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¿PARA QUE QUIERES SER ALGUIEN SI PUEDES SER NADIE?

¿QUIERES TODO? ENTONCES HAZTE NADA


Y DISFRUTA LO QUE QUEDA.
EL GOZO DE LA VACUIDAD RADIANTE

El mundo en el que vivimos nos impulsa a ser "alguien", a lograr el éxito, la admiració n, a
ser reconocidos como alguien de importancia, a que nuestro nombre sea recordado. Ser
reconocido como alguien que se destaca por sobre los demá s, para muchas personas es la
má s profunda motivació n existencial. Esta necesidad de ser reconocidos, de consolidar
nuestra identidad a través de la percepció n de los demá s que, como un espejo, nos regresan
nuestra imagen y confirman y dan lustre a nuestra existencia (haciéndonos saber que
somos "alguien"), aunque es alimentada y conservada por la presió n social tiene un origen
aú n má s profundo. La misma manera en la que percibimos la afianza. El hecho de que una
persona se perciba como un sujeto en el centro de mundo de objetos refuerza la mentalidad
de que somos el centro del universo, y que lo importante es conquistar ese mundo de
objetos (y objetivos), a través del cual obtenemos nuestra sensació n de ser. Nos
alimentamos de los objetos y la admiració n de las personas que así confirman y robustecen
nuestra identidad, nuestro deseo de ser especiales, de despuntar conspicuamente, para no
ser nadie, para no perdernos en el vacío. Empezamos a disfrutar las cosas só lo a través de la
mirada del otro que aprueba nuestra existencia. Alimentá ndonos de esta admiració n, de
este éxito que creemos nos merecemos, cultivamos orgullo por lo que somos, por todo lo
que hemos logrado, y esto es el principal obstá culo para alcanzar el entendimiento de la
realidad, incluso cuando el orgullo viene por los actos virtuosos que hacemos, como explica
Siddharameshwar (maestro de Nisargadatta Maharaj) en el epígrafe de este texto. Y es que
el orgullo por lo bueno es lo que má s refuerza nuestra sensació n de ser un "alguien" que
sobresale de los demá s.

Pero, aunque esta es nuestra realidad relativa (construida y sustentada consensualmente),


que somos el centro de un universo de objetos que giran alrededor de nuestra percepció n,
en los cuales nos vemos, a través de los cuales construimos nuestra identidad y de cuya
manera de responder a nuestros deseos depende nuestra felicidad, este estado, esta
realidad relativa es esencialmente insatisfactoria. Y es que, por má s que logremos
apuntalarnos por sobre el universo de objetos y consolidemos nuestra identidad de manera
exitosa (en la cima de ese universo de objetos y otredades), todo lo que podamos conseguir
de esta manera está siempre al borde de desaparecer e inevitablemente desaparecerá . En
otras palabras, por má s admiració n y posesiones que consigamos para darle seguridad a
nuestra identidad, la realidad es que esta identidad que depende del reconocimiento de los
demá s está siempre en un estado de extrema fragilidad. En cualquier momento podremos
dejar de ser el mejor en algo, o ya no ser má s que otro, o dejar de tener algo que nadie
tiene y perder cualquier tipo de etiqueta o persona que da realidad a esa identidad y, lo que
es má s, en cualquier momento dejaremos de ser "alguien", puesto que inevitablemente
moriremos. Y si acaso existe una vida después de la muerte, las religiones que se han
dedicado a pensar en esto coinciden en que no nos llevaremos lo que hemos apilado sino
solamente, acaso, lo que hemos dado desinteresadamente. El orden del mundo material se
invierte en el mundo espiritual; la dialéctica celestial del amo y el esclavo: el verdadero
privilegio yace en servir y la verdadera fortuna yace en no tener nada (para, así, tener el
corazó n ligero a la hora de la balanza, que en Egipto se pesaba contra la pluma de
Maat). San Juan de la Cruz escribió : "En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en
el amor". Sin que haya un juicio o un juez, uno intuye que el amor es ya el proceso
determinante de nuestra existencia, y el amor pide que nos demos, incluso que nos
vaciemos. Esto mismo lo expresa de manera insuperable la mística del siglo XIII Hadewijch
de Amberes:

Antes yo era rica, pero todo se pierde en el amor.


