Está en la página 1de 3

EL CAPITALISMO

La caída del Muro de Berlín significó muchas cosas para muchas personas. Sin embargo, lo más importante fue
lo que ese momento dijo acerca de la forma en que las economías se estructuran y se dirigen. Para la mayoría
de los observadores, la caída de la Unión Soviética demostró de manera incontrovertible que la economía de
mercado era la mejor forma de dirigir un país, de hacerlo próspero y de mantener a sus ciudadanos contentos.
Fue una victoria del capitalismo.

El capitalismo ha sido objeto quizá de más críticas que cualquier otro modelo económico. De hecho, su nombre
fue originalmente un término despectivo concebido por los socialistas y marxistas en el siglo XIX para referirse
a los aspectos más desagradables de la vida económica moderna: la explotación, la desigualdad y la represión,
por mencionar sólo tres. En sus comienzos, el modelo fue blanco de los ataques de la Iglesia, pues se
consideraba que la prioridad que otorgaba al lucro y al dinero era una amenaza para las enseñanzas religiosas.
Las críticas más duraderas son las que afirman que genera desigualdad, fomenta el desempleo y la
inestabilidad, y tiende a los auges y las crisis cíclicas. Otros advierten que no tiene en cuenta sus efectos sobre
el medioambiente.

Un sistema híbrido

El capitalismo es el sistema en el que el capital (las compañías, equipos y estructuras empleados para producir
bienes y servicios) no son propiedad del Estado sino de individuos particulares. Esto significa que es el público
el que posee las compañías (adquiriendo participaciones en ellas a través de la compra de acciones o
prestándoles dinero a cambio de bonos). Algunas veces, las personas hacen esto de forma directa, pero es más
común que sean otros los que inviertan en su nombre a través de los fondos de inversión. Casi todos los
ciudadanos de una economía importante poseen sin proponérselo acciones de sus principales compañías a
través de su fondo de inversión, lo que significa que en teoría a todos les conviene que las empresas prosperen.

La mayoría de los manuales de economía ni siquiera se molestan en definir el capitalismo. Esto quizá sea
comprensible. A diferencia de sistemas económicos puros, relativamente unidimensionales, como el
comunismo, el capitalismo es un híbrido. Complejo y polifacético, aprovecha elementos de muchos otros
sistemas y resulta extremadamente difícil reducirlo a una definición precisa. Además, tratándose del sistema
económico vigente en la mayoría de países del mundo, con frecuencia parece innecesario intentar definirlo.

Monopolios y otros problemas

Los críticos del capitalismo han advertido de que éste a menudo tiende a fomentar el surgimiento de
monopolios y oligarquías (cuando las economías están dirigidas por grupos pequeños de personas poderosas).
Esto es contrario a una situación de competencia perfecta, en la que los consumidores siempre tienen una
abundancia de productos alternativos entre los cuales elegir y las compañías tienen que competir entre sí para
ganar una clientela.

Los monopolios son uno de los mayores obstáculos para que exista una economía plenamente saludable, y los
gobiernos tienen que gastar mucho tiempo intentando asegurarse de que las compañías no formen cárteles ni
se vuelvan tan grandes como para dominar una industria por completo. El problema es que los monopolios
están en condiciones de cobrar a sus clientes más de lo que podrían si hubiera competencia. Esto les disuade
de tomar decisiones difíciles para reducir costes y volverse más eficaces, lo que a su vez socava la ley de la
destrucción creativa.

Dado que es la gente en lugar de los gobiernos la que domina la economía, el capitalismo por lo general va de
la mano con el libre mercado. Sin embargo, más allá de esto, una economía capitalista puede adoptar muchas
apariencias diferentes.
En la práctica, lo que en la actualidad solemos llamar economías capitalistas (como las de Estados Unidos, Gran
Bretaña y el resto de Europa y muchos de los países en vías de desarrollo) son en realidad “economías mixtas”
que combinan el libre mercado con la intervención gubernamental. Las economías completamente libres, las
llamadas economías del laissez faire (del francés, “dejad hacer”), nunca han existido. De hecho, la mayoría de
las naciones más importantes son en realidad mercados ligeramente menos libres de lo que eran hace unos
pocos siglos, como muestra la historia de las ideas.

