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04.09 Mariana Enriquez
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Croquis
Lo que pasó
Mariana Enriquez
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(mercante, aclara siempre mi madre, que odia a inundaciones. Lo cerraron porque se llenó de
los militares), le gustaban las mujeres y la selva. agua, barro y humedad; no servía para nada, no
No voy a contar lo que me dijo mi abuela sobre tenía misterio.
cómo murió su marido. No me parece algo es- Narrada así, la casa de mi infancia parece una
pantoso ni vergonzoso ni entiendo por qué debe especie de mansión gótica pero no lo era en ab-
ser callado. Pero lo callamos y voy a respetar eso, soluto. Era una casa suburbana de clase media
porque no respetarlo me da miedo, tengo miedo baja, con techo de chapa sobre algunas habita-
de soñar con mi abuela y su bolsa de colostomía ciones, levantada a los apurones y sin plan en
y los brazos delgados por la enfermedad. Tengo un barrio obrero periférico que solía inundarse
miedo de que mi madre se entere de que ando (todavía se inunda).
contando eso y se vuelva loca otra vez, igual que se Yo llevaba a mis pocos amigos a esa habitación
volvió loca ese verano caluroso cuando, después y les decía que bajo esa puerta cerrada estaba mi
de una pelea tonta, le grité que era una mentiro- abuelo vampiro; que se lo podía escuchar de
sa y después le dije: noche, cuando despertaba, pero que jamás iba a
–Yo sé cómo se murió el abuelo. salir. ¿Y la sangre? Se alimentaba de ratas. Los
Abrió los ojos redondos, estrábicos, soltó lo vampiros no tienen por qué beber exclusiva-
que tenía en las manos y me sacudió agarrán- mente sangre humana. Por supuesto no se creían
dome de los brazos hasta que me chocaron los la historia, eran chicos bastante crueles que se
dientes. Mi madre jamás me pegó, pero que reían de mi fantasía y mis dientes torcidos. Pero
yo supiera el secreto la trastornó de una ma- a alguno le vi la desconfianza en los ojos y algún
nera profunda y desgarrada. Cuando dejó de otro ya no quiso entrar más en la habitación.
sacudirme se acostó en la cama, llorando con la Con eso era suficiente para mí. ¿Alguno sabría
boca abierta, desesperada, decía «no quiero que la verdadera historia de mi abuelo? Si era así,
pienses que tu abuelo era una mala persona». Y jamás me lo dijeron.
yo no pensaba eso, no pensaba nada sobre las
circunstancias de su muerte, me parecían inte- De esa habitación salieron mis
resantes. Después, más o menos recuperada, mi libros favoritos de esa época. Al-
madre fue hasta la habitación de mi abuela y gunos siguen siendo mis libros favoritos ahora.
le gritó durante más de media hora. A su pro- Casi todos tienen un secreto de familia. Jane
pia madre moribunda. Recuerdo los gritos pero Eyre, de Charlotte Brontë, tiene como diez se-
no alcancé a escuchar el contenido de la pelea. cretos pero a mí me apasionó el de la mujer loca
Las dos aullaban. Hubo portazos y más llanto del señor Rochester. Un repaso: Jane Eyre es una
de mi madre. Mi abuela nunca lloró y tampoco huérfana criada por una familia rica y en un buen
volvió a hablarme del secreto. Ni yo le pregunté colegio, aunque tanto la familia como el colegio
a nadie, nunca, los detalles. Si sé alguno más es son espantosamente crueles; ella se vuelve dura
porque, con los años, se le fueron escapando a y desconfiada, lo que resulta muy conveniente
mi madre, muy de a poco, en un goteo ardiente, en su primer trabajo como institutriz a cargo
lastimoso. de Adele, la hija adoptiva de Edward Roches-
ter, el master de Thornfield Hall. La narradora
Los últimos meses de vida de se encarga de decir que Edward Rochester no es
mi abuela me dediqué a contar- atractivo pero yo lo amé desde el momento en
les un secreto de mentira a los pocos amigos que aparece en el libro, cabrón y malhumorado,
de mi edad que visitaban la casa. La habitación recién caído de su caballo. Jane también lo ama
donde estaba la biblioteca era un escenario es- enseguida aunque lo niega por muchas páginas
tereotipado de película de terror, con un piano porque es lo contrario a una chica victoriana que
negro que mi madre ya no tocaba y muñecas se anda desvaneciendo. Finalmente los dos ter-
viejas de porcelana y yeso, algunas de horri- minan cediendo y se van a casar. Y ahí estalla el
bles ojos fijos y blancuzcos. Ahí también había, secreto, o mejor dicho arde, porque todo termi-
en el piso, la puerta de un sótano condenado. na en un incendio. Sucede que Rochester está
Nunca había sido un sótano real, con escalera casado con Bertha Mason, una mujer que con
y espacio para caminar: se había tratado de una los años se ha vuelto loca, una demente enfure-
especie de depósito finalmente perdido por las cida, grandota, violenta. La tiene encerrada en
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