Nada de mí misma queda, todo se pierde en el amor.
El amor me ha subyugado y esto no es para mí una sorpresa, 
puesto que él es fuerte y yo soy débil,
me deshace y me libera de mí misma...

*  *  *

El vacío nos produce pá nico, horror vacui. Blaise Pascal escribió sobre el terror que le
produce al hombre la inmensidad: "Me veo abismado en la infinita inmensidad de los
espacios que ignoro y que me ignoran. [...] El silencio eterno de los espacios infinitos me
aterra". Pero a quien le aterra lo infinito es solamente a quien se identifica con lo finito, y a
quien le genera temor el vacío es solamente a quien se cree só lido. El mismo Pascal explica
que si somos algo o alguien no podemos ser todo y, sin embargo, siempre nuestra existencia
como "alguien" está marcada por nuestra sed de totalidad -de lo cual se deriva la
insatisfacció n consustancial (que llevó al Buda a decir que el mundo es sufrimiento
(dukha)). La causa del sufrimiento en su origen má s profundo es justamente esta
separació n entre el sujeto y los objetos, este vano esfuerzo de erigirse sobre un mundo
impermanente. 

La pregunta es si realmente somos "alguien", y por lo tanto estamos separados para


siempre de la inmensidad (que es entonces un inminente borde a la nada) y por lo tanto es
natural (aunque estéril) luchar por seguir siendo alguien, por no disolvernos, por mantener
nuestro castillo amurallado de identidad, aunque eso signifique siempre estar solos,
sufriendo por el deseo de participació n extá tica con la totalidad. ¡Qué cruel sería la
existencia si realmente, absolutamente, somos alguien! ¡Qué razó n, entonces, la de Pascal al
aterrarse ante el silencio eterno de los espacios infinitos que, si es así, no serían el
murmullo tremendo del misterio, sino los má s abyectos y nihilistas cementerios!

Pero tal vez no somos alguien, tal vez nos hemos confundido, nos hemos identificado con el
personaje menor de un sueñ o (un sueñ o sin soñ ador, como un universo sin creador) y
somos nadie. Una nada (no-thingness, una no-cosa) que es, una nada en la cual resplandece
el Ser de todos los seres. Místicos diversos como Eckhart, Pseudo-Dionisio, Ramana
Mahararshi o Krishnamurti consideraban que la realidad ú ltima del ser es impersonal e
inefable: relativamente podemos surgir e identificarnos como alguien, pero esta no es
nuestra verdadera naturaleza. Nos confundimos como la ola que se cree otra cosa que el
océano, deslumbrados por nuestra propia forma que parece sobresalir. Como la ola, no
somos nada, sin la totalidad del océano. Esto no es para nada una tragedia, sino que
constituye la fuente pura y total de la alegría. Krishnamurti lo expreso así: "Feliz el hombre
que nada es". Nada, para no bloquear la expresió n del ser indeterminado. Só lo quitar el
tronco que interrumpe el flujo del río hacia el océano, creando un remolino que se imagina
un ente distinto del flujo del agua: el vó rtice de la personalidad. El siguiente pasaje
de Krishnamurti merece citarse extensamente:

El verdadero estado de percepción alerta consiste en permitir que la vida fluya


libremente, sin que quede ningún residuo. La mente humana es como un colador que
retiene algunas cosas y deja pasar otras. Lo que retiene, es la medida de sus propios
deseos; y los deseos, por profundos, vastos o nobles que sean, son pequeños, son
mezquinos, porque el deseo es cosa de la mente. La completa atención implica no
retener cosa alguna, sino poseer la libertad de la vida, que fluye sin restricción ni
preferencia alguna. Siempre estamos reteniendo o eligiendo las cosas que significan
algo para nosotros, y aferrándonos perpetuamente a ellas. A esto lo llamamos
experiencia, y a la multiplicación de experiencias la llamamos riqueza de la vida. La
riqueza de la vida es estar libre de la acumulación de experiencias. La experiencia que
queda, que uno retiene, impide ese estado en que lo conocido no existe. Lo conocido no
es el tesoro, pero la mente se aferra a eso, con lo cual destruye o profana lo desconocido.

