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ADICCIONES SIN DROGAS: CARACTERÍSTICAS Y VÍAS DE INTERVENCIÓN i.

ADICCIONES SIN
DROGAS: CONCEPTO Durante muchos años la noción de adicción ha sido sinónima de adicción
a las drogas. Sin embargo, si los compo1nentes fundamentales de los trastornos adictivos son
la falta de control y la dependencia, las adicciones no pueden li1mitarse a las conductas
generadas por sustancias químicas, como los opiáceos, la cocaína, la nicotina o el alcohol . De
hecho, existen hábitos de conducta aparentemente inofensivos que, en determinadas
circunstan1cias, pueden convertirse en adictivos e interferir gravemente en la vida cotidiana
de las personas afectadas (). Cualquier actividad normal percibida como placentera es
susceptible de convertirse en una conducta adictiva. Lo que define a esta última es que el
paciente pierde el control cuando desarrolla una actividad determinada y que conti1núa con
ella a pesar de las consecuencias adversas, así como que adquiere una dependencia cada vez
mayor de esa conducta. De este modo, el comportamiento está desencadenado por un
sentimiento que puede ir desde un deseo moderado hasta una obsesión intensa y es capaz de
generar síndrome de abstinencia si se deja de practicarlo. Por ello, el sujeto, ofuscado por el
objeto de su adicción, llega a perder interés por otro tipo de conductas que anterior1mente le
resultaban satisfactorias. Asimismo todas las conductas adictivas están controladas
inicialmente por reforzadores positivos -el aspecto placen1tero de la conducta en sí-, pero
terminan por ser controladas por reforzadores negativos -el alivio de la tensión emo1cional,
especialmente- (). En suma, de conductas normales -incluso saludables- se pueden hacer usos
anormales en función de la intensidad, de la frecuencia o de la cantidad de dinero invertida. Es
decir, una adicción sin droga es toda aquella conducta repeti1tiva que resulta placentera, al
menos en las primeras fases, y que genera una pérdida de control en el sujeto (más por el tipo
de relación establecida por el sujeto que por la conducta en sí misma), con una interferencia
grave en su vida cotidiana, a nivel familiar, laboral o social No obstante, las adicciones
psicológicas se diferencian en algunos aspectos de las adicciones químicas. Desde una
perspectiva psicopatológica, las adicciones químicas múltiples al tabaco, al alcohol, a los
ansiolíticos, a la cocaína, etc., es decir, las politoxicomanías, son relativamente habituales. No
es frecuente, por el contrario, encontrarse con pacientes aquejados de adicciones psicológicas
múltiples, como, por ejemplo, juego patológico, hipersexualidad y la1borodependencia. Lo que
sí es más habitual es la combinación de una adicción psicológica con otra u otras químicas. Así,
por ejemplo, el juego patológico se asocia principalmente con el tabaquismo y el consumo
abusivo de alcohol. Y la adicción al trabajo, por poner otro ejemplo, aparece íntimamente
ligada con el abuso de drogas dirigidas a neutrali1zar el agotamiento ocupacional (cocaína y
estimulantes, principalmente). 2. TIPOS DE ADICCIONES SIN DROGAS No se puede establecer
una clasificación cerrada de este tipo de adicciones. Sin embargo, desde una perspectiva
clí1nica, ciertas conductas como el juego patológico, la hipersexualidad, la comida
descontrolada, la dependencia de las compras, el ejercicio físico irracional, el abuso de
internet, el trabajo excesivo, etc., pueden considerarse como adic1ciones. Los síntomas
observados en estas conductas son básicamente similares a los generados por las
drogodepen1dencias. Estar enganchado a la red, por ejemplo, puede actuar como un
estimulante que produce cambios fisiológicos en el cerebro. Para algunas personas el abuso de
internet es tal que su privación puede causarles síntomas de absti1nencia, como, por ejemplo,
un humor depresivo, irritabilidad, inquietud psicomotriz, deterioro en la concentración y
trastornos del sueño. En la tabla i se presenta una posible clasificación de este tipo de
adicciones. 3 FOCAD Formación Continuada a Distancia En todas ellas el aspecto definitorio
fundamental no es tanto la frecuencia con que se realizan –que, por otra parte, es