La evolución del capitalismo

El capitalismo, en su forma más temprana, evolucionó a partir del sistema feudal de la Europa medieval, en el
que los campesinos trabajaban para beneficio de la nobleza terrateniente. A finales del siglo XVI, este sistema
dio paso al mercantilismo, un precursor reconocible, aunque burdo, del capitalismo, alimentado por el comercio
entre las distintas naciones y el descubrimiento por parte de los europeos de los lucrativos recursos de las
Américas. Los empresarios que manejaban estas rutas comerciales se volvieron extremadamente ricos, y por
primera vez en la historia personas normales y corrientes empezaron a ganar dinero por derecho propio, en
lugar de depender del patrocinio de un monarca o un aristócrata ricos.

“El vicio inherente del capitalismo es el reparto desigual de las bendiciones; la virtud inherente del socialismo es
el reparto equitativo de las miserias.” Winston Churchill

Ésta fue una revelación crucial, y aunque Adam Smith realizó abundantes críticas a los puntos más delicados
del mercantilismo, su fuerza motriz, a saber, que los individuos pueden beneficiarse al comerciar los unos con
los otros, fue uno de los preceptos clave del capitalismo que abrazó en La riqueza de las naciones. Entonces el
Estado mimaba más a los comerciantes que en la actualidad, les permitía operar en monopolios y les ayudaba
imponiendo aranceles a las importaciones. Sin embargo, las estructuras legales que evolucionaron a lo largo de
un período de doscientos años (la propiedad privada, las sociedades comanditarias por acciones) y los
preceptos económicos del lucro y la competencia se convirtieron en los cimientos del capitalismo de la era
moderna.

En el siglo XIX, los industriales y los propietarios de las fábricas reemplazaron a los comerciantes en lo que,
para muchos, fue una edad de oro del libre mercado. En comparación con la situación actual, tanto en Estados
Unidos como en el Reino Unido el comercio y los mercados tenían pocas limitaciones, y la intervención de los
gobiernos era menor. Sin embargo, la tendencia de ciertas industrias a generar monopolios y el trauma social
y económico que supuso la Gran Depresión en la década de 1930 (a la que siguió la segunda guerra mundial)
incitaron a los gobiernos a intervenir más en sus economías, nacionalizar ciertos sectores y crear un estado del
bienestar para sus ciudadanos. Justo antes de la quiebra de Wall Street en 1929, el gasto del gobierno
estadounidense equivalía a menos de una décima parte del producto del país. Cuarenta años después era cerca
de un tercio. Hoy ronda el 36 por 100, y todo indica que esa proporción seguirá aumentando con rapidez. La
historia del capitalismo a lo largo del último siglo ha girado básicamente alrededor de la cuestión de qué tanto
deben los gobiernos gastar e intervenir en las economías.

Capitalismo y democracia

El sistema capitalista tiene importantes implicaciones para la política y la libertad. El capitalismo es


inherentemente democrático. Al dejar actuar a la mano invisible, al animar a los empresarios a trabajar con
ahínco y superarse a sí mismos, al priorizar el interés propio de los individuos sobre las decisiones del Estado
acerca de lo que es mejor para la población y al permitir a los accionistas controlar las compañías, el capitalismo
consagra la democracia individual y el derecho al voto en una sociedad de una forma que, sencillamente, no
está al alcance de otros sistemas verticales. No es coincidencia que las sociedades no capitalistas tiendan a ser
de manera casi exclusiva dictaduras no elegidas. En el caso de la China moderna, muchos predicen que la
adopción de los valores del libre mercado en el país finalmente se traducirá en un movimiento hacia la
democracia.

“La historia sugiere que el capitalismo es una condición necesaria de la libertad política.” Milton Friedman
Al igual que existe una tensión constante en las sociedades democráticas entre la intervención del Estado y los
derechos individuales, existe un importante debate incesante acerca de en qué medida el capitalismo trata a
ciertos ciudadanos de forma injusta al tiempo que permite a otros prosperar de forma desmesurada. Sin
embargo, es difícil encontrar un economista que esté en desacuerdo con la afirmación de que, bajo los sistemas
capitalistas, las economías se han hecho más ricas y saludables, se han desarrollado más rápido, creado
tecnologías más sofisticadas y, por lo general, llevado existencias políticas más serenas que bajo los sistemas
alternativos. Cuando el Muro de Berlín y la Unión Soviética cayeron, resultó claro para todo el mundo que el
capitalismo había dejado a las economías occidentales en una posición muchísimo mejor que las de aquellos
países hasta entonces dominados por el comunismo. Por consiguiente, los economistas han concluido, uno
detrás de otro, que a pesar de sus muchos defectos, el capitalismo sigue siendo el mejor medio que hemos
descubierto para manejar una economía moderna y próspera.

También podría gustarte