La vida es una cosa extraña. Feliz el hombre que nada es.

*  *  *

En vez de buscar lo conocido-confortable que reafirma nuestra identidad, podemos des-


hacernos hacia el misterio, hacia lo vacío, hacia lo terrorífico-maravilloso, lo sublime. Pero
para alcanzar lo sublime es necesario entregarnos completamente, tomar refugio,
postrarnos ante la magnificencia de algo má s grande que nosotros. Vaciarnos (kenosis) para
poder acoger y ser acogidos, hacernos a un lado para ser habitados por lo divino, ex-
stasis. Borrar el pizarró n para que el cosmos en su espontaneidad pueda decirse en
nosotros. Edmund Burke, en su tratado Sobre lo sublime, sugiere que lo sublime siempre
está acompañ ado del terror, es "el estado de asombro del alma en el que se suspende todo
movimiento" y en el que la mente se ve enteramente henchida por aquello que contempla.
Es el silencio y el vacío, lo que Krishnamurti llama no retener nada, lo que permiten el
conocimiento de lo sublime, en lo cual, como en todo conocimiento verdadero (en el
sentido bíblico) uno se convierte en lo que conoce. Este es el poder del arte: lo sublime,
sublima. Sublimar literalmente es hacer que lo sólido se vuelva gaseoso, etéreo, que la
solidez de la identidad que limita al ser se evapore. Lo sublime es lo infinito que
penetra en lo finito para revelarle su infinitud.

Para Burke lo sublime se alcanza no al afirmar la propia superioridad o trascendencia, sino


al darnos cuenta de nuestras propias limitaciones, la visió n de lo má s grande só lo es posible
en lo má s humilde. De otra manera lo ú nico que se percibe es la propia proyecció n, el delirio
de grandeza del individuo. Para Kant una de las cualidades de lo sublime es que carece de
fronteras o límites y para Schopenhauer la má s alta sensació n de lo sublime es justamente
el entendimiento de la pequeñ ez, la nada incluso del individuo ante la inmensidad del
universo. Y aunque esta inmensidad puede arrasarnos y aniquilarnos, al hacerlo cumple con
lo que es nuestro verdadero deseo, el deseo que subyace a todo otro deseo, reintegrarnos
con la totalidad, algo para lo cual debemos dejar de ser "alguien". La aniquilació n es la ú nica
vía a la divinizació n. Incluso cuando queremos apuntalarnos por sobre los demá s para
habitar una cima solitaria (delusoriamente siguiendo la inflació n del ego) lo que estamos
buscando es dejar de sufrir la separació n. Lo que opera en ese caso es simplemente un mal
entendimiento que instala un mecanismo de defensa con el que buscamos paliar esa
separació n a través del dominio, de la posesió n y todo aquello que afirma nuestra identidad
(la voluntad de poder). El malentendido yace en la noció n erró nea de que existimos
absolutamente, por nuestra propia cuenta, como un yo separado, fijo y estable; al creer esto,
ló gicamente nuestra conducta nos lleva a buscar poseer y afirmarnos en y por sobre los
demá s –lo cual, no podemos ser–, pero sí poseer o al menos dominar). Si entendemos que
no existimos de manera separada, sino que hemos creado un frente, una fachada ilusoria
que nos separa, entonces podemos descubrir que al dejar de re-presentarnos como
"alguien" naturalmente caemos en el estado de no-separació n. Para ser todo sólo hay que
ser nadie.

