequeña fracción de las
muertes violentas se puede atribuir al conflicto armado y que, por de­
fecto, el saldo puede asimilarse a problemas de convivencia entre los
ciudadanos hizo carrera sin la indispensable aclaración sobre el limitado
alcance de los datos disponibles. En 1993 se continuaba afirmando ofi­
cialmente que "la mayoría de los homicidios (cerca del 80%) hacen parte
de una violencia cotidiana entre ciudadanos, no directamente relacio­
nada con organizaciones criminales"11. Actualmente, en los programas
locales contra la violencia, como por ejemplo el de convivencia ciudadana
de la capital del país, se sigue percibiendo la influencia de las mismas
ideas: "es indiscutible que el mayor problema que enfrenta Bogotá es el
alto nivel de violencia con que muchos habitantes resuelven sus conflic­
tos cotidianos, ante la absoluta indiferencia por parte del resto de la so­
ciedad"12.
Como ya se señaló, los 124 municipios colombianos en los cuales
Medicina Legal (ML) ha establecido una oficina regional constituyen un

9 Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995) p. 217.


10 Ibid, p. 67.
11 Presidencia de la República (1993) p. 15.
12 Alcaldía Mayor de Bogotá (1997) "Seguridad y Convivencia -Dos años y tres me­
ses de desarrollo de una política integral" Bogotá, p. 7.
78 CRIMFN E IMPUNIDAD

conjunto de localidades con niveles de violencia superiores a los obser­


vados en el resto del país. El simple ejercicio de ordenar los municipios
de acuerdo con sus tasas de homicidio y de señalar entre éstos los más
violentos, sirve para destacar algunos puntos. Se confirma, en primer
lugar, que el grueso de la violencia colombiana está concentrada en
unos pocos sitios. Esta concentración de los homicidios en una pequeña
fracción de las localidades no significa que deba considerarse la violen­
cia colombiana, en términos per cápita, como un fenómeno exclusivo de
las grandes urbes. Si bien es cierto que las tres grandes ciudades -Bogo­
tá, Medellín y Cali- dan cuenta del mayor número absoluto de muertos,
Medellín, que entre las ciudades es la más violenta, ocupa un modesto
noveno lugar en el ordenamiento de los municipios colombianos de
acuerdo con su tasa de homicidios. Entre los diez municipios más vio­
lentos del país sólo tres cuentan con una población superior a los 20 mil
habitantes. Parecería conveniente, con base en esta información, empe­
zar a replantear la noción de una violencia fundamentalmente urbana.
Si a esto se suma el problema cada vez más apremiante de los desplaza­
dos, se podría sugerir que tanto como las de la calle, nos están matando las
violencias del monte y del campo.
En uno de los aspectos que parecería razonable encontrar una dife­
renciación entre los municipios más violentos y los demás, sería en el
número y la composición de los procesos penales que allí se inician. Si
bien en los diez municipios con mayor incidencia de homicidios se inicia
un mayor número de sumarios por habitante que en las 124 localidades
con regional de ML, en donde a su vez se abre un mayor número de
sumarios que en el resto del país, no deja de sorprender que esta mayor
inclinación de la justicia hacia la apertura de investigaciones formales no
se dirija a los incidentes que atentan contra la vida. Así, en los municipios
en donde ocurrieron el 22% de las muertes violentas nacionales se ini­
ciaron únicamente el 6.5% de los sumarios por atentados contra la vida.
Las cifras sobre violencia de Medicina Legal son valiosas no sólo por
ser las más confiables sino porque son las únicas que, sin sesgos sistemá­
ticos, permiten avanzar en el diagnóstico más allá de la simple contabi­
lidad de las muertes violentas. Es cada vez más claro que la violencia
que llega a los juzgados está sub-representando, de manera sistemática,
la violencia profesional y organizada, como la asociada con el conflicto o
con el narcotráfico, y que por lo tanto le otorga un énfasis excesivo a los
problemas como las riñas o la violencia entre personas conocidas. Este
¿PORQLI lANLA VIOLENCIA? 79

punto, crucial para el diagnóstico de la violencia, ya había sido implícita­


mente reconocido por la Comisión de Estudios sobre la Violencia: "...debe
señalarse la dificultad creciente para identificar a los victimarios. En los
tradicionales casos de riña, son relativamente fáciles de localizar"13.
Hay, en particular, una valiosa información de Medicina Legal, que
tiene que ver con las diferentes formas, o tecnologías14, con las cuales se
cometen los homicidios, y sobre la cual cabe hacer la siguiente anota­
ción: a pesar de que los homicidios con arma de fuego son los que pre­
sentan una mayor incidencia y, geográficamente, están estrechamente
relacionados con el total de las muertes violentas, la asociación entre
estas dos variables no es uniforme a lo largo de la escala de violencia. Es
justamente en los municipios más violentos donde las muertes con ar­
ma de fuego se tornan un predictor casi inequívoco del total de los ho­
micidios. Un segundo elemento de la violencia en los municipios, que
tiende a corroborarse con la información de Medicina Legal, es el de la
gran persistencia, en niveles y en características, de las muertes violen­
tas. Como ya se señaló, en la actualidad el mejor elemento para predecir
la violencia en un municipio colombiano es el número de homicidios
Observado en ese mismo municipio en el año anterior. Esta inercia local,
sum, da a los análisis geográficos de la violencia, sugieren patrones de
contagio que no parecen consistentes con la explicación de una violen­
cia fortuita, casual y aleatoria.
Una historia microanalítica compatible con estos patrones que se ob­
servan a nivel municipal sería la de unos agentes violentos "como los gue­
rrilleros, los paramilitares o los narcotraficantes" que, por diversas razones,
se mueven por el territorio nacional y, al instalarse en una localidad, desa­
tan situaciones de violencia que posteriormente persisten por unos años.
No parece, por el contrario, corroborarse con la información disponible la
idea de una violencia esencialmente ciudadana que, como por genera­
ción espontánea, surge y se perpetúa en los municipios.
Teniendo en cuenta el precario desempeño de la justicia penal co­
lombiana en la tarea de investigar y aclarar los homicidios, es poco lo
que se sabe en el país acerca de los agresores, o de las circunstancias que

13 Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995) p. 217.


14 Por accidente de tránsito, arma de fuego, arma cortopunzante v "otras' (asfixia,
estrangu lamiente).
80 CRIMEN E IMPUNIDAD

rodean las muertes violentas. A pesar de lo anterior, con base en la in­


formación de Medicina Legal se pueden obtener algunas luces acerca
de los distintos tipos de violencia que se dan actualmente en Colombia15.
Las causales reportadas por Medicina Legal sirven para desvirtuar
el planteamiento más corriente sobre la tipología de la violencia. Como
se observa en el Gráfico 3.1, la noción de que la violencia colombiana es
algo fortuito, causado principalmente por las riñas, parece pertinente
únicamente para una pequeña fracción de los homicidios colombia­
nos, precisamente los que ocurren en los lugares más pacíficos.

GRÁFICO 3.1
LA VIOLENCIA FORTUITA
Tasa de homicidio y muertes por riñas
Datos de Medicina Legal por departamentos para 1996

PROPORCIÓN DE HOMICIDIOS POR RIÑAS


ENTRE LOS QUE SE CONOCE LA CAUSA

Es interesante comparar la composición de la violencia en los diez


departamentos más sangrientos del país, en donde en 1996 ocurrieron
el 68.5% del total de las muertes violentas, y en donde la tasa de ho­
micidios fue de 124 homicidios por cien mil habitantes (hpcmh), con la

15 La información, a nivel de departamentos y para 1996, está basada en los repor­


tes de los familiares de las víctimas a los médicos legistas. Se consultaron directamentt
archivos magnéticos suministrados por Medicina Legal. Se agradece la colaboración d<
Andrés Fernández, Michel Formisano, Germán Pineda y de los funcionarios de Media­
na Legal en Bogotá. Estos datos por departamentos no incluyen a Bogotá.
cí’OR QUt 1AN1A VIOLENCIA? 81

observada en los diez departamentos más pacíficos. Es precisamente


en estos últimos, que dan cuenta tan sólo del 9.6% de los homicidios y
presentan una tasa de 24 hpcmh, en donde los asuntos como las riñas,
o la violencia familiar, ocupan un lugar destacado en la caracterización
de la violencia. Aun en este caso, el de los departamentos menos vio­
lentos, los muertos por problemas de intolerancia (58% del total) mues­
tran en 1996 una participación bastante inferior a la que tradicional­
mente se les ha atribuido, superior al 80%. Como se puede apreciar en
el Gráfico 3.2, en los lugares más violentos el atraco y, sobre todo, los
ajustes de cuentas desplazan los problemas atribuibles a la intolerancia16
como principal causal de los homicidios y tienden a desvirtuar la idea
de un escenario de violencia accidental, o asociada con el alcohol, so­
bre el cual se ha hecho tanto énfasis en los últimos diez años.

GRÁFICO 3.2
LOS TIPOS DE VIOLENCIA
Participación de las distintas causales
*
Datos de Medicina Legal por departamentos para 1996

EN LOS DIEZ DEPARTAMENTOS CAUSAL


MENOS VIOLENTOS MÁS VIOLENTOS
■ intolerancia

□ atraco

■ ajuste de cuentas
i—i enfrentamiento
u armado

■ otras

’ en el total de homicidios con información sobre causal.


Fuente: Medicina Legal.

16 Se agruparon bajo este rubro las causales de riñas, intolerancia social, violencia
conyugal, infantil e intrafamiliar.
82 CRIMEN E IMPUNIDAD

LAS "CAUSAS OBJETIVAS" DE LA VIOLENCIA

No cabe duda que una de las explicaciones más arraigadas en el país


acerca de la violencia es la de sus llamadas "causas objetivas". La pobre­
za, se ha sostenido repetidamente, es el "caldo de cultivo" de la violen­
cia. De acuerdo con los llamados violentólogos, los colombianos son
"esencialmente, las víctimas de una violencia originada en las desigual­
dades sociales, muchas veces en situaciones de pobreza absoluta, que se
expresa en formas extremas de resolver conflictos que en otras circuns­
tancias tomarían vías bien diferentes"17. Esta idea que relaciona los ni­
veles de violencia con la situación económica y social del país ha sido el
hilo conductor más importante de las políticas estatales en materia de
violencia, incluyendo los actuales esfuerzos por alcanzar la paz. Vale la
pena, por lo tanto, un esfuerzo por encontrar sus fuentes de inspiración
y sus relaciones con otras corrientes del pensamiento.
Por mucho tiempo se han supuesto para los países en desarrollo, sin
mayor sustento empírico, dos tipos de relaciones entre las condiciones
socioeconómicas y el crimen. Está por un lado la noción de que la po­
breza en una sociedad es la principal causa de las actividades delictivas
y de la violencia. Está en el otro extremo la posición, igualmente fatalis­
ta, según la cual el crimen es una consecuencia inevitable del avance
social y económico, es el precio del progreso.
Bajo la visión marxista del desarrollo -el rápido enriquecimiento de
la clase burguesa se hace a costa de la pauperización de las masas proleta­
rias subordinadas al capital- estas dos posiciones se integran y comple­
mentan. Dos causales del crimen, la pobreza y el acelerado crecimiento
económico, hacen inevitable, según esta concepción, la alta incidencia
de la criminalidad en las sociedades capitalistas en desarrollo.
El supuesto de que el crimen se asocia con la industrialización tuvo
una gran influencia sobre la evolución de la criminología, disciplina que
se concentró en las subculturas urbanas marginadas como las gene­
radoras del delito y por mucho tiempo se ha despreocupado, concep­
tualmente, por el fenómeno del crimen organizado o por la llamada
violencia política.

17 Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995) p. 18.


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 83

Hacia la década de los setenta las teorías criminológicas que se for­


mularon en las sociedades industrializadas, fueron aplicadas sin mayo­
res reservas ni modificaciones al Tercer Mundo. Perfectamente encajado
dentro de la teoría, el perfil típico del criminal en un país subdesarrolla­
do era el de un joven de origen rural que migraba a la ciudad y no
lograba adaptarse. La idea del delito como algo inherente a la moderni­
zación estaba tan arraigada que alcanzó a sugerirse su utilización como
un indicador de desarrollo: "una medida del desarrollo efectivo de un
país es probablemente una tasa de criminalidad creciente"18.
Como explicación complementaria a los problemas de criminalidad
en el Tercer Mundo, surgió hacia principios de los ochenta una deriva­
ción marxista de la nueva criminología que, combinada con las teorías
de la dependencia, hizo énfasis en el papel del Estado en la definición y
la creación del fenómeno criminal. Esta escuela retomó y reforzó la no­
ción de que el crimen surge de las desigualdades económicas y políticas
en los países periféricos, desigualdades que, a su vez, no son más que el
reflejo de un orden internacional injusto19.
En forma consistente con el pensamiento económico de la Comisión
Económica para la América Latina (CEPAL) predominante por décadas
en la región, esta criminología señala el modelo de desarrollo centro
periferia como el principal responsable de la creciente criminalidad que
se observa en América Latina: "...el proceso capitalista de desarrollo cen­
tro periferia en los países de nuestra región lleva a un incremento de las
tasas de criminalidad convencionales y también lleva a nuevas formas
de criminalidad"20. Se identifican los crímenes contra la propiedad como
la consecuencia inevitable de la deprivación. "(Los delitos contra la pro­
piedad) se pueden explicar a partir de la teoría de Merton sobre los di­
ferentes grados de acceso a los mecanismos legales para la movilidad
social. Esta teoría explica buena parte de los ataques criminales cometi-

Clinard & Abbot (1973) "Crimen in developing Countries: A comparative pers-


Pective" NY citados por Rogers (1989). Traducción propia.
19 Es así como a raíz del Sexto Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención
e Crimen se publican los "Guiding principies for Crime Prevention and Criminal Jus-
(t^Ml) ^ontext °f Development and a New Internatíonal Economic Order" - Zvekic

20 Carranza (1990).
84 CRIMEN E IMPUNIDAD

dos por las clases medias y bajas en nuestra sociedad que, obsesionadas
por la llamada sociedad de consumo, usualmente persiguen con deter­
minación y por cualquier medio los así llamados objetivos sociales, aun­
que la estructura social le limita el acceso a ellos"21. Consecuentemente,
se recomienda a la justicia penal tener en cuenta criterios como el "esta­
do de necesidad" en el momento de aplicar sanciones penales.

"Sería muy importante elaborar con mayor detalle la teoría del estado
de necesidad para hacer más frecuente su uso. Al medir de manera
cuantitativa el grado de necesidad de sectores de la población que in­
curren en este tipo de crímenes (contra la propiedad) se puede observar
que hay situaciones objetivas como una menor expectativa de vida, ma­
yor incidencia de ciertas enfermedades graves, etc..., que son fácilmen­
te medibles. Esta circunstancia debería ayudar a los jueces a ajustar sus
penas al estado de deprivación que ha llevado a las personas a cometer
delitos"2223
.

En un contexto como éste, el narcotráfico, por ejemplo, se percibe


como una manifestación adicional de la desigualdad en las relaciones
centro periferia, que se origina en las restricciones a las exportaciones
agrícolas latinoamericanas , que beneficia al sistema financiero de los
países desarrollados y frente al cual el imperio obliga a los países depen­
dientes a tomar medidas impopulares y contrarias a sus intereses.
Vale la pena destacar el hecho que esta criminología de la dependencia
no ha demostrado nunca mayor interés por el problema de la violencia
homicida24 y cuando se ha preocupado por los atentados contra la vida
lo ha hecho exclusivamente en el contexto de los crímenes cometidos
por el Estado, de las violaciones a los derechos humanos, o en el marco
de las luchas políticas por el poder. El uso de la violencia, que se consi­
dera estructural, queda virtualmente legitimado. Aunque Marx y Engels
se interesaron por el tema del uso de la fuerza, sus argumentos a favor
de la "guerra irregular", o sea sin mayor reglamentación, los hicieron

21 Carranza (1990).
22 Carranza (1990).
23 Del Olmo Rosa (1988) La cara oculta de la droga, Temis, Bogotá.
24 En el trabajo criminológico de Carranza (1990), por ejemplo, ni siquiera se men­
ciona el homicidio dentro de las categorías de crímenes relevantes para América Latina.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 85

sobre todo para los casos de defensa ante la invasión externa. Los mar-
xistas practicantes, sin embargo, nunca tuvieron mayores objeciones
morales para justificar abiertamente la violencia: "Frente a la condena
moral de la utilización de la violencia, Lenin afirmaba sin ambages y en
tono resuelto que 'el marxismo se coloca en el terreno de la lucha de
clases y no en el de la paz social'... Mao llevó la noción de guerrilla hasta
sus límites últimos con la noción de la guerrilla telúrica... 'la moral de la
población es la moral de la nación en armas. Y esto es lo que mete miedo
al enemigo'"25.
Esta visión del mundo permeó ideológicamente amplios sectores del
ámbito criminológico colombiano dentro de los cuales la influencia mar-
xista, aun varios años después del derrumbe del bloque soviético, sigue
insinuándose hasta en el lenguaje.

"(Las modificaciones al régimen penal colombiano) responden a los in­


tereses de una burguesía desbordada en sus apetitos -frente a unas
clases media y obrera camino de la pauperización- a la cual poco le
preocupan la humanización y la liberalización del derecho penal, aun­
que sí mucho la represión y el autoritarismo, sobre todo en el momento
actual cuando la apertura económica implantada acrecienta cada día
más el proceso de concentración del capital e incrementa la miseria ab­
soluta de los estratos populares"26.

Resulta interesante observar cómo el discurso que se deriva de este


postulado casi ideológico coincide en lo sustancial con el que adoptaron
en Colombia tanto la guerrilla como los más combativos narcotrafican-
tes para justificar sus actividades.
El paralelismo entre la visión guerrillera de la violencia en el país y
la de un amplio segmento de la intelectualidad colombiana sigue siendo
evidente. Los subversivos colombianos no son los únicos que manifies­
tan que la violencia, la de los muertos, no es sino una manifestación
adicional de la violencia del hambre, de la violencia de las desigualda­
des, de la violencia del desempleo, de la violencia de la falta de oportu­
nidades y de la carencia de democracia.

25 Pizarra (1996).
26 Velásquez (1995).
86 CRIMEN E IMPUNIDAD

"...La lucha por una verdadera, estable y duradera paz en Colombia,


que no es sólo la paz entre el Ejército y las guerrillas, sino la paz sin
hambre, con trabajo para todos, con libertades y sin militarismo para la
plena vigencia de la democracia... ya que los grandes problemas del
pueblo colombiano no son los de si hay o no hay guerrillas, sino, los del
hambre, la desocupación, la miseria de las masas, la violencia y el terror
institucionalizados por la oligarquía dominante''27.

Esta visión la comparten plenamente, y en la actualidad, tanto emi­


nentes penalistas para quienes la violencia estructural -latente, silencio­
sa, y que se expresa "en las condiciones estructurales de vida y por eso,
se manifiesta en la desigual distribución de los recursos, de los ingresos,
en la inequitativa distribución de las posibilidades de educarse, de reci­
bir los servicios de salud, etc."28- no es sino otra forma de impunidad,
como autorizados representantes del poder judicial para quienes la jus­
ticia, la de los jueces, nunca podrá darse sin una plena justicia social. "Si
no hay justicia social, la otra justicia, la que se le entrega a los jueces,
nunca alcanzará la meta deseada, porque las desigualdades engendran
males, desestimula la sociedad y debilita la postura de los asociados.
Todo lo que se haga por encontrar una eficaz administración de justicia
quedará en el vacío si no se da una plena justicia social"29.
El calado del discurso de las "causas objetivas" es tan profundo que
es la explicación a la que recurren en el país los agentes del orden. Así,
en su revista anual Criminalidad de 1996 la Policía Nacional lanza SUS5
teorías sobre el crimen:

"Cloward y Ohlin consideran la delincuencia como la adquisición ile­


gítima de los bienes materiales y este comportamiento surgeTcomo re­
acción frente alaausenciade oportunidades para conseguirlos. Dentro
del paradigma marxista de las Teorías Criminológicas actuales -y válido
para Colombia- y porque los medios de producción pertenecen a quie­
nes han invertido capital, se considera el delito como funcional al siste­
ma capitalista de producción y la criminalidad no puede ser objeto de
una sola ciencia ya que es expresión de la condición humana bajo el

27 Arenas (1989).
28 Martínez (1996).
29 Bonivento J. A. (1994) "Justicia y sociedad", mimeo, Bogotá.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 87

dominio del capital y el capitalismo que genera valores egoístas no co­


munitarios, por eso se busca el enriquecimiento como único fin sin im­
portar los medios. W. Chamblis cree que la delincuencia emana del
conflicto que se origina dentro del capitalismo, entre quienes poseen
los medios de producción y quienes sólo tienen su fuerza de trabajo, y
que esta lucha convierte la delincuencia en endémica"30.

Ni siquiera la tecnocracia contemporánea, al más alto nivel, se aparta


de este consenso alrededor de las condiciones sociales y económicas del
país como generadoras de violencia e incluso de la legitimidad que tales
condiciones le otorgan a la lucha guerrillera. "Las inequidades existen­
tes en el acceso y posesión de la riqueza favorecen la reproducción de la
violencia insurgente que, si bien se ha bandolerizado en sus métodos,
aún no ha sido deslegitimada completamente en las razones que le die­
ron origen"31.
El consenso alrededor de este discurso en el país es tan amplio que
algunos de los narcotraficantes más prominentes también lo adoptaron.
El más activo en hacer explícita la lógica antiimperialista de una activi-
i dad criminal, el tráfico de drogas, fue probablemente Carlos Lehder, a
trav& de su Movimiento Latino Nacional. Pablo Escobar, por su lado,
queapa reció en los medios de comunicación como el Robín Hood co­
lombiano, libró siempre su guerra con base en un discurso político con­
tra la oligarquía y a favor de las clases populares: "Nos atribuimos de
nuevo la retención de varios miembros de la oligarquía nacional, para
financiar nuestra guerra y con el fin de otorgar vivienda a las clases
menos favorecidas"32. El gran barón de la droga se consideraba de iz­
quierda. En particular, Escobar admiraba la revolución cubana y al co­
mandante Fidel; fue simpatizante del M-19; en carta a Diego Montaña
Cuéllar y para aclarar su presunta vinculación con el asesinato, en mar­
zo de 1990, de Bernardo Jaramillo -líder de la UP- manifestaba "jamás
he pertenecido a la derecha porque me repugna. No he tenido, no ten­
go, ni voy a tener grupos paramilitares; porque no he defendido nunca
los intereses de los oligarcas, ni de los terratenientes. Yo tengo sangre de

30 Policía Nacional (1996). Revista Criminalidad, p. 25. Citado por Ospina, Pedro Nel
(1997) "La Policía y la criminalidad" en Revista Estrategia, julio.
31 dnp (1998) p. 3.
32 "Comunicado de los Extraditables" -enero de 1990- citado por Cañón (1994).
88 CRIMEN E IMPUNIDAD

pueblo"33. Además, era explícito al señalar los desafíos que enfrenta una
sociedad dependiente ante el imperialismo:

"uno va viendo que lo que más les duele a los gringos es que sus biena­
mados dólares se vayan hacia el exterior. Pero lo más doloroso (es) lo
que logran que nuestros gobiernos cipayos hagan para que ellos pue­
dan imponer su voluntad. El truco más socorrido es la presión econó­
mica. Se valen de nuestras necesidades, de nuestra pobreza y nuestras
deudas para imponer las más aciagas condiciones a los préstamos, que
ya no son en dinero, sino en créditos para comprar sus mercancías a
precios inflados... Larga vida a Fidel quien será el único que alzará la
voz por nosotros"34.

Gracias a sus acciones de benefactor -construyó un barrio popular,


que lleva su nombre, por medio de la "Corporación Medellín sin Tugu­
rios"; arregló las canchas de fútbol de algunos barrios, repartió merca­
dos, drogas y plata en sectores populares- logró además consolidar, entre
las clases menos favorecidas, un alto grado de popularidad. "En la en­
cuesta realizada en colegios de la comuna nororiental, al preguntárseles
a los estudiantes sobre a quién consideraban la persona más importante
del país, respondió el 21% que Pablo Escobar, el 19.6% se inclinó por
César Gaviria y el 12.6% por René Higuita. Al preguntárseles sobre Pa­
blo Escobar, el 56.5% de los encuestados dio una opinión positiva"35.
El panorama quedaría incompleto, pero sería comprensible, si se en­
contrara que los grupos paramilitares, los más encarnizados enemigos
de la guerrilla, principal abanderada de la noción de las "causas objeti­
vas", mostraran alguna discrepancia con el discurso. Pero no. Los para­
militares colombianos también defienden la idea de los determinantes
económicos y sociales de la violencia.

"La guerrilla argumenta que hay pocos muy ricos y muchos muy po­
bres. Hay que hacer una redistribución equitativa de bienes. Es trascen­
dental que se involucren los grupos económicos porque ellos son muy
responsables de parte de la guerra y tienen que ser agentes en la cons­
trucción de un nuevo país. Convergemos (con la guerrilla) en que hay

33 Cañón (1994).
34 Escrito de Escobar de 1990 citado por Cañón (1994).
35 Salazar y Jaramillo (1992).
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 89

que hacer una reforma agraria, reordenar la política y dar garantías a


los partidos minoritarios. Con el discurso de la guerrilla nos identifica­
mos plenamente"36.

Extraño país en el que todas las partes en conflicto manifiestan lu­


char por la misma razón. "Si la guerrilla no hubiera matado a mi padre
en 1982, yo sería hoy un guerrillero, aunque frustrado por el abismo que
hay entre lo que dicen y lo que hacen, porque tienen, ¡carajo!, un dis­
curso que enamora. ¿Por qué nos estamos matando cuando lo que bus­
camos se parece tanto?"37.
Así la gran paradoja de la sabiduría convencional colombiana sobre
la violencia es su extraña compatibilidad ideológica, su coincidencia en
el diagnóstico de los problemas delictivos del país, con las poderosas
organizaciones armadas, de distintos tintes, que, sin cabida en tales ex­
plicaciones, mostraron ser los más acérrimos enemigos del sistema y
aquellos que en mayor medida contribuyeron a derrumbar sus institu­
ciones.
Fuera de ser hábilmente utilizadas por los antisociales colombianos
para justificar sus conductas violentas, las teorías que tanta influencia
han tenido sobre la percepción del fenómeno criminal en el país, pre­
sentan como inconveniente adicional el hecho que sólo recientemente
se ha iniciado la tarea de contrastarlas con la evidencia.
Del análisis desprevenido a la información social y económica dis­
ponible para el país, se desprenden dos afirmaciones, irrefutables, sobre
la realidad colombiana: (1) en los últimos cincuenta años la situación
social y económica mostró cambios positivos sustanciales y (2) la hete­
rogeneidad regional en cuanto a las condiciones de vida de la población
es enorme. Sorprende, por lo tanto, que el discurso acerca de las raíces i
sociales de la violencia no haya sufrido alteraciones en la última mitad
de siglo. Basta, para corroborar la impresión de un discurso que no evo­
luciona, comparar los diagnósticos actuales con planteamientos de cri­
minalistas en épocas anteriores a la revolución en marcha:

36 Entrevista con Carlos Castaño. Cambio 16, No. 235, diciembre 15 de 1997.
37 "La paz sólo la haremos los que libramos la guerra". Entrevista con Carlos Casta­
ño. El País, octubre 16 de 1998.
90 CRIMEN E IMPUNIDAD

"El problema en Colombia, con relación a la delincuencia está princi­


palmente en el estudio de las causas de esa delincuencia, para tratar de
eliminarlas, por lo menos de disminuirlas. Es un hecho notorio, apun­
tado por todos los estudiosos que se han ocupado de estas cuestiones,
que las principales causas consisten en la ignorancia en que vive el pue­
blo, en su vida miserable, desprovista de higiene y de medios indispen­
sables para que puedan vivir como racionales"38.

Sorprende además que se pretenda aplicar el discurso de manera


general a un país con tan marcadas diferencias regionales. En efecto,
una característica de las localidades con mayor número de muertes in­
tencionales por habitante en Colombia es la de presentar indicadores de
pobreza menos desfavorables que los del resto del país. De acuerdo con
los datos del último censo, un 35.8% de la población colombiana se en­
cuentra por debajo del índice compuesto de Necesidades Básicas Insa­
tisfechas (NBI), en los diez municipios más violentos apenas uno de cada
cinco habitantes se encuentra en tal situación. Para la población bajo la
línea de miseria los porcentajes respectivos son del 14.9% y del 6.3%. Por
otro lado, los 124 municipios que cuentan con una regional de Medicina
Legal, y que constituyen un conjunto con niveles de violencia muy su­
periores a los del resto del país, muestran en todas las dimensiones de
los indicadores de pobreza39 una situación más favorable. Mientras que
para el conjunto del país un poco más de uno de cada tres colombianos
se encuentra por debajo del índice compuesto de NBI, en los municipios
con regional de Medicina Legal este porcentaje es del 26% y en los de­
más municipios es superior al 50%. Mientras que en los primeros un 9%
de la población vive por debajo de la línea de miseria, en el resto del país
dicho porcentaje alcanza el 25%.
Uno de los trabajos en donde, recientemente, se ha tratado contras­
tar estadísticamente la noción de las causas objetivas de la violencia es
el de Sarmiento (1998). Utilizando datos municipales se busca explicar
las diferencias en los niveles de violencia -medida por la tasa de homi­
cidios- a partir de indicadores de pobreza, desigualdad y otras varia­
bles40. El principal resultado de este ejercicio estadístico es que, a nivel

38 Actas de la Comisión Redactara de 1933 - Cancino (1988).


39 Los indicadores de pobreza, tomados del Censo de Población, son para 1993.
40 Sarmiento etal. (1998).
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 91

de municipios "la tasa de homicidios no está asociada positivamente a


niveles mayores de pobreza" sino que, por el contrario, "se encuentra
una relación positiva entre el índice de homicidios y el índice de calidad
de vida". Otra de las conclusiones del trabajo ya citado es que "la desi­
gualdad en las condiciones de vida de los hogares, medida por el índice
de GINI, se relaciona positivamente con la violencia, los municipios tien­
den a ser más violentos cuando tienen mayor desigualdad"41. Extraña
un poco la seguridad con la que, en este trabajo, se hace esta conclusión.
De acuerdo con los resultados estadísticos publicados en el mismo, tal
afirmación exigiría un poco más de cautela. En efecto, el coeficiente del
índice de GINI resulta ser significativo tan sólo en la sub-muestra de mu­
nicipios con violencia creciente. Tanto en el total de municipios, como
en aquéllos con violencia decreciente, la desigualdad no muestra ser
estadísticamente significativa. Esta segunda conclusión no sólo es me­
nos sólida en términos estadísticos que la primera sino que, además, no
es consistente con la relación que, a nivel nacional, se ha observado en­
tre la desigualdad y la tasa de homicidios en los últimos veinte años.
Hay relativo consenso en que la década de los ochenta, cuando la vio­
lencia se hizo explosiva, fue relativamente favorable en términos de la
Evolución de la distribución del ingreso. Las voces más pesimistas ad­
miten que, al menos, no hubo un deterioro. El debate sobre si la desi­
gualdad se hizo más marcada se ha centrado en los años noventa,
justamente cuando las tasas de homicidio empezaron a descender.
Hay un tercer elemento del trabajo de Sarmiento (1998) que merece
una anotación, y es el de las implicaciones de política de las estimaciones
realizadas. Uno de los resultados más llamativos de las ecuaciones pre­
sentadas en el trabajo -sobre el cual sorprende no se haya hecho ningún
comentario- es la asociación positiva que se encuentra entre la violencia
homicida y la "participación de los municipios en los ingresos corrientes
de la nación" en términos per cápita. Esta variable mide la atención que,
en términos fiscales, reciben los distintos municipios y resulta ser la de
un efecto más significativo sobre la violencia tanto para el total de mu­
nicipios como, sobre todo, para el grupo de municipios con violencia
creciente. Lo que este resultado muestra es que a nivel de municipios

41 Sarmiento (1998), p. 41.


92 CRIMEN E IMPUNIDAD

parece haber una relación perversa entre gasto público y violencia. Así,
los datos municipales sugieren una dosis de cautela con relación a la
efectividad de los esfuerzos por buscar la paz canalizando mayores re­
cursos públicos a las zonas de alto conflicto.
Este tipo de políticas, claramente inspiradas por el mito de las "cau­
sas objetivas" de la violencia, no han recibido hasta el momento una
evaluación seria y objetiva en términos de su efectividad. Tienen además
el inconveniente adicional de, una vez se abandonan los libretos idealiza­
dos de la violencia que se origina en unas masas paupérrimas que se rebe­
lan contra las injusticias sociales, no ser consistentes con la realidad de unos
grupos armados con el suficiente poder para canalizar recursos públicos
hada dertas regiones, y arbitrarlos. Del prototipo del criminal que se ve
forzado por su situadón económica a dedicarse a las actividades delictivas,
y que sería el prindpal benefidario de las políticas basadas en un mayor
gasto público, no se ha ofrecido en el país ningún tipo de evidenda. Por el
contrario, resulta difícil de asimilar la lógica según la cual los cabecillas de
los prindpales grupos armados tendrán, con mayores recursos fiscales
destinados a sus territorios, incentivos para dejar las armas.
Para la sociedad colombiana, asediada por las muertes violentas y
desencajada social, política y económicamente por poderosas organiza-
dones armadas, los viejos libretos de una criminología preocupada exdu-
sivamente por el robo de supervivencia, que se origina en una supuesta
lucha de clases, no parecen muy pertinentes para sus preocupadones
actuales en materia de seguridad. Esta visión criminológica, de acepta-
dón casi general, ha tenido costosas repercusiones sobre las condidones
actuales de violenda y sobre la capaddad del Estado para enfrentarlas.
En primer lugar, el discurso ha permeado de tal manera la mentali­
dad predominante que no sólo ha contribuido a deslegitimar cualquier
forma de creación de riqueza en el país sino que, paralelamente, ha ten­
dido a legitimar casi cualquier forma de redistribución de la misma, por
violenta que pueda ser. Así, desde hace muchos años, robar a los ricos
es una práctica válida en Colombia. "Lo bueno es ser 'duro', no rajarse
por nada... robarle a los ricos... Lo malo, por el contrario, es ser cochino,
robarle a los pobres, robar o matar en el barrio..."42. Cuando, además, se

42 Salazar y Jaramillo (1992) p. 137.


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 93

percibe siempre la riqueza de unoscomoiacausacLela pobreza de otros,


puede no resultar ilegítimo eliminarlos. "Para mí es mal hecho quitarle
alguna cosa a un pobre, una cadena a una señora. Para mí matar no es
mal hecho, sobre todo si es a un rico que son los más picados"43. Cual­
quier práctica delictiva se convierte en una manera más d_e sobrevivir en
una sociedad injusta. "Cuando les preguntaba por qué se habían con­
vertido en secuestradores siempre respondían más o menos lo mismo:
que en Colombia no hay trabajo, que la vida es muy injusta y que aquí
todo se mueve por palancas". "Como no tomé el camino de promesas
de la reinserción tuve que hacer secuestros de menor cuantía para con­
seguir plata... Salí de la guerrilla sin dinero. En el rebusque se hizo un
operativo con algunos compañeros y con esa platica pudimos vivir bien
más o menos un año"44. El secuestro como mecanismo para financiar
con los recursos de los capitalistas la lucha por una sociedad más justa
cabe perfectamente dentro de esta "ética". "Nuestra lucha en la organi­
zación se centraba en buscar soluciones a ese tipo de problemas sociales.
Por eso, la mayoría de secuestros en los que participé se hicieron con el
propósito de financiar la revolución"45.
Simultáneamente, y como consecuencia directa de esta mentalidad,
>se ha deslegitimado la acción del Estado para enfrentar el delito. Se llega
incluso a considerar la violencia como el resultado de un sistema penal
supuestamente represivo. "La respuesta del narcotráfico fue violenta,
demostrando así que violencia engendra violencia y que leyes penales
muy drásticas pueden aumentar, en lugar de disminuir, la criminalidad"46.
La confusión es tal que, dependiendo de la naturaleza de los autores,
las conductas delictivas pueden resultar legítimas. Consecuentemente
cambian los términos para describirlas: el robo se convierteenexpropia­
ción, el asesinate-se-tema-ajusticiamiento y el secuestro una simple re­
tención. "Dentro de la concepción marxista revolucionaria, cualquier
forma de expropiación que se haga es valedera porque es parte de la

43 Testimonio de un jefe de banda de Medellín reportado por Salazar v Jaramillo


(1992) p. 135.
44 Testimonios de un secuestrado y un secuestrador reportados por varios autores
(1994).
45 Testimonio reportado por varios autores (1994).
46 González (1993).
94 CRIMEN E IMPUNIDAD

lucha de ricos contra pobres. Concebimos diferentes formas de expro­


piación: quitar tierras, armas y también dinero, que es lo que se hace a
través del secuestro. Eso no es un robo como dice el sistema"47.
A su vez, algunas acciones de las autoridades se asimilan a conduc­
tas delictivas. El ejemplo más indicativo al respecto es el de los secues­
tradores que comparan su propia experiencia al ser detenidos con la de
sus víctimas. En un relato con el sugestivo título de "En el cuero de un
secuestrado" un ex guerrillero que admite haber participado en varios
secuestros a nombre del epl cuenta cómo fue secuestrado por el Ejército
y cómo su drama sí tuvo un final feliz. "En el momento de mi secuestro,
en julio de 1988, encabezaba el estado mayor regional del norte en la
costa Atlántica. Esa fue mi última labor después de quince años al servi­
do del EPL. Luego me amnistiaron en 1991... nunca creí en que llegaría
a ser un amnistiado. Estaba seguro, en cambio, de que quienes caemos
secuestrados difícilmente tenemos un final feliz"48.
De esta manera se ha llegado en Colombia a establecer distintas ca­
tegorías de delincuentes, con diferentes grados de aceptadón social y
legitimidad que dependen no del daño social que puedan causar sus
conductas sino de las intenciones, o la manifestación de las mismas, de­
trás de sus actuaciones al margen de la ley. Esta mayor o menor legiti­
midad determina a su vez la respuesta que los infractores reciben por
parte del Estado. Bajo la mentalidad predominante el mayor "status" lo
han alcanzado los delincuentes políticos, aquéllos que han logrado im­
poner el discurso de la justicia social como soporte de sus actuaciones.
Esta jerarquización se ha dado no sólo informalmente, en la relación de
los distintos grupos ilegales con el Estado y en el tratamiento judicial de
los procesos, sino que ha tenido soporte legal en la tratamiento penal
hacia los llamados rebeldes49.
Lamentablemente, esta peligrosa flexibilidad en la definición de las
¿oñdücfás'JOCiaimeñte aceptables, ha quedado virtualmente legitimada
por los acuerdos firmados en el actual proceso de paz.

47 Testimonio de un guerrillero reinsertado. Varios autores (1994).


48 Varios autores (1994).
49 Sobre este aspecto se hará un análisis más detallado en un capítulo posterior
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 95

POBREZA ESPIRITUAL: LAS DEFICIENCIAS EN EL CAPITAL SOCIAL

Está tomando fuerza en la actualidad, entre los estudiosos del crimen en


los centros urbanos norteamericanos, una corriente Que pretende expli­
car la violencia y_la delincuencia, .sobre todo juvenil, a jgrtfr de las defi­
ciencias, o el deterioro, en el llamado capital social.
El capital social se refiere a la capacidad de organización de una co­
munidad para resolver el frecuente dilema que se da entre los compor­
tamientos individuales y las decisiones colectivas. De allí se deriva la
estrecha relación existente entre el capital social y el sistema normativo,
Iqs contratos, los contactos, la confianza, las costumbres, la cultura y, en
general, con los instrumentos con que cuenta una sociedad para incen­
tivar la coordinación y la cooperación entre individuos50. Se ha consi­
derado que el capital social refléja la capacidad de una sociedad para
encontrar formas de asociación privada y comunitaria en los niveles in­
termedios entre la familia y el Estado51/
Para los Estados Unidos, ha adquirido fuerza la noción de que el
deterioro en el capital social a partir de los setenta estaría en la base de
la explicación del aumento en la criminalidad y la violencia entre los
egmentos jóvenes de la población52. El argumento reposa en la idea de
que el capital social, que facilita la transmisión de valores, es un elemen­
to necesario para garantizar los retornos a la educación. No es suficiente
con que los jóvenes se eduquen. La familia, la comunidad,, los amigos,
los contactos, deben reforzar la percepción de los beneficios de la inver-
sión-en capital humano. Así, decisiones como el abandono escolar, el
trabajo juvenil, o la inclinación hacia actividades ilegales, se toman
como síntomas de deficiencias en el acervo de capital social.
Bajo este enfoque la cadena de causalidad que conduce a la violencia
se inicia con insuficiencias familiares y sociales que, agravadas por la
pobreza, llevan a los jóvenes a abandonar la escuela para buscar trabajo;
la estrechez del mercado laboral hace difícil encontrar una remunera­
ción adecuada en actividades legales, lo cual lleva a los jóvenes a optar
por alternativas diferentes al estudio y al trabajo, al margen de la ley. Las

50 Ver Coleman (1990) o Putnam (1994).


51 Putnam R. (1993) y Fukuyama(1995).
52 Patrinos (1995).
96 CRIMEN E IMPUNIDAD

deficiencias en el capital social empujan a los jóvenes hacia la violencia,


la delincuencia o hacia otras conductas desviadas como el consumo de
drogas o de alcohol.
Aunque estas teorías son relativamente recientes, son numerosos los
rasgos que tienen en común con la tradicional criminología de la pobre­
za. Desde el punto de.vista de las implicaciones de política tanto la teoría
de las "causas objetivas" como la de las "deficiencias en el capitaisodal"
son difíciles de distinguir puesto que conducen a la misma receta: au­
mentar el gasto social. En su esencia ambos diagnósticos soñsimHares.
Sutilmente se abandona la idea del infractor pobre en un sentido estric­
tamente material para introducir la del infractor pobre en un sentido
más intangible. Ya no se trata del joven campesino sin recursos que al
migrar a los centros urbanos no puede incorporarse al sistema educativo
sino del joven que por falta de contactos, amigos, redes, apoyo comuni­
tario etc... no ha podido convencerse de las ventajas de una educación a la
cual ya tiene acceso. En ambos casos, son las circunstancias externas, por
fuera de su control, las que lo empujan hada la violencia o el delito.
Desde el punto de vista de las víctimas, del resto de la sociedad, de la
justida, el resultado es el mismo: el pobre infraetoF-quemo es responsa-
ble de sus actos.
La médula del régimen penal para menores en Colombia, por ejem­
plo, es la "inimputabilidad" penal. Cualquier infractor de la ley penal de
menos de 18 años-,-aún un joven homidda, es "inimputable", no se le
puede responsabilizar por sus actuadones. Así, es impresionante la si­
militud entre las teorías de las deficiendas en el capital sodal y la filoso­
fía que inspira el Código del Menor Colombiano (CMC). Primero, se da
por descontado que los problemas juveniles surgen de insufidendas -irre­
gularidades en la terminología del CMC- en el ambiente social y familiar.
Se supone que existe un estándar de ambiente familiar, de escolari­
dad, de amistades... que garantiza el normal desarrollo de los jóvenes.
Cualquier desvío constituye una situación de riesgo que perjudica las
perspectivas sodales y económicas y, además, es sufidente para explicar
las condudas al margen de la ley. Segundo, se da por descontada la
capacidad del Estado no sólo para identificar, sino para corregir esas
irregularidades, para reconstruir el capital social -el CMC es explícito
al declarar que tales son sus objetivos-. Tercero, los problemas juveniles
se toman en bloque, sin mayor esfuerzo por diferendar sus respectivos
costos sodales. Además, como la causa es común, y es el ambiente social
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 97

y familiar, el tratamiento de los problemas juveniles, incluyendo la de­


lincuencia y la violencia, debe hacerse en forma conjunta y global, me­
diante la acción social del Estado.
La explicación de la violencia en Colombia a partir de las deficiencias
en el capital social presenta serias limitaciones. En el país los mayores
focos de violencia juvenil no se encuentran en las regiones más atrasadas
social y económicamente sino, por el contrario, en los sectores popula­
res de las ciudades más industrializadas, que son precisamente aquellas
con mayores oportunidades de educación y empleo. —

• "Las razones que los jóvenes exponen para ingresar a una banda son
diversas. Algunas veces es evidente la situación socioeconómica, pero
en muchos casos conocidos la pobreza apareció como una razón secun­
daria. En el trabajo de campo realizado constatamos que varios de los
entrevistados renunciaron a sus trabajos para dedicarse de lleno a la
vida de banda"53.

Además es cada vez mayor la evidencia de una delincuencia juvenil


"jalonada" por las organizaciones criminales. "En Medellín existe una
►sofisticada industria de la criminalidad: narcotráfico, robo de vehículos,
secuestro, asaltos... Esta delincuencia profesional ha instrumentalizado
las bandas juveniles"54. En Rubio (1996) se muestra la correlación exis­
tente entre delincuencia juvenil y criminalidad global por departamen-
tosj^egún el Ejército Nacional la guerrilla ha reclutadó cercá de dos mil
menores, o sea un-sexto de su pie de fuerza. De acuerdocon ]a Defen-
soría del Pueblo, en algunos grupos paramilitares del Magdalena Medio
cerca del 50%>-de los-efectivos son menores de edad. ~~~ ""
(La influencia díl narcotráfico o la. guerrilla sobre los jóvenes en el
país no se ha limitado a suministrarles ejemplo o a contratarlos. Existe
evidencia de inducción a la violencia de manera formal, por medio de
entrenamiento en el arte de la guerraJ Un caso dignó de mención, por
lo bizarro, es el de los llamados "campamentos" que organizaron en los
barrios populares de Medellín algunos grupos guerrilleros durante los

53 Salazar y Jaramillo (1992).


54 Salazar y Jaramillo (1992).
98 CRIMEN E IMPUNIDAD

acuerdos de paz con el gobierno hacia 1984, y en los cuales muchos


jóvenes recibieron instrucción tanto política como militar.

"En el 85 llegaron al barrio los del M-19. En ese tiempo estaban en el agite
de los acuerdos de paz con Belisario. Un día pasaron, en un carro rojo,
invitaron a todos los que quisieran asistir a los campamentos. Allá fui­
mos a parar muchos. Eso era tremenda novedad. A los que nos habíamos
metido de milicianos nos daban instrucción político-militar. Aprendimos
a manejar fierros, a hacer explosivos, a planear operativos militares senci­
llos. Pero a la mayoría de los pelados no les sonaba tanto la carreta de
la política, les tramaba más que todo lo militar. Los del EPL, que también
andaban de paces con el gobierno, empezaron a hacer lo mismo, a darle
instrucción militar a la gente"55.

Los resultados de tan extraño experimento por la convivencia pa­


cífica no fueron nada despreciables en términos de violencia. Al des­
baratarse las negociaciones con el gobierno estas escuelas juveniles de
guerra se tornaron ilegales -¡mientras se negociaba la paz al parecer no
lo eran!- y muchos de estos jóvenes, entrenados en el uso de las armas,
y en el discurso de la injusticia social, salieron a formar sus propias ban­
das, a practicar la violencia redistributiva.

"Como en la mitad del año 85 el gobierno sacó un decreto en el que


prohibió los campamentos, porque estábamos preparando más guerri­
lleros y no pensando en la paz... La policía allanó el campamento y se
bajó la bandera. Muchos de los pelados de las milicias quedaron suel­
tos. Algunos de ellos formaron combos para trabajar de cuenta propia.
Esos combos se volvieron tremendas bandolas. Como tenían los cono­
cimientos de la instrucción, a punta de trabucos y petardos armaron el
descontrol. Surgieron Los Nachos, Los Calvos, Los Montañeros, Los
Pelusos y otras banditas que impusieron su terror. Esas bandas eran
formadas por dos o tres mayores y una manada de culicagados crecidos
a matones, peladitos de 13,14,15 años haciendo las del diablo. Cobra­
ban impuestos, de dos mil pesos semanales a las tiendas y cinco mil a
los colectivos, requisaban en la calle como si fueran la ley... El que no les
marchaba, o el que se defendía, de una p'al cementerio, y a las familias

55 Un círculo Vicioso - Salazar (1994).


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 99

las desterraban. En 1986 y 1987 fue el auge total, las bandas controlaban
todo el barrio. La vida cambió completamente"56.

No es difícil encontrar en Colombia circunstancias culturales, socia­


les y económicas similares a las descritas por la teoría de las deficiencias
en el capital social. En la literatura nacional sobre pandillas juveniles
urbanas son frecuentes las referencias a la crisis familiar, a las madres
solteras y a la carencia de la figura paterna. Estos escenarios, sin embar­
go, se dan siempre con el telón de fondo de unas organizaciones ilegales
poderosas y violentas.
‘ "La delincuencia en el grupo de jóvenes comprendidos entre los 12 y
los 18 años se masificó en el Valle de Aburrá a lo largo de la década de
los ochenta. Lasinstítudones tradicionales responsables de insertar al
individuo en el orden cultural y sodal perdieron eficada, mientras que
nuevos actore^empezaróhacurnpjirun. papel d+námkrr como genera­
dores de esiflús yprácticasde vida. En la ciudad se habían multiplicado
las violencias, tales como las vendetas, las acdones de los grupos para­
militares, de la guerrilla o de los grupos de limpieza. Se deterioró la
normatividad sodal y la sociedad se fue desvertebrando"57.
I
El efecto corrosivo del crimen organizado sobre la juventud colom­
biana ha sidó'de tal magnitud que ha logrado inducir a la violencia aún
a segmentos juveniles bien educados, con liderazgo, con buenas pers­
pectivas en las carreras más tradidonales.
"La gente que empezó la carreta (de montar una 'oficina' de intermedia­
ción de asesinatos) hace años fueron pelados de barrio, muy sanos.
Pelados con los que uno credó. Gente que era líder, organizadores de pro­
gramas. Eran excelentes deportistas, le jalaban al atletismo, al basquet­
bol, al fútbol. Algunos de ellos ya eran estudiantes de la universidad,
tienen pispicia y cabeza. Ellos se engancharon en ese negodo hace por
ahí ocho años. Los primeros trabajos los hicieron directamente y que­
daron lukiados (lucas son los billetes de mil). Después se dedicaron a
chutar gente. Que hay que hacer tal trabajo, que esta es la informadón,
que las rutinas, que las fotos"58.

56 Ibid.
57 Salazar y Jaramillo (1992) p. 129.
58 El crucero - Salazar (1994).
100 CRIMEN E IMPUNIDAD

Si la atracción ha sido suficiente para pervertir jóvenes con acceso a un


adecuado capital social, incluso pertenecientes a las élites, difícilmente
podría esperarse un efecto diferente sobre los segmentos populares.
Por otro lado, no se debe dejar de señalar, para Colombia, la preca­
riedad de la institución familiar como elemento disuasivo para la par­
ticipación de los jóvenes en actividades delictivas. En el caso de los
pandilleros y sicarios está relativamente bien documentada la posición
ambigua de la familia frente a las actividades ilegales de estos jóvenes.
"Las madres, en relación con sus hijos delincuentes, manejan un senti­
miento ambiguo. Generalmente no comparten lo que hacen, pero los
protegen y están con ellos hasta el final. Cuando las actividades del hijo
implican ingresos económicos para la familia, el nivel de tolerancia au­
menta"59. Tampoco son extrañas para Colombia las historias de vincula­
ción de menores a las actividades guerrilleras con el pleno apoyo y en
algunos casos un verdadero entrenamiento previo por parte de la fami­
lia. El testimonio de "Melisa", una guerrillera de las FARC es revelador:

"Los juegos (militares) con mi papá y los amigos de mi mamá me hacían


sentir diferente a todas mis compañeras del María Auxiliadora... Los des­
files con mi papá progresaban. De los uniformes y la violencia pasába­
mos al manejo de las armas. Me enseñó a desarmar la pistola hasta que
llegué a hacerlo con los ojos vendados... Por el otro lado, mi mamá me
mandaba los domingos, que era el día de visita conyugal, a ver a sus
amigos presos en la cárcel... Humberto era un duro. Yo le entregaba la
carta en la celda, él la leía con cuidado y la respondía... (posteriormente)
dejé de ayudarle a mi mamá con su Humberto y me dediqué a lo mío.
Me volví correo entre Carlos y su gente, que era del Eme (M-19). Un día
dijeron que si yo quería ayudarles en firme. Les contesté que sí, que
estaba destinada -porque así lo sentía- a esa vida"60.

Lo que no parece razonable para Colombia es la idea, implícita en la


teoría de las deficiencias en el capital social, según la cual la decisión por
parte de los jóvenes de abandonar sus estudios y renunciar a una vida
laboral en el sector formal, tradicional y legal de la economía para incli­
narse hacia actividades ilegales sea siempre una decisión o bien forzada

59 Salazar y Jaramillo (1992).


60 Molano (1994).
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 101
1

por circunstancias desfavorables o bien irracional. Son múltiples los tes­


timonios en Colombia de importantes y exitosas carreras de agentes
violentos, empresarios o políticos, que surgen de decisiones meditadas,
conscientes y racionales.
Pablo Escobar, por ejemplo, fue bastante explícito en señalar como
decisivo para sus decisiones "ocupacionales" el ejemplo de delincuentes
exitosos cercanos a él...

"Ese es el primer fenómeno que yo vi de narcotráfico desde mi sitio de


joven porque digamos que yo todavía estudiaba. Apenas había salido
del bachillerato. Mire: me he puesto a pensar en estas cosas y cada vez
veo más claro que esos fueron para mí los ejemplos que determinaron
el futuro de mi vida y el futuro de la de muchos, de la de muchísimos
muchachos que comenzábamos a vivir con ilusiones, pero ya sin muchas
ganas de trabajar en una fábrica o en un almacén. Es que lo que veíamos
-y por eso se lo cuento- era esa opulencia, sumada a la aventura y su­
mada al poder que da el dinero... tampoco me va a poder negar que no
hay un solo ser humano en este mundo al que no le gusten la plata, la
fama y el poder... Y más a esa edad. Bueno, los capos de la droga que
yo admiraba en ese momento eran entonces Jaime Cardona, Mario Ca­
charrero, Ramoncachaco... y un muchacho que se llamaba Evelio Anto­
nio Giraldo que fue el primer muerto de la Mafia en Medellín"61.

