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Capítulo 2

El modelo de Jesús
Monty Roberts pasó su juventud en las altas praderas de Estados Unidos arreando
Mustangs (caballos) salvajes. El veía cómo su padre ataba de forma abusiva a los caballos ¿Cómo es que el
nuevos a un poste con una brida y una cuerda, para luego asustarlos con una manta para
que trataran de huir. Repitiendo este proceso una y otra vez, su padre finalmente lograba peso del desafío
quebrar el espíritu del caballo controlándolo de la manera en que él lo deseara. Observó que Él les estaba
que otra forma popular de quebrar el espíritu de un caballo era atándolo a un árbol o poste proponiendo no
para luego golpear al caballo hasta quebrar su voluntad y el caballo se sometiera a su les abrumó
maestro.
completamente?
Viendo esto, Monty comenzó a pensar que tenía que haber otra forma de entrenar
a un caballo, algo que fuera más eficaz y más compasivo.

Así que se fue a las llanuras.

Monty observó cómo los caballos salvajes se comunicaban entre sí, observando
particularmente la posición de la yegua líder cuando un caballo nuevo intentada unirse a la manada.
Cuando un joven semental intentó unirse a la manada, la yegua líder se dirigió hacia él, aplano las
orejas y lo miró directamente a los ojos: el lenguaje y la posición era de desafío. Al suceder esto,
el semental detuvo su aproximación hacia la yegua, adoptando la actitud de un caballo juvenil, un
potro, golpeando el suelo con el casco y arqueando el cuello en sumisión. La yegua luego le
ofrecería su flanco al nuevo caballo levantando sus orejas, se trataba de una invitación. Esta fue
una poderosa posición de vulnerabilidad para la yegua líder, ya que al exponer su flanco, ella
estaba exponiendo la parte de su cuerpo que siempre atacarían los depredadores. Era una posición
corporal de vulnerabilidad y apertura.

El joven semental, dada la abierta invitación, se acercó entonces varias pulgadas a la yegua
líder.

Luego la yegua líder giró su cuerpo hacia el joven semental, aplano las orejas e hizo
contacto visual directo: lo desafió una vez más.

Este proceso de invitación y desafío se repetiría hasta que los dos finalmente hicieron
contacto físico (un momento estimulante llamado contacto), y en ese momento, el joven semental
sería admitido en la manada.

Monty comenzó a explorar si podía replicar el proceso de alternancia entre la invitación y


el desafío en la domesticación de un caballo. Encontró que cuando actuó como un caballo líder,
los otros caballos adoptaron una postura sumisa. Cuando expuso su flanco, el caballo en cuestión
se movía varias pulgadas hacia él. Él simplemente imitó lo que vio hacer a la yegua líder.

Hoy, Monty puede entrenar completamente al caballo más maltratado en cuestión de


minutos, y cuando los caballos son traídos al ruedo de domesticación, el proceso resulta
conmovedor para el que lo observa. Su suave "susurro” al oído del caballo contrasta fuertemente
con el abusivo y áspero control utilizado por su padre.
Invitación y desafío
Quizá deberíamos dar un paso hacia atrás en este punto y considerar lo que Jesús fue capaz
de lograr. En menos de tres años, fue capaz de discipular a un grupo de hombres, a quienes en su
mayoría nadie habría elegido y les enseñó a hacer y ser como Él de manera tal que, cuando les
soltó las riendas, estos cambiarían el curso de la historia humana para siempre. Ahora, ¿cómo fue
capaz Jesús de hacerlo sin destruirlos y atemorizarlos al punto de que salieran todos corriendo por
las colinas? ¿Cómo es que el peso del desafío que Él les estaba proponiendo no los abrumo de
completamente?