habitualmente alta-, sino la pérdida de control por parte del sujeto y el establecimiento de una
relación de depen1dencia. Estas dos características son fundamentales ya que, por una parte,
permiten discriminar la presencia de una adicción sin drogas de la mera alta frecuencia de un
comportamiento determinado y, por otra, impiden caer en el error de psicopatologizar la vida
cotidiana. Ello permite distinguir, por ejemplo, la adicción a las compras del consu1mismo
típico de la sociedad actual (el juego patológico de la mera afición a ju1gar () o la adicción al
trabajo del entusiasmo y satisfacción por el desempeño profesional (i997). A continuación se
describen las características básicas de las adicciones sin drogas más estudiadas hasta la fecha:
2.i. Juego patológico Se trata, sin duda, de la adicción sin drogas más frecuente en nuestra
sociedad, así como la que, hoy por hoy, genera una mayor demanda terapéutica,
especialmente en el caso de las máquinas tragaperras. La dependencia del juego se caracteriza
por la incapacidad, por parte del ludópata, para controlar su impulso a jugar y por el desarrollo
de una relación de dependencia con respecto al juego (observada claramente en que se
continúa jugando a pesar de todas las consecuencias adversas que éste le acarrea). Como
consecuencia de ello, se derivan unas conductas de juego que interfieren negativamente en la
consecución de los objetivos personales, familiares y/o profesionales. Se trata de un problema
de gran relevancia social. En nuestro país, la tasa de prevalencia de la ludopatía oscila en torno
al 2% de la población adulta (). El trastorno es más frecuente en hom1bres que en mujeres,
pero éstas son mucho más reacias a buscar ayuda terapéutica por la censura social existente. A
diferencia de otras conductas adictivas, el juego patológico se distribuye por todas las clases
sociales y por todas las edades. No obstante, la edad de acceso al juego ha descendido en los
últimos años. De hecho, cada vez son más los adolescentes que acuden a tratamiento por
problemas de juego. En estos casos la ludopatía se ve complicada por la aparición de
problemas familiares, de un bajo rendimiento escolar, de dificultades en la relación con los
amigos, etc. Los ludópatas, al menos en España, muestran una dependencia
fundamentalmente a las máquinas tragaperras, ya sea sólo a éstas o en combinación con otros
juegos. La dependencia en exclusiva a otros juegos de azar es mucho menor. Este hecho no es
fruto de la casualidad, sino que obedece a una serie de aspectos psicológicos implicados en el
fun1cionamiento de este tipo de máquinas: su amplia difusión; el importe bajo de las
apuestas, con posibilidad de ganan1cias proporcionalmente cuantiosas; la brevedad del plazo
transcurrido entre la apuesta y el resultado; la manipulación personal de la máquina, que
genera una cierta ilusión de control; las luces intermitentes de colores, que, junto con la
música y el tintineo estrepitoso de las monedas cuando se gana, suscitan una tensión
emocional y una gran activación psicofisiológica, etc. (). 2.2. Adicción al trabajo La adicción al
trabajo se caracteriza por una implicación progresiva, excesiva y desadaptativa a la actividad
laboral, con una pérdida de control respecto a los límites del trabajo y una interferencia
negativa en la vida cotidiana (relaciones familiares y sociales, tiempo de ocio, estado de salud,
etc.). Al margen de las percepciones distorsionadas del sujeto, la sobreimplicación labo1ral
responde al ansia o necesidad de la persona -el trabajo de este modo genera una excitación
que os1cila entre la fascinación y el sobresalto- más que a las necesidades objetivas del
entorno laboral. Lo que distingue a un adicto es más su actitud hacia la tarea que el número de
horas dedicadas (). Todo ello viene acompañado frecuentemente por ideas sobrevalora1das
acerca del dinero, del éxito o del poder.

Más en concreto, hay cuatro características definitorias de esta adicción (): a) implicación
elevada en la actividad laboral; b) impulso a trabajar debido a presiones per1sonales o
internas; c) poca capacidad para disfrutar de la tarea realizada; y d) búsqueda de poder o
prestigio. Lo que está en juego en el adicto es la propia autoestima y el reconocimiento social.
