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Vivimos en una sociedad tan racional que castiga duramente “reírse de nada”, de tal forma
quela risa “porque sí” parece un privilegio reservado solamente a los bebés y niños
de muy corta edad. Mi abuela me decía que reír de nada es de tontos, y esta es la
primera creencia grabada a fuego en muchas personas, que hemos de deshacer en
cualquier sesión de risoterapia.
Es importante aprender a reírse de uno mismo, de las capacidades limitadas del ser
humano y de la vida. La sociedad enseña a reírse de los demás, pero no de uno mismo.
En cambio los adultos reímos muy poco, incluso muchos adultos pueden no reír
nada durante un día antero … o muchos días. Esto desde el punto de vista de la salud
mental es una barbaridad, porque en muchos casos ni si quiera somos conscientes de lo
poco que reímos y consecuentemente de la actitud desadaptativa que adoptamos en
nuestro día a día, con muy malas consecuencias directas en nuestra salud emocional.
Se trata de cultivar la actitud infantil y juguetona que todos y cada uno de nosotros
llevamos dentro, y el hecho de que aflore depende directamente no tanto de la habilidad
del técnico que dirige la sesión, que también, sino de la cantidad de “capas castradoras de
personalidad” que haya ido poniendo cada persona sobre esta esencia risueña y juguetona
que todos tenemos.
El genio Charlie Chaplin decía que un día sin reír es un día perdido.