Para los más notables jefesjgueirilleros,buena parte.de.eHos pertene­


cientes en su momento a la élite universitaria del país, resiüta verdade­
ramente imposible encontrar elementos relacionados con las deficiendas
en el capital social, CLCQn la criminología de la pobreza -diferentes a la
muy hábil utilización de tales discursos- que permitan asimilar su deci­
sión de tomar las armas a un. acto .involuntario, o precipitado por las
condiciones familiares adyergas. Jaime Arenas, por ejemplo, brillante es­
tudiante universitario se vinculó en 1967 al ELN dejando en la ciudad a
su esposa y dos hijas62.
En algunos casos la. voluntad de marginarse de la ley e inclinarse
hacia actividades violentas ha. sido el resultado de decisiones tomadas
poMHUi]¿cleo familiar. Tal sería el caso de los hermanos Castaño, actua­

61 Entrevistas a Pablo Escobar, en Castro (1996).


62 Castro (1996).
102 CRIMEN E IMPUNIDAD

les líderes paramilitares. A raíz del secuestro y posterior asesinato de su


padre, los cuatro hermanos Castaño, Fidel, Reinaldo, Eufracio y Carlos
decidieron dedicarse de lleno a la actividad contra-guerrillera. Se inte­
graron al ejército para obtener capacitación militar y frustrados con la
inefectividad de las fuerzas armadas en la lucha anti-insurgente deci­
den formar su propio grupo armado63. Algo similar puede decirse de
ciertos grupos de los "bandoleros tardíos" de finales de los cincuenta.
"Los núcleos iniciales de las cuadrillas están frecuentemente constitui­
dos por miembros de una misma familia: los hermanos Borja... los her­
manos Fonseca o los hermanos Bautista en las guerrillas de los Llanos
Orientales; los hermanos González Prieto en el Norte del Tolima o los
cinco Loaiza, encabezados por su padre en el sur del departamento"64.
No son ajenas a la realidad colombiana las historias delictivas que se
inician con una capacitación previa en la administración pública, preci­
samente en las agencias encargadas de combatir ciertas actividades o
con el ejercicio abiertamente ilegal, y violento, de las funciones públicas.
Tal sería el caso de antiguos agentes de aduana, policías antinarcóticos,
integrantes de grupos antisecuestro, fiscales, procuradores, etc... que u-
tilizan sus cargos públicos como fuentes de información acerca de las
actividades delictivas relacionadas con sus agencias, o para establecer
los contactos necesarios para reducir posteriormente los costos de su
vinculación a dichas actividades. La época de la violencia política de los
cincuenta es bastante rica en testimonios acerca de los homicidios come­
tidos por la Policía "chulavita" y de las crisis de legitimidad, y las espira­
les de violencia, que se generaron con los crímenes oficiales. ¿"Quién
era ese 'Capitán Venganza'? Más que un vengador, como sugiere su re­
moquete, era un protector de los campesinos. Fue precisamente bajo el
amparo brindado por él y sus hombres que en 1958 los campesinos de
la región de Irra se atrevieron a denunciar las masacres cometidas por
la Policía, dos años después de los hechos y cuando 'Venganza' había
logrado el nombramiento de un amigo político como inspector de Poli­
cía en Irra"65. Los crecientes problemas que enfrenta el país en materia
de derechos humanos, o los testimonios acerca de complicidad de las

63 Ver la historia de Fidel Castaño en "Rambo" Revista Semana, abril 24/90.


64 Sánchez y Meertens (1983).
65 Revista Semana, 2 de junio de 1959 - Citado por Sánchez y Meertens (1983).
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 103

autoridades en la comisión de crímenes constituyen la versión moderna


de los delitos "oficiales". Ninguna de estas variantes cabe dentro de los
esquemas explicativos de la criminalidad basados en las causas objeti­
vas, o la precariedad del capital social.
Aun dentro de los estratos bajos de la violenta realidad colombiana
pueden no tener mayor sustento las nociones de falta.de información,
de apoyo,de contactos, de carencias en el capital social y resultaría a-
rriesgado negar de plano ía existencia de un ambiente cultural, social y
económico que incentiva la participación en actividades criminales o el
recurso aJa violenda. En algunos casos los incentivos son claramente
pecuniarios y en niveles tan altos que los hacen atractivos frente a casi
cualquier actividad legal al alcance de un joven colombiano.

"El golpe que hicimos con Toño fue en una carnicería... Yo no sé si fue
en esta o en otra que me tocó ponerle un taponazo a un man porque
no quiso decir dónde estaba la plata, o se puso de alzado para hablar o
levantar la voz para infundirnos miedo. Ese día nos robamos como mi­
llón y medio y nos repartimos el dinero entre cuatro... En los brincos
que hacíamos con Toño, los policías entraban de primeros haciendo
paro de sellamiento; por la noche entrábamos con los tubos (armas) y
al que se pusiera de alzado, ¡tome! Esa vez no estuve y a ellos les tocó
como de a cuatro millones para cada uno. La gente que camella con
ellos (los de las 'oficinas' que contratan sicarios) se mantiene montada.
Por aquí hay muchos pelados de dieciocho años que tienen apartamen­
to en El Poblado, finca, carros, motos”66.

En otros casos los incentivos pueden ser más intangibles como el


poder, o el simple reconocimiento.

"Siempre hay uno, como que guía a los demás. O sea, no el que los
manda sino el que da una idea o algo, porque, por lo menos en Juan
Pablo (un barrio), al que veían que se estaba creciendo mucho como
jefe, lo mataban. Allí no dejaban que nadie tomara el mando. Porque
hubieron muertes así seguidas de unos jóvenes que ya veían que esta­

66 Testimonio de un joven de 17 años, habitante de Ciudad Bolívar en Bogotá, re­


portado por Alape (1995) El crucero - Salazar (1994).
104 CRIMEN E IMPUNIDAD

ban cogiendo mucho vuelo y los mataban. Los mataban culebras que
tenían o alguien del mismo parche"67.

Se puede estar buscando una especie de entrenamiento, o inversión


en capital humano de acuerdo con la jerga en boga.
"Generalmente ponemos al frente guerreros de por aquí. Eso es fácil, se
consiguen pelados pa' lo que sea. A muchos de ellos les gusta que los
vean matar para coger cartel. Son pelados muy acelerados. Se regalan,
hacen trabajos gratis para quedar patrocinados. Los coge un patrón y
quedan amarrados. Les regala fierros, o se los presta. Y después les co­
bran el favor. Te colaboré con esto, ahora colaborame vos a mí"68.

Un testimonio, dramático, reportado por Salazar (1994), de un joven


de 12 años estudiante de primero de bachillerato a quien se le pregunta
qué le gustaría ser, refleja bien la consolidación de una escala de valores
dentro de la cual el ser "matón" se ha convertido en un valioso activo
personal.
"A mí me gustaría ser un matón pero que le tengan respeto y que le res­
peten la familia. Como Ratón, que ya lo mataron, pero era callado y
mataba al que le faltaba. Se mantenía por ahí parchado, con una 9mm y si
lo miraban él preguntaba: ¿Vos qué mirás?, y si le reviraban él los mataba
y les tiraba una escupa y se iba riendo. A mí me gustaría ser así"69.

Rebeldes y criminales en los textos


Tradicionalmente, en el país se ha hecho un esfuerzo por diferenciar a
los levantados en armas, y en particular a los grupos guerrilleros, de los
delincuentes comunes. No son escasos quienes, en el otro extremo, bus­
can criminalizar cualquier actuación de las organizaciones armadas, des­
conociendo por completo sus objetivos políticos.
En términos de esta distinción entre el delito político y el común, es
conveniente referirse a dos niveles. Está en primer lugar la instancia
explicativa, o positiva. A esteaiivel ha sido corriente postular que los de-
lincuentes políticos'so diferencian de losnoinunes, np necesariamente

67 Testimonio de un joven de 17 años, habitante de Ciudad Bolívar en Bogotá, re­


portado por Alape (1995).
68 El crucero - Salazar (1994).
69 Salazar (1994).
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 105

en sus acciones, sino básicamenteensus-ñiteHeioM^s. Se considera que


los segundos están motivados por la satisfacción, monetaria, de intere­
ses personales. A los segundos se les reconoce una motivación social y
altruista. Iván Orozco retoma la idea del penalista alemán de principios
de siglo Gustav Radruch, del delincuente por convicción, que se diferencia
del delincuente común en que, mientras este último "reconoce la norma
que infringe, el delincuente por convicción la combate en nombre de ‘
una norma superior"70. Otra tipificación del delincuente político, más
contrastable, es la del bandido social, sugerida por Hobsbawm (1965-1991).
Se trata del individuo, distracción populárdque se rebela contra el soberano
injusto y que cuenta con un amplio apoyo entre las clases campesinas.
Hobsbawm distingue tres sub-categorías de bandidos sociales: el tipo Ro­
bín Hopd, al cual "se le atribuyen todos los valoresjnQrales positivos del
pueblo y todas sus modestas aspiraciones"; el'Cangacepro del Brasil, "que
expresa sobre todo la capacidad de la gente deLptreblo, gente humilde,
de atemorizar a los más poderosos: es justiciero y vengador" y el tipo
Haidukes de Turquía que representa "un elemento permanente de resis­
tencia campesina contra los señores y el Estado"71* . —-s
% La tercera caracterización sería la del partisano, de Cárl Schmitt^; que
presenta cuatro rasgos distintivos: el ser un combatiente irregular, el res­
ponder a una honda adhesión política, el tener una acentuada movili­
dad y, de nuevo, el tener un carácter telúrico, o sea una"íntima relación
con una población y un territorio determinados"73.
En un segundo nivel, el norfríátivp1 o de recomendaciones de acción
pública, la pertinencia de la distinción radica en la sugerencia de que
sólo el delincuente político debe ser penalizado y que al rebelde se le
debe dar un tratamiento privilegiado: con él sedebebuscar, ante todo,
la negociación. "Lasdormasdominantés de la'violencia urbana en Co­
lombia no son negociables, como sí lo es aquélla generada por confron­
taciones de aparatos armados en pugna por el control del Estado o el
cambio del régimen político vigente en Colombia"74. "Lo que permite el

70 Orozco (1992) pag 37.


71 Hobsbawm (1991) p. 63.
72 Ver Pizarro (1996).
73 Ibid, p. 42.
74 Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995) p.
106 CRIMEN E IMPUNIDAD

diálogo es la consideración de delincuentes políticos que se les da a quienes


se levantan en armas contra la nación en procura de objetivos sociales y
políticos... Eso establece un tipo de delincuente que es aquél con el cual,
en determinadas circunstancias... resulta viable conversar, negociar y
llegar a acuerdos"75. Por distintas razones, se considera que la penaliza-
ción de las acciones de los rebeldes es, no sólo inoperante, sino que pue­
de llegar a ser contraproducente7677 . En las líneas del pensamiento de
Radbruch, Orozco opina que "tanto la función de castigar, como la de
reeducar y aún la de amedrentar están fuera de lugar respecto de un
hombre que no tiene conciencia de culpa y que no es susceptible, por
ello, ni de arrepentimiento ni de reeducación, y acaso de amedrenta­
miento... En lo que atañe a la función general preventiva dice el jurista
alemán (Radbruch) que tal función se deforma, en el caso del delincuen­
te por convicción, hasta el punto de que antes que amedrentamiento,
produce mártires n77.
La recomendación de una salida negociada con los delincuentes po­
líticos está por lo general basada en dos premisas. La primera es que se
trata, efectivamente, de bandidos sociales que cuentan con unos objetivos
altruistas, una amplia base popular y constituyen, en últimas, una ma­
nifestación adicional de las protestas y las luchas ciudadanas. Este su­
puesto es crítico para la consideración de la ineficacia de la penalización
aplicada a los rebeldes: "por lo menos en épocas de cambio, es decir, de
falta de consenso social en torno a los valores fundamentales que deben
informar el orden socio-político, el escalamiento de la criminalización
del enemigo interior produce el efecto jurídicamente perverso de heroi-
zarlo, de elevarlo en su dignidad y prestigio social"78.
La segunda premisa para la negociación como única salida, más es­
pecífica para el país, es que se ha llegado a una situación de virtual em­
pate entre las fuerzas regulares y los rebeldes que hace imposible e
sometimiento de estos últimos por la vía de la confrontación armada.
"La búsqueda en Colombia de cualquiera de (las)... opciones fundadas

75 Entrevista con Horado Serpa, consejero de Paz, La Prensa, 16 de febrero de


Ver también Orozco (1992) p. 19.
76 Orozco (1992) p. 37.
77 Ibid.
78 Ibid. pp. 37-38.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 107

en una salida militar tendría tal costo nacional que son simplemente
impensables"79.
Una última consideración que abarca ambos niveles tiene que ver
con la naturaleza de actores colectivos de los rebeldes. "La confrontación
entre el Estado y las guerrillas... no puede ser pensada sensatamente
sino como una lucha entre actores colectivos"8^.
Son varios los comentarios que, en el plano conceptual, suscita esta
diferenciación que persiste en el país entre el rebelde y el delincuente.
Está en primer lugar la escasa importancia que en este tipo de análisis
se le da a la llamada criminalidad común. El trabajo teórico más compre­
hensivo sobre el tema, el de Orozco (1992), se concentra en la cuestión
de si determinados actos de los rebeldes deben ser criminalizados o no,
pero evita la discusión, pertinente para el país, de la participación de los
alzados en armas en actos puramente delictivos. En forma tangencial en
dicho trabajo apenas se menciona la dificultad de "clasificar" los asaltos
a entidades y los actos de piratería terrestre. No aparece la discusión,
que uno esperaría, del problema del secuestro de civiles. Poco convin­
cente es la racionalización ofrecida de que actuaciones como la vacuna
y el ^oleteo podrían llegar a considerarse -bajo la lógi¿a.de la guerra en
la se toman los bienes del enemigo- como unos "impuestos"81.
Así, no se considera en dicho análisis la posibilidad de un rebelde
que, amparado en tal situación, cometa otro tipo de crímenes. Una apro­
ximación tan rígida equivaldría, en otro plano, a no reconocer la posibi­
lidad de corrupción, o de violación de los derechos humanos, por parte
de los funcionarios de las agencias de seguridad del Estado. En uno y
otro caso, parece inadecuado no considerar en forma explícita el proble­
ma de los individuos que, respaldados por su situación armada, con la
autoridad y el poder de intimidación que esto conlleva, puedan apar­
ase de los objetivos que manifiestan tener las organizaciones a las que
Pertenecen. El problema de las interrelaciones entre los rebeldes y los
^cuentes comunes, organizados o no, tampoco ha recibido en estos
fajos la atención que amerita. Un análisis muy completo de las com­
jas interrelaciones que, en la época de la Violencia, se dieron entre las

Comisión de Estudios sobre la Violenda (1995) p. 51.


2 Orozco (1992).
81 ^d-p.86.
108 CRIMEN E IMPUNIDAD

guerrillas liberales, las bandas armadas como los "pájaros" y los "chula-
vitas" al servicio de la clase política y del Estado, los movimientos cam­
pesinos de autodefensa y los llamados bandoleros se encuentra en
Sánchez y Meertens (1994). Para la época actual probablemente los me­
jores esfuerzos por describir ese continuo entre lo político y lo crimina]
en las actuaciones de los grupos armados son los trabajos realizados
para Medellín por la Corporación Región.
Un segundo aspecto, que dificulta una aproximación empírica al pro­
blema, es el de la aceptación de las intenciones como elemento clave de
la diferenciación entre el delito político y el delito común. La convicción
de un delincuente, las intenciones altruistas de cierto individuo o el áni-
mo egoísta de otro pueden tener sentido en el marco de un juicio para
valorar una conducta individual, pero son a nivel social cuestiones casi
bizantinas.
El tercer punto que conviene comentar es el del supuesto, general­
mente implícito, de que los organismos-de-seguridadjielEstado y el
sistema penal de justicia funcionan, de manera represiva, al servicio del
establecimiento y en contra de las clases obreras ójcafflrrpFsjhas. Normal­
mente se descarta la posibilidad de que los policías o los militares pue­
dan estar del lado de los principios democráticos, o de las clases
populares, o que, corruptos o atemorizados, favorezcan unos intereses
distintos a los de la clase capitalista^ Por el contrario, los actos criminales
de los miembros de las fuerzas armadas son no sólo concebibles sino
que, además, parecen ser inevitables y se señalan como una de-las cau­
saste la agudización del conflicto. "Estamos insertos en el'sistema capi­
talista, por naturaleza violento, ya que uno de sus fines inherentes
consiste en imponer y mantener la relación social te dominación de
unas naciones por otras y te unas clases sociales por otras"82. La noción
de que la violencia oficial contra los sectores oprimidos es una condición
inherente al capitalismo y que los ejecutores de esa violencia son los
organismos de seguridad del Estado, es tal vez uno de los principales
prejuicios -supuestos que se hacen sin ningún tipo de reserva o califica'
ción- de los análisis de corte marxista y una de las nociones que más ha
dificultado la adopción de políticas en materia de orden público en Co *

82 Guzmán (1991) p. 59.


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 109

lombia, Es por ejemplo un punto que, sin mayor discusión ni evidencia


empírica, se da por descontado en todas las discusiones sobre el otorga­
miento de facultades de Policía judicial al Ejército. Es sorprendente el
escaso esfuerzo investigativo que se le ha dedicado en el país a la veri­
ficación de estos planteamientos. Cuando la justicia penal aclara menos
del 5% de los homicidios que se cometen, uno se sorprende al enterarse
que ciertas ONG's manifiestan en sus informes ser capaces de identificar
a los autores de la violencia. Parecería que para "probar" la autoría de
un incidente basta con que éste encaje en alguno de los guiones prees­
tablecidos. Sorprende además la asimetría del argumento que tiende a
considérar como ilegítimas, o abiertamente criminales, las actuaciones
de las organizaciones armadas que defienden unos intereses y simultá­
neamente tiende a legitimar las de los grupos armados que defienden
otros intereses. Lo que este prejuicio refleja es la naturaleza esencial­
mente normativa de tales análisis que parten de la premisa de que unos
intereses son menos legítimos que otros83. Algunas encuestas recientes
revelan que la realidad colombiana no encaja muy bien dentro de los
estereotipos de la violencia oficial. Sin desconocer la relevancia del pro­
blema de violación de los derechos humanos, relevante para el país,
algq/bs datos muestran que en Colombia no es despreciable el porcen­
taje de hogares pobres que se sienten protegidos por la Policía o por las
Fuerzas Armadas. Además, parece ser mayor la desconfianza hacia los
organismos de seguridad del Estado en los estratos altos de ingresos. La
incidencia de ataques criminales "con autoridades involucradas" repor­
tados por los hogares parece aumentar con el ingreso. Por otro lado, tanto
los guerrilleros como los paramilitares se perciben como un factor de
inseguridad, aun eiifós estratos bajósTTajfító la Consideración de la gue­
rrilla como "la principal amenaza" como elacuerdo con las acciones re­
volucionarias, o con la afirmación que. la principal prioridad del país en
los próximos añosos "la lucha anti-guerriUera" no parecen depender del
nivel económico de los hogares. Por el contrario, el porcentaje de hoga­
res que se manifiestan "de acuerdo con el statu-quo" es casi 2.5 veces
superior en el nivel más majo de ingresos que en el mayor84.

83 Ver por ejemplo los trabajos atados en Nemogá (1996).


84 Ver Cuéllar, María Mercedes (1997). Valores, instituciones y capital social. Resul­
tados preliminares publicados en la Revista Estrategia No. 268.
110 CRIMEN E IMPUNIDAD

Desde el punto de vista de lo que podría llamarse la filosofía de la


penalización, la sugerencia de la negociación como única alternativa
para enfrentar el delito político desconoce una función del encarcela­
miento que alguna literatura considera fundamental: la de inhabilitar al
infractor, o sea mantenerlo bajo supervisión de tal manera que no pueda
seguir atentando contra los derechos de terceros8586. A otra de las funcio­
nes de la justicia penal, la retribución -que no es más que un sinónimo
políticamente correcto del término venganza- tampoco se le da la me­
nor importancia.
Por otro lado, tal recomendación -negociar y no sancionar- presu­
pone una visión del sistema penal preocupada exclusivamente por los
derechos del infractor. "Cuando Franz von Liszt, hacia finales del siglo
pasado y dentro del marco de su lucha por la reforma de la política
criminal alemana, pudo decir del derecho penal que éste debía ser la
carta magna del delincuente, resumió con esa frase uno de los grandes logros
de la cultura liberal en materia de derechos humanos". No hay una
consideración de los derechos de las víctimas ni de los costos económi­
cos y sociales del delito político. El llamado enfoque de salud pública
para el tratamiento de la violencia considera que ésta afecta la salud de
una comunidad y no sólo el orden de dicha comunidad87. También se
descarta la eventual función ejemplarizante sobre los infractores poten­
ciales, políticos o comunes. El argumento de la ineficacia de la penaliza­
ción con los alzados en armas podría ser válido para los individuos que
ya tomaron la decisión de rebelarse. Así lo sugiere un ex miembro del
ELN en sus memorias cuando, haciendo referencia a un grupo de inte­
grantes del ELN detenidos en la cárcel Modelo de Bucaramanga
comenta: "Todos estábamos compenetrados de un fervoroso espíritu
solidario y la perspectiva de pasar muchos años en la cárcel no nos arre­
draba"88. A pesar de lo anterior, no tiene por qué generalizarse a quienes
se encuentran en una situación de riesgo, a los rebeldes o criminales en
potencia.

85 Ver por ejemplo Tanry y Farrington (1995), p. 249.


86 Orozco (1992) p. 43.
87 Ver Mark Moore, "Public Health and Criminal Justice Approaches to Prevention'
en Tanry y Farrington (1995).
88 Correa (1997) p. 66.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 111

Un aspecto teórico fundamental que subyace en el diagnóstico co­


rriente del conflicto armado colombjanory-en. la discusión de sus.selu-
ciones, es.el de la relevancia de los actores colectivos versus la de los agentes
unque una discusión detallada de este punto sobrepasa el
alearice de este trabajo, puesto que está inmersa en el profundo debate
teórico entre dos concepciones alternativas y rivales del comportamien­
to, vale la pena hacer algunas anotaciones. Las^ visiones colectivistas e
individualistas de la sociedad reflejan una diferenciaesencial entre lo
que podría denominarse la perspectiva sociológica clásica y el indivi­
dualismo metodológico, cuyo modelo más representativo es el de la es-
cpgeneiaraciímal utilizado por la economía. La teoría de la escogencia
racional -rational choice theory- constituye la columna vertebral de la eco­
nomía anglosajona. Su principal postulado es la idea de que los indivi­
duos buscan satisfacer sus preferencias individuales, o maximizar su
utilidad, y que de la interacción de tales individuos surgen situaciones
de equilibrio que constituyen los resultados sociales -social outcomes-. Esta
teoría del comportamiento ha sido extendida por los economistas a cu­
estiones tradicionalmente consideradas sociales, como la discrimina­
ción, el matrimonio, la religión o el crimen. También ha sido adoptada
algunas vertientes de otras disciplinas como la sociología, o la cien­
cia política89.
Un punto crítico de esta tensión entre la sociología y la economía
surge del énfasis que cada disciplina le asigna, respectivamente, a las
normas sociales y a la escogencia individual como determinantes del
comportamiento. En últimas, la propuesta de considerar el delito políti­
co y el delito común como dos categorías analíticas diferentes tiene algo
que ver con este debate: por lo general, se supone que los rebeldes son
actores colectivos cuya dinámica está determinada por las condiciones
sociales mientras que para los delincuentes comunes se acepta la figura
de actores que, de manera individual, responden a sus intereses parti­
culares.
La consideración de los delincuentes políticos como un actor colec-
hvo, recurrente en la literatura colombiana90, es uno de los puntos más
debatibles de esta aproximación. En primer lugar, porque desconoce ele-

Ver al respecto Tommasi y Ierulli (1995) o Coleman (1990).


90 Ver Orozco (1992) o Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995).
112 CRIMEN E IMPUNIDAD

mentos básicos de varios cuerpos de teoría en donde, para las organiza­


ciones, se sugiere siempre una distinción mínima entre los líderes y los
seguidores. O los principales y los agentes en la jerga económica. La econo­
mía le ha reconocido a la empresa una entidad propia pero se ha cuidado
de distinguir analíticamente a los empresarios de los trabajadores. Para el
pensamiento marxista, esta distinción entre quien posee los medios de
producción, el capitalista, y quien trabaja para él, el proletario, es fun­
damental.
Fuera de la carencia de esta distinción entre quien decide y quien
recibe instrucciones -fundamental para grupos armados con una es­
tructura vertical, jerárquica y militar- hay varios puntos oscuros en este
planteamiento. Tanto la definición del delincuente por_ convicción de
Radbruch, como la del bandido-social deHobshawmJiacen-referencia a
las características, individuales, de unpersonaje. No queda claro cómo,
analíticamente, se da la transformación de este personaje individual en
un actor colectivo. Ni cuál es la relación del individuo rebelde con la
organización subversiva. ¿Se trata de la "clonación" de un rebelde inicial
que cumple los requisitos de la convicción y de las intenciones altruis­
tas? ¿Se trata de un rebelde con el poder suficiente para reclutar indivi­
duos totalmente maleables a los que transmite sus convicciones, sus
intenciones, sus antecedentes y sus relaciones con la comunidad y que
terminan agrupados en una organización totalmente homogénea? ¿Se
trata de un grupo con una mayoría de rebeldes? ¿Se trata de un rebelde
que simplemente contrata subordinados que no tienen convicciones ni
intenciones propias sino que simplemente obedecen órdenes? Es fácil
argumentar que cualquiera de las múltiples posibilidades concebibles
para esta relación tiene implicaciones distintas en términos del trata­
miento que se le debe dar a los miembros de dichas organizaciones._La
definición de delincuente político aplicada no a un individuo sino a una
organización, se torna aún más frágil cuando se acepta la posibilidad de
que en dicha organización algunos individuos cometan actos crimina­
les. ¿Se desvirtúa así el carácter político del individuo que aisladamente
delinquió o queda comprometida toda la organización, como actor co­
lectivo? ¿Cuál es el conjunto de normas penales que restringe el com­
portamiento de los individuos que militan en una organización que
rechaza el ordenamiento legal? ¿Es ese conjunto de normas aplicable
tanto a los líderes como a los subordinados de esas organizaciones?
¿Quién define, para un guerrillero, lo que es un delito?
i i
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 113

Lo que resulta difícil de aceptar conceptualmente es la noción de


que las condiciones socioeconómicas y las instituciones de una sociedad
-las llamadas causas objetivas- determinan tanto las acciones de las or­
ganizaciones como las conductas de sus líderes, como las de los militantes
de base.
Por último, tanto el supuesto de que la subversión es una continua­
ción natural de las luchas políticas de la población como el de la imposi­
bilidad de una victoria militar del Estado sobre la subversión, son
cuestiones empíricas que deberían poder contrastarse, pero que no pa­
rece razonable adoptar como hipótesis de trabajo inmodificables. Peña-
te (1998) señala cómo, por ejemplo, la derrota militar del ELN en Anorí
en 1974 desencadenó un número importante de deserciones que redu­
jeron el grupo, en menos de un año, a casi una cuarta parte. Una encues­
ta realizada a mediados de 1997 muestra que la opinión sobre el empate
entre la guerrilla y las Fuerzas Armadas colombianas está lejos de ser
unánime: 47% de los encuestados piensan que la guerrilla sí puede ser
derrotada militarmente. Por otro lado es mayor el porcentaje (37%) de
quienes piensan que se debe "minimizar la guerrilla" antes de negociar
¿ue el de aquellos que piensan exclusivamente en la negociación. Por
último únicamente el 9% de los encuestados opinan que la guerrilla no
se ha podido derrotar por ser muy fuerte. Es mayor el porcentaje de
quienes opinan que ha sido por "falta de voluntad política del gobierno"
(32%), porque las "Fuerzas Armadas no tienen apoyo popular" (16%) o
por la "falta de voluntad militar de las FFAA" (13%) \
En síntesis, las críticas a la tradicional categorización delito político-
delito común se pueden resumir en dos puntos. El primero sería su ex­
cesivo apego a los rígidos esquemas de los pensadores del siglo pasado,
y el no incorporar buena parte de los desarrollos teóricos que se han
hecho en las ciencias sociales, sobre todo en lo relacionado con el mode­
lo de escogencia racional, la teoría de las organizaciones y el análisis
institucional. El segundo punto, que resulta paradójico tratándose de
aproximaciones generalmente marxistas, es el de su deficiente adapta­
ción a las condiciones actuales del país, que muestran serias discrepan­
cias con las tipologías idealizadas, supuestamente universales, que se

91 Ver El Tiempo, agosto 31 de 1997, p. 6A.


114 CRIMEN E IMPUNIDAD

continúan utilizando. Una notable excepción en este sentido es el traba­


jo de Pizarro (1996) en donde realmente se hace un esfuerzo por esta­
blecer, para la guerrilla, categorías acordes con la realidad colombiana.
En el campo de la economía política, una de las ideas claves del pensa­
miento de Marx, frecuentemente ignorada por los análisis marxistas, es
la de su escepticismo, en contra de lo que proponían los economistas
clásicos, sobre la universalidad de las leyes económicas. Por el contrario,
Marx señalaba la importancia de la ideología en hacer aparecer ciertas
relaciones económicas como naturales e inevitables.
Como se tratará de mostrar a continuación, son^numerosos y varia­
dos los síntomas que aparecen en la realidad colombiana acerca de unas
profundas interdependencias entre los rebeldes y los criminales. Insistir
en categorizarlos de manera independiente es una vía que parece ago­
tada y poco promisoria no sólo en el plano explicativo sino, con mayor
razón, a nivel de la formulación de políticas. De manera alternativa, pa­
rece conveniente concentrar los esfuerzos en el análisis de las formas
específicas en que las organizaciones subversivas interactúan y se entre­
lazan con el crimen en el país, y empezar a examinar cómo estas interre­
laciones evolucionan en el tiempo o cambian entre las regiones, para de
esta manera poderlas incorporar en nuevos esquemas teóricos. A conti­
nuación se hace un esfuerzo en esas líneas recurriendo a la evidencia
testimonial.

Guerrilla y crimen en Colombia

Ha sido tradicional en Colombia reconocerle el carácter de delincuente


político únicamente a los grupos guerrilleros y calificar de criminales a
los militantes de las otras organizaciones armadas que operan en el país.
Si el criterio para esta clasificación fuera la convicción, o las intenciones
altruistas de los actores, podría decirse coloquialmente que, en la gue­
rrilla, "ni son todos los que están, ni están todos los que son".
Sería necesario, en primer lugar, excluir de la categoría de delincuen­
tes políticos a todos aquellos combatientes rasos que se vinculan a la
guerrilla por razones pecuniarias, por falta de oportunidades de empleo,
por lazos familiares, por el ánimo de venganza... y con escasa formación,
o conciencia política. De acuerdo con Nicolás Rodríguez Bautista, 'Ga-
bino', responsable militar del ELN, por ejemplo, no es descartable la idea
que detrás del interés de Fabio Vásquez por organizar el ELN estaría el
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 115

deseo de vengar la muerte de su padre92. En el relato que Gabino le hace


a Medina (1996) son recurrentes las referencias a los campesinos que se
vincularon a una guerrilla, generalmente dirigida por los intelectuales,
sin tener "el nivel para entender lo que era la plenitud de la vida políti­
ca" y que simplemente ingresaron a una estructura vertical de mando.
De la lectura de este relato queda la impresión de que la definición del
rebelde sería aplicable, entre los guerrilleros colombianos, básicamente
a los que antes de vincularse eran universitarios, sacerdotes, líderes sin­
dicales o dirigentes campesinos. En las conversaciones con mis alumnos
de la Universidad de los Andes que han tenido contacto directo con la
guerrilla, es frecuente la alusión a la motivación basada en la posición
de respeto que se gana con las armas.
Hay disponibles algunos testimonios de guerrilleros de base que son
devastadores con los esquemas idealizados del rebelde como actor co­
lectivo homogéneo y de gran compromiso político. Tal es el caso de Me­
lisa, una joven de clase media que ingresa a la guerrilla básicamente
para continuar los juegos con armas en los que la había iniciado su pa­
dre.

"El entrenamiento resultó muy aburrido. Por lo menos para mí, que
esperaba algo que tuviera que ver con la guerra, con las armas, con el
valor, con el misterio. Se trataba de correr por la orilla del camino du­
rante toda la mañana y después, ya sudados, de discutir lo que llama­
ban 'la situación concreta de la coyuntura'... Para mí ese cuento era
como de marcianos: ni entendía ni me importaba... Si no nos poníamos
de acuerdo en cómo hacer un caldo, mucho menos en qué andábamos
buscando juntos... Me ayudaba mucho dar conferencias, porque me
obligaba a pensar y repensar por qué luchábamos. A veces caía en crisis
al ver que los pobres y los ricos luchaban por lo mismo, por el dinero"93.

También habría que excluir de la categoría de rebeldes a quienes,


una vez vinculados a la guerrilla, sufren un cambio en sus convicciones
pero no pueden abandonar la organización temerosos de que se les juz­
gue y condene por desertores. En efecto, el hecho de que la deserción
se considere el delito más grave del Código Guerrillero, hace en la prác­

92 Medina (1996) p. 27.


93 Molano (1996) pp. 128,169 y 172.
116 CRIMEN E IMPUNIDAD

tica inaplicable el criterio de convicción a un miembro subordinado de


la guerrilla. En Medina (1996) aparecen varios casos de fusilamientos y
ajusticiamientos de quienes desertaron, lo intentaron, o despertaron sos­
pechas en sus jefes que lo harían.
Para algunos de los rebeldes, la convicción política sólo vino poste­
riormente, como resultado de experiencias traumáticas al interior de la
organización. Al respecto, hay un pasaje revelador en el relato de Co­
rrea, ex eleno, que cuenta cómo su verdadero espíritu revolucionario
sólo surgió como resultado de un extraño proceso psicológico que se dio
en él luego de que trató de desertar, de que por tal razón fue juzgado y
sentenciado a muerte y de que su condena no fue ejecutada, ni revoca­
da, sino simplemente suspendida y sujeta a la posterior demostración
de su "voluntad sincera de superación"94. En el testimonio de Gabino,
quien anota que su espíritu revolucionario se fue fortaleciendo en la
guerrilla, también se hace alusión a un juicio que se le hizo por "divisio-
nismo" y a una condena de muerte que inexplicablemente no se ejecutó.
"De todas maneras, para mi vida esa fue una de las experiencias más
traumáticas que he tenido"95.
En forma concordante con lo anterior, estudios realizados con mi­
embros de grupos extremistas europeos muestran resultados que van
en contravía de la tipificación de individuos con unidad de criterio e
intenciones políticas y subrayan la importancia de las "fuerzas psicoló­
gicas" como determinantes de la dinámica de tales grupos. En particular
se ha encontrado: que la mentalidad de grupo que emerge se ve magni­
ficada por el peligro externo, que la solidaridad de grupo la impone la
situación de ilegalidad y que las extremas presiones para obedecer son
una característica de la atmósfera interna del grupo. Normalmente, las
dudas con respectos la legitimidad dp laft-ot^ptiva&-snn intolerables, el
abandono del grupo es inaceptable y_lL^manera, dedeshacerse de las
dudas es deshacerse de quienes dudan"96. Se ha planteado que el ele­
mento fundamental de la toma de decisiones de las organizaciones al
margen de la ley no son las realidades sociales y políticas externas al

94 Correa (1997) pp. 135 y 136.


95 Medina (1996) p. 177.
96 Jerrold Post "Terrorist psycho-logic: Terrorist behavior as a product of psycholo-
gical forces" en Reich (1990).
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 117

grupo sino el "clima psicológico" al interior del grupo97. El testimonio


de Gabino tiende a corroborar esta idea: "las reflexiones se reducían al
tratamiento de los conflictos internos de la guerrilla, rara vez se iba más
allá a tratar los problemas sociales, políticos..."98.
Las características del ambiente en el cual se toman las decisiones -la
ilusión de invulnerabilidad que lleva al excesivo optimismo, la presun­
ción de moralidad, la percepción del enemigo como malvado, y la
intolerancia interna hacia la crítica- parecen llevar dentro del grupo a
crecientes presiones para perpetuar la violencia y tomar decisiones cada
vez más riesgosas99.
>' En la definición de Schmitt del partisano, o la de Hobsbawm del
bandido social, un aspecto fundamental es el de su aceptación popular,
que tiene dos componentes. El primero es que la decisión de rebelarse
surge como respuesta a una conducta considerada criminal por el sobe­
rano pero aceptada popularmente. Sus infracciones a la ley son aquellas
que los sectores populares no consideran criminales, puesto que no les
hacen daño sino que se perciben como de utilidad pública. Es tal vez en
ese sentido que las relaciones reales y concretas de los rebeldes con la
sociedad colombiana se diferencian más de las míticas e ideológicas que
¿contemplan las teorías.
Con este criterio, sería necesario reconocer que en el país no todos
los delincuentes políticos militan en los grupos guerrilleros. Entrarían
en ese grupo varios narcotraficantes considerados corno verdaderos be­
nefactores por sus comunidades'-^para las cuales IáTventa de droga al
exterior está lejos de ser una conducta reprobable- algunos grupos pa­
ramilitares y las milicias que en los centros urbanos ofrecen protección
y otra serie de servicios a la comunidad100. También vale la pena recor­
dar que a la fecha, no se sabe en el país del sepelio de algún rebelde que
haya sido tan concurrido por el pueblo como lo fue el de Parolo Escobar.
El segundo componente del arraigo popular, en el cual la literatura
teórica hace particular énfasis, es el de los suministros necesarios para la
supervivencia del rebelde, que le son transferidos en forma voluntaria

97 Post, ap cit.
98 Medina (1996) p. 183.
99 Janis, I. Victims of Groupthinking, citado por Póst en Reich (1990).
100 Ver por ejemplo Corporación Región (1997).
118 CRIMEN E IMPUNIDAD

por la población campesina. Así, el bandido social es no sólo un resulta­


do inevitable de la injusticia del tirano sino que, además, no roba sino
que recibe bienes y ayuda de la comunidad en la cual actúa.
De los dos principales grupos guerrilleros colombianos, las FARC y el
ELN, únicamente del primero de ellos se puede decir que surgió como
una respuesta a las injusticias del régimen político colombiano. En sus
inicios, las autodefensas campesinas lideradas por Manuel Marulanda
Vélez, de donde más tarde surgirían las FARC, fueron en efecto una reac­
ción casi de supervivencia a la violencia oficial101102
.
Las bases campesinas del ELN son más discutibles. Aunque según
Medardo Correa, ex militante de este grupo, en sus orígenes había un
esfuerzo explícito por constituir un movimiento a favor de los campesi­
nos, aparecen en su relato repetidas alusiones a la desconfianza que el
líder del grupo Fabio Vásquez les tenía a los campesinos. Por otro lado,
y como detalle revelador de la total desvinculación de este grupo con la
población que supuestamente defendían, está la denominación que los
integrantes del grupo utilizaban, los ciudadanos, para diferenciarse de
los campesinos .
, La falta de arraigo popular de los grupos guerrilleros colombianos
\ en sus etapas de "emergencia y consolidación" ha sido reconocida por
los analistas colombianos objetivos, que los hay, de tales organizaciones.
"Nunca la clase obrera ni el campesinado, en cuanto tales, se sintieron
representados por el movimiento guerrillero"103.
Con relación al segundo punto del apoyo popular, el de las transfe­
rencias voluntarias y espontáneas hacia los rebeldes, ninguno de estos
dos grupos parece encajar dentro de la tipología. Existen testimonios
sobre cómo, en sus orígenes, los rebeldes que acompañaban a Marulan­
da y que luego constituirían las FARC, robaban para su sustento ejecu­
tando acciones conjuntas con otros grupos, esos sí criminales, que no
tenían las intenciones correctas. "Hasta ese momento, los que andábamos
con Marulanda no teníamos quedadero y vivíamos de parte en parte.
En cambio, los Loaiza y los García vivían en las veredas y hasta en sus
propias fincas, y sólo nos veíamos para hacer acciones conjuntas. Eso

101 Ver al respecto Pizarro (1992).


102 Correa (1997).
103 Pizarro (1991) p. 395.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 119

creó una diferencia grande, porque ellos querían sacar partido de cada
operación, hacer botín para llevar a sus propias casas. Nosotros no te­
níamos para dónde cargar. Si le echábamos mano a una res era para
comérnosla, no para echarla en el corral. Esta diferencia se fue agravan­
do porque eran maneras distintas de mirar la guerra y sobre todo de
hacerla"104.
Hacia fines de los setenta, al parecer seguía siendo escaso el apoyo
campesino a las farc. "Dormíamos en el destapado porque era un peli­
gro confiar en la población civil; era poco amable y solidaria. Llegaba
uno a las fincas y no le daban ni aguadepanela"105. Para el ELN, las his­
torias de relaciones amigables con comunidades campesinas que los res­
paldan económicamente son tal vez más escasas. De acuerdo con el
testimonio de Gabino, solamente en la región del Opón, después de la
muerte de Camilo Torres, se dieron las bases para una buena relación
del grupo con las comunidades campesinas. Según él mismo, esta rela­
ción fue fugaz y llevó, como reacción extrema, a unos operativos milita­
res en la zona, a una completa desvinculación y desconfianza en los
campesinos106.
Hay reconocimiento explícito de que, en los años sesenta, el básico
'de la subsistencia del grupo habría sido el producto de asaltos y robos:
"... acciones como la de la Caja Agraria de Simacota y la expropiación de
una nómina de Bucaramanga"107. Se reportan, por el contrario, desde las
épocas iniciales de la organización, incidentes que reflejan un escenario
muy diferente al del bandido social de la literatura. Son reveladores, por
ejemplo, algunos pasajes del relato de Gabino sobre la toma de Simacota
a principios de 1965.

"En medio de la multitud que estábamos deteniendo, se nos fue una


señora de las detenidas. Esa señora dio aviso al sargento de la policía...
Fabio y Rovira fueron los encargados de asaltar la Caja Agraria, de re­
cuperar el dinero... Todo el mundo amontonado en una casita. Les ha­
blábamos de la lucha, pero la gente sin entender. Pasó a ser mayor el

104 Molano (1996) p. 72.


105 Ibid., p. 118.
106 Ver Medina (1996).
107 Medina (1996), p. 102.
120 CRIMEN E IMPUNIDAD

número de campesinos retenidos que de guerrilleros, y empezó a ge­


nerarnos eso una primera situación difícil''108.

Posteriormente se ha llegado a situaciones de verdadero enfrenta­


miento con las comunidades. Uno de los casos más extremos es el del
Carmen de Chucurí, municipio situado en la región donde nació el ELN.
El pueblo es tristemente célebre por las minas quiebrapatas que dejaron
mutilados a cerca de 300 campesinos y que, según algunas versiones,
fueron puestas por el ELN como represalia por la decisión de los pobla­
dores de "rebelarse" contra la guerrilla. Este extraño escenario se com­
plementa con acusaciones de que los campesinos, y algunos periodistas,
son paramilitares y unas insólitas diligencias judiciales en donde, según
algunos habitantes del pueblo, había guerrilleros actuando como poli­
cías109.
Con lo anterior no se pretende negar de plano el "entronque" que
puedan tener las organizaciones subversivas con ciertas comunidades.
Se ha señalado cómo el resurgimiento del ELN luego de su derrota mili­
tar en Anorí estuvo en buena medida facilitado por el reconocimiento,
dentro de la organización, de que unos buenos vínculos con la pobla­
ción campesina eran vitales para la supervivencia del grupo110. Esta reo­
rientación hizo indispensable un cambio en la estrategia financiera,
bajando la presión económica, que se reconoce era forzada, sobre los
campesinos. "La forma vertical en que se trazaban las orientaciones o se
hacían llamados al campesinado para que colaborara con la guerrilla,
muchas veces infundía más temor que respeto"111. La presión sobre los
campesinos se trasladó a los enemigos de clase, casi definidos como a-
quellas personas susceptibles de ser secuestradas.
Una segunda fuente de apoyo popular, también bastante ajena al
rebelde idealizado, fue la adopción por parte de la guerrilla de una de
las prácticas más reprobables y criticadas de la clase política colombiana:
el manejo de recursos públicos con fines privados. Es lo que Péñate (1998)
denomina el clientelismo armado y Bejarano et al. (1997) las "técnicas de
la delincuencia de cuello blanco" adoptadas por la guerrilla. De todas

108 2Wd. p. 53.


109 Ver por ejemplo Peña (1997).
110 Peñate (1998).
111 Carlos Medina. Violencia y lucha armada. Citado por Peñate (1998).
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 121

maneras, el problema de las relaciones éntralos rebeldes-colombianos y


las comunidades es algo que-está lejos--de-ser entendido a cabalidad y
que requiere-una-enorme cantidad de trabajo empírico que sólo recien­
temente se empieza-a-hacer. Vásquez (1997) reporta, con sorpresa, el
tratamiento radicalmente distinto que, en el municipio de La Calera re­
cibían, por parte de las FARC, los habitantes de las veredas y los del pue­
blo. Un indicador, típicamente económico, pero medible, de aceptación
de la guerrilla podría ser la variación en el precio de la tierra resultante
de la entrada de un grupo a una zona. El mismo Vásquez reporta cómo,
en ciertas veredas de La Calera, los precios se redujeron hasta el 30% de
lo observado anteriormente.
"Me parece importante reseñar que es a partir del 69 que la Organi­
zación comienza a hacer retenciones con fines económicos... Esto ha si­
do muy cuestionado sobre todo últimamente. Nosotros tenemos una
argumentación política -que Ja hemos dado a conocer en varias ocasio­
nes"112. La práctica del secuestro, reconocida y aceptada por la guerrilla
como una forma de financiar la guerra desde hace tres décadas, es uno
de los elementos de la realidad del conflicto colombiano que resulta más
^difícil de encajar en las tipologías idealizadas del rebelde, y que en ma­
yor medida demuestra las estrechas interconexiones_que se dan en el
país entre el delito político y el delito común.
Varios puntos llaman la atención sobre este fenómeno. Está en pri­
mer lugar lo fundamental que ha resultado esta actividad para la conso­
lidación y expansión dé7os~grúpos subvenávoscolombianos. A diferencia
•del rebelde de texto, que vive de los campesinos con quienes comparte
sus valores morales positivos, en la realidad colombiana_los rebeldes
viven de uno de los crímenes que más temor y daño personal puede
causar. Está en_segundo término la indiferencia dp los teóricos de los
rebeldes con relación a un fenómeno tan característico de los grupos
nacionales. Éste desinterés podría explicarse por dos aspectos. Primero,
por las concesiones conceptuales que habría que hacer para tratar de
distinguir analíticamente, dentro de los secuestros extorsivos, un acto
político de un acto criminal. Segundo, por la imposibilidad de ignorar,

112 Medina (1996) p. 103.


122 CRIMEN E IMPUNIDAD

si se analiza con seriedad el secuestro, modelos de comportamiento tan


típicamente individualistas como la negociación (te un rescate.
Los argumentos orientados a la recomendación de no penalizar a los
rebeldes, a la conveniencia de negociar con ellos, perderían mucha fuer­
za con tan sólo aceptar la realidad de unos rebeldes cuya solidez finan­
ciera depende en buena medida de esta práctica contra la cual, tanto
algunos teóricos113, como la experiencia de las naciones civilizadas, co­
mo el más elemental sentido común, sugieren la adopción de severas
medidas punitivas.
Los practicantes de esta actividad han sugerido, en perfecta concor­
dancia con el guión de las teorías, como diferencia entre el secuestro y
la "retención con fines económicos" el hecho de que en el primero se
busca satisfacer un interés personal mientras la segunda responde a in­
tereses colectivos.

"Existe una diferencia entre el secuestro y la retención que es preciso


aclarar: el secuestro es un acto, criminal, realizado por la delincuencia
común que tiene por finalidad el interés personal de quienes cometen el
delito; la retención fundamentalmente es una acción política, cuya fi­
nalidad está determinada por objetivos de bienestar colectivo, en el marco
de un proyecto histórico de transformación social liderado por una or­
ganización revolucionaria"114.

Esta cómoda definición no sólo es difícilmente verificable sino que pone


de presente, de nuevo, el gran componente normativo de tales enfoques.
En el fondo, el carácter político de los delitos está muy ligado a la valo­
ración de los objetivos del actor, bajo unos parámetros éticos que ese
mismo actor, o el analista, arbitrariamente define a su acomodo, a veces
ex-post, y de acuerdo con su ideología.
La carencia de un referente normativo exógeno, es decir no sujeto a
la voluntad de los actores, le quita mucho piso a cualquier discusión
sobre criminalización de la guerrilla. Los relatos de los rebeldes colom­
bianos revelan la extrema maleabilidad del marco normativo al que han

113 Ver por ejemplo Shavell, Steven. "An economie analysis of threats and their ille-
gality: blackmail, extortion, and robbery". University of Pennsylvania Law Review, Vol 141,
1993.
114 Medina (1996) p. 236.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 123

estado sometidos. En sus inicios el ELN, por ejemplo, parecía haber a-


doptado un estricto Código Guerrillero, que estaba escrito, y que fue
fundamental para la justificación de los primeros fusilamientos. "En el
Código Guerrillero se contemplaba la deserción como una traición y,
por lo tanto, quien desertara debía ser fusilado... Desertar es un delito y
al que cae en este tipo de infracción grave se le aplica la pena máxima.
Eso estaba establecido, legítimamente definido en las normas internas"115.
Este código se complementaba con una especie de "derecho natu­
ral" que también es peculiar puesto que lo correcto depende fundamen­
talmente de la naturaleza del actor.
i

"Había un grupo... no se sabe hasta dónde tuvieran un entronque di­


recto con el bandolerismo de ese tiempo, pero la tendencia que mostra­
ba era la de estructurarse con ese carácter, incluso por esos días hicieron
un asalto a un bus intermunicipal, lo desvalijaron y robaron a los pasa­
jeros; Fabio y los otros compañeros aprovechando esta situación le di­
cen a la gente de las veredas: vea hombre, eso no es correcto, eso no se
puede hacer"116.

A Un marco normativo tan rígido pronto sería superado. Hay un rela­


jo interesante sobre el impacto que produjo en ese grupo primitivo de
rebeldes el primer "acto de justicia", un fusilamiento, que se apartaba de
los procedimientos establecidos en el Código Guerrillero.

"El caso de Heriberto no se trató en el grupo, nadie sabe qué fue lo que
pasó realmente. Lo sabía la dirección: Medina, Fabio, y Manuel, pero
no se dio ningún debate interno, siendo una situación grave... La direc­
ción determina que hay que fusilar a Heriberto. No sé qué contradic­
ciones habría, pero el grupo queda con la idea de que Heriberto se va
a la ciudad a curarse, pero en realidad la comisión que lo debe acompa­
ñar le asigna la misión de fusilarlo, ¡y se le fusila sin hacerle juicio!... El
fusilamiento de Espitia fue un hecho muy grave, e independientemente
de que haya o no motivos, la forma, el método, la manera como se pro­
duce es completamente lesiva a la formación, a la educación y a los
principios políticos de una Organización"117.

115 Ibid., p. 68 y p. 90.


116 Ibid., p. 31.
117 Ibid., p. 91.
124 CRIMEN E IMPUNIDAD

Posteriormente, empiezan a aparecer conductas arbitrarias, y crimi­


nales, que se justifican a posteriori.

"Un grupo de cinco guerrilleros, con la orientación de Juan de Dios


Aguilera, ha asesinado a José Ayala... Le preguntamos que cómo habían
ocurrido los hechos... Juan de Dios inmediatamente reunió el personal
y les echó un discurso en el que dice que José Ayala es un corrompido,
un sinvergüenza, un mujeriego, un irresponsable, un militarista, que
es un asesino, ¡bueno!, un poco de cargos"118.

Surgen reglas de comportamiento interno adecuadas a la personali­


dad del líder y que se salen de la esfera militar.

"Manuel va generando, a través de su práctica y en la definición de sus


decisiones, transformaciones sustanciales de algunas costumbres guerri­
lleras, por ejemplo, oficialmente estaba prohibido en la Organización
los matrimonios dentro de esa concepción de que uno debía ser un
asceta para entregarse por entero al servicio de la revolución..."119.

Se dan casos de ajusticiamientos por razones baladíes.

"Pór ahí algún compañero en una ocasión me preguntaba que si era


cierto que en la guerrilla había llegado a fusilarse a alguien por comerse
un pedazo de panela, yo le decía, no exactamente por comerse el peda­
zo de panela sino por todas las circunstancias que se vivían en ese mo­
mento y en el marco de una concepción política específica, que en últimas
el comerse el pedazo de panela era el hecho que motivaba unos análisis
que harían a la persona merecedora de la pena de muerte"120.

También se van imponiendo unas normas penales para los campe­


sinos que responden simplemente a la situación coyuntural del grupo
armado.

"De ahí en adelante nosotros afianzamos la actividad clandestina, ini­


ciamos un trabajo de relación individual con el campesino, donde era
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 125

delito que un campesino le dijera a su vecino que él era conocido de la


guerrilla..."121.

Cuando el ELN decide adoptar el secuestro como mecanismo de fi­


nanciación recurre, para legitimar esa decisión, a la idea de una tradición
establecida en América Latina. O por lo menos así lo relata uno de sus
dirigentes en forma retrospectiva. "Cuando los movimientos guerrille­
ros de América Latina, en Venezuela, Guatemala y Argentina, ven en la
acción de retener personas un medio de conseguir finanzas para la lu­
cha revolucionaria, entonces el ELN entra en esa dinámica"1 . Al pare­
cer, tal decisión fue muy debatida al interior del grupo123.
Según se sugiere en el testimonio de uno de sus líderes, aun ciertos
elementos esenciales del discurso polítice-habrían ápafüCldó para justi­
ficar, a posteriori, actuaciones delictivas del grupo. En efecto, parecería
que el interés del ELN por la pofitícá demanejo del petróleo surgió, o por
lo menos se fortaleció, a raíz de los impuestos que ya le cobraban a las
compañías petroleras.

"En la Asamblea se abordó cómo manejar algunos recursos económicos


adquiridos por impuestos a las petroleras... a partir de entonces le da­
mos importancia a levantar propuestas de carácter nacionalista en las
que se ubiquen al centro de la discusión los intereses de los colombia­
nos y el concepto de la soberanía. Allí nace nuestra propuesta sobre
política petrolera"124.