No es infrecuente que bajo la adicción al trabajo se escondan sentimientos de inferioridad y de
miedo al fracaso (). Además, los síntomas expe1rimentados no son distintos de los que
aparecen en otro tipo de adicciones psicológicas: negación del problema, dis1torsiones
cognitivas de la realidad, necesidad de control, tolerancia creciente y síntomas de abstinencia
en los períodos vacacionales (irritabilidad, ansiedad, depresión, etc.). No toda dedicación
intensa al trabajo, al margen incluso de una necesidad laboral perentoria ante una situación
económica crítica, revela la existencia de una adicción. Las personas muy trabajadoras, pero no
adictas, disfrutan con el trabajo, son muy productivas, le dedican mucha energía y entusiasmo
y tratan de equilibrarlo con la dedicación del tiempo libre a la familia, las relaciones sociales o
las aficiones. Además, los períodos de so1breimplicación laboral responden a una demanda
objetiva del mismo, habitualmente de carácter temporal. Por el contrario, en los adictos el
trabajo interfiere negativamente en la salud física, en la felicidad personal o en las relaciones
familiares y sociales. Al carecer de control sobre la dedicación a las obligaciones, invierten una
gran canti1dad de tiempo y de pensamientos, incluso cuando están fuera, en el trabajo, que se
constituye en el elemento priorita1rio de todo lo que les rodea. De hecho, hay una alta
implicación laboral incluso en actividades rutinarias y que podrían ser desempeñadas por otras
personas. En estas circunstancias las consecuencias negativas son de varios tipos: relaciones
familiares deterioradas, aislamiento social, pérdida del sentido del humor, desinterés por las
relaciones in1terpersonales "no productivas", relaciones sexuales programadas y no
espontáneas, debilitamiento de la salud, altera1ciones cardiovasculares relacionadas con el
estrés, etc. (). La necesidad irrefrenable de dedicar su vida y tiempo al trabajo de un modo
central y excesivo lleva al adicto a sen1tirse insatisfecho o irritable cuando se encuentra
alejado de la actividad laboral -días festivos y fines de semana, por ejemplo-. Es más, estas
personas tienden a continuar con su excesiva implicación en el trabajo a pesar de sufrir estrés
o diversos problemas de salud y a ocultar sus pensamientos relacionados con el trabajo para
evitar la desaprobación familiar y social (). En suma, hay una calidad de vida deficitaria, un
tiempo li1bre demasiado reducido y un ritmo de sueño sometido a grandes variaciones. 2.3.
Adicción al sexo La adicción al sexo, que afecta más a hombres, consiste en un exceso
desbordante de deseos y de conductas sexuales que el sujeto se siente incapaz de controlar).
El impulso incontrolado se traduce en una conducta sexual breve, frecuentemente poco
satisfactoria, que se repite con intervalos variables siempre cortos -entre algunas horas y
escasos días-, con mujeres distintas y sin reparar en los perjuicios de toda índole que tal
conducta ocasiona a uno mismo y a su familia. A veces se pueden invertir hasta cuatro horas
diarias, pero los pensamientos so1bre el tema pueden ser casi constantes. De este modo, la
conducta amorosa se reduce a una mera urgencia biológica irreprimible, con el único objetivo
de la penetración/eyaculación y sin dejar espacio a la comunicación ni a la ternu1ra. Se
considera a las personas sólo en función del sexo, que se convierte, de esta forma, en la única
vía para conse1guir una gratificación personal y afectiva). Más allá de la cantidad, lo que
aparece en primer plano es una conducta sexual irrefrenable que genera autogratifi1cación y,
especialmente, el alivio de un malestar interno. Se trata de conductas no deseadas -ahí está la
diferencia con la promiscuidad o con el apasionamiento- y que producen consecuencias muy
negativas para el sujeto: físicas (enfer1medades de transmisión sexual), psicológicas
(sentimientos de culpa y vergüenza, ruptura matrimonial no deseada, daño a los hijos,
autoestima devaluada, soledad, etc.) y sociales (pérdida de empleo, devaluación del estatus
socioe1conómico, etc.). Asimismo, un aspecto importante que se debe tener en cuenta es que
el contenido de la adicción puede referirse tanto a una sexualidad normal (es decir, a
relaciones consentidas con adultos) como a una sexualidad parafílica (por ejemplo, el
exhibicionismo o la pedofilia). En cualquier caso, esta vorágine de sexo sin control lleva a un
abandono de las obligaciones familiares, sociales y la1borales. La vida sexual se vive en secreto
y con culpa. La depresión, incluso con ideas de suicidio, está muy asociada a este tipo de
conductas (). La adicción al sexo puede revestir diversas formas: masturbación compulsiva,
búsqueda ansiosa de relaciones sucesi1vas con múltiples amantes, frecuentación habitual de
prostíbulos, consumo abusivo de teléfonos eróticos, llamadas telefónicas obscenas o recurso
irrefrenable a las páginas de internet dedicadas al sexo, en donde se intentan satisfacer
fantasías sexuales de toda índole). 2.4. Adicción a las compras La adicción a las compras es un
impulso incontrolable para adquirir objetos inútiles o superfluos. La gratificación deri1va, más
que de la utilidad de los productos, del propio proceso de comprar. Este consumo, no
planificado, excede de las posibilidades económicas del sujeto y le lleva a una prodigalidad en
el gasto. De hecho, los derroches de dinero facilitan conductas de morosidad que están
asociadas a este tipo de problema (). Los principales rasgos de esta conducta anómala son que
se compra por comprar, que las compras son excesivas, que los objetos adquiridos son
innecesarios y que el sujeto es consciente de ello, pero no puede refrenar el impulso. De
hecho, si pasa por la puerta de un centro comercial y no entra, sufre un síndrome de
abstinencia, es decir, un esta1do de nerviosismo que sólo se calma cuando entra a comprar).