Sencillamente, Jesús ha sido el más diestro “susurrador” de caballos en lo que al


discipulado se refiere. Él fue capaz de crear una cultura de discipulado en la cual se utilizó una
combinación apropiada de invitación y desafío en la manera en que se relacionaba con ellos. Esto
está bellamente ilustrado en Mateo 16, cuando Pedro recibe la revelación de que Jesús es el hijo
de Dios:
Jesús respondió, "Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás —le dijo Jesús—, porque eso no te lo
reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo. Yo te digo que tú eres Pedro,y
sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán
contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos”- Mateo 16:17–18
Al afirmar a Pedro, Jesús lo está invitando a acercarse. Pero Jesús lleva esto aún más lejos.
Jesús le da el nombre de "pequeña roca" (Pedro, proviene de la palabra griega Petras, significa
"pequeña piedra"). Al final del sermón en la montaña, en la parábola del constructor sabio y el
insensato, Jesús se refiere a sí mismo como la Petra (gran roca). Jesús es la roca grande; Pedro es
la roca pequeña. Jesús está aquí compartiendo su identidad a través del pacto con Pedro como
quien también está en sociedad con Dios. La misma relación que Jesús tiene con su Padre, Pedro
tiene ahora con el Padre. Pedro es así invitado a una relación más profunda con Jesús, de modo
que a Pedro también le ofrecen las llaves del reino para que obtenga acceso a la autoridad y al
poder de Jesús. Debe haber sido un momento increíble para Pedro.

Sin embargo, sólo unos versículos más adelante, después de haber hecho a Jesús a un lado
para sugerirle que dejase de hablar sobre su muerte próxima en Jerusalén, Pedro es masivamente
cuestionado:

"¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino
en las de los hombres."— Mateo 16:23

Y otra vez en los Evangelios, vemos a Jesús funcionando como un “entrenador de caballos”
clásico, invitando (susurrando) a sus seguidores a una relación íntima con Él mientras que también
les lanzaba un desafío directo a comportamientos que Él sabía eran no saludables e incorrectos. Él
se acercó a sus discípulos, los amó, pero también les dio la oportunidad de aceptar las
responsabilidades del discipulado.

"Luego dijo Jesús a sus discípulos:—Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse
a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá;
pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará. "— Mateo 16:24–25
La invitación tiene que ver con el ser invitado a una relación donde se tendrá acceso a la
vida de una persona incluyendo todo el dinamismo, la seguridad, el amor y el aliento que residen
allí. Con la intención de aprender sobre las áreas donde claramente se puede ver a Jesús obrando
en la vida del individuo, áreas que sólo se pueden ver teniendo acceso a ellas. Pero al aceptar la
invitación, también se acepta el reto que viene con esta: el reto de vivir y abrazar la identidad como
hijo o hija del Rey.

Jesús creo una cultura de alta invitación y alto desafío para que sus discípulos funcionaran
y crecieran dentro de ella. Si vamos a construir una cultura de discipulado, tendremos que aprender
a equilibrar apropiadamente la invitación y el desafío. Jesús les “susurró” a sus discípulos todo el
tiempo, llevándolos alrededor de lo que llamamos el "Cuadrado de Liderazgo" (ver capítulo 8).

Fundamentalmente, un liderazgo efectivo se basa en una invitación a la relación y un reto


a cambiar. Un formador de discípulos dotado, es alguien que invita a las personas a una relación
pactada con él o ella a la vez que desafía de manera clara y directa, pero llena de gracia, a esa
persona a vivir dentro de su verdadera identidad en Cristo. Sin poner en funcionamiento estas dos
dinámicas juntas, usted no verá crecer a las personas hasta convertirse en el pueblo que Dios
siempre ha querido que sean.

Utilizamos la siguiente matriz para ayudar a los líderes a comprender la realidad de los
tipos de culturas que creamos en nuestras iglesias:

Jesús creó una


cultura de alta
invitación y
alto desafío.

Al mirar esta matriz, comenzamos a entender por qué hemos tenido tantos problemas en
discipular a los creyentes dentro de nuestras iglesias. Para muchas iglesias, al tratar estas de
encontrar la forma de crear ambientes confortables utilizando los servicios de adoración o en
grupos pequeños, han perdido su capacidad de desafiar a su gente de manera significativa. Es cierto
que se puede desafiar desde el púlpito o la plataforma el domingo por la mañana, pero el desafío
será siempre mejor en el contexto de las relaciones personales.