Este mismo predicamento puede resumirse en la frase de Jung: "Donde el amor rige, no


hay voluntad de poder; donde la voluntad de poder rige, no hay amor".

*    *    *
¿Có mo dejamos de ser alguien y nos volvemos nadie, el verdadero sentido de la existencia?
La compasió n y la sabiduría son los dos senderos convergentes. Compasió n es el método
por excelencia para perder importancia personal, para abandonarse y aniquilarse en lo otro
–que es superior, en el sentido de que hay má s otros que tú –, y que se revela como, lo
mismo, el propio ser elevado a la cualidad del misterio y sabiduría, en este caso, significa
fundamentalmente cortar de raíz la percepció n conceptual-representacional que crea la
dicotomía sujeto-objeto. Este es el misterio de que se puede ser nadie y aun así percibir,
saber, gozar. Cuando la forma dualista de percibir cesa, emerge naturalmente el modo
originario de la cognició n que es descrito como "una luminosidad que se da cuenta", una
luminosidad inseparable de la vacuidad: el espacio co-emerge con la luz, no son dos. Como
se dice en el Sutra del corazón: "la vacuidad es forma; la forma, vacuidad". La forma es la
luminosidad que emerge de la vacuidad, como la ola que emerge del mar, sin nunca ser otra
cosa que mar. Aunque no se puede decir que tiene características, se expresa como gozo,
como efulgencia1 (la ola en el mar, la nube en el cielo); este es el juego de la totalidad que, en
su infinito potencial, existe también como ilimitada diversidad –esa extrañ a y sublime
paradoja de no só lo ser la gota que se disuelve en el mar, sino también el mar que se sabe en
la gota–. La vacuidad radiante tiene la cualidad, en su creatividad irreprimible, del gozo de
la forma: la escultura volá til de la ola. El mundo y toda apariencia se revelan
como ornamento, una joya hecha de oro que permite disfrutar el deleite extravagante y
exuberante de la forma, sin nunca ser otra cosa má s que oro. Como los alquimistas
supieron, el secreto no yace en saber có mo transformar el plomo en oro, sino en saber que
el plomo siempre fue oro. No es insignificante recordar que el proceso alquímico de la
piedra filosofal comienza con la calcinació n.

Todos queremos ser famosos, pero en el momento en el que queremos ser algo
ya no somos libres.
(Krishnamurti)
El orgullo que uno tiene por las cosas buenas que hace es el verdadero
archienemigo del aspirante. Este orgullo es el enemigo que obstruye el camino a
la Verdad Ú ltima. [...] El aspirante debe de entender que la razó n por la cual
alberga orgullo por los objetos es porque cree que los objetos son reales. Si uno
entiende que los objetos son só lo apariencias temporales, y se convence de que
los objetos no pueden proveer realmente una felicidad verdadera, entonces la
realidad aparente de los objetos automá ticamente se desvanece.
(Sadguru Siddharameshwar)

1
Este vocablo es de uso obsoleto (en física) se refiere a una luminosidad, relámpago, fulgor, rayo,
claridad, aureola, brillo, reflejo o halo que se emite en cualquier cuerpo de forma o manera esplendente,
centelleante, fulgurante y radiante, aplicado a cualquier elemento y objeto que se da en esta finalidad.
Somos algo y no somos todo; aquel poco que poseemos de ser nos impide el
conocimiento de los primeros principios que nacen de la nada; y el poco ser que
tenemos nos esconde la vista del infinito. (Pascal)

El Ser resplandece en la Nada. (Jorge Eduardo Rivera, glosando a Martin


Heidegger)
 
Al encontrarse con lo infinito,
el individuo con gusto desaparece,
entonces toda pena se disuelve,
en vez de deseos fervientes y salvaje apetito,
en vez de cansadas peticiones
y estrictas obligaciones 
renunciar a uno mismo es dicha.
Johann W. Goethe “Ein un Alles”