Los adictos a la compra se sien1ten estimulados por el puro placer de comprar, de sacar la
tarjeta de crédito y de sentir la excitación de las bolsas en la mano, así como de recibir la
atención de los dependientes. Lo que pone en marcha esta excitación son las ofertas, los
escaparates, estrenar algo nuevo, etc. El sentimiento de autoestima y de poder se satisface
con esta conducta. Sin embargo, hay una pérdida de aprecio por los productos una vez
comprados. La mayoría de los afectados son personas en torno a los 30 años, que han
empezado a comprar de esta manera en torno a los i8/20 años, con una importante
sobrerrepresentación de muejres (aproximadamente, 4 mujeres/i hombre). El problema se
destapa y hay un reconocimiento del mismo cuando se dan una serie de circunstancias, como
la impo1sibilidad de hacer frente a las deudas, los reproches de los seres queridos, una
situación de bancarrota, etc. (). El ciclo habitual de la conducta compradora adictiva es el
siguiente: a) estado de ánimo disfórico (tristeza, ira, ner1viosismo); b) excitación ante las
expectativas de comprar; c) adquisición placentera de objetos superfluos; d) arrepen1timiento
y autorreproches por el dinero gastado y por la pérdida de control; y e) repetición del ciclo
para la superación del malestar. Suele haber intentos de resistir los impulsos, pero suelen ser
habitualmente fallidos. Las consecuencias de la adicción a la compra suelen ser muy negativas:
deudas, problemas con la justicia (estafas, hurtos, etc.), ruina, deterioro de las relaciones
interpersonales, soledad, divorcio e intentos de suicidio (). De hecho, la depresión puede
facilitar esta adicción, pero también puede ser una consecuencia de la misma. 2.5. Adicción a
la comida La sobreingesta voraz de comida, reflejo de la adicción a la comida, supone la
presencia regular de atracones sin con1trol por parte del sujeto. Éstos se inician de una forma
brusca, precedidos de una sensación de hambre voraz inconte1nible, y suponen la ingestión -
habitualmente en solitario o a escondidas- de una gran cantidad de alimentos (sobre todo,
pasta, chocolate, dulces u otros productos de alto valor calórico, como patatas fritas) en un
período corto (20-60 minutos) hasta que el sujeto se encuentra desagradablemente lleno. El
consumo de calorías en cada atracón puede os1cilar de i.500 a 5.000 (). Los efectos de los
atracones son gratificantes de inmediato (reducción de la inquietud y sensación de euforia),
pero a los pocos minutos generan un nivel de malestar físico (dolores abdominales,
somnolencia, sensación de pesadez, etc.) y de desasosiego psicológico (sentimiento de culpa
ante la pérdida de control, descenso de la autoestima, estado de ánimo deprimido, profundo
malestar al recordar el atracón, etc.). A su vez, este nivel de malestar hace más probable la
aparición de nuevos atracones, que, a modo de autoterapia, consiguen reducir -sólo
momentáneamente- el males1tar. La adicción a la comida supone un ansia por ingerir
alimentos -atracción irresistible y sensación de no parar-, que, si se frustra, genera ansiedad o
irritabilidad). Hay dos aspectos que diferencian la sobrein1gesta patológica del mero comer
mucho (): la gran cantidad de alimentos consumidos durante la in1gesta y, especialmente, la
sensación de pérdida de control. La sobreingesta patológica suele venir acompañada de una
mayor o menor obesidad. No es lo mismo, sin embargo, comer mucho que ser adicto a la
comida. En el primer caso no hay alimentos prohibidos en la dieta y hay una tenden1cia a
comer lentamente saboreando de la comida. En la sobreingesta, por el contrario, la ingestión
de alimentos está controlada más por reforzadores negativos (alivio del malestar) que por
gratificaciones positivas (placer de la comida, actividad social compartida, etc.), se come con
voracidad, los alimentos prohibidos (por ejemplo, la pasta o los dul-FOCAD Formación
Continuada a Distancia 7 ces) en la dieta habitual se convierten en los alimentos preferidos
durante los atracones y hay una gran abundancia de pensamientos relacionados con los
alimentos cuando llevan a cabo otro tipo de actividades. En cierto modo, la comi1da para los
adictos se convierte en el eje central de su vida (). Diversos autores han encontrado