Tenemos la capacidad de escuchar un sermón difícil y desafiante y aun así decidir no hacer
nada al respecto. Sólo porque alguien predique o enseñe sobre el perdón no significa que nadie
nos hace responsables de ir y perdonar a alguien la semana siguiente. Si yo no quiero hacerlo,
nadie hará ni dirá nada al respecto. El espacio dominical es cómodo, acogedor y sobre todo,
anónimo. Podemos tomar lo que se dice o dejarlo a un lado.

Lo mismo es cierto para la mayoría de los grupos pequeños. Aunque los grupos pequeños
son excelentes para la creación de comunidad y un ambiente cálido y confortable, no están
diseñados para ofrecer el desafío necesario. Se supone que los líderes de grupos pequeños son
facilitadores de discusión y conversación, su meta es crear una cultura donde la gente nueva (y
quizás no cristianos todavía) pueda inmediatamente ser parte y sentirse a salvo. ¿Qué persona
nueva se sentiría segura al entrar en un grupo donde el líder los desafía regularmente? La persona
nueva no acepta ese tipo de relación. Aun cuando muchas iglesias dicen, "hacemos discípulos en
grupos pequeños," la verdad del caso es que sus grupos pequeños están careciendo de uno de los
principales ingredientes de una cultura del discipulado: el desafío. No estamos diciendo que crear
ambientes y espacios seguros como los que ofrecen los grupos pequeños no es importante;
simplemente estamos diciendo que el discipulado, tal como lo define la Escritura, no sucede
particularmente bien en esos contextos.

Ahora bien, si tenemos iglesias con ambientes cálidos, acogedores, cómodos, e invitadores,
es porque alguien está pagando el precio para asegurarse de que eso suceda. Eso significa que
para todas las invitaciones que se ofrecen a una gran parte de las personas en una iglesia, hay otro
grupo que está asumiendo el desafío de producir ese tipo de ambiente y satisfacer todas las
expectativas: los líderes de la iglesia, pastores, personal, ancianos, diáconos, miembros de la junta
y voluntarios. No importa la estructura que tenga tu iglesia. Generalmente entre 15 al 20% de las
personas están haciendo casi todo el trabajo. Por eso, su experiencia es extremadamente elevada
en el plano del desafío pero muy baja en el plano de la invitación. ¿Qué espacio existe para que
estas personas reciban estímulo, descanso, tiempo de inactividad e inversión en su bienestar
personal? ¡Cada semana tiene que ser más grande y mejor que la anterior! Así que estas personas
se sienten constantemente desalentadas, frustradas y estresadas. Fundirse es normal. Hay un alto
grado de rotación.

No importa realmente en cuál de estos dos cuadrantes tu iglesia está actualmente


funcionando. Ninguna de estas representa la manera ideal en la que Jesús quiere conducir a los
demás. Trabajando con miles de líderes de la iglesia de todo el mundo, hemos observado el
siguiente hecho con certeza — nadie crea una cultura de discipulado, modelada en base a la vida
y el ministerio de Jesús, por accidente.

Nadie hace discípulos accidentalmente. El discipulado es una búsqueda intencional.

Aprender a equilibrar apropiadamente la invitación y el desafío en las vidas de aquellos


que son activamente discipulados será una tarea difícil, pero también va a ser muy gratificante. Si
quieres liberar a personas del cautiverio de la relación cliente/proveedor que hemos visto emerger
en la iglesia y crear en cambio una "cultura de empoderamiento/discipulado", debes verlo como
una batalla que tienes la obligación de ganar. Deberíamos esperar y planear apropiadamente algún
grado de falla, apuntar a un "bajo control, alta responsabilidad" e invertir todo lo que se tiene en
el desarrollo de líderes empoderados que puedan funcionar como productores más que
consumidores.
Como G.K. Chesterton una vez dijo, "Si algo vale la pena, vale la pena hacerlo mal." Nadie
nació experto en hacer discípulos. Lleva tiempo y práctica. Desde el principio, tú serás mejor en
la invitación o en el desafío y tendrás que aprender a crecer en el área donde haya déficit. Pero
como el discipulado vale la pena, vale la pena no ser bueno en esta labor desde un principