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JEAN – JACQUES ROUSSEAU

EL CONTRATO SOCIAL

BIOGRAFÍA
Filosófico suizo, nació en Ginebra en 1712. Huérfano de madre desde temprana edad, Jean –
Jacques Rousseau fue criado por su tía materna y por su padre, un modesto relojero. Sin
apenas haber recibido educación, trabajo como aprendiz con un notario y con una grabador,
quien lo sometió a un trato tan brutal que acabo por abandonar Ginebra en 1728.

Jean – Jacques Rousseau fue entonces acogido bajo la protección de la baronesa de Warens,
quien le convenció de que se convirtiese al catolicismo (su familia era calvista). Ya como
amante de la baronesa, Rousseau se instalo en la residencia de esta en Chambery e inicio un
periodo intenso de estudio autodidáctico.

En 1742 Rousseau puso fin a una etapa que más tarde evocó como la única feliz de su vida y
partió hacia Paris, donde presentó a la Academia d el a Ciencias un nuevo sistema de
notación musical ideado por él, con el que esperaba alcanzar una fama que, sin embargo,
tardo en llegar.

Pasó un año (1743-1744) como secretario del embajador francés en Venecia, pero un
enfrentamiento con éste determinó su regreso a Paris, donde inició una relación con una
sirvienta inculta, Thérese Levasseur, con quien Rousseau acabó por casarse civilmente en
1768 tras haber tenido con ella cinco hijos.

Rousseau trabó por entonces amistad con los ilustrados, y fue invitado a contribuir con
artículos de música a la Enciclopedia de D' Alembert y Diderot; este último lo impulsó a
presentarse en 1750 al concurso convocado por la Academia de Dijon, la cual otorgó el primer
premio a su Discurso sobre las ciencias y las artes, que marcó el inicio de su fama.

En 1754 Rousseau visitó de nuevo Ginebra y retornó al protestantismo para readquirir sus
derechos como ciudadano ginebrino, entendiendo que se trataba de un puro trámite
legislativo. Apareció entonces su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los
hombres, escrito también para el concurso convocado en 1755 por la Academia de Dijon.
Rousseau se enfrenta a la concepción ilustrada del progreso, considerando que los hombres
en estado natural son por definición inocentes y felices, y que son la cultura y la civilización las
que imponen la desigualdad entre ellos, en especial a partir del establecimiento de la
propiedad, y con ello les acarrea la infelicidad.

En 1756 Rousseau se instaló en la residencia de su amiga Madame d’Épinay en


Montmorency, donde redactó algunas de sus obras más importantes.

Julia o la Nueva Eloísa (1761) es una novela sentimental inspirada en su pasión -no
correspondida por la cuñada de Madame d'Épinay, la cual fue motivo de disputa con esta
última.

En El contrato social (I762) Rousseau intenta articular la integración de los individuos en la


comunidad; las exigencias de libertad del ciudadano han de verse garantizadas a través de un
contrato social ideal que estipule la entrega total de cada asociado a la comunidad, de forma
que su extrema dependencia respecto de la ciudad lo libere de aquella que tiene respecto de
otros ciudadanos y de su egoísmo particular.

La voluntad general señala el acuerdo de las distintas voluntades particulares, por lo que en
ella se expresa la racionalidad que les es común, de modo que aquella dependencia se
convierte en la auténtica realización de la libertad del individuo, en cuanto ser racional.

Finalmente, Emilio o De la educación (1762) es una novela pedagógica, cuya parte religiosa
le valió la condena inmediata por parte de las autoridades parisinas y su huida a Neuchatel,
donde surgieron de nuevo conflictos con las autoridades locales, de modo que en 1766,
Rousseau aceptó la invitación de David Hume para refugiarse en Inglaterra, aunque al año
siguiente regresó al continente convencido de que Hume tan sólo pretendía difamarlo.

A partir de entonces Rousseau cambió sin cesar de residencia, acosado por una manía
persecutoria que lo llevó finalmente de regreso a París en 1770, donde transcurrieron los
últimos años de su vida, en los que redactó sus escritos autobiográficos.

Murió en Ermenonville, Francia, en 1778.

Obras:

 Discurso sobre las ciencias y las artes (1750).


 Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (1755).
 Julia, o la Nueva Eloisa (1761).
 Emilio o De la educación (1762).
 Del contrato social o Principios del derecho político (1762).
 Confesiones (1782-1789).
 Las ensoñaciones del paseante solitario (1782).

INTRODUCCIÓN

1. LA ILUSTRACIÓN

El siglo XVIII, Época que la vida de Rousseau llena casi completamente, recibió, en Europa la
denominación de Ilustración, traducción de la palabra alemana Anfkarung, acuñada por el
filósofo alemán Wolff. Este siglo, que para Voltaire1 “es la aurora de la razón” se le conoció
también con el nombre de Siglo de las luces.

El aspecto mas positivo consistió en una violenta sacudida a lo antiguo, en un revisionismo en


la ciencia, la política, la moral y la religión, y en un intento por comprender en su acontecer
social. Los orígenes de esta transformación se hallaban, en el mercado naturalismo del
Renacimiento, en la idea protestante del libre pensamiento y auto examen, en el racionalismo
cartesiano y en el empirismo inglés. Con mucho acierto afirma Chatelet que “Sustituyeron la
ecuación Dios/ Mundo / Hombre por la de sujeto cognoscente/ naturaleza unificada/ saber
universal2”.

1
Voltaire, El filósofo ignorante en “Opúsculos satíricos y filosóficos, Madrid, Alfaguara, 1978. p 159
2
F. Chatelet, Historia de la filosofía , II, Madrid, España-Calpe. 1982 p. 209.
Esta nueva ecuación era posible gracias a una nueva creencia institucionalizada por la
Ilustración, creencia que consistía en la idea de que el hombre podía encontrar la perfección
en el mundo natural.

Esta creencia en la perfectibilidad del hombre no era una fe ciega, era una fe sustentada y
alimentada por los progresos científicos y técnicos. Newton proponía un nuevo modelo de
universo basado en la gravitación universal, Lavoisier iniciaba la ciencia de la química, Bufón
escribía una historia natural anunciando la evolución, Franklin estudiaba la electricidad.
Linnero clasificaba plantas y animales, Black iniciaba la revolución neumática y Hutton
fundaba la moderna geología. El desarrollo de las ciencias contribuyó al aparecimiento de la
técnica y el crecimiento industrial. El termómetro de mercurio, el reloj de péndulo , el
barómetro son algunos de los inventos, pero sobre todo la máquina de vapor de Watt, que
influiría radicalmente en los procedimientos de hilar y tejer, en la industrialización de la
agricultura y en nuevas formas de transporte marítimo y terrestre.

Mientras el poder de las ciencias se justificaba con la técnica se iba consolidando una actitud
optimista ante la vida y ante el progreso ilimitado del hombre. Naturaleza, razón y ciencia son
también las nuevas armas contra la ignorancia, los perjuicios, la superstición, los fetichismos,
los dogmas. Las sociedades, academias, cenáculos y salones eran los lugares de reunión
para disfrutar de una amena charla y para compartir el ocio.

Estas asociaciones, que recogían muy diversos tipos de gentes, servían para divulgar los
nuevos conocimientos, para criticar los pensamientos más elevados o triviales y para deleitar
del placer de la conversación.

Amparados en la seguridad de la razón y la ciencia, los hombres del siglo XVIII criticaban y
cuestionaban todos los valores anteriormente admitidos como inalterables. Se enfrentan a la
religión, a lo clásico, a lo establecido para derrocarlo.

Su espíritu, que preparaba el romanticismo, hacia, de esa confianza ilimitada en las fuerzas
del hombre sobre la naturaleza.

La naturaleza del hombre, esencialmente buena, repudiaba la idea de pecado. La razón era la
administradora y juez de las acciones. La razón liberada conducía al hombre por los senderos
del bien. La superstición y la religión ataban al individuo y le llevaban a las tinieblas de la
ignorancia, y el peor mal del hombre era precisamente el desconocimiento. Con este nuevo
credo y fe, el hombre del siglo XVIII era un rebelde contra los sistemas e instituciones caducas.
La razón, como ya había anunciado anteriormente Descartes, seria la norma de conducir
rectamente las acciones.

Otra de las creencias regularmente admitidas era la de la libertad absoluta del hombre,
emancipándose así de toda atadura moral y religiosa.

Locker precursor de la Ilustración, ya había anunciado que el estado de naturaleza era “un
estado de completa libertad” para ordenar sus actos y para disponer de sus propiedades y de
sus personas como mejor les parezca dentro de los límites de la ley natural, sin necesidad de
pedir permiso y sin depender de la voluntad de otra persona. Es también un estado de
igualdad3 (la cursiva es nuestra). Establecido por la Ilustración el principio del naturalismo
absoluto, era obvio que las consecuencias de libertad absoluta e igualdad se iban a aplicar a
todos los campos. Se aplicaba a la religión, produciendo una serie de deístas (creen en Dios,
pero no en religión revelada) y materialistas; se aplicaba a la economía, llegando a la teoría
del libre comercio liberalismo comercial; se aplicaba a la política creando la teoría del pacto
libre comercio o liberalismo comercial; se aplicaba a la política creando la teoría del pacto libre
entre los hombres para ser gobernados.

El término Naturaleza se utilizaba en tres acepciones:

3
Locke. Ensayo sobre el gobierno civil, Madrid, Aguilar, 1976, Capítulo II, N° 4.
a) Naturaleza en el sentido de universo.
b) Naturaleza como fuerza animada que movía el universo.
c) Naturaleza como potencia que movía a cada ser individual.

El naturalismo consistía en seguir los impulsos, tendencias, esfuerzos, y aspiraciones de la


naturaleza. Obedecer la naturaleza era la norma para ser feliz y llevar una vida armónica con
el mundo. Nuevas virtudes nacían de esta concepción naturalista de la moral. Tolerancia
contra la intransigencia; libertad contra la opresión y tiranía; igualdad frente a la despotismo y
arbitrariedad; y la filantropía, concordia, fraternidad y racionalidad eran las virtudes de este
nuevo humanismo de Cuño Burguez e individualista.

Todo la fe en el progreso natural del hombre habría nacido del auge y cimentación de un
nuevo tipo de sociedad. De una sociedad agrícola y mercantilista se había pasado a una
sociedad capitalista e industrial basada en la explotación y en la depredación de las colonias.
Quesnay había sostenido que la riqueza de una nación provenía de la explotación de la tierra;
Adám Smith, en la riqueza de las naciones, indicaba nacía de la industria y de la
comercialización libre. Decía que la acumulación era la fuente de riqueza para las naciones.
Adam smith era el teórico del liberalismo económico y del capitalismo, teórico del naturalismo
económico fundado en la idea del progreso del hombre y en su bondad natural, pues los
resultados de la sociedad capitalista conducirían a una sociedad igualitaria donde reinarían el
ocio y el bienestar; en suma, la felicidad material de hombre. De esta manera, la ilustración
vio nacer el liberalismo político y el capitalismo económico. Estas ideas no carecían de un
utilitarismo emperista y de un hedonista cambiado .El mismo año que ni publicaba su libro la
riqueza de las naciones , BENTHAM lanzaba su fragmento sobre el gobierno (1776), en
donde junto a las ideas del liberalismo económico, se trataba ahora de justificar un gobierno y
sus leyes por la felicidad que reportan a sus ciudadanos, basado en el axioma utilitario –
hedonista que decía: “ La mayor felicidad del mayor número es la medida de lo justo y de lo
injusto”4 el burgués tenía así su credo , su doctrina y su gobierno . La nueva sociedad que el
progreso demandaba, urgía la edificación de una teoría política y económica.

El repudio al ambiente social y cultural cree una nueva generación de escritos que hablara el
lenguaje sencillo de la Naturaleza. La vuelta a la vida sencilla y natural será ensalzada por
muchos autores que ven en el buen salvaje todo un ejemplo a imitar. Piénsese, como ejemplo
en Robinson Cruose, que para Rousseau era una obra educativa de primer orden.

Los dos elementos de la Ilustración, el clásico racionalistas y el romántico - sentimental ,


preparan y anuncian la Revolución francesa, “Revolución que fue debida -según Durant- no a
la paciente pobreza de los campesinos, sino al peligro que corría la riqueza de la clase
media”.5

2. LA ENCICLOPEDIA:

Así como en el que hacer político del siglo XVIII paso con el nombre de despotismo ilustrado,
en cultura y educación es el siglo del enciclopedismo: en primer lugar, del deseo de divulgar el
saber, en segundo lugar de un mercado utilitarismo que deseaba mostrar las técnicas del
progreso; por último; sistematizar el saber y la ciencia de la época en forma racional. La idea

4
J Bentham, Fragmento sobre el gobierno. Madrid, Aguilar, 1973. prefacio N° 2
5
Durant, Rousseau y la revolución. Buenos Aires. Sudamericana, 1976. p 1122. sobre causas de la
Revolución francesa, ver paginas 1124-25.
y la realización habían aparecido primeramente en Inglaterra, en donde EFRAIM Chambers
había publicado su enciclopedia oran universal Dictionary of arts And Sciences en Francia,
esta idea fue recogida y ampliada. La obra fue dirigida por Diderot, quien la planificó y
describió más de 900 artículos. D, Alambert escribió el discurso preliminar, y apareció con el
título de enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios. En
ellas colaboraron las principales mentes del tiempo: Diderot, A. Alambert, Rousseau,
Condillac, Condamine, Bufón, Voltaire, Quesnay, Grimmy y otros. En 1777 fue reimpresa en
Ginebra, en 39 volúmenes.