características similares a las adicciones químicas entre los adictos a la comida (): pérdida de
con1trol sobre el consumo de alimentos, dependencia (reflejada en la incapacidad para
detener el consumo a pesar de las consecuencias negativas), tolerancia (necesidad de un
mayor consumo de alimentos para tener la misma sensación de ansiedad) e, incluso, síntomas
de abstinencia. La adicción a la comida es asimismo distinta de la bulimia. En esta última se
recurre a los vómitos inducidos y al consumo de laxantes/diuréticos o al ayuno y ejercicio
intenso, hay una percepción distorsionada de la imagen corpo1ral y hay una preocupación
morbosa por el peso. Por el contrario, en la sobreingesta patológica se producen atraco1nes
recurrentes sin la conducta compensatoria inapropiada (purgas, ayuno o ejercicio físico
excesivo) típica de la bulimia nerviosa. Respecto a la imagen corporal, puede haber, en todo
caso, más un desagrado o insatisfacción por el tamaño del cuerpo que la presencia de
distorsiones graves de la imagen corporal propiamente dichas. 2.6. Adicción a internet La
adicción a internet supone una pauta de uso anómala, excesiva y desadaptativa, que va más
allá de la reacción normal en muchos nuevos usuarios: una dedicación intensiva de tiempo
como consecuencia de la fascinación inicial por las posibilidades de la red y una regularización
temporal dentro de unos límites controlados al cabo de unas po1cas semanas. La capacidad
adictiva de internet deriva de una difusión cada vez más generalizada, de su presencia en los
lugares más significativos para una persona (el hogar, el centro de trabajo o de estudio, los
sitios de ocio, etc.), de su bajo cos1te y de sus inmensas posibilidades de relación sin exigir
prácticamente nada a cambio. El anonimato es una de las grandes ventajas del ciberespacio. La
red permite satisfacer dos tipos de necesidades básicas: a) la estimulación solitaria (búsqueda
de información y de imágenes o incluso sonidos, juegos solitarios, obtención de nuevos
programas, etc.); y b) la búsqueda de interacción social. En este sentido, no deja de ser
significativo que los elementos del ciberespacio que cuentan con un mayor componente
adictivo y en los que están más implicadas las personas dependientes de internet se refieran,
aunque no exclusivamente, a la relación interpersonal: a) los "chats" o canales de conversación
en tiempo real; b) los foros de dis1cusión; c) el correo electrónico; d) las páginas "Web"; y e)
los juegos "on line" (juegos de rol, estrategia, casinos virtua1les, etc.) (). En algunos pacientes
la adicción al ordenador puede ser secundaria a otros trastornos. Es el caso, por ejemplo, de
personas con otras adicciones (adicción al sexo, al juego o a las compras) o con parafilias
(pedofilia, "voyeurismo", etc.) que pueden engancharse a la red en función de su trastorno
primario. En estas situaciones es esta alteración pri1maria -y no el hecho de la navegación por
el ciberespacio- lo que requiere una atención clínica prioritaria. La dependencia a internet
comienza de una forma gradual. Algunos signos iniciales de alerta son la comproba1ción
reiterada e irrefrenable del correo electrónico, el aumento desproporcionado de las facturas
telefónicas y la in1versión injustificada de tiempo y dinero en servicios "on line". Lo que es una
afición o un instrumento de trabajo o de estudio se convierte en la parte central de la vida de
una persona. En estos casos la red no se utiliza meramente para obtener información, sino
como una manera de buscar una satisfacción inmediata y de huir de los problemas. Todo ello
viene acompañado de unos cambios psicológicos adicionales: alteraciones de humor, ansiedad
e impa1ciencia por la lentitud de las conexiones o por no encontrar lo que se busca o a quien
se busca (por ejemplo, en un canal "chat" de conversación), estado de conciencia alterado (con
una total focalización atencional), irritabilidad en caso de interrupción, incapacidad para salirse
de la pantalla (incluso para comer o atender una cita a la hora convenida), etc. El adicto -presa
de una excitación elevada- empieza a aumentar su dependencia del ordenador hasta aislarse
del en1torno y no prestar atención a otros aspectos de las obligaciones laborales y académicas