Algunos analistas125 consideran que el "derecho guerrillero" ha evo­


lucionado positivamente. En particular, que ha disminuido el papel de­
terminante que tuvieron los líderes entre 1964 y 1974, que durante los
noventa los fusilamientos han sido excepcionales y que tanto las bases
guerrilleras como la pobladón civil han endurecido y fortalecido su po­
sición con reladói al mando de la guerrilla. Un incidente que tiende a
confirmar la visión de unos rebeldes menos paranoicos con los deserto­
res y más tolerantes con las disidencias es el de la aceptación, por parte

121 Ibid.,p.&).
122 Ibid. p. 103.
123 Ver Peñate (1998).
124 Medina (19%) p. 215.
125 Molano (1997Í
126 CRIMEN E IMPUNIDAD

del ELN, del abandono de la lucha armada por una buena parte (730 de
unos 2.000) de los miembros que, en el grupo Corriente de Renovación
Socialista, se reinsertaron para dedicarse a la actividad política126.
Al aumentar la presencia regional -y reconociendo el hecho que en
muchos lugares son la autoridad- los guerrilleros se habrían visto en la
necesidad de avanzar en la elaboración de ciertos códigos y procedi­
mientos. Según Molano (1997), los guerrilleros estarían en plan de for­
mular un código para la población civil; teniendo en cuenta los criterios
con que ellos juzgan se ha ido constituyendo un derecho consuetudina­
rio muy ligado a la vida campesina. Parece tener gran importancia la
figura del conciliador, por lo general escogido entre los viejos campesi­
nos reconocidos por su autoridad moral.
Una segunda vía de interrelación entre los rebeldes y eLcrimen tiene
que ver con las conductas que son aceptadas como inapropiadas, o de­
lictivas, por ellos mismos. Entre estas conductas la más pertinente para
Colombia sería la participación de la guerrilla en actividades relacionadas
con el narcotráfico. El término narcoguerrilla, acuñado en la primera
mitad de los ochenta, parece ser algo más que un artificio de la propa­
ganda oficial y tener algo de realidad, y relevancia. LaS implicaciones de
este fenómeno tendrían que ver con el impuesto que la guerrilla cobra,
el "gramaje", con la protección que le ofrece a los cultivosy laboratorios
y con el tráfico de armas. La prensa extranjera ofrece como evidencia de
esta alianza los numerosos ataques contra las aeronaves encargadas de
la erradicación de los cultivos. De acuerdo con Molano (1997) los guerri­
lleros reconocen que el narcotráfico es un delito pero, dada su generali­
zación, se niegan a ser los policías del sistema. Actualmente parece haber
acuerdo en que si bien las guerrillas colombianas no constituyen un "cartel
de la droga" propiamente dicho sí han tenido y tienen vínculos de dis­
tinto tipo con tales actividades127. Con relación al secuestro, se ha seña­
lado que algunos frentes guerrilleros, conscientes del desprestigio social
que genera esta práctica, han optado por "subcontratar la primera fase
de los plagios -bandas comunes se encargan de secuestrar a las víctimas

126 Ver "De la guerrilla al Senado", prólogo de Francisco Santos al libro de León
Valencia, publicado en las Lecturas Dominicales de El Tiempo, febrero 1 de 1998.
127 Ver Corral, Hernando "Narcoguerrilla, ¿mito o realidad?" Lecturas Dominicales,
El Tiempo, febrero 1 de 1998.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 127

a cambio de un porcentaje del rescate- mientras la guerrilla se encarga


del cautiverio y la extorsión"128. También entrarían en este grupo los in­
cidentes delictivos al interior de los grupos. "Hice una retención econó­
mica ...logramos recibir por él un rescate de dos millones de pesos, que
en ese entonces (1974) era una buena cantidad de dinero, pero que no
pudimos utilizarlo porque dos desertores se lo robaron"129.
Algunos testimonios señalan cómo las conductas de un líder pueden
llevar a la "lumpenización" total de un grupo. Tal sería el caso de Lara
Parada, mujeriego empedernido que... "para tapar sus desviaciones co­
mienza a impulsar a compañeros a que busquen compañeras de otros,
ésto genera una situación muy difícil al interior del grupo y también con
la base campesina" o el del grupo de René, que "cae en unas actitudes
muy similares a las del grupo de Ricardo Lara, las mismas cosas, maltra­
to a los campesinos, acostarse con sus mujeres, es decir prácticas cuatre­
ras que realizan aprovechando la situación de guerrilleros"130. Un punto
que vale la pena destacar es el del reconocimiento, por parte de los mis­
mos guerrilleros, de los riesgos que para el grupo representan las tenta­
ciones económicas de los agentes individuales. Los recursos económicos
adquiridos por impuestos a las petroleras "si bien nos ayudaban a con­
solidarnos, era un componente peligroso para la descomposición si no
se administraba bien"131. Así, el rebelde real reconoce algo que los teóri­
cos de los rebeldes pretenden ignorar.
Tanto los criterios sugeridos por Radruch y reportados por Orozco
(1992) como los propuestos por este último para la definición del rebel­
de, dependen de manera crítica de información que está sólo al alcance
de los rebeldes y que puede ser fácilmente ocultada, distorsionada o
manipulada. Un caso diciente sobre las variadas posibilidades de mani­
pulación de información, reportado por Gabino, tiene que ver con el
secuestro de Jaime Betancur por parte del Grupo "16 de Marzo". "El
grupo de compañeros, estaba planteando retener a un dirigente político
de reconocimiento nacional al que la población le tuviese credibilidad y
afecto, eliminar ese personaje y luego hacer aparecer ese hecho ante el

128 Bejarano et al. (1997) p. 50.


129 Medina (1996) p. 130.
130 Ibid. pp. 115 y 132.
131 Ibid. p. 215.

I
128 CRIMEN E IMPUNIDAD

pueblo como una acción realizada por la derecha porque consideraba


esa persona peligrosa por sus inclinaciones a favorecer a los sectores
más desprotegidos"132. Es sensata y realista al respecto la reflexión de
una guerrillera: "en la guerra la información secreta sirve más para ma­
nejar a los amigos que para luchar contra los enemigos, al punto que a
la larga todo se confunde. La gana de mandar no es una causa sino un
modo"133.
Es notoria la idealización que en estas teorías se hace de los sistemas
estatales de investigación criminal, sobre todo en lo relativo a su efecti­
vidad y a su independencia de las organizaciones rebeldes. Parece ha­
ber consenso en la actualidad en que la principal debilidad de la justicia
penal colombiana tiene que ver con su baja capacidad para aclarar los
delitos e identificar a los infractores. El aumento en la capacidad estatal
para recoger evidencia parece haber sido fundamental en el desarrollo
de los sistemas penales modernos. Contrariando postulados de Fouca-
ult, en el sentido que las exigencias políticas fueron la principal causa de
la transformación en los procedimientos penales, algunos historiadores
han sugerido recientemente que, por ejemplo, el abandono de la tortura
fue más el resultado del desarrollo de los sistemas de investigación cri­
minal -que la volvieron innecesaria- que el temor a los levantamientos,
como propone Foucault134.
También es en exceso optimista, e irreal para Colombia, el supuesto
implícito sobre la infinita capacidad que tiene el Estado para recopilar
información sobre lo que realmente está ocurriendo. Sería ingenuo des­
conocer que en algunas zonas del país la presencia de actores armados
ha afectado incluso los mecanismos tradicionales de recolección de in­
formación oficial -registros, encuestas, censos-. Lo más preocupante es
que la interferencia en los flujos de información es ya corriente aun en
asuntos que uno pensaría son ajenos al conflicto. Las firmas encuesta-
doras con las que he discutido este tema dan por descontadas tres cosas:
(1) que en buena parte del territorio nacional hay que pedir permisos
"no oficiales" para realizar encuestas y que es necesario tener contactos
para obtenerlos; (2) que hay ciertos temas que es mejor no tratar en las

132 Medina (1996) p. 149.


133 Molano (1996) p. 178.
134 Ver Langbein, Torture and the law of Proof, citado por Garland (1990) p. 15®-
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 129

encuestas y (3) que en algunas zonas sencillamente no se pueden em­


prender tales tareas. Un caso diciente de la gran desinformación asocia­
da con la presencia de los actores armados es el de los tres ingenieros
agrónomos que realizaban una encuesta para el DAÑE, fueron "reteni­
dos" por la guerrilla en julio de 1997 y cuyos restos, al parecer, fueron
hallados varios meses después. El caso es diciente por tres razones: la
encuesta era para el Sistema de Información del Sector Agropecuario,
cuando se hallaron unos restos descompuestos, los familiares aún no
sabían si correspondían a los ingenieros secuestrados, y en un Foro de
Derechos Humanos y el lanzamiento del Mandato por la Paz, en Mon­
tería se criticaba la negligencia y falta de solidaridad del DAÑE.135.
La manipulación de la información por parte de los rebeldes puede
hacerse con dos objetivos: ocultar incidentes que ocurrieron o hacer a-
parecer como reales hechos ficticios. El caso que puede considerarse de
extrema interferencia en los flujos de información, se da cuando los re­
beldes pretenden, mediante amenazas, controlar la opinión de algunos
sectores. Un comunicado del Estado Mayor de las farc a los periodistas
como respuesta a la difusión de las opiniones del comandante de la ffaa
no deja muchas dudas al respecto: "No creemos, ni queremos periodis­
tas que ingenuamente sean apologistas del militarismo, necesariamente
debamos advertirles que declaramos objetivos militares a quienes así
obren"136.
La tercera vía de conexión entre los rebeldes y el crimen tiene que
ver con sus reacciones a las conductas o conflictos entre terceros, o sea
con su tarea de administrar justicia. En términos del debate sobre si, en
sus territorios, la guerrilla controla la llamada delincuencia común o por
el contrario la estimula, parece claro que los rebeldgsjestán más a favor
del primer escenario. Haciend.o referencia_ajm.xuatrero que, en la re­
gión de Guayabito, a finales de los sesenta, abandona la zona cuando
llegan las FARC, Gabino afirma que "la guerrilla, donde llegaba, limpiaba
la zona de delincuentes y creaba, en alguna medida, una atmósfera de
seguridad"137.

135 Ver El Tiempo, septiembre 24 de 1997, p. 6A.


136 La Prensa, abril 4 de 1993, p. 25.
137 Medina (1996) p. 102.
130 CRIMEN E IMPUNIDAD

El-pxoblema-que-surge-aquír adicional al de la disponibilidad o cali-

externo a la voluntad, qarbitrariedad, de quien aplica la jus6cia?¿Cómo


se define lo que constituye un delito en un territorio en donde no opera
la justicia oficial? Parece claro en primer lugar que, .en.Jalógica de los
enemigos,la condena de un delincuente por parte. dp_La justicia oficial
equivale a su asimilación a la clase de los oprimidos del sistema y le
otorga legitimidad al acto de liberarlo de tal condición.^Ujespecto es
interesante el relato de Gabino sobre la toma de Simacota en 1965.

"A la cárcel fue un comando con la intención de liberar a los presos; esa
era otra tarea. Tal vez desentonaba un poquito con el carácter de ese
pueblo, pero la idea era hacer justicia. Los compañeros van y los presos
no quieren salir. De todas maneras los soltaron al otro día porque no
había guardianes, ni armas, ni nada"138.

También aparece como una posibilidad real el que un juez rebelde,


de veras promiscuo, armado, omnipotente, y restringido únicamente
por él mismo, pueda excederse. Tal como ocurre en las historias relata­
das por seis guerrilleros amnistiados del EPL que operaban en Dabeiba,
lugar en donde aparecen miembros de las FARC que hacen de jueces
como una extraña mezcla de dictador, consultorio jurídico y doctora co­
razón. '

"Los domingos se ven las oficinas que denominan Casa del Pueblo lle­
nas de campesinos citados verbalmente o por boletas para dirimir pleitoá
entre vecinos o entre marido y mujer. Los servicios son pagos. Muchos
de los pobladores se preguntan por qué las autoridades permiten esto...
Nos acordamos de un parcelero en la vereda Cadillal del municipio de
Uramita, que en 1989 tenía un problema de linderos con su vecino...
Oímos cuando le decían que cuánto iba a dar para arreglar el problema.
Y el que más dio, ganó, y al otro lo pelaron porque no quiso dar más
plata ni salirse de la finca... En noviembre de año pasado se presentó
allí (en San José de Urama) otro caso que chocó mucho a la gente pero
nadie pudo decir nada por la ley del silencio: el asesinato de una señora
porque era muy chismosa"139.

138 Ibid.,p. 54.


139 La Prensa, mayo 26 de 1992, p. 8.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? ( 131 I
V-'

Un aspecto interesante de la evidencia testimonial disponible es el


de las múltiples interrelaciones entre la justicia guerrillera y la justicia
oficial. De acuerdo con Molano (1997) los guerrilleros a veces apelan a
los leguleyos locales, sobre todo para los problemas de linderos y una
posibilidad que se contempla como sanción es la de remitir el caso a la
otra justicia. También según él, en ocasiones los mismos miembros de la
Policía acuden-a-lgjustieia^guérrUTéra. --------------
Apnque es probable que la influencia de los grupos guerrilleros so­
bre el sistema judicial y el régimen penal colombiano haya sido inferior
a la ejercida por las organizaciones vinculadas al narcotráfico, también
es cierto que se trata de un fenómeno que ha recibido menor atención
y está menos bien documentado. Una recopilación de las "coinciden­
cias" que se han observado en el país entre las acciones de los grupos de
narcotraficantes y las modificaciones al régimen penal en la última dé­
cada se encuentra en Saiz (1997). A pesar de lo anterior, no parece pru­
dente ignorar este canal, probablemente el más nocivo, de interrelación
entre el delito político y el delito común en Colombia. Al respecto pue­
den citarse, a título de ejemplo, dos casos. Primero, el secuestro de una
Comisión de la Procuraduría por el frente 44 de las FARC en el Guaviare
en jfilio de 1997 cuando, paradójicamente, investigaban la masacre de
Mapiripán, cometida por los grupos paramilitares. El segundo sería el
asesinato, reconocido por el ELN, en noviembre de 1993, del senador
Darío Londoño Cardona, ponente del proyecto de Ley de Orden Públi­
co y la carta conocida por el diario El Espectador en la que se declaraba
como objetivo militar al Congreso por su apoyo a la tramitación de pro­
yectos relacionados con dicha ley.
La última vinculación que se puede señalar para (Zplombia entre las
actuaciones políticas y las delictivas sería el llamado elientefismo armado,
o sea la interferencia, mediante amenazas, en la asignajáón de recursos
públicos con fir^s'électüraies íJ cpmo mecanisaiQ para lograr el apoyo
popular. Ver por ejemplo el relato de Peñate (1998) sobre las amenazas
de las FARC a los funcionarios del Incora en la región del Sarare para
favorecer ciertas veredas, sobre el manejo de la clientela electoral de
colonos, por parte del mismo grupo, y el posterior enfrentamiento con*

140 Ver El Tiempo, agosto 2 de 1997.


132 CRIMEN E IMPUNIDAD

el frente Domingo Laín del ELN, aliado con los caciques locales no alia­
dos a las FARC. Una vertiente aún más sorprendente de estas conductas
es la relacionada con el sabotaje a la infraestructura petrolera, que se
presenta siempre como un acto puro de rebelión, pero que en ocasiones
no pasa de ser un buen arreglo económico entre los guerrilleros, los
contratistas del sector público, los políticos locales, y la población que
recibe empleo en las reparaciones141. Para corroborar estas imaginativas
actuaciones rebelde-empresariales, vale la pena mencionar las investiga­
ciones adelantadas por la Fiscalía a tres funcionarios de la empresa Tec-
nicontrol que, al parecer, negociaban con el ELN los atentados al oleoducto
para sacar provecho de los contratos de reparación142.
En síntesis, los tpstimnnio^djsponihlp^ mupstran para los rebeldes
colombianos una realidad muy alejada de las tipologías idealizadas del
actor colectivo que responde á la dinámica dula lucha ¿guiases y está
totalmente aislado del crimen. Una de las paradojas más interesantes de
estas organizaciofíés/cuya ideología hace énfasis en la opresión y la do­
minación del Estado por la vía de la autoridad, es su estructura interna
vertical, monolítica y autoritaria, en donde se da en la práctica un enor­
me apego a la obediencia ciega e incondicional. Fuera de las ya mencio­
nadas presiones psicológicas que llevarían a una dinámica perversa de
escalamiento de la violencia y del enfrentamiento contra todo lo que no
hace parte del grupo, parecería que las decisiones claves en estas orga­
nizaciones las toma un grupo reducido de individuos. En el pasado
algunos de estos individuos tomaron decisiones que resultaron ser crí­
ticas para la evolución posterior del conflicto: participar o no en unas
negociaciones de paz, independizarse de las fuentes internacionales de
financiación, aliarse con el narcotráfico, etc... El punto que se quiere des­
tacar aquí es que el análisis basado en la consideración exclusiva de actores
colectivos puede ser insuficiente, y hasta inadecuado, para entender o
predecir el desarrollo del conflicto. Son numerosos los testimonios de
miembros y ex miembros de las organizaciones subversivas colombia­
nas que revelan situaciones en las que sus líderes -y detrás de ellos los
combatientes rasos bajo su mando- hacen, literalmente, lo que les place,

141 Ver al respecto las referencias de Peñate (1998) a sus trabajos anteriores y Bej»-
rano et al. (1997) p. 50.
142 Ver "¿Atentados por contrato al oleoducto?" £1 Tiempo, noviembre 26 de 1997.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 133

en forma independiente de que se trate de un acto político o de un cri­


men. Probablemente el caso más extremo de arbitrariedad y de compor­
tamiento criminal de un rebelde fue el de las matanzas de Tacueyó en
donde cerca de un centenar de guerrilleros fueron abatidos por su jefe,
Delgado, que

"en una época fue el consentido de Jacobo. Le gustaba la plata y con


ella lo compraron: le gustaba el poder y con él lo conquistaron. Tan
pronto vio la papaya de tomarse el mando lo hizo. Plata y poder. Ven­
dió a todos sus amigos y traicionó al resto. Se envició a la sangre, que
es la medio hermana del dinero y del poder, y cuando vio que no le
resultaban sus planes se enloqueció. Comenzó a matar a sus enemigos
y luego el círculo se le amplió hasta que abarcó a sus amigos, uno por
uno. Pero tanto muerto coge fuerza y para vencerla se necesitan más
muertos y más muertos. Así hasta que acabó con medio movimiento''143.

En este contexto, la separación tajante entre rebeldes políticos y de­


lincuentescomunes parece demasiado fuerte, inocua e irreal. Fuerte por­
que equivale a suponer que lósTmiembros de los grupos subversivos son
seres incorruptiblesTque pertenecen a uñacasta superiofaTadelos hu-
many de donde, en el mundo de los no rebeldes, surgen lóscriminales.
Inocua porque en las zonas de influencia de los rebeldes, y al interior de
los grupos armados, los límites de la criminalidad los definen las mis­
mas organizaciones, o sus líderes, y es difícil no pensar que esta defini­
ción se hace de acuerdo con intereses privados o personales. Adquiere
así plena vigencia, en términos de este nuevo poder, lo que Orozco (1992)
denomina el correlato necesario entre criminalidad y criminalización,
que convierte "la relación entre el hombre de bien y el hombre desvia­
do, en un verdadero juego de espejos"144. Hay un relato interesante de
un consejo que ¡guerra que se le siguió a una guerrillera y al jefe de su
grupo que traté de violarla y recibió un disparo de ella al defenderse.
"Lo que no podían aceptar, con o sin intención, era que yo o cualquiera
de las mujeres tratara de volver a repetirlo y a generalizarse. 'Si a cada

143 Molano (1996) p. 188.


144 Orozco (1992) p. 45.
134 CRIMEN E IMPUNIDAD

vez que alguien se lo pide a una compañera ella saca el fierro, las cosas
se ponen delicadas en una guerrilla'" 4S.
Irreal porque los vasos comunicantes y de retroalimentación entre
unas y otras conductas son para Colombia numerosos y difíciles de ig­
norar. Lo que sí parece ser una constante, es que esos mismos líderes
rebeldes utilicen recurrentemente la retórica del determinismo de los
fenómenos sociales para justificar tanto sus actuaciones públicas como
sus desafueros privados.

Las incómodas realidades

Un régimen legal tolerante con la violencia

Es probable que la idea de las raíces sociales-del crimen-la pobreza co­


mo "caldo de cultivo" de la violencia- haya contribuido a minar la impor­
tancia de la justicia en la tarea de controlar y prevenir los comportamientos
violentos. También puede pensarse que en una sociedad con frecuentes
levantamientos y guerras civiles, en la cual las figuras del rebelde y el
gobernante se alternaron por mucho tiempo, las élites consideraron a-
rriesgado establecer un régimen legal demasiado severo con quienes
recurrían a las vías de hecho y al uso de la fuerza. De todas maneras, es
indudable que el sistema penal colombiano ha sido siempre particular­
mente tolerante con la violencia.
Históricamente, la legislación colombiana nunca ha sido suficiente­
mente severa en el tratamiento legal de los atentados contra la vida. La
actitud de los legisladores colombianos, siempre comprensivos con las
muertes violentas, podría explicarse de varias maneras. La primera sería
la sensación, repetida en distintas épocas, que la violencia colombiana
es un fenómeno tan complejo, con tan profundas raíces sociales, y tan
particular al país, que los elementos judiciales para controlarlo resultan
inocuos si no se aplican en forma simultánea con políticas globales más
ambiciosas para mejorar la situación social. Es impresionante, por ejem­
plo, la actualidad, y la similitud con discursos en boga, de argumentos
que se esgrimieron en los años treinta para no aumentar en forma sig­
nificativa las penas para el homicidio. Todos estaban relacionados con la*

145 Molano (1996) p. 148.


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 135

multiplicidad de los factores de violencia y las peculiaridades del país al


respecto.

"Si en algo hay necesidad de tener en cuenta el medio ambiente en


Colombia es al fijar la penalidad en relación con el homicidio, porque
las causas del aumento de este delito en Colombia son diversas y com­
plejas. .. La consideración de que en otros países las penas contra el
homicidio sean relativamente altas y hasta muy severas, se explica por­
que allí no concurren las causas que concurren en Colombia, que recla-
pian remedios de carácter social. De suerte que si bien considero necesario
aumentar en algo la penalidad en el homicidio, no es el único remedio,
sino que junto con él es necesario aplicar otros. La penalidad señalada
para este delito en otros países, no es la que pueda tenerse en cuenta
en Colombia porque las situaciones en esos países son distintas''146.

Muy revelador de esta actitud es, por ejemplo, un debate previo a la


reforma del Código Penal de 1936 en el cual se modificó el artículo ini­
cialmente propuesto para la definición del homicidio -"el que con el
propósito de matar causa la muerte de otro"- cambiando el término causa
por el de ocasiona puesto que el primero se consideró demasiado fuerte
y excluía la posibilidad de otros factores determinantes de la conducta.
^Manifiesta el doctor Lozano que usa la expresión 'ocasiona la muerte
de otro' en vez de 'causa la muerte de otro', porque muchas veces la
acción del agente no es causa eficiente de la muerte. Dice que abunda
en las consideraciones de que hay que estudiar las otras causas del deli­
to, que son múltiples, y que la pena no es la panacea que pueda detener
la criminalidad... porque cree firmemente en los factores antropológicos y
sociales de la delincuencia"147.

La segunda fuente de laxitud del régimen penal colombiano con las


muertes violentas, tiene que ver con su histórica tendencia a concentrar­
se en las intenciones de los asesinos en detrimento de las consecuencias
de sus acciones. En forma contraria a preceptos enunciados por Beccaria
a finales del siglo xvm, durante sus primeros ciento cincuenta años el
Código Penal colombiano se ramificó, extendió y sofisticó en términos

146 Actas de la Comisión Redactara de 1933 - Cancino (1988).


147 Ibid.
136 CRIMEN E IMPUNIDAD

de las motivaciones internas que debían ser tenidas en cuenta para san­
cionar un homicida. En el primer Código Penal colombiano, el de 1837,
se consideraban como categorías de homicidio el simple -que podía ser
voluntario o involuntario- y el agravado. Para 1873 el homicidio se di­
vidió en punible o inculpable. El punible podía ser simple -el que se
comete mediante alguna pasión instantánea, o sentimiento de honor o
de peligro que excluye la presunción de perversidad148- o calificado y el
inculpable accidental o justificable. A su vez, el homicidio punible sim­
ple se dividió en común o atenuado, dependiendo de la existencia de
circunstancias favorables al reo. Se aclara además que el homicidio

"se reputa simplemente voluntario cuando se comete... por una provo­


cación, ofensa, agresión, violencia, ultraje, injuria o deshonra grave que...
se haga al propio homicida, o a su padre o madre, abuelo o abuela, hijo
o hija, nieto o nieta, marido o mujer, hermano o hermana, suegro o
suegra, yerno o nuera, cuñado o cuñada, entenado o entenada, padras­
tro o madrastra, o persona quien se acompañe"149.

El homicidio calificado se dividió por su parte en ordinario o prodi­


torio -asesinato-. _____
En el Código de 1890 se distinguen las.asesinatos "/fnásjraves" de
los "menos graveé' de acuerdo con las causales en qué^se realizara la
conducta. En 1922 se consideró equitativo ampliar el rango de las penas
para poder tener en cuenta las peculiaridades de cada homicidio, y en
1923 se reconoció la imposibilidad de prever legalmente las múltiples
causales de las muertes violentas y consecuentemente se.propuso au­
mentar al máximo la flexibilidad de los jueces para ajustar las penas a
cada caso particular.

"El cambio que propongo de cinco a quince años, en vez de seis a die­
ciséis, se justifica... por cuanto dentro del homicidio simplemente vo­
luntario pueden presentarse multitud de circunstancias que hagan más
o menos grave el hecho, las cuales no pueden preverse en la ley, sino
que deben dejarse a la apreciación del juez, por lo cual se requiere que

148 Artículo 461 CP de 1873.


149 Art. 587 CP 1873.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 137

haya una gran latitud entre el mínimum y el máximum de la pena im­


ponible"1*’.

En las comisiones preparatorias del Código de 1936 se discutió mu­


cho la necesidad de anteponer el "intencionalmente" y el "ilegal e injus­
tamente" a la definición del homicidio y se hizo explícita la noción de
que el ideal del derecho penal era la individualización de las penas. "(El
doctor Cárdenas considera que) el ideal del Derecho Penal en el futuro,
y su.máxima perfección, consistirá en dejar a los jueces un amplio arbi­
trio1 en la aplicación de las sanciones, porque solamente así podrá reali­
zarse la suprema aspiración de las instituciones penales, o sea la
individualización de la pena"150 151. No fue sino hasta el Código Penal de
1980 cuando se eliminaron los elementos subjetivos y se simplificó la
definición legal del homicidio: "el que matare a otro".
Un tercer argumento que se puede ofrecer para apoyar la idea de un
Estado colombiano desinteresado, en la práctica, por los homicidios tie­
ne que ver con la pertinencia de los sucesivos códigos penales, con su
relevancia para enfrentar el típo^e muertes violentas que se daban en
el país. Como en tantas otras facetas del entorno institucional colombia­
no, se puede señalar, para la violencia, un considerable abismo entre lo
pasaba en la realidad y lo que los legisladores manifestaban que
estaba ocurriendo. Ya en las discusiones previas al Código de 1936 se
oían algunas voces disidentes preocupadas por el aumento en las muer­
tes violentas, por la relativa impunidad con que se cometían los homici­
dios, por la falta de severidad en las penas por asesinato. "Es preciso
reaccionar contra la monstruosa severidad del Códigoactual en materia
de defensa a la propiedad v su irritante desprecio por la vida huma­
na"152. También se hacía referencia a los supuestos móviles políticos, no
considerados en los códigos, que aparecían detrás de algunas masacres.

"Existe un gran número de homicidios premeditados... que no pueden


ser indiferentes para el legislador: me refiero a aquéllos a que se les ha
pretendido dar carácter político, pero que en el fondo constituyen una

150 Actas de la Comisión de 1923 - Cancino (1988).


151 Ibid.
152 Declaraciones del doctor Lozano - Actas Comisión Redactara de 1933 - Cancino
(1988).
138 CRIMEN E IMPUNIDAD

delincuencia vulgar y ordinaria, como muchos de los que se cometen


en algunas regiones, como en Santander. El exterminio de familias en­
teras, la persecución recíproca, la tragedia sangrienta que se disimula
muchas veces con la apariencia de una riña, pero en que el homicidio
ha sido preparado y calculado con anticipación"1 .
No deja de asombrar el abismo existente entre un Código Penal so­
fisticado al extremo en la tipificación de la? múItipléTmbfiváciones de
los homicidas yla violenciajiojítica quehacia'iüsanoscincuenta azotó
al país con una causal primaria y casi unifórmenla eliminación de ene­
migos definidos por su filiación partidista. Haciendo casó omiso de la
voluntad, manifiesta en la legislación, de conocer a fondo las causas es­
pecíficas de cada homicidio para poder así individualizar las penas y
suministrar el grado máximo concebible de justicia, la violencia partidis­
ta terminó con amnistías -la de Rojas Pinüla y posteriormente las del
inicio del Frente Nacional- que, por el contrario, hicieron tabla rasa, ho-
mogeneizaron los innumerables homicidios cometidos y suspendieron
la acción penal para todos los "delitos políticos" no contemplados en el
sofisticado Código Penal.
El tratamiento especial y privilegiado para los homicidios cometidos
con motivaciones superiores, con móviles_políticos, ha quedado oficia­
lizado en el régimen penal colombiano con el tratamientrrdiscriminato-
rio y favorable que reciben los rebeldes. El delito de rebelión rio sólo se
ha considerado bástante menos grav&^jue el homicidio153 154 sino que ade­
más ha cobijado y protegido legalmente otras conductas punibles vio­
lentas, siempre que éstas se hayan cometido en una situación de combate.
"Los que mediante el empleo de las armas pretendan derrocara! gobier­
no nacional, o suprimir o modificar el régimen constitucional o legal
vigente, incurrirán en prisión de tres (3) a seis (6) años" (Art. 125 CP de
1980). Posteriormente (Decreto 1857/89 y Decreto 2266/91) se ajustó la
pena de 5 a 9 años. "Rebeldes o sediciosos no quedarán sujetos a pena
por los hechos punibles cometidos en combate, siempre que no consti­
tuyan actos de ferocidad, barbarie o terrorismo" (Art. 127 CP).
Durante los setenta y buena parte de los ochenta -básicamente hasta
la expedición del Estatuto Antiterrorista en 1988 a partir de la cual, en la

153 Acta No. 182 Comisión redactara de 1933 - Canáno (1988).


154 Aponte (1995).
práctica, los rebeldes comenzaron a ser juzgados como terroristas155-
que fue un período de consolidación de la guerrilla en el país, la estra­
tegia defensiva de los alzados en armas que debieron enfrentar juicios
penales, estuvo basada en la politización de los procesos. La figura de la
rebelión sirvió no sólo para dejar impunes muchas muertes violentas, o
para sacar presos políticos de las cárceles, sino además para darle, a tra­
vés de los juicios, una amplia difusión a las justificaciones sociales y po­
líticas de la violencia guerrillera. En lugar de constituir escenarios donde
se discutían los hechos y se trataban de_adarar los incidéñtes,~los juicios
a lds guerrilleros se convirtieron en una verdadera caja de resonancia
para el ideario político dedos-rebeldes, en ün instrumento de legitima-
dón de sus conductas y^-simultáneameRter^le deslegitimación de la ac-

Una justicia PENAL QUE NO FUNCIONA

El fantasma de lá^congestión de los despachos ha rondado a la justicia


penal colombiana, e inspirado-a susdeformadores, por más de tres dé­
cadas. Desde principios de los años sesenta se empezó a hablar de la
necesidadde-reformar la justicia, básicamente para descpngestionar los
jugados. Desde que existen estadísticas sobre la justicia, las cifras mues­
tran que, realmente, ha habido un problema grave de congestión. A par­
tir de 1940 los sumarios crecieron a una tasa casi constante del 7% anual.
La capacidad de evacuación del sistema156, aunque con mayor variabili­
dad, crecía a una tasa promedio ligeramente superior al 1.0% al año. Así, 1
entre 1940 y 1964 los procesos penales que aceptaba el sistema para in­
vestigar se quintuplicaron, pasando de treinta mil a ciento cincuenta mil
por año. Durante el mismo período el número anual de sumarios que
efectivamente podía atender el sistema se incrementó en menos del 50%,
pasando de diez mil en 1940 a cerca de quince mil en 1964. Para 1964
entraba anualmente al sistema penal cerca de diez veces el número de
sumarios que se podían investigar. Sin descontar los sumarios que pres­
cribieron, para principios de los sesenta, la situación era tal que el acu­
mulado de sumarios sin calificar equivalía a diez años de entradas y, con

155 Ver Aponte (1995).


156 Definida por el número de calificaciones que se proferían anualmente.
140 CRIMEN E IMPUNIDAD

la capacidad del sistema en aquel entonces, se hubiera requerido cerca


de un siglo, congelando las entradas, para evacuar el rezago.
En retrospectiva, a pesar de esta gran congestión, y con base en di­
versos indicadores de desempeño -como el comportamiento relativa­
mente estable de las denuncias en una época en la que se puede suponer
que éstas reflejaban adecuadamente la criminalidad real, el de la tasa de
homicidios, o la participación de los homicidios en las denuncias-, pue­
de decirse que la de los sesenta fue una década razonable para la justicia
penal, o por lo menos no tan crítica como las que vendrían después. La
base de este funcionamiento aceptable fueron los criterios, seguramente
informales, con que se escogían los casos de los que se ocupaba la justi­
cia. El sistema penal tenía en aquel entonces una clara vocación por tra­
tar de investigar, ante todo, los atentados contra la vida y la integridad
de las personas. Estas observaciones son, en cierto sentido, amnésicas
pues hacen caso omiso de las repercusiones que pudo tener el período
de la violencia de finales de los cuarenta sobre la justicia penal.
Sin tener en cuenta la magnitud, ni las características, del desequili­
brio entre la demanda por servicios de justicia y la capacidad real y efectiva
del sistema para responder a esa demanda en materia de investigación,
se realizó una reforma en el año 1971 que, en lugar de orientarse a so­
fisticar los criterios de selección de los sumarios dignos de ser investiga­
dos, decidió irse por la vía, idealista e ingenua, de tratar de resolver
todos los sumarios que, voluminosamente, seguían entrando.
El Código de Procedimiento Penal vigente hasta 1971 concentraba
las funciones de juzgar y de instruir en los mismos funcionarios judicia­
les: los jueces encargados de investigar los procesos eran los competentes
para juzgarlos. El Decreto 4O9de 197J, expedido con base en facultades
extraordinarias, comienza aHivldír las funcionas investigación y de
juicio. Los esfuerzos por separar la labor de instrucción de la rama eje­
cutiva se remontan a 1938, cuando al expedirse el Código de Procedi­
miento Penal se buscó restringir las labores de instrucción criminal que
hasta entonces estaban asignadas a alcaldes y funcionarios de la Policía.
Esta intención no se cumplió por problemas presupuéstales y se nom­
braron jueces adscritos al Ministerio de Gobierno . Se crearon jueces

157 Ver al respecto el trabajo de Gabriel Nemogá.


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 141

de instrucción radicados y ambulantes, que pertenecían a la rama eje­


cutiva, para apoyar las labores de investigación de los jueces. La intro­
ducción de un intermediario adicional, novato, perteneciente a otra rama
del poder público, buscando efectividad y no necesariamente adminis­
trar justicia, condujo a la aparición de serios problemas adicionales a la
congestión, que no logró solucionarse.
Parece clare-que-tomuevos juzgados-de instrucción criminal llega­
ron a cumplir, ante todo, su misión de evacuar sumarios. A partir de
1971,-año en que iniciaron sus labores, Jas providencias de calificación
de los sumarios aumentaron considerablementerduplicándosecada cinco
años. Sin embargo, esta efectividad se hizo gracias a unos criterios pro­
gresivamente más laxos para dejar salir sumarios del sistema_sin resolu-
dón acusatoria. Mientras quéen 1971, cuando se introdujeron los jueces
especializados en la instrucción, las acusaciones constituían el 30% de
las calificaciones de sumarios, para 1981, diez años más tarde, este por­
centaje había bajado al 9%.
En segundo término, los juzgados de instrucción criminal trastoca- t
ron por completo los, hasta ese entoncps. raznnahlgfreritartofcpara esco-
ger los pocos sumarios que el sistpma penal estaba en capacidad de •,
investigar. En términos deUilexna, en la etapa instructiva, entre la faci- t
licjifl para resolver un caso y la gravedad del incidente en el que se
origina,puedepensarse^yae-losnttevesjú'ecagde.Instrucción,presiona- ¡
dos por urtatSTTtetas'Wwntitftfivafr-de-evaGuaÓQii^dc-piocesos, no sólo ’
relaiaronJoKcriierios para dejar salir del sistema sumarios sin acusación,
sino-que-se dedicarorua escoger los casos más fáciles de resolver. Estos
son, precisamente, los procesosorigiñáclbsen los incidentes menos gra­
ves. Progresivamente, los jueces de instrucción fueron abandonando la
labor de investigar y aclarar los crímenes más graves para concentrarse
en los incidentes más banales que, en la práctica, llegaban resueltos des- '
de la denuncia. Así, la gran deformación del sistema penal colombiano,
la de dedicarse a los procesos que menos investigación requieren, aque­
llos con sindicado conocido, se comenzó a gestar a principios de los se­
tenta. La reforma de 1971 tuvo grandes efectos, diferenciales por tipo de
delito, sobre la probabilidad de que un sumario terminara con llama­
miento a juicio. A partir de 1971, los títulos para los cuales empieza a
aumentar la efectividad de la etapa sumarial son justamente aquellos
para los cuales cabe esperar que el proceso típico llegue al sistema penal
con un imputado identificado. El título que incluye los incidentes más
142 CRIMEN E IMPUNIDAD

graves y difíciles de resolver, los homicidios, es precisamente aquel para


el cual la tarea instructiva pierde efectividad a partir de la reforma. Las
tendencias anteriores causan mayor preocupación si se tiene en cuenta
que ya para mediados de los setenta la situación de la criminalidad em­
pezaba a agravarse, no sólo por sus mayores niveles, sino por su reorien­
tación hacia las conductas más violentas.
En síntesis, desde sus inicios, los juzgados de instrucción criminal se
dedicaron, en forma consecuente con la reforma de 1971, a evacuar pro­
cesos1 con rapide7i Para lograr esos objetivos, por la puerta trasera se
introdujeron al sistema incentivos de efectividad que lograron, con el
' correr de los años, echar por la borda la esencia de la tarea instructiva.
Cuando se busca rapidez es obvia la inclinación por lo fácil, o lo trivial.
Con relación a la tarea de descongestionar los despachos, los juzga­
dos de instrucción la cumplieron sólo a medias. En forma terca, las en­
tradas al sistema, los sumarios, siguieron creciendo a tasas altas -del
6.1% anual entre 1971 y 1985- y en todo caso superiores al crecimiento
factible y realista en la capacidad de respuesta de cualquier agencia es­
tatal. A pesar de la banalización de la etapa instructiva, y de una virtual
amnistía instructiva en el año 1981, las calificaciones lograron crecer en
forma paralela, pero siempre por debajo del nivel de los sumarios. Así
el rezago acumulado siguió creciendo hasta 1987.
En forma paralela con esta deformación de los criterios para escoger
los casos de los cuales se encargaba la justicia penal, se fue dando un
continuo y sostenidc/ deterioro en la capacidad del Estado colombiano
para capturar sindicado^ Si bien dnrantp los primeros años de vigencia
de la reforma se incrementó levemente el número de personas captura­
das, a partir de 1975, y sin que se sepa muy bien la razón, empezó a
deteriorarse la habilidad del sistema penal colombiano para detener
sindicados. En términos per cápita, en la actualidad se detiene en el país
a la cuarta parte de las personas que se detenían a mediados de los se­
tenta.
La combinación de estos dos factores, la deformación de los criterios
para escoger los casos que ameritaban ser investigados y la incapacidad
para detener sindicados, fue nefasta para la justicia colombiana. Ante las
crecientes limitaciones para arrestar infractores, el sistema penal, en lu­
gar de fortalecer su capacidad para resolver los delitos_e identificar y
capturar las personas vinculadas, se nivela^por lo bajo, y limita la aper­
tura de sumarios a su débil capacidad de mvestigaciónTEnsu afán por
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 143

buscar efectividad , la justicia penal cortó por lasano la incómoda acu­


mulación dejdelitos-sinresolver, restringiéndo la, entrada al sistema y
concentrando sus preocupaciones en los incidentes que ya venían re­
sueltos, o por lo menos con un imputada conocido, desde la denuncia.
Estas tendencias, que se gestaron de manera informal desde los se­
tenta, se cristalizan con un cambio en el procedimiento, bastante radical,
contemplado en el Decreto 050 de 1987. Básicamente, a partir de dicho
año, se restringió la apertura de sumario a aquellos incidentes penales
que tuvieran un sindicado conocido. Con el mencionado decreto se de­
cidió ponerle un término de sesenta días a la labor de investigación pre­
via para esclarecer los delitos e identificar los autores para vincularlos al
proceso. "Si yp^cidn pi término de sesenta (60) dí^nn gp hiihiprp logra­
do la individualización o-identidad-risica del presunto infractor el Juz­
gado de Instrucción... ordenará suspenderlas diligencias..."158.
En otros términos, se decretó lXnñpünidad para aquellos crímenes
que no fueran aclarados en el término-de dos meses. Posteriormente,
por medio de la Ley 81 de 1993, se alteró de nuevo el procedimiento
para retornar al principio de extender la investigación previa hasta la
identificación de los implicados. El término de sesenta días siguió vigen­
te Ricamente en los casos con imputado conocido. Por el contrario
"cuando no existe persona determinada continuará la investigación
previa, hasta que se obtenga dicha identidad" (Arts. 41 y 42 de la Ley
81/93, que reformaron el Art. 324 del CPP). De todas maneras, la apertura
del sumario sigue limitada a los procesos con imputado conocido.
Esta perla de la legislación colombiana no sólo consolidó la triviali-
zación de la jiisticiApetiaUinn que, ?n la práctica, le otorgó una "patente
de corso" al crimen organizado.
Es difícil pensar que una reforma como ésta fue un simple desacierto
y que no hubo detrás de ella presiones de grupos poderosos. Se puede
pensar en dos tipos de influencia. La primera es la del gremio de los
abogados litigantes para quienes un sistema penal limitado, en la etapa
investigativa, a los casos con sindicado conocido representa un magní­
fico negocio: sindicado conocido equivale a abogado defensor contrata­
do. De manera conservadora, el negocio de los sumarios se puede estimar

158 Artículo 347 del Decreto 050/87.


144 CRIMEN E IMPUNIDAD

en cerca de medio punto del producto interno bruto cada año. El segun­
do elemento que pudo haber influido en esta reforma fue el crimen or­
ganizado que por aquel entonces ya estaba consolidado en el país y,
además, había mostrado su interés en el sistema penal de justicia. Vale
la pena, por lo tanto, una breve referencia a la influencia del crimen
organizado sobre la justicia penal colombiana.
Para Colombia la presión de los grupos violentos sobre el sistema
judicial durante las dos últimas décadas se puede empezar a corroborar
con la simple lectura de prensa. Paralelamente parece prudente no ig­
norar la cadena de coincidencias que se han dado entre los ataques y
amenazas de los grupos armados y las sucesivas modificaciones al Có­
digo Penal colombiano159. Con las cifras judiciales agregadas a nivel na­
cional se puede identificar una asociación negativa entre la violencia,
medida por la tasa de homicidios, la presencia de grupos armados y
varios de los indicadores de desempeño de la justicia penal. En las últi­
mas dos décadas, la tasa de homicidios colombiana se multiplicó por
más de cuatro. En forma paralela, se incrementó la influencia de las prin­
cipales organizaciones armadas: guerrilla, narcotráfico y grupos parami­
litares. En el mismo lapso, la capacidad del sistema penal para investigar
los homicidios se redujo considerablemente. La proporción de homici­
dios que se llevan a juicio, que en los sesenta alcanzó a superar el 35%,
es en la actualidad inferior al 6%. Mientras que en 1975 por cada cien
homicidios el sistema penal capturaba más de 60 sindicados, para 1994 .
ese porcentaje se había reducido al 20%. Las condenas por homicidio,
que en los sesenta alcanzaban el 11% de los homicidios cometidos, no
pasan del 4% en la actualidad. Estas asociaciones permiten dos lecturas.
La tradicional sería que el mal desempeño de la justicia ha incentivado
en Colombia los comportamientos violentos. En el otro sentido, se pue­
de argumentar que uno de los factores que c'óntnbüyéTOrrálá parálisis
de la justicia penal colombiana fue, precisamente, la violencia y en par­
ticular la ejercida por los grupos armados.
Por otro lado, los datos de las encuestas de victimización muestran
cómodas actitudes y respuestas de los ciudadanos están contaminadas
tanto por las deficiencias de la justicia penal, como por un ambiente de

159 Saiz (1997).


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 145

amenazas e intimidación. La sociedad colombiana se caracteriza no sólo


por los altos niveles de violencia, sino por el hecho qutlos ciudadanos
no cuentan con incidentes
criminales. Aun para un asunto tan grave como el homicidio, más de la
mitad de los hogares víctimas manifiestan no haber hecho nada y úni­
camente el 38% reporta haber puesto la respectiva denuncia.
Dentro de las razones aducidas por los hogares colombianos para no
denunciar los delitos, vale la pena resaltar la importancia de dos. La^
primera, peculiar y persistente en las tres encuestas de victimización, es
la de la "falta de pruebas"’, que es sintomática de la forma como el siste­
ma penal colombiano ha ido delegando en los ciudadanos la responsa­
bilidad de aclarar los crímenes.
*
Ta "segunda es la déT "temor a las
represalias" que en la última d?caSá3uplicó su participación en el con­
junto de motivaciones de los hogares para no denunciar.

Conflicto armado, crimen y violencia

Antes de entrar en el ejercicio de analizar las relaciones entre la influen­


cia de los grupos armados ilegales y los indicadores de violencia, vale la
pena preguntarse si la presencia de tales grupos tiene algún efecto per-
cep^dle sobre la disponibilidad, o la calidad, de la información. El aná­
lisis simultáneo de las distintas fuentes sugiere que sí. La información
más sensible a la influencia de agentes armados parece ser la de los aten­
tados "contra la vida e integridad de las personas" de las estadísticas
judiciales. En efecto, como se expondrá en detalle más adelante, se ha
encontrado que la probabilidad de que en un municipio se presente un
sub-registro en las cifras sobre violencia que remiten los juzgados -con
relación a los datos de homicidios de la Policía Nacional- se incrementa
en forma significativa con la presencia de actores armados en ese muni­
cipio. Los testimonios periodísticos sobre las masacres ocurridas en los
últimos meses sugieren que es precisamente en las zonas de mayor con­
flicto en donde se puede estar perdiendo la capacidad para contar las
muertes violentas. La asociación entre violencia y presencia de grupos
armados se puede captar en Colombia por varias vías. Trabajos recientes160

160 Ver por ejemplo los trabajos de Paz Pública, Programa de Estudios sobre Segu­
ridad, Justicia y Violencia, de la Universidad de los Andes.
146 CRIMEN E IMPUNIDAD

señalan una correspondencia geográfica entre la influencia de estos


grupos y las tasas de homicidio a nivel municipal. En los últimos años
la principal expansión de los grupos armados se ha dado en las locali­
dades cafeteras del centro del país y en las zonas de colonización de fron­
tera, el piedemonte llanero, favorables a los cultivos ilegales. Ambas
regiones presentan altos índices de violencia.
Por otro lado, los municipios más violentos del país se distinguen de
los demás por una mayor presencia de agentes armados. En nueve de
las diez localidades con mayor tasa de homicidios en 1995 había presen­
cia guerrillera activa (contra un 54% a nivel nacional), en siete se habían
detectado actividades de narcotráfico (23% para el país) y en otro tanto
operaban grupos paramilitares (28% nacional). Es interesante observar
cómo la clasificación de los municipios colombianóFde'ácuerdo con el
criterio de si cuentan o no con ana regional cte"Medicina Legal, que
como ya se vio es un indicador de problemas Serios rieviolencia, no
parece independiente del accionar de los grupos armados. En efecto,
mientras que únicamente en un 9% de los 124 que cuentan con una
oficina de Medicina Legal no se ha detectado influencia de organizacio­
nes armadas, para el resto del país dicho porcentaje es del 40%. Por el
contrario, mientras en el 58% de las localidades con Medicina Legal ope­
ran dos o más grupos armados, únicamente en el 28% de los demás
municipios se da una presencia similar de agentes violentos.
Al aproximarse a la incidencia del conflicto armado no por la propor­
ción de los municipios que lo sufren sino por el porcentaje de la pobla­
ción que vive bajo esa influencia, las diferencias entre los municipios de
Medicina Legal y los demás son aún más marcadas. Mientras en el pri­
mer grupo únicamente el 2% de los habitantes está libre de la influencia
de algún grupo armado, en el resto del territorio nacional dicho porcen­
taje es del 40%. En el otro extremo, el 84% de los pobladores de los mu­
nicipios con Medicina Legal vive bajo la influencia de más de uno de los
grupos armados. Esta cifra se reduce al 33% en las localidades en donde
Medicina Legal no ha considerado aún necesario establecer una regio­
nal.
Casi la totalidad (93%) de los homicidios registrados en Colombia en
1995 ocurrieron en municipios en donde se ha detectado la presencia de
alguno de los trerprincipales gruposarffiados que operan en el país.
Más del 75% He las muertes intencionales ocurrieron en localidades en
donde confluyen das o tiende estos agentes. Únicamente el 12% de las
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 147

muertes violentas en 1995 sucedieron en sitios libres de la influencia de


la guerrilla.
Un 36% de los municipios colombianos se pueden considerar ajenos
a la influencia de los grupos armados. En ellos habita el 14.9% de la
población colombiana y se presentaron en 1995 el 6.5% de la muertes
violentas intencionales. Aunque sigue siendo elevada para los estánda­
res internacionales, la tasa de homicidios de 39 hpcmh que se presenta
en esta parte de Colombia se asemeja más al promedio latinoamericano.
La asociación precisa entre la violencia y la presencia de grupos ar­
mados no es fácil de pstablecer, ni siquiera cuiiceptüátrñ'énte. El punto
que se quiere destacar es que, más allá de las muertes ordenadas o eje­
cutadas directamerite.pormiembros.de las organizaciones armadas, es
necesario tener en cuentalasque,de una u otra manera, ocurren o se
ven facilitadas, por la presencia en un municipio de tales actores' En este
sentido, la información disponible sügíef^xm efeetene despreciable de
los grupos armados en dos aspectos: en el desempeño de la justicia pe­
nal y en la difusión.de la tecnología para matar.
Con relación al primer punto,los datos muestran-que la presencia
de organizaciones armadas en un municipio afecta: (1) el número de
denuncias sobre hechos criminales quFIos~Ctndadanos elevan ante la
justóla; (2) el número de invesdgáaóries^rmaTés o súmanos que, por
cada denuncia^emprendela justicia peña! y!3)lá príbndftd^ÍTe7en ma­
teria de investigación. Lajusticia penal le otorga a los atentadoscontra la
vida
Con relación al segundo aspecto, los datos sugieren un efecto de los
grupos armados sobre la utilización de armas de fuégócñlosafaques a
las personas. Apesar dé la alta correlación que^a nivel municipal, y de
acuerdoconla información de Medicina Legal, se observa-entre los ho­
micidios con tecnologías primitivas y aquellos cometidos con arma de
fuego, la participación de estos últimóseñ ertotál'démiiérréS intencio­
nales, con un promedio del 78%, muestra importantes variaciones por
municipios, desde un 20% hasta un 100%. Puesto que los homicidios
con arma de fuego son un buen predictor del total de homicidios, pare­
ce pertinente tratar de entender qué elementos contribuyen a la adop­
ción de una u otra tecnología. En principio, cabe esperar que en los lugares
menos violentos, menos desarrollados, y menos urbanizados, se pre­
sente una mayor tendencia a utilizar las armas más primitivas. En forma
extraña se encuentra que estos factores contribuyen poco a la explica­
148 CRIMEN E IMPUNIDAD

ción de las diferencias observadas en la tecnología predominante para


matar. Sorprende, por el contrario, que los indicadores de pobreza mues­
tren una asociación positiva con la utiilización de armas de fuego y ne­
gativa con la de otras armas. Aunque el porcentaje de la población por
debajo de la línea de miseria explica tan sólo un 9% de las variaciones
en la proporción de homicidios cometidos con arma de fuego, su efecto
es positivo y estadísticamente significativo. Los indicadores de urbani­
zación utilizados, la población de cada municipio y la proporción de
ésta que vive en la cabecera no mostraron ningún efecto. Tampoco se
capta una influencia de la tasa de homicidios.
Por otro lado, la presencia de grupos armados en. el municipio, sí
contribuye a la explicación de la escogencia de técnica para cometer los
homicidios. Aunque la relación está lejos de ser lineal, los datos mues­
tran con claridad que al aumentar el número de grupos armados -se
consideran como agentes armados los tres grupos guerrilleros (FARC,
ELN y EPL) los paramilitares y los narcotraficantes- que actúan en un
municipio, se incrementa la fracción de homicidios con arma de fuego
y, además, se vuelve ésta la tecnología predominante. Como se observa
en el Gráfico 3.3, mientras en los municipios en donde no actúa ninguno
de los tres principales grupos guerrilleros, ni los paramilitares, ni los
narcotraficantes, el porcentaje de muertes con arma de fuego en los mu­
nicipios empieza en el 20%, y muestra un promedio del 70%, para los
municipios en donde actúan todos estos agentes, el promedio sube a
más del 90% y en ninguno de éstos se observa una proporción inferior
al 80%.

LA HISTORIA DEL CRIMEN

En materia de violencia las teorías que proponen, y la evidencia que


aportan, los historiadores del crimen parecen sugestivas y pertinentes
para entender la compleja realidad colombiana. Son tres los aspectos
que vale la pena destacar de esta literatura.

mente los descensos- de la violencia en las etapas iniciales del desarrollo


de las sociedades capitalistas, que se basan en dos tipos de hipótesis. La
más tradicional, propuesta por historiadores franceses y que se enmarca
en laieoría déla modernización, es la de la violence-au-vol, de la violencia
al robo. De acuerdo con esta teoría, la transición del sistema feudal -que
I
¿POR QUÉ TANTA VIOI ENCIA? 149

con su código de honor y el uso generalizado de las armas implicaba


altas dosis de violencia- a la sociedad burguesa -que giraba alrededor
de los mercados- se dio acompañada de un incremento en la incidencia
de los atentados a la propiedad en detrimento de los ataques violentos
contra las personas. La segunda hipótesis retoma la idea del "proceso
civilizante" de Norbert Elias, cuyo planteamiento principal es el de un
cambio, y más específicamente una pacificación, de las costumbres que
llevó a una reducción de la violencia y en general de los malos hábitos de
los guerreros de la Edad Media. Retomando nociones freudianas sobre
los vínculos entre las pasiones y la agresión, Elias plantea que los impul­
sos, tanto afectivos como agresivos, fueron sujetos a restricciones cada
vez mayores de este proceso general de civilización161.