3. EL CONTRATO SOCIAL

El Contrato o Principios de derecho político de J.J. Rousseau, fue publicada en Ámsterdam


por Marc Michel Rey en el año 1762. En los planes del autor, este libro no sería más que un
fragmento de una obra mayor consagrada a las Instituciones políticas. Sin embargo, la
ambicionada obra jamás llego a realizarse, siendo El Contrato social lo único que conocemos
del proyecto.

Si en ningún pensador puede entenderse su ideología fuera del contexto histórico vivido, en
Rousseau este aserto adquiere todo su significado. Ortega y Gasset, al iniciar el estudio de un
pensador, tomaba en cuenta la hipótesis de que ese pensamiento tenía siempre un subsuelo:
un suelo y un adversario 6 . Carecemos de la información y autoridad necesarias para
establecer que esta hipótesis se realice en todos los casos, pero creemos que en el pensador
tratado se cumple a cabalidad. El subsuelo lo entendemos como el conjunto de
pensamientos colectivos antiguos; el suelo, las verdades halladas en la época, y el adversario,
la oposición, la polémica con pensamientos contemporáneos que se convierten en problema,
en escollo que debe ser superado. El pensador convierte su lucha intelectual en un axioma
que definimos, con el pensar contra el pensamiento instituido. El pensador, apoyado por su
pensar individual, en tabla una lucha contra el pensamiento inalterable, que no es más que
creencia, discurso colectivizado, opinión común, (doxa).

Como no existe pensamiento sin problema, el hombre se convierte en pensador frente al


estado del mundo como problematicidad o frente a si mismo como rechazado. El pensador
es paradójico porque está enfrentándose a la doxa (opinión), es típico del pensador.
Precisamente el éxito y la notoriedad de Rousseau se inician por el ataque a las tendencias
progresistas de su época. Su Discurso sobre las artes y las ciencias, premiado por la
Academia de Dijon, y que respondía a la pregunta ”La restauración de las ciencias y las artes
ha contribuido a corromper la moral o a purificarla” sería una declaración contra la idea
vigente que consistía en creer que las ciencias y las artes habían ayudado al desarrollo moral
del hombre. Rousseau se proclama, paradójicamente, contra el libertinaje, contra el
sensualismo del arte, contra los lujos y la ostentación burguesa.
Hablando de ese momento de inspiración de su Discurso en una carta escrita a Malesherbes
el 12 de junio de 1762, decía; “Con que sencillez hubiera demostrado que el hombre es por
naturaleza bueno y que sólo nuestras instituciones lo hacen malo”. Cuado reveló a Diderot su
intención de competir por el premio de la Academia de Dijon, la idea era lanzarse contra la
civilización, contra la idea de progreso técnico y científica.
Rousseau obtuvo el premio, y la raíz de todo su pensamiento en educación, política y filosofía
estaba ya anunciada.

6
J. Ortega y Gasset, Origen y epílogo de la filosofía 2” edición, Madrid “Revista de Occidente”, El
Arquero, 1967, p. 119.
Rousseau se convertía así en el rebelde de su siglo, abandonado, desterrado, oprimido
precisamente por la civilización. Rousseau encarnará su propio pensamiento; su vida en
buena medida explicará su obra. A través de ella puede entenderse el desmesurado afán por
justificarse, por defenderse de sus perseguidores. Víctima de su propia leyenda y de la
imagen que de el mismo se había creado, proclamaría de un modo tajante la absolución para
su existencia: “Que cada cual descubra su corazón, con sinceridad a la mía, haber si hay
alguno que se atreva a decir: yo fui mejor que ese hombre” (confecciones Libro I, parte I). Sus
sueños sus experiencias, sus frustraciones y dudas lo convierten en doctrina. Hablo del
hombre por el individualismo crónico que le ponía a él como medida de todas las cosas. Se
auscultó tanto que careció por momentos del sentido de la realidad, y su curiosidad le asomó
a pozos de muy profundo hondón.

La base del sistema filosófico, pedagógico y político de Rousseau es la creencia en la bondad


innata, natural, del hombre. Su investigación se centrará por ello en estudiar porque el
hombre siendo por naturaleza bueno, obra mal. El mismo proclama en él Emilio: “Nuestro
verdadero estudio es el de la condición humana” (Emilio, libro I). Y más adelante añadían:
“Toda nuestra sabiduría consiste en preocupaciones serviles; todo nuestros usos no son otra
cosa que sujeción, tormento y violencia el hombre civilizado nace, vive y muere en la
esclavitud”7 . y en el capitulo I del Libro I de El contrato social leemos. “ El hombre a nacido
libre, y en todas partes esta encadenado” . mientras en el Emilio Rousseau nos habla de la
esclavitud del hombre por la educación y las formas de liberarse de ella, en el contrato social
partiendo de la misma tesis, nos explicará el verdadero orden social.
La voluntad articular se somete, mediante el pacto, en la voluntad general. La ley entonces es
la expresión de la voluntad general. La naturaleza del pacto quedaría establecida, según
Rousseau, de la siguiente manera: Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja
con toda la fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por la cual,
uniéndose cada uno a todos, no obedezca más que a si mismo y permanezca tan libre como
antes” (Contrato Social), Libro I, Capítulo VI) . cada miembro se da por entero y es recibido por
la sociedad como parte del todo. Es precisamente en lo que acabamos de citar donde
Althusse8 encuentra el desajuste del pacto, pues Libertad del individuo y bien son intereses
personales no comunitarios, entonces quedaría establecido el dilema de cómo los intereses
personales servirán para crear un pacto o asociación de los individuos si lo que les une es lo
que les separa . La segunda contradicción, que encuentra el mismo autor, es en la forma del
pacto, pues para que haya contrato se necesita que las partes contratadas existan antes del
contrato. En el contrato social de Rousseau solamente existe la primera parte del contrato , o
sea, el individuo; la segunda parte que efectúa el contrato no existe hasta que el contrato esta
ya realizado.¿Como puede ser así? Althusser resume es desajuste de la siguiente forma:”La
particularidad” del contrato social es ser una convención de intercambio celebrada entre dos
partes intervinientes (como en todo contrato), la segunda de las cuales no preexiste al
contrato, ya que es un producto de este”9.

El soberano es el pueblo, pues la suma de voluntades individuales constituyeron el pacto


social, por ello “La voluntad del soberano es el soberano mismo”. Esta soberanía es
inalienable, indivisible, infalible y absoluta, “pues el pacto social da al cuerpo político un poder
absoluto sobre todos los suyos”.

Después de analizar las características de la soberanía que hemos mencionado, en el Libro

7
Para las citas del Emilio he utilizado la edición de Bruguera. Barcelona . 1971. pp. 71 y 73.
8
Altusser, “Sobre el Contrato social”, en Presencia de Rousseau Buenos Aires, Nueva Visión, 1972.
pp.60 y SS.
9
Althusser. P.75.
segundo también disertará sobre la ley como la expresión de la voluntad general.

El Libro tercero lo dedica al gobierno y a los órganos de gobierno. El gobierno es el encargado


de ejecutar la ley (voluntad general) por medio de actos individuales. La cuarta parte se
interesa por las formas de expresión de la voluntad particular, es decir, sufragios y elecciones.
Al final propone la religión del ciudadano moderno: la religión civil y establece la norma del
estado laico:”No existe ni puede existir la religión nacional exclusiva, se deben tolerar todas
aquellas que toleran a las otras, mientras sus dogmas no tengan nada de contrario a los
deberes del ciudadano”.

Sería necesario hablar de las influencias de las ideas de Rousseau, las cuales llegan hasta
nuestros días. A cada paso escuchamos a los políticos hablar de la “Soberanía popular” o del
“poder del pueblo”, ideas de Rousseau. Aunque los políticos olvidan estas mismas ideas
cuando se trata de acallar la voz soberana del pueblo y su fuerza con el poder económico y el
canto de las armas. “ Los caribes son la mitad más felices que nosotros. (Emilio Libro I).

LIBRO PRIMERO

Quiero averiguar si en el orden civil puede haber alguna regla de administración legítima y
segura que tome a los hombres como son, y a las leyes tales como pueden ser. Intentaré
armonizar .Siempre en este análisis lo que, el derecho permite con lo que el interés prescribe,
a fin de que la justicia y la utilidad no se encuentren en nada divorciadas.

Entro en materia sin demostrar la importancia de mi propósito. Se me preguntará si soy


príncipe o legislador para escribir sobre política. Respondo que no, y que es a causa de ello
precisamente por lo que escribo acerca de política. Si fuera príncipe o legislador no perdería
mi tiempo en decir lo que es necesario hacer: lo haría o me callaría.

Nacido ciudadano de un Estado libre, y miembro del soberano, por débil influencia que
pueda ejercer mi voz en los negocios públicos, el derecho de votar es suficiente para
imponerme el deber de instruirme. Feliz con encontrar siempre en mis investigaciones, cada
vez que medito sobre los Gobiernos, nuevas razones para amar al de mi país.

CAPÍTULO PRIMERO

TEMA DE ESTE PRIMER LIBRO

El hombre ha nacido libre, y en todas partes se halla prisionero. Creyéndose dueño de los
demás, No deja de ser aun más esclavo que ellos. ¿ Cómo se ha verificado este
cambio? . Lo ignoro. ¿Qué puede hacerlo legítimo?. Confió en poder resolver este
problema.
Si no confiara más que en la fuerza y en el efecto derivado a ella diría: Mientras que un
pueblo es obligado a obedecer y obedece, procede bien; mas inmediatamente que puede
sacudir el yugo y lo sacude, procede bastante mejor, pues, recobrando la libertad por el
mismo derecho que le fue arrebatada, o tiene razón para recobrarla o se carece de ella
para arrebatársela.
El Orden Social es un derecho sagrado que sirve de base a todos los demás. Sin
embargo, este derecho no tiene su origen en la naturaleza; se funda sobre convenios.
Hay que saber, pues, cuales son estos.

Antes de hacerlo debo fundamentar lo que acabo de exponer.

CAPÍTULO II

LAS PRIMERAS SOCIEDADES

La más antigua y la única natural de todas las sociedades es la familia. Hasta los hijos
permanecen ligados a los padres sólo durante el tiempo que tienen necesidad de ellos
para conservarse. Inmediatamente que cesa esta necesidad se disuelve el lazo natural.
Exentos los hijos de la obediencia que deben al padre, y este de los cuidados que debe a
los hijos recobran unos y otro, igualmente, su independencia. Si permanecen unidos no
es ya naturalmente, sino voluntariamente, e incluso la familia no se mantiene ya sino por
convenios.
Esta libertad común es una consecuencia de la naturaleza del hombre. Su primera ley es
la de velar por su propia conservación; sus primeros cuidados, los que se debe; e
inmediatamente que se haya en edad de razonar, al convertirse en el único juez de los
medios que para su sostenimiento necesita, deviene por ello su propio daño.
La familia es, por lo tanto, si se quiere, el primer modelo de las sociedades políticas: El
jefe es la imagen del padre; el pueblo, la de los hijos; y habiendo nacido todos iguales y
libres, no enajenan su libertad más que por su utilidad. Toda la diferencia consiste en que,
en la familia, el amor del padre por los hijos le compensa de los cuidados que les prodiga,
mientras que, en el estado, el placer de mandar suple este amor que el jefe no siente por
los pueblos.
Grocio niega que todo poder humano haya sido establecido en provecho de los que son
gobernados, y sita como ejemplo la esclavitud. Su método de razonar más constante es el
de fundamentar el derecho por el hecho. Puede emplearse un método más consecuente
pero no tan favorable a los tiranos.
Es dudoso, según Grocio, saber si el género humano pertenece a un centenar de
hombres, o si este centenar de hombres pertenecen al género humano, aunque en todo
su libro parece preferir la primera suposición. Tal es también el sentimiento de Hobbes.
He aquí, pues, a la especie humana dividida en rebaños de ovejas, teniendo cada uno su
jefe, que las guarda para devolverlas.
Así como un pastor es de naturaleza superior a la de su rebaño , los pastores de hombres,
que son sus jefes, son de naturaleza superior a la de sus pueblos. De esta manera
razonaba, respecto a Filón, el emperador Calígula, llegando por medio de esta analogía a
la conclusión de que los reyes eran dioses y los pueblos bestias.
Este razonamiento de Calígula es reflejado en el de Hobbes y Grocio. Antes que ellos,
Aristóteles había dicho que los hombres no son naturalmente iguales, sino que unos
nacen para la esclavitud y otros para la dominación.
Tenía razón Aristóteles; pero tomaba el efecto por causa. Todo hombre nacido en la
esclavitud nace para ella. Nada tan cierto. Los esclavos piensen en su encadenamiento
hasta el deseo de liberarse de él. Aman su servidumbre como los compañeros de Ulises
amaban su embrutecimiento. Si existen esclavos por naturaleza es porque los hay contra
naturaleza. La fuerza hizo los primeros esclavos, y su cobardía los ha perpetuado.
Nada he dicho del rey Adán ni del emperador Noe, padre de tres grandes monarcas que
se repartieron el Universo, como hicieron los hijos de Saturno, a quienes se ha creído
reconocer en ellos.
Espero que se me dispensará de esta moderación, ya que, descendiendo directamente
de uno de estos primeros, y quizá de la rama primogénita, ¿qué hago si por la
comprobación de los títulos resultara ser el legítimo rey del género humano?.
Sea lo que fuere, no podemos discrepar sobre que Adán haya sido tan soberano del
mundo como Robison de su isla mientras fue el único habitante, lo que había de cómodo
en este imperio era que el monarca, seguro sobre su trono, no temía ni rebeliones, ni
guerras, ni conspiraciones.
CAPÍTULO III