y de la vida social. En esta re1lación adictiva con la red hay unos componentes objetivos (estar
enganchado más de 5 horas diarias -salvo por obligación laboral-, dormir mucho menos de lo
habitual, etc.) y unos componentes subjetivos (utilizar el ciberespacio para mejorar el estado
de ánimo y escapar de la vida real). No es infrecuente en este contexto un deterioro de las
rela1ciones afectivas e incluso de la vida de pareja).Como ocurre en todas las adicciones, las
personas dependientes de internet tienden a negar (o, en todo caso, a mini1mizar) la
dependencia de la red. El análisis de la adicción a internet requiere una valoración cuidadosa,
ya que el tiempo de conexión es una variable cuantitativa significativa, pero puede ser
insuficiente si no se pone en relación con las necesidades objetivas (laborales o académicas)
del usuario. 3. VULNERABILIDAD PSICOLÓGICA A LAS ADICCIONES SIN DROGAS El ser humano
necesita alcanzar un nivel de satisfacción global en la vida. Normalmente, éste se obtiene
repartido en diver1sas actividades: la familia, el trabajo, la pareja, la comida, las aficiones, el
deporte, etc. Un mayor número de aficiones e in1tereses de una persona está en relación
directa con una mayor probabilidad de ser feliz. De este modo, las carencias en una dimensión
pueden compensarse, en cierto modo, con las satisfacciones obtenidas en otra (). Por el
contrario, si una persona es incapaz de diversificar sus intereses o se siente especialmente
frustrada en una o varias de estas facetas, puede entonces centrar su atención en una sola. El
riesgo de adicción en estas circunstancias es alto. De este modo, la adicción constituye una
afición patológica que, al causar dependencia, restringe la libertad del ser humano. En algunos
casos hay ciertas características de personalidad o estados emocionales que aumentan la
vulnerabilidad psicológica a las adicciones: la impulsividad; la disforia (estado anormal del
ánimo que se vivencia subjetivamente como desagradable y que se caracteriza por oscilaciones
frecuentes del humor); la intolerancia a los estímulos displa1centeros, tanto físicos (dolores,
insomnio, fatiga, etc.) como psíquicos (disgustos, preocupaciones, responsabilidades, etc.); y la
búsqueda exagerada de sensaciones nuevas. Hay veces, sin embargo, en que en la adicción
subyace un pro1blema de personalidad -de baja autoestima, por ejemplo- o un estilo de
afrontamiento inadecuado ante las dificulta1des cotidianas). Otras veces se trata de personas
que carecen de un afecto consistente y que intentan llenar esa carencia con sustan1cias
químicas (drogas, alcohol o tabaco) o con conductas sin sustancias (compras, juego, internet o
trabajo). Porque el cariño llena de sentido nuestra vida y contribuye de forma decisiva a
nuestro equilibrio psicológico. En resumen, un sujeto con una personalidad vulnerable, con
una cohesión familiar débil y con unas relaciones so1ciales pobres corre un gran riesgo de
hacerse adicto si cuenta con un hábito de recompensas inmediatas, tiene el ob1jeto de la
adicción a mano, se siente presionado por el grupo y está sometido a circunstancias de estrés
(fracaso escolar, frustraciones afectivas, competitividad, etc.) o de vacío existencial
(inactividad, aislamiento social, falta de objetivos, etc.). El esquema del inicio y
manteni1miento de las adicciones psicológicas se describe en la figura i. 4. LÍNEAS GENERALES
DE INTERVENCIÓN Un primer aspecto que es necesario destacar es la dificultad de hablar de
un tratamiento único de las adicciones sin drogas. Este tipo de adicciones son muy distintas
entre sí y cada una de ellas tiene una serie de características específicas que deben
contemplarse en los programas de tratamiento. Son muy diferentes las implicaciones que
tiene, por ejemplo, la adicción al juego con las que pue1de tener la adicción al ejercicio físico o
la adic1ción al trabajo. En cierta medida, algo similar ocurre en el campo de las adicciones
químicas. Al margen de los aspectos comunes a todas ellas (por algo son todas conductas
adictivas), desde un punto de vista terapéutico el tratamiento se debe orientar a las
características específicas de cada una de ellas. Es distinto, por ejemplo, el trata1miento del
alcoholismo que el tratamiento de la adicción a los opiáceos.