GRÁFICO 3.3
PRESENCIA DE GRUPOS ARMADOS Y TECNOLOGÍA DE LA VIOLENCIA
EN COLOMBIA
Datos por municipios para 1995

(cada punto
representa un
municipio)

Fuente: Medicina legal - Ejercito y Policía Nacional - Charry (1997).

16J Ver Elias (1994), o Fletcher (1997). Para una síntesis del debate entre las dos teo­
rías, con referencia a los casos de distintas comunidades europeas, ver Johnson y
Monidconen (1996).
150 CRIMEN E IMPUNIDAD

Bajo este último enfoque se habría dado, con la ampliación de los


mercados y la industrialización, una caída secular tanto de la violencia
como de los robos. Aunque parece claro que para Elias la noción de vio­
lencia era siempre referida a la fuerza que atenta contra la integridad
física de las personas, y su interés por los robos y otras formas de violencia
contra las cosas fue mínimo, el concepto del proceso civilizante sí abarca
todos los elementos del comportamiento humano que se fueron pacifi­
cando y haciendo más corteses. Por esta razón fue extendido a conduc­
tas criminales distintas a la violencia física. Además, este fenómpno se
habría dado en forma paralela con una desprivatización y centraliza­
ción de la justicia y una creciente preocupación de lostri búhales por los
litigios civileíyéconomicos en detrimento de los asuntos criminales162163 .
Un segundo conjunto de hipótesis que aporta la historia del crimen
es más específico para la violencia homicida. Spierenburg (1996) propo­
ne caracterizar las muertes violentas de acuerdo con su posición en dos
ejes que, aunque relacionados, son diferentes: layiolencia impulsiva ver­
sus la violencia_planeada, o racional por un lado y la violencia expresiva
o ritual versus la violencia instrumental por el otro. El prototipo de la
muerte impulsiva sería el de una riña en un establecimiento público
que, en medio del consumo de alcohol, se sale de las manos. Esta es, al
parecer, una de las situaciones que más desvela a las autoridades locales
colombianas preocupadas por controlar la violencia.
"La violencia ritual se enmarca en un contexto social en donde el honor
y la valentía física están altamente valorados y relacionados. Este con­
texto es característico de las sociedades preindustriales más que de las
sociedades industrializadas... El extremo opuesto es la violencia que se
usa con el ñn de obtener algo... en general con los crímenes que se aso­
cian con las ciudades modernas" .
Este mismo autor plantea varias hipótesis. En primer lugar que cual­
quier tendencia de largo plazo tiende a ser de la violencia impulsiva a la
racional y de la ritual a la instrumental. En segundo término que tanto
la violencia impulsiva como la ritual han tenido, históricamente, un ca­
rácter público y comunitario muy distintivo.

162 Ver los distintos artículos en Johnson y Monkkonen (1996).


163 Spierenburg (1996) p. 70 y 71. Traducción propia.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 151

"Ambas violencias, la ritual y la impulsiva, tuvieron en siglos pasados


un carácter comunitario muy distintivo. La primera derivaba su signi­
ficado del hecho de ser comprendida por todos los participantes y la
segunda estaba estrechamente relacionada con las actividades sociales
cotidianas. El homicida y la víctima con frecuencia eran residentes de
la misma comunidad local. En lugares más poblados podrían ser extra­
ños entre sí, pero usualmente pertenecían a la población establecida.
Los homicidios eran eventos públicos, que estaban en el centro de la
vida comunitaria"1 .

Otra hipótesis es que los homicidios contemporáneos^ se han margi-


nalizado, y por lo general están relacionados con actividades criminales.
Así, sugiere pensar en una violencia instrumental y racional, orientada,
por ejemplo, a la eliminación de la competencia. En síntesis, la tenden­
cia histórica, de acuerdo corTésfé autor, üá sido de la violencia como un
fenómeno central de la vida de las comunidades a la violencia practica­
da por grupos con un interés profesional por las actividades criminales.
El tercer punto que señalan algunoshistoriadoresdel crimen, y que
parece pertinente para Colombia, es el riel impacto que pueden tener
las guerras prolongadas sobre la vinlpnría y las conductas delictivas. Se
ha señalado, por etemplo, que una de las repercusiones de las Cruzadas
fi^un impulso .generalizado a la criminalidad. "También las Cruzadas
influyeron sobre esta criminalidad, fomentándola, pues vióse lo expues­
tos que estaban sus miembros, por su origen y su condición, a todas las
165.
tentaciones-criminales"164
Para el país que tiene las estadísticas de delitos más largas y comple­
tas, Inglaterra, está bastante bien documentado el efecto que tuvieron
los períodos sucesivos de guerras y treguas sobre las actividades crimi­
nales. Se ha encontrado que, en el siglo XIV, el crimen aumentó en forma
significativa durante las treguas, cuando las compañías militares se des­
bandaban temporalmente y los soldados se encontraban desempleados166.
Para Francia, hay relativo consenso entre los historiadores que la Guerra
de los Cien Años fue una de las grandes escuelas del crimen de la época.

164 Spierenburg (1996) p. 71. Traducción propia.


165 Radbruch y Gwinner (1955) p. 42.
166 Hanawalt, Barbara (1979), Crime and Conflict in English Communities, 1300-1348.
Cambridge, Mass. citado por Cohén (1996).
152 CRIMEN E IMPUNIDAD

"No sólo porque los refugiados de guerra y las víctimas se volcaron al


robo y al bandolerismo para sobrevivir sino porque, más significativo
aún, los jóvenes entrenados en la guerra y la violencia legalizada se
convirtieron en criminales organizados con el cese de las hostilidades.
Este fue, sin lugar a dudas, el caso con las Compañías Libres que reco­
rrían el sur de Francia aun después del final de la guerra, secuestrando
a cualquiera, incluso Papa y cardenales"167.

Para Suecia, se ha señalado que los incrementos más serios en la


violencia estuvieron relacionados con las múltiples guerras que libró di­
cho país a principios del siglo XVII168. Recientemente se ha planteado
que con el fin de la guerra fría y la necesidad que tuvieron los grupos
alzados en armas de distintas partes del mundo de ampliar sus fuentes
de finandamiento se dio una mayor criminalización de estos grupos169170.
Un caso de particular relevancia para el país es el de El Salvador en
donde, tras la firma de los acuerdos de paz en el año de 1992, se presentó
un marcado incremento de la criminalidad, y aun de la violenda homi-

La lógica de esta asotíación entre Tos enfrentamientos bélicos y el


crimen es bastante directa. Durante la guerra se legitiman tanto el uso
de la fuerza física como ■s, sé difunde la tecno-
logia de las armas, se incrementa el número de gente armada y, además,
se debilita la autoridad dvil. En particular se debe anotar, dentro de este
último aspecto, el ablandamiento y muchas veces la banalización de la
justicia que, incapaz-de-cantrolar.aJ.os guerreros^ desvía su atención
hacía los asuntos menores. Un caso bastante llamativo es el del fundo-
namiento de la justicia en París en el siglo XV: mientras las bandas de
criminales azotaban el campo sin que sus actuaciones quedaran siquiera
registradas, y la práctica del secuestro y la extorsión eran comunes, los

167 Cohén (1996) p. 110. Traducción propia.


168 Osterberg (1996) p. 41.
169 Ver anáfisis regionales sobre el Líbano, Kurdistán, Afghanistán, Bosnia, Liberia,
Mozambique y Pérú en Jean y Rufin (1996).
170 Ver Cruz, José Miguel (coordinador) (1997). "La Violencia en El Salvador en los
noventa". Proyecto Red de Centros de Investigación, bid. Versión preliminar. San Salva­
dor: Instituto Universitario de Opinión Pública.
¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 153

tribunales parisienses se preocupaban por hacer cumplir las ordenanzas


municipales.

"La razón más común, después de las riñas, para caer bajo arresto en
1488 era la infracción a las ordenanzas municipales. Caminar por la ca­
lle después del toque de queda, en especial si se estaba bebido, portar
armas, jugar a los dados en un sitio público en un día de fiesta, o de
trabajo, llevar vestidos prohibidos, aun nadar en el Sena -todas estas
conductas implicaban para los infractores una noche en las celdas y una
multa"171.

Con este marco conceptual en mente, vale la pena retomar lo que


revelan los datos sobre el crimen y la violencia en Colombia.
Con relación a la violencia homicida se debe destacar en primer lu­
gar el altísimo nivel de las tasas durante la última década. De estas tasas
no se encuentra un paralelo sino en las sociedades_en^uéffaTIambién
para las muertes violentas aparece con insistencia -tanto alo largo del
tiempo, como entré las regiones colombianas- una marcada incapaci­
dad de la justicia penal para investigarlas, de manera directamente pro-
pnrcional a la gravedad de la violencia. Estaría en tercertérminóTa alta
concentración geográfica de los homicidios, tanto entre municipios co­
rno al interior de las ciudades. Por último vale la pena mencionar la cre­
ciente desinformaóón_que se -está dando en el país alrededor del
fenómeno: hay ya síntomas de sub-registro al nivel más básico de la con­
tabilidad de las muertes, hay señales de.sesgos en la clasificación de las
defunciones y también hay evidencia de que el misterio y la ignorancia -
sobre las causales de las muertes violentas son proporcionales a los ni­
veles de violencia. ' ------
Individualmente, y con mayor razón en conjunto, estas peculiarida­
des de la violencia colombiana invitan a desafiar el diagnóstico tradicio-
nal, el de una.violencia£sencialmente impulsiva y rutinaria. En ninguna
sociedad de la cual se disponga de registros, lírsíquiera en las comuni­
dades europeas a principios de la Edad Media -cuando sí era clara la
noción de una violencia que hacía parte de la vida cotidiana de las co­
munidades, de los hábitos, de las costumbres, de los códigos de honor-
se encuentran tasas de homicidio similares a las colombianas en la ac­

171 Cohén (1996) p. 121. U-aducdón propia.


154 CRIMEN E IMPUNIDAD

tualidad. Por otro lado, el abismo que existe,-tanto en número-como en


características, entre la violencia que se contabiliza y la que llega a los
juzgados tampoco es consistente con la idea de una vioipnria~qiie surge
de hábitos y costumbres generalizados entre los ciudadanos. Como tam­
poco lo son los esfuerzos por ocultar los cadáveres, el afámpor alterar la
clasificación de las defunciones o el temor a denunciar o hacer públicas
las causas de. los homicidios. El misterio que rodea la violencia colom­
biana la aleja bastante de la tipificación de una violencia rutinaria que
hace parte integral de las relaciones sociales en las comunidades. Detrás
de todos estos fenómenos de desinformación hay síntomas de intencio­
nalidad y de profesianalización pe la violencia. La alta concentración de
las muertes violentas en unos pocos sitios también desafía la noción de
una violencia difusa y cotidiana e invita a pensar en lo que Spierenburg
ha llamado "islas sin pacificar":

"...la violencia grave de hoy se concentra en las 'islas sin pacificar'. Las
sociedades del siglo xix en Europa eran particularmente homogéneas.
En abierto contraste, la gran diferenciación que se da a finales del siglo
xx ha llevado a la aparición de pequeñas islas al interior de estas socie­
dades en las cuales la pacificación que alguna vez garantizó el Estado
se ha derrumbado"172.

En cuanto a la noción más vaga e imprecisa de criminalidad, la fuen­


te de información más confiable al respecto, las encuestas, muestran dos
tendencias: un incremento de los delitos entre-498fry!995 y un uso
creciente de la violencia, tanto en los ataques contra las personas como
en los atentados contra la propiedad. Así, en forma contraria al postula­
do básico de la tesis de la violence-au-vol, el de una especie de sustitución
entre los ataques a las personas y los delitos contra la propiedad, en
Colombia se habría dado en las últimas dos décadas un incremento pa­
ralelo en ambos tipos de conductas. En forma similar a lo que está ocu­
rriendo con la violencia; üiT aspecto que vale la pena destacar de la
evolución reciente del crimen en el país es que su mayor incidencia se
ha dado acompañada de una creciente incapacidad del aparato estatal
para controlar el fenómeno y aun para registrarlo.

172 Spierenburg (1996) pág 94. Traducción propia.


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 155

Son varios los síntomas, adicionales alaumento en la violencia y el


crimen, tales como la privatización y críminalízaz-ión deja justicia. o los
cada vez más frecuentes mcidéntes deirrasScres con crueldad extrema
y barbarie, que invitarían a pensar que lo que se dio en Colombia en las
últimas dos décadas fue un "proceso descivilizante", una especie de
marcha atrás en la tendencia de largo plazo hacia la modernización, la
racionalización y la pacificación de las costumbres y de las relaciones
interpersonales.
Tal visión parece inapropiada, por dos razones. Primero, porque el
incremento de la violencia homicida y la criminalidad se dio en el país
en forma simultánea con un sostenido crecimiento económico, con la
ampliación de los mercados, con un aumento en la cobertura de la edu­
cación y, en general, con el mejoramiento de casi todos los indicadores
sociales173. Dados los síntomas de progreso económico y social, no son
claras las razones para pensar que los colombianos se tornaron más
conflictivos, o más propensos a resolver sus conflictos recurriendo a la
violencia. Segundo, porque la única información disponible sobre la e-
volución de la violencia interpersonal generalizada -las denuncias por
lesiones personales- sugiere, por el contrario, un continuo descenso desde
principios de los ochenta. De acuerdo con estas cifras, el colombiano
pjjümedio sería hoy más "civilizado", menos propenso a la violencia,
que el de hace veinte años. Los mismos datos en corte transversal tien­
den a corroborar esta relación negativa entre desarrollo e incidencia de
las lesiones personales. De todas maneras esta es, por lo pronto, una
hipótesis que será necesario, y muy útil, tratar de corroborar.
Alguna evidencia parcial disponible apunta en la misma dirección.
Camacho y Guzmán (1990), con datos de Medicina Legal muestran có­
mo, en Cali y Medellín, las lesiones personales se redujeron en cerca del
20% entre 1980 y 1986174. Está en segundo término el bajísimo reporte
-dentro de unas entrevistas realizadas en sectores de estratos populares
en Bogotá175- de incidentes de violencia callejera diferentes de los robos
o los atracos. Son en extremo escasas en estos relatos las referencias a

173 Ver por ejemplo, Clavijo Sergio (1994) "Desempeño de los indicadores sociales
en Colombia" en Coyuntura Social Ne 11 Noviembre.
174 Camacho y Guzmán (1990), p. 58.
175 Jimeno y Roldán (1997).
156 CRIMEN E IMPUNIDAD

experiencias de violencia interpersonal, las alusiones a las riñas o a la


solución violenta de conflictos con terceros. Está en tercer lugar el cam­
bio que según este mismo estudio, se ha dado en los niveles de tole­
rancia con la violencia doméstica, hacia un mayor rechazo de estas
prácticas. En el hogar, las nuevas generaciones parecen ser menos vio­
lentas que las de sus padres o abuelos. No hay razón para pensar que la
cada vez menor aceptación de los castigos corporales en la esfera do­
méstica se hubiera dado con una creciente tolerancia del recurso a la
violencia para resolver los conflictos con otros ciudadanos. Está además
el hecho que para una comunidad más campesina176 se encontró, con la
misma metodología aplicada en Bogotá, una mayor referencia a las ri­
ñas, y a las cuestiones de honor, tal como sugieren los historiadores del
crimen. No se puede dejar de anotar, por último, el escaso número de
trabajos disponibles en el país sobre este tipo de violencia, que contrasta
con la abundante literatura sobre homicidios, crimen y organizaciones
armadas. En Comisión de Estudios sobre la Violencia (1987) que es proba­
blemente el estudio más influyente en materia de políticas contra la vio­
lencia y desde donde se promovió la idea de la violencia rutinaria y
generalizada no hay una sola alusión a la incidencia de este tipo de vio­
lencia. Camacho y Guzmán (1990), como ya se señaló, analizan datos de
lesiones personales en Cali y Medellín en los ochenta, y encuentran que
se redujo. En el único trabajo reciente que he podido consultar sobre
lesiones no fatales (Concha y Espinosa, 1997) se hizo un seguimiento,
durante dos semanas, en hospitales de Cali y Pereira. Trae tan sólo dos
referencias a estudios, aún no publicados, y referidos a ciertos centros
de salud de Cali. En Klevens (1997) hay dos referencias a trabajos, uno
del INS en preparación y otro de Medicina Legal. Tal vez se haya dado
una confusión entre el mayor interés por el fenómeno y la creencia de
que ha aumentado.
Lo que parece haber ocurrido en el país, en forma paralela al progre­
so económico, social y cultural -que según los historiadores, se ha dado
generalmente acompañado de una pacificación de las costumbres- es la
consolidación, durante las últimas dos décadas, de unos pocos, muy po­
cos, criminales y agentes violentos con un gran poder, ante los cuales el

176 El Espinal, Tolima. Ver Jimeno y Roldan (1998).


¿POR QUÉ TANTA VIOLENCIA? 157

ciudadano común se siente amenazado, inerme y desprotegido. No so­


bra recordar que aun bajo el supuesto, en extremo conservador, que
cada uno de los homicidios que anualmente ocurren en Colombia es
cometido por un autor diferente, el número total de homicidas sería
inferior al 0.1% de la población.
La noción general del "proceso civilizante" de Elias sugiere para Co­
lombia una lectura diferente para la relación entre la violencia instru­
mental ejercida por organizaciones armadas poderosas y la violencia
rutinaria y cotidiana. Los guerreros no surgen, como lo supone implíci­
tamente el diagnóstico predominante en Colombia, de los problemas de
intolerancia entre los ciudadanos. ¿Por qué surgieron en Colombia tan­
tos y tan variados guerreros? Una buena discusión acerca de los factores
que facilitaron en Colombia la consolidación de las organizaciones del
narcotráfico se encuentra en Thoumi (1994). Fuera de los guiones tradi­
cionales de la injusticia social y la falta de canales democráticos, que
explican muy poco puesto que son fenómenos comunes a muchas so­
ciedades sin presencia guerrillera, no abundan esfuerzos similares para
dar cuenta de la persistencia de las organizaciones subversivas en el
país. El punto es que, con base en las experiencias de otras sociedades y
de^^tras épocas, se podría pensar que la causalidad es en la otra vía: el
accionar prolongado de los actores violentos exitosos puede llegar a ser
un factor determinante del deterioro de las costumbres y los hábitos
ciudadanos, por untado, y de la evolución de la criminalidad, por el
otro. -
En la teoría de Elias hay un elemento evolutivo importante, que tiene
que ver con la progresiva adaptación de los individuos al entorno pre­
dominante. En la Europa medieval la cortesía y la pacificación de los
hábitos se fueron fortaleciendo mientras constituían rasgos que facilita­
ban el ascenso social. Se imitaba a la élite. Este proceso fue pacificador
en la medida en que las élites fueron reduciendo su recurso a la violen­
cia. En la misma línea de argumentación, si existe una élite violenta, o si
los violentos se transforman en élites, es probable que el procesodecambio
social seoriente-hacia un mayor uso de la violencia. Mientras que la
violencia sea un mecanismo exitoso de acumulación de riqueza o de
poder, tiene buenas posibilidades de ser imitado por los más emprende­
dores, y perpetuarse.
Capítulo 4. El costo de la violencia, el precio de la paz...
Y OTRAS IMPRECISIONES

Reglas del juego y eficiencia


Desde hace más de dos siglos, la disciplina económica ha destacado las
ventajas de la división del trabajo y la especialización en la creación de
riqueza. Al ampliarse los mercados, al crecer las empresas, al especiali­
zarse los agentes, el número de transacciones entre ellos crece de mane­
ra exponencial. A pesar de lo anterior, el grueso de la teoría económica
se ha preocupado más por los costos técnicos alrededor de los procesos
productivos que por los costos de transacción en que los agentes incu­
rren al realizar los intercambios.
¿Por qué resulta costoso intercambiar? Douglass North (1990) destaca
dos elementos: la información y las "reglas del juego". La información
es pertinente para las transacciones porque los individuos involucrados
en ellas deben estar en capacidad de medir los atributos de lo que se está
intercambiando. Cualquier transacción implica una alteración en los de­
rechos de propiedad sobre el bien o servicio que se transa. Los agentes
tienen, por lo tanto, interés en conocer y medir las características de las
mercancías, en informarse acerca del paquete de derechos que está in­
volucrado en el intercambio. Esta tarea es costosa.
El segundo elemento que genera costos alrededor de las transaccio­
nes tiene que ver con la manera como se elaboran y se cumplen los
acuerdos y los contratos que rodean un intercambio. Es precisamente
de los problemas relacionados con la especificación de los derechos y
con la medición de los atributos de lo que se está transando, que surge
la importancia de las reglas del juego bajo las cuales se realiza el inter­
cambio. La economía neoclásica tradicional mente ha supuesto que el
marco legal, las costumbres, la cultura, las instituciones que soportan el
intercambio son eficientes en el sentido de que contribuyen a minimizar
los costos de transacción. La universalidad de este supuesto implícito en
una disciplina de estirpe anglosajona ha comenzado a ser puesta en
159
160 CRIMEN E IMPUNIDAD

duda1. No siempre las partes involucradas en una transacción tienen los


incentivos suficientes para no hacer trampa, o incumplir. Un ambiente
institucional que desestimule los comportamientos rapaces y oportunis-
tas es necesario para reducir los costos de transacción.
¿Cuáles son los factores que afectan la magnitud de los costos de
transacción? La llamada "nueva economía institucional" y en particular
North (1992) han sugerido los siguientes:
9 La correcta definición de los derechos de propiedad. Teniendo efl
cuenta que es necesario invertir recursos para medir no sólo los "atri­
butos" de los bienes y servicios que se intercambian, sino los dere­
chos que efectivamente se transfieren sobre ellos, si estos derechos
no están adecuadamente especificados las transacciones serán más
costosas. Para Eggertson (1990) la claridad acerca de los derechos de
propiedad es inversamente proporcional a la complejidad del bien
o servicio, definida como la cantidad de usos posibles alternativos
que tenga. Así, un bien simple (un alimento) generará menos con­
flictos alrededor de la propiedad que un bien inmueble que puede
tener diferentes usos por parte de diferentes agentes.
2. \ El tamaño del mercado. Que determina lo impersonal del ambiente
bajo el cual se da el intercambio. Cuando las transacciones se hacen
entre familiares o agentes conocidos, se pueden esperar menos in­
centivos para que las partes tomen ventaja entre sí que en un am­
biente completamente impersonal dentro del cual se hace necesario,
por el contrario, invertir mayores recursos para especificar en forma
precisa los derechos que se transfieren.
3^)La capacidad del Estado para hacer cumplir la ley. Cuando la ley se
cumple, el Estado que dirime los conflictos lo hace en forma impar­
cial, evalúa correctamente los montos envueltos y asigna la compen­
sación por los perjuicios a la parte afectada, hay menos incentivos
para los comportamientos rapaces y oportunistas. Así, la imparciali­
dad y eficacia del sistema judicial son elementos determinantes el]
el desarrollo de sistemas complejos de intercambio.

1 Williamson (1979).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 161

4. Las actitudes ideológicas. Las percepciones individuales acerca de la


legitimidad de las reglas del juego afectan las posibilidades de inter­
cambio y los costos de llevarlo a cabo.

La posibilidad de que existan mercados eficientes, con bajos costos


de transacción, depende entonces de manera fundamental de unas re­
glas del juego legítimas, creíbles y aceptadas, que permitan definir ade­
cuadamente los derechos que se transfieren en un intercambio y hacer
cumplir los contratos que se derivan del mismo. En una perspectiva
temporal, North (1992) también sugiere como requisito de eficiencia la
capacidad de las instituciones para permitir la adaptación de los agentes
a las condiciones cambiantes de los mercados. Esta capacidad está estre­
chamente relacionada con los incentivos para la innovación tecnológica,
el aprendizaje y la actividad creativa.
La idea de que las instituciones convergen naturalmente hacia una
situación en la que contribuyen a la eficiencia económica, a la reducción
de los costos de transacción, resultó insuficiente para explicar la persis­
tencia, en algunas sociedades, de instituciones ineficientes. Por esta ra­
zón, North (1990) planteó la necesidad de diferenciar las organizaciones
(los jugadores) de las instituciones (las reglas del juego). La interacción
entre unas y otras es lo que determina el sendero institucional o sea la
forma como se van configurando y transformando las instituciones en
una sociedad. Bajo este esquema de unas reglas del juego endógenas,
que dependen de los intereses y del poder relativo de los jugadores
exitosos, y no necesariamente de alguna noción de interés público, se
rechaza en forma explícita la idea de que las instituciones tienen siem­
pre como finalidad la eficiencia económica.
Se puede entonces, en principio, concebir la existencia de un con­
junto de normas, leyes, costumbres, ideas, que sean, por decirlo de al­
guna manera, socialmente irracionales, es decir que no contribuyan a la
eficiencia económica global. La literatura económica sobre avidez de
rentas (rent-seeking) habla de actividades, empresarios o ambientes pro­
ductivos (los motivados por la eficiencia económica, la innovación, la
competencia) para distinguirlos de aquellos, improductivos o destructi­
vos, en las cuales lo predominante son los comportamientos rapaces,
rentistas y de transferencias de recursos.
En este orden de ideas, se pueden caracterizar por lo menos dos
senderos institucionales diferentes en términos de su efecto sobre el de-
I
162 CRIMEN E IMPUNIDAD

sempeño económico de una sociedad. En un extremo estarían las comu­


nidades donde se ha alcanzado un círculo virtuoso bajo el cual las insti­
tuciones, las reglas del juego, estimulan el crecimiento económico y las
organizaciones exitosas en este ambiente favorecen cambios institucio­
nales que, a su vez, estimulan y refuerzan el crecimiento. Es factible sin
embargo concebir la existencia de sociedades regidas por instituciones
improductivas, que incentivan la transferencia de rentas, elevan los cos­
tos de transacción, o simplemente conllevan un desperdicio de recur­
sos, en detrimento de las actividades productivas y de innovación
tecnológica. En tales sociedades, las organizaciones exitosas son preci­
samente aquellas hábiles para la búsqueda de rentas. Al acumular recur­
sos y poder, estas organizaciones adecúan las reglas del juego a sus
intereses. Se genera de esta manera un círculo vicioso bajo el cual las
características improductivas de la sociedad se refuerzan.
La endogeneidad y la dependencia histórica de las instituciones en
una sociedad tiene repercusiones en términos de la posibilidad de afec­
tarlas mediante la intervención del gobierno.
El proceso de cambio institucional que se acaba de describir es lento
y evolutivo básicamente por dos razones2: (1) la existencia, al lado de las
instituciones formales, de unas reglas del juego informales, de una "ma­
nera de hacer las cosas" con profundas raíces culturales, históricas e
ideológicas que nunca cambian en forma súbita y (2) un sesgo natural
hacia el statu quo en las instituciones formales. Los cambios bruscos en
el régimen legal generan resistencias por parte de los agentes afectados,
que generalmente son quienes mejor se han adaptado al conjunto ante­
rior de reglas del juego que se pretende cambiar. Las inconsistencias
entre la normatividad formal y las reglas del juego informales crean ten­
siones que generalmente se resuelven llevando unas y otras hacia un
punto intermedio. Los cambios en las reglas formales requieren de un
proceso de aprendizaje y asimilación que es costoso puesto que cual­
quier alteración en el marco legal afecta, por definición, los derechos de
propiedad e implica oposición por parte de quienes sienten negativa­
mente afectados esos derechos, puede deducirse que aumentará los cos­
tos de transacción. De todas maneras, y a pesar de la gran importancia

2 Ver North (1992).


EL COSTO DE LA VIOLENCIA 163

de las instituciones informales tanto en la determinación de los costos


de transacción como en el proceso de configuración evolutiva del sen­
dero institucional, una fuente recurrente de cambio institucional en to­
das las sociedades lo constituyen los cambios en el marco legalislativo
formal.

Crimen y desempeño económico

A nivel agregado, los vínculos entre el marco legal y el comportamiento


de los agentes económicos son muy estrechos. Las economías de mer­
cado, aun las más simples y primarias, deben contar con una serie de
arreglos institucionales alrededor del respeto a la vida y a la propiedad
que las hagan factibles. Si se acepta la teoría, defendida entre otros por
Posner (1977), que el objetivo último de la ley es maximizar la riqueza
de la sociedad, se concluye de inmediato que un ambiente no respetuo­
so de la ley implica una pérdida económica para la comunidad.
En los modelos más sencillos de intercambio entre dos agentes, ape­
nas se abandona la economía de Robinson Crusoe, se requiere para la
producción, el comercio y la acumulación de capital, del respeto por
un^j reglas básicas del juego, y de un ambiente civilizado donde pueda
darse un intercambio voluntario y ordenado, se cumplan los acuerdos
y se garanticen los derechos de propiedad sobre los resultados. Posner
(1980) argumenta que muchas de las instituciones de las sociedades pri­
mitivas3 contienen una buena dosis de racionalidad económica y no son
más que mecanismos de adaptación a la incertidumbre o a los altos cos­
tos de información que sufren dichas sociedades.
Para la escuela clásica, los derechos de propiedad son un pre-requi-
sito del progreso. Al hacerse más compleja la economía, las leyes y el
aparato judicial necesario para hacerlas cumplir, adquieren un papel de
creciente preponderancia. En la actualidad, existe relativo consenso
acerca de que cualquier sistema legal de contratos no tiene objeto dis­
tinto que el de facilitar el intercambio4.

3 Intercambios recíprocos, regalos, el valor que se le otorga a ciertos rasgos de la


personalidad como la generosidad.
4 Ver Williafhson (1979).
164 CRIMEN E IMPUNIDAD

La teoría económica de los derechos de propiedad5 distingue dos


tipos de beneficios económicos de la propiedad: estáticos y dinámicos.
Los primeros tienen que ver con la eficiencia en el uso de los recursos
productivos y los segundos con los incentivos para mejorar la producti­
vidad de los recursos en el tiempo.
Es fácil argumentar, en sentido contrario, que un ambiente en el cual
no se respeta la vida ni la propiedad tendrá incidencia negativa sobre
las actividades productivas. El respeto a la vida, a la libertad, el acuerdo
sobre los derechos de propiedad no son condiciones separables y aditi­
vas, las deficiencias en una implican deficiencias en las otras, lo que crea
a su vez un ambiente de inseguridad, riesgo e inestabilidad que, casi
axiomáticamente, incide sobre las posibilidades de crear y acumular ri­
queza en una sociedad.
Para dar cuenta de las grandes diferencias en los niveles de desarro­
llo entre países, por mucho tiempo prevaleció la teoría que la carencia
de una clase empresarial en las economías menos desarrolladas era uno
de los principales obstáculos al crecimiento. En los últimos años se ha
abierto paso una teoría alternativa, que sugiere que las diferencias no
dependen tanto del acervo de empresarios como del tipo de actividades
a las cuales se dedican las personas más emprendedoras y talentosas de
la sociedad.
De esta manera se ha propuesto, dentro de los factores para explicar
las diferencias en los niveles de desarrollo, una gran división entre las
actividades "productivas"6 y las actividades "no productivas", como la
búsqueda de rentas y la redistribución de riquezas7, en una sociedad.
Sólo cuando las sociedades se especializan en las actividades producti­
vas pueden crecer a largo plazo. Que los empresarios de una sociedad
se dediquen a unas u otras depende, sobre todo, de las reglas del juego,
y del sistema de premios y recompensas relativas que la sociedad le
otorgue a las diferentes actividades.

5 Posner (1977) o Landes W. & Ftosner R. (1987).


6 Organizar la producción, crear empresas, abrir nuevos mercados, adoptar innova­
ciones...
7 Ver por ejemplo Krueger (1974), Shleifer y Vishny (1993), Murphy (1991) o Rose-
Ackerman (1975) y, para Colombia, Thoumi (1994).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 165

Baumol (1990) introduce una tercera categoría de actividades, las


"destructivas", como la corrupción o el robo, y muestra, con ejemplos
históricos de la antigua Roma, China y Europa Medieval cómo solamen­
te las civilizaciones que se han orientado hacia las actividades producti­
vas han sobrevivido y han logrado aumentar en forma significativa sus
niveles de vida.
Se han sugerido varias razones acerca de por qué las actividades
no-productivas, y con mayor razón las destructivas, son tan costosas
para el crecimiento.
En primer lugar, las actividades de búsqueda de rentas, y en parti­
cular el crimen, muestran rendimientos crecientes. Un incremento de
las actividades delictivas las hace más atractivas con relación a las pro­
ductivas. Esta condición puede llevar a un equilibrio perverso, que pre­
senta simultáneamente altos niveles de transferencia de rentas, o de
delitos, y bajo nivel de producto8.
En segundo lugar, muchas formas del crimen, en particular las que
se realizan con la colaboración, o corrupción, de los organismos de se­
guridad y justicia, presentan las características típicas de los "monopo­
lios naturales": altos costos de entrada pero relativamente bajos costos
m^tginales de operación9. Estos "monopolios naturales" del crimen, ad­
quieren entonces un gran poder no sólo económico sino político, que les
permite modificar y adaptar el marco jurídico a su favor y reducir aún
más los costos de su actividad. Es factible que se genere un círculo vicio­
so: cuando los sectores ávidos de rentas adquieren mayor poder se
desprestigian las instituciones del mercado y la competencia, que se
perciben como injustas, la comunidad pide mayor intervención guber­
namental y se abre un mayor campo para que los grupos que utilizan el
Estado para su beneficio aumenten su poder10.
Por último, las actividades no productivas pueden afectar la innova­
ción y por lo tanto el crecimiento de largo plazo. Se ha sugerido que el
crimen, o sea la transferencia privada de rentas, afecta menos la innova­

8 Murphy K., Shleifer A. & Vishny R. (1993).


9 Shleifer A. & Vishny R. (1993).
10 Thoupri (1994).
166 CRIMEN E IMPUNIDAD

ción que las actividades de búsqueda de rentas por parte de los funcio­
narios públicos11.
Para resumir, el efecto pernicioso de la criminalidad sobre el desarro­
llo económico de una sociedad se da por varias vías. Fuera del impacto,
primario y evidente, que un atentado contra la vida, la libertad o la pro­
piedad tiene sobre los agentes económicos al sacarlos del circuito de la
producción12 se dan múltiples efectos.

1. El comportamiento de un empresario en una economía de mercado


está basado en un alto grado de certeza acerca de la propiedad sobre
el producto. Las actividades ilegales aumentan la incertidumbre so­
bre los derechos de propiedad e incrementan los costos de transac­
ción en la economía. Ambos factores constituyen un desestímulo a
la producción corriente.
2. El crimen actúa como un impuesto que reduce los incentivos para
producir. La prevención de las actividades delictivas13 implica un au­
mento en los costos de producción que también incide en forma ne­
gativa sobre los niveles del producto.
3. Los recursos de capital o trabajo dedicados a proteger los derechos
de propiedad afectan negativamente la productividad de los facto­
res. Este impacto negativo sobre la productividad no es transitorio.
4. Si una fracción importante del talento de la sociedad se dedica a la
transferencia de rentas, la habilidad promedio de los empresarios
productivos es menor, lo cual afecta las posibilidades de progreso
tecnológico.
5. La incertidumbre acerca de los derechos de propiedad sobre la pro­
ducción futura incide negativamente sobre las decisiones de inversión
y por esa vía sobre la producción a largo plazo. Es menos factible que
una empresa invierta recursos en el desarrollo de un nuevo produc­
to, en la apertura de nuevos mercados o en la adopción de una nue­
va tecnología si sus competidores atentan contra sus derechos de

11 Murphy K., Shleifer A. & Vishny R. (1993).


12 El acumulado de las personas asesinadas en Colombia en los últimos veinte años
es del orden de 300 mil, o sea más del 2% de la población empleada.
13 Gastos en vigilancia, pólizas de seguros, "vacunas", etc...
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 167

propiedad sobre los resultados de esas decisiones14. El crimen crea


distorsiones acumulativas.

A pesar de las dificultades para operacionalizar estos conceptos, se


ha ofrecido, a nivel internacional, amplia evidencia empírica para apo­
yar estas teorías que, en conjunto, postulan una relación negativa entre
la transferencia de rentas, incluyendo el crimen, y el crecimiento del
producto y la inversión1516.
A la luz de estas ideas, no parecen muy convincentes las explicacio­
nes para Colombia en el sentido que, como ocurre en las llamadas "eco­
nomías de frontera", la impunidad y el crimen en nuestro medio son un
resultado casi natural del rápido proceso de desarrollo que vivió el país,
y que el rezago de sus instituciones, entre ellas la justicia, sería transito­
rio .
La teoría económica de las sociedades que se dedican a transferir
rentas a costa de las actividades productivas es contraria a estas aprecia­
ciones en dos sentidos: (1) que la relación entre el crimen y el desarrollo
es siempre negativa y (2) que el rezago de las instituciones y el poder de
las organizaciones criminales, lejos de ser transitorios, tienden a perma­
necer y a acumularse en el tiempo. A continuación se pretende resumir
la e’ddencia que permite sustentar la primera de estas hipótesis: la con­
solidación del crimen en el país ha implicado enormes costos para la
economía.

Un impacto considerable

El tema de los "costos de la violencia" se ha puesto de moda no sólo en


Colombia sino en América Latina como un elemento que motiva y
orienta las políticas públicas. A pesar de su uso ya generalizado, el con­
cepto presenta dos imprecisiones. La primera es que en este contexto el

14 Landes W & Pbsner R. (1987).


15 Ver por ejemplo Scully (1988) o Corbo (1994) o Mauro P (1993) "Country Risk and
Growth" citado por Shleifer A. & Vishny R. (1993) o Bates (1987) "Essays on the Political
Economy of Rural Africa" citado por Murphy K_, Shleifer A. & Vishny R., (1993) o Alesina
A. & Perotti R. (1993) "Income Distribution, Political Instability, and Investment" nber
Working Paper citado por Alesina (1994).
16 Montenegro (1994).
168 CRIMEN E IMPUNIDAD

concepto de costos no siempre corresponde a la definición económica


del término. Parece más adecuado hablar del impacto o los efectos, de la
violencia. Por otro lado, el término violencia se utiliza normalmente en un sen­
tido amplio que incluye no sólo los incidentes de agresión física entre personas
sino las actividades criminales. Al darle ese sentido, más amplio, a la noción de
costos de la violencia, se encuentra que los trabajos realizados hasta la fecha en
Colombia sobre el impacto del crimen y la violencia, son numerosos, variados
y muy ricos en evidencia.
Adicionar la noción de crimen a la de violencia es conveniente por
tres razones. Primero, porque los efectos económicos y sociales del cri­
men y los de las agresiones personales son de naturaleza diferente y,
como se deduce de la literatura disponible en Colombia, los de las acti­
vidades criminales serían los más significativos. Segundo, por la estrecha
relación que existe entre la violencia instrumental y cualquier actividad
criminal organizada. Tercero, porque la violencia y el crimen compiten,
en términos de intervención, por recursos estatales de la misma natura­
leza. Por ejemplo, la lucha antinarcóticos, o los esfuerzos para enfrentar
la subversión, han distraído recursos estatales que podrían haberse de­
dicado al control de otros tipos de violencia17.
Una vez hecha esta aclaración, se puede hacer una categorización de
los principales trabajos disponibles en el país de acuerdo con sus objeti­
vos. Están en primer lugar los esfuerzos orientados básicamente a esti­
mar la dimensión, o por lo menos describir, la violencia o el tamaño de
las actividades criminales. Bajo el supuesto general de que ni la violen­
cia, de cualquier tipo, ni las actividades ilegales, son socialmente desea­
bles el sólo hecho de señalar su dimensión, compararla con la de otras
sociedades, o mostrar que ha crecido, lleva implícito el mensaje de que
la sociedad está pagando un costo. Entran en segundo término los trabajos
que analizan el impacto que el crimen y la violencia están teniendo so­
bre la asignación óptima de los recursos, sobre la eficiencia productiva.
En tercer lugar están los pocos estudios preocupados por el impacto
sobre la distribución de los ingresos y la riqueza. Quedan por último los
trabajos que hacen énfasis en los efectos sobre las instituciones. A conti­
nuación se presenta una visión general de la literatura disponible.

17 Ver Jaramillo (1993).


EL COSTO DE LA VIOLENCIA 169

TAMAÑO, EVOLUCIÓN Y GEOGRAFÍA DEL CRIMEN

Los antecedentes más lejanos de los análisis sobre impacto de la violen­


cia son los esfuerzos que hacia finales de la década de los setenta hicie­
ron algunos macroeconomistas18 para tratar de medir la magnitud del
negocio del narcotráfico en Colombia. Trabajos en las mismas líneas19,
con sofisticaciones en la metodología, han seguido haciéndose hasta la
fecha20. Son tres los elementos que vale la pena destacar de estos estu­
dios. Está en primer lugar la enorme varianza en cuanto al tamaño esti­
mado de la actividad. Lo anterior a pesar de la homogeneidad en la
metodología utilizada que normalmente se ha basado en supuestos so­
bré área cultivada21, rendimiento de los cultivos y precios de venta de la
droga. En segundo término se puede señalar la falta de un tratamiento
integral de la industria del narcotráfico22, más allá de su efecto sobre las
variables macroeconómicas. Está por último el hecho que, por lo gene­
ral, tales trabajos han tratado de minimizar la magnitud del fenómeno23.
En efecto, un objetivo corriente ha sido el de argumentar que Colombia
está lejos de ser una narco-economía, que los ingresos de tal actividad
son pequeños con relación al producto y que en ninguno de los princi­
pales indicadores macroeconómicos se percibe una huella significativa
de^bl actividad.
También orientado a llamar la atención sobre el tamaño de alguna
actividad criminal está, en segundo término, un conjunto reducido y
reciente de trabajos preocupados por "las finanzas de la guerrilla"24. Ba­
sados por lo general en fuentes militares, el objetivo primordial de estos
trabajos ha sido el de mostrar que la subversión es también una lucrativa
industria. Están por último los trabajos que tratan de calcular el monto
global de los recursos que se transfieren por efecto de los delitos contra

18 Junguito y Caballero (1978).


19 Caballero (1998), Gómez (1988 y 1990), O'Byrne y Reina (1993), Urrutia (1990,
1993), Kalmanovitz (1990), Thoumi (1994), Rocha (1997).
20 Steiner (1997).
21 Uribe (1997) señala que buena parte de los estimativos de área cultivada se basan
en trabajo de campo hecho en los ochenta en Perú y Bolivia.
22 Con excepción de Kalmanovitz (1990), Thoumi (1994) o Rocha (1997).
23 Ver Caballero (1998), Gómez (1990) o Urrutia (1990).
24 Por ejgjnplo Granada y Rojas (1994), La Rotta (1996) o Trujillo y Badel (1998).
170 CRIMEN E IMPUNIDAD

la propiedad25. Los datos utilizados en estos trabajos provienen de los


montos denunciados ante la Policía por las víctimas de los ataques. La
tendencia creciente de estos montos ha sido interpretada26 como un in­
dicativo de los mayores niveles de organización de las actividades cri­
minales. Un denominador común en estos esfuerzos es que dejan de
lado buena parte de los ataques a la propiedad que sufren las empresas
y, sobre todo, la corrupción estatal. Las encuestas de victimización dis­
ponibles en el país se han hecho a los hogares. En los datos de denuncias
ante la Policía no se sabe cuáles fueron puestas a nombre de una persona
jurídica. Dadas las características de los procesos penales en Colombia y
la composición de las denuncias, donde una proporción importante son
los robos de automóviles, se puede pensar que los ataques al sector produc­
tivo están subestimados en estas cifras. Un esfuerzo exploratorio, realizado
en Bogotá, para captar lo que pasa con las empresas muestra que los ata­
ques criminales constituyen un problema importante para el sector pro­
ductivo colombiano27. Por su parte, vale la pena señalar la corrupción
estatal como uno de los fenómenos sociales con mayor discrepancia entre
la preocupación que suscita y los esfuerzos que se han hecho por medirlo.
Una segunda categoría de trabajos orientados a medir la magnitud
de la violencia y el crimen en Colombia, son aquellos basados en el aná­
lisis de estadísticas sobre número de incidentes ocurridos o reportados
a las autoridades. Dentro de éstos es útil distinguir los que se han con­
centrado en la violencia homicida de aquellos que consideran una gama
más amplia de conductas criminales. Entre los primeros, y en las líneas
del trabajo presentado en un capítulo anterior, un denominador común
es el deseo de llamar la atención sobre los excepcionales niveles de la
violencia homicida en el país28. Probablemente el esfuerzo más com­
prensivo por analizar la evolución de la tasa de homicidios en Colombia,
a nivel nacional y por departamentos, es el trabajo de Gaitán (1994), que

25 Rubio (1995, 1997), Bejarano (1996), Bejarano et al. (1997), Guzmán y Barney
(1997), Trujillo y Badel (1998).
26 Rubio (1995), Trujillo y Badel (1998), Guzmán y Barney (1997).
27 Ver los principales resultados en Rubio (1996a).
28 Fuera de Gaitán (1994) y Rubio (1996) ver por ejemplo Lozada y Vélez (1989), INS.
Celade (1991), Montenegro (1994), Montenegro y Posada (1994), Gavina (1997) o Trujillo
y Badel (1998).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 171

incluye estimativos de esta tasa desde las distintas guerras civiles del
siglo pasado. Ocquist trata de reconstruir el número de muertes que
dejó la llamada violencia política de los años cuarenta y cincuenta. Es
común en estos trabajos encontrar varias comparaciones de las tasas de
homicidio: la nacional con las de otros países, con las del pasado, entre
departamentos, entre ciudades, por municipios. La principal fuente de
información que se ha utilizado son las cifras de la Policía Nacional. En
menor medida se han utilizado las estadísticas vitales y las cifras que
recopila Medicina Legal. Aunque, como ya se señaló, al comparar las
distintas fuentes de información disponibles la principal conclusión es
que las cifras de la Policía son bastante confiables, se pueden percibir
algünos síntomas de sub-registro29.
Los estudios disponibles sobre las dimensiones y la evolución de la
criminalidad son recientes y poco numerosos. Si se exceptúa el reporte
de resultados de la primera encuesta de victimización realizada a finales
de 1985, el grueso de los trabajos sobre criminalidad urbana han sido
publicados durante los noventa. Una de las observaciones que hacen los
funcionarios del DAÑE sobre las encuestas de victimización es la poca
utilización que han hecho de ellas los investigadores o las entidades pú­
blicas. Lo que esto puede estar reflejando es la escasa vocación por los
datq^que se da en las instancias públicas encargadas de la seguridad,
así como el poco apego a la estadística de algunos académicos preocu­
pados por la violencia. En los estudios sobre criminalidad se hace un
trabajo descriptivo que se basa en dos fuentes de información: los datos
de denuncias ante la Policía Nacional30 y las encuestas de victimización
hechas como módulos de la Encuesta de Hogares en 1985,1991 y 1995.
También se cuenta con trabajos aislados en donde se reportan resulta­
dos de encuestas en las cuales se han incluido algunas preguntas sobre
inseguridad. Están, por ejemplo, las encuestas de calidad de vida reali­
zadas por el DAÑE, tanto a nivel nacional como para Bogotá, una encues­
ta hecha en la zona cafetera, una encuesta de percepciones sobre la
justicia realizada en Bogotá, Medellín y Barranquilla (Rubio, 1997) y la

29 En ins. Celade (1991) y en Romero (1997) se hace una estimación del número de
muertes intencionales con base en la información intercensal.
30 Esta es la fuente utilizada en Montenegro y Posada (1994), Guzmán y Escobar
(1997) y Trujillo^y Badel (1998).
172 CRIMEN E IMPUNIDAD

versión colombiana del World Valúes Survey que cubre 60 municipios


(Cuéllar, 1997).
A diferencia de los trabajos sobre violencia homicida, las conclusio­
nes de estos estudios sobre las grandes tendencias del crimen no son
unánimes. Guzmán y Escobar (1997) y Trujillo y Badel (1998) concluyen,
con base en la información de la Policía, que la criminalidad ha venido
disminuyendo y explican la inconsistencia entre este resultado y la cre­
ciente sensación de inseguridad con un cambio en la naturaleza de los
delitos. En un capítulo anterior se señaló, alternativamente, que la in­
consistencia entre las cifras de la Policía y las encuestas de victimización
se explica sobre todo por un creciente problema de subregistro. También
en forma contraria a lo que ocurre con los trabajos sobre violencia ho­
micida, en los estudios sobre criminalidad no se hace referencia a la si­
tuación de otros países.
El último conjunto de estudios que pretende indagar acerca de la
dimensión de la violencia, constituye lo que podría denominarse la geo­
grafía de los actores armados en Colombia31. Este tipo de esfuerzo tam­
bién es reciente. La heterogeneidad de estos trabajos, tanto en términos
del enfoque como de la metodología, es considerable. Se encuentran
estudios sobre ciertos actores en determinadas regiones32, testimonios e
historias de vida33, entrevistas con líderes guerrilleros, ex guerrilleros o
autobiografías34, trabajos regionales35, esfuerzos por entender los oríge­
nes y la dinámica de ciertos grupos36, pormenorizados recuentos de in­

31 Bejarano (1988), Pizarro, Echandía, Uribe, Ma. Victoria, Cubides, García y Betan-
court (1993), Thoumi (1994), Charry (1997), Jaramillo, Corporación Región, Salazar.
32 Uribe (1992) hace una etnografía de los grupos esmeralderos de Boyacá. Medina
(1990) y Alonso (1997) registran en detalle la evolución del conflicto en el Magdalena
Medio. Vásquez (1997) analiza la influencia de la guerrilla en los habitantes y los nego­
cios del municipio de La Calera.
33 Molano (1996,1997). Jaramillo (1993,1994), Corporación Región (1997) y Salazar
(1994), Salazar y Jaramillo (1992) sobre pandillas, milicias y bandas juveniles en Mede-
llín.
34 Correa (1997), Medina (1996) o Uribe (1994).
35 García (1996), Alonso (1997), Medina (1990).
36 Thoumi (1994) analiza los factores que contribuyeron a la consolidación del nar­
cotráfico en Colombia y Pizarro (1991,1992) ofrece elementos para una sociología de la
guerrilla.
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 173

cidentes de violencia extrema, como las masacres3738 y trabajos cartográ­


ficos para detectar la evolución en el tiempo de los grupos armados y su
presencia en las distintas regiones del país . La única organización armada
sobre la cual se tiene alguna información cuantitativa es la guerrilla. Aun­
que para Medellín, Bogotá y Cali se tienen especies de censos de pandi­
llas juveniles, milicias y bandas, los conocedores de estos datos39 dudan
de su capacidad para ofrecer estimativos numéricos confiables.
Como gran contraste con este número relativamente amplio de tra­
bajos estadísticos y descriptivos sobre la violencia homicida, la crimi­
nalidad y los actores violentos organizados, es escasa la literatura
disponible en Colombia sobre violencia familiar y aún más escasa aque­
lla sobre violencia interpersonal. Aunque es claro que existe un mayor
interés por estos temas, el punto esencial, de si la incidencia de estas
violencias no criminales ha aumentado o disminuido, no ha sido aclara­
do. En CEV (1987), el estudio más influyente en materia de políticas con­
tra la violencia en la última década y desde donde se promovió la idea
de la violencia rutinaria y generalizada, no hay una sola alusión a la
incidencia de este tipo de violencia. El único trabajo que se pudo con­
sultar sobre lesiones no fatales (Concha y Espinosa, 1997) trae tan sólo
dos referencias a estudios, aún no publicados, y referidos a ciertos cen­
tros or salud de la ciudad de Cali. En Klevens (1997) hay dos referencias
a trabajos, uno del INS en preparación y otro de Medicina Legal que no
pudo ser consultado. En Jimeno y Roldán (1997), se reporta un trabajo
de campo realizado en Bogotá entre cerca de 300 usuarios de estrato
bajo de un centro hospitalario a los cuales se les preguntaba, de forma
abierta, sobre experiencias personales de violencia, y sólo se hace refe­
rencia a un incidente de violencia entre vecinos. En Jimeno y Roldán
(1998), se replica el mismo trabajo de Bogotá en una comunidad más
rural, El Espinal, Tolima, y aparecen referencias a incidentes de violen­
cia interpersonal.
Los trabajos sobre maltrato a la mujer son peculiares en el sentido
que abundan en definiciones y referencias a la literatura extranjera -desde
Michel Foucault, Max Weber y Simone de Beauvoir hasta numerosos

37 Ver al respecto Uribe (1995) o el Banco de Datos del cinep.


38 Echandía (1995,1998) y Charry (1997).
39 Alonso Salazar, seminario Paz Pública, Universidad de los Andes, abril de 1998.
174 CRIMEN E IMPUNIDAD

estudios norteamericanos40 - y son escasos en cifras sobre la incidencia


del problema en Colombia. Klevens (1998) reporta una encuesta de Pro­
familia de acuerdo con la cual el 19.3% de las mujeres han sido golpea­
das alguna vez. Esta misma encuesta es la base del análisis sobre
violencia intrafamiliar de Gaitán (1994). En el capítulo sobre "Violencia
en la familia" en CEV (1987) tan sólo se hace referencia a 50 jóvenes y 30
mujeres agredidos que acudieron al Instituto Colombiano de Bienestar
Familiar. De acuerdo con una comparación internacional41 la incidencia
de violencia contra las mujeres colombianas en el hogar, sería una de las
más bajas del continente: 20%, contra 30% en Antigua y Barbados, 54%
en Costa Rica, 60% en Ecuador, 49% en Guatemala y 57% en México.
Paradójicamente, el país con mayor violencia homicida presentaría una
de las tasas más bajas de violencia intra-familiar. Lo que esto reflejaría
es que cada violencia tiene raíces muy diferentes.
Para el maltrato infantil, la única fuente disponible sobre magnitud42
señala una incidencia del 4.3% de niños maltratados. Jimeno y Roldán
(1997) sugieren que aunque la violencia al interior del hogar es relativa­
mente generalizada en los estratos bajos de Bogotá, se alcanza a detectar
una menor incidencia de estos ataques en las generaciones actuales que
en las de sus padres o abuelos. Como ya se señaló, del análisis de la
única información estadística disponible sobre evolución de la violencia
interpersonal, los reportes de las encuestas de victimización y las de­
nuncias por lesiones personales de la Pólicía Nacional, se sugiere que,
durante las últimas dos décadas, la violencia inter-personal podría ha­
ber caído.

Algunos elementos no monetarios

La violencia es la principal causa de mortalidad en el país, y se ha con­


vertido en el mayor problema de salud pública. Las muertes por homi­
cidio ocasionan más de tres veces la mortalidad de las enfermedades
infecciosas y parasitarias y el doble de muertes de las causadas por en­

40 Ver por ejemplo Londoño (1993) y Klevens (1998).


41 World Bank (1997).
42 El Estudio Nacional de Salud Mental y Consumo de Sustancias Psicoactivas, cita
do por Klevens.
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 175

fermedades cardio-vasculares. La participación del 26% de la violencia


en la carga de la enfermedad en Colombia es excepcional y contrasta
drásticamente con un 3.3% para América Latina y el 1.5% para el resto
del mundo43. Durante la pasada década se dio en el país, por causa de
las muertes intencionales, un retroceso en el área de la salud pública.
Los avances que se lograron en materia de control de riesgos neo-nata­
les, desnutrición, infecciones y otras causas, se anularon por causa del
incremento en la violencia. De un escenario básicamente dominado, a
principios de los ochenta, por el problema de la mortalidad infantil, se
pasó a uno completamente diferente en donde los considerables logros
en rpateria de mejoramiento de la salud de los menores se vieron opa­
cados, y superados, por los estragos de la violencia.
La violencia ha tenido un considerable impacto sobre la situación
demográfica del país44. El impacto se concentra en los hombres entre 15
y 44 años, grupo para el cual los homicidios constituyen más del 60% de
las causas de muerte. Así, se ha agravado el problema de la sobre mor­
talidad masculina. En Colombia, un hombre que se encuentre entre los
20 y los 24 años enfrentaba urt riesgo de morir 4.5 veces mayor que una
mujer para 1988. Para 1994, un hombre en este rango de edad tenía 6
vecesMnás probabilidades de morir. Durante la década de los cincuenta
la sdnremortalidad masculina era tan sólo de 1.4. Las diferencias por
género son aún mayores en cuanto al riesgo de morir por causas exter­
nas. Para 1994 la sobremortalidad masculina se eleva vertiginosamente
a partir del grupo de edad de 10 a 15 años, desde un riesgo tres veces
mayor de morir, a doce veces mayor entre el grupo de 20 a 24 años. En
promedio, los hombres en Colombia pueden esperar en el momento de
nacer, vivir cerca de 4 años menos por el sólo riesgo de morir por homi­
cidio. La violencia ha alterado la fecundidad por efecto de las muertes
femeninas prematuras y, sobre todo, por la viudez. Entre 1985 y 1994 el
número total de viudas se duplicó en el país. Se estima en más de 10 mil

43 Instituto Nacional de Salud (1994) Boletín Epidemiológico 2 (4): 58-62 - Datos


WHO Demographic Yearbook 1990.
44 Los datos que se presentan a continuación fueron tomados del trabajo, no publi­
cado, Romero G. (1997) "Demografía de la violencia en Colombia" y del ins (1991) "Ac­
cidentes y muertes violentas en Colombia. Un estudio sobre las características y las
consecuencias demográficas 1965-1988" San José, marzo.
176 CRIMEN E IMPUNIDAD

el número de nacimientos que dejaron de ocurrir entre 1985 y 1988 por


efecto de la violencia. En el año de 1994 dejaron de ocurrir más de 1.100
nacimientos por muerte violenta de hombres y mujeres. Se ha incre­
mentado el nivel de mortalidad -medido por la tasa bruta- en un 18%.
Para 1990 y 1994 se puede responsabilizar a las causas externas de un
aumento en una cuarta parte de la mortalidad. Sumando el efecto de la
menor fecundidad y la mayor mortalidad se dio, entre 1985 y 1988, una
reducción del crecimiento poblacional de 1.54 por mil habitantes anua­
les. Para 1994 esta cifra continuaba en 1.15. La violencia ha incrementa­
do considerablemente el número anual de huérfanos menores de cinco
años. Para el período 1985-1988 se estimaba en 43 mil el número anual
de huérfanos. Para 1994 se estima en más de 73 mil el número de huér­
fanos, con un promedio de 4 años, por causas externas de mortalidad.
Aunque este sea uno de los efectos demográficos más difíciles de
medir, la mortalidad por violencia podría ser una causa significativa de
las migraciones internas e internacionales. Una investigación reciente
señala que el 39% de los hogares colombianos cuenta con un familiar
que se ha radicado en el exterior45. En la última década el fenómeno
conocido como los desplazados no sólo ha persistido sino que, al parecer,
se ha agravado en el país. Ya para 1996 la Defensoría del Pueblo estima­
ba en 36 mil familias, unas 180 mil personas, la cifra anual de los despla­
zados, de los cuales más del 50% eran menores de edad46. El número
total de personas obligadas a cambiar de residencia por razones de vio­
lencia rondaría el millón, aun suponiendo que la cifra actual esté sobre­
estimada y que la realidad corresponda a lo reportado en 1991 en la
encuesta de hogares. Un estudio realizado para el Episcopado colom­
biano calculó, para las áreas rurales, en cerca de 600 mil el número de
desplazados. No parece fácil, ni pertinente, tratar de reducir todos estos
efectos demográficos a un porcentaje del PIB.
La tarea de justificar con un análisis económico la prioridad que debe
asignarle un Estado a no perder su soberanía, también sobrepasa la capa­
cidad de esta disciplina. La teoría económica tradicional y, sobre todo, la

45 Cuéllar (1997). Según la encuesta de hogares, que no incluye zonas rurales, para
1991 más de 100 mil familias habían cambiado de residencia en el quinquenio anterior
por motivos de violencia.
46 Ver "Cuatro hogares desplazados cada hora", El Tiempo, abril 4 de 1997.
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 177

economía como herramienta de soporte para el diseño de políticas, es­


tán basadas en el supuesto de que existe en cada sociedad una autoridad
única que mantiene el monopolio de la coerción y que toma las decisiones
públicas. En la actualidad, sería ingenuo adoptar sin reservas este supuesto
para el país y desconocer que el Estado colombiano ha perdido el control
político y militar en vastas zonas o que un porcentaje no despreciable de
las decisiones públicas se toman bajo la sombra de las amenazas.

El impacto del crimen sobre la eficiencia

A diferencia de los trabajos orientados a estimar la magnitud de la vio­


lencia o el crimen, en los cuales la noción de costo es primitiva, los estu­
dios disponibles acerca del impacto del crimen y la violencia sobre la
asignación de recursos encajan bien en la línea de cuantificación de cos­
tos en el sentido económico del término.
Entre los trabajos con esta orientación se pueden distinguir tres ver­
tientes. Están en primer lugar los que analizan los gastos, públicos y
'privados, que se dedican a prevenir, atender o tratar de controlar la vio­
lencia y la criminalidad. Están en segundo lugar los trabajos que anali­
zan el impacto de la violencia sobre el acervo de capital, humano o
físico. Smtran por último los estudios, que pueden considerarse particu­
lares a Colombia, acerca de los efectos de la violencia sobre los procesos
de inversión o sobre las decisiones de producción e intercambio.

LOS GASTOS EN PREVENCIÓN Y CONTROL47

El interés de los profesionales de la salud pública por la violencia ha


llevado a un gran énfasis, que para Colombia podría ser excesivo, en el
cálculo de la carga financiera que impone sobre los hogares y el sistema
de salud la atención médica de las víctimas. De acuerdo con los cálculos
de Trujillo y Badel (1998) los gastos del sistema de salud en la atención
de los lesionados son del orden del 1% de los costos totales de la violen­
cia estimados por ellos. En América Latina este es probablemente el sec­

47 Este rubro constituye lo que en los trabajos sobre metodología para el cálculo de
costos de la violencia se denominan los costos directos. Ver Buvinic et al. (1998) o
Bobadilla et al. (1995).
178 CRIMEN E IMPUNIDAD

tor para el cual tanto la elaboración de una metodología detallada de


contabilidad de costos48 como la realización de estudios de caso49 están
más adelantadas.
En contraste con lo anterior, la contabilidad de los costos unitarios y
detallados de los sectores tradicionalmente encargados del crimen y la
violencia -como el sistema penitenciario, los juzgados penales, la policía
o los militares- son prácticamente inexistentes. Aun más, el análisis sis­
temático sobre la evolución del gasto militar y el de la rama judicial es
todavía incipiente. La metodología de estos esfuerzos es elemental y
entra en la línea de análisis clásicos de presupuesto, que buscan detectar
tendencias y relaciones básicas con ciertas variables agregadas. En Co­
lombia, parecería que estos trabajos enfrentan serios problemas de ac­
ceso a la información, que pueden estar reflejando la gran desconfianza
que existe, entre los militares, hacia cualquier observador externo. La
opinión extrema, planteada por ejemplo en Leal (1994) o IEPRI (1997), es
que las fuerzas militares están en Colombia totalmente por fuera del
control de las autoridades civiles. Leal (1995) hace un análisis descripti­
vo de la evolución del gasto en defensa y seguridad desde los cincuenta.
Concluye que hay una tendencia a ganar participación en el PIB, y opina
que el gasto puede estar subestimado por falta de información confiable
sobre cooperación internacional y donaciones y que, probablemente, las
cifras han sido objeto de manipulación. Restrepo (1993) reconstruye la
serie histórica del gasto desde el siglo pasado. Granada y Prada (1997)
tratan de modelar la "demanda" por gasto militar. Hacen un análisis de
las series de gasto militar y en Policía desde 1950 hasta 1994, explicándo­
las en función del PIB, el gasto total del gobierno central, la tasa de ho­
micidios y el número de guerrilleros. Concluyen que existe una relación
estable y de largo plazo entre el gasto militar y la amenaza de la guerri­
lla. A pesar de lo anterior, destacan el carácter inercial del gasto, que
depende básicamente de sus niveles anteriores. El incremento en el nú-

48 Ver por ejemplo Bobadilla et al. (1995).


49 Un conjunto de estudios de caso para Rio de Janeiro, Sao Paulo, Kingston, México
y Perú se encuentra en Domínguez et al. Para Colombia sólo se pudo identificar en esas
líneas el trabajo para un hospital de Bucaramanga. Ministerio de Salud (1995). Trujillo y
Badel (1998) reportan como fuente, en uno de los cuadros en donde calculan el gasto en
salud por efecto de la violencia, la Clínica San Pedro Claver. ,
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 179

mero de homicidios no ha sido, según estos autores, determinante del


crecimiento del presupuesto militar. Gómez (1997) utilizando funciones
de impulso-respuesta muestra que el número total de efectivos militares
implica un aumento transitorio de la violencia y una caída posterior,
mientras que los gastos totales en defensa son ineficientes para reducir
la violencia. Los trabajos más recientes50 muestran que el gasto público
en seguridad y justicia en Colombia se sitúa actualmente en el 5% del
producto. Durante los noventa aumentó en cerca de dos puntos del PIB.
Los recursos destinados a la fuerza pública, que en la segunda mitad de
la década pasada crecieron al 4.5% anual en términos reales, aumenta­
ron en los últimos tres años en un poco menos del 15% real, o sea que
su Crecimiento promedio anual aumentó levemente, situándose cerca
del 4.8%. López (1997) hace una contabilidad e inventario de costos di­
rectos del Estado en la lucha contra el narcotráfico y discute las priori­
dades implícitas en la participación de tales erogaciones en el gasto
público total.
Acerca de la efectividad de ese gasto se ha avanzado en Colombia en
la dirección de discutir el tema por parte de analistas externos a las en­
tidades que demandan los recursos. En forma superficial, y contrastan­
do con la información disponible sobre la situación criminal del país, se
puqíen hacer algunas anotaciones. La primera es que no parece ser ésta
un área muy adecuada para las comparaciones con supuestos patrones
internacionales de gasto. Tanto la violencia como la magnitud del ata­
que a la soberanía del Estado son bastante peculiares en Colombia. El
segundo es que los hurtos, los robos y los atracos que sufren los hogares
no parecen estar recibiendo tanta protección, ni atención, por parte de
la fuerza pública o del sistema judicial, como otras áreas que podrían
estar causando un menor daño social. Lo anterior a pesar de que esta
categoría de incidentes no sólo implica transferencias considerables de
recursos sino que está generando una alta sensación de inseguridad y,
además, es el tipo de ataque que los ciudadanos consideran más proba­
ble que les ocurra. A nivel nacional, en todas las edades y en todos los
estratos socioeconómicos, el delito que más hace sentir inseguros a los

50 Comisión de Racionalización del Gasto y de las Finanzas Públicas (1996) "Defen­


sa, seguridad ciudadana y gasto público" y "El sistema judicial y el gasto público". Mi-
meo - Bogotá Mimeo - Bogotá.
180 CRIMEN E IMPUNIDAD

hogares es el atraco, o robo armado31. En la encuesta realizada en


Bogotá, Medellín y Barranquilla, la eventualidad de un atraco a mano
armada -"imagínese que mañana, al salir de su casa, una persona arma­
da le pide que le entregue su dinero y sus objetos de valor"- es bastante
generalizada. La gran mayoría de los encuestados (86%) lo considera
probable o muy probable51 52. Paradójicamente el área que se percibe ac­
tualmente como prioritaria para el Estado colombiano -la lucha antinar­
cóticos - es aquella para la cual se tiene una idea más difusa sobre su
impacto social y, además, aquella que se percibe como menos prioritaria
por parte de los ciudadanos53. En una encuesta a nivel nacional realiza­
da en 1997, acerca de la primera prioridad del país en los próximos años,
únicamente un 6% de los encuestados respondió que la lucha contra el
narcotráfico. Por el contrario, la lucha contra la corrupción (16%), contra
la guerrilla (15%) y contra la violencia (13%) se vieron sobrepasadas úni­
camente por la lucha contra el desempleo (17%) como prioridad. Entre
los jóvenes la lucha contra la violencia (16%) es lo más prioritario des­
pués de la lucha contra el desempleo (17%). En las zonas de violencia
los más importante es la lucha contra la corrupción (19%) y contra la
violencia (17%) aun por encima del desempleo (16%). La lucha contra la
guerrilla (9%) y contra el narcotráfico (3%) son menos importantes que
en el resto del país.
En el otro extremo, los indicadores agregados acerca del desempeño
en materia de control estatal de los homicidios no muestran signos de
mejoría, ni se percibe que se le haya asignado a esta área crítica la prio­
ridad que amerita. Por último, los cambios de prioridades implícitos en
la composición del gasto en la última década no parecen corresponder
a la evolución de la criminalidad, o a una estrategia global de seguridad
bien definida. En los últimos diez años se distinguen tres épocas en
cuanto a las prioridades implícitas en el gasto global en seguridad y jus­
ticia. Entre 1985 y 1988 se observa una leve "militarización" de las prio­
ridades: la relación entre el gasto destinado a la fuerza pública y el del
sistema judicial pasa de cuatro a cinco. De 1988 a 1993 se da, por el con­
trario, una marcada "judicialización" del gasto, ya que la relación entre

51 Cuéllar (1997).
52 Cijus(1997).
53 Cuéllar (1997).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 181

el rubro de seguridad y el de justicia se reduce de 5 a 2.5. A partir de 1993


se revierte de nuevo esta tendencia y se recupera la prioridad para el
gasto militar.
Desde un punto de vista operativo, parece ser ésta una de las áreas
de la acción del Estado que requiere de unos mayores niveles de coor­
dinación entre distintas agencias que no se está dando en la actualidad
y estaría generando grandes ineficiencias. De todas maneras, en térmi­
nos de la percepción de los ciudadanos colombianos acerca de la efecti­
vidad de este gasto, los resultados se pueden calificar de precarios. Una
encuesta de opinión realizada a finales de 1996 mostraba que solamente
un 15% de los ciudadanos pensaban que la lucha contra el narcotráfico
iba Bien. Para la corrupción y la guerrilla el porcentaje era aún menor,
6%m.
Para los servicios de vigilancia privada, la información disponible es
en extremo limitada. Existen datos sobre el personal dedicado a esa la­
bor pero únicamente en las empresas legales y reguladas. Tales cifras
muestran desde 1980 un incremento mayor que el del personal de la
Policía Nacional. Mientras que en 1980 se contaba en el país con 2.5
agentes de Policía por cada vigilante privado, para 1995 esta relación se
había reducido a uno54 55. Acerca de la evolución de otros grupos privados,
infatúales o ilegales, de seguridad, la información es inexistente. Para
las organizaciones armadas conocidas como los paramilitares no existe
ni siquiera una idea aproximada del número de personas que militan en
tales grupos. Es razonable suponer que su evolución ha seguido de cer­
ca la de la guerrilla. Los estimativos periodísticos sobre el número de
efectivos de los paramilitares son del orden de 10 mil hombres, cuyo
mantenimiento, per cápita, valdría unos US$ 500 al mes.
Existen varios trabajos de campo56 que muestran cómo en los barrios
populares de las grandes ciudades existe toda una gama de grupos ar­
mados, generalmente jóvenes, que cumplen funciones de vigilancia y
justicia privadas. Para Medellín, la proliferación de bandas y milicias ha
llegado a tal punto que se estima que cada barrio popular de la ciudad
cuenta con su propio grupo de jóvenes armados que cumplen estas fun-

54 Ver Revista Semana de Nov. 5 de 1996.


55 Ospina (1996).
56 Jaramillo (1993), Corporación Región (1997), Salazar (1998).
182 CRIMEN E IMPUNIDAD

ciones57. Los resultados de una encuesta realizada en áreas urbanas tien­


den a confirmar este fenómeno. En Bogotá, Medellín y Barranquilla, un
22% de los hogares manifestó que en su barrio había influencia de gru­
pos armados diferentes de la guerrilla, para la cual un 5% de los hogares
reportaron influencia en su barrio. Dentro de estos grupos armados
pueden incluirse, entre otros, los paramilitares, las milicias, los justicie­
ros, las pandillas juveniles, y los llamados grupos de limpieza social58.
Se percibe entonces en el campo de la seguridad una tendencia per­
versa y es la progresiva privatización de este servicio. Acerca de las ra­
zones para el abandono de las instancias públicas en esta área, se
pueden plantear algunas hipótesis. Se puede pensar que ha sido la re­
acción natural a la baja efectividad estatal derivada de una mala asigna­
ción de los recursos y en particular de un excesivo gasto militar en
detrimento del policial. Sobre todo si se tiene en cuenta que el grueso
de los problemas de inseguridad deberían ser resorte de esta última ins­
titución. Tal es la opinión de Ospina (1997). Como apoyo a esta noción
se puede mencionar que el número de policías por habitante en Colom­
bia es inferior al de países con problemas de criminalidad inferiores.
Mientras que en Colombia se contaba en 1993 con 1.670 policías por
millón de habitantes, para Uruguay la cifra respectiva era de 7.600,4.700
para Malasia, cerca de 3.500 para Francia, Austria y Perú, 2.500 para Aus­
tralia y EEUU y un poco más de 2.000 para Canadá, Suecia y Suiza59.
Otro factor que se debe tener en cuenta es el de la falta de profesio-
nalización, tanto del Ejército como de la Policía. Se estima que menos de
la quinta parte del personal del Ejército es profesional. Así la supe­
rioridad numérica del Ejército con respecto a la guerrilla en términos de
personal con capacidad de combate no alcanzaría la relación de dos a
uno. De acuerdo con Ospina (1997) el aumento reciente en el número
de efectivos de la Policía se hizo casi exclusivamente con la incorpora­
ción de "reclutas bachilleres" o sea agentes no profesionales.
Estos elementos, por decirlo de alguna manera, han forzado a los
ciudadanos a optar por soluciones privadas para sus problemas de se­
guridad. También se puede pensar que se trata de la descentralización,

57 Corporación Región (1997)


58 Ver Rubio (1997).
59 Datos tomados de Ospina (1996).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 183

informal y pragmática, de un problema que presupuesta! y administra­


tivamente se sigue manejando a nivel nacional cuando su naturaleza
tiene un alto componente local. Ante la dificultad para atraer la atención
de un Ejército o una Policía que dependen aún de la capital, las comu­
nidades han decidido resolver localmente el apremiante problema de la
inseguridad. Los incentivos para la privatización y descentralización de
la seguridad son más fuertes cuando existen vasos comunicantes entre
los grupos armados y la delincuencia: si el grupo que protege un deter­
minado territorio se sostiene con actividades criminales, en otros te­
rritorios baja la presión financiera sobre la comunidad que recibe así
protección subsidiada por víctimas extrañas al territorio. Bajo este esce­
nario se han detectado en el país fenómenos de sobre-oferta de grupos
armados que compiten, y se exterminan entre sí, para suministrar ser­
vidos de protecdón a las comunidades locales. Ésta sería una peculiar y
extraña versión de las leyes económicas que predicen que la desregula-
dón, privatización y descentralizadón de los servidos públicos locales
repercute en una mayor eficienda en su suministro60.
En síntesis, el impacto social negativo de la privatización de la segu­
ridad va más allá de las consideraciones de efidencia y su cuantificación
es en ^tremo compleja. Los trabajos disponibles sugieren que si los ser­
vicios de seguridad y justicia privadas se generalizan y se atomizan,
se llega a una situación en la que la seguridad en un lugar es el prindpal
factor de violenda en los lugares aledaños61. Este efecto se refuerza cuando
los grupos mantienen vínculos con el crimen organizado y cuando se
consolida la aceptadón sodal de quienes protegen una zona y delin­
quen en otras. El resultado que se observa es el de una progresiva orga­
nización y concentración de las actividades criminales, una reducción
de la pequeña delincuencia y unos altos niveles de violencia homid-
da. Los resultados de la encuesta de victimizadón de 1995 para Mede-
llín, la ciudad colombiana en donde en mayor medida se ha dado, y está
mejor documentado este proceso, tienden a corroborar esta situación:
bajas tasas de criminalidad a los hogares y altas tasas de homiddio.

60 Ver una detallada descripción de este fenómeno para Medellín en Corporación


Región (1997).
61 Jaramillo (1993) y Corporación Región (1997).
184 CRIMEN E IMPUNIDAD

Sobre los montos que efectivamente gastan los ciudadanos y las em­
presas en vigilancia, seguridad y reposición de los daños físicos causa­
dos por los delitos, la información con que se cuenta es fragmentaria.
Un estudio sobre las empresas de seguridad y vigilancia, urbanas y le­
galmente constituidas62, estima en un poco menos de 1% del PIB los in­
gresos anuales de dichas empresas. Por otra parte, en la encuesta
realizada en tres ciudades63 se estima en cerca de 80 dólares anuales el
gasto promedio por hogar en protección de la propiedad64. Un 49% de
los hogares manifiesta haber incurrido en gastos de "rejas y puertas de
seguridad" por un valor promedio de US$ 230. Un 19% ha hecho insta­
laciones de alarmas en vehículos o en viviendas por un valor promedio
de US$ 52. Solamente un 9% reportaron pagos por pólizas de seguro
contra robo por un valor de US$ 103 durante el último año. El 29% hace
un pago mensual por concepto de vigilancia o celaduría por un prome­
dio de US$ 15 o sea US$ 180 por año. Si se supone que las rejas y puertas
de seguridad se deprecian en 10 años, las alarmas en 5 y se amortizan
ambas al 8% anual, se obtiene un gasto anual por hogar, ponderado por
el porcentaje de hogares que lo realiza, de US$ 81. Con base en estas dos
fuentes se pueden estimar los gastos totales en seguridad privada legal
en un 1.4% del PIB. Para este cálculo se expanden los datos de la encuesta
a nivel nacional para el sector urbano. Se supone además que la diferen­
cia entre lo que los hogares gastan en servicios de vigilancia y los ingre­
sos de estas compañías constituyen los gastos en vigilancia realizados
por el sector productivo. Se supone además que la relación entre gastos
de vigilancia y los otros gastos en seguridad (rejas, alarmas y pólizas) es
similar para los hogares que para las empresas. De esta manera el gasto
privado, urbano y legal, en seguridad sería ligeramente inferior a los
US$ 1.000 millones por año. Se puede, además, destacar la existencia de
patrones diferenciales en cuanto a la tecnología utilizada para la seguri­
dad por niveles de ingreso y en cuanto a la efectividad de ese gasto.
Mientras los hogares de estrato bajo invierten en implementos como
rejas y puertas de seguridad, en los estratos altos se recurre más a la
vigilancia privada y a las pólizas de seguros. Aunque en forma débil, se

62 Ospina (1996).
63 Bogotá, Barranquilla y Medellín. Ver resultados en cijus (1997).
64 Estos estimativos están basados en la encuesta resumida en CIJUS (1997).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 185

percibe una relación negativa entre lo que se gasta en seguridad y la


probabilidad de ser víctima de un ataque criminal.

LA DESTRUCCIÓN O DEPRECIACIÓN DE CAPITAL HUMANO Y FÍSICO

Londoño (1996) estima en 4% del PIB el monto anual de lo que pierde el


país en sus activos humanos por efecto de las muertes violentas. Infor­
tunadamente no hace una exposición detallada de los supuestos que
utiliza para llegar a esa cifra. Trujillo y Badel (1998), con una metodolo­
gía relativamente rigurosa, lo estiman en un poco más del 1 % del PIB.
Estos dos trabajos han dado el paso de convertir a valores monetarios la
pérdida de vidas humanas. Otros estudios65 se limitan a contabilizar es­
tas pérdidas en términos de años de vida saludable perdidos. Una lista
detallada del impacto demográfico de la violencia homicida se encuen­
tra en INS-Celade (1991) y en Romero (1997).
Uno de los efectos de la violencia sobre la población de escasos re­
cursos que ha recibido mayor atención es el de los desplazados66. Valen
la pena algunos comentarios sobre los trabajos sobre desplazados. Está
en primer lugar el hecho que el tema se ha abordado mayoritariamente
desde la perspectiva de los derechos humanos, con énfasis en los des-
plalramientos inducidos por la llamada "violencia oficial". El parentesco
del desplazamiento interno con el problema de los refugiados o el de los
asilados políticos, ha concentrado la atención en las migraciones indu­
cidas por la violación estatal de los derechos humanos. En Colombia, la
realidad del conflicto se muestra más compleja que la asociada con la
figura del "terrorismo estatal" como causa de los desplazamientos. Los
resultados del trabajo de la Conferencia Episcopal de Colombia (1995)
muestran una asociación entre el fenómeno del desplazamiento y la

65 INS (1994) o Echeverri et al. (1997). Banguero y Rotavisky proponen una metodo­
logía para calcular el costo económico de un avisa.
66 Un resumen de la literatura hasta 1995 se encuentra en Conferencia Episcopal de
Colombia (1995). Entre los trabajos no cubiertos en este resumen, o posteriores a su
publicación, vale la pena mencionar Murillo y Herrera (1991), Giraldo, Abad y Pérez
(1997) y Morrison y Pérez (1994). Este último es el trabajo que presenta un enfoque más
sistemático y riguroso y, además, incluye variables socioeconómicas adicionales a la vio­
lencia como determinantes de los flujos migratorios interdepartamentales.
186 CRIMEN E IMPUNIDAD

presencia de la guerrilla y de los paramilitares. Aparecen también "otras


violencias" -narcotráfico, delincuencia común- como generadoras de
migraciones. La estrecha asociación entre la geografía del conflicto y la
de los desplazados se corrobora con la evolución regional del fenóme­
no, que coincide con las zonas de mayor agudización del enfrentamien­
to. El diagnóstico sobre la violencia implícito en buena parte de estos
trabajos es simplista, un tanto politizado, y alejado de la realidad del
conflicto armado en Colombia. Él segundo comentario tiene que ver con
el enfoque regional que presenta el grueso de los trabajos67, y que surge
como una limitante cuando no se hacen explícitos los criterios con los
cuales se han escogido las zonas de desplazamiento que se estudian. El
tercer punto que vale la pena señalar es el relacionado con la escasa
referencia que se hace en estos trabajos a la literatura, o a las experien­
cias, de otros países. Estrechamente relacionado con el comentario
anterior está el punto de la falta de un cuerpo teórico sólido para el
tratamiento del tema. A nivel metodológico se puede anotar el escaso
esfuerzo que se ha hecho en las líneas de formular hipótesis que puedan
ser contrastadas empíricamente y de complementar la evidencia testi­
monial con las herramientas estadísticas. La mayoría de los trabajos dis­
ponibles están basados en testimonios e historias de vida, así que son
insuficientes para las generalizaciones y para el diseño de políticas realis­
tas. En conjunto, estas características de los trabajos sobre desplazados
en el país han implicado interferencias no deseables, e inconsistencias,
entre los esfuerzos por medir la magnitud del fenómeno, su diagnóstico
y las respectivas recomendaciones de política para enfrentarlo.
Un segundo elemento de la destrucción de capital por efecto de la
violencia lo constituyen los atentados a la infraestructura -petrolera,
eléctrica, vial y aérea- así como el daño ocasionado al medio ambiente.
En la última década, se han contabilizado cerca de 700 atentados a la
infraestructura petrolera. El país ha tenido que desarrollar tecnología
propia para el manejo de derrames de petróleo en áreas no marítimas.
Aunque el impacto ambiental se extiende a la contaminación de fuentes
de agua y los daños a las tierras productivas, las estimaciones de los
costos se han limitado a las reparaciones, a las labores de recolección y

67 Cabría mencionar como excepciones el trabajo de Morillo y Herrera (1991), el de


Conferencia Episcopal de Colombia (1995) y el de Morrison y Pérez (1994).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 187

al petróleo que se pierde68. Para el sector productor de carbón los aten­


tados implican costos de reparación, pérdidas de ventas y demoras de
los buques. En cuanto a la infraestructura eléctrica, que en los últimos
cinco años sufrió más de 100 atentados, y cuyo impacto se transmite por
las fallas en el suministro al sector productivo, la estimación de los costos
se ha limitado a las reparaciones. En conjunto, durante la última década,
los atentados han tenido un costo total cercano al 1% del PIB69.

El efecto sobre las decisiones de inversión

El ^ercer gran componente del impacto de la violencia sobre la eficiencia


tiene que ver con la manera como ésta afecta las decisiones de inversión
en capital físico, capital humano y el llamado capital social.
La cuantificación de los efectos totales de la violencia y el crimen
sobre las decisiones de inversión en capital humano es incipiente. Varios
trabajos70 sugieren un efecto determinante de las organizaciones crimi­
nales sobre la delincuencia juvenil y sobre la utilización de armas de
fuego. Uno de los principales expertos en bandas y pandillas juveniles
en Colombia, Alonso Salazar, argumenta que las diferencias tan grandes
qu^se observan entre este fenómeno en Bogotá y Medellín tienen que
ve/con las diferencias en la influencia de los narcotraficantes en estas
dos ciudades. Este punto se refuerza con diversas historias de vida o
testimonios71. Otro efecto perceptible de la violencia sobre el capital hu­
mano en Colombia tiene que ver con el impacto que ha tenido sobre las
posibilidades de utilizarlo, o de adquirirlo, al afectar a los trabajadores
o estudiantes. Un 25% de los colombianos que trabajaban de noche ma­
nifiestan que han dejado de hacerlo por efecto de la inseguridad y un
14% de los estudiantes nocturnos ha dejado de estudiar de noche por la
misma razón. Para los jóvenes el porcentaje de trabajadores nocturnos
se redujo en una tercera parte por efecto de la inseguridad72. Knaul

68 Irujillo y Badel (1998).


69 Irujillo y Badel (1998).
70 Rubio (1996b, 1997a, 1997c).
71 Corporación Región (1997), Jaramillo (1993,1994), Salazar y Jaramillo (1992), Sa­
lazar (1994), García y Betancourt (1993).
72 Cuéllar (1997).
188 CRIMEN E IMPUNIDAD

(1997), con datos para Bogotá, intenta medir el efecto de algunas ma­
nifestaciones de violencia sobre el abandono escolar. Cuatro de los
indicadores se refieren a los problemas con los vecinos: conflictos o es­
cándalos, presencia de pandillas, consumo de drogas y presencia de
centros de prostitución. Sólo el conflicto con los vecinos resulta signifi­
cativo sobre las tasas de abandono escolar. También utiliza como indica­
dor la proporción de jóvenes entre 7 y 17 años cuyas familias han
sufrido un ataque violento. No aparece un efecto significativo. Cuando
utiliza como indicador el porcentaje de familias que reportan maltrato,
o si algún miembro de la familia que sufre de problemas de alcohol o
droga, sí encuentra efectos sobre el abandono escolar. En este mismo
grupo valdría la pena mencionar algunos trabajos que tocan el proble­
ma de la influencia de las organizaciones armadas sobre la niñez73.
Aunque alguna literatura reciente ha señalado la relación negativa
entre el capital social y la criminalidad, destacando el efecto causal de
las deficiencias en el primero sobre la segunda, no parecería prudente
ignorar que puede haber relaciones en ambas vías, e incluso asociacio­
nes positivas. Como por ejemplo la que se daría con un capital social
"perverso" en el cual las redes, contactos y asociaciones están al servicio
de las actividades ilegales. Para Colombia la posibilidad de contrastar
estas teorías es aún limitada, en buena parte por las evidentes dificulta­
des en la medición del capital social. Una encuesta realizada a nivel na­
cional74 no muestra, entre las zonas situadas en los extremos de la escala
de violencia, diferencias significativas en los indicadores tradicional­
mente asociados con el capital social. Ni en la manifestación explícita de
la confianza hacia terceros, o hacia ciertas instituciones, ni en la preocu­
pación por los problemas de la comunidad, o en la participación en reu­
niones y obras comunitarias, ni en la pertenencia a diversos grupos o
asociaciones privadas, ni en la tendencia a aceptar extraños en el núcleo
familiar se perciben diferencias significativas entre las zonas de alta vio­
lencia y el resto del país. Estos resultados no apoyan los reportados por
Londoño (1996) quien encuentra una asociación negativa entre el capi­
tal social y la tasa de homicidios. Infortunadamente no se presenta en
dicho trabajo la metodología precisa para la construcción del indicador

73 Ardila (1995), Defensoria del Pueblo (1996), Umaña (1995).


74 Cuéllar (1997).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 189

de capital social que permita evaluarlo y compararlo con los resultados


de la encuesta que aquí se reporta. Hay sin embargo algunos elementos
sociales y culturales para los cuales sí aparecen, en esta misma encuesta,
diferencias importantes entre las zonas más violentas y las demás. Está
en primer lugar la participación en actividades religiosas, que parece
fortalecerse con la violencia. Mientras en las zonas de alta violencia se
reporta un 30% de pertenencia a alguna organización religiosa, en la
zona menos violenta el porcentaje es del 14%. Además, en las primeras
un 87% se considera miembro activo contra un 71% en las segundas. Un
23% de los encuestados en la zona de violencia asistió a algún oficio
religioso en los últimos 6 meses contra un 11% en la zona menos violen­
ta7^. Está en segundo lugar algo así como la calidad del tejido social, en
términos de su capacidad para rechazar la violencia y que, lamentable­
mente, muestra deterioro y acomodo a los mayores niveles de conflicto.
Ante la afirmación "el uso de la violencia para conseguir metas políticas
nunca es justificable" un 62% de los encuestados en las zonas pacíficas
manifestó estar "totalmente de acuerdo" contra un 37% en las zonas de
mayor violencia. Mientras en la zona más pacífica un 70% de los encues­
tados manifestó que "definitivamente no le gustaría tener de vecinos" a
perwnas que hayan matado o robado, en las zonas violentas este por-
cemaje baja al 63%. Para los narcotraficantes las cifras respectivas son
del 45% y el 35%7576. Está por último la participación en las Juntas de
Acción Comunal, que sí muestra ser sensible a la violencia. En efecto,
mientras a nivel nacional el 10% de los hogares manifestaron pertenecer
a una Junta de Acción Comunal (JAC), un 8% dijo ser miembros activos
y un 8% asistió a una reunión en los últimos 6 meses, en las zonas de
violencia los porcentajes respectivos fueron del 6%, 3% y 3% y en la
zona menos violenta las cifras resultaron ser del 11%, 10% y 10%. Las
JAC son organizaciones con gran importancia en el sector rural (17% de
participación contra 6% en el área urbana) y con mayor importancia
para los niveles bajos de ingresos que para los altos (11% de asistencia
en el último semestre en los primeros, contra 5% en los segundos)77.

75 Cuéllar (1997).
76 Cuéllar (1997).
77 Cuéllar (1997).
190 CRIMEN E IMPUNIDAD

El primer economista colombiano en llamar la atención sobre el efec­


to que un ambiente violento podría tener sobre el potencial de los pro­
cesos de inversión, producción e intercambio fue Jesús Bej araño, a
finales de la década pasada. Este autor señala varios efectos de la violen­
cia: afecta la actividad económica, por la interrupción de circuitos im­
portantes; tiene un efecto sobre la inversión, los precios de la tierra, y la
disponibilidad de trabajo. Además puede tener efectos regionales espe­
cíficos. Hace una evaluación de los efectos sobre el sector agropecuario
basada en trabajos de campo en Urabá. Las entrevistas a los agricultores
muestran que la inseguridad se percibe como un factor adicional entre
los que pueden afectar la producción. Analiza el impacto de diversos
indicadores -homicidios, secuestros, acciones armadas, la población
bajo presión, invasiones de tierras- y concluye que aunque el impacto
agregado puede ser pequeño, porque las zonas agrícolas más importan­
tes no están bajo amenaza, regionalmente el impacto es mucho mayor78.
Thoumi (1990) también hace un análisis en las mismas líneas.
Varios trabajos econométricos realizados en el último par de años,
tienden a corroborar estas inquietudes y coinciden en que la violencia
está afectando tanto la formación bruta de capital como el crecimiento
de la productividad. En Rubio (1995) se propuso la posibilidad de un
impacto de la violencia sobre la inversión y la productividad de los fac­
tores. Con datos agregados a nivel nacional se corroboró estadística­
mente esta hipótesis. Bonell et al. (1996) re-estimaron tres modelos de
inversión para Colombia previamente publicados entre 1976 y 1990.
Luego de introducir la tasa de homicidios dentro del conjunto de varia­
bles explicativas, ampliar el período de observación y actualizar los pro­
cedimientos econométricos, encontraron que la violencia contribuye a
la explicación de la inversión y la afecta negativamente. Parra (1997)
adiciona a las especificaciones tradicionales del acelerador y del costo de
uso de capital de la función de inversión, un indicador de capital huma­
no y la tasa de homicidios. Encuentra que, en efecto, sí se observa un
impacto negativo, y significativo, de la violencia sobre la inversión y
concluye que si la violencia en Colombia regresara a niveles normales
para el patrón latinoamericano, la relación inversión/piB podría alcanzar

78 Bejarano (1988).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 191

niveles actualmente observables en países de alto crecimiento (30%).


Estudios de corte transversal para explicar las diferencias de crecimiento
entre países a nivel latinoamericano y en los cuales se incluye la tasa de
homicidios como elemento explicativo, tienden a confirmar estos resul­
tados79. Con datos departamentales Plazas (1997) encuentra que el cri­
men que más ha afectado la evolución regional de la productividad es
el secuestro. Para llegar a esta conclusión utiliza series departamentales
de homicidios de la Policía Nacional que parecen tener problemas pues­
to que no son consistentes con la serie nacional de la misma institución.
Esto podría alterar la conclusión en el sentido que el secuestro tenga un
mayor impacto que el homicidio. Varios trabajos econométricos señalan
un efecto de la violencia sobre la productividad de los factores.
En Chica (1996) se resumen los resultados de los tres trabajos econo­
métricos realizados en el marco del Estudio Nacional sobre Determi-
nantes del Crecimiento de la Productividad. En los dos que se inclinaron
a considerar la violencia como uno de los determinantes de la produc­
tividad, se encontraron efectos de la violencia y en uno de ellos se en­
contró una influencia tan robusta como la utilización de capacidad y el
crecimiento del empleo. En un ejercicio econométrico Fajardo (1996) en­
cuentraa resultados estadísticamente robustos que confirman un efe, efecto
negativo de la violencia sobre la productividad. Sánchez, Rodrigue:;z y
Núñez (1996), también con estimaciones econométricas, encuentran
una incidencia negativa de los aumentos en las tasas de homicidios so­
bre el crecimiento de la productividad.
La metodología utilizada para medir el impacto de la violencia sobre
la formación de capital o sobre la productividad, es relativamente ho­
mogénea. En todos los trabajos de este grupo se especifica un modelo
que incluye la tasa de homicidios dentro del conjunto de variables ex­
plicativas y se hace una estimación econométrica. En algunos de ellos80
se hace un reconocimiento explícito de que la tasa de homicidios debe
tomarse como un "proxy" del deterioro institucional.
La manera como a nivel micro, se está dando ese efecto que se per­
cibe en los datos agregados, sólo ha sido estudiada en detalle para el

79 En particular el hecho que la violencia afecta más las decisiones de inversión que
las de producción. Corbo (1996).
80 Rubio (1995).
192 CRIMEN E IMPUNIDAD

sector agropecuario81. Para la industria y los sectores urbanos se dispone


tan sólo de una encuesta de victimización a empresas8283 y de numerosas
encuestas de percepción entre los empresarios®.
Un efecto indirecto que, para terminar, vale la pena mencionar, es el
que se podría estar dando por la vía de los llamados costos de transac­
ción. Se ha postulado84 que esta fuente de ineficiencia -que surge no en
la etapa de producción de los bienes sino en el momento del intercam­
bio- depende en forma crítica de la información con que cuentan los
empresarios y de la calidad de las instituciones, o reglas del juego. La
información es pertinente para las transacciones porque los individuos
involucrados en ellas deben estar en capacidad de medir los atributos
de lo que se está intercambiando. Cualquier transacción implica una
alteración en los derechos de propiedad sobre el bien o servicio que se
transa. Los agentes tienen por lo tanto interés en conocer y medir las
características de las mercancías, en informarse acerca del paquete de
derechos que está involucrado en el intercambio. Esta tarea es costosa.
El segundo elemento que genera costos alrededor de las transacciones
tiene que ver con la manera como se elaboran y se cumplen los acuerdos
y los contratos que rodean un intercambio. Es precisamente de los
problemas relacionados con la especificación de los derechos y con la
medición de los atributos de lo que se está transando que surge la im­
portancia de las reglas del juego bajo las cuales se realiza el intercambio.
La economía neoclásica tradicionalmente ha supuesto que el marco le­
gal, las costumbres, la cultura, las instituciones que soportan el inter­
cambio son eficientes en el sentido de que contribuyen a minimizar los
costos de transacción.
No es difícil imaginar los efectos devastadores que sobre la calidad
de estos dos elementos puede tener un ambiente caracterizado por la
violencia, las amenazas, una justicia débil y unos actores armados pode­
rosos.

81 Ver al respecto los trabajos de Bejarano o Escobar (1994).


82 Realizada en Bogotá y sólo en 5 sectores. Ver un resumen de los resultados en
Rubio (1996a).
83 Un resumen de los resultados de encuestas trimestrales de opinión se encuentra
en Escobar (1996).
84 Ver por ejemplo North (1990).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 193

En estas mismas líneas, Bejarano (1996), con base en estudios de caso


para el sector agrícola en la región de Urabá, plantea como efectos la
desadministración, el ausentismo de los propietarios, la rotación de ad­
ministradores con poca autoridad, el robo de insumos, la baja en la ca­
lidad, y la aversión al riesgo de los prestamistas.
No es fácil identificar trabajos en los que se analicen los efectos de
las lesiones no fatales, o de la violencia intrafamiliar sobre la actividad
económica, o sobre la inversión. Lo único en las líneas de lo que se ha
hecho en otros países sobre secuelas de este tipo de violencia8586 sería el
trabajo de Knaul (1997) que analiza el impacto de algunos indicadores
de violencia en el hogar sobre la inasistencia escolar en Bogotá.

Efectos redistributivos

Aunque el impacto más directo y medible de la violencia y el crimen es


de naturaleza redistributiva y aunque en principio la distribución del
ingreso es, con la eficiencia, una de las preocupaciones básicas de la
disciplina económica, es sorprendente la escasa referencia que se hace
en los trabajos realizados por economistas sobre costos de la violencia a
e£)a dimensión del problema. Thoumi (1994) y Kalmanovitz (1990) son
aos de los pocos analistas del narcotráfico que hacen alusión explícita al
problema de la gran redistribución de la propiedad que se dio en Co­
lombia por efecto de esa actividad. Rocha (1997) analiza la estructura
interna de la industria y hace referencia a la gran concentración que allí
se observa. Rubio (1997b, 1997d) también hace alusión al problema re­
distributivo asociado con el crimen. Thoumi (1990) hace alusión al pro­
blema de la redistribución sectorial y al posible efecto de "enfermedad
holandesa".
De manera recíproca también es sorprendente, en los estudios sobre
distribución del ingreso en Colombia, la falta de referencias a la colosal
redistribución de ingresos y de riqueza que se dio en el país en las últi­
mas décadas como resultado de las actividades ilegales .

85 Como los de Morrison y Orlando para Chile y Nicaragua. En Larraín (1998) se


encuentran referencias a otros trabajos sobre prevalenda y consecuencias de la violencia
doméstica en América Latina.
86 Ver por ejemplo Leibovitch (1998).
194 CRIMEN E IMPUNIDAD

Las estimaciones globales acerca del monto anual de los recursos


que se transfieren en Colombia de manera ilegal, sugieren varios co­
mentarios. El primero es que los órdenes de magnitud son consider­
ables. Anualmente se les impone a los colombianos, de manera ilegal, el
equivalente a una o dos reformas tributarias. El segundo comentario es
que, en términos de los recursos envueltos, el narcotráfico ocuparía ya
un modesto lugar después de las rentas de la riqueza que a lo largo de
dos décadas se acumuló de manera ilegal, de los ataques a la propiedad
del Estado y posiblemente de los robos, fraudes y atracos que sufren los
hogares y las empresas. También vale la pena destacar el hecho que las
transferencias ilegales en Colombia están lejos de ser un asunto exclusi­
vamente penal. El monto de los recursos sobre los cuales algunos colom­
bianos adquieren propiedad de manera ilegítima y cuya protección
corresponde a instancias administrativas, civiles o laborales, serían de
una magnitud similar a aquéllos cuya vigilancia depende de la esfera
penal.
Existen dos cifras sobre las cuales se sabe muy poco y son las relacio­
nadas con los ataques a la propiedad que sufren las empresas y con la
corrupción estatal. Las tres encuestas de victimización disponibles en el
país se han hecho a los hogares. Un esfuerzo exploratorio para captar lo
que pasa con las empresas muestra que en la actualidad los ataques cri­
minales constituyen un problema importante para el sector productivo
colombiano. En 1995, el 31.4% de las empresas -de una muestra de 256
firmas de sectores no-transables en la ciudad de Bogotá- fueron víctimas
de un robo, el 27.3% de robos internos, el 18.3% de atracos, el 16.7% de
estafas, el 13.6% de actos violentos, el 13.1% de amenazas, el 12.5% de
solicitudes de soborno, el 8.6% de actos de piratería, el 4.0% de extorsión
y el 2.8% de secuestro87.
Hay varios elementos adicionales de índole redistributiva que vale
la pena señalar. El primero tiene que ver con la concentración de exor­
bitantes ingresos ilegales en manos de unos pocos criminales. Se estima
que unas doce organizaciones controlan las exportaciones de drogas ile­
gales88. De acuerdo con lo que se rumora, con las magnitudes de las

87 Rubio (1996).
88 Rocha (1997).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 195

fortunas ilegales del narcotráfico o con lo que se ha estimado89 constitu­


yen los ingresos anuales de los grupos guerrilleros, el país habría sufrido
un retroceso de varias décadas en materia redistributiva. Otra manifes­
tación de esta dinámica la constituye la enorme redistribución de ri­
queza que se ha dado en Colombia mediante la concentración de la
propiedad rural90. La concentración de la propiedad rural se ha dado no
sólo como resultado de las compras de tierra con los ingresos del narco­
tráfico. Otra modalidad es la compra de propiedades desvalorizadas
por efecto del conflicto armado y que se concentran en agentes armados
con el poder para defenderlas y pacificarlas. Se habla en el país de terra­
tenientes, armados, con varios millones de hectáreas. Se estima que un
1.3% de los propietarios controla el 48% de las mejores tierras91. Así, la
concentración actual de tierras sería más regresiva que la observada a me­
diados de los años cuarenta, cuando se estimaba que el 3% de los pro­
pietarios tenían un 50% de la tierra. En síntesis, en materia de la
distribución del ingreso producida por el crimen y la violencia, el dete­
rioro podría ser de tal magnitud, y la atención que ha recibido el proble­
ma es tan poca, que bien vale la pena dejarlo planteado como área
prioritaria de investigación en materia de política social.
La consolidación de las actividades criminales en el país ha tenido
coj
o
* efecto adicional una importante reasignación sectorial de los re­
cursos en contra de los segmentos legales de la sociedad. Los estimati­
vos que se pueden hacer acerca de los ingresos promedios en las
diferentes modalidades del crimen resultan ser varias veces superiores
a los ingresos de trabajo al alcance de los colombianos que no optan por
las carreras criminales.
La última anotación acerca del impacto redistributivo de la violencia
es que algunos trabajos recientes indican que los mayores efectos nega­
tivos se estarían dando sobre los segmentos más pobres de la población.
Una encuesta realizada a nivel nacional muestra que aunque la propor­
ción de víctimas de ataques criminales es mayor en el estrato alto, los
estimativos de las pérdidas por parte de las víctimas son mayores, pro­

89 Ver Granada y Rojas (1995).


90 Sánchez (1989).
91 Reyes (1997).
196 CRIMEN E IMPUNIDAD

porcionalmente, en el estrato más bajo92. La respuesta de los hogares


ante los ataques también parece sensible al nivel socioeconómico. Mien­
tras en el estrato bajo un 52% de las víctimas manifestó no haber hecho
nada y únicamente el 5% acudió a la justicia, en el estrato alto estos
porcentajes fueron del 34% y el 22%. La información disponible para
Bogotá también muestra importantes diferencias por niveles de ingreso
en las consecuencias de un hecho violento sobre los hogares. Mientras
que menos del 1 % de los hogares en el estrato socioeconómico más bajo
pusieron en conocimiento de las autoridades el hecho violento del cual
fueron víctimas, en los estratos altos más del 12% elevaron denuncia. En
estos mismos niveles altos de ingreso, más del 6% de las familias proce­
dieron a contratar vigilancia privada. Ninguno de los hogares de estrato
bajo tuvo, o pudo tener, ese tipo de reacción. Por el contrario, en los
niveles inferiores del ingreso, parece presentarse una mayor inclinación
a responder por cuenta propia ante el hecho violento. Perczek (1996). La
información sobre los casos penales que llegan a ser juzgados muestra
que, tanto para las víctimas como para los agresores, la posibilidad de
contratar un abogado afecta el resultado de las sentencias93. En cuanto
a la violencia rural, el sector más perjudicado sería el de los campesinos
y el mayor impacto económico estaría representado en la reducción de
la productividad y el abandono de las fincas. A estas conclusiones se
llegó después de consultar a alcaldes de todas las regiones del país. El
42 por ciento de ellos opinó que la inseguridad rural golpea con mayor
énfasis a los campesinos pobres, seguidos de los hacendados y los co­
merciantes de provincia94.
Así, se podría estar dando una causalidad por mucho tiempo igno­
rada entre la pobreza y la violencia: por la incapacidad económica para
suplir privadamente las deficiencias en los servicios públicos de seguri­
dad y justicia, los hogares de bajos ingresos serían más sensibles a las
consecuencias de la violencia que aquéllos de los estratos altos. La evi­
dencia acerca del efecto del nivel socioeconómico sobre la probabilidad

92 Cuéllar (1997).
93 Ver Rubio (1997a).
94 Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura I1CA ver "Campesi­
nos: el blanco de la violencia", El Tiempo, mayo 16 de 1996.
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 197

de ser víctima de un hecho violento no es clara para Colombia, o bien se


presentan importantes diferencias a nivel regional. Para Bogotá, y con
base en los datos de la Encuesta Pobreza y Calidad de Vida de 1991,
Perczek (1996) reporta que el 39% de las víctimas de homicidio eran
miembros de hogares del estrato más bajo de la población, en los dos
estratos más altos no se reportó ninguna víctima; el 100% de las víctimas
pertenecían a los estratos 1 a 4. A nivel nacional en la encuesta reportada
en Cuéllar (1997) no se encuentran diferencias significativas por estrato
en los hogares víctimas de homicidio.

Impacto institucional

Acerca del impacto de la violencia sobre las instituciones, el campo más


estudiado en Colombia ha sido el efecto del narcotráfico sobre el sistema
penal de justicia. Saiz (1997) hace un recuento de la asociación en el
tiempo entre actos de terrorismo, violencia y amenazas y modificacio­
nes al régimen penal en la última década. Uprimmy (1997) analiza en
detalle el efecto sobre la administración de justicia. La visión que se tie­
ne acerca de la influencia de la guerrilla o los paramilitares sobre el sis­
tema judicial es mucho más incompleta. Como se discutirá en detalle más
pelante, la información a nivel municipal sugiere varias consecuen­
cias negativas de la presencia de organizaciones armadas sobre dis­
tintos indicadores de desempeño de la justicia penal. Molano (1997)
ofrece testimonios sobre el funcionamiento de la "justicia guerrille­
ra". Otros trabajos ofrecen alguna evidencia puntual con respecto a
este punto95.
Acerca de la penetración de los llamados "dineros calientes" en la
actividad política, la impresión que queda es que el trabajo académico y
sistemático se ha quedado rezagado con relación a la abundante refe­
rencia de los medios de comunicación. Un esfuerzo en esas líneas se
hace en Garría y Betancourt (1993). De todas maneras, en esta área la
misma noción de evidencia es débil, y parece necesario acudir a trabajos
que están a mitad de camino entre lo académico y lo periodístico. En

95 Ver por ejemplo Cáceres (1997), Nemogá (1996), Rubio (1988a), Salazar (1994) j
Santos (1997).
198 CRIMEN E IMPUNIDAD

este campo la literatura es abundante y no vale la pena reseñarla toda .