DEL DERECHO DEL MÁS FUERTE

El más fuerte no lo es nunca lo suficiente para ser siempre el dueño si no transforma su


fuerza en derecho y la obediencia en deber. De ahí el derecho del más fuerte, derecho
tomado irónicamente por una apariencia, pero establecido realmente en principio. ¿Se
nos explicará alguna vez esta palabra?. La fuerza es una potencia física, y no veo, en
absoluto que moralidad puede resultar de sus efectos: Ceder a la fuerza es un acto de
necesidad y no de voluntad; es, cuando más, un acto de prudencia.
¿En qué sentido puede ser un deber?.
Admitamos por un momento este pretendido derecho. Afirmo que de ello no resulta más
que un galimatías inexplicable, ya que, si es la fuerza la que hace el derecho, el efecto
cambia con la causa: toda fuerza que venza a la primera impone a su derecho su propia
sucesión.

Inmediatamente que se puede desobedecer con impunidad se puede también


desobedecer legítimamente, y si el más fuerte tiene siempre razón, se trata tan solo de
superar en fuerza, de ser el más fuerte. Más, entonces, ¿qué es un derecho que parece
cuando la fuerza cesa?. Si hay que obedecer por fuerza no existe la necesidad de
obedecer por deber, y cuando no se impune la obediencia por la fuerza, esta obligación
no existe. Se ve, pues, que la palabra derecho no agrega nada a la fuerza, no tiene aquí
ninguna significación.

Obedeced a los poderes. Si esto quiere decir ceded a la fuerza, el precepto es bueno,
pero superfluo. Yo aseguro que nunca será violado. Todo poder proviene de Dios, lo
confieso; más también toda enfermedad, lo cual no significa que no este prohibido un
bosque, no solamente me obliga por la fuerza a darle bolsa, sino que, si yo pudiera
sustraérselas, ¿estoy , en conciencia, obligado a dársela?. En definitiva, la pistola que él
empuña es también un poder.

Convengamos, por lo tanto, en que la fuerza no engendra el derecho y en que no se está


obligado a obedecer más que a los poderes legítimos. Mi primera cuestión vuelve pues, a
plantearse.

CAPÍTULO IV
DE LA ESCLAVITUD

Sin ningún hombre tiene autoridad natural sobre sus semejantes, si la fuerza no produce
ningún derecho, quedan las convecciones como base de toda autoridad legítima entre los
hombres.

“Si un particular-dice Grocio- puede enajenar su libertad y convertirse en esclavo de un


señor, ¿Porqué un pueblo entero no puede enajenar la suya y hacerse súbdito de un
rey?”. Hay aquí un buen número de palabras equívocas, que tendrían necesidad de ser
explicadas; vamos a limitarnos a la de enajenar. Enajenar significa dar o vender. Un
hombre que se hace esclavo de otro no se da: se vende; al menos, por su subsistencia.
Pero un pueblo, ¿porqué se vende?. Lejos de proveer un rey a la subsistencia de sus
súbditos, saca de estos la suya, y, según Rabelais, un rey no vive con poco. Los súbditos
dan, pues, su persona a condición de que se les prive además de sus bienes. No veo lo
que les resta por conservar.

Se dirá que el déspota asegura a sus vasallos a la tranquilidad civil. Sea; más ¿Qué
ganan estos si las guerras que su ambición provoca, su insaciable avidez y las vejaciones
de su ministerio les afligen mas que sus disensiones?. ¿Qué ganan si esta misma
tranquilidad es una de sus miserias? También en los calabozos se vive tranquilo. ¿Y
acaso es esto suficiente para encontrarse bien allí?. Los griegos, encerrados en el antro
del Cíclope, Vivian tranquilos esperando que les llegará el turno de ser devorados.

Decir que un hombre se da gratuitamente equivale a decir una cosa absurda e


inconcebible. Tal acto es ilegitimo y nulo acreditando el que lo hace, por este solo hecho,
que no esta en su cabal juicio.

Afirmar la misma cosa de todo un pueblo es suponer un pueblo de locos, y la locura no


constituye derecho.

Si cualquiera puede enajenarse a si mismo, no puede, sim embargo, hacerlo con sus hijos.
Estos nacen hombres y libres. Su libertad les pertenece, y nadie tiene derecho a disponer
de ella, fuera de ellos mismos.
Antes de llegar a la edad de razonar, el padre puede, en su nombre, estipular condiciones
para su conservación y bienestar, pero no darlos irrevocablemente y sin condiciones,
puesto que tal donación sería contraria a los fines de la naturaleza y excede de los
derechos de la paternidad.

Seria necesario, para que un Gobierno arbitrario se legitimara, que durante cada nueva
generación el pueblo fuese dueño de admitirlo o rechazarlo; entonces, ese Gobierno no
seria ya arbitrario.

Renunciar a su libertad equivale a renunciar a su cualidad de hombre, a los derechos de


la humanidad, incluso a sus deberes. No hay ya compensación posible para quien
renuncia a todo. Semejante renuncia es incomparable con la naturaleza del hombre, y
arrebatar toda libertad a su libertad es privar a sus acciones de toda moralidad.
Finalmente, es una convención vana y contradictoria estipular, de un aparte, una
autoridad absoluta, y de la otra, una obediencia sin límites. ¿ No es evidente que no existe
compromiso hacia aquel que tiene el derecho de exigirlo todo?. Esta misma condición, sin
equivalente, sin cambio, ¿no entraña la nulidad del acto?. ¿Qué derecho tendría mi
esclavo contra mi si todo lo que él tiene me pertenece, y, siendo su derecho el mío, este
derecho de mi contra mi mismo es un palabra que carece de sentido?.

Grocio y otros deducen de la guerra otro origen del pretendido derecho de esclavitud.
Teniendo el vencedor, según ellos, el derecho de matar al vencido, este puede recatar su
vida a expensas de su libertad, pacto tanto mas legitimo cuanto que beneficia a los dos.

Es evidente que este supuesto derecho de matar a los vencidos no deriva de ningún
modo del estado de guerra. Por lo mismo qe los hombres, viviendo en su independencia
primitiva, no tienen entre si relaciones bastante constantes para constituir ni el estado de
paz ni de guerra, tampoco son naturalmente enemigos. Lo que constituye la guerra no es
la relación entre los hombres, sino entre las cosas, y no pudiendo nacer el estado de
guerra de las simples relaciones personales, sino solamente de las relaciones reales, la
guerra privada o de hombre a hombre no puede existir ni en el estado de naturaleza, en
que no hay propiedad constante, ni en el estado social, en que todo esta bajo la autoridad
de las leyes.

Los combates particulares, los duelos, los choques, no constituyen un Estado. Respecto
a las guerras privadas, autorizadas por las ordenanzas de Luis IX, rey de Francia, y
suspendidas por la Tregua de dios, son abusos del gobierno feudal, sistema absurdo, que
desapareció para siempre, contrario a los principios del derecho natural y a toda buena
política.

La guerra no es, por lo tanto, una relación de hombre a hombre, sino de Estado a Estado,
en la cual los particulares no son enemigos sino accidentalmente no como hombres, sino
como ciudadanos, como soldados; no como miembros de la patria, sino como defensores
de ella. Cada Estado no puede tener por enemigos mas que a otros Estados, y no a los
hombres, admitido que entre cosas de diversa naturaleza no se puede fijar ninguna
verdadera relación.

Este principio esta incluso conforme con las máximas establecidas en todos los tiempos y
con la práctica constante de los pueblos civilizados.

Las declaraciones de guerra son menos una advertencia a los Poderes que a sus
súbditos. El extranjero, sea rey, particular o pueblo, que roba, mata o detenta a los
súbditos sin declarar la guerra al príncipe, no es un enemigo , sino un bandolero.

Aun en plena guerra, un príncipe justo, si se apodera en país enemigo de todo lo que
pertenece al pueblo, respeta la persona y a los bienes de los particulares, respeta los
derechos sobre los cuales están basados los suyos.

Siendo el fin de la guerra la destrucción del Estado enemigo, se tiene derecho a matar a
sus defensores mientras están con las armas en la mano; pero inmediatamente que ellos
las deponen y se rinden, cesando de ser enemigos o instrumentos del enemigo, vuelven a
convertirse simplemente en hombres, y ya no se tiene derecho sobre su vida. En
ocasiones puede destruirse un Estado sin matar a uno solo de sus miembros, y la guerra
no da ningún derecho que no sea necesario a sus fines. NO SON ESTOS LOS
PRINCIPIOS DE Grocio, ni esta basados sobre la autoridad de los poetas, sino derivados
de la naturaleza de las cosas y fundamentos sobre la razón.
Respecto al derecho de conquista, no tiene otro fundamento que la ley del mas fuerte. Si
la guerra no da al vencedor el derecho de aniquilar a los pueblos vencidos, tampoco
puede fundarse en el para esclavizarlos. No se tiene derecho a matar al enemigo a quien
no se le puede hacer esclavo. El derecho a hacerle esclavo no proviene, pues, del
derecho a matarlo. Es, por tanto, un cambio inicuo obligarle a comprar al precio de su
libertad su vida, sobre la cual carece de derecho. Fundando el derecho de vida y muerte
sobre el derecho de esclavitud, y este sobre el derecho de vida y muerte, ¿ no es evidente
que nos encerramos en un círculo vicioso?.

Admitiendo incluso, este terrible derecho de matar, digo que un esclavo hecho en la
guerra o un pueblo conquistado no esta obligado hacia su dueño mas que a obedecerle,
mientras este forzado a ello. Tomándole con un equivalente de su vida, el vencedor no le
ha hecho ninguna merced: en lugar de matarlo infructuosamente, lo a matado útilmente.

Lejos de adquirir ninguna autoridad unida a la fuerza, el Estado de Guerra subsiste entre
ellos como anteriormente; sus propias relaciones son un efecto, y el uso del derecho de
guerra no significa ningún tratado de paz. Han hecho un convenio. Sea; pero este, en
lugar de destruir el Estado de guerra, supone su continuación.

De manera que, examinadas las cosas desde cualquier punto de vista, el derecho de
esclavo es nulo no solo por ser ilegitimo, sino por absurdo y por no significar nada. Esta
palabras esclavitud y derecho son contradictorias, se excluyen mutuamente. Sea de
hombre a hombre o entre hombre y pueblo, siempre será igualmente insensato. El
siguiente raciocinio: Hago contigo un convenio, todo él a costa tuya y a mi provecho
exclusivo, y el cual yo cumpliré mientras me plazca y tu acataras en tanto que yo quiera.

CAPITULO V

SIEMPRE ES NECESARIO VOLVER A UNA PRIMERA CONVENCION

Aun concediendo todo lo que hasta aquí es reputado, no avanzaría un paso los fautores
del despotismo. Siempre existirá una gran diferencia entre someter a una multitud y regir
una sociedad. Si hombres dispersos sea cual fuera su número son sucesivamente
sometidos por uno solo, yo no podré ser en esto más que un dueño de esclavos, pero
nunca a un pueblo y a su jefe. Es, si se quiere una agregación, pero no una asociación: no
hay en esto ni pueblo ni cuerpo político. Si este hombre hubiese sometido a la mitad del
mundo, siempre será un particular; su interés, separado del de los otros, no es nunca más
que un interés privado. Si perece este hombre su imperio, tras de él continua disperso y
sin ligazón, como un roble se abate y convierte en un montón de cenizas el fuego lo ha
consumido. .

Un pueblo, dice Grocio, puede entregarse a un reino. Por lo tanto, según Brocio, un
pueblo es un pueblo antes de entregarse a un rey. Esta misma donación es un acto civil,
supone una deliberación publica. Antes, pues, de examinar el acto por el cual un pueblo
elige rey, sería mejor examinar el acto por el cual un pueblo es un pueblo, pues, siendo
necesariamente este acto anterior al otro, constituye el verdadero fundamento de la
sociedad.