No obstante, sí es cierto que, a pesar de sus diferencias, todas las conductas adictivas tienen
algo en común, que constituye su aspecto nuclear: la pérdida de control sin la presencia de
una sustancia química adictiva. De hecho, las dos características fundamentales de este tipo de
conductas adictivas, al igual que ocurre con las adicciones químicas, son la pérdida de control y
la relación de dependencia que se establece en relación a una determinada conducta
(continuar con ella a pesar de las consecuencias negativas que produce). Como consecuencia,
las vías de intervención propuestas hasta la fecha son muy similares en todas ellas. Sin
embargo, el primer aspecto que se debe tener en cuenta a la hora de afrontar el tratamiento
de un paciente con una adicción sin drogas es el objetivo terapéutico: la abstinencia versus el
control. En el tratamiento de las adicciones sin drogas resulta implanteable, con la excepción
del juego patológico, el objetivo de la abstinencia. Se trata de con1ductas descontroladas, pero
que resultan necesarias en la vida cotidiana, como ocurre en el caso de trabajar, de co1mer, de
comprar, de practicar el sexo, de conectarse a la red, etc. El objetivo terapéutico se centra, por
tanto, en el reaprendizaje del control de la conducta. En el caso del juego patológico, en
cambio, a pesar de los intentos que se han producido por plantear el juego controlado como
objetivo terapéutico (), hoy por hoy no existe evidencia empírica suficiente que lo avale. Por
ello, a diferencia del resto de adicciones sin drogas, el único objetivo asumible, con
argumentos científicos claros, es la abstinencia del juego. En cualquier caso, las vías de
intervención postu1ladas son muy similares en todos los casos (tabla 3). A corto plazo, el
tratamiento inicial de choque se centra, en una primera fase, en el aprendizaje de respuestas
de afrontamiento adecuadas antes las si1tuaciones de riesgo (técnicas de control de
estímu1los); y en una segunda fase, en la exposición programada a las situaciones de riesgo
(técnica de exposición en vivo con prevención de respuesta a los estímulos y situaciones
relacionadas con la con1ducta adictiva). El control de estímulos constituye un primer paso que
siempre es necesario en el tratamiento. En con1creto, se refiere a la evitación, en la primera
fase de la terapia, de los estímulos asociados a la conducta descontrolada. Se trata de
identificar los aspectos que hacen más probable la conducta adictiva, con el objetivo de
controlarlos y de que el paciente aprenda respuestas de afrontamiento alternativas para las
distintas situaciones de riesgo. Este control de estímulos, estricto en un primer momento, se
atenúa gradualmente a medida que transcurre el tratamiento. Algunos ejemplos de aplicación
del control de estímulos en distintas adicciones sin dro1gas se presentan en la tabla 4. El
control de estímulos es un paso necesario, pero no suficiente, para reasumir el control sobre
las conductas adictivas. Esta técnica, basada en la evi1tación, ayuda al sujeto a mantenerlo
alejado de los estímulos peligrosos y contribuye a producir en el paciente una mejoría objetiva
(recuperación objeti1va). En definitiva, no realiza la conducta adictiva porque se le impide
hacerla

Sin embargo, muchas de las conductas adictivas -comer, comprar, jugar, trabajar, tener
relaciones sexuales, etc.- es1tán presentes continuamente en la vida cotidiana. Por
ello, no es suficiente esta recuperación objetiva, sino que se de1be conseguir una
recuperación subjetiva. Es decir, no implicarse en la conducta adictiva, a pesar de tener
la posibilidad de hacerlo. Por lo tanto, la recuperación total (objetiva y subjetiva) sólo
se produce cuando el sujeto se ex1pone, en una segunda fase del tratamiento, a los
indicios de riesgo de forma progresiva y regular y es capaz de resistir1se a ellos sin
adoptar conductas de escape. En el caso del juego, por ejemplo, se trata de que el
paciente acuda a los locales de juego o a los bares con máquinas tragaperras, sin poder
jugar; en el caso de las compras, acudir a grandes superficies, sin permitirle comprar;
en el caso de la comida, acudir a una comida o cena, pero limitar la cantidad má1xima