*
Peñate (1991,1998) ofrece una descripción, para el Arauca, de las inter­
ferencias de la guerrilla en la actividad política local. Uribe (1992) analiza
en detalle el ejercicio violento del poder en la zona esmeraldífera.
El único trabajo académico disponible sobre las prácticas violentas
en el medio escolar, las relaciones entre las comunidades, la escuela y la
violencia y algunos testimonios de maestros en zonas de influencia gue­
rrillera es el de Parra et al. (1997). Sigue siendo descriptivo y no ofrece
información acerca de la incidencia de las prácticas violentas -de alum­
nos, maestros y comunidades- en el medio escolar.
Quintero y Jimeno (1993) analizan las relaciones, en ambas vías, que
existen entre los medios de comunicación y la violencia. Sugieren que
los ataques y amenazas a los medios no han sido aislados sino que obede­
cen a una acción coherente y sistemática para alterar su comportamien­
to y afectar la información. Existe un grupo de trabajos que abordan,
desde distintas ópticas, el problema de cómo la violencia y el crimen
generan condiciones favorables a su reproducción. Los enfoques van
desde modelos formales96 97 y análisis de series de tiempo98 hasta ensayos
antropológicos en donde se analizan los elementos que, de la violencia
en el hogar contribuyen a la violencia en la calle99 pasando por estudios
que, con distintas metodologías, ofrecen evidencia sobre las interrela­
ciones entre las distintas organizaciones armadas y la criminalidad100.
A pesar de que, por las informaciones de prensa, se percibe en el país
un creciente papel de las ONG's y de la Iglesia en la mediación del con­
flicto, no es posible identificar ningún trabajo sobre los efectos de la vio­
lencia en la asignación de recursos y tareas de tales instituciones. Para el
sector salud, como ya se mencionó, la preocupación por los gastos en
atención médica a las víctimas de la violencia ha dejado de lado el aná-

96 Entre los trabajos recientes ver por ejemplo Castillo, Fabio (1996) Los nuevos jine­
tes de la cocaína, Bogotá: Editorial Oveja Negra, y Torres, Édgar y Armando Sarmiento
(1998) Rehenes de la rhafia. Bogotá: Intermedio Editores.
97 Gavina (1997), Pósada (1994).
98 Gómez (1997).
99 Como por ejemplo los trabajos de Jimeno y Roldán (1996,1998).
100 Los trabajos de Echandía y Bejarano adoptan una aproximación geográfica. Los
de Jaramillo, Salazar y la Corporación Región ofrecen amplia evidencia testimonial.
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 199

tisis de peculiaridades colombianas, como por ejemplo el hecho que, en


algunas regiones, los médicos encuentran cada vez más difícil mantener
una posición neutral frente al conflicto101. Un último elemento institu­
cional tiene que ver con la evidencia, que ya se señaló, acerca de cómo
la consolidación de la violencia y la criminalidad están afectando nega­
tivamente la calidad de la información que se tiene acerca de estos fenó­
menos.

El impacto sobre la justicia penal colombiana

Una de las preocupaciones recurrentes de la teoría económica del cri­


men ha sido el efecto de la justicia penal sobre las actividades delictivas.
Se ha postulado que la probabilidad de ser capturado, y la de ser sancio­
nado, son factores que afectan las decisiones de los criminales. Se ha
dado por descontado que éstas son variables sobre las cuales el Estado,
perfectamente informado acerca de la realidad criminal, mantiene el
control. Las teorías criminológicas son menos unánimes en cuanto a la
efectividad del sistema penal sobre los comportamientos delictivos,
pero aun las más escépticas suponen cierto grado de autonomía de la
justicia penal. En ambos casos, se ha ignorado el efecto que las organi-
zaoDnes criminales pueden tener sobre el desempeño del sistema judicial.
Tal es el tema de esta sección, en la cual se argumenta, con referencia al
caso colombiano, que la violencia, y en particular la ejercida por organi­
zaciones armadas, puede constituirse en un obstáculo a la adecuada ad­
ministración de justicia penal en una sociedad.
En una primera parte, muy breve, se rescatan los elementos de la
literatura económica que sirven para enmarcar conceptualmente la no­
ción de endogeneidad del sistema penal de justicia. Posteriormente se
hace referencia a la evidencia disponible acerca del efecto de la violen­
cia, y las amenazas ejercidas por los grupos armados, sobre las distintas
etapas de los procesos penales. Con información a nivel de los munici­
pios colombianos, se busca rastrear el impacto que tienen los grupos
armados y se sugiere que éste se inicia con alteraciones en la disponibi­
lidad y la calidad de la información acerca de la violencia.

101 Conversaciones sostenidas con médicos vinculados id sector salud.


200 CRIMEN E IMPUNIDAD

Son básicamente tres los cuerpos de teoría económica disponibles


para analizar las interrelaciones entre la violencia y el funcionamiento
de la justicia penal en una sociedad.
Está en primer lugar la idea, derivada de la llamada nueva economía
política102, de que la anarquía "hobbesiana" es una situación transitoria.
Teniendo en cuenta la ineficiencia del desorden, "alguien" impone las
reglas del juego para el intercambio y la repartición del excedente que
se genera con este intercambio. Está en segundo término la noción, pro­
movida por la nueva economía institucional, que las reglas del juego, las
instituciones, no sólo son endógenas sino que, además, pueden no ser
contractuales, ni "productivas" en el sentido de que contribuyan siem­
pre a la eficiencia económica. Por lo general, se señala una relación entre
las reglas del juego imperantes y los intereses de los grupos más exitosos
bajo tales reglas del juego. Así, aparece en estas visiones una posible
explicación para la dinámica del sistema penal en una sociedad y es la
que tiene que ver con su acomodo a los intereses y objetivos de los gru­
pos más exitosos. Está por último, y a un nivel más aplicado, la teoría
económica de las mafias. El vínculo de las mafias con las nociones del
surgimiento del "tercer agente" que define y protege los derechos de
propiedad queda claro cuando se considera el rol estatal que juegan las
mafias en algunas regiones, o en los mercados ilegales. La compatibili­
dad con las ideas de la nueva economía institucional se da a través de la
observación que las mafias tienden a buscar el debilitamiento y la infil­
tración de los aparatos de seguridad y justicia.
C En síntesis, estas tres vertientes de la teoría económica predicen que
cuando un Estado no cumple con sus funciones coercitivas básicas, por
falta de presencia en un territorio, o en un mercado ilegal, surgen es­
pontáneamente instituciones paraestatales que lo remplazan103. Algu­
nos de estos paraestados pueden quedar limitados a una escala familiar,
o a pequeños grupos que ofrecen la estructura de autoridad necesaria
para establecer algunas reglas básicas de interacción y para dirimir con­
flictos. Existe, sin embargo, la posibilidad de que entre estos paraestadfiS
aparezcan organizaciones privadas, las mafias, con el poder suficiente
para imponer sobre regiones o segmentos de la sociedad sus propias

102 Ver por ejemplo Inman (1985).


103 Una formalizadón de esta idea se encuentra en Skaperdas y Syropoulos (1995).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 201

reglas del juego y sus mecanismos, generalmente violentos, para hacer- <
las cumplir.
El control que logran las mafias sobre un territorio, o un mercado, se
alcanza mediante el uso sistemático de la fuerza. Es la violencia, y pos­
teriormente la amenaza y la intimidación, lo que permite controlar mi­
litarmente una zona, solucionar conflictos, ampliar mercados, capturar
rentas, imponer tributos y, sobre todo, modificar las reglas del juego
imperantes.
Así, una de las principales características de la violencia asociada con
agentes armados organizados, es su capacidad para generar condicio­
nes favorables a su reproducción. Esta dinámica se enmarca bien dentro
del esquema propuesto por North (1990) del "sendero institucional"
bajo el cual las organizaciones exitosas de una sociedad moldean las
instituciones a su acomodo para ser cada vez más poderosas.
A nivel más específico, hay tres puntos de la literatura económica
sobre mafias que vale la pena rescatar para aproximarse al análisis del
desempeño de un sistema judicial ante grupos armados poderosos.
El primero, que ya se mencionó, tiene que ver con la tendencia de
las organizaciones violentas a controlar territorios, geográficos o funcio- r
nales,, y remplazar parcialmente al Estado, como administrador de jus- '
ticia^n sus labores coercitivas y de resolución de conflictos. El segundo?
punto está relacionado con el hecho que las mafias se especializan
ofrecer servicios de protección -contra terceros, contra ellas mismas o (
contra las consecuencias de incumplir las leyes-104. Se ha señalado que i
esta protección se lleva a cabo mediante la coordinación y la centraliza­
ción de las actividades de corrupción. El último punto tiene que ver con
el reconocimiento que los principales insumos del negocio de la venta
privada de protección son la violencia y la manipulación de la informa­
ción105.
Para Colombia la presión de los grupos violentos sobre el sistema
judicial durante las dos últimas décadas se puede empezar a corroborar
con la simple lectura de prensa. Para citar tan sólo los casos más noto­
rios, se puede mencionar el asesinato en 1984 del ministro de Justicia
Rodrigo Lara Bonilla, la toma del Palacio de Justicia en 1985, la muerte

104 Gambetta y Reuter (1995).


105 Gambetta (1993).
202 CRIMEN E IMPUNIDAD

del procurador Carlos Mauro Hoyos en 1988 y la del ex ministro de Jus­


ticia Enrique Low Murtra en 1991. Ya en 1987, cuando 53 funcionarios
judiciales habían sido asesinados, una encuesta realizada entre jueces
señalaba su preocupación por "la inseguridad para los miembros de la
rama"106. El 25.4% de los encuestados manifestaba que ellos o sus fami­
lias habían sido amenazados por razón de sus funciones. Posteriormen­
te las amenazas y asesinatos continuaron. Aun después de la época más
dura de la guerra contra el narcotráfico, los jueces se han visto más afec­
tados por la violencia que el resto de los ciudadanos, inclusive de aqué­
llos que residen en las zonas más violentas del país, o del personal de las
fuerzas armadas. A nivel nacional el 44% de los hogares se han visto
afectados por un homicidio cercano en el último quinquenio y en las
zonas de violencia este porcentaje es del 60%. La submuestra de la en­
cuesta de Cuéllar (1997) realizada con personal de la rama judicial,
muestra que para ellos el porcentaje es del 68%. Para las fuerzas arma­
das la proporción es del 61%. Los jueces, a diferencia del resto de la
población -que teme ante todo los atracos- se sienten más inseguros, y
consideran más probable la ocurrencia de incidentes como el homicidio
o el secuestro. Para la población general el delito que más se menciona
como "el que lo hace sentir más inseguro" es el atraco (20%), para los
jueces es el secuestro (23%) seguido del homicidio (21%). El temor al
homicidio entre los jueces es similar al que se observa en las zonas de
mayor violencia (24%). Mientras que el 40% de los ciudadanos conside­
ran que en el próximo año la ocurrencia del delito que más los hace
sentir inseguros como probable o muy probable entre los jueces, este
porcentaje es del 59%. En forma consecuente, los jueces como grupo
social están más armados que el resto de la población. El 29% de los
jueces encuestados manifestó que poseía un arma de fuego. Para el co­
lombiano promedio tal porcentaje es del 11 %107.
Paralelamente parece prudente no ignorar la cadena de coinciden­
cias que, en la última década, se han dado entre incidentes promovidos
por los grupos armados y las modificaciones al régimen penal colombia­
no. En Saiz (1997) se establece un paralelo entre los ataques a la rama
judicial y las modificaciones al Código Penal colombiano y al de proce­

106 Vélez et al. (1987).


107 Cuéllar (1997).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 203

dimiento. En particular se debe señalar la primera caída, por declaración


de inexequibüidad por parte de la Corte Suprema de Justicia, de la ley
que daba vigencia al tratado de extradición luego del asesinato de cua­
tro de sus magistrados entre 1985 y 1986 y la prohibición constitucional
a la extradición de nacionales en 1991 luego del secuestro de varias per­
sonalidades. Ver al respecto Noticia de un secuestro de Gabriel García Már­
quez. No sobra señalar acá que uno de los penalistas académicamente
más influyentes en el país fue no sólo defensor del llamado Cartel de
Cali sino uno de los más activos "lobbistas" en el Congreso en las discu­
siones de los proyectos de ley.
jCon las cifras judiciales agregadas a nivel nacional se puede identi­
ficar una asociación negativa entre la violencia, medida por la tasa de
homicidios, los grupos armados y varios de los indicadores de desem­
peño de la justicia penal. En las últimas dos décadas, la tasa de homici­
dios colombiana se multiplicó por más de cuatro. En forma paralela, se
incrementó la influencia de las principales organizaciones armadas. En
el mismo lapso, la capacidad del sistema penal para investigar los homi­
cidios se redujo a la quinta parte. Esta capacidad se puede medir con el
número de sumarios, o investigaciones formales, que se abren por cada
hoDácidio que se denuncia. Mientras en 1970 por cada homicidio que se
deíwnciaba se abrían 1.7 sumarios, en la actualidad sólo uno de cada
tres homicidios se investiga formalmente108. La proporción de homici­
dios que conducen a un juicio, que en los sesenta alcanzó a superar el
35%, es en la actualidad inferior al 6%. Mientras que en 1975 por cada
den homicidios el sistema penal capturaba más de 60 sindicados, para
1994 ese porcentaje se había reducido al 20%. Las condenas por homi-
ddio, que en los sesenta alcanzaban el 11% de los homicidios cometidos,
no pasan del 4% en la actualidad.
Estas asociaciones permiten dos lecturas. La tradicional sería que el
mal desempeño de la justicia ha incentivado en Colombia los compor­
tamientos violentos. En el otro sentido, se puede argumentar que uno
de los factores que contribuyeron a la parálisis de la justicia penal colom­
biana fue, precisamente, la violencia y en particular la ejercida por los
grupos armados.

108 Ver Rubio (1996).


204 CRIMEN E IMPUNIDAD

Una particularidad de la justicia penal colombiana, que ha sido su­


gerida como explicación de su actual incapacidad para aclarar los homi­
cidios, es la relacionada con su progresiva "banalización": la tendencia
a ocuparse de los delitos inocuos y fáciles de resolver en detrimento de
los más graves, los difíciles de investigar y aclarar. Un análisis preliminar
hecho a un conjunto de sentencias judiciales por homicidio tiende a
corroborar la idea de que los pocos casos de violencia que se juzgan son
de una naturaleza diferente, y menos grave que el grueso de los homi­
cidios que se cometen. Se analizaron 60 sentencias por homicidio en
Bogotá y otro municipio cercano. De este análisis vale la pena resaltar
que, mientras que en estas ciudades los datos de Medicina Legal mues­
tran una participación del 74% y del 53% de los homicidios con arma de
fuego, en los casos que llegaron a la justicia este porcentaje es tan sólo
del 32%. Un 75% de los homicidios juzgados había sido cometido por
un familiar o conocido de la víctima109.
Como ya se señaló en otro capítulo, en forma informal desde los
setenta y con la oficialización del vicio en el procedimiento a finales de
los ochenta, la investigación de los incidentes penales en Colombia se
limitó progresivamente a aquellos con "sindicado conocido" o sea a los
delitos prácticamente resueltos desde la denuncia por parte de las vícti­
mas. Sin duda, esta peculiaridad no sólo ha condicionado las relaciones
de los colombianos con su justicia penal -puesto que dejan de acudir a
ella cuando no conocen las circunstancias o los autores de los crímenes-
sino que ha beneficiado a los criminales profesionales, aquellos con ma­
yor capacidad para no dejar rastro de sus actuaciones, o para amenazar
a los denunciantes. Por esta vía se ha fortalecido en Colombia el círculo
vicioso entre desinformación e impunidad, recurrente en la literatura
sobre mafias.
Los datos de las encuestas de victimización disponibles en el país
también son útiles para analizar, partiendo de las reacciones de las víc­
timas ante los hechos violentos, las complejas interrelaciones que exis­
ten en Colombia entre la violencia y la justicia penal. Muestran cómo,
desde la base, las actitudes y respuestas de los ciudadanos están conta­
minadas tanto por las deficiencias de la justicia penal, como por un am­

109 Ver Beltrán (1997).


EL COSTO DE LA VIOLENCIA 205

biente de violencia e intimidación. En declaraciones a la prensa, funcio­


narios de la Cruz Roja enviados como observadores a Colombia, con
experiencia previa en lugares como Croacia, Azerbaiyán y Cisjordania,
manifestaban que "nunca habían encontrado un país (como Colombia),
donde la gente tuviera tanto miedo de hablar, que estuviera tan asusta­
da". Un habitante de la zona donde ocurrió una masacre recientemente
tenía muy claras las razones: "Aquí el que habla, no dura"110.
La sociedad colombiana se caracteriza no sólo por los altos niveles
de violencia, sino por el hecho que los ciudadanos no cuentan con sus
autoridades para buscar soluciones a los incidentes criminales. Aun para
un asunto tan grave como el homicidio, de acuerdo con la encuesta re­
alizada en 1991, más de la mitad de los hogares que habían sido víctimas
manifestaron no haber hecho nada y únicamente el 38% reportó haber
puesto la respectiva denuncia. En la encuesta de 1995, únicamente el
31% de los hogares reportaron haber acudido ante las autoridades para
denunciar los delitos. Un 5% aceptó haber respondido por su cuenta y
un poco más del 60% de los encuestados respondió que no había hecho
z nada.
Dentro de las razones aducidas por los hogares colombianos para no
denunciar los delitos vale la pena resaltar la importancia de dos. La pri­
mera, ¿peculiar y persistente en las tres encuestas de victimización, es la
de la "falta de pruebas", que es sintomática de la forma como el sistema
penal colombiano ha ido delegando en los ciudadanos la responsabili­
dad de aclarar los crímenes. En las 60 sentencias por homicidio analiza­
das en Bogotá y Zipaquirá se encontró que, en efecto, en un 93% de los
casos juzgados el agresor venía identificado desde la denuncia111.
La segunda razón que reportan los hogares es la del "temor a las
represalias" que entre la encuesta de 1985 y la de 1991 duplicó su parti­
cipación en el conjunto de motivaciones de los hogares para no denun­
ciar. Medellín se distingue no sólo por ser el sitio en donde el temor a las
represalias es más importante como factor para no denunciar los delitos
sino porque, a pesar de esto, la proporción de delitos puestos en cono­
cimiento de las autoridades es más alta que en el resto del país. Si se

110 Caballero, María Cristina (1997) "Mapiripán, una puerta al terror" Cambio 16, No.
215,28 de julio.
111 Beltrán (1997).
206 CRIMEN E IMPUNIDAD

excluye de la muestra el caso atípico de Medellín, la más violenta entre


las ciudades colombianas, para la encuesta realizada en 1995 el "temor
a las represalias" aparece como un factor con buen poder explicativo
sobre la proporción de delitos que se denuncian. Por otro lado, el temor
a las represalias como razón para no denunciar es más importante en las
ciudades con mayores niveles de violencia homicida. Aparece entonces,
para las ciudades colombianas, una asociación negativa entre la violen­
cia y la disposición de los hogares a poner en conocimiento de la justicia
la ocurrencia de hechos delictivos. La incidencia del temor a las repre­
salias como factor para no denunciar ha seguido, en las tres encuestas
realizadas desde 1985, una evolución similar a la de la tasa de homici­
dios en el país.
La decisión de denunciar la comisión de un delito también se ve
afectada por otros factores. En particular depende de si se conoce o no
a los infractores, presentándose una proporción tres veces superior en
el primer caso. Esta cifra corrobora la idea de que los colombianos acu­
den más al sistema judicial cuando los delitos no requieren de un mayor
esfuerzo investigativo para aclararlos.
La información más reciente muestra las mismas tendencias. En las
zonas más violentas, en donde los ataques criminales son más graves y
las víctimas estiman mayores los daños causados por los incidentes, el
conodmiento acerca de los infractores y las circunstancias es menor, la
tendenda a acudir a las autoridades también es menor y el temor a las
represalias como razón para no hacerlo es mayor. En las zonas de mayor
violenda la incidencia de homicidios en el último año fue del 3% contra
2% en las no violentas y los estimativos acerca de los ataques criminales
son diez veces superiores a los de las zonas no violentas. A pesar de lo
anterior, en las zonas violentas, el 51 % de los hogares no hizo nada ante
el delito más grave que los afectó, un 19% acudió a la Policía y un 12%
a la Fiscalía o a un juzgado. En la zona menos violenta estos porcentajes
fueron del 33%, el 27% y el 23%. El 29% de quienes no recurrieron a las
autoridades en las zonas no violentas hicieron alusión al temor a las
represalias. En la zona menos violenta este porcentaje es del 25% y en
otras zonas del país alcanza a ser del 7%112

112 Cuéllar (1997).


EL COSTO DE LA VIOLENCIA 207

Del análisis de la información a nivel municipal para 1995, el primer


punto que vale la pena destacar es que la presencia de agentes armados
en los municipios afecta negativamente la calidad de la información so­
bre violencia homicida. Un indicador elemental de calidad de las esta­
dísticas sobre muertes violentas se puede construir con base en las
diferencias que se observan entre las distintas fuentes. Para una fracción
importante de los municipios colombianos, más del 25%, se observa un
"faltante" en las cifras judiciales: los homicidios registrados por Medici­
na Legal, o por la Policía Nacional, superan la cifra del total de atentados
contra la vida reportada por el sistema judicial. La probabilidad de ocu­
rrencia de este fenómeno, que podría llamarse la "violencia no judicia­
lizada" (VNJ) se incrementa en forma significativa con la presencia de
guerrilla, narcotráfico o grupos paramilitares en los municipios. Así, se
habla de "violencia no judicializada" en un municipio cuando el núme­
ro de homicidios registrado por Medicina Legal, o por la Policía, es infe­
rior al total de "delitos contra la vida e integridad de las personas"
reportado en las estadísticas judiciales. La definición de la VNJ es conser­
vadora puesto que los delitos "contra la vida" incluyen no sólo los ho­
micidios sino las lesiones personales. La VNJ parece un buen indicador
de cahdad de las estadísticas judiciales. Resulta claro que para aquellos
municipios en los cuales la justicia no reporta unos homicidios que ha
registrado la Policía, la información que remiten los juzgados no merece
la misma credibilidad que los datos que se reciben de los municipios
donde esto no ocurre. Además, el hecho de que exista en el municipio
una regional de Medicina Legal contribuye a que disminuya la proba­
bilidad de que se observe ese sub-registro. Mientras que en un munici­
pio sin Medicina Legal y libre de actores armados la probabilidad de
violencia no judicializada es del 19%, la presencia de la guerrilla sube
esta probabilidad al 35% y la de grupos paramilitares al 47%. Una regio­
nal de Medicina Legal hace que estas probabilidades se reduzcan al 3%,
7% y 11 % respectivamente11 . Es interesante observar cómo para el con­
junto de municipios que presentan VNJ aun la calidad de las cifras de*

113 El cálculo de estas probabilidades se basa en la estimación de un modelo Logit


donde la variable dicótoma dependiente es la Violencia No Judicializada (VNJ) y las in­
dependientes son la presencia o no de grupos armados en todas sus combinaciones y
que haya o no una regional de Medicina Legal en el municipio.
208 CRIMEN E IMPUNIDAD

Medicina Legal parece deteriorarse. En particular, algunas correlaciones


extrañas entre las causales de muertes -homicidios, suicidios y muertes
naturales- que permiten sospechar que algunos homicidios quedan re­
gistrados bajo otras causales, cobran mayor importancia.
Por otro lado, la información disponible muestra que las estadísticas
judiciales, desde su base de denuncias, son sensibles a la vnj. En los
municipios donde se presenta este fenómeno, por lo general lugares
violentos, se observa que las denuncias por habitante, en todos los títu­
los del código, son en promedio inferiores a las de los municipios en
donde las cifras judiciales son consistentes con las de las otras fuentes114.
La asociación que se observa entre la VNJ, la presencia de agentes
armados y los bajos niveles de denuncias se puede explicar de varias
maneras; que reflejan, todas, deficiencias en el funcionamiento de la
justicia penal. Estas explicaciones son consistentes con un escenario bajo
el cual los agentes armados, las mafias, venden servicios privados de
protección, o de justicia.
Se puede pensar que el mismo factor, un agente armado, que impide
la judicialización de la violencia sea un factor de control de las otras
manifestaciones de la criminalidad. Se puede concebir la existencia de
mecanismos de justicia penal privada que compiten con la justicia ofi­
cial. Se puede imaginar un escenario bajo el cual algún agente armado
protege a los delincuentes de las acciones de la justicia. También se pue­
de pensar en que ese actor, haga que, por "temor a las represalias", los
ciudadanos dejen de poner denuncias. Tampoco parece arriesgado pen­
sar que en aquellas localidades en las cuales la Fiscalía y los juzgados no
registran todos los homicidios, los ciudadanos perciban cierta inoperan-
cia de la justicia que los desestimule a denunciar los incidentes crimina­
les. Se puede, por último, concebir que el factor que origina la VNJ pueda
también tener una influencia directa''sobre los funcionarios policiales o
judiciales que registran los demás incidentes penales.
El fenómeno de desjudicialización de la violencia afecta no sólo los
njveles de la criminalidad registrada en las denuncias sino que, además,
distorsiona la percepción que se tiene del efecto de los grupos armados
sobre esa criminalidad. Sin hacer un control de calidad a las estadísticas

114 Las diferencias de medias son estadísticamente significativas.


EL COSTO DE LA VIOLENCIA 209

judiciales se podría, por ejemplo, inferir de las cifras sobre denuncias


que la presencia de uno sólo de los agentes armados no tiene mayor
impacto sobre la delincuencia. El simple ejercicio de distinguir en la
muestra aquellos municipios para los cuales no existen dudas serias so­
bre la calidad de las estadísticas judiciales -o sea los que no presentan
VNJ— cambia esta conclusión: la criminalidad, sobre todo la de los delitos
contra la vida, es directamente proporcional a la presencia de agentes
armados. De las estadísticas de los municipios con VNJ se tendería a con­
cluir, por el contrario, que los grupos armados ponen orden en las loca­
lidades y reducen la criminalidad.
La combinación de los efectos que se acaban de describir hace que,
por ejemplo, en el municipio típico colombiano la presencia de algún
agente armado reduzca entre un 15% y un 25% el número de denuncias
puestas ante la justicia. Este efecto es peligroso pues puede generar un
círculo vicioso de misterio alrededor de las muertes violentas. Los pro­
cesos penales para investigar los atentados contra la vida constituyen,
en últimas, la "demanda" por servicios de necropsias. Los médicos le-
’gistas en Colombia no pueden tomar la iniciativa para realizar una ne­
cropsia: necesitan la orden de un fiscal o de la Policía Judicial. Esta
demanda por servicios de necropsia por parte de la justicia ha sido de-
termir^inte en la decisión de abrir oficinas regionales de Medicina Legal.
A su turno, la falta de una regional de Medicina Legal es un elemento
que aumenta la probabilidad de la "violencia no judicializada" fenóme­
no que, como ya se vio, reduce el número de investigaciones prelimi­
nares per cápifa que se abren. Así, es fácil concebir en Colombia la
circunstancia de un municipio, controlado por un agente armado, con
un alto número de homicidios, y en donde la violencia ni siquiera salga
a la luz de las estadísticas. Tal podría ser el caso en Colombia de los
municipios esmeraldíferos tradicionalmente muy violentos y que no
cuentan en la actualidad con una oficina de Medicina Legal.
La influencia de los agentes armados sobre las cifras judiciales no se
limita a su impacto negativo sobre los delitos denunciados. Dado un
número de denuncias, la VNJ afecta negativamente la apertura de inves­
tigaciones formales o sumarios. La influencia de los distintos factores en
este caso es más difícil de aislar. El efecto contemporáneo de la VNJ sobre
los sumarios es negativo y estadísticamente significativo, aun cuando se
combina esta variable con el número de investigaciones preliminares.
Sin embargo el número de sumarios que se abre en un municipio pre­
210 CRIMEN E IMPUNIDAD

senta una gran inercia y depende más de los sumarios abiertos el año
anterior que de las denuncias del año corriente. Los sumarios del año
anterior también se pudieron ver afectados por la VNJ. De todas mane­
ras, aun cuando se introduce como variable explicativa el número de
sumarios del período anterior, la variable VNJ muestra un efecto negati­
vo y significativo al 85% para los delitos contra la vida. Visto de otra
manera este efecto, la VNJ, junto con la tasa de homicidios, afecta nega­
tivamente el número de sumarios que se abren por cada denuncia. Para
esta magnitud, que mediría la "capacidad investigativa" del sistema pe­
nal, se puede señalar una asociación negativa con las tasas de homicidio
a nivel nacional.
Se percibe también un efecto tanto de la violencia homicida como de
los agentes armados sobre las prioridades implícitas de la justicia penal
a nivel municipal115. Es precisamente en los municipios menos violen­
tos, o sin presencia de agentes armados, en donde la participación de
los atentados contra la vida, dentro de los casos de los cuales se ocupa
51a justicia, es mayor.
Así, en forma consistente con el escenario de unas mafias que impi­
den que se investiguen los homicidios, se encuentra una asociación nega­
tiva, estadísticamente significativa, entre la violencia en los municipios
y el interés del sistema judicial por aclarar los atentados contra la vida.
También se encuentra que la presencia de más de un agente armado en
un municipio tiene un efecto demoledor sobre las prioridades de la jus­
ticia, en contra de los delitos contra la vida. Para tener una idea de la
magnitud de este impacto baste con señalar que la presencia de dos
agentes armados en un municipio tiene sobre las prioridades de inves­
tigación de la justicia un efecto similar al que tendría el paso de una
sociedad pacífica a una situación de guerra. Se toma como indicador de
las prioridades la participación de los sumarios por delitos contra la vida
en el total de sumarios y se explica esa variable en función de la tasa de
homicidios y la presencia de agentes armados. La presencia de dos
agentes es la que resulta más significativa. Se comparan los coeficientes
de estas dos variables. Se encuentra que el efecto de pasar de 0 a 2 el
número de agentes armados en el municipio es similar al que tendría un

115 La prioridad que la justicia le asigna a la violencia se puede aproximar con lí


participación de los sumarios por delitos contra la vida en el total de sumarios.
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 211

aumento de la tasa de homicidios en 150 homicidios por cien mil habi­


tantes. Tal es la diferencia en tasas de homicidio entre, por ejemplo, los
países europeos y El Salvador.
Para resumir, el análisis de los datos sobre desempeño judicial, vio­
lencia homicida y presencia de los grupos armados en los municipios
colombianos sugiere una historia interesante. El efecto inicial de los
agentes violentos sobre el desempeño de la justicia penal colombiana se
estaría dando a través de la alteración, en ciertos municipios violentos,
en el conteo de los homicidios por parte de los fiscales y los jueces. La
información disponible es bastante reveladora acerca de la génesis del
misterio alrededor de las muertes violentas en el país: el sistema judicial.
Los muertos empiezan a desaparecer de las estadísticas en las cifras que
remiten los juzgados. Difícil pensar que si existe desinformación en
cuanto al número de homicidios habrá alguna claridad acerca de las
circunstancias en que ocurrieron las muertes, o acerca de los autores de
esos crímenes.
Este primer desbalance entre lo que el sistema judicial registra y lo
que realmente está ocurriendo, estaría afectando las percepciones de los
ciudadanos acerca de la justicia y su voluntad para recurrir a ella para
denunciar todo tipo de delitos. Parece lógico el escepticismo de los du­
dadnos con un sistema judicial que reconoce la existenda de un núme­
ro de homicidios inferior a los que realmente ocurren. El fenómeno de
baja denuncia que se observa ante la presencia de agentes armados pue­
de, en principio, darse en forma paralela con una reducción o con un
incremento en la delincuencia. Los datos no son contundentes al res­
pecto pero sugieren más un escenario de aumento en la criminalidad.
Las respuestas de los hogares acerca de los factores que se cree afectan
la delincuenda en sus regiones tiende a dar apoyo a la idea que los agen­
tes armados contribuyen a la inseguridad. A nivel nacional, el 73% de
los hogares encuestados considera que la presencia de guerrilleros hace
que aumenten los delitos, un 5% considera que los disminuyen y un
20% cree que no tienen efecto. Para los grupos paramilitares, los porcen­
tajes son muy similares (70%, 6% y 21%). Es interesante observar cómo
en las zonas de menor violencia el porcentaje de hogares que opina que
los guerrilleros aumentan la delincuenda (79%) es significativamente
mayor al de los hogares que piensan lo mismo en las zonas de alta vio­
212 CRIMEN E IMPUNIDAD

lencia (57%). Con los grupos paramilitares la diferencia es un poco me­


nor (74% contra 61%)16.
Testimonios disponibles en el país permiten, sin embargo, sospechar
que en algunas localidades los grupos armados entran a poner orden,
reduciendo las tasas delictivas11. La presencia de más de un agente ar­
mado en una localidad tiene ya un efecto devastador sobre la justicia
que parece convertirse entonces en una verdadera "justicia de guerra"
bajo la cual el mayor número de muertes violentas conduce a un menor
interés de la justicia por investigarlas, y mucho menos por aclararlas. En
síntesis, los datos muestran que es por la desinformación alrededor de
la violencia por donde parece iniciarse la influencia de los agentes ar­
mados sobre la justicia penal colombiana. A partir del momento en que
la justicia, en sus estadísticas y seguramente en su desempeño, se em­
pieza a alejar de la realidad, se dan las condiciones para ese círculo vi­
cioso de desinformación y oferta de servicios privados de protección en
el que, nos dice la teoría, surgen y se consolidan las mafias.

¿Para qué tos costos?

Una de las contribuciones intelectuales más importantes de la disciplina


económica al análisis de los fenómenos sociales ha sido el estudio de los
costos, o sea la consideración sistemática de todas las oportunidades alter­
nativas. El concepto del costo de oportunidad tiene dos componentes.
Uno tiene que ver con la conveniencia de ir más allá de los pagos, o
costos contables, como factores determinantes de las decisiones. El
segundo, la consideración de todas las alternativas, hace énfasis en la
conveniencia de adoptar una visión global de las relaciones y de sus
posibles repercusiones en otras esferas.
En términos del cálculo de los costos como herramienta de soporte
para el diseño de las intervenciones, se pueden distinguir dos instan­
cias. La más elemental consiste en dar una señal de alarma sobre el im­
pacto social de algún fenómeno, e indicar la necesidad de acción
pública. Esta instancia se basa, por lo general, en un inventario de los
gastos, de las oportunidades perdidas y en la identificación de los sec­

116 Cuéllar (1997).


117 Tal parecería ser el caso para Medellín. Ver Corporación Región (1997).
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 213

tores más afectados. No parece arriesgado afirmar que el estado actual


del debate en América Latina en materia de los costos de la violencia no
se encuentra mucho más allá de este punto.
La segunda instancia, más sofisticada, es la relacionada con el análi­
sis costo-beneficio de un conjunto de intervenciones alternativas. En
principio, la comparación de los costos y los beneficios de las distintas
intervenciones es una poderosa herramienta para lograr eficiencia en la
asignación de recursos públicos. En el área del crimen y la violencia, la
correcta utilización de esta metodología, la evaluación de proyectos, se
enfrenta con limitaciones, tanto de información como conceptuales, que
la hacen prácticamente inaplicable.
- En otra dimensión, el diseño de políticas relacionadas con el manejo
de externalidades, una sugerencia económica fundamental es la identifi­
cación del agente que genera tales externalidades para hacer, mediante
intervenciones, que dicho agente internalice todos los costos de sus ac­
ciones y se vea incentivado a reducirlas. En América Latina, aun a nivel
conceptual, se está lejos de una aproximación de este tipo. Con contadas
excepciones, el crimen y la violencia se toman casi como desastres natu­
rales, o misteriosas enfermedades, no sólo porque no se entiende bien
su origen sino porque se supone implícitamente que no están benefi­
ciando a nadie.
/En términos de la llamada teoría económica del crimen, cuya orien­
tación actual se destaca por la aplicación del modelo de escogencia ra­
cional a las conductas criminales, vale la pena recordar que ésta era una
preocupación que se reconocía secundaria en el trabajo inicial de Gary
Becker. El objetivo primordial de dicho trabajo era sugerir herramientas
económicas para la asignación de los recursos estatales en la tarea de
controlar el crimen. La idea esencial sigue siendo que tal asignación
debe hacerse de acuerdo con los costos sociales que genera cada con­
ducta criminal.
En esa dirección, un área que está siendo ignorada por los actuales
estudios sobre costos de la violencia, es la relacionada con los costos
implícitos en los códigos penales que, para cada sociedad, han estable­
cido claras prioridades en términos de las conductas que se deben com­
batir, e incorporan una valoración implícita del daño social de cada una.
Si se trata de comparar los costos relativos de, por ejemplo, un robo, un
homicidio y un secuestro, para, con base en esto, sugerir prioridades de
intervención parecería mucho más factible, realista, y eficiente, compa­
214 CRIMEN E IMPUNIDAD

rar las penas que la sociedad ha establecido para cada una de estas con­
ductas punibles, en lugar de irse por la vía, tortuosa, de tratar de estimar
unos costos, en los cuales el bulto a nivel social lo constituyen magnitu­
des intangibles, con base en una información tan precaria como la dis­
ponible actualmente sobre el crimen. Esta flagrante ignorancia por parte
de los economistas de un problema que históricamente ha sido tratado
y discutido por otras disciplinas, ilustra bien una de las grandes limita­
ciones del "enfoque económico" en el tratamiento del tema de la vio­
lencia: el querer colonizarlo, como "empezando de cero", sin tener en
cuenta la tradición de su estudio.
Aun haciendo caso omiso de esta última observación, en la medición
de los costos de la violencia subsisten serias dificultades. La primera de
ellas es la dimensión distributiva del impacto del crimen, sobre la cual
la economía tiene muy pocas sugerencias normativas. La segunda es la
dificultad para valorar la vida humana, y establecer comparaciones y
prioridades de intervención entre los atentados contra las personas, los
ataques a la propiedad y los crímenes contra el Estado. La tercera tiene
que ver con lo complicada que ha resultado la cuantificación del impac­
to social de actividades como el narcotráfico, la corrupción, la guerrilla
o la actuación de otras organizaciones armadas. La última dificultad tie­
ne que ver con la idea, errónea, de que el tamaño de la industria del
crimen guarda una relación directa con las pérdidas sociales que tal ac­
tividad ocasiona. Esta noción está posiblemente basada en un supuesto
muy discutible de Becker, que plantea que las industrias ilegales son
competitivas y que por lo tanto lo que los criminales obtienen es equiva­
lente a los recursos que invierten en el desarrollo de esas actividades y
que se podrían dedicar a otros fines. Si se abandona este supuesto es
fácil argumentar que lo que produce cualquier crimen constituye una
pérdida únicamente para la víctima. Es un costo privado. Socialmente,
son dos los efectos: una redistribución de la riqueza y, sobre todo, un
debilitamiento de los derechos de propiedad que puede implicar, ese sí,
unos costos sociales. Sin embargo, la magnitud de esos costos puede no
guardar ninguna relación con el monto transferido.
El mayor vacío de la corriente actual de trabajos sobre costos de la
violencia es la tendencia a ignorar por completo a los agresores, que son
precisamente los agentes que están generando los costos sociales. La
recomendación económica ante un problema de esta naturaleza -un
agente que, con sus decisiones, se beneficia privadamente e impone so­
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 215

bre la sociedad unos costos que él no asume- es bastante directa: se debe


identificar al agente que genera los costos e imponer sobre él unas res­
tricciones o impuestos para que, de alguna manera, internalice los cos­
tos sociales y, mediante un nuevo cálculo de la rentabilidad de sus
actividades, perciba incentivos adecuados para reducirla. En el área del
crimen esta línea de política va en la misma dirección de lo que las so­
ciedades desarrolladas han encomendado a sus sistemas de justicia pe­
nal: identificar a los infractores y aplicarles las restricciones o impuestos,
en este caso las penas, que la sociedad ha considerado deben recibir.
La confusión en este sentido es tal que algunas recomendaciones
que se hacen en la actualidad son un total contrasentido en términos de
los incentivos que conllevan. La lógica es la siguiente: se calculan unos
"costos de la violencia", se hace caso omiso de quién los está generando,
se encuentra que son enormes y se le recomienda a la sociedad que,
para evitarlos, se le debe dar una retribución económica, pagada por
todos, a quien los genera.
Es difícil no percibir alrededor del tema de los costos de la violencia,
o del eufemismo del precio de la paz, la existencia de agendas ocultas.
La magnitud del impacto, la prioridad que se le debe asignar al tema,
han sido hábilmente utilizados por quienes desde las instancias de de-
cisá^n, legales e ilegales, no dejan pasar una disculpa adicional para tra­
mitar recursos públicos.

Otros aportes de la economía

Más allá de la labor, aún inconclusa, de estimar los costos de la violencia,


como aportes de la economía a la comprensión de la violencia en Co­
lombia, se deben destacar la orientación empírica de la disciplina, la bús­
queda de nuevos cuerpos de teoría que den cuenta de lo que muestran
los datos y, en particular, la formulación de modelos de comportamiento
que permitan avanzar en la comprensión de los actores involucrados.
Una característica de los trabajos recientes sobre violencia, a la cual
han contribuido tanto los economistas como los profesionales de la sa­
lud pública, ha sido el uso más intensivo de los datos y el progresivo
abandono de los enfoques puramente deductivos. Esta reorientación es
fructífera. Nada remplaza el esfuerzo sistemático por observar la reali­
dad, sobre todo en un área tan rodeada de prejuicios y de misterio como
la violencia colombiana.
216 CRIMEN E IMPUNIDAD

El simple análisis de los datos agregados sobre violencia ha puesto


en evidencia las limitaciones del diagnóstico predominante. Fuera del
altísimo nivel de las tasas de homicidio durante la última década y la alta
concentración geográfica, que ya se destacaron, aparecen con insisten,
cia: una gran incapacidad de la justicia penal para investigarlas; una
creciente desinformación alrededor del fenómeno; síntomas de subre­
gistro al nivel más básico de contabilidad de las muertes; señales de ses­
gos en la clasificación de las defunciones y evidencia en el sentido que
el misterio y la desinformación son proporcionales a los niveles de la
violencia.
Estas peculiaridades de la situación colombiana permiten desafiar la
noción de una violencia esencialmente impulsiva y rutinaria. El abismo
que existe, tanto en número como en características, entre la violencia
que se contabiliza y la que llega a los juzgados no es consistente con la
idea de una violencia que surge de hábitos y costumbres generalizados
entre los ciudadanos. Como tampoco lo son los esfuerzos por ocultar los
cadáveres, el afán por alterar la clasificación de las defunciones o el te­
mor a denunciar o hacer públicas las causas de los homicidios. Detrás
de la desinformación y la intimidación hay claros síntomas de intencio­
nalidad y de profesionalización de la violencia.
Así, el enfoque económico ha contribuido a fortalecer la idea que
detrás de los actos de violencia hay individuos que toman decisiones,
que buscan unos fines, que obtienen algún tipo de beneficio y cuyo
comportamiento es necesario entender. Se ha revaluado el rígido esque­
ma deductivo, heredado de pensadores del siglo pasado, de unos acto­
res colectivos cuyas acciones están completamente determinadas por el
entorno socioeconómico.

Las limitaciones del enfoque económico


Los avances logrados por la disciplina económica en el estudio de la
violencia no implican que por esta vía se estén ofreciendo ya respuestas
satisfactorias a los interrogantes básicos. Son varias, e importantes, las
dificultades que enfrenta el enfoque económico para estudiar la violen
cia. Las limitaciones se pueden agrupar en cuatro grandes rubros,
primero tiene que ver con los datos: con la escasa atención que la may
parte de la profesión le presta a los problemas de recolección, o evalué
ción de la calidad, de la información, y con la mala capacidad para u
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 217

lizar evidencia distinta de la estadística. El segundo tiene que ver con lo


difícil que ha sido para la disciplina modelar los procesos históricos, las
actividades no competitivas con rendimientos crecientes y los fenóme­
nos de localización espacial. El tercer rubro se refiere a lo inadecuados
que resultan, cuando se analizan las conductas violentas, algunos de los
supuestos básicos del modelo de comportamiento de los agentes racio­
nales. El último rubro tiene que ver con el escaso interés que ha mostra­
do la disciplina por desarrollar una teoría del comportamiento que
tenga en cuenta las diferencias de género.
A pesar del buen dominio de la disciplina económica sobre los mé­
todos cuantitativos, y de su capacidad para formalizar y contrastar hi­
pótesis, no puede dejar de señalarse su mala capacidad para la labor,
más artesanal, de auscultar directamente la realidad, de recoger la infor­
mación. El punto de la disponibilidad y calidad de los datos es crítico
para el crimen y la violencia por la marcada tendencia hacia el no regis­
tro de los incidentes. Son pocas las relaciones sociales tan rodeadas de
misterio intencional. Por otro lado, porque para las agencias de seguri­
dad y justicia se presenta un conflicto de intereses ante esta labor: como
las cifras se utilizan para evaluar el desempeño de estas agencias hay
claros incentivos para la desinformación. La mala calidad de los datos
colombianos confirma estos temores.
w Ante la precariedad de las estadísticas oficiales sobre crimen y vio­
lencia y ante la aversión de los economistas por otros tipos de evidencia,
como los testimonios o las historias de vida, no sorprende su limitado
aporte a la descripción de la violencia, para no hablar del análisis de sus
causas.
El segundo conjunto de dificultades tiene que ver con algunas pecu­
liaridades de la teoría económica que restringen su capacidad para
analizar la violencia. Se debe mencionar, por ejemplo, la naturaleza
esencialmente ahistórica del enfoque. El énfasis en las decisiones hacia
adelante -en el margen- tiende, de partida, a negar la importancia del
Pasado. La situación colombiana muestra que a cualquier nivel -perso­
nal, local, regional o nacional- hay detrás de la violencia una historia
Que se debe tener en cuenta, y que debe ser investigada. Inevitable­
mente, la adopción del enfoque económico distorsiona la visión de la
Vl°lencia. Generaliza entre los ciudadanos, caricaturizados con un
a§ente típico sin memoria, las conductas de unos pocos individuos, u
°rganizaciones, con un denso historial. Otra particularidad de la teoría
218 CRIMEN E IMPUNIDAD

económica que dificulta su aproximación a la violencia es la debilidad


del tratamiento de la dimensión espacial. Para cualquier observador de
la violencia colombiana, la geografía del conflicto, la influencia regional
de ciertos actores, los territorios, son asuntos esenciales. El problema de
la localización de las actividades en el espacio, la geografía económica
es algo que está, por el contrario, casi ausente del cuerpo de la teoría'
económica moderna. Otra dificultad teórica que vale la pena destacares
la del apego de la economía al paradigma de la competencia entre em­
presas sin grandes economías de escala. Para los economistas, han sido
particularmente difíciles de modelar las situaciones de competencia im­
perfecta o los procesos de monopolización de ciertas actividades, sobre
todo cuando los límites a esta tendencia son territoriales. Esta es, preci­
samente, la situación más corriente en el área de las actividades crimi­
nales: la progresiva concentración de recursos y de poder en unos pocos
agentes que controlan territorios.
El tercer gran capítulo de las limitaciones de la economía para el
análisis de la violencia tiene que ver con varios de los supuestos básicos
del modelo de escogencia racional. Uno de los supuestos más debatibles
de dicho modelo es el de los gustos, o preferencias, estables y homogé­
neos entre individuos. La costumbre de los economistas de utilizar en
sus análisis la figura de un agente típico representativo, distorsiona el
estudio de ciertas conductas cuya distribución entre la población no es
uniforme. La situación de una comunidad asediada por unos pocos
criminales sencillamente no puede modelarse suponiendo que esto
equivale, en el agregado, a que todos los ciudadanos son un poquito
criminales. En algunos trabajos económicos sobre crimen se mencionan
de manera tangencial cuestiones como las propensiones a incumplir la
ley, las barreras morales, o la aversión al riesgo. Tales características de
los individuos se toman como un dato exógeno y, en el mejor de los
casos, se suponen normalmente distribuidas entre la población. La evi­
dencia sobre los actores violentos en Colombia sugiere, por el contrano,
una marcada dicotomía: hay homicidas, parecen ser muy pocos, y e
grueso de la población sencillamente no es homicida, ni hace en forma
permanente evaluaciones costo-beneficio para serlo.
El supuesto de las preferencias estables se torna aún más precano
cuando se tiene en cuenta lo que sugieren diversos testimonios, en
sentido de que la violencia presenta características de comportamient°
adictivo. No todos los homicidios que comete un individuo son equiva'
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 219

lentes en términos de las barreras morales que deben franquearse. Son


recurrentes las referencias al hecho de que la experiencia del primer
homicidio es crítica y es radicalmente distinta a la de los subsiguientes.
gS; en muchos casos, la única que presenta serios obstáculos internos.
En el mismo sentido apunta la evidencia sobre los ritos de iniciación a
los que son sometidos los asesinos a sueldo de las organizaciones crimi­
nales. El reclutamiento tiene casi siempre como requisito el haber asesi­
nado a una persona bajo el supuesto que los siguientes homicidios no
presentarán mayores trabas.
Estrechamente vinculada con el punto anterior, está la circunstancia
de la economía como disciplina que estudia decisiones cotidianas y re­
petitivas para las cuales es razonable suponer que los agentes desarro­
llan habilidades de previsión de las consecuencias de sus acciones y de
cálculo de los beneficios y costos asociados con cada una de ellas. En
forma opuesta a este escenario idealizado, las historias de vida sobre
criminales en Colombia muestran que las conductas violentas no con-
cuerdan bien con la idea de una evaluación permanente de situaciones
que se repiten sino con decisiones críticas que se toman pocas veces en
la vida -ingresar a la guerrilla, traficar con droga, matar a alguien- y que
definen patrones de vida. En muchas de estas decisiones críticas parece
haber un gran componente emotivo e irracional -como el ánimo de ven­
ganza, el deseo de cambiar la sociedad, la presión de los amigos- que
tampoco encaja bien en la figura de un exhaustivo cálculo de costos y
beneficios. No es accidental que haya en ellas un ímpetu de juventud,
contrario a la idea de decisiones maduras y calculadas. Además, una vez
tomada la decisión parece generarse una dinámica, basada en la presión
de grupo, o en las amenazas, o en fuerzas psicológicas, que hace difícil
dar marcha atrás y determina las conductas posteriores a tal decisión.
Otro de los supuestos del modelo económico que resulta debatible
para el estudio de la violencia, es el de las preferencias exógenas. Lo que
muestran con fuerza los datos colombianos es que la violencia y el cri­
men tienen una enorme capacidad para generar condiciones favorables
a su reproducción. En forma contraria a los postulados básicos de la
teoría económica del crimen, que supone unos individuos con una pro­
pensión a las conductas delictivas independiente del entorno social, la
evidencia sugiere que la decisión de convertirse en criminal es sensible
al entorno, y no simplemente en términos de las restricciones legales
4ue la sociedad impone sobre los individuos, sino a nivel de las normas
220 CRIMEN E IMPUNIDAD

sociales que tales individuos consideran legítimas, internalizan y por


ende incorporan a sus preferencias. Por otro lado, la experiencia colom­
biana muestra cómo aun el sistema judicial puede tornarse endógeno y
amoldarse a los intereses de los criminales más poderosos.
Dentro de los innumerables factores de riesgo asociados con el cri­
men y la violencia, hay un elemento que aparece en muchísimos estu­
dios, no sólo en Colombia sino en todo el mundo, y en todas las épocas:
se trata de un asunto entre hombres, y más específicamente entre varo­
nes jóvenes. Los avances recientes en el estudio de la agresión en otras
especies, que muestran también marcadas diferencias por sexo y por
edades, apuntan en la misma dirección. Así, de las ciencias biológicas
viene con fuerza el argumento de que ciertos comportamientos tienen
un claro componente masculino y que la violencia puede no ser algo
exclusivamente social o cultural. De acuerdo con esta visión, los genes,
el cerebro y las hormonas deben tener algo que ver en el hecho que la
gran mayoría de los crímenes violentos sean cometidos por hombres en
edad temprana. La economía, como las demás ciencias sociales, no pa­
rece aún preparada para manejar las diferencias de género y, en general,
los determinantes biológicos del comportamiento.
Como limitación adicional de los economistas para aproximarse a un
fenómeno como la violencia colombiana, está el incipiente desarrollo
que aún se observa en la comprensión de las instituciones, las "reglas
del juego". Aunque los economistas se han interesado recientemente
por estos temas y el volumen de literatura es ya considerable, el conoci­
miento acerca de cómo surgen y evolucionan las instituciones es todavía
incipiente. Ni siquiera para una de las instituciones más importantes de
la teoría económica, la empresa, se tiene claridad acerca de su manera
de operar, o de la lógica de su existencia. Otra institución particularmen ­
te apreciada por los economistas, el mercado, continúa siendo una cons­
trucción teórica, más normativa que positiva, sin mayor sustancia. Si
esta ignorancia se da para arreglos institucionales que están en el centro
de las preocupaciones de la disciplina, sería ingenuo pretender actual­
mente aportes significativos de la economía sobre las instituciones re
cionadas con la guerra, la protección de los derechos, los atentados a
propiedad, el cumplimiento de la ley, o las agresiones físicas o las amo
nazas.
Ante su mala capacidad para modelar las instituciones, los econ^
mistas normalmente las ignoran adoptando implícitamente el supues
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 221

de que la calidad institucional es uniforme a lo largo del tiempo, o entre


regiones.