En efecto, sino hubiera un convenio anterior, ¿dónde estaría, a no ser que la elección
fuera unánime, la obligación para la minoría de someterse a la elección de la mayoría, y
de donde cien que quieren un amo tienen el derecho de votar por diez que no lo quieren?.
La ley de la pluralidad de los sufragios es ella misma un convenio establecido y supone la
unanimidad, al menos por una vez.

CAPITULO VI

DEL PACTO SOCIAL

Supongo a los hombres llegados a un estado en el cual los obstáculos que perjudican a
su conservación en el estado natural dominan por su resistencia a las fuerzas que cada
individuo puede emplear para permanecer en tal estado. Este estado primitivo no puede
ya subsistir, y el genero humano parecería si no cambiarse su manera de ser.

Pero como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas, sino solamente dirigir las
existen, no tienen otro medio para conservarse que formar por agregación, un asuma de
fuerzas, en la cual puede dominar la resistencia, ponerlas en juego para un solo móvil y
hacerlas actuar concertadamente.

Estas suma de fuerzas solo puede nacer del concurso de varios; pero siendo la fuerza y
libertad de cada hombre los primeros instrumentos de su conservación, ¿cómo podrá
instalarlas sin perjudicarse, sin descuidar los cuidados que ella se debe? Esta dificulta,
reduciéndome a mi objeto, puede enunciarse en los siguientes términos:

Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la
persona y bienes de cada asociado, por la que cada cual uniéndose a todos, no obedezca,
sin embargo, más que así mismo permanezca tan libre como anteriormente. Tal es el
problema fundamental al cual da solución el contrato social.

Las cláusulas de este contrato están determinadas por la naturaleza del acto, de tal
manera que la menor modificación las hace vanas y de ningún efecto; de suerte que
aunque no hayan sido nunca formalmente enunciadas, son las mismas para todos y por
todos tácitamente admitidas y reconocidas, hasta que, violado el pacto social, cada uno
recobra sus primeros derechos y su libertad natural, perdiendo la libertad convencional
por la cual renuncio a aquella. Estas cláusulas vienen entendidas, se reducen a una sola:
a la enajenación completa de cada asociado, con todos sus derechos, a la comunidad
entera, ya que, dándose íntegramente cada uno, la condición es igual para todos, y,
siendo igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a los otros.
Mas aun. Efectuándose la enajenación sin reservas, la unión están perfecta como puede
ser, y, ningún asociado tiene ya nada que reclamar, puesto que si resta algunos derechos
a los particulares, como no habría ningún superior común que pueda pronunciarse entre
ellos y público, siendo en este punto cada cual su propio juez, pretendería en el acto serlo
en todo. El estado natural subsistiría, y la asociación devendría necesariamente tiránica o
vana.

En fin. Dándose cada uno a todos, no se da a nadie; y como hay un asociado sobre el cual
se adquiera un derecho distinto al que este cede sobre si mismo, se gana el equivalente
de todo lo que se pierde y mayor fuerza para conservarse de la que se tiene.

Y se elimina del pacto social lo que no constituye su decencia, encontraremos que se


reduce a los términos siguiente:

Cada un o de nosotros pone en común su persona y toda su potencia bajo la suprema


dirección de la voluntad general, y recibimos a cada miembro como parte indivisible del
todo.

Inmediatamente en lugar de la persona particular de cada contratante, este acto de


asociación produce un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como
votos tiene la asamblea, la cual, por este mismo acto recibe su unidad, su yo común, su
vida y su voluntad. Esta persona publica, forma así por la unión de los demás, tomaba
antiguamente el nombre de ciudad, y ahora el de Republica o cuerpo político,
denominado por sus miembros Estado cuando es pasivo, soberano cuando activo,
poder comparándolo con sus semejantes. Respeto a los asociados, toman
colectivamente el nombre de pueblo llamándose particularmente ciudadanos, como
participantes de la autoridad soberana y súbditos, sometidos a las leyes del Estado.
Estos términos se confunden con frecuencia, tomándose unos por otros, y es necesario
saberlos distinguir cuando son empleados con toda precisión.

CAPITULO VII

DEL SOBERANO

Vemos por esta formula que el acto de asociación contienen un compromiso reciproco del
público con los particular, y que cada individuo contratante, por decirlo así, consigo mismo
se encuentra comprometido en un doble aspecto: Como mimbro del soberano hacia los
particulares y como miembro del Estado hacia el soberano. Puede aplicarse aquí la
máxima del derecho civil de que nadie esta obligado por los compromisos adquiridos
consigo mismo, puesto que hay una gran diferencia, comprometerse consigo mismo o
hacia un todo del que se forma parte.

Se necesita señalar aun que la deliberación pública, que puede obligar a todos los
súbditos hacia el soberano a causa de las dos diferentes relaciones bajo las cuales cada
una es considerado, no puede, por la razón contraria, obligar al soberano hacia si mismo,
y que, por consecuencia, es contrario a la naturaleza del cuerpo político que el soberano
se imponga a una ley que no pueda violar. No pudiendo considerarse mas que bajo un
solo e idéntico aspecto, se halla en el caso de un particular que contrata consigo mismo,
de donde se deduce que no hay ni puede haber ninguna especie de ley fundamental
obligatoria para este cuerpo del pueblo, ni siquiera el contrato social. Lo cual no significa
que este cuero no pueda perfectamente comprometerse hacia otro en aquello que no
derogue en nada este contrato, pues respecto al extranjero deviene un ser simple, un
individuo. No teniendo su razón de ser el cuerpo político o el soberano más que en la
santidad del contrato, no puede nunca comprometerse hacia otro en nada que derogue
este acto primitivo, ni hipotecar una parte de si mismo o someterla a otro soberano. Violar
el acto por el cual tiene su existencia seria destruirse, nada produce lo que nada es.

Reunida ya esta multitud en su cuerpo , no se puede ofender a uno de sus miembros sin
atacar al cuerpo; más aun, ofender a este sin que los miembros se presentan.
Por lo tanto, el deber y el interés obliga igualmente a las dos partes contratantes ayudarse
mutuamente y los mismos hombres deben procurar reunirse bajo este doble aspecto
todas las ventajas consiguientes.

Ahora bien: No hallándose integrado el soberano más que por los particulares que lo
componen, no tiene ni puede tener interés contrario al suyo, y, por lo tanto, el poder
soberano no tiene necesidad de garantía hacia los súbditos, ya que es imposible que el
cuerpo quiera perjudicar a todos sus miembros, y, como veremos después, no puede
perjudicar a ningún particular. El soberano por el solo hecho de serlo, es siempre lo que
debe ser.

No sucede lo mismo con los súbditos respecto al soberano, el cual, a pesar de interés
común, no puede responder de los compromisos contraídos por aquellos sino encuentra
medios de asegurarse su fidelidad.

En efecto, cada individuo puede, como hombre, tener un voluntad particular contraria, o
distinta a su voluntad general que tiene como ciudadano. Su interés particular puede
hablarle de distinta manera que el interés común, su existencia absoluta y naturalmente
independiente hacerle comprender lo que debe a la causa común como una contribución
gratuita, cuya perdida seria menos perjudicial a los demás que oneroso para él seria su
pago, y, examinando la persona moral que constituye el Estado como un ser de razón –
porque no es un hombre-, gozaría de los derechos del ciudadano sin querer cumplir los
deberes de súbdito; injusticia cuyo progreso causaría la ruina del cuerpo político.

Para que el pacto social no sea, por lo tanto, una fórmula vana, contiene tácitamente este
compromiso, único que puede dar la fuerza a los demás: que quien se niegue a acatar la
voluntad general será obligado por todo el cuerpo, lo cual no significa otra cosa sino que
se le obligará a ser libre, puesto que tal es la condición quedándose cada ciudadano a la
patria le asegura de toda dependencia personal, condición que forma el artificio del
funcionamiento de la máquina política y una que hace legítimos los compromisos civiles,
los cuales, sin esto, serian absurdos, tiránicos y sujetos a los mas enormes abusos.

CAPITULO VIII

DEL ESTADO CIVIL


Este transito del Estado natural al civil produce en el hombre un cambio muy notable y
sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la moral que
carecían anteriormente.

Solo entonces, cuando la voz del deber sustituye al impulso físico y el derecho al apetito,
el hombre , que hasta entonces no había pensado mas que en si mismo, se ve obligado a
proceder con arreglo a otros principios y a consultar a su razón antes de atender sus
inclinaciones . Aunque se prive en este estado de bastantes ventajas que poseía de la
naturaleza , conquista otras tan grandes , sus facultades se ejercitan y desarrollan , sus
ideas se amplían , sus sentimientos se ennoblecen , su alma entera se eleva a tal grado
que si el abuso de esta nueva condición no le degradase en ocasiones por lo debajo de
la que le salido , debería bendecir el instante feliz en que le abandono para siempre ,
pasando a ser , de un animal estúpido y limitado , un ser inteligente y un hombre.

Resumamos el presente balance a términos de fácil comparación. Lo que el hombre


pierde por el Contrato Social es la libertad natural y un derecho ilimitado a todo lo que le
atrae y puede obtener; lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee.
Para no engañarse de estas compensaciones, conviene distinguir la libertad natural,
cuyo únicos limites son las fuerzas del individuo, de la libertad general, y la posesión, que
no es sino el producto de la fuerza o el derecho del primer ocupante, del a propiedad, que
no puede ser fundada más que sobre un título positivo.

Pudiera agregarse a lo que precede la adquisición del estado civil, la libertad moral, única
que hace al hombre verdaderamente dueño de sí mismo, pues el impulso exclusivo de su
apetito es la esclavitud y la obediencia a la ley prescrita es la libertad. Pero ya dicho,
suficiente sobre este artículo, y no entra en mis cálculos presentes tratar del sentido
filosófico de la palabra libertad.

CAPITULO IX

DEL DOMINIO REAL

Cada miembro de la comunidad se da a esta al formarse tal como se encuentra, con todas
sus fuerzas, de las cuales forman parte los bienes que posee. Solo mediante este acto la
posesión cambia de naturaleza al cambiar de manos y se convierte en propiedad en las
del Soberano. Mas siendo las fuerzas de la Ciudad incomparablemente mayores que las
de un particular, la posesión pública es así mismo de hecho mas fuerte e irrevocable, sin
ser más legitima, al menos para los extranjeros pues el Estado respecto a sus miembros,
es dueño de todos sus bienes por el Contrato Social, que constituye en aquel la base de
todos los derechos; pero respecto a los otros Poderes, solo lo es por el derecho de primer
ocupante que le otorgaron los particulares.

El derecho de primer ocupante, aunque más real que el del más fuerte, no se transforma
en verdadero derecho sino después del establecimiento del de propiedad. Todo hombre
tiene derecho por naturaleza a cuanto le es necesario; pero el acto positivo que le
convierte en propietario de algún bien le excluye de lo demás. En posesión de su parte,
debe contentarse con ella, y ya no tiene ninguna derecho a la comunidad; por ello, el
derecho de primer ocupante tan débil en el estado natural, es respetable para todo
hombre civil. En este derecho se respeta menos lo que es otro que aquello que no es de
uno.

Generalmente, para autorizar en un terreno cualquiera el derecho de primer ocupante se


requieren en las siguientes condiciones: primera, que este terreno no haya sido ocupado
aun por nadie; segunda, que solo se ocupe la porción necesaria para subsistir; tercera,
que se tome posesión no por una vana ceremonia, sino por el trabajo y la cultura, único
signo de propiedad que, a falta de otros títulos jurídicos, debe ser respetado.

En efecto, conceder a la necesidad y al trabajo el derecho de primer ocupante ¿no es


extenderlo todo lo lejos que es posible?. ¿Puede limitarse este derecho?.?Basta con pisar
un terreno común para erigirse inmediatamente en su dueño? ¿Es suficiente con tener
momentáneamente fuerzas para apartar a los demás hombres para privarlos
perpetuamente del derecho a volver a ocuparlo?. ¿Cómo un hombre o un pueblo pueden
apoderarse de un territorio inmenso y despojar al genero humano si no es por una
usurpación punible, puesto que ella arrebata al resto de los hombres su hogar y los
alimentos que la naturaleza les da en común?. Cuando Núñez de Balboa, en las costas
del mar del Sur, tomo posesión de él y de toda la América meridional en nombre de la
Corona de Castilla. ¿era suficiente aquello para despojara todos los habitantes y excluir a
todos los príncipes del mundo?. Sobre semejante base, tales ceremonias podían
multiplicarse demasiado vanamente, y el Rey Católico podría súbitamente tomar
posesión desde su gabinete de todo el universo, salvo el separar a continuación de su
imperio lo que anteriormente poseían los otros príncipes.

Se concibe como las tierras de los particulares, reunidas y agrupadas, se convierten en


territorio público, y cómo el derecho de soberanía, extendiéndose de los súbditos a los
terrenos que ocupan, se transforma a la vez en real y personal, lo que, pone a los
poseyentes en una mayor dependencia y hace de su fuerza misma la garantía de su
libertad.

