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Introducción
En esta clase abordaremos la comunicación con tres stakeholders relevantes y a la vez muy diferentes entre
sí: el mundo financiero, las comunidades y los organismos del Estado que fijan las reglas para la actividad
empresarial. ¿Cómo abordar la relación con cada uno de ellos?, ¿Cómo contribuir a generar confianzas y
credibilidad en estas relaciones? Es un asunto complejo. Son tres actores cuya incidencia en el negocio puede
ser determinante y así lo hemos podido comprobar en el último tiempo. A esta complejidad se suma la
potencial interrelación que puede desencadenarse entre ellos, ejerciendo mayor presión sobre la
organización. Las comunidades pueden y suelen provocar la actuación de organismos reguladores, tanto
aquellas cercanas a los centros de operación como otras que se configuran de forma virtual y que han
mostrado enorme poder. Los mercados financieros están atentos a cualquier anomalía y reflejan su
percepción en el valor de las acciones, en el riesgo que asignan la deuda y a los distintos instrumentos que
emite la empresa.
De esta forma, el juicio que estos stakeholders se formen acerca de la organización presentará para ella
riesgos u oportunidades, que configuran una “atmósfera” positiva o que muchas veces se vuelve irrespirable.
Pero, ¿cómo conseguir relaciones armoniosas y conductas favorables con cada uno de ellos? En síntesis,
respondiendo a sus intereses respectivos y atendiendo a las brechas entre sus percepciones sobre la empresa
y su realidad (ver Figura 1). Una empresa que es bien considerada pero cuya realidad financiera, regulatoria
o medioambiental es precaria, se encuentra en riesgo y debe mejorar –por ejemplo– sus finanzas si quiere el
respaldo de esos stakeholders. Distorsionar esa realidad mediante pseudo-comunicaciones no solo es
antiético sino completamente contraproducente.
Figura 2:
Lo anterior implica describir y explicar los principales resultados financieros e indicadores de gestión, así
como el proceso por el cual se conecta la estrategia de negocio con los resultados obtenidos. También se
detallan inversiones y planes futuros. Además, se suele comparar el desempeño de la empresa con su
industria y competidores relevantes.
Existen actividades y protocolos específicos que determinan esta forma de comunicación. Por ejemplo, las
empresas que cotizan en bolsa entregan informes trimestrales de resultados a las entidades reguladoras, los
que hacen públicos ante accionistas y otros agentes del mercado. Esto se suma a una junta anual de
accionistas. Al mismo tiempo, se hacen presentaciones presenciales o virtuales para analistas e
inversionistas. La publicación de estos informes muchas veces está condicionada a tiempos y obligaciones
La elaboración de estos instrumentos de comunicación, si bien es liderada por las unidades especializadas de
las áreas financieras de la compañía, es normalmente coordinada con Asuntos Corporativos para asegurar
consistencia en estos esfuerzos.
En primer lugar, toda esta comunicación ocurre en un marco regulatorio que implica un riguroso seguimiento
de los protocolos que establece la autoridad. Por ello, quien supervisa todo el proceso y marca los tiempos
de difusión –junto con controlar la confidencialidad de la información hasta su publicación– son las áreas
legales de las empresas y en particular los responsables de “cumplimiento” (compliance) dentro de ellas. Esta
función, en los últimos años, se ha independizado de las áreas jurídicas y reportan a Comités de Gobierno
Corporativo de los directorios, en un esquema semejante al de las áreas de auditoría interna.
Figura 3
En la comunicación financiera es esencial que todos los argumentos estén sustentados por cifras y datos
comprobables. Asimismo, se debe observar con rigor el marco regulatorio y el impacto que estos informes
tengan en los mercados y, por ende, en el precio de la acción u otros instrumentos. Si bien se demanda amplia
transparencia, por lo general se evita dar a conocer proyecciones o anticipar planes estratégicos, tanto para
evitar que la competitividad se vea perjudicada, como por el impacto en los precios que pueda inducir una
comprensión insuficiente de dichos planes.
Las relaciones con las comunidades han ido evolucionando desde una indiferencia absoluta a una actitud
mucho más proactiva que culmina con una etapa de Sensibilidad Social (social responsiveness), tal como
indica Sethi (2009) en la Tabla 1. La sensibilidad social implica que la empresa se involucra con la comunidad
y otros actores para mejorar integralmente la calidad de vida de los habitantes sin dejar de ser rentable por
ello. Por ejemplo, varias firmas manufactureras escandinavas actúan individualmente y en bloque de manera
proactiva e innovadora para reducir sus emisiones de carbono antes de que la sociedad, las ONGs o las leyes
se lo pidan. Esto es consistente con el concepto de Shared Value (Valor Compartido) por M. Porter y M.
Kramer (2011), el cual implica desarrollar clusters locales que benefician a las comunidades donde se
insertan.
Figura 4
Así, ha surgido el área de Asuntos Públicos, cuyo objetivo es representar los intereses de la empresa ante las
instituciones del Estado. En la práctica, esta área debe identificar el “inventario” de temas en los que la
empresa interviene frente a cada organismo público, crear foros internos a nivel de Directorio y Comité
Ejecutivo para debatir las estrategias a aplicar en cada caso y, por último, articular los diferentes esfuerzos
para dar coherencia al accionar de la compañía frente a estos asuntos. En todo ello la capacidad de
anticipación será clave: (a) Desarrollar capacidades para detectar oportunamente las decisiones de la
autoridad que puedan afectar a la organización, (b) anticiparse al surgimiento de nuevas regulaciones que
puedan ser adversas, y (c) desarrollar redes de contacto e influencia para promover los intereses de la
empresa entre las autoridades. Ello implica el desarrollo de redes de relación que incluyen think tanks,
analistas, funcionarios, políticos y sus asesores.
Esa relación, conocida como lobby, está menos regulada en Chile que en países desarrollado si bien es
inminente la aprobación de la ley que la regulará. Aplicando la noción Sensibilidad Social antes expuesta, es
recomendable que las empresas vayan anticipándose al debate legislativo que tarde o temprano va a
generarse y que podría ser motivo de alguna crisis comunicacional.