ECONOMÍA, VIOLENCIA Y POLÍTICAS PÚBLICAS

Fuera de las limitaciones en los datos, y en las teorías para analizarlos,


existen en el área de la violencia varios elementos que hacen compleja
la relación entre el diagnóstico y el diseño de políticas y entre estas últi­
mas y su puesta en marcha. A continuación se discuten algunas de las
particularidades del enfoque económico que hacen difícil tanto los li­
ncamientos como la ejecución de las políticas contra la violencia.
Un aspecto de particular interés es el de la relación del economista
con el soberano. El primer punto que se debe destacar es la ingenuidad
con que tradicionalmente el primero ha supuesto que se comporta el
segundo. Las caricaturas del planificador o el dictador benevolente con
infinita información, idoneidad, sapiencia y buenas intenciones están
siempre implícitas en los trabajos de los economistas. En últimas, el go­
bierno sigue siendo para la economía una caja negra -tan carente de
sustancia como la empresa o el mercado- a la cual le entra información
y de la cual salen políticas públicas con las que supuestamente se está
majfimizando algo parecido a una función de bienestar social. La capa­
cidad para comprender las instituciones gubernamentales es particular­
mente débil en un campo como el control de la violencia en Colombia,
en donde confluyen organismos y entidades -fuerzas armadas, rama
judicial, ONGs, presiones internacionales- tan variados como disímiles
en cuanto a sus objetivos y a sus formas de operación. Ni siquiera de la
piedra angular de las políticas públicas para los economistas, la búsque­
da de la eficiencia, se puede afirmar que tenga un lugar destacado en la
agenda de preocupaciones de tales instituciones.
Las instancias de intervención gubernamental familiares al econo-
mista casi siempre constituyen lo que Ronald Coase ha denominado
ejercicios de economía de tablero: se supone que toda la información
Recesaría para la toma de decisiones está disponible y el economista, en
e tablero, hace todo bajo el supuesto de que en el mundo real todo
sucederá de la misma manera. No parece necesario profundizar en lo
^adecuado que resulta este escenario en áreas tan complejas en materia
e ejecución como el orden público, la seguridad, el respeto de los de-
rechos humanos, la prevención del delito o la investigación criminal.
222 CRIMEN E IMPUNIDAD

Un punto crítico es el relacionado con la presunción del monopolio


de la fuerza en cabeza del Estado. Cualquiera de las intervenciones que
maneja la economía da por descontado el poder coercitivo del Estado
sobre todos los demás agentes. En situaciones extremas de violencia,
como la colombiana, tal supuesto es en extremo dudoso. Así, la asesoría
del economista al gobernante se complica, o se reduce al absurdo, cuan­
do lo que se busca es quitarle recursos, o imponerle restricciones, a un
agente sobre el cual no se tiene el suficiente poder coercitivo. La situa­
ción es aún más grave cuando se pierde claridad acerca de quién es el
verdadero soberano.
A diferencia de otras áreas de la economía, o de la realidad social, en
donde la arquitectura de las políticas tiene a veces un gran valor agre­
gado y el problema de la ejecución es relativamente simple, en el área
del crimen y la violencia se da la situación contraria: resulta casi obvio
saber qué se debe hacer y la gran dificultad radica en saber cómo hacer­
lo. Ante tal situación, los gobernantes, y los analistas, optan por extrañas
alternativas, de fácil ejecución, que simplemente le hacen el quite al bul­
to del problema.
Infortunadamente, las reservas en la capacidad del economista para
asesorar al soberano en el diseño y ejecución de políticas contra la vio­
lencia, o en la búsqueda de la paz, no parecen exclusivas de esta disci­
plina. La falta de realismo en la visión de los gobernantes y la relación,
que se supone automática, entre el diseño de las políticas y su satisfac­
toria ejecución, parecerían ser denominadores comunes a todas las cien­
cias sociales. Cada disciplina supone que existe el soberano que le
gustaría que existiera y hace, desde el tablero, las recomendaciones que
considera pertinentes. Es escasa la preocupación por la forma como ta­
les acciones se llevarán a cabo. También es precario el esfuerzo que se
hace por analizar con los eventuales ejecutores las posibilidades éxito de
las políticas.
Un aspecto preocupante de las intervenciones que se han propuesto
en Colombia en materia de violencia es que, en su mayoría, no han con­
tado con el suficiente soporte empírico, o con una evaluación de su via­
bilidad. Se basan, por lo general, en las buenas intenciones.
Gran parte de las políticas recientes contra la violencia en Colombia
han estado basadas en dos elementos contradictorios entre sí. Mientras
que por un lado se afirma que el conflicto armado es responsable de un
número reducido de muertes violentas y que, por defecto, el grueso de
EL COSTO DE LA VIOLENCIA 223

la violencia resulta de los problemas de convivencia entre ciudadanos,


por el otro se recomienda, como gran prioridad para reducir la violen­
cia, para encontrar la paz, la negociación con los grupos alzados en ar­
mas. El elemento de la violencia que ha sido ignorado tanto en términos
de diagnóstico como de intervención es el de la criminalidad, fenómeno
para el cual las recomendaciones no pasan de ser unos llamados gené­
ricos a fortalecer la justicia o a la aplicación, también vaga y difusa, de
medidas preventivas.
Para el conjunto de la literatura disponible en el país, parece haber
una infortunada relación inversa entre el aporte de los trabajos a la com­
prensión del problema de la violencia, su realismo, su contenido de in­
formación, por un lado, y las sugerencias de intervención por el otro.
Los estudios que son ricos en evidencia, los que más se han aproximado
a la observación directa son precisamente aquellos que reconocen la
complejidad del problema, la precariedad del diagnóstico y por lo tanto
son más tímidos en términos de recomendaciones de política. Por el
contrario los trabajos más simplistas, los de naturaleza casi deductiva,
son los más prolíficos en materia de posibles intervenciones.
No hay, dentro de los trabajos realizados hasta la fecha, ni siquiera
dentro del creciente volumen de esfuerzos hechos por economistas,
ninvuno que presente una correspondencia entre la estimación de los
costos sociales de la violencia y las prioridades de acción en materia de
políticas.
Qué hacer

Pregunta: "¿En qué momento debe sentarse un gobierno a hablar con


los terroristas: cuando ha quedado probada la sinceridad de su anuncio
de abandonar las armas o antes incluso de que eso ocurra?
Respuesta: El primer paso es el cese de la violencia. Y cuando termina
la violencia, entonces puede tener lugar un proceso. Es muy difícil
seguir hablando con alguien si mantiene la violencia o si sigue amena­
zando"1.

En materia de violencia, paz, negociaciones y diálogos, para encontrar


opiniones que no riñan con la evidencia, que no pisoteen los principios,
y que no insulten el sentido común parece necesario buscar más allá de
nuestras fronteras. Frente a estos temas, para no sentirse extravagante,
es preciso aferrarse a lo que dice gente completamente aislada de ese
mar de inconsistencias, eufemismos, misterio, engaño, o abiertas ame­
nazas, que rodean el debate en el país.
La-manipulación, y sin duda el temor, han llegado en Colombia al
extremo de contaminar el lenguaje. Ya no se pueden llamar las cosas por
su nombre. Ya no se pueden describir las situaciones como lo que son.
Ante un grupo armado que supuestamente lucha por la paz, que
además dice haber entrado en una etapa de diálogo franco y abierto con
la sociedad, pero que continúa secuestrando en forma casi aleatoria, que
vuela un oleoducto en el que mueren medio centenar de personas y que
reconoce con orgullo y de manera pública tal acción, no está bien visto
en Colombia utilizar la palabra terrorista. Eso sería poner piedras en el
camir^ie la paz. Como también parece serlo mencionar la palabra se­
cuestro cuando se priva a las personas de su libertad y se exige el pago
de un rescate.
Pero esos son los vocablos que en las democracias del mundo y en la
legislación internacional se utilizan para este tipo de conductas. Ningún
observador neutral, o ningún juez en el mundo, cuando las víctimas

1 Entrevista a John Hume, líder del Partido Soáaldemócrata y Laborista del Uslter
desde 1979 y galardonado, junto con David Trimble, con el Premio Nobel de la Paz. El
País, octubre 25 de 1998, p. 14.
225
226 CRIMEN E IMPUNIDAD

extranjeras empiecen a promover la apertura de investigaciones sobre


lo que ocurre en Colombia, tratará de hacer malabarismos para encajar
estos crímenes bajo otros rótulos.
Ante un grupo armado que invocando medidas de seguridad para
sus líderes impone en una región restricciones a la movilización de las
personas, establece un virtual toque de queda, provoca la huida de ciu­
dadanos y se reserva la facultad de ahuyentar foráneos e intrusos, resul­
ta desacertado hablar de abusos, o de atentados a los derechos más
elementales. Eso también se tomaría como un ataque frontal al proceso
de negociación. Así los reportes sobre lo que ocurre en esas zonas coin­
cidan más con lo que sucede bajo las más terribles dictaduras que con lo
que caracteriza un territorio libre y una democracia.
La capacidad de torcer la realidad es tal que el pedir como requisito
para negociar que los diálogos no se hagan bajo la sombra de las ame­
nazas se considera un obstáculo al proceso, o una extravagancia.
Es difícil saber en Colombia hasta dónde se va a estirar y torcer el
vocabulario; hasta dónde se van a sacrificar los principios; hasta dónde
se van a reducir los patrones éticos y morales; hasta dónde se va a ma­
quillar la realidad... con tal de no desafiar la frágil voluntad de diálogo
de unas organizaciones armadas que cada vez parecen exigir mayores
dosis de surrealismo.
Lo que dicen los analistas del conflicto armado colombiano es que el
país se encuentra en una situación de virtual empate: ninguna de las
partes envueltas tiene posibilidades reales de ganar. Eso parece ser lo
que ocurre en materia militar. En el terreno de la política, de la ideología,
de la disponibilidad de información sobre la realidad del país, de los
esquemas mentales para analizarla, de las supuestas soluciones para su­
perar los problemas, de'como se reparten los costos de tales soluciones,
el triunfo de la subversión sobre el establecimiento colombiano es indis­
cutible.
El campo de la violencia, el crimen y el orden público es tal vez aquel
en donde el triunfo es más impresionante. El discurso de la guerrilla
colombiana en materia de violencia se impuso de tal manera, o la sub­
versión se apoderó tan hábilmente de la sabiduría convencional sobre
la violencia, que en la actualidad uno y otra son inseparables. Coinciden
en las causas y como atacarlas, en los costos y quien debe asumirlos, en
los remedios y a donde se deben dirigir.
QUÉ HACER 227

Lo más asombroso es que la visión colombiana sobre la violencia que


derivó, o se originó, en el discurso de la subversión se impuso en el país
a pesar de un buen acervo de evidencia en contra. Esta armoniosa sim­
biosis ideológica entre un establecimiento y sus más férreos opositores
en armas, a espaldas de la realidad y los principios, ha terminado por
generar confusión y desconcierto. Y mucha violencia.
El país ya no sabe muy bien a quién se le debe pedir protección.
Nadie está seguro de quién manda en las cárceles. En algunas ocasiones
se ha llegado a oír que la guerrilla no acepta dialogar con grupos "al
margen de la ley".
La confusión es tal que, en el área del crimen y la violencia en Co­
lombia, ya no es fácil distinguir las causas de los efectos. El discurso va
por un lado y los hechos por otro. Se acepta el postulado que el entorno
social determina los comportamientos criminales. La realidad nos
muestra unos criminales cuyas decisiones configuraron una nueva so­
ciedad. Se afirma que la pobreza es el caldo de cultivo del delito. El país
está aprendiendo que una buena fórmula para empobrecer una comu­
nidad es la generalización del crimen. Antes de siquiera poder debatir
si la justicia penal afecta las decisiones criminales, resultó un sistema
judicial amenazado, infiltrado y manipulado por los delincuentes. Sin
haber podido entender si el problema se originó por deficiencias de la
educación, la sociedad colombiana se encontró con organizaciones ar­
madas con capacidad para pervertir cualquier sistema educativo, o cual­
quier institución. Se pensaba que en el origen de todos los males,
incluida la violencia, estaba el problema de la falta de equidad en la
distribución del ingreso y en el acceso al poder. La realidad actual nos
muestra una democracia perversa en la que casi cualquiera, siempre que
tenga acceso a las armas, puede controlar ingentes recursos y acumular
enorme capacidad de decidir el destino de sus conciudadanos.
No parece aventurado argumentar que mientras no se dé el paso
elemental de tratar de adaptar el discurso a lo que ocurre, en lugar de
torcer o maquillar los hechos para que encajen en el discurso, no se po­
drá avanzar mucho en materia de diálogos. Para no hablar de reducir la
violencia.
Uno de los aspectos más paradójicos alrededor de la violencia co­
lombiana es el de la inclinación tanto de las clases dirigentes como de
algunos intelectuales para, por un lado, convencerse de la relativa inde­
pendencia entre las "distintas violencias" y, por otro lado, para desvir-
228 CRIMEN E IMPUNIDAD

tuar la naturaleza del fenómeno. Tal vez la falla más protuberante del
diagnóstico actual sobre la violencia, y de las medidas de política orien­
tadas a su control -como las restricciones a la venta de alcohol, o los
planes de desarme- ha sido el afán por generalizar, sin mayor sustento
empírico, ciertas conductas que, por el contrario, parecen focalizadas en
unos pocos, poquísimos, actores violentos. A pesar de los diferentes ti­
pos de evidencia, el país se resiste a reconocer que en las últimas dos
décadas ha estado en medio de una prolongada guerra contra y entre
distintas organizaciones armadas. Se sigue pensando, por ejemplo, que
la llamada delincuencia común y el conflicto armado son asuntos mar­
ginales y totalmente aislados y se insiste en la noción de que el bulto de
la violencia colombiana es un fenómeno, cotidiano y natural, de la vida
colectiva. Se supone que es algo irracional, sin ganadores.
Hay una idea de Norbert Elias que puede ayudar a entender esta
paradoja. Cuando los seres humanos sienten menguada su capacidad
para controlar cualquier conjunto de eventos, se da una tendencia na­
tural a pensar que tales eventos tienen un alto componente emocional.
Y entre más emotiva se torna la visión de los problemas, mayor es la
incapacidad para formular modelos adecuados y realistas de esos pro­
blemas. Así, ante las limitaciones del establecimiento colombiano para
entender, y con mayor razón para controlar, a los principales actores
violentos se volcó el diagnóstico hacia lo emotivo, lo irracional, lo idea­
lizado. Una de las sociedades que en mayor medida se distingue a nivel
mundial por el poder y la variedad de sus organizaciones armadas se
destaca también por la importancia que le presta, en el diagnóstico de la
violencia y en las políticas públicas para enfrentarla, a cuestiones como
las riñas, el alcohol, o -el papel y los estudios estadísticos aguantan
todo- a las enfermedades mentales2. O al llamamiento a la buena volun­
tad de las partes en conflicto.
A nivel individual, se ha encontrado que cuando a la gente se la
confronta con evidencia que va contra sus creencias, tiende a cuestionar
la credibilidad de tal evidencia, a negar su pertinencia o a tratar de tor-

2 Ver por ejemplo Londoño, Juan Luis (1996). "Violencia, psychis y capital social
-Notas sobre América Latina y Colombia". Segunda Conferencia Latinoamericana so­
bre Desarrollo Económico- Bogotá.
QUÉ HACER 229

cerla para encajarla en los prejuicios3. La gente puede guardar dudas


alrededor de sus creencias pero evita buscar evidencia cuando piensa
que tal evidencia puede ser perturbadora. En algunos casos se puede
llegar a concebir maniobras, malabarismos, tanto de ideas como de ac­
ción, para evitar saber lo que realmente ocurre. Sospechar algo no es lo
mismo que saberlo. Mientras no se sepa la verdad, lo que los individuos
creen no se puede decir que es falso. Así, muchas veces la desinforma­
ción puede ser intencional. Preguntas obvias que revelarían informa­
ción que no es bienvenida no se hacen. "Se llega a acuerdos implícitos y
se crean arreglos sociales para dejar que lo previsible siga imprevisto y
lo sujeto a conocimiento desconocido"4. Sólo cuando la evidencia se
vuelve abrumadora, se empiezan a alterar las creencias originales para
acomodar las discrepancias. Infortunadamente en el país, aún se está
muy lejos de tener evidencia suficiente para desvirtuar arraigados mitos
y prejuicios. Por esa razón hay que insistir. Insistir en que sabemos muy
poco sobre la violencia. Insistir en la tarea de buscar información. Insistir
en que los violentos también mienten. Insistir en la necesidad de afinar
y modernizar el diagnóstico, depurándolo de la ideología, como una
base indispensable para la adopción de acciones realistas. O de procesos
de paz que pretendan ser exitosos.

Para saber lo que pasa: medir, medir, medir, medir

Medir: la incidencia y naturaleza de los crímenes

Algunas encuestas realizadas recientemente muestran que, para los co­


lombianos, la violencia se ha convertido, junto con el desempleo, en la
principal preocupación. Diversos estudios, como ya se señaló, sugieren
que la violencia está poniendo en peligro la viabilidad de la economía
colombiana. Se trata, sin lugar a dudas, de un problema grave, cuya
solución es prioritaria.
En abierto contraste con esta percepción acerca de la gravedad e
importancia de la violencia, son irrisorios los esfuerzos que se están ha­
ciendo en la actualidad para tratar de precisar la naturaleza, y medir la

3 Bandura (1990).
4 Bandura (1990) p. 189.
230 CRIMEN E IMPUNIDAD

magnitud, de uno de los principales problemas que, en eso parece haber


consenso, está agobiando al país. Lo que se gasta actualmente en medir
los precios, los medios de pago, las cuentas fiscales, la balanza de pagos,
el empleo o las cuentas nacionales no guarda proporción, dada la tras­
cendencia que le asignan los ciudadanos a los distintos problemas, con
lo que se está gastando en medir el crimen y la violencia.
En este contexto, también resulta extraña la prioridad que está reci­
biendo la medición de los costos de un fenómeno tan deficientemente
medido, y aun definido. En la mayoría de las áreas de las realidad social
la secuencia, más lógica, fue la inversa: mucho antes de que se empezara
a hablar de los costos de los problemas sociales, o económicos, como por
ejemplo la inflación o el desempleo, el asunto de la medición de la mag­
nitud del problema ya estaba resuelto. Así mismo, son innumerables la
variables económicas, sociales o demográficas que están en la actualidad
razonablemente bien medidas sin que siquiera se haya planteado la in­
quietud acerca de sus costos sociales.
En el área del crimen y la violencia, la situación actual en materia de
medición es, sin lugar a dudas, deplorable. En buena parte de las regio­
nes ni siquiera se sabe cuántos crímenes ocurren. En los pocos sitios en
donde se ha emprendido la tarea de medir la criminalidad real, los pro­
blemas de agregación son monumentales. Como se dice coloquialmen­
te, se siguen "sumando peras con manzanas": en la llamada "tasa de
criminalidad" entran con la misma ponderación unitaria el robo de un
reloj, el de un vehículo de lujo, un secuestro y una riña en un bar.
Así, la recomendación que surge con mayor fuerza tiene que ver con
la necesidad de mejorar la base de información sobre el crimen y la vio­
lencia, en todos los niveles. Parece indispensable reconocer que se esta
en guerra, saber cuál es la dimensión de esa guerra, tratar de identificar
y entender a sus actores, afinar la medición que se tiene sobre su pre­
sencia, y analizar sus relaciones con la criminalidad, y con "las otras vio­
lencias".
Como primera sugerencia dentro del objetivo de mejorar la base de
información, parece pertinente impedir que se deteriore la capacida
institucional para contar y registrar los muertos que está dejando la gue
rra. La información disponible para Colombia muestra la importancia
que tienen las instancias ajenas al conflicto para la medición de la vl^
lencia. En este sentido, parece necesario conservar y aun fortalecer
presencia de organismos como la Cruz Roja, con larga tradición de ne
QUÉ HACER 231

tralidad, para no perder la dimensión del problema. También parece


conveniente fortalecer la función puramente estadística de Medicina
Legal. Para esto se requiere moverse en la dirección de independizarla
del sistema judicial. Este es un factor de vulnerabilidad de la informa­
ción sobre la violencia que podría reducirse separando sus funciones de
registro estadístico de sus labores de soporte a las investigaciones crimi­
nales.
Parecería conveniente, en segundo término, tecnificar y profesiona­
lizar la labor de recopilación y sistematización de las estadísticas sobre
crimen y violencia. También parece necesario moverse en la dirección
de corregir los conflictos de intereses que existen, para los organismos
de seguridad, entre la tarea de registrar los incidentes criminales, el de­
sarrollo de los procesos judiciales y la evaluación de su desempeño: son
evidentes en las cifras las interferencias perversas que se están dando
en la actualidad entre la labor puramente estadística y la responsabili­
dad judicial de aclarar los crímenes y capturar a los agresores. En forma
independiente de los procesos judiciales se debe mejorar la base de in­
formación sobre los delitos, los ataques personales, las víctimas, las cir­
cunstancias que rodean los incidentes y, sobre todo, sobre los agresores.
Parece claro que los ciudadanos tienen valiosa información sobre el cri­
men y la violencia, pero no la transmiten a las autoridades, entre otros
factores, por los altos costos que implica la judidalización de los inciden­
tes. El acopio de información también debe hacerse de manera focaliza­
da, e involucrando mucho más a las comunidades y sectores afectados
en términos de la percepción del problema, de sus orígenes, de sus efec­
tos, y de las soluciones viables y realistas. Es en este contexto que vale la
pena destacar la importancia de las encuestas de victimización.
Las encuestas de victimización, que para la mayoría de los inciden­
tes constituyen la única fuente de información disponible sobre la 11a-
mada criminalidad real, presentan algunas características que vale la
Pena tener en cuenta. En primer lugar tales encuestas parecen ser útiles
para las condüctas delictivas y para las agresiones menos graves, más
frecuentes y con menor tendencia a ser puestas en conocimiento de las
autoridades. Para los incidentes más graves, como los homicidios o los
secuestros, estas encuestas presentan serios inconvenientes. Una se­
gunda característica de las encuestas de victimización que se han reali-
2ado en Colombia es la de su naturaleza esencialmente urbana. Por
fratarse de módulos de la encuesta nacional de hogares, diseñada para
232 CRIMEN E IMPUNIDAD

la medición de las variables del mercado laboral, han estado circunscri­


tas a sólo once de las ciudades colombianas. La poca información dispo­
nible en el país para el resto de los municipios sugiere que la violencia y
la inseguridad en Colombia están lejos de ser problemas exclusivos de
las grandes urbes. Una tercera característica de la información de crimi­
nalidad basada en encuestas tiene que ver con que el reporte de inciden­
tes es en extremo sensible a la forma como se hacen las preguntas. No
es difícil argumentar, por ejemplo, que asuntos como el maltrato fami­
liar o las lesiones personales hayan quedado mal representados por tra­
tarse de encuestas con énfasis en las acciones de la delincuencia. El
cuarto aspecto que se debe tener en cuenta es que tampoco parece ser
éste un mecanismo de medición que pueda considerarse independiente
de la intensidad del fenómeno que se quiere medir. Sería ingenuo des­
conocer que en algunas zonas del país la presencia de actores armados
ha afectado casi todos los mecanismos tradicionales de recolección de
información oficial -registros, encuestas, censos-. Varios funcionarios
del DAÑE reconocen las dificultades que se presentaron en 1991 en algu­
nos barrios de Medellín para la realización de la encuesta de hogares.
Las firmas encuestadoras con las que he discutido este tema dan por
descontadas tres cosas: (1) que en buena parte del territorio nacional
hay que pedir permisos no oficiales para realizar encuestas y que es ne­
cesario tener contactos para obtenerlos; (2) que hay ciertos temas que es
mejor no tratar en las encuestas y (3) que en algunas zonas sencillamen­
te no se pueden emprender tales tareas. Un caso revelador sobre la di­
ficultad que impone para el levantamiento de información directa la
presencia de los actores armados, es el de los tres ingenieros agrónomos
que realizaban una encuesta para el DAÑE, fueron "retenidos" por la
guerrilla en julio de 1997 y cuyos restos, al parecer, fueron hallados va­
rios meses después5. Si esta interferencia parece ya corriente aun en
asuntos que se podría pensar son totalmente ajenos al conflicto, difícil
no pensar en la reticencia de las organizaciones armadas que operan en
un territorio para que allí se indague sobre la incidencia de conductas
criminales. La última anotación que parece pertinente hacer sobre
medición de la criminalidad a través de encuestas es que, hasta el m0"

5 Ver El Tiempo, septiembre 24 de 1997, p. 6A.


QUÉ HACER 233

mentó en Colombia, se han dejado de lado los incidentes delictivos que


afectan al sector empresarial y productivo.
Estas características de las encuestas que se han realizado en el país
llevan de manera directa a ciertas recomendaciones. Parece urgente la
realización de una encuesta de victimizadón con cubrimiento nacional,
que abarque tanto el sector rural como el urbano y en donde se superen
las limitaciones para aproximarse a la dimensión de la violenda domés­
tica o entre conocidos. También resulta indispensable, sobre todo si se
quiere avanzar en la medición de los costos de la violencia, realizar una
encuesta de victimizadón a las empresas.
Por último, parece conveniente afinar la medición que se tiene sobre
la presencia de las distintas organizaciones armadas en el territorio na­
cional. Parecería útil explorar nuevas fuentes que, aunque ajenas al con­
flicto, tienen la peculiaridad de ver afectadas sus actividades cotidianas
por la presenda de las organizaciones armadas. En forma adicional a los
hogares, que también tienen sobre el particular información que podría
ser sistematizada, se podrían explorar fuentes como las empresas en-
cuestadoras6, los sacerdotes, las regionales de Medicina Legal, los médi­
cos que reportan a tales regionales, y los gremios empresariales que
tienen sus actividades en distintas zonas del país.
Se debe empezar a diseñar instrumentos orientados a medir la ind-
dencia de la corrupción.
Con relación a esta base de información, parece indispensable avan­
zar en las líneas de combinar los distintos tipos de evidenda en los cuales
está entrenada o especializada cada una de las disciplinas actualmente
involucradas en el estudio de la violenda. El diagnóstico debe partir de
testimonios, estudios de caso e historias de vida pero no puede quedar­
se en esa etapa. Las intuiciones deben ser soportadas con la estadística,
y con algo de teoría. El enfoque multidisciplinario que impone esta mez­
cla de metodologías sólo podrá tener éxito si cada disciplina abandona

6 Por la interacción que he podido tener con algunos de ellos, es claro que quienes
nacen encuestas en Colombia tienen un conocimiento preciso, actualizado y más afina­
do qUe ej sirnptg "S1- o no jlay presencia". En esta categoría cabrían cerca de 75 ex funcio-
narios del dañe que anualmente visitan una o dos veces todos los municipios del país
recopilando las estadísticas de los juzgados y unidades de Fiscalía.
234 CRIMEN E IMPUNIDAD

sus prejuicios y está dispuesta a discutir la pertinencia de sus teorías y


de sus herramientas de trabajo.

Medir: cuántos son los criminales

Una de las características menos conocidas y estudiadas del crimen y la


violencia en Colombia es la de la naturaleza, y el número, de los agreso­
res. Algunas de las preguntas básicas alrededor del fenómeno criminal,
que resultan vitales para el adecuado diseño de las políticas, siguen sin
respuesta. No se sabe, por ejemplo, si la proliferación que se observa en
el número de atentados criminales es un fenómeno ocasionado por mu­
chos agresores que ocasionalmente delinquen o si se trata, en el otro
extremo, de unos pocos criminales, exitosos y reincidentes, que agobian
a la población.
Varias de las teorías y de las intervenciones en boga suponen implí­
citamente el primer escenario. Las explicaciones basadas en la existencia
de un continuo entre la agresión rutinaria, o el maltrato familiar, y el
delito, así como las que consideran que la pobreza es "el caldo de culti­
vo" de la violencia, están dando por descontado que los criminales son
muchos: cualquier ciudadano conflictivo es un criminal en potencia, so­
bre todo cuando se trata de un individuo pobre.
Los trabajos de los economistas, que asimilan el costo social de un
robo al valor de lo que se transfiere -bajo el supuesto que se trata de
actividades competitivas, con una oferta infinita de mano de obra- o
que consideran un "agente típico representativo" haciendo cálculos
permanentes de los costos y beneficios de delinquir, están presumiendo
también que todos los ciudadanos, y sobre todo aquellos con un bajo
costo de oportunidad en el mercado laboral, son eventuales delin­
cuentes.
Las políticas públicas más populares -aquéllas orientadas a fortale­
cer el sistema educativo, combatir la pobreza, disminuir la desigualdad,
fomentar la convivencia ciudadana, restringir el consumo de alcohol o
reconstruir el tejido social- suponen implícitamente, puesto que los be­
neficiarios de las políticas son todos los ciudadanos, que el crimen y la
violencia son como epidemias que afectan, en calidad de agresores, a
toda la población.
Este escenario, infortunadamente, no ha sido corroborado con los
datos. Alguna evidencia disponible para Colombia sugiere precisameñ'
QUÉ HACER 235

te lo contrario: las actividades criminales estarían concentradas en muy


pocos agentes. En el mismo sentido apunta la poca teoría existente sobre
crimen organizado7 y la experiencia de aquellos países que tienen infor­
mación sobre reincidencia de los criminales. Para Estados Unidos, por
ejemplo, se reconoce que la función de "incapacitación" de la prisión es
fundamental. Se sabe que muy pocos criminales cometen muchos crí­
menes y que, por ejemplo, el prisionero típico, en forma independiente
de la infracción por la que fue encarcelado, que pudo ser leve, ha come­
tido, en promedio, durante el último año 15 crímenes graves8.

Medir: ¿cuál es la incidencia de la agresión no criminal?

La confusión, recurrente, entre los problemas de agresión rutinaria en­


tre los ciudadanos comunes -o el maltrato familiar- y los ataques crimi­
nales es uno de los factores que en mayor medida están contaminando
actualmente tanto el diagnóstico de la violencia como el diseño de polí­
ticas orientadas a su control.
La confusión ha llegado al punto de permear el ámbito de las esta­
dísticas. Erróneamente se utilizan datos sobre una manifestación de la
violencia para hacer generalizaciones a los otros tipos de violencia. La
mezcla de una tendencia observable, el aumento en la tasa de homici­
dios, sumada a un prejuicio, que el grueso de las muertes violentas sur­
gen de problemas de intolerancia, ha llevado a concluir, sin mayor
evidencia, que los incidentes de agresión entre ciudadanos y el maltrato
familiar se han intensificado. De allí se concluye, también apresurada­
mente, que tal aumento ayudaría a explicar el incremento en las tasas
de criminalidad. Se ha construido toda una cadena de causalidades con
poca teoría y aún menos evidencia.
Para empezar a desenredar esta maraña hay un primer paso que
resulta inevitable: saber lo que está ocurriendo con la agresión no crimi­
nal. Indagar si ha aumentado o disminuido, si es mayor en los lugares
con alta incidencia de muertes violentas que en las comunidades pací­
ficas. Investigar si hay alguna correspondencia entre las víctimas de

7 Ver por ejemplo Fiorentini y Peltzman (1995).


8 Steven Levitt (1998) presentación en el Seminario sobre Crimen y Economía en Rio
de Janeiro, julio 27 y 28 de 1998.
236 CRIMEN E IMPUNIDAD

agresión y, por ejemplo, las de atracos. Averiguar si el haber agredido a


alguien contribuye a la probabilidad de convertirse en criminal. O si,
por el contrario, los delincuentes son más propensos a agredir a sus fa­
milias, o a sus vecinos, que los ciudadanos que no han optado por las
carreras criminales.

Medir los costos sociales pertinentes. Y saber quién los genera

Como ya se ha señalado, existe en la actualidad en el área de la violencia


una infortunada tendencia a confundir la relevancia de un costo con la
facilidad para calcularlo con información que ya está recogida, o que le
es más familiar a los analistas. No de otra manera se explica, por ejem­
plo, el énfasis que han recibido los costos que impone sobre el sector
salud la atención de las víctimas de la violencia y que están mostrando
ser insignificantes dentro del total de las pérdidas sociales. Si, como pa­
rece estar ocurriendo, el grueso del problema de la violencia tiene que
ver con las muertes intencionales y los ataques criminales parece ina­
propiada la asociación que se está tratando de establecer entre la violencia
y los gastos del sector salud, tanto a nivel privado como social. Resulta
difícil de sostener que la cuenta hospitalaria pueda ocupar un lugar des­
tacado dentro de la lista de preocupaciones de los familiares de la vícti­
ma de un homicidio, o de un atraco. O que la contabilidad detallada de
los costos de la atención médica a las víctimas podrá dar luces para la
adopción de políticas, o para la asignación de recursos públicos, en ma­
teria de prevención o control de la violencia. No faltan quienes, sin ma­
yor sustento empírico, lancen recomendaciones en ese sentido. Como
la de darle mayores recursos al sector salud para atender prontamente
las emergencias y reducir, por esta vía, la letalidad de las agresiones .
El mayor vacío que existe en la actualidad en materia de medición
de los costos de la violencia tiene que ver con la dificultad que, tanto a
nivel conceptual como empírico, se enfrenta para rastrear las reper­
cusiones que tienen los ataques criminales sobre las decisiones pro *
ductivas de, aquí sí, toda la población. La evidencia testimonial para
Colombia muestra que la sola presencia de un actor armado -como la*

la Asamblea Anu^
9 Ver, por ejemplo, la presentación de Juan Luis Londoño ante
del BiD en Cartagena de Indias en marzo de 1998.
QUÉ HACER 237

guerrilla, los paramilitares, las milicias, o las pandillas juveniles- en una


localidad tiene repercusiones importantes en diferentes niveles de la
actividad productiva en dicha localidad. Esfuerzos exploratorios reali­
zados en Bogotá muestran que algunas decisiones económicas son sen­
sibles, tanto al hecho de haber sido víctima de un ataque criminal, como
a la percepción de inseguridad. Un porcentaje importante de los ciuda­
danos (el 30.8%) manifiesta haber dejado de estudiar o trabajar a ciertas
horas por razones de inseguridad. La probabilidad de tomar este tipo
de decisión depende no sólo de haber sido víctima de un ataque sino,
de manera más significativa, de la valoración subjetiva de la posibilidad
de ser víctima de un ataque criminal10. Por otro lado, se encuentra que
esta percepción de inseguridad es casi independiente del hecho de ha­
ber sido atacado por un delincuente y que depende de cuestiones tan
variadas como la edad de la persona, su posición dentro del espectro
político derecha-izquierda, el ser propietario de la vivienda y la opinión
que se tiene sobre la Policía11.
El supuesto implícito en la mayoría de los trabajos disponibles en el
país, que los costos sociales de los ataques criminales guardan una rela­
ción con los montos transferidos, es simplemente una manera apresu­
rada de socializar unos costos privados que, al parecer, guardan muy
poca relación con el verdadero impacto social del crimen.

Para avanzar en el diagnóstico

Superar los prejuicios

Un segundo conjunto de sugerencias se orienta a la necesidad de supe­


rar los prejuicios políticos y profesionales que todavía subsisten y con­
taminan los análisis de la violencia y por esta vía las intervenciones que
se adoptan.
El primer prejuicio es el de la importancia de la violencia no crimi­
nal, la de las riñas, que tiende a difundir entre toda la ciudadanía la
responsabilidad por los actos de violencia. Derivadas de este prejuicio
son las medidas dirigidas al ciudadano promedio, como las restricciones

10 CEDE-Paz pública, proyecto de investigación en curso.


11 Ibid.
238 CRIMEN E IMPUNIDAD

a la venta de alcohol, o los controles a las armas que se portan legalmen­


te. Toda la evidencia disponible señala que éste es un escenario perti­
nente únicamente en aquellas sociedades con bajos niveles de violencia.
Un prejuicio recurrente, probablemente heredado de un axioma de
la salud pública, es aquel según el cual es más eficiente prevenir que
controlar. Aunque esta afirmación suena razonable, y puede ser cierta,
parecería conveniente corroborarla, para las distintas dimensiones de la
violencia. A priori, no parece muy convincente el argumento de que es
más costoso detener y encarcelar a un homicida, evitando así varios ho­
micidios que, con alta probabilidad, ese mismo individuo puede come­
ter en el futuro, que educar a toda la población para prevenir ese mismo
número de homicidios. La idea de que la violencia debe ser tratada
como un problema de salud pública parece sugestiva para la violencia
inter-personal o al interior del hogar, pero definitivamente no lo es para
el crimen.
Un prejuicio también promovido por los salubristas y los economis­
tas, y que simplemente remplaza prejuicios anteriores, es el de la violen­
cia criminal como una conducta susceptible de ser adoptada por
cualquiera. Bajo el enfoque económico, todos los ciudadanos pueden,
en algún momento, y dependiendo de los beneficios y los costos, vol­
verse criminales. Este prejuicio tiene claras implicaciones en términos
de las intervenciones que se sugieren, que van orientadas a toda la po­
blación y que le restan importancia a intervenciones críticas como la
identificación, captura y sanción de unos pocos criminales.
Uno de los prejuicios que más ha contaminado la discusión sobre la
violencia con consideraciones ideológicas y que, al menos en Colombia,
más ha restringido la capacidad estatal para enfrentarla, es el de la ne­
cesidad de distinguir entre el delito político y el mal llamado delito co­
mún. Basada en tipologías idealizadas, propuestas a principios de siglo
en sociedades con problemas reales de tiranía, se ha impuesto en la no­
ción de que el delincuente político, el rebelde, merece un tratamiento
distinto al de los demás infractores al régimen penal, ellos sí criminales.
Para Colombia, la evidencia que permite establecer estrechas relaciones
entre el conflicto armado, la delincuencia y la violencia homicida es
cada vez más copiosa.
Para El Salvador, los impresionantes niveles de delincuencia que se
observan a partir de la firma de los acuerdos de paz sugieren también
que el conflicto armado y el crimen no son dos fenómenos tan aislados
QUEHACER 239

e independientes como los teóricos de la rebelión pretenden. Para los


salvadoreños, y como se puede apreciar en la gráfica, parecerían ser
simplemente dos denominaciones distintas de un mismo fenómeno
subyacente de inseguridad ciudadana.

PRINCIPALES PROBLEMAS PARA LOS SALVADOREÑOS

50

86 87 88 89 90 91 92 93 94 95 96

En conjunto, estos prejuicios han tenido como consecuencia más


notoria el desvirtuar la función de los organismos de seguridad y del
sistema penal de justicia en su tarea de combatir la violencia. Así, para­
dójicamente, una de las regiones del mundo más agobiadas por el cri­
men y la violencia, parece cada vez más alejada de las instancias uni­
versalmente asociadas con el manejo de este tipo de problemas.
En últimas, lo que se observa actualmente en el estudio de la violen­
cia en Colombia, es un activo proceso de competencia por colonizar
este campo del conocimiento sobre la realidad social. Lamentablemen­
te, las diferentes disciplinas están tratando de abordar el problema cor
las mismas herramientas teóricas, los mismos procedimientos, los mismos
supuestos básicos de trabajo, casi la misma información y las mismas
recetas de intervención pública con las que han analizado sus áreas
tradicionales de estudio. Hay, además, una mala percepción de las razo
nes por las cuales las preguntas básicas alrededor del fenómeno del cri
men y la violencia siguen sin respuesta. Con poca modestia, los nuevos
analistas consideran que los antiguos enfoques no condujeron a solucio
nes satisfactorias por falta de formalízación, o por malas concepciones
teóricas y, consecuentemente, están tratando de construir una nueví
disciplina, totalmente desvinculada de quienes tradicionalmente se har
preocupado por estos fenómenos, como los juristas, los penalistas y lo:
240 CRIMEN E IMPUNIDAD

criminólogos. Si bien es cierto que los enfoques tradicionales deben ser


debatidos, actualizados y sometidos al escrutinio de los datos, no parece
prudente ignorar por completo las reflexiones que a lo largo de varios
siglos se han hecho sobre uno de los problemas más complejos y enig­
máticos de la realidad social. Al fin y al cabo las instituciones que, en
últimas, se comprenderá deben seguir siendo las responsables de con­
trolar el crimen y la violencia se fueron forjando en el mundo a partir de
tales reflexiones, y no de sofisticadas evaluaciones beneficio-costo, o de
exhaustivas reflexiones sobre la realidad social con los rebeldes.

Elementos para una teoría de los rebeldes colombianos

Para cualquiera que viva en Colombia, es evidente la diferencia que exis­


te entre un delincuente común y un guerrillero. La sabiduría popular
hace énfasis en el empaque. "La delincuencia común no suele tener el
tipo de armas y vestimentas que utiliza el grupo (guerrillero)... ni siquie­
ra su apariencia personal... su piel (la del guerrillero) es la de una perso­
na que ha estado expuesta por largo tiempo a la intemperie"12. También
se hace alusión a los modales: "porque la delincuencia común saquea y
destruye" pero los muchachos, como los llaman en la región, "no se
comportan así"13.
Pero cabe mencionar otras discrepancias. El primero de estos perso­
najes puede ser un infractor ocasional, actuar en forma independiente
y no tener dentro de sus planes transformar la sociedad. El guerrillero
claramente ha escogido un modo de vida, pertenece a una organización
y, como tal, responde a las directrices de un plan, de un proyecto políti­
co, defendido por su grupo. Estas diferencias, observables y concretas,
no parecen ser suficientes, sin embargo, para proponer un modelo de
comportamiento específico para cada uno de estos personajes y mucho
menos para sugerir que la ley les dé un tratamiento diferencial. Discre­
pancias como estas, o aún más marcadas, se pueden observar, por ejem­
plo, entre un microempresario y un empleado de una multinacional. A
nadie se le ocurriría por esto sugerir un tratamiento analítico, o judicial,
para el microempresario y otro para los asalariados de las grandes em­

12 Testimonio de un habitante de La Calera, en Vásquez (1997) p. 12.


13 Ibid.,p. 12.
QUÉ HACER 241

presas sobre la base de sus intenciones, de su convicción, o del hecho


que ellos sí hacen parte de un proyecto empresarial, y eventualmente
político, más ambicioso y los primeros enfrentan el desafío más banal de
ganarse el sustento.
El diagnóstico del conflicto armado colombiano se ha quedado es­
tancado en consideraciones idealistas, como la intención de los actores,
que pensadores lúcidos de hace dos siglos ya habían sugerido superar:

"La única y verdadera medida de los delitos es el daño hecho a la na­


ción, y por eso han errado los que creyeron que lo era la intención del
que los comete. Esta depende de la impresión actual de los objetos y de
la interior disposición de la mente, que varían en todos los hombres y
en cada uno de ellos con la velocísima sucesión de las ideas, de las pa­
siones y de las circunstancias. Sería, pues, necesario formar, no sólo un
códice particular para cada ciudadano, sino una nueva ley para cada
delito" 4.

Parece conveniente sacar la discusión del área de lo que cada uno,


incluyendo los actores del conflicto, piensa sobre cómo debería ser el
mundo para llevarla al plano de entender el mundo real y concreto que
nos rodea. Mucho más con el propósito de suministrar elementos para
tratar de mejorar el entendimiento que se tiene sobre los actores del
conflicto colombiano que con el de sugerir salidas, se pueden hacer al­
gunas sugerencias.
A nivel conceptual, la recomendación más general iría en las líneas
de extender los avances que en las últimas décadas se han logrado en la
comprensión de los comportamientos individuales y colectivos al análi­
sis de quienes actúan al margen de la ley en Colombia.
Una sugerencia, típicamente económica, sería la de no seguir desco­
nociendo los fundamentos de la teoría de la escogencia racional que, a
pesar de sus grandes limitaciones, ha mostrado ser una herramienta útil
para el análisis de un buen número de fenómenos sociales. Del modelo
económico del comportamiento se han derivado unas pocas verdades
básicas que parecen tener validez universal. Una de ellas es que los in­
dividuos escogen su ocupación buscando la satisfacción de sus intereses
personales, por lo general un ingreso monetario. Una consecuencia14

14 Beccaria (1994), p. 36.


242 CRIMEN E IMPUNIDAD

agregada de esta proposición es que las actividades económicamente


rentables tienden a persistir en una sociedad. Una segunda gran verdad
je la economía es la |[aniada ley de la demanda: al incrementarse los
precios, disminuye la cantidad demandada. Si se le quita a esta ley su
disfraz monetario se püede formular de manera más general: al aumen­
tar lo que los individüos perciben como un costo para una conducta,
disminuye la incidenc¡a de esa conducta. Los testimonios disponibles
sobre los rebeldes co|omt»ianos permiten considerar razonable el su­
puesto de que ellos, como jos delincuentes comunes, como el ciudadano
del montón, también actúan con el propósito de satisfacer intereses par­
ticulares.
La realidad colombjana parece, además, corroborar la impresión de
que una vez la subvers¡5n^ como cualquier otra organización armada,
encuentra una buena füente de ingresos económicos -secuestro, grama-
je, impuestos a as petrOieraS/ compra de tierras, venta de protección-
tien e a conservar a, y a defenderla Además, trata de adantar su discnr-

via reducen su inciden • *T j . , j¡ ,,, ,


, f „ ncia. No puede ser otra la lógica detras de todas
las formas de lucha" Q. CP han
QllP U , z-nalnníoj
t rio
on oí naíc on nnnEra , . 1

ciones de los rebeldes. r........... “

mas rivales, proponiendo un ue cuncuiaJ esws visiones exutr­


actores que, con cierta racionalid^ a comportamiento basado en
glas y normas para a^naS de sUjJ'' adoptan de manera cambiante, re­
particularmente útil entendVr ¡Quetas . Esta literatura se insinúa

15 Ver al respecto V>


QUÉ HACER 243

Resulta difícil de digerir la visión económica simple y extrema que el


rebelarse es algo así como una serie cotidiana de decisiones racionales
que se toman luego de una evaluación exhaustiva de los costos y los
beneficios de cada situación. Los testimonios disponibles muestran que
el rebelarse se ajusta más al guión de ciertas decisiones críticas, que se
toman una, o dos, pero no muchas veces en la vida, y que implican la
adopción de unas reglas o normas -de compromiso, de obediencia- que
determinan las conductas posteriores. Lo que tampoco parece razona­
ble es, en el otro extremo, el modelo de la sociológica clásica según el
cual el rebelarse no sería una decisión individual sino el resultado ine­
vitable de una situación social. Tal visión también riñe con la evidencia:
con la de los innumerables obreros y campesinos que han decidido
aceptar el orden social sin rebelarse o con la de los rebeldes que han
decidido dejar de serlo sin que se haya presentado una modificación de
las causas objetivas.
En el mundo de los rebeldes colombianos, y en el de otros grupos
armados, la decisión crítica, a nivel individual, parece ser la de unirse o
no a un grupo armado. Tan crítica es que son comunes los testimonios
sobre los "ritos de iniciación".
Siendo realistas, cabe argumentar que el carácter político de una or­
ganización armada depende más de su poder relativo dentro de la so­
ciedad que de las intenciones de sus miembros. Cualquier organización
exitosa crece y se consolida y en ese proceso sus objetivos iniciales cam­
bian. Existen empresas privadas, legales e ilegales, cuyo poder económi­
co se transforma, a partir de un punto, en verdadero poder político. No
sobra recordar aquí que un pequeño empresario del delito común, un
ladronzuelo de lápidas, Pablo Escobar, terminó afectando en forma sig­
nificativa la Constitución y el régimen penal colombianos. En buen ro­
mance, eso es un actor político.
Con cualquier organización armada suficientemente poderosa un Es­
tado débil tendrá eventualmente que negociar. Así ha ocurrido en Co­
lombia. En este contexto, se podría plantear una diferenciación de los
delincuentes, pero no basada en las intenciones o la convicción de los
actores sino: (1) en su decisión de organizarse o actuar por "cuenta
propia" y (2) en el poder real de la organización. Parecería razonable
remplazar la dicotomía delito político-delito común por una, más ob­
servable, delito organizado-delito individual y, obviamente, adecuar
244 CRIMEN E IMPUNIDAD

tanto el análisis como las recomendaciones de acción pública a la reali­


dad de cada organización.
Una vez se reconoce la posibilidad de que los individuos responden
a incentivos, y que en alguna medida sus decisiones son racionales, pa­
rece conveniente profundizar en la comprensión de los mecanismos
que agregan, en resultados colectivos, estas escogencias individuales.
En otras palabras, se trata de reconocer, y empezar a investigar cómo,
en el mundo al margen de la ley, se dan las relaciones entre los indivi­
duos, las organizaciones y las instituciones. En la terminología de North
(1990) las instituciones se asimilan a las reglas del juego y las organizacio­
nes a los jugadores. Uno de los planteamientos básicos de North es el de
la endogeneidad de las instituciones: en un proceso evolutivo, las orga­
nizaciones más exitosas bajo ciertas reglas del juego las amoldan a sus
intereses, para ser así cada vez más poderosas.
El estado del arte en términos de la comprensión del funcionamien­
to interno de las organizaciones, o del por qué ciertas actividades se
realizan al interior de una organización y otras en mercados abiertos, es
aún incipiente16. A pesar de lo anterior el aceptar que, tanto en las orga­
nizaciones como en los mercados, algunos individuos tienen un mayor
poder decisorio que otros parece un supuesto realista y útil. Dentro de
las organizaciones, la distinción entre el principal, que toma las decisio­
nes, y el agente, que en principio sigue las instrucciones del principal, ha
permitido una mejor comprensión de su dinámica. Parece cada vez más
claro que la estructura interna de las organizaciones está muy ligada a
la definición de los derechos de propiedad, y a la manera como se pro­
tegen esos derechos. Es necesario reconocer que los modelos disponi­
bles sobre los determinantes del comportamiento de los agentes son
más adecuados, y han recibido un mayor respaldo empírico, que los que
se tienen sobre los principales. Para estos últimos se dispone de alguna
teoría cuando ellos mismos son, a su vez, agentes de instancias supe­
riores o participan en un juego, económico o político, muy competido.
El conocimiento -y la capacidad de predicción- que, por ejemplo, la
teoría económica tiene sobre la conducta de los empleados asalariados
es mayor que aquél sobre la conducta'de los empresarios, que a su vez

16 Para las reflexiones de los economistas sobre estos temas ver, por ejemplo, los
trabajos de Ronald Coase, o de Oliver Williamson.
QUÉ HACER 245

parece ser inversamente proporcional al tamaño y al poder de mercado


de sus empresas. Con relación a las burocracias estatales dos cosas pa­
recen claras. La primera es que el modelo de comportamiento de los
actores individuales es más precario que en la esfera privada. Es claro
que para el grueso de los funcionarios públicos, aun en sociedades co­
rruptas, los incentivos económicos particulares constituyen tan sólo una
parte de los determinantes de sus conductas. No existen, por ejemplo,
modelos razonables de comportamiento de los jueces, o los policías, o
los militares. El segundo aspecto es que, de nuevo, la conducta de los
funcionarios subalternos es más explicable y predecible que la de sus
superiores y que, entre estos últimos, la capacidad de comprender o
anticipar sus acciones es inversamente proporcional a su poder dentro
del aparato estatal.
La evidencia colombiana indica que, al interior de los grupos sub­
versivos y de las demás organizaciones armadas17, existe la figura del
líder que juega un papel decisivo en la definición de las estrategias del
grupo pero también existe la figura del asalariado, buena parte de cuyo
comportamiento parecería fácil de explicar con herramientas económi­
cas tradicionales. En el fondo, la llamada teoría económica del crimen,
no es más que la extensión de los modelos de decisión ocupacional de
la economía laboral aplicados a situaciones en donde no todas las varia­
bles son monetizables18. En forma análoga a lo que ocurre en el ámbito
empresarial, es poco lo que formalmente se sabe sobre los determinan­
tes de la estructura interna de las organizaciones al margen de la ley.
Habría un factor crítico relacionado con la propiedad de las armas.

"En los orígenes de las FARC, Marulanda fue muy claro desde un prin­
cipio en advertir que nadie podía retirar ni una pistola ni un fusil ni una
carabina una vez que la pusiera a disposición del movimiento. Tampo­
co aceptaba que las armas ganadas en combate fueran de quien les
echaba mano... Es más: las armas tampoco eran del jefe de los alzados,
porque así como había sido elegido podía ser destituido cuando la tro­
pa quisiera; la garantía era, de lógica, que las armas fueran de todos"19.

17 Ver por ejemplo las declaraciones de Carlos Castaño sobre las escalas salariales en
los grupos paramilitares en El Tiempo, septiembre 28 de 1997.
18 Ver al respecto los trabajos de Gary Becker, o de Isaac Ehrlich.
246 CRIMEN E IMPUNIDAD

También parece haber elementos familiares, de nepotismo, religio­


20, de simpatías de clase, de grupos de presión o de simples golpes de
sos19
suerte. En el testimonio de Gabino, en Medina [1996], son recurrentes
las alusiones a la posición privilegiada que dentro del grupo siempre
tuvieron los intelectuales, los "ciudadanos", frente a los campesinos.
También es claro que los Vásquez Castaño, hermanos del líder, entraron
a la guerrilla con posiciones de liderazgo. En Peñate (1998) se señala la
influencia que tuvieron sobre la estructura interna, y la definición de la
estrategia, del ELN tanto los antiguos miembros de Fecode que se vincu­
laron en 1975 -grupo de presión- como el acierto económico del frente
Domingo Laín al "ordeñar" al sector petrolero -golpe de suerte-
rara la economía ha sido útil reconocer que las instituciones -las re­
glas del juego- no son siempre exógenas, ni contractuales, ni eficientes,
ni orientadas por el "bien público" sino que, por el contrario, son bas­
tante sensibles a la dinámica de las organizaciones más poderosas -los
jugadores exitosos bajo esas reglas del juego- que buscan amoldarlas a
sus intereses21. Estas ideas parecen sugestivas para entender las organi­
zaciones armadas en Colombia, y su relación con las instituciones esta­
tales -como los organismos de seguridad, la justicia y el régimen penal-
que pretenden controlar sus acciones. No se puede desconocer el hecho
que las reglas del juego colombianas, en su sentido más general, son
más favorables hoy para las organizaciones subversivas que las de hace
dos o tres décadas, y que esta evolución institucional no ha sido inde­
pendiente de los esfuerzos que, en diversos frentes, han hecho los gru­
pos alzados en armas para acomodarlas a sus intereses. El avance más
significativo de estas organizaciones en términos de supeditar las reglas
del juego a sus objetivos, ha sido probablemente el virtual bloqueo que
han alcanzado para las acciones judiciales en su contra. La evidencia
tanto testimonial como estadística parece corroborar una nueva versión
del viejo adagio colombiano que "la justicia es para los de ruana". Pare­
cería que la justicia no toca a los alzados en armas, o que, por lo menos
a los líderes, los trata en forma un tanto peculiar. El mejor ejemplo en

19 Molano (1996) p. 66.


20 El relato de Correa (1997) hace mucho énfasis en este punto.
21 Ver en particular North (1990).
QUÉ HACER 247

este sentido sería el de rebeldes que, como Galán del ELN, parecen se­
guir despachando sus asuntos normales desde la cárcel, con protección
oficial, con gran despliegue de medios y con contacto permanente con
la clase dirigente.
En casi todas las esferas de la realidad social, los límites entre lo pri­
vado y lo público se están redefiniendo. En el área del suministro de
bienes y servicios esta redefinición ha llevado a la privatización de acti­
vidades que hasta hace poco tiempo se consideraban de resorte exclusi­
vo del Estado. En la actualidad, es un hecho que empresarios privados
toman ciertas decisiones que es difícil no considerar como cuestiones
públicas. Por otro lado, la generalización del fenómeno de la corrupción
de los funcionarios del Estado ha puesto en evidencia la realidad de
unos actores que, apartándose de los objetivos explícitos y manifiestos
de las organizaciones a las que pertenecen, actúan desde el sector públi­
co como dice la teoría económica que actúa cualquier empresario priva­
do: buscando el lucro personal.
Así, el viejo paradigma que separaba en forma tajante la función
pública de las actividades privadas parece haber perdido vigencia. Hoy
se acepta que el Estado siempre juega un papel determinante en la for­
ma como se configuran y evolucionan los mercados, dinámica que a su
vez determina el perfil específico de cada Estado22. Para las organizacio­
nes que actúan al margen de la ley no son convincentes los argumentos
para postular que allí sí subsiste una línea nítida que separa lo público
de lo privado. Por el contrario, la probabilidad de que esta interferencia
ocurra parece mayor puesto que tales organizaciones, al enfrentar me­
nos restricciones legales, cuentan con vías de acumulación de riqueza o
de poder político más rápidas que las disponibles para las organizacio­
nes restringidas por un marco legal. Además, en el ámbito interno, la
estructura vertical y autoritaria de las organizaciones subversivas, tam­
bién reforzada por la intimidación, y factores como la escasa rotación de
los líderes, permiten sospechar la existencia de una gran simbiosis entre
los objetivos de las organizaciones y los intereses personales de quienes
las dirigen.