Ventaja que no parece haber sido bien apreciada por los antiguos monarcas, que, no
llamándose más que reyes de los persas, excitas o macedonio, parecían considerarse
como jefes de los hombres antes que como dueños del país. Los de hoy, más hábilmente,
se llaman reyes de España, Francia, Inglaterra, etc. De esta manera, poseyendo el
terreno, están seguros de poseer a los habitantes.

Lo que hoy hay de singular en esta enajenación es que, al aceptar los bienes de los
particulares, la comunidad, lejos de despojarlos, no hace sino asegurarse su legitima
posesión, cambiar la usurpación en un verdadero derecho, y el disfrute en propiedad. Los
poseyentes son considerados entonces como depositarios del bien público, sus derechos
son respetados por todos los miembros del Estado y defendidos con todas sus fuerzas
contra el extranjero, y por una cesión ventajosa para el público, y más aún para ellos
mismos, han adquirido, por decirlo así, todo lo que ellos han dado.

Paradoja que se explica cómodamente por la distinción de derechos que tienen el


Soberano y el propietario sobre los mismos fondos, como después se verá.
Puede suceder también que los hombres comiencen a unirse antes de poseer nada, y
que, apoderándose después de un terreno suficiente para todos, lo gocen en común o se
lo repartan, sea equivalente o con arreglo a una proporción establecida por el Soberano.
De cualquier manera que esta adquisición se haga, el derecho que cada particular tiene
sobre su propio fondo esta siempre subordinado al que la comunidad tiene sobre todos,
sin lo cual no existirían ni solidez en el lazo social ni fuerza real en el ejercicio de la
soberanía.

Terminaré este capitulo y el libro con una observaron que debe servir de base a todo el
sistema social. Y es que, en lugar de destruir la igualdad natural, el pacto fundamental
sustituye, por el contrario, con una igualdad moral y legítima lo que la naturaleza pudiera
haber puesto de desigualdad física entre los hombres, y que, pudiendo ser desiguales en
fuerza o genio, devienen todos iguales por convención y de derecho.

LIBRO SEGUNDO

CAPITULO PRIMERO

QUE LA SOBERANIA ES INALIENABLE

La primera y mas importe consecuencia de los principios formulados anteriormente es que


solo la voluntad general puede dirigir las fuerzas del Estado con arreglo a la finalidad de sus
institución, que es el bien común, pues si la oposición de intereses particulares hizo necesario
el establecimiento de las sociedades, es también la coincidencia de estos intereses la que lo
hizo posible. Lo que hay de común entre estos diferentes intereses es lo que forma el vínculo
social, y si no existiera algún punto de coincidencia entre todos los intereses sería imposible la
existencia de cualquier sociedad. Es únicamente sobre la base de este interés común como
debe gobernarse la sociedad.

Digo, pues, que, no siendo la soberanía otra cosa que el ejercicio de la voluntad general, no
puede ser enajenada, y que el Soberano, ser colectivo y nada más, sólo puede ser
representado por sí mismo. El poder puede trasmitirse perfectamente, pero no la voluntad.

En efecto, si no es imposible que una voluntad particular coincida en algo con la voluntad
general, si lo es, por lo menos, que tal acuerdo será durable y constante, ya que la voluntad
particular, por su naturaleza general a la igualdad. Es mas imposible todavía poseer una
garantía de este acuerdo, aun en el caso de que él deba existir siempre. Esto no sería una
consecuencia de la habilidad, sino del azar. Un Soberano puede decir: “Quiero actualmente lo
que tal hombre quiere o, al menos, dice querer”; pero nunca podrá decir:”Lo que este hombre
quiera mañana lo querré yo también”, puesto que es absurdo encadenar la voluntad para el
porvenir y no depende de nadie el consentir algo que contraríe el bien del ser que se quiere.
En el pueblo promete simplemente obedecer, se disuelve por este acto, pierde su calidad de
pueblo. En el instante mismo en que surge un dueño, ya no hay Soberano, y desde ese
momento el Cuerpo político se ha destruido.

No significa esto que las ordenes de los jefes no puedan aparecer como expresión de la
voluntad general mientras el soberano, con libertad para oponerse, no lo haga. En tal caso, el
silencio universal debe interpretarse como el consentimiento del pueblo.
Explicaremos eso más ampliamente.
CAPITULO II

QUE LA SOBERANIA ES INDIVISIBLE

Por igual razón que la soberanía es inalienable, es también indivisible, pues la voluntad es
general o no lo es, corresponde al conjunto del pueblo o solamente a un parte. En el primer
caso, esta voluntad declara es un acto de soberanía y constituye ley; en el segundo no es sino
una voluntad particular o un acto de magistratura; es, a lo sumo, un decreto.

Nuestros políticos, no pudiendo dividir la soberanía en un principio, la dividen en su objeto: la


dividen en fuerza y voluntad, en potencia legislativa y ejecutiva, en derechos fiscales, de
justicia y guerra, administración interior y en capacidad para tratar con el extranjero,
confundiendo unas veces estas partes y separándolas otras. Hacen del Soberano un ser
imaginario, formado por piezas distintas y diferentes, algo así como si compusieran un
hombre con diversos cuerpos, teniendo de cada uno de ellos los ojos, los brazos, los pies, etc.

Los charlatanes del Japón, según cuentan, descuartizan un niño ante las miradas de los
espectadores, lanzan al aire sucesivamente todos sus miembros y lo hacen descender
nuevamente vivo y perfecto. Así son, aproximadamente, los trucos de nuestros políticos:
después de haber desmembrado el cuerpo social por artificios dignos de una feria, reúnen las
piezas no sabemos como.

Proviene este error de no tener nociones exactas de la autoridad soberana y de haber


considerado como partes de esta autoridad lo que son sólo emanaciones de ella. Por ejemplo,
se han considerado los actos de declaración e guerra y la firma de la paz como actos de
soberanía, sin serlo, pues cada uno de ellos no es una ley, sino tan sólo la aplicación de ella,
un acto particular que determina el caso de la ley, como se verá claramente cuando la idea
comprendida en la palabra ley haya sido asimilada.

Examinando asimismo las otras divisiones encontraremos que cuantas veces se cree ver
dividida la soberanía nos engañamos; que aquellos derechos tomados como partes de esta
soberanía le están subordinados y suponen siempre voluntades supremas, de las cuales
estos derechos no dan más que la ejecución.

Es incalculable la gran oscuridad que semejante falta de exactitud ha proyectado sobre las
decisiones de los autores en materia de derecho político y sobre los principios que
establecían cuando han querido juzgar de los derechos respectivos de pueblos y reyes.
Cualquiera puede ver en los capítulos III y IV del primer libro de Grocio cómo este sabio y
traductor Barbeirac se embrollan y embarazan en sus sofismas, temiendo decir demasiado o
no decir lo bastante para sus propósitos y herir los intereses que pretendían conciliar. Grocio,
refugiado en Francia y descontento de su patria, que hacer la corte a Luis XII, a quien dedico
su libro, no desperdicio medio ni ocasión para despojar a los pueblos de sus derechos y
realzar a los reyes con el mayor arte posible.
También Barbeyrac, que dedico su traducción al rey de Inglaterra Jorgel, lo hubiera deseado,
mas, desgraciadamente, la expulsión de Jacobo II, que califica de abdicación, le obligo a ser
reservado y desviarse y tergiversar, para no hacer de Guillermo un usurpador. Si estos
escritores hubieran adoptado los verdaderos principios, las dificultades habrían desaparecido
y en todo momento serían consecuentes, diciendo tristemente la verdad, no haciendo la corte
más que al pueblo. Pero la verdad no conduce a la fortuna, y el pueblo no da Embajadas,
cátedras ni pensiones.

CAPITULO III

SI LA VOLUNTAD GENERAL PUEDE EQUIVOCARSE

Se deduce de lo que precede que la voluntad general es siempre recta y tiende a la utilidad
pública, más no que las deliberaciones del pueblo posean la misma rectitud. Siempre se
quiere su bien, mas no se le ve en todo momento; nunca se corrompe al pueblo, pero
frecuentemente se le engaña, y solo entonces es cuando parece desear su mal.

Existe frecuentemente bastante diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general,


entre aquella que no mira mas que el interés común y la que atiende al interés privado y no es
otra cosa que una suma de voluntades particulares; mas alejad de esas mismas voluntades
aquello, poco o mucho, que las destruye mutuamente y queda la voluntad general como suma
de las diferencias.

Si cuando el pueblo delibera, suficientemente informado, no tuvieran los ciudadanos ninguna


relación mutua, del gran número de diferencias pequeñas resultaría siempre la voluntad
general, y la deliberación sería excelente. Mas cuando se hacen fracciones, asociaciones
parciales, a expensas de la grande, la voluntad de cada una de estas asociaciones se
convierte en general con respecto a sus miembros, o en particular con relación al Estado.
Puede entonces decirse no que hay tantos volantes como hombres, sino solamente como
asociaciones; las diferencias son en este caso menos numerosas y dan un resultad menos
general. Cuando una de estas asociaciones están grande que domina a las restantes, no
tendréis ya por resultado una suma de pequeñas diferencias; sino un diferencia única; no hay
ya voluntad general, y la opinión que domina es tan solo una opinión particular.

Importar, pues, para enunciar bien el concepto de voluntad general, que no haya sociedad
parcial en el Estado, y que cada ciudadano sólo opine con arreglo a su propio criterio. Fue
esta la única y sublime institución del gran Licurgo. Si existen sociedades parciales hay que
multiplicar el número y prevenir la desigualdad, como hicieron Solón, Numa y Servio, siendo
estas precauciones las únicas que permiten en todo momento el esclarecimiento de la
voluntad general y evitan el engaño del pueblo.

CAPITULO IV

DE LOS LIMITES DEL PODER SOBERANO

Si el Estado y la Ciudad son una persona moral cuya vida consiste en la unión de sus
miembros, y si su mas importante misión es la de su propia conservación, se precisa una
fuerza moral e impulsiva para mover y disponer cada parte de la manera más conveniente al
todo. Así como la naturaleza da a cada hombre un poder absoluto sobre todos sus miembros,
el pacto social da al Cuerpo político un poder absoluto sobre todos los suyos, y es este poder,
dirigido por voluntad general, como he dicho, el que lleva el nombre de Soberanía.

Debemos considerar, además de la persona pública, las personas privadas que la componen,
y cuya vida y libertad son naturalmente independientes de aquella. Se trata, por lo tanto, de
distinguir bien los derechos respectivos de ciudadanos y Soberano, así como los deberes que
han de cumplir los primeros, en su calidad de súbditos, del derecho natural de que deben
disfrutar en tanto que hombres.

Conviene que cuanto se enajene por el pacto social de su potencia, bienes y libertad no sobre
pase la medida de lo que a la comunidad importa para su uso, siendo también conveniente
que se considere al Soberano como el único juez capaz de decidir sobre esto.

Cuantos servicios pueda un ciudadano rendir al Estado debe hacerlo inmediatamente que el
Soberano los reclame; pero este, a su vez, no puede hacer recaer sobre los súbditos ninguna
carga inútil a la comunidad. Ni siquiera quererlo, puesto que bajo la ley de la razona, como
bajo la de la naturaleza, nada se hace sin causa.

Los compromisos que nos ligan al cuerpo social son obligatorios solamente porque son
mutuos y de tal naturaleza que cumpliéndolos no se puede trabajar por otro sin trabajar al
mismo tiempo por uno mismo. ¿ Por qué la voluntad generales siempre recta y todos quieren
constantemente la felicidad de cada uno si no es a causa de que no existe nadie que al
apropiarse esta palabra de cada uno y al votar por todos no piense inmediatamente en sí
mismo.

Ello prueba que la igualdad de derecho y la noción jurídica correspondiente derivan de la


preferencia que cada cual se da y, por lo tanto, de la naturaleza del hombre; que la voluntad
general, para ser verdaderamente tal; debe serlo en su objeto y esencia que debe partir de
todos, y que pierde su rectitud natural cuando tiende a algún objeto individua y determinado
porque juzgando de lo que no es extraño carecemos de un verdadero principio de equidad
que nos conduzca.

Efectivamente: apenas se trata de un hecho o derecho particular respecto a un punto que no


ha sido reglamentado por una convención general e interior cuando la cuestión deviene
contagiosa. Es este un proceso en el cual los particulares interesados constituyen una de las
partes, y el publico otra, pero donde no veo ni la Ley que hay que observar ni el Juez que debe
Fallar. Seria ridículo que ene este caso querer referirse a una decisión expresa de la voluntad
general, que no puede ser mas que la conclusión de una de las partes, y que es, por
consecuencia, para el otro una voluntad extraña, particular, inclinada en esta ocasión a una
injusticia y sujeta a error. De la misma manera que una voluntad particular no puede
representar a una voluntar general, esta, a su vez cambia de naturaleza proponiéndose un
objetivo particular y no puede pronunciarse como voluntad general sobre un hombre ni sobre
un hecho. Cuando el pueblo de Atenas por ejemplo, nombraba y disponía a sus jefes cubría
de honores a uno e imponía penas al otro, y por multitud de decretos particulares ejercía
indistintamente todos los actos de gobierno, no atendía ya a la voluntad general propiamente
dicha, no obraba como soberano, si no como magistrado. Esto parecerá contrario a las ideas
corrientes; pero hace falta que me deis e tiempo necesario para exponer las mías.
Debe deducirse de esto que lo que generaliza la voluntad es menor el numero de votos que el
interés común que los une, en esta institución cada cual se somete necesariamente a las
condiciones que impone a los otros coincidencia admirable del interés y la justicia, que
concede a las deliberaciones comunes un carácter de equidad que se disipa en la discusión
de toda cuestión particular, exenta de una interés común que unifique e identifique las regalas
del juez con la de la parte.