Tengo la certidumbre de que mi mente es Buda. No hay nada que ganar o lograr. Milarepa

Twitter del autor: @alepholo


http://pijamasurf.com/2017/08/el_proposito_de_la_vida_no_es_ser_quotalguienquot_es_ser_nadie/
POR QUÉ, MÁS QUE DE ENCONTRARTE A TI MISMO, SE TRATA DE ABANDONAR QUIÉN
CREES QUE ERES

El camino del abandono y el desapego de toda identidad se opone a la noció n de una


espiritualidad rebajada de la bú squeda del ser auténtico. y es que el ser auténtico en cierta
forma es el no-ser, la muerte de aquello con lo que nos identificamos

El new age y el marketing tienen en comú n la idea de que el ser humano debe encontrar su
auténtico ser y para ello debe emprender un viaje de autodescubrimiento. Este viaje de
autodescubrimiento consta de afirmar la propia individualidad y lograr expresar todo lo
que somos, para lo cual se sirve lo mismo de talleres de autosuperació n como de
experiencias visionarias y de la adquisició n de productos que nos permiten expresar
quiénes somos. Es, podemos decir, una "espiritualidad" que se da en términos positivos.
Una espiritualidad positiva, por cierto, es mejor para el consumo y para el ego. 

Contrario a esto, está la vía negativa o apofá tica de la espiritualidad, ligada a la religió n
mística, a caminos que buscan eliminar antes que obtener: caminos en los cuales
fundamentalmente se busca eliminar el yo y negar la importancia personal para ponerse en
servicio de la divinidad o de aquello que está má s allá de los conceptos. En Oriente existen
muchas versiones de esta vía negativa, entre ellas algunas versiones del bhakti o camino
devocional, el vedanta o aquellas corrientes budistas basadas en la vacuidad
(shunyata). Particularmente en el hinduismo -pero también, bajo sus propios términos, en
el zen- esto se presenta bajo la noció n de neti neti (ni esto ni lo otro), un camino de
conocimiento a través de la negació n del individuo o la desidentificació n con cualquier
contenido de la conciencia. En Occidente tenemos algunos ejemplos, aunque son má s raros.
Quizá s el má s sobresaliente es el de Meister Eckhart, quien enseñ ó el desapego como
camino fundamental a la divinidad.

En una reciente traducció n al inglés de su obra se escribe:

Sobre todo, Eckhart sabía que estamos má s vivos en la contradicció n central de que
nuestra labor no es "encontrarnos a nosotros mismos", como solemos ponerlo en esta
época, sino "perdernos" a nosotros mismos, con lo que quiere decir abandonar el yo
que creemos que somos y abrirnos a aquello que yace má s allá de los confines
angostos de nuestro conocimiento. 

"Examínate a ti mismo, y donde sea que te encuentres a ti mismo, abandó nate a ti mismo.
Esta es la mejor vía de todas", escribió Eckhart. Lo había dicho San Pablo: quien quiere
nacer a la vida del espíritu, debe antes morir: lo que debe morir es la idea o el identificamos
con la noció n de que somos alguien, un cuerpo, que estamos separados. Y también; "Debes
saber que no hay nadie en esta vida que se haya dejado tanto a sí mismo que no encontrara
que podía dejar ir incluso má s". Podemos creer que nos hemos desapegado de nuestras
posesiones materiales, e incluso de los vanos sueñ os ajenos de éxito y demá s, pero si sigue
existiendo apego a la noció n de quiénes somos, seguimos estando lejos de esta nada
radiante que es Dios, segú n Eckhart y segú n algunos de los filó sofos orientales. La má s
profunda transformació n espiritual consiste, má s que en agarrarnos de algo, en soltarlo
todo. Siempre y cuando nos identifiquemos con algo no podremos ser libres, no podremos
ser todo. 
10 GRANDES FRASES DE MEISTER ECKHART,