de comida, etc. Esta exposición a los indicios de riesgo debe hacerse inicialmente en
compañía de alguna persona de confianza (fa1miliar, amigo, etc.). Posteriormente, en
aquellos casos en los que el tratamiento de exposición evolucione de forma
fa1vorable, se permitirá gradualmente al paciente hacerlo de forma más autónoma,
sin depender tanto de la persona que actúe como coterapeuta. Hacerlo a solas es algo
que debe intentarse sólo cuando ya se ha ensayado esta situación re1petidas veces
con otras personas y el paciente se encuentra seguro de sí mismo (Hodgson, i993). A
medio plazo, el tratamiento de mantenimiento, una vez reasumido el control de la
conducta, requiere actuar sobre la prevención de recaídas. El común denominador en
los procesos de recaída en las diferentes conductas adictivas es la exposición a una
situación de alto riesgo, sin la puesta en marcha de las estrategias de afrontamiento
adecuadas (Marlatt y Gordon, i985). Por lo tanto, un aspecto fundamental es el
conocimiento de los factores que precipitan las recaídas, es decir, aquellas situaciones
que favorecen la vuelta a la conducta adictiva. Así, se trata, fundamentalmente, de
identificar situaciones de riesgo para la recaída, de aprender respuestas adecuadas
para el afrontamiento de las mismas y de modificar las distorsiones cognitivas sobre su
capacidad de control de las con1ductas adictivas. Por último, más a largo plazo,
conviene solucionar los problemas específicos (ansiedad, depresión, problemas de
pa1reja, etc.) e introducir cambios en el estilo de vida, de modo que el paciente sea
capaz de obtener otras fuentes de gratificación más allá de la conducta adictiva (). No
se de1be olvidar que se trata de conductas adictivas y que, al margen de la frecuencia
e intensidad con la que se llevan a ca1bo, al igual que ocurre con otras adicciones,
provocan numerosas repercusiones negativas en el entorno cercano del paciente:
familia, trabajo, amigos, etc. Todo ello debe tenerse en cuenta a lo largo del
tratamiento, pues repercute de forma importante en el buen desarrollo del mismo. 5.
CONCLUSIONES Todas las adicciones acaban por minar la vida de quienes las sufren y
de todos los que les rodean. Por ello, lo fundamental para determinar si una conducta
es adictiva no es la presencia de una droga, sino más bien la de una experiencia que es
buscada con ansia y con pérdida de control por el sujeto y que produce una relación de
placer/culpa. Las adicciones sin drogas funcionan, en unos casos, como conductas
sobreaprendidas que traen consigo consecuen1cias negativas y se adquieren a fuerza
de repetir conductas que en un principio resultan agradables; en otros, como
estrategias de afrontamiento inadecuadas para hacer frente a los problemas
personales (por ejemplo, acudir al bingo o comer en exceso para hacer frente a la
ansiedad o al aburrimiento). En todos los casos los estímulos condicionados
desempeñan un papel importante en el mantenimiento de las adic1ciones. Los
estímulos condicionados externos pueden variar de una adicción a otra: la presencia
de un ordenador, en el caso de un adicto a internet; el sonido de una máquina
tragaperras, en el caso de un jugador patológico; el olor a alimentos, en el caso de un
adicto a la comida; la visión de una mujer sola, en el caso de un sexoadicto; los
anuncios de rebajas, en el caso de un adicto a las compras, etc. Sin embargo, los
estímulos condicionados internos son muy si1milares en todas las adicciones. La
disforia es, sin duda, el más importante. De hecho, todo tipo de adictos tienden a
recaer cuando se encuentran mal o deprimidos (). El objetivo terapéutico en las
adicciones sin drogas es el reaprendizaje de la conducta de una forma controlada.
Concluida la intervención terapéutica inicial, los programas de prevención de recaídas,
en los que se prepara al paciente para afrontar las situaciones críticas y para abordar la
vida cotidiana de una forma distinta, pueden redu1cir significativamente el número de
recaídas en los primeros meses de seguimiento, que constituyen el momento crítico.)

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