22 Block [19941.
248 CRIMEN E IMPUNIDAD

En síntesis, parece recomendable superar el paradigma basado en la


dicotomía delito político-delito común y por, el contrario, reconocer que
los grupos subversivos, al igual que cualquier otra organización armada
con suficiente poder, siempre juegan un papel decisivo en los niveles de
delincuencia y violencia puesto que, por un lado, definen dentro de su
territorio una nueva legalidad, su propia legalidad, y por lo tanto deter­
minan autónomamente los límites entre el crimen y las conductas acep­
tadas. Por otro lado, porque parece cada vez más claro que el delito
común y el delito político, que se financia con el primero, se comple­
mentan y refuerzan mutuamente23.
A nivel metodológico, vale la pena hacer dos recomendaciones. La
primera sería la de darle prioridad en el análisis a lo que ocurre y se
observa sobre lo que debería ser. Para el diagnóstico del conflicto armado
colombiano, y con mayor razón para la búsqueda de sus soluciones, es
indispensable avanzar en la línea de restarle importancia a lo que los
individuos, o las organizaciones, dicen que hacen para concentrarse en
averiguar qué es lo que hacen, y por qué lo hacen. Un gran paso en esa
dirección se daría, simplemente, si se aplicaran criterios uniformes de
rigurosidad, y escepticismo, a todos los actores del conflicto. De la mis­
ma manera que, en los últimos años, se ha avanzado en el reconoci­
miento de que en los organismos de seguridad del Estado hay serias
inconsistencias entre las conductas de algunos individuos y los obje­
tivos explícitos de las organizaciones a las que pertenecen, parece ina­
propiado no aceptar un escenario similar para las organizaciones que
actúan al margen de la ley.
La segunda recomendación metodológica tiene que ver con la nece­
sidad de abrirle campo a las teorías basadas, no en prejuicios y afirma­
ciones ideológicas, sino en hipótesis y proposiciones empíricamente
contrastables.

Para combatir las violencias: fortalecer la justicia

No es difícil argumentar que al aumentar la violencia, y sobre todo al


alejarse de los incidentes casuales y rutinarios, se hace más difícil, pero

23 Ver Daniel Pécault. "Present, pasé et futur de la violence". Mimeo, 1996. Citado
por Bejarano et al. (1997) p. 44.
QUÉ HACER 249

más necesario, fortalecer el funcionamiento de la justicia penal en una


sociedad. No parece conveniente iniciar un proceso de negociación con
poderosas organizaciones armadas con un sistema penal débil, o ame­
drentado.
La evidencia, longitudinal y transversal, para Colombia muestra
asociaciones negativas entre el desempeño del sistema judicial y la vio­
lencia, que sería inadecuado interpretar como un efecto causal en una
única vía. Las teorías sobre el crimen organizado predicen mecanismos
de retroalimentación entre la influencia de las mafias y la inoperancia
de la justicia penal en una sociedad. En Colombia son numerosos y va­
riados los indicios que apuntan en esa dirección.
En la coyuntura actual, el inicio de las conversaciones y negociacio­
nes con los grupos insurgentes, es indispensable llamar la atención so­
bre la necesidad de contar con unas instituciones judiciales sólidas que
reduzcan la impunidad, defiendan los derechos humanos y, aún más,
puedan servir de garantía para los eventuales acuerdos.
Es sorprendente, y preocupante, el papel marginal que en el debate
que se inicia sobre el proceso de paz se le está asignando a la justicia
penal colombiana. El llamado "Acuerdo de Puerta del Cielo" firmado en
Alemania entre representantes del ELN y de la sociedad civil, apenas
menciona, entre líneas, la necesidad de fortalecer la justicia, con énfasis
en la protección de los derechos humanos, pero por el contrario, estipu­
la condiciones que implícitamente exigen un sistema de investigación
criminal bastante competente y eficaz. En particular, las cláusulas B y E,
según las cuales "están prohibidos los homicidios deliberados o arbitra­
rios de no combatientes en cualquier circunstancia " y "se investigarán
los presuntos abusos cometidos por los guerrilleros con el fin de de­
terminar responsabilidades" dan por descontado que "alguien", que
no debería ser distinto de la justicia penal, hará las respectivas investi­
gaciones.
. En los actuales debates alrededor del proceso de paz es sorprenden­
te la escasa importancia que se le asigna al sistema judicial tanto dentro
del proceso como en la llamada etapa "pos-conflicto". En las raras opor­
tunidades en que se ventila este tema21 queda por lo general flotando

24 Como por ejemplo en el seminario "La paz, una oportunidad para repensar el
país" organizado por el Departamento Nacional de Planeación a mediados de 1998.
CRIMEN E IMPUNIDAD

el ambiente la idea de que lo prioritario es, precisamente, "descrimi-


lizar" la justicia para atender los conflictos rutinarios entre los duda-
nos. El tema de la justicia penal interesa muy poco, se percibe como
:esorio y hasta contrario al espíritu general de conciliación que debe
acterizar el proceso. Resulta realmente difícil de compartir una visión
i ingenua de las relaciones entre el conflicto interno y la criminalidad,
debe, por el contrario, llamar la atención sobre la imposibilidad de
Piar de paz con los niveles de impunidad y de violación de derechos
manos que se observan actualmente en Colombia.
A nivel general, y para complementar la recomendación obvia que
deriva de estas observaciones, la de fortalecer la justicia penal colom-
ma, se pueden hacer dos anotaciones. La primera es que no existe en
actualidad en ese frente un problema de recursos. Son pocas las enti-
des públicas en Colombia que cuentan con el personal y la solidez
tandera de la Fiscalía, entidad encargada de las labores de investiga-
>n criminal que es donde, y en eso hay relativo consenso, está el cuello
botella -en cantidad y calidad- del sistema penal colombiano. La
(gunda, extraña, es que parece haber en Colombia obstáculos "de tipo
blítico" para perseguir dertos delitos y, en particular, ciertas organiza-
pnes criminales. Resulta insólito, por ejemplo, que justo antes de aban-
pnar su cargo, en un seminario sobre secuestro y terrorismo realizado
la Universidad de los Andes en 1997, y ante una audiencia interna-
pnal, el fiscal general de la Nadón haya manifestado que lo único que
lta en Colombia para combatir con éxito el secuestro es la voluntad
plítica para hacerlo. En la misma dirección apuntan los trabajos de se-
(íimiento de los procesos penales por secuestro que ha hecho la Fun-
ación País Libre, que sugieren problemas de interferenda de las
rganizaciones armadas en las investigaciones criminales.
I Este factor intangible que está faltando, la "voluntad de hacer las
isas", es relevante no sólo a nivel macro, para coordinar las acciones
e distintas agendas estatales que históricamente han mostrado des-
pnfianza mutua y hasta rivalidad, sino también a nivel micro. La inves-
gación criminal, la tarea del detective, es básicamente una labor
rtesanal cuyo prindpal insumo es la vocadón y el deseo de hacer las
Dsas bien.
A un nivel más específico se pueden hacer algunos comentarios y
ugerir pautas generales de acdón. En primer lugar, son evidentes las
iterferencias no deseables que se están dando entre la tarea puramente
QUÉ HACER 251

estadística de registrar lo que está ocurriendo, indispensable para el


diagnóstico y el diseño de políticas realistas, y la labor judicial de aclarar
los incidentes. Como ya se señaló, en forma independiente de su trámi­
te posterior, vale la pena avanzar en la dirección de tener una buena
base de información acerca de los homicidios, de las víctimas, de los
agresores y de las circunstancias que los anteceden. La evidencia dispo­
nible para Colombia muestra que los ciudadanos cuentan con valiosa
información acerca de la violencia, que no transmiten a las autoridades
por los altos costos que implica la judicialización de los incidentes. Pare­
cería entonces conveniente descargar a los organismos de seguridad y
justicia de su responsabilidad de registro estadístico para transferirla a
una instancia ajena a los procesos judiciales, y al conflicto. En la misma
línea de argumentación parecería muy pertinente disminuir la relación
de dependencia que tienen los médicos forenses con el sistema judicial.
Este es un factor de vulnerabilidad de la información sobre la violencia
que podría reducirse separando la función estadística de Medicina Le­
gal de sus labores de soporte a las investigaciones criminales.
La segunda observación tiene que ver con los problemas, incontro­
vertibles, en los actuales mecanismos de selección de los incidentes de
los cuales se ocupa el sistema penal colombiano. Como se ha señalado
varias veces hay una inclinación natural de los fiscales a ocuparse de los
asuntos banales y fáciles de resolver en detrimento de los más graves y
socialmente costosos, como los homicidios. Resulta indispensable ate­
nder la excesiva discrecionalidad con laque, informalmente, se deciden
en la actualidad las prioridades en materia de investigación criminal. Al
('respecto parece sugestiva la idea de una instancia intermedia entre los
ciudadanos y los fiscales que tenga en cuenta las prioridades de las co­
munidades en materia de seguridad e introduzca, en la medida de lo
posible, criterios objetivos basados en el costo social de los incidentes, o
en que tanto se quiere evitar que se repitan, o en lo que se puede esperar;
o tolerar, en términos de una solución privada a los conflictos.
í Como reflexión final, es difícil comprender que en una sociedad tan
violenta como la colombiana parezca exótico, anticuado y hasta contra­
rio a los principios democráticos recomendar que se fortalezca la justicia
penal. Los mitos, las ideologías predominantes y hasta trabajos riguro­
sos se han encargado de difundir en el país la noción de que ante la
violencia las sanciones son ineficaces, y que por lo tanto la acción públi­
ca debe concentrarse en la prevención.
¡52 CRIMEN E IMPUNIDAD

Los numerosos jueces asesinados en el país, el ambiente de amena­


zas y de corrupción alrededor de los procesos penales, la ya muy bien
documentada influencia de las organizaciones criminales sobre la legis­
lación penal y, en particular, la colosal guerra contra la extradición
¡muestran, por el contrario, que las sanciones penales sí son efectivas
contra las mafias. De no ser así, no se molestarían en combatirlas. Para
¡reforzar este punto, la necesidad de contar con una justicia penal que
sancione a los homicidas, es pertinente anotar que uno de los efectos de
los violentos, verdaderos dictadores locales, es precisamente el de des­
virtuar la democracia. Como último argumento a favor de lo inaplazable
que resulta la tarea de enderezar el sistema penal colombiano sirve re­
cordar que, ex-post, la violencia le impone al Estado la responsabilidad
de suministrar justicia, aunque sea sólo para erradicar la venganza pri­
vada. Si esa obligación estatal de hacer justicia es tan nítida y tan legíti­
ma ante la ocurrencia de cualquier homicidio específico, sea cual sea su
naturaleza -desde la riña fatal entre dos amigos hasta una masacre en
zona de guerra- resulta incomprensible que tal obligación se desdibuje
y pierda relevancia cuando se agregan los muertos en tasas de homici­
dio y se llega al terreno de las políticas públicas.

¿Qué se debe negociar?25

La decisión de negociar con los rebeldes es claramente una decisión po­


lítica, que depende, no tanto de consideraciones teóricas, como de la
evaluación de una situación específica. Es claro que si el aparato repre­
sivo del Estado no reacciona ante ninguna actuación de los rebeldes,
habrá una pérdida de confianza en tal aparato y algunos segmentos de
la población buscarán sustitutos privados que pueden agravar el con­
flicto. Al respecto la evidencia colombiana es abrumadora. También es
cierto que si la respuesta represiva es exagerada se pueden presentar
problemas serios de pérdida de legitimidad. El balance negociación re­
presión adecuado es un problema práctico, no teórico. Es una respuesta
a unas condiciones específicas. En todo caso, resulta indispensable evi­

25 Las recomendaciones que se presentan están basadas en la conferencia de Paúl


Wilkinson en el seminario sobre “Violencia, secuestro y terrorismo" organizado en la
Universidad de los Andes en marzo de 1997.
QUÉ HACER 253

tar el ambiente de intimidación alrededor de las eventuales negociacio­


nes. En últimas, la lucha contra los rebeldes por parte del Estado, más
que una guerra militar es una guerra de inteligencia. Se debe tratar de
evitar que crezca el número de simpatizantes que puedan ser recluta-
dos. Se debe mostrar la conveniencia y la superioridad de los mecanis­
mos democráticos tanto para tomar decisiones al interior de un grupo
como para transformar la sociedad. Parece sensato mantener siempre
procesos de paz en marcha, tratar de atraer a las negociaciones a los
moderados con tendencias democráticas, pero aplicar sin titubeos la jus­
ticia penal a los más radicales, a los guerreros.
Los historiadores del crimen26 le han dado creciente importancia a
la idea de que el "proceso de civilización" europeo estuvo muy atado al
desarrollo del control, por parte del Estado, de los impulsos individua­
les, que podían ser violentos. Este proceso se facilitó por "la transforma­
ción de la nobleza de una clase de caballeros armados (knights), en una
clase de cortesanos"27 y por el hecho de que los comportamientos im­
pulsivos y violentos lentamente fueron controlados por las cortes de los
siglos XVI y XVII. Los señores de la guerra no abandonaron voluntaria­
mente las armas, fueron sometidos por la justicia.

26 Retomando ideas de Norbert Elias que al ser expuestas hace cuatro décadas pa­
recían un despropósito, pues iban en contravía de las teorías sociológicas predominantes,
que hacían énfasis en el incremento de la violencia como resultado de la modernización
y de la represión estatal que la acompañaba. Ver Johnson y Monkkonnen (1996).
27 Cita de Elias en Johnson y Monkkonen (1996).
Bibliografía

Aaron Henry (1994) "Public Policy, Valúes, and Consciousness", Journal of Eco­
nomic Perspectives, Vol. 8 No. 2.
Adeyemi A Adedokun (1990) "Crime and development in Africa: A Case Study
on Nigeria", en Zvekic (1990).
Alape, Arturo (1995). Ciudad Bolívar. La hoguera de las ilusiones. Bogotá: Planeta.
Alesina A. (1994) "The Political Economy of Growth: ¿What Do We Know?" en
DNP-BID-BM (1994).
Alonso, Manuel Alberto (1997). Conflicto armado y configuración regional. El caso
del Magdalena Medio. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia.
Anderson Annelise (1995) "Organized crime, mafia and governments", en Fio-
rentiniet al.. (1995).
Aponte, Alejandro (1995) "Delito político, estrategias de defensa jurídica, dere­
cho penal y derechos humanos", en Pensamiento Jurídico No. 5, Bogotá: Uni­
versidad Nacional.
Ardila, Amparo, Javier Pombo y Rubén Darío Puerto (1995) "Pandillas juveni­
les: una historia de amor y desamor" FES-Bogotá.
Ardila, Édgar (1995). "Infancia y conflicto armado en Colombia", en Durán,
Ernesto (1995) Niños y jóvenes en la Colombia de hoy. Bogotá: priac-UN, pp.
41-59.
Arendt, Hannah (1958), The Origins of Totalitarism. Cleveland: World Publis-
hing Co.
Arlacchi Pino (1988), Mafia Business. The Mafia Ethic and the Spirit of Capitalism.
Oxford: Oxford U Press.
ANIF (1996). Justicia y Seguridad en Colombia. Memorias xix Asamblea Ordina­
ria. Bogotá: ANIF, octubre.
Bandura, Albert (1990) "Mechanisms of moral disengagement", en Reich (1990)
pp. 161 a 191.
Banguero, Harold y William Rotavisky (1997). "Estimación del costo económico
de la mortalidad por homicidios en el área urbana de Colombia". Mimeo.
Cali.
Barlow, Hugh Ed (1995), Crime and Public Policy - Putting Theory to Work, West-
view Press.
Barón, Robert and Deborah Richardson (1994), Human Agression, Nueva York:
Plenum Press.
255
256 CRIMEN E IMPUNIDAD

Barragán, Jackeline y Ricardo Vargas (1993)."Economía y violencia del narco­


tráfico en Colombia: 1981-1991" en CINEP-APEP (1993) pp. 265-286.
Bassiouni, M.C. (1981) "Terrorism, Law Enforcement, and the Mass Media:
Perspectives, Problems, Proposals", Journal of Criminal Law and Crimino-
logy, 72. pp. 1-51.
Baumol, W. (1990) "Entrepreneurship productive, improductive and destructi-
ve", Journal of Pólitical Economy.
Baxi, Upendra (1990) "Social Change, Criminality and Social Control in India",
en Zvekic (1990).
Becker, Gary (1968). "Crime and Punishment: An Economic Approach", Journal
of Pólitical Economy 76, No. 2: pp. 169-217.
Bejarano, Jesús Antonio (1988). "Efectos de la violencia en la producción agro­
pecuaria", Coyuntura Económica, Vol. xvin, septiembre.
----- (1996). "Inseguridad y violencia: sus efectos económicos en el sector agro­
pecuario". Revista Nacional de Agricultura, Nos. 914-915.
----- , Camilo Echandía, Rodolfo Escobedo y Enrique León Queruz. Colombia:
inseguridad, violencia y desempeño económico en las áreas rurales. Bogotá: Fona-
de, Universidad Externado de Colombia.
Beltrán, Isaac (1997) "La trivialización del sistema penal colombiano - El caso de
los homicidios", trabajo de grado. Facultad de Economía. Bogotá: Univer­
sidad de los Andes.
Betancourt, Darío y Martha Garría (1994). Contrabandistas, marimberos y mafiosos.
Historia social de la mafia colombiana (1965-1992). Bogotá: TM Editores.
Bobadilla, José Luis, Víctor Cárdenas, Bernardo Coutolenc, Rodrigo Guerrero
y María Antonia Remenyi (1995)."Mediríón de los costos de la violencia".
OPS.
Bonell Andrés, Pedro Gómez y Fernando Moreno (1996) "Efectos del aumento
en la criminalidad sobre la inversión industrial en Colombia", trabajo de
grado no publicado, Bogotá: Universidad Javeriana.
Bradby, Hannah (1996) Ed Defining Violence. Understanding the causes and effects
of violence, Hampshire: Avebury.
Brauer, Junger y William G. Gissy (1997). Economics of Conflict and Peace. En-
gland, USA: Avebury, Ashgate.
Caballero, Carlos (1988). "La economía de la cocaína, algunos estimativos para
1988". Coyuntura Económica, Vol. XVIII, septiembre.
Cáceres, Pablo (1997). "Impacto del narcotráfico y la guerrilla en la seguridad e
impunidad", en Inseguridad e impunidad en Colombia, Bogotá: Partido Con­
servador Colombiano.
Camacho, Alvaro (1995). "Cinco tesis sobre narcotráfico y violencia en Colom­
bia". en Sánchez y Peñaranda (1995) pp. 436-450.
BIBLIOGRAFÍA 257

----- y Alvaro Guzmán (1990). Colombia. Ciudad y violencia. Ediciones Foro Na­
cional. Bogotá.
----- (1997). La violencia urbana en Colombia: teorías, modalidades, perspecti­
vas" en Fescol-IEPRI (1997).
Cancino, Antonio José (1998). Las instituciones penales colombianas y su evolución
a partir del Código de 1837. Bogotá: Universidad Externado de Colombia.
Cañón, Luis (1994). El Patrón - Vida y muerte de Pablo Escobar. 6a. edición - Planeta.
Cárdenas, Mauricio (1993). "Crecimiento y convergencia en Colombia: 1950-
89". Revista de Planeación y Desarrollo, Vol. XXIV, edición especial.
Carranza, Elias (1990) "Development, crime and prevention: Reflections on La­
tín América", en Zvekic (1990).
Castro Caycedo, Germán (1996). En secreto, Bogotá: Planeta.
Chica, Ricardo (1996) "El crecimiento de la productividad en Colombia - Resu­
men de los resultados del Estudio Nacional sobre Determinantes del Cre­
cimiento de la Productividad", Bogotá: DNP, Colciencias, DAÑE.
CINEP-AFEP (1993). Violencia en la región Andina. El caso Colombia. Bogotá: CINEP.
Clavijo, Sergio (1997). "Situación de la justicia en Colombia: incidencia sobre el
gasto público e indicadores de desempeño", en CEJ (1997) pp. 13-86.
Cohén, Mark (1994) "The Monetary Valué of Saving a High Risk Youth", mimeo
Vanderbilt University.
Coleman, James (1990), Foundations of Social Theory, Belknap-Harvard Univer­
sity Press.
----- (1994) "A Rational Choice Perspective on economic Sociology" en Smelser
ySwedberg.
Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995), Colombia: violencia y democracia,
Bogotá: IEPRI, Universidad Nacional, Colciencias. 4a. edición.
Concha y Espinosa (1997) "La violencia en Colombia: Dimensiones y políticas
de prevención y control. Lesiones personales no fatales". Informe prelimi­
nar. Cisalva. Cali: Universidad del Valle.
Conferencia Episcopal de Colombia (1995). Derechos Humanos. Desplazados por
violencia en Colombia. Bogotá: Conferencia Episcopal.
Contraloría General de la República (1992). "El gasto militar en Colombia 1970-
1990" Revista Informe Financiero, octubre.
----- (1997) "El gasto en defensa y seguridad ciudadana en Colombia: más para
la seguridad del Estado, menos para el ciudadano (1985-1995). Informe Fi­
nanciero, diciembre.
Corbo, Vitorio (1994) "Main Determinants of Latín America's Growth", en DNP-
BID-BM (1994).
CEJ (1997). Justicia y desarrollo: debates. Gasto público y desempeño de la jus
ticia. Bogotá: Corporación Excelencia en la Justicia.
258 CRIMEN E IMPUNIDAD

Corporación Región (1997) "Una aproximación a la conflictividad urbana en


Medellín", Medellín: mimeo.
Correa, Medardo (1997). Sueño inconcluso. Mi vivencia en el ELN. Bogotá: Finde-
sarrollo.
Dávila, Andrés (1997). "Ejército regular, conflictos irregulares: la institución mi­
litar en los últimos quince años". Documento de trabajo, Paz Pública, Uni­
versidad de los Andes.
Davis, John (1988), Conflict and Control: law and order in nineteenth-century Italy.
Atlantic Highlands, NJ: Humanities Press International.
Deas, Malcolm y Fernando Gaitán (1995), Dos ensayos especulativos sobre la vio­
lencia en Colombia, Bogotá: Fonade - DNP - Tercer Mundo.
De Waal, Frans (1996), Good natured. The origins ofright and wrong in humans and
other animáis. Cambrideg: Harvard University Press.
Dilulio Jr, John J. (1996) "Help Wanted: Economists, Crime and Public Policy",
en Journal of Economie Perspectives, Vol. 10 No. 1
Defensoría del Pueblo (1996). "El conflicto armado en Colombia y los menores
de edad". Boletín No. 2, Bogotá.
DNP (1998). La paz: el desafío para el desarrollo. Bogotá: TM Editores, Departamen­
to Nacional de Planeación.
DNP-BID-Banco Mundial (1994) "Seminario Latinoamericano sobre Crecimiento
Económico", Bogotá.
Domínguez, María Alicia, Roberto lunes, Stanley Lalta, Ricardo Tapia y María
Antonia Remenyi, Jaime Chang, Lucy Baca. "El impacto económico de la
violencia sobre los servicios de salud en países de América Latina y el Cari­
be: Informe preliminar". Mimeo. Sin fecha.
Echandía, Camilo (1995). "Violencia y desarrollo en el municipio colombiano,
1990-1992". DAÑE: Boletín de Estadística No. 476.
----- (1995a). "Colombie: dimensión économique de la violence et de la crimi-
nalité". Problemes d’Amérique Latine, No. 16 janvier-mars.
----- (1998) "Indagación sobre el grado de concentración de la actividad arma­
da en el conflicto interno colombiano". Documento de trabajo No. 12 - Ver­
sión preliminar. Bogotá: Paz Pública, Universidad de los Andes, enero.
Echeverri, Óscar, Gustavo de Roux, Henry Gallardo, Jesús Rodríguez, Harold
Banguero y William Rotavisky (1997). "La violencia en Colombia: dimen­
siones y políticas de prevención y control. Homicidios y sus costos". Infor­
me preliminar. Cisalva. Cali: Universidad del Valle.
Echeverry, Juan Carlos y Zeinab Partow (1997). "Why Justice is unresponsive
to crime: the case of cocaine in Colombia". Borradores Semanales de Economía.
Bogotá: Banco de la República.
Eggertsson, Thráinn (1990), Economie Behavior and Institutions, Cambridge:
Cambridge University Press.
BIBLIOGRAFÍA 259

Elias, Norbert (1994), The Civilizing Process. Oxford: Blackwell.


Elster, John (1989) "Social Norms and Economic Theory", The Journal of Econo­
mic Perspectives 3,4.
Erlich, Isaac (1973) "Participation in Illegitimate Ac tivi bes: A Theoretical and
Empirical Investigation", Journal of Pólitical Economy, Vol. 81 Ne 3.
----- (1996) "Crime, Punishment, and the Market for Offenses", en Journal of
Economic Perspectives, Vol. 10 No. 1.
Escobar, Santiago (1994). "Estudio del impacto de la violencia en la producción
agropecuaria". Documento de trabajo. Bogotá: Oficina del Alto Comisiona­
do para la Paz. Observatorio de violencia.
----- (1996). "Incidencia de la violencia en la economía, 1992-1996". Documento
de trabajo. Bogotá: Oficina del Alto Comisionado para la Paz. Observatorio
de violencia.
Fajardo, Juan Andrés (1996) "Crimen y productividad en Colombia (1954-1992):
una aproximación econométrica", trabajo no publicado, Bogotá: Universi­
dad de los Andes.
Fescol-lEPRl (1997). Nuevas visiones sobre la violencia en Colombia. Bogotá.
Fiorentini, Gianluca y Sam Peltzman (eds) (1995), The Economics of Organised
Crime, Cambridge MA: CPER - Cambridge U Press.
Fletcher, Jonathan (1997), Violence & Civilization. An introduction to the work of
Norbert Elias, Cambridge UK: Polity Press.
Freeman, Richard (1996) "Why Do So Many Young American Men Commit
Crimes and Wat Might We Do About It?", en Journal of Economic Perspectives,
Vol. 10 No. 1 invierno.
Fukuyama Francis (1995) Trust - The Social Virtues & The Creation of Prosperity,
Press.
Gaitán, Fernando (1994) "Un ensayo sobre la violencia en Colombia", en Deas
y Fernando Gaitán (1994).
----- (1997). "El método dialéctico como alternativa para estudiar la violencia",
en Fescol-lEPRl (1997) pp. 83 a 101.
Gambetta, Diego (1993), The Sicilian Mafia: The Business of Private Protection,
Cambridge MA: Harvard University Press.
García, Clara Inés (1996). Urabá. Región, actores y conflicto 1960-1990. Mede-
llín: INER, Universidad de Antioquia.
García, Martha y Darío Betancourt (1993). "Narcotráfico e historia de la mafia
colombiana", en CINEP-APEP (1993) pp. 287-357.
Gardland, David (1990), Punishment and Modern Society. A Study in Social Theory,
Chicago: The University of Chicago Press.
Gaviria, Alejandro (1997) "Increasing Retums and the Evolution of Violent Cri­
me: The Case of Colombia". (Preliminary Draft). Mimeo. La Jolla: Univer­
sity of California, San Diego.
260 CRIMEN E IMPUNIDAD

Giraldo, Carlos Alberto (1993). "El impacto psicológico de la violencia en los


niños" en Giraldo et al. (1993) p. 117-134.
----- y otros (1993). Rasgando velos. Ensayos sobre la violencia en Medellín. Mede-
llín: Editorial Universidad de Antioquia.
----- , Jesús Abad Colorado y Diego Pérez (1997). Relatos e imágenes. El desplaza­
miento en Colombia. Bogotá: CINEP.
Godefroy, Thierry y Lafargue Bernard (1982) "Les couts de crime en France en
1978 et 1979", Service dEtudes Penales et Criminologiques - CNRS.
Gold, David (1997). "Opportunity costs of military expenditures: Evidence
from the United States", en Brauer y Gissy (1997) pp. 109-124.
Gómez, Alejandro (1997). "The dynamic effects of Economic disturbances over
the permanent and transitory violence en Colombia". Trabajo presentado
en la reunión de Latín American and Caribbean Economic Association (LA­
CEA), Bogotá.
Gómez, Hernando José (1988). "La economía ilegal en Colombia: tamaño, evo­
lución, características e impacto económico". Coyuntura Económica, Vol.
XVIII, septiembre.
----- (1990) "El tamaño del narcotráfico y su impacto económico", en Economía
Colombiana Nos 226 y 227.
Gómez, Olga (1995) "Causas económicas del secuestro en Colombia", trabajo
de grado - Departamento de Economía - Universidad Javeriana - Bogotá.
Granada, Camilo y Leonardo Rojas (1995) "Los costos del conflicto armado
1990-1994" Revista de Planeación y Desarrollo, Vol. XXVI No. 4.
Granada, Camilo y Sergio Iván Prada (1997). "Aproximaciones a un modelo de
estimación del gasto militar y de policía en Colombia". Documento de tra­
bajo No. 7. Paz Pública. Bogotá: Universidad de los Andes.
Guerrero, Rodrigo y otros (1994) "La violencia como problema de salud públi­
ca", en OPS (1994).
Guerrero, Rodrigo (1997). "Prevención de la violencia a través del control de
sus factores de riesgo". BID. Reunión sobre el desafío de la violencia criminal
urbana.
Guzmán, Alvaro (1993) "Violencia urbana y seguridad ciudadana en Cali". Re­
vista Foro No. 22.
----- y Jaime Escobar (1997). "La violencia en Colombia: dimensiones y políticas
de prevención y control. Delitos contra el patrimonio y sus costos". Informe
preliminar. Cisalva. Cali: Universidad del Valle.
Guzmán, Germán (1991). "Reflexión crítica sobre el libro 'La violencia en Co­
lombia' ", en Sánchez y Peñaranda (1991).
Harris, Geoff (1997). "Estima tes of the economic cost of armed conflict: the Iran-
Iraq war and the Sri Lankan civil war”, en Brauer y Gissy (1997), pp. 269-
291.
BIBLIOGRAFÍA 261

Hawkins, J. David (1996), Delinquency and Crime - Current Theories, Cambridge:


Cambridge Criminology Series.
Hernández, Manuel (1997) "Comportamientos y búsquedas alrededor del nar­
cotráfico", en PNUD - DNE (1997).
Hobsbawm, Eric J (1965). Primitive Rebels. Studies in Archaic Forms of Social Mo-
vement in the 19th and 20th Centuries. Nueva York: Norton Library, 1965.
----- (1991) "Historiografía del bandolerismo", en Sánchez y Peñaranda.
Hogarth, Robín and Melvin Reder (1987), Rational Choice - The Contrast between
Economics and Psychology, Chicago: University of Chicago Press.
IEPRI (1997). "La paz es rentable. Balance de los estudios". Proyecto de consul-
toría al DNP.
INS. Celade (1991). "Accidentes y muertes violentas en Colombia. Un estudio
sobre las características y consecuencias demográficas 1965-1988". San José,
Costa Rica.
INS (1994). "Años perdidos de vida potencial Colombia 1991. La mortalidad en
Colombia 1953-1991", Bogotá.
IRIS (1996). "Economic Growth, institutional quality and the role of judicial ins-
titutions". Informal Workshop Summary. IRIS Center of the University of
Maryland.
Jacoby, Susan (1983), Wild Justice. The Evolution of Revenge. Nueva York: Har-
per & Row.
Jaramillo, Ana María (1993). "Milicias Populares en Medellín, entre lo privado
y lo público". Revista Foro No. 22, noviembre.
----- (1994). "Entre la guerra y la paz". Palabras Más, Corporación Región, Me-
^Jellín.
Jean, Frangois y Jean-Christophe Rufin (1996) Economie des guerres civiles, París:
Hachette.
Jimeno, Myriam e Isamel Roldán (1996). Las sombras arbitrarias. Violencia y auto­
ridad en Colombia. Bogotá: Editorial Universidad Nacional.
----- (1998). Violencia cotidiana en la sociedad rural. Bogotá: Fondo de Publicacio­
nes Universidad Sergio Arboleda.
Johnson, Eric y Eric H. Monkkonen (1996). The Civilization of Crime. Violence in
Town & Country since the Middle Ages. Urbana: University of Illinois Press,
1996.
Junguito, Roberto y Carlos Caballero (1978). "La otra economía", Coyuntura Eco­
nómica, Vol. VIII No. 4, diciembre.
Kalmanovitz, Salomón . "Economía de la violencia". Revista Foro. Sin fecha.
----- (1990). "La economía del narcotráfico en Colombia". Economía Colombia™
No. 188.
262 CRIMEN E IMPUNIDAD

Klevens, Joanne (1997) "Lesiones de causa externa, factores de riesgo y medidas


de prevención", Bogotá: Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias
Forenses.
----- (1997a). "Maltrato físico al menor. Factores de riesgo y medidas de preven­
ción", Bogotá: Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.
----- (1998). "Violencia contra la mujer. Factores de riesgo y medidas de preven­
ción". Bogotá: CEJ. Serie Criterios de Justicia.
Knaul, Felicia (1997). "The importance of family and community social capital
in the creation of human capital in urban Colombia". Trabajo presentado
en LACEA, Bogotá.
Krueger, Anne (1974) "The Pólitical Economy of a Rent-Seeking Society", en
American Economic Review LXIV.
Landes, David (1965) Unbound Prometheus. Cambridge: Cambridge University
Press.
Landes W. & Posner R. (1987) "Trademark Law: An Economic Perspective", The
Journal ofLaw and Economics, Vol. XXX, octubre.
Lang, D.A. (1974), "A Repórter al Large: The Bank Drama (Swedish Hostages)",
New Yorker, 50 (40), pp. 56-126.
La Rotta, Jesús (1996). Las finanzas de la subversión colombiana: una forma de explo­
tar a la nación. Bogotá: Incise.
Larraín, Soledad (1998). "Violencia doméstica en América Latina y el Caribe:
causas, consecuencias y soluciones". BID. Documento presentado en el se­
minario Promoviendo la Convivencia Ciudadana. Un marco de referencia
para la acción.
Leal, Francisco (1994). "Defensa y seguridad nacional, 1958-1993", en Leal,
Francisco y Juan Tokatlián, Comp (1994). Orden mundial y seguridad. Nuevos
desafíos para Colombia y América Latina. Bogotá: IEPRI-SID-Fescol.
----- (1995). El oficio de la guerra. Bogotá: TM Editores, IEPRI.
Leibovitch, José (1998). "Análisis de los cambios en la distribución del ingreso
rural en Colombia (1988-1995)". Documento CEDE 98-09.
----- (1998a). "Los activos y recursos de la población pobre en Colombia". Pre­
sentación, Seminario CEDE, abril de 1998.
Londoño, Juan Luis (1996) "Violencia, Psychis y Capital Social-Notas sobre
América Latina y Colombia" Segunda Conferencia Latinoamericana sobre
Desarrollo Económico- Bogotá.
----- (1998). "Epidemiología económica de la violencia". Ponencia ante la Asam­
blea del BID. Cartagena.
Looney, Robert (1997). "Military expenditures and fiscal constraints in Pakis­
tán", en Brauer y Gissy (1997) pp. 125-149.
BIBLIOGRAFÍA 263

López, Andrés (1997). "Costos del combate a la producción, comercialización y


consumo de drogas y a la violencia generada por el narcotráfico", en PNUD-
DNE (1997).
Lozada R. y Vélez E. (1989) "Tendencias de muertes violentas en Colombia".
Coyuntura Social No. 1.
Maldonado, María Cristina (1995). Conflicto, poder y violencia en la familia. Cali:
Universidad del Valle, Editorial Facultad de Humanidades.
Medina, Carlos (1990). Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colombia. Bo­
gotá: Editorial Documentos Periodísticos.
----- (1996). ELN: una historia contada a dos voces. Entrevista con el 'cura' Manuel
Pérez y Nicolás Rodríguez Bautista, 'Gabino'. Bogotá: Rodríguez Quito Edito­
res, 1996.
Molano, Alfredo (1996). Trochas y fusiles, la. reimpresión. Bogotá: IEPRJ/El Ánco­
ra, 1996.
----- , (1997), Conferencia sobre justicia guerrillera. Mesa redonda sobre justicia
en Colombia. Cijus. Bogotá: Universidad de los Andes.
Montenegro, Armando (1994) "Justicia y desarrollo económico". Mimeo, DNP.
----- (1996) "Seguridad y justicia: elementos para un balance", en ANIF (1996)
pp. 29-44.
----- y Carlos Esteban Posada (1995) "Criminalidad en Colombia", Coyuntura
Económica, Vol. XXV, No. 1.
Morrison, Andrew y Miguel Pérez (1994). "Elites, guerrillas and narcotrafican-
tes: violence and internal migration in Colomba". Canadian Journal of Latín
American and Caribbean Studies, Vol. 19, No. 37-38.
Morrison, Andrew y María Beatriz Orlando. "The socio-economic impact of
Domestic Violence against Women in Chile and Nicaragua". IABD. Women
ioftevelopment Unit. Sin fecha.
Moser, Caroline (1996) "Pobreza urbana y violencia ¿consolidación o erosión
del capital social?" Segunda Conferencia Latinoamericana sobre Desarrollo
Económico- Bogotá.
----- (1998). "The Asset Vulnerability Framework: Reassessing Urban Poverty
Reduction Strategies". World Development, Vol. 26, No. 1, pp. 1-19.
Moser, Caroline y Jeremy Holland (1997). La pobreza urbana y la violencia en Ja­
maica. Estudios del Banco Mundial sobre América Latina y el Caribe.
Murillo, Gabriel y Marta Herrera. Violence and migration in Colombia. Washing­
ton: Center for Inmigration Policy and Refugee Assistance, Georgetown
University, 1991.
Murphy, Kevin, Shleifer Andrei & Vishny Robert (1991) "The Allocation of Ta-
lent: Implications for Grothw", The Quaterly Journal of Economics, mayo.
----- (1993)" Why is Rent-Seeking so Costly to Growth", American Economic Re-
view Vol. 83 No. 2, mayo.
í>4 CRIMEN E IMPUNIDAD

lemogá, Gabriel (1990)- El Estado y la administración de la justicia en Colombia.


, Bogotá: TEMIS.
.— (1996). Justicia sin rostro. Estudio sobre la justicia regional. Bogotá: Universi­
dad Nacional de Colombia, UNIJUS.
orth, Douglass C. (1990), lnstitutions, Institutional Change and Economic Perfor­
mance, Cambridge: Cambridge University Press.
•cquist, Paúl (1978). Violencia, conflicto y política en Colombia. Bogotá: IEC.
'sorio Pérez, Flor Edilma. Ea violencia del silencio. Desplazados del campo a la ciu­
dad. Bogotá: CODHES y Universidad Javeriana, 1993.
'rozco, Iván (1992). Combatientes, rebeldes y terroristas. Guerra y derecho en Colom­
bia. Bogotá: IEPRI, Tennis.
PS (1994). "Sociedad, violencia y salud", Washington.
’rtiz, Carlos Miguel (1991) "El sicariato en Medellín: entre la violencia política
y el crimen organizado", en Análisis Político: Revista del Instituto de Estu­
dios Políticos y Relaciones Internacionales.
— (1995). "La violencia y los negocios. Quindío años 50 y 60", en Sánchez y
Peñaranda.
ispina, Jorge (1997), "Hacia una nueva estrategia de manejo del orden públi­
co", en Inseguridad e Impunidad en Colombia, Bogotá: Partido Conservador
Colombiano.
ispina, Paula (1996) "Gasto público y privado en seguridad", trabajo de grado
no publicado, Universidad Javeriana, Bogotá.
Isterberg, Eva (1996). "Criminality, Social Control, and the Early Modern State:
Historiography", en Jhonson y Monkonen (1996).
larra, Clara Elena (1997) "Determinantes de la inversión en Colombia: nueva
evidencia sobre el capital humano y la violencia", tesis no publicada, Bogo­
tá: Programa de Economía para Graduados, Universidad de los Andes.
ana, Rodrigo, Adela González, Olga Patricia Moritz, Amilvia Blandón, Rubén
Bustamante (1997). La escuela violenta. Bogotá: Fundación FES, TM Editores.
2a. reimpresión.
átrinos, H. A. (1995) "The Importance of Social Capital in the creation of Hu­
man Capital", mimeo, World Bank.
teña, Manuel Vicente (1997). La paz de las FARC. Bogotá: Fundación para los
Derechos Humanos.
teñaranda, Ricardo (1995). "Los estudios recientes" (sobre la violencia) en Sán­
chez y Peñaranda (1995) pp. 38-44.
teñate, Andrés (1991) "The Elenos" in Arauca: "Politics an oil in a Colombian
province", Oxford University: M. Phil Thesis.
— (1998). "El sendero estratégico del ELN: del idealismo guevarista al cliente-
lismo armado". Documento de Trabajo Paz Pública. Bogotá: Universidad
de los Andes.
BIBLIOGRAFÍA 265

Perczek, Raquel (1996) "Pobreza y violencia en Santafé de Bogotá", tesis no pu­


blicada, Bogotá: Programa de Economía para Graduados, Universidad de
los Andes.
Pizarro, Eduardo (1992) Las FARC (1946-1966). De la autodefensa a la combinación
de todas las formas de lucha. Bogotá: IEPR1 y Tercer Mundo, 2a. edición.
----- , (1996) "Fundamentos para una sociología de la guerrilla", en Insurgencia
sin revolución. Bogotá, Tercer Mundo.
Plazas, Alfonso (1997) "Impacto de la violencia sobre la productividad departa­
mental en Colombia", trabajo de grado no publicado, Bogotá: Universidad
Javeriana.
PNUD-DNE (1997). Drogas ilícitas en Colombia. Su impacto económico, político y social.
Bogotá: Ariel Ciencia Política.
Posada, Carlos Esteban (1994). "Modelos económicos de la criminalidad y la
posibilidad de una dinámica prolongada". Archivos de Macroeconomía,
Bogotá: DNP.
Presidencia de la República (1993) "Seguridad para la gente - Segunda fase de
la Estrategia Nacional contra la Violencia", Bogotá.
Putnam, Robert (1994) "The Prosperous Community: Social Capital and Econo-
mic Growth", SIRS1994 Economics Article 18.
Quintero, Magda y Ramón Jimeno (1993) "Los medios de comuniación y la
violencia", en CINEP-APEP (1993) pp. 197-264.
Radbruch, Gustav y Enrique Gwinner (1955). Historia de la criminalidad (Ensayo
de una criminología histórica). Barcelona: Bosch.
Ramírez, Augusto (1997). "Propuesta de una solución política al conflicto arma­
do en Colombia", en Inseguridad e Impunidad en Colombia, Bogotá: Partido
Cqgjtrvador Colombiano.
Rapoport, Anatol (1995) The Origins of Violence - Approaches to the Study of Con-
flict, New Brunswick & London: Transaction Publishers.
Reich, Walter Ed (1990). Origins of Terrorism. Psychologies, Ideologies, Theologies,
States ofMind. Washington: Woodrow Wilson Center Series.
Restrepo, Jorge Alberto (1993). "Comportamiento y determinantes del gasto en
defensa en Colombia, 1886-1991", trabajo de grado. Universidad Javeriana,
Bogotá.
Reyes, Alejandro (1990). "La violencia y la expansión territorial del narcotráfi­
co", en Tokatliean y Bagley (1990) pp. 117-139.
----- (1991) "Paramilitares en Colombia: contexto, aliados y consecuencias",
Análisis Político No. 12.
----- (1997) "Compra de tierras por narcotraficantes", en PNUD-DNE (1997).
Robles, Helena y Tomás Torres (1996). "El secuestro, aspectos generales y cos­
tos", trabajo de grado. Universidad Externado de Colombia.
166 CRIMEN E IMPUNIDAD

<ocha, Ricardo (1997) "Aspectos económicos de las drogas ilegales", en PNUD-


| DNE (1997).
Rogers, J. (1989) "Theories of Crime and Development: An Historical Perspec-
tive", The Journal of Development Studies, Vol. 25 No. 3.
tornero, Giovanni (1997) "Demografía de la violencia en Colombia", mimeo.
Bogotá: Universidad de los Andes- CCRP.
towe, David (1996)" An Adaptive Strategy Theory of Crime and Delinquency",
en Hawkins (1996).
lubio, Mauricio (1995) "Crimen y crecimiento en Colombia", Coyuntura Econó­
mica, Vol. xxv No. 1.
— (1996). "Crimen sin sumario - Análisis Económico de la Justicia Penal Co­
lombiana", Documento CEDE No. 96-04, Bogotá: Universidad de los Andes.
— (1996a) "Reglas del juego y costos de transacción en Colombia", Docu­
mento CEDE 96-08, Bogotá: Universidad de los Andes.
— (1996b). "Inseguridad y conflicto en las ciudades colombianas", Documento
CEDE No. 96-09, Bogotá: Universidad de los Andes.
— (1997) "Percepciones ciudadanas sobre la justicia - Informe final de inves­
tigación", mimeo, Bogotá: Ministerio de Justicia, Cijus-Universidad de los
Andes.
— (1997a) "La justicia en una sociedad violenta - Los agentes armados y la
justicia penal en Colombia". Documento CEDE 97-03 y documento de trabajo
No. 11, Paz Pública. Bogotá: Universidad de los Andes.
— (1997b) "Costos económicos de la impunidad", en Inseguridad e Impunidad
en Colombia, Bogotá: Partido Conservador Colombiano.
— (1997c). "De las riñas a la guerra. Hacia una reformulación del diagnóstico
de la violencia colombiana" Coyuntura Social. No. 17, noviembre.
— (1997d). "Los costos de la violencia en Colombia". Documento CEDE 97-07,
Bogotá.
— (1998) "Casos juzgados - Análisis de una encuesta de sentencias penales
en cuatro ciudades colombianas (1995-1996)", Informe final de investiga­
ción, Consejo Superior de la Judicatura, Bogotá: Universidad de los Andes.
— (1998a) "Rebeldes y criminales - Una crítica a la tradicional distinción entre el
delito político y el delito común", en La violencia en la sociedad colombiana, edita­
do por Myriam Jimeno y Femando Cubides. Bogotá: Universidad Nacional,
próximo a publicarse.
— (1998b) "Crimen con misterio. El problema de calidad en las cifras de vio­
lencia y criminalidad en Colombia". Documento CEDE 98-11.
iaiz, Ana María (1997) "La presión de los grupos económicos en la legislación
i penal colombiana", trabajo de grado no publicado - Bogotá: Universidad
de los Andes.
BIBLIOGRAFÍA 267

Salazar, Henry (1995). "Narcotráfico y desarrollo económico: un estudio de caso


en el municipio de Pacho, Cundinamarca". Tesis. Programa de Economía
para Graduados. Facultad de Economía. Universidad de los Andes.
Salazar, Alonso (1994). No nacimos pa semilla. Bogotá: CINEP.
----- y Ana María Jaramillo (1992). Las subculturas del narcotráfico. Bogotá: cinep.
Sánchez, Gonzalo (1989) "Violencia, guerrillas y estructuras agrarias", en Nueva
Historia de Colombia, Vol. II, Bogotá: Planeta, pp. 127 a 152.
----- (1995) "Los estudios sobre la violencia. Balance y perspectivas", en Sán­
chez y Peñaranda (1995) pp. 19-37.
----- y Ricardo Peñaranda, compiladores (1995). Pasado y presente de la violencia
en Colombia. Bogotá: IEPRI-CEREC. 2a. edición, la. reimpresión.
----- y Donny Meertens (1983). Bandoleros, gamonales y campesinos. Bogotá: El
Ancora Editores.
Sánchez, Fabio, Jorge Iván Núñez y Jairo Núñez (1996) "Evolución y determi­
nantes de la productividad en Colombia: un análisis global y sectorial",
Archivos de Macroeconomía - DNP UAM.
Santos, Francisco [1997]. "Legislación antisecuestro: qué sirve y qué no", en
Memorias del Seminario Internacional de Violencia, Secuestro y Terroris­
mo. Bogotá: Universidad de los Andes.
Sarmiento, Alfredo y otros (1998). "La violencia y las variables sociales", en DNP
(1998) pp. 37 a 43.
Schelling, Thomas (1966), Arms and Influence, New Haven: Yale University
Press.
Scully, G. (1988). "The institutional Framework and Economic Development",
Journal ofPolitical Economy. Vol. 96 No. 3.
Sherwoo<^í¿obert, Shepherd Geoffrey & Marcos de Souza Celso (1994) "Judi­
cial Systems and Economic Performance", mimeo. IRIS, University of Mary-
land.
Shoemaker, Donald (1996), Theories of delinquency, 3rd Edition, Oxford U Press.
Smelser, Neil y Richard Swedberg, Eds (1994). The Handbook of Economic Socio-
logy. Princeton: Princeton University Press.
Spieremburg, Pieter (1996). "Long-term trends in Homicide: Theoretical Reflec-
tions and Dutch Evidence, Fifteenth to twentieth Centuries" en Johnson y
Monkkonen (1996).
Steiner, Roberto (1997) "La economía del narcotráfico en Colombia", mimeo,
Fedesarrollo.
Tanry, Michael y David Farrington, Eds. Building a safer society. Strategic approa-
ches to crime prevention. Chicago: University of Chicago Press, 1995.
Thoumi, Francisco (1990). "Algunas implicaciones del crecimiento de la econo­
mía subterránea en Colombia", en Tokatlián y Bagley (1990) pp. 87-107.
----- (1994). Economía política y narcotráfico. Bogotá: Tercer Mundo.
CRIMEN E IMPUNIDAD

Tokatlián, Juan y Bruce Bagley (1990). Economía y política del narcotráfico. Bogotá:
| Ediciones Uniandes-CEREC.
Tommasi, Mariano y Kathryn Ierulli, Eds (1995). The New economics of human
behaviour. Cambridge: Cambridge University Press.
Irujillo, Édgar y Martha Badel (1998). "Los costos económicos de la criminali­
dad y la violencia en Colombia: 1991-1996". Documento No. 76, Archivos
de Macroeconomía, Bogotá: dnp.
Jprimmy, Rodrigo (1994) "Narcotráfico, régimen político, violencias y dere­
chos humanos en Colombia", en Vargas Ricardo comp. (1994). Drogas, poder
y región en Colombia. CINEP. Bogotá.
---- (1997). "Drogas, narcotráfico y administración de justicia en Colombia".
Mesa redonda sobre Justicia en Colombia organizada por el CIJUS. Bogotá:
Universidad de los Andes.
Jribe, María Victoria [1992], Limpiar la tierra. Guerra y poder entre esmeralderos.
Bogotá: CINEP.
---- [1994], Ni canto de gloria, ni canto fúnebre. El regreso del EPL a la vida civil.
Bogotá: CINEP.
---- [1995], Enterrar y callar. Las masacres en Colombia, 1980-1993. Bogotá: CPDH.
Jribe, Sergio (1997). "Los cultivos ilícitos en Colombia. Extensión, técnicas y
tecnologías para la producción y rendimientos. Magnitud de la industria",
en PNÜD-DNE (1997).
Jrrutia, Miguel (1990) "Análisis costo-beneficio del tráfico de drogas para la
economía colombiana". Coyuntura Económica Vol. XX No. 3 - octubre.
---- (1993) "Entrada de capitales, diferencial de intereses y narcotráfico", en
Garay, Luis Jorge (1993). Macroeconomía de los flujos de capital. Bogotá: Tercer
Mundo-Fedesarrollo-Fescol.
Zanberg, Viktor (1994), Rules & Choice in Economics, Nueva York: Routledge.
Varios autores (1994). Rostros del secuestro. Bogotá: Planeta.
torgas (1993) "Violencia en la vida cotidiana", en CINEP-APEP (1993) pp. 141-196.
Marios autores (1994). Rostros del secuestro. Bogotá: Planeta.
Másquez, Juan Carlos (1997). "La influencia de la guerrilla en el municipio de La
Calera, Cundinamarca", trabajo de grado en proceso Programa de Econo­
mía para Graduados. Bogotá: Universidad de los Andes, 1997.
Melásquez Velásquez, Fernando (1995) Derecho penal. 2a Ed, Temis, Bogotá.
Ailliamson, O. (1979) "Transaction Cost Economics: The Governance of Con­
tractual Relations", Journal ofLaw and Economics. Vol. XXII (2).
•---- (1989) "Transaction Cost Economics", en Handbook of Industrial Organiza-
tion. Vol. I - North Holland.
Abrid Bank (1997). "Crime and Violence as Development Issues in Latín Amé­
rica and the Caribbean". Seminar on The Challenge of Urban Criminal Vio­
lence". IABD. Rio de Janeiro, marzo.
BIBLIOGRAFÍA 269

Wrangham Richard & Dale Peterson (1996), Demonio Males - Apes and the origins
of Human Violence, Bostón: Houghton Mifflin.
Wright, Robert (1994), 77¡e Moral Animal. Evolutionary Psychology and Everyday
Life, Nueva York: Vintage Books.
Zehr, Howard (1976) Crime and the Development of Modern Society, Londres:
Croom Helm Rowman and Littlefield.
Zvekic, Ugjlesa (1990) ed "Essays in Crime and Development" United Nations
Interregional Crime and Justice Research Institute-Publication NQ 36 -
Roma.
Zwi, Anthony (1996) "Numbering the dead: Counting the casualties of war",
en Bradby, Hannah (1996) Ed Defining Violence. Understanding the causes and
effects of violence, Hampshire: Avebury.
Si hay algo tanto o más difícil de entender que la violencia colombiana,
es la acción de la sociedad, y de su clase dirigente, ante dicha violencia.
Las dificultades para entender la violencia son variadas. Es un campo
rodeado de misterio, de desinformación, de mitos y de abiertas
mentiras. escasa evidencia con que se cuenta, cuando no ha sido
abiertamente ignorada, la han filtrado los prejuicios, la ideología y unos
caducos persistentes esquemas mentales. El debate público es sinuoso y
está plagado de eufemismos. Extraña sociedad ésta que, acorralada por
la más variada gama de organizaciones armadas al margen de la ley, se
dejó convencer de que la mayoría de sus muertos resultaban de las riñas
callejeras y las discusiones en los bares. Insólito establecimiento éste
que terminó compartiendo con sus más encarnizados enemigos el
discurso que legitima sus desafueros. Singular comunidad ésta que
espera que con concesiones económicas y políticas a los violentos se
reducirán sus amenazas.
Son variados los pasos en falso que ha dado la sociedad colombiana en
materia de seguridad pública. El primero fue descriminalizar la
violencia, desvirtuando la función de la justicia penal. El segundo fúe
dejarse enredar por las intenciones de los violentos; creer que hay
crímenes que se cometen con causas nobles. El tercero es el exabrupto
económico de que la paz se compra, y con recursos de las víctimas
dirigidos a los agresores. El cuarto, que se está consolidando, es el de
dejar de llamar las cosas por su nombre, para no disgustar a los
violentos. Ningún proceso de paz, ni ninguna sociedad democrática, se
puede construir sobre unasjbases tan débiles.

T
CEDE
40 años

También podría gustarte