QUIZÁS EL MÁS GRANDE MÍSTICO DE OCCIDENTE

El Maestro Eckhart fue un teó logo dominico alemá n del siglo XIII, quien estableció una
doctrina altamente mística basada en el desapego, en la noció n de la identidad entre el ser
humano y la divinidad y en una vía negativa como base para alcanzar la divinidad (donde se
debe abandonar el sí mismo o ego para entregarse a la voluntad divina, que es lo ú nico
real). Eckhart consideraba que Dios Padre crea el universo en el presente, que es en
realidad la eternidad, y así el Hijo está naciendo siempre, só lo debe actualizarse en el ser
humano, que debe hacerse espiritualmente virgen para poder dar a luz la Luz. Su teología
fue sometida a un proceso por sospecha de herejía y condenada en algunas proposiciones
por Juan XXII. Meister Eckhart murió durante dicho proceso. 

Las clasificaciones son odiosas, pero el pensamiento de Eckhart no tiene parangó n en el


misticismo occidental, y por ello se le ha considerado el má s oriental de los occidentales en
su pensamiento. Autores como Rudolf Otto y Ananda Coomaraswamy lo han comparado
extensamente con el vedanta de Shankara y autores como D. T. Suzuki, entre otros, con el
budismo mahayana. Eckhart muestra, de hecho, que el cristianismo es una religió n tan
profunda y tan bien equipada místicamente para alcanzar el fin ú ltimo como cualquier otra.
Só lo podemos pensar en los filó sofos neoplató nicos con los que guarda una estrecha
relació n -como Plotino o Pseudo Dionisio- como comparables tanto en su realizació n
mística como en la profundidad filosó fica de su obra. A continuació n, una breve muestra de
su pensamiento:

Debe notarse que "el principio" en el que Dios creó "el cielo y la tierra" es la
naturaleza del intelecto. "Hizo los cielos en el intelecto" (Ps 135.5). El intelecto es el
principio de toda la naturaleza...

El principio en que Dios creó "el cielo y la tierra" es el primero y simple ahora de la
eternidad. Dijo que es el mismo ahora en el que Dios existe desde la eternidad, en el
que también es la emanació n de las divinas Personas.. Así que cuando alguien me
preguntó porque Dios no creó el mundo antes, respondí que no podía crear el mundo
antes porque no existía antes [y tampoco existe un "antes" de su existencia]... "Dios
habla una vez para siempre" (JB 22:14)

Lo que está fuera del tiempo siempre es universal; lo que no tiene cuerpo y materia
está en todas partes. De esta manera, siempre y en todas partes, "Los cielos y todas las
obras de sus manos proclaman la gloria de Dios" (Ps18.2) sin ninguna palabra
externa.

Sabe que cualquiera que desea conocer a Dios hablando debe volverse sordo y
desatender lo demá s. Esto es lo que San Agustín nos dice en el cuarto libro de sus
Confesiones "Alma mía, no seas tonta y haz que el oído de tu corazó n se vuelva sordo
al tumulto de tus penas". "Así entonces, sé sordo para que puedas escuchar".
Date cuenta que la meta de tu intenció n es Dios, sí, así es, la acció n es divina porque el
principio y el final son la misma cosa: Dios.

El camino te conduce
a un maravilloso desierto,
a lo ancho y largo,
sin límite se extiende.
El desierto no tiene
ni lugar ni tiempo,
de su modo tan só lo él sabe.

 Toda la perfecció n del hombre consiste en alejarse y en despojarse de la criatura; en


comportarse uniformemente en y hacia todas las cosas, no ser abatido por las adversidades,
no exaltarse en la fortuna, no alegrarse o temer o gozar de una cosa má s que de otra…
También si esto parece arduo y difícil, en cambio es absolutamente leve y necesario; leve
sobre todo porque cuando se ha gustado del espíritu, se pierde el sabor de toda carne. De
hecho, el inconmensurable gusto de Dios anula todo lo demá s. Secundariamente porque, en
efecto, para quien ama de verdad, todas las cosas son un puro nada fuera de Dios, en cuanto
fuera del ser.