Por cualquier lado que se analice el principio se llega siempre a la misma conclusión, ósea
que el pacto social establece entre los ciudadanos tal igualdad que todos se comprometen en
las mismas condiciones y deben gozar de los mismos derechos.

Así que por la naturaleza del pacto, todo a cierto de soberanía es decir, todo acto autentico de
la voluntad general, obliga a favorecer por igual a la totalidad de los ciudadanos, de suerte
que la soberanía conoce exclusivamente el conjunto de la nación, sin distinguir a ninguno de
los que la componen. ¿ que es esto Hablando con propiedad sino un acto de soberanía?. No
es un convenio del superior con el inferior sino del conjunto con cada uno de sus miembros;
convención legitima por tener por base el contrato social; equitativa, por ser común a todo: útil
porque no tiene otro objeto que el bien general y sólida por estar garantizada por la fuerza
publica y el poder supremo. En Tanto que los súbditos están sometidos exclusivamente a
tales convenciones no obedecen mas que a su propia voluntad, y preguntar hasta donde se
extiende los derechos respectivos del soberano y los ciudadanos supone preguntar hasta que
punto pueden estos comprometerse consigo mismo, tanto cada cual con respecto a los
demás como todos con respecto a cada uno de aquellos.

Se ve, pues, que el poder soberano aun siendo absuelto, sagrado e inviolable, no excede ni
puede exceder los limites de las convenciones generales y que cualquier hombre puede
disponer libremente de los que por ella les queda de sus bienes y libertades; de manera que la
soberanía no es nunca un derecho de abrumar a un súbdito mas que a otro, porque entonces
convertida la cuestión en particular, su poder no es ya competente.

Admitidas estas distinciones, es tan falso que en un contrato social haya por parte de los
particulares ninguna renuncia verdadera como que su situación, por efecto de este contrato,
sea realmente preferible al anterior y que, en lugar de una enajenación; no han hecho mas
que un cambio ventajoso de una manera incierta y precaria contra otra mejor y mas segura,
de independencia natural contra la libertad, del poder de perjudicar a otro contra su propia
seguridad y de la fuerza que otros podrían dominar contra un derecho que la unión social
convierte en invencible.

Su propia vida, ofrendada al estado, se haya continuamente protegida y cuando la exponen


en su defensa no hacen otra cosa que devolverle lo que de aquel recibieron ¿ hacen algo
distinto a lo que con mas peligro y frecuencia hicieron en el estado natural, cuando en
combates inevitable, defenderían, arriesgando su vida los que les eran necesario para su
conservación? Cierto que todos tienen necesidades de combatir por la patria, mas nunca han
de hacerlo exclusivamente por fe. Por lo que respecta a nuestra seguridad ¿ no ganamos a un
corriendo a una parte de los peligros que seria necesario correr por nuestra cuenta
inmediatamente que nos privaran de aquella?

CAPITULO V

DEL DERECHO DE VIDA Y MUERTE

Se pregunta de que manera los particulares, que no tienen derecho cobre su propia vida
pueden trasmitir al soberano este derecho de que carecen. Esta cuestión es difícil de resolver
solo a causa de hallarse mal planteada. Todo hombre tiene derecho a arriesgar su vida para
conservarla ¿ se ha culpado alguna vez de suicidio a quien se arroja de una ventana para
escapar de un incendio? ¿se ha imputado este crimen a quien parece en una tempestad
habiendo embarcado sin ignorar el peligro?.

La finalidad del contrato social es la conservación de los contratantes. Quien quiere el fin
acepta también los medios, y estos son inseparables de algunos peligros, incluso de algunas
perdidas. Aquel que pretende conservar su vida a expensas de los otros debe también darla
por estos cuando la necesitan. Mas el ciudadano no es ya quien ha de fallar sobre el peligro a
cuya exposición le llama la ley. Cuando el príncipe le dice: “Es conveniente al Estado que tu
mueras”, debe morir, puesto que no es sino con esta condición como ha vivido hasta entonces
en seguridad y, debido a ello, su vida no es ya solamente un bien de la naturaleza, sino un don
condicional del Estado.

La pena de muerte infligida a los criminales puede considerarse casi desde el mismo punto de
vista. Es para no ser victima de un asesino por lo que se acepta su muerte en caso de llegar a
serlo. En este tratado, lejos de disponer de su propia vida, se piensa en asegurarla, y no es
presumible que en tal momento ninguno de los contratantes premedite perderla.

Todo malhechor, al atacar el derecho social, se transforma por sus fechorías en rebeldes y
traidor a la patria, y con la violación de sus leyes cesa de ser un miembro de ella, e incluso le
hace la guerra. Desde este momento la conservación del Estado es incompatible con la suya,
siendo necesario que uno de los dos parezca, muriendo el culpable menos como ciudadano
que como enemigo. El proceso y el juicio son el testimonio de que rompió el contrato social,
cesando de ser miembro del Estado. Habiéndose antes reconocido como tal, al menos para
su permanencia, debe ser separado por el destierro como infractor del pacto o por la muerte
como enemigo público, ya que semejante enemigo no es ya una persona moral, es un hombre,
y es en este caso cuando el derecho de guerra de matar al vencido tiene realidad.

Se objetara que la condena de un criminal es un acto particular. De acuerdo. Igualmente, esta


condena no pertenece al Soberano: es un derecho que puede conferir, sin poder ejercerlo por
si mismo. Todas mis ideas persisten, aunque no me sea posible exponerlas al mismo tiempo.

De otra parte, la frecuencia de los suplicas es signo de debilidad o pereza en el Gobierno. No


existe un pecador que no pueda regenerarse por algún medio. No hay derecho a ejecutar, ni
a titulo de ejemplo, a quien puede conservarse sin peligro.

Respecto al derecho de perdonar o eximir al culpable de la pena impuesta por la ley y


pronunciada por el juez, solo corresponde hacerlo a quien esta por encima del juez y de la ley,
al Soberano, Y aun respecto a esto no esta bien definido su derecho, siendo muy
excepcionales los casos en que usa de el.

En un Estado bien gobernado hay pocas penas, no porque se otorgan muchos perdones, sino
por existir pocos criminales. Solo el decaimiento del Estado asegura la impunidad a multitud
de crímenes. En la Republica romana, ni el Senado ni los cónsules intentaron otorgar
perdonas y ni siquiera el pueblo lo hizo, aunque en ocasiones revocase su propio juicio.

Los frecuentes indultos son síntomas de que muy pronto los malhechores no tendrán
necesidad de ellos y cada cual sabe adonde conduce esto.

Mas oigo que mi corazón protesta y contiene mi pluma. Dejemos discutir estos problemas al
hombre justo que nunca ha pecado y que por lo tanto, no tiene necesidad de gracia.

CAPITULO VI

DE LA LEY
En virtud del pacto social hemos dado existencia y vida al cuerpo político. Se trata ahora de
dotarlo de movimiento y voluntad por medio de la legislación. El acto primitivo por el cual este
cuerpo se forma y une no determina nada de lo que debe hacer para conservarse.

Aquello que se ajusta al orden lo es en virtud de la naturaleza de las cosas e


independientemente de las convenciones humanas. Toda justicia proviene de Dios, siendo el,
su única fuente, mas si supiéramos recibirla de tan alto no tendríamos necesidad ni de
Gobiernos ni de Leyes.

Existe indudablemente una justicia universal, emanada de la razón; mas para ser admitida
entre nosotros ha de ser reciproca. Considerando humanamente las cosas, las leyes de la
justicia son vanas para los hombres si no van provistas de sanción natural; constituyen la
dicha del malo y la desgracia del justo cuando este las observa con todo el mundo, sin que
nadie la cumpla con el. Son necesarias, por lo tanto, convenciones y leyes que armonicen los
derechos con los deberes y reduzca la justicia a su finalidad. En el Estado natural, en el cual
todo es común, nada debo a quien nada he prometido, ni reconozco como perteneciente a
otro sino aquello que para mi es inútil. Otra cosa sucede en el estado civil, en el que todos lo
derechos son fijados por la ley.

¿Qué es en realidad una ley ? Mientras no se interprete esta palabra mas que en un sentido
metafísico continuaremos discutiendo sin entendernos y después de decir lo que es una ley
de la naturaleza no se habrá entendido mejor que lo que es una ley del Estado.

Ya dije que no hay voluntad general sobre un objeto particular. Efectivamente, este objeto se
halla en el Estado o fuera de el. Si se halla fuera, una voluntad extraña a el no es general, y si
esta en el Estado, forma parte de ella. Se forma entonces entre el todo y su parte una relación
que los hace dos seres distintos, siendo una parte el uno, y el todo menos esta parte, el otro.

Pero el todo menos una parte no es el todo, y mientras subsista tal relación no existe todo,
sino dos partes desiguales, de donde se deduce que la voluntad de una de ellas no es ya
general con respecto a la otra.

Cuando la totalidad del pueblo legisla para si solo se considera a si mismo, y si entonces se
establece una relación es la del objeto entero considerado desde los puntos de vista distintos,
sin ninguna división de todo. En este caso, el procedimiento legislativo es tan general como la
voluntad legisladora. A este acto se le denomina ley.

Cuando afirmo que el objeto de las leyes es siempre general me refiero a que estas
consideran a los sujetos en su ser material y a las acciones en abstracto y en ningún caso a un
hombre como individuo y una acción como particular. De esta manera la ley puede muy bien
sustituir la existencia de privilegios pero no atribuírselos a nadie establecer diversas clases de
ciudadanos y fijar incluso las cualidades que dan derecho a pertenecer a ellas, sin que pueda
nombrar a tales y cuales para ser admitidos, establecer un Gobierno real y una sucesión
hereditaria, pero no elegir un rey ni nombrar la familia real; en una palabra, toda función
relativa a un objeto individual no corresponde al Poder legislativo.

Se ve por esto que no hay necesidad de preguntar a quien corresponde hacer las leyes, ya
que son actos de voluntad general; ni si el príncipe es superior a las leyes, siendo, como es,
miembro del Estado, ni si la ley puede ser injusta, pues nadie puede serlo consigo mismo, ni
como siendo libre se esta sometido a las leyes ya que estas no son sino expresión de nuestra
voluntad.

Vemos también que la ley armoniza la universalidad de la voluntad y la del objeto, y, por lo
tanto, lo que un hombre, sea el que fuere ordena por su cuenta no es una ley, ni siquiera lo
que dispone un Soberano sobre un asunto particular. Es un decreto solamente, no un acto de
soberanía, sino de magistratura.
Llamo, pues, Republica a todo estado elegido por leyes sea cual fuere su forma de
administración, pues solo entonces gobierna el interés publico y la cosa publica tiene alguna
significación. Todo Gobierno legitimo es republicano. Reservo para después la explicación de
lo que es Gobierno.

Las leyes no son en realidad sino las condiciones de asociación civil. El pueblo sometido a las
leyes debe ser el autor, sólo a los que se asocian compete reglamentar las condiciones de la
sociedad. ¿Cómo han de reglamentarlas?. ¿Por mutuo acuerdo o por inspiración súbita? .
¿Posee el cuerpo político algún órgano que formule estas voluntades?. ¿Quién le dará la
previsión necesaria para informar los actos y publicarlos previamente, o cómo lo hará en el
momento oportuno?. ¿Cómo una multitud ignorante, que frecuentemente ignora lo que quiere
y hace excepcionalmente lo que favorece, podrá ejecutar por si misma empresa tan grande y
difícil como un sistema de legislación?. Espontáneamente, el pueblo quiere siempre el bien;
pero no siempre sabe apreciarlo. La voluntad general siempre es recta, pero el juicio que la
inspira no es siempre claro. Es preciso mostrarle los objetos tales como son, y algunas veces
tales como deben parecerle; enseñarle el buen camino que busca, prevenirla contra la
seducción de la voluntades particulares, acercarle a la vista los lugares y tiempos, hacer el
balance de las ventajas presentes y sensibles y el peligro de los males lejanos y ocultos. Los
particulares venle bien que rechazan; el pueblo aspira al bien que no conoce. Unos y otros
tienen igualmente necesidad de guías. Es necesario obligar a unos a conciliar su voluntad con
su razón, y al otro a conocer lo que apetece.

Así, dela claridad pública resulta la unión del entendimiento y la voluntad en el cuerpo social,
el exacto concurso de las diferentes partes y, finalmente, la mayor fuerza del todo.

He aquí de donde se deriva la necesidad de un legislador.

CAPITULO VII

DEL LEGISLADOR

Para descubrir las leyes de sociedad más convenientes para las naciones sería necesaria
una inteligencia suprema que, contemplando todas las pasiones, no compartiese ninguna;
que, conociendo a fondo nuestra naturaleza, careciese de relación con ella; cuya felicidad
fuese independiente de la nuestra, pero que tuviesen la generosidad de interesarse por ella;
en fin, que en el transcurso del tiempo laborando por un a gloria lejana, pudiera trabajar en su
siglo para gozar en otro. Serian necesarios dioses para dar leyes a los hombres.

El mismo razonamiento hecho por Calígula respecto al acto, Platón lo hacia cuanto al derecho
para definir al hombre civil o real que buscaba su república. Si, efectivamente, un gran
príncipe es un hombre excepcional, ¿Qué no será un gran legislador?. Al primero le basta
conseguir el modelo que el otro debe preparar. Este es el inventor de la máquina, y aquel solo
el obrero que la monta y pone en marcha.

En los orígenes de la sociedad – dice Montesquieu- Son los jefes de las Repúblicas quienes
hacen las Instituciones, y solo después son estas las que forman los jefes de la republica.

Quien se disponga a emprender la tarea de dotar a un pueblo de instituciones a de sentirse


capaz de cambiar, digámoslo así, la naturaleza humana, de transformar a cada individuo, en
parte de un todo mayor, del cual recibe de cierta manera su vida y su ser; de alterar la
constitución del hombre para rehacerla, de sustituir con una existencia parcial y moral la
existencia física e independiente que todos hemos recibido en la naturaleza. En una palabra,
que prive al hombre de sus propias fuerzas para darle otras que le son extrañas, y de las
cuales no puede hacerse uso sin el auxilio de otro cuanto mas extinguidas se hayan estas
fuerzas naturales, mayores y más durables son las adquiridas y mas sólida y perfecta es la
institución; de tal manera que si cada ciudadano no es nada ni puede nada si no es con ayuda
ajena, y la fuerza adquirida por el todo iguala o excede a la suma de fuerzas naturales de los
individuos puede decirse que la legislación llego al punto más elevado de la perfección.

El legislador es, desde todo los puntos de vista, un hombre excepcional en el Estado, tanto
por su genio como por su cargo. No es ni magistratura ni Soberanía, establecido por la
republica, no entra para nada en la constitución. Es una función particular y superior, que
nada tiene de común con el imperio humano, por que el que dirige a los hombres no puede
confeccionar las leyes; el que las confecciona no puede tampoco dirigir a aquellos, pues en
otro caso sus leyes, ministros de sus pasiones, no harían frecuentemente más que perpetuar
sus injusticias, y nunca podría evitar que móviles de índole particular alterasen la santidad de
su quehacer.

Cuando Licurgo dio leyes a su patria comenzó por abdicar la realeza. Fue costumbre en la
mayoría de las ciudades griegas confiar a extranjeros en el establecimiento de sus leyes. La
republicas modernas de Italia imitaron frecuentemente estas costumbres, como también la de
Ginebra, con excelente resultado.

Roma, en el apogeo de su vio como renacían en su seno todos los crímenes de la tiranía,
hallándose amenazada de parecer por haber reunido en las mismas cabezas la autoridad
legislativa y el poder soberano.

No obstante, ni los mismos decenviros se arrogaron nunca el derecho de imponer una ley por
su exclusiva autoridad. “Nada de lo que proponemos decían al pueblo- pueden convertirse en
ley sin vuestros consentimiento. Romanos : se vosotros mismos los autores de las leyes que
deben hacer vuestra felicidad”.

Quien redacta las leyes no tiene ni puede tener ningún derecho legislativo, incluso el pueblo
no puede caprichosamente despojarse de este derecho intransferible, porque, con arreglo al
pacto fundamental, solo la voluntad general obliga a los particulares, y nunca fue asegurarse
de una voluntad particular esta de acuerdo con la voluntad general más que después de
haberla sometido al sufragio libre del pueblo. Ya expuse antes esto pero esto no es inútil
insistir.
De esta manera se encuentran reunidas en la obra de la legislación dos cosas que parecen
incompatibles: una empresa superior a la fuerza humana, y, para su ejecución, una autoridad
que no es nada.

Hay otra dificultad, que merece ser tenida en cuenta. Los sabios que quieren hablar su
lenguaje al vulgo, y no, el de este, no gran ser entendidos.

Ahora bien: hay infinidad de ideas que es imposible traducir al lenguaje del pueblo.

Las opiniones muy generales y los objetos demasiado lejanos se hayan también fuera de sus
alcance. No agradando a cada individuo más plan de gobierno que aquel que afecta a su
interés particular, comprende difícilmente las ventajas que pueden reportarle las privaciones
continuas que le imponen las leyes para que a un pueblo naciente puedan juzgarle las sanas
máximas de la políticas y seguir las reglas fundamentales de la razón de Estado haría falta
que el efecto pudiera cambiarse en causa, que el espíritu social, el producto de la institución,
presidiese a la institución misma, y que los hombres, antes de promulgarse las leyes, fuesen
aquello que deben ser precisamente como consecuencia de ellas.

No pudiendo emplear el legislador ni la fuerza ni el razonamiento, es necesario que recurra a


una autoridad de otro orden que pueda impulsar sin violencia y persuadir sin convencer.

Es esta necesidad la que obligo en todo momento a los padres de las naciones a recurrir a la
intervención del cielo y a honrar a los dioses, dotándolos de su propia sabiduría, para que los
pueblos sometidos a las leyes del Estado y la naturaleza, y el reconociendo el mismo poder en
la formación del hombre que en la de la ciudad, obedeciesen libremente soportando con
docilidad el yugo de la felicidad pública.

Esta razón sublime, que traspasa el limite de la inteligencia del hombre vulgar, es la que el
legislador pone para sus decisiones en boca de los inmortales, para atraer por la autoridad
divina a quienes no pueden persuadir la razón humana.

No es patrimonio de todos los hombres hacer hablar a los dioses ni ser creídos cuando se
presentan como sus interpretes. La gran inteligencia del legislador es el verdadero milagro
por medio del cual debe probar su misión.

Cualquiera puede esculpir en jaulas de piedra comprar un oráculo, simular tratos secretos con
alguna divinidad, amaestrar a un pájaro para que le hable al oído o encontrar otros medios
groseros de imponerse al pueblo. Quien no sepa más que esto podrá quizá agrupar
casualmente a una muchedumbre de insensatos, pero nunca fundará un imperio, y su obra
extravagante parecerá con él.

Con prestigios vanos solo se forman vínculos provisionales. Solo la sabiduría los hace
durables. La ley judaica subsiste siempre; la del hijo de Ismael que rigen medio mundo desde
hace diez siglos, ilumina a un hoy a los grandes hombres que la dictaron, y aun que la
orgullosa filosofía o el ciego espíritu departido no ve en ellos más que impostores afortunados,
el verdadero político admira en sus instituciones el genio potente y soberano que preside toda
obra durable.

No es necesario deducir de lo anterior, con Warbunton, que la política y la religión tiene entre
nosotros un objetivo común, sino que en los orígenes de las naciones una sirve de
instrumento a otra.

CAPITULO VIII

DEL PUEBLO

Así como el arquitecto antes de construir un edificio, comienza por examinar y asentar el suelo
a fin de ver si puede sostenerlo, el sabio institutor no comienza por relatar leyes sabias por si
mismas, sino que antes analizarlas si el pueblo al cual la destina es capaz de soportarlas.

Por esta razón, Platón se negó a dar leyes a los Arcadianos y Cireos, que, por ser ricos, sabía
que no podrían subir la igualdad, y por la misma causa había en Creta, al lado de buenas
leyes, hombres perversos pues Minos no había conseguido disciplinar a un pueblo minado
por los vicios.

Millares de naciones han existido que jamás pudieron soportar buenas leyes, y las que
pudieron no las soportaron en toda su integridad mas que durante un tiempo bastante limitado.
Los pueblos, como los hombres, no son dóciles más que en su juventud; al llegar a la vejez
devienen incorregible. Una vez establecidas las costumbres y arraigados los prejuicios, es
empresa peligrosa y vana querer reformarlos. El pueblo no soporta si quiera que se atente a
sus males con el propósito desarraigarlos, a semejanza de los enfermos, estúpidos y
cobardes que tiemblan ante el aspecto del médico.

De la misma manera que algunas enfermedades perturban la cabeza de los hombres,


privándoles del recuerdo del pacto, existen casos en la vida de los Estados, épocas violentas
en las cuales las revoluciones tienen para los pueblos las mismas significación que ciertas
crisis para los individuos, y en que el horror del pasado lo hacen olvidar, y el Estado dominado
por las guerras civiles renace, por decirlo así de la cenizas y recobra el vigor de la juventud,
librándose de la muerte.
Esto sucedió a Esparta durante la época de la Curgo, a Roma después de los Tarquinos, y
durante la época actual, a Holanda y Suiza después de la expulsión, de los tiranos.

Tales acontecimientos son raros y constituyen excepciones, cuya razón se radica siempre en
la Constitución particular del Estado afectado. No pueden existir dos veces en la vida de un
mismo pueblo, ya que estando en el Estado de barbarie puede recobrar su libertad, pero no
cuando el resorte civil esta desgastado.

Pueden en este caso destruirlo los tumultos sin que las revoluciones logren restablecerlo, y
rotas y deshechas las cadenas que lo esclavizan, ya no existe; se precisa desde ese
momento un dueño no un libertador.

Pueblos libres acordados de este principio: “Puede conquistarse la libertad: Pero, pérdida una
vez no se la recobra nunca”.

En la vida de las naciones, en la de los hombres, hay que esperar la edad madura para
someterlas a las leyes; para esta madures no es fácil de conocer en todas las ocasiones. Y se
anticipa la obra es incompleta. Un pueblo determinado es disciplinable al nacer; otro no lo es
hasta que transcurre diez siglos. Los Rusos no estuvieron nunca bien gobernados por ser
demasiado pronto.

Pedro poseía el genio imitativo, pero no el verdadero genio, aquel que crea y de la nada lo
hace todo. Si alguna de sus obras es buena, la mayoría eran inoportunas. Viendo el Estado
de barbarie de su pueblo, no vio que no estaba maduro para ser gobernado; quiso civilizar
cuando era necesario aguerrir; quiso hacer de ellos desde el principio alemanes e ingleses,
cuando se precisaba comenzar por hacerlos rusos. Por ello impidió a sus súbditos que su
Estado no correspondía a su naturaleza.

Es un procedimiento análogo al de un preceptor francés que educará a su discípulo para que


brillase en un momento de su infancia y después no fuera nada durante toda su vida. El
imperio ruso, queriendo subyugar a toda Europa, se subyugo asimismo. Los Tártaros,
súbditos se convirtieran en sus dueños y en los nuestros. Esta revolución la creó infalible y por
acelerarla trabajan concertadamente todos los reyes de Europa.

CAPITULO IX

CONTINUACIÓN DEL CAPITULO ANTERIOR

Así como la naturaleza a fijado limites en la estatura del hombre, excedidos los cuales son
considerados como gigantes o enanos, en los Estados existen límites adecuados, ni muy
grandes, a fin de que puedan ser bien gobernados, ni excesivamente pequeños, para poder
vivir por si mismos .

En todo cuerpo político existe un máximo de fuerza que puede sobrepasarse, y del cual
frecuentemente se aleja a la fuerza de extenderse. Cuanto más se extiende el lazo social,
más se relajan. En general, un pequeño Estado es relativamente más fuerte que uno grande .

Mil razones demuestran este principio. Primera la administración deviene más penosa en la
grandes distancias; de la misma manera que un peso deviene más pesado en el extremo de
una palanca mayor. Resulta igualmente más onerosa según se multiplican los grados, pues
cada ciudad tiene la suya propia, que el pueblo paga, además de la del distrito, pagada
también por este. Vienen a continuación la provincia, grandes gobiernos, satrapias,
virreynatos, más caros a medida que nos elevamos, y todo expensas del pueblo infeliz.
Finalmente, la administración suprema, que lo aplasta todo .

Tantas y tan excesivas cargas abruman continuamente a los súbditos, que, lejos de ser mejor
gobernados por tan diferentes ordenes, lo son peor que si lo existiera una. Sin embargo, a
penas quedan recursos para los casos extraordinarios, y cuando hay que recurrir a ellos, el
Estado esta casi siempre al borde de la ruina.

No es esto todo no solo el gobierno tiene menos energía y celeridad para hacer cumplir las
leyes, impedirlas las vejaciones, corregir abusos, abortar los intentos sediciosos que puedan
seguir en lugares lejanos, sino que el pueblo siente menos afecto por sus jefes, a quienes no
ve nunca; por la patria, que aparece ante sus ojos como el mundo, y por sus conciudadanos,
la mayoría de los cuales le son extraños.