Un á nimo libre es aquel que no se perturba por nada ni está atado a nada, ni tiene atado lo
mejor de sí mismo a ningú n modo, ni mira por lo suyo en cosa alguna. […] [E]n tu fuero
íntimo no surge nunca ninguna discordia que no provenga de la propia voluntad, no
importa si se la nota o no. […] [Q]uien te perturba eres tú mismo a través de las cosas,
porque te comportas desordenadamente frente a ellas. Por ende, comienza primero contigo
mismo y ¡renuncia a ti mismo! De cierto, si no huyes primero de tu propio yo, adondequiera
que huyas encontrará s estorbos y discordia, sea donde fuere.

[E]l verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho de que el espíritu se halle tan
inmó vil frente a todo cuanto le suceda, ya sean cosas agradables o penosas, honores,
oprobios y difamaciones, como es inmó vil una montañ a de plomo ante el soplo de un viento
leve.

No se puede admitir que Dios está ahí, esperando no se sabe qué ser que tendría que venir a
crear el mundo. En el mismo instante en que Dios existió , y generó al Hijo, Dios coeterno y
coesencial en todas las cosas creó también el mundo.
DEL DESAPEGO

Yo alabo más al desprendimiento que al amor, y es por esta razón: lo que el amor
tiene de mejor, es que me obliga a amar a Dios, mientras que el desapego obliga a
Dios a quererme. Es mucho más noble obligar a Dios a venir a mí, que obligarme a ir
hacia Dios, porque Dios puede más íntimamente penetrar y unirse a mí que yo pueda
unirme a Dios.

Yo alabo el desapego más que la humildad y he aquí porqué: la humildad puede


existir sin el desprendimiento mientras que el perfecto desprendimiento no puede
existir sin la perfecta humildad, porque la perfecta humildad tiende a una anulación
de nosotros mismos.

Alabo el desapego más que toda misericordia, porque la misericordia consiste en que
el hombre sale de sí mismo para ir hacia las miserias de su prójimo y su corazón se
turba. El desapego está exento, permanece en sí mismo y no se deja turbar por nada.
Porque siempre que algo puede turbar al hombre, no es como debe ser.

Si llegamos a abandonar nuestra propia voluntad, si por amor a Dios nos atrevemos a
deshacernos de todo, tanto de lo de dentro como de lo de fuera de nosotros, entonces
habremos realizado nuestro ser profundo. Así que te tienes que abandonar
completamente a Dios, con todo lo que eres y no preocuparte ya de lo que él hará de
ti... Cuanto más progresamos en este camino más nos encontramos verdaderamente
unidos a Dios, en Dios.

Un dicho del hombre sabio esta expresado así: "Cuando todas las cosas reposaban en
un profundo silencio, descendió hacia mí desde lo alto, una palabra secreta". ¿Dónde
pronuncia Dios Padre esta palabra?  Es preciso que esto ocurra en lo más puro que
haya en el alma, en lo más notable y en lo más fino. Por lo tanto, es preciso que el
alma en la que el nacimiento ha de producirse se mantenga perfectamente pura y
viva con una perfecta nobleza, que esté completamente unificada y completamente
interior, que no vagabundee afuera, por los cinco sentidos, en la diversidad de las
criaturas, sino que esté por completo en el interior y unificada en lo más puro que
posee; ése es su sitio.

der wek dich treit


in eine wûste wunderlîch,
dî breit, dî wît,
unmêzik lît.
dî wûste hat
noch zît noch stat,
ir wîse dî ist sunderlîch.

El camino te conduce
a un maravilloso desierto,
a lo ancho y largo,
sin límite se extiende.
El desierto no tiene
ni lugar ni tiempo,
de su modo tan sólo él sabe.  

http://vacioesformaformaesvacio.blogspot.com.co/2013/07/meister-eckhart-mistico.html

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