No pueden las mismas leyes convenir a tantas provincias diversas, con costumbres distintas y
que viven en climas opuestos, y que no pueden soportar las mismas formas de gobierno.
Leyes diferentes no engendrarían más que tumultos y confusión entre pueblos, viviendo
sometidos a los mismos jefes y en comunicación constante, pactando o se casan unos con
otros, y no saben nunca si su patrimonio les es propio. Lo talentos se eclipsan, las virtudes
son ignoradas, los vicios quedan impunes en esta muchedumbre de hombres desconocidos
unos de otros, a quienes la dirección de la administración superior reúne en un mismo lugar.
Los jefes, abrumados por los problemas, no ven nada directamente, y en su lugar los
subalternos gobiernan el Estado.

Finalmente las medidas que se necesitan tomar para mantener la autoridad general, a la cual
tantas dependencias alejadas quieren sustraerse o imponerse, o absorben toda la atención
pública. Nada queda para el bien del pueblo: lo necesario apenas a sus necesidades y
defensas. Es así que un cuerpo demasiado grande por su Constitución se abate y sucumbe,
aplastado por su propio peso. De otra parte el Estado debe dotarse de un acierta base para
tener solidez y resistir a los embates inevitables y a los esfuerzos obligados para sostenerse,
pues todos los pueblos tienen una especie de fuerza centro y fuga en virtud de la cual obran
continuamente unos sobre otros y tienden a extenderse a costas de sus vecinos, como los
torbellinos de Descartes.

A causa de esto los débiles están expuestos a ser absorbidos rápidamente, nadie puede
conservarse sino a condición de establecer con los demás una especie de equilibrio que haga
para todos la comprensión aproximadamente igual.

Se ve por esto que hay razones tanto para extenderse como para reducir y que por lo tanto no
es despreciable en el talento del político encontrar la proporción más ventajosa para la
conservación del Estado.

Puede decirse con carácter general que las primeras son solo exteriores y relativas y han de
hallarse subordinadas a alas otras, que tienen un carácter interno y absoluto. Lo primero que
hay que buscar es una Constitución sana y fuerte, y debe contarse más con la energía que
nace de un buen gobierno que con los recursos subministrados por un gran territorio.

De otra parte, se han visto Estados constituidos de tal forma que la necesidad de conquistar
formaba parte de su propia constitución y cuyo sostenimiento les obligaba a crecer sin cesar .

Puede que alegrarán de tan grata necesidad, que al mismo tiempo les iniciaban el fin de su
grandeza y el inevitable momento de su caída.

CAPITULO X

CONTINUACIÓN
Un cuerpo político solo puede medirse de dos maneras: Por la extensión de su territorio o por
el número de ciudadanos entre ambas medidas hay una relación adecuada par dar al Estado
su verdadera grandeza. El Estado lo hacen los hombres, y estos son nutridos por el terreno.
Relación que descansa sobre la condición de que la tierra basta para el sostenimiento de sus
habitantes y que haya tantos habitantes como la tierra puede nutrir. En esta proporción se
encuentra el máximo de fuerza de un número determinado de ciudadanos, pues si hay
excesivo terreno la guardia es onerosa, el cultivo insuficiente, el producto superfluo. Aquí
radica la causa inmediata de las guerras defensivas.

Si no hay suficiente, el Estado se haya a merced de la discreción de sus vecinos, siendo esta
la causa inmediata de la guerras ofensivas.

Todo pueblo que por su posición no tiene otra alternativa que el comercio y la guerra es débil
por si mismo, depende de los acontecimientos, y su existencia es insegura y breve. Subyuga
y cambia de situación, o es oprimido, y entonces no es nada.

Solo puede conservarse en grande a costa de pequeñez o grandeza.

No puede establecerse una relación exacta entre la extensión de terreno y el número de


hombres suficientes para ellas, tanto a causa de las diferencias que existen entre las
cualidades del terreno, grado de fertilidad, naturaleza de la producción, influencia del clima,
como por las que hay entre los temperamentos de los hombres que lo habitan, quienes
consumen una medida diferente en un país fértil o ingrato.

Hay que tener en cuenta la mayor o menor fecundidad de las mujeres, lo que el país puede
tener de favorable a la población, que la cantidad que el legislador puede esperar conseguir
para sus establecimientos, de tal manera que no funde su juicio sobre lo que ve, sino sobre lo
que prevé.

No atendiéndose tanto al estado actual de población como al que naturalmente debe


obtenerse.

A causa de estos se extenderán mucho en países montañosos, donde las producciones


naturales, o sea, las maderas y los pastos, exigen menos trabajo y por la experiencia vemos
que son mas fecundas que las llanuras, y en que el suelo inclinado no proporciona mas que
una base horizontal, única y disponible para la vegetación. Por el contrario, puede reducirse
en las orillas del mar, incluso de los peñascos y arenales casi estériles, por que la, pesca
puede suplir en gran parte a la producción de la tierra y por necesitar los hombres estar
estrechamente agrupados para rechazar a los piratas, teniendo mas facilidad de liberar al
país, por el establecimiento de colonias, del exceso de habitante.

A las anteriores condiciones se necesita agregar, para constituir un pueblo, otra insustituible,
y sin la cual son todas inútiles: el disfrute de la abundancia y la paz, pues la época de
formación de un estado, como la de un batallón, es la de menor resistencia del cuerpo y la
mas propicia para destruirlo.

Es mas fácil resistir en un desorden absoluto que un momento de fermentación, cuando cada
cual se ocupa de su rengo y no del peligro al que esta expuesto. En este período de crisis
surge una guerra, una epidemia, una decisión, el estados cera indefectiblemente
derrumbado.

No significa esto que no se haya establecido muchos gobiernos durantes estos periodos
azarosos; pero en tales como son estos mismos gobiernos los que destruyen el estado. Los
usurpadores provocan o eligen estos momentos de perturbación para imponer al amparo del
pánico publico, leyes destructivas, que el pueblo no adoptaría mas fríamente. La elección del
momento de establecer la constitución es uno de los caracteres mas seguros que distinguen
la obra del legislador de la del tirano. ¿Qué pueblo es acto para la legislación? Aquel que,
encontrándose ya ligado por algún vinculo de origen de interés o de convención, o ha
soportado aun el verdadero yugo de las leyes; que carece de costumbres y supersticiones
arraigas; que no teme ser turbado por una invasión súbita; que, sin mezclarse en la querellas
de sus vecinos, puede resistirse por si solo a cada uno de ello y, ayudándose de uno, puede
rechazar a los demás; donde cada miembro puede ser conocido por todos y en el cual no hay
necesidad de oprimir a uno con un peso superior al que puede soportar; aquel que puede
prescindir de los demás pueblo, y estos de el ; que no es ni rico ni pobre, y , en fin, que reúne
la consistencia de un pueblo antiguo con la docilidad de uno nuevo. Lo que hace penosa la
obra del legislador es menos lo que hay que crear que lo que se precisa destruir, y lo que hace
tan raro el éxito de la imposibilidad de encontrar la simplicidad de la naturaleza unida a las
necesidades de la sociedad.

Cierto que todas estas condiciones difícilmente se hallan reunida, lo que determina que haya
pocos estados bien constituidos.

Existen todavía en Europa un país capaz de legislación: la isla de Córcega. El valor y


constancia con que este valiente pueblo ha recobrado y defendido su libertad merece
perfectamente que algún hombre sabio le enseñase a conservarla. Tengo un cierto
presentimiento de que algún dia esta pequeña isla asombrara a Europa.

CAPITULO XI

DE LOS DIVERSOS SISTEMAS DE LEGISLACIÓN

Analizando en que consiste la felicidad común, fin de todo sistema de legislación, se vera que
se halla reducida a dos objetivos principales libertad e igualdad.

La libertad, por que toda independencia se halla arrebatada al cuerpo del estado: la igualad
por que si ella no puede sustituir la libertad.

Anteriormente he expuesto que consiste la libertad civil. Respecto a la igualdad, no significa


esta palabra que los grados del poder y riqueza sean los mismo con un carácter absoluto,
sino que, en lo que se refiere al poder, se halle por encima de toda violencia y no se ejerza una
sino dentro de los limites de la ley.

En cuanto a la riqueza de los ciudadanos sea lo suficiente opulento para poder comprar a otro,
y nadie demasiado pobre para estar obligado a venderse, lo que supone respecto a los
grandes, una moderación de bienes y crédito y de los pequeño moderación de avaricia y
apetencia.

Semejante igualdad es un quimera especulativa, que no puede existir en la practica; pero,


siendo inevitables los abusos, ¿no se impone su reglamentación?. Precisamente por que la
fuerza de las cosas tiende siempre a destruir la igualdad, la fuerza de la legislación debe
mantenerla. Esa finalidad general de toda buena constitución ha de ser modificada en cada
país por las relaciones derivadas tanto de la situación local como del carácter de los
habitantes. Basándose en estas relaciones, debe asignarse a cada pueblo un sistema
particular de constitución, cuya bondad depende no de si mismo, sino del estado al cual se
destina. Por ejemplo, el suelo es ingrato y estéril o demasiado reducido par los habitantes.
Volveos a hacia la industria y las artes cuyas producciones cambiáis por los géneros que os
faltan. Por el contrario, ocupad vuestras ricas praderas y fértiles colinas, y si en tan rico
terreno carecéis de habitantes, orientad vuestros ciudadanos hacia la agricultura, que
multiplica los hombres y desechad las artes, que terminarían por despoblar el país,
concentrándose en algunos puntos del territorio los escasos habitantes que hay.

Si habitáis riveras extensas y bien situadas, proceded a llenar el mar de barcos; explotad el
comercio y la navegación y tendréis una existencia brillante y breve. Si el mar no baña en
vuestras costas más que los peñascos semi-accesibles, pereced bárbaros e ictiófagos, y
viviréis mas tranquilos y acaso felices.

En una palabra: además de los principios comunes a los demás, cada pueblo contiene en si
alguna causa que se le imponga de una manera particular y da a su legislación un carácter
propio. Así es como antiguamente los hebreos y recientemente los Árabes tuvieron por objeto
principal la religión ;los atenienses, las letras ; Cartago y Tiro , el comercio ; Rodas, la marina :
El espíritu de las leyes ha demostrado con multitud de ejemplos por qué medios el legislador
orienta la constitución hacia cada uno de sus objetivos.

Lo que da solidez y duración verdadera a la constitución de un Estado es la observación fiel


de los convenios, de tal manera que las relaciones naturales y las leyes coinciden en los
mismos puntos, no haciendo estos en realidad más que asegurar, completar o rectificar
aquellas.

Si el legislador, confundiéndose en su propósito, toma un principio distinto a aquel que nace


de la naturaleza de las cosas, teniendo el uno a la servidumbre y el otro a la población, el uno
a la paz y el otro a las conquista, veremos debilitarse las leyes insensiblemente, alterarse la
constitución, y el Estado permanecerá agitado constantemente hasta que sea destruido o
transformado, y la naturaleza, invencible, haya revocado su imperio.

CAPITULO XII

DIVISIÓN DE LAS LEYES

Para ordenar del todo o dar la forma más perfecta posible a la cosa pública hay que
considerar varias relaciones. Primera, la acción del cuerpo sobre sí mismo, es decir, la
relación del todo con el todo, del Soberano con el Estado, la cual se compone de términos
intermedios, como veremos después.

Las leyes que regulan esta relación se denomina leyes políticas o leyes fundamentales , no
sin razón cuando son sabias. Si en un Estado no existe mas que una buena manera para
ordenarlo ,es preciso atenerse a ella ; pero si el orden establecido es malo ,¿por qué tomar
como fundamentales leyes que le impiden ser bueno? . Desde luego , en todo estado se
causa, un pueblo es siempre dueño de cambiar sus leyes , incluso las mejores, pues si a él
le place perjudicarse a sí mismo nadie tiene derecho a impedírselo.

La segunda relación es la que existe entre los diversos miembros o entre estos con el cuerpo
entero, la cual debe ser el primer caso lo mas pequeño y el segundo lo mas grande posible, de
suerte que cada ciudadano se halle en absoluta independencia respecto a los demás y en el
dependencia completa con relación a la ciudad. Ello se consigue siempre por los mismos
medios, puesto que solo la fuerza del estado garantiza la libertad de sus miembros. De esta
segunda relación nace las leyes civiles.

Pueden considerase una tercera relación entre el hombre y la ley de la desobediencia a la


pena, lo cual da lugar al establecimiento de leyes criminales, que en su fondo son menos, una
especie particular de leyes sanción de las demás.

A estas tres clase de leyes se une un a cuarta, mas importante que las demás garbada no en
mármol, ni bronca, sino en el corazón de los ciudadanos, y que en realidad la verdadera
constitución del estado, tomando cada día nuevas fuerzas y que cuando las otras leyes
envejecen o se extinguen, las reanuda o suple, conserva el espíritu constitucional de un
pueblo, sustituyendo insensiblemente la fuerza de la autoridad con la de la costumbre. Me
refiero a las tradiciones y costumbres de la opinión, aspecto ignorado de nuestros políticos,
pero del cual depende le éxito de los demás, del que se ocupa en secreto el gran legislador
cuando parece a limitarse a reglamentos particulares, que solo son la armazón, cuyas
costumbres, de nacimiento mas lento, forma la bóveda.

Entre estas diferentes clases solo las leyes políticas que constituyen la forma de gobierno se
refieren a mis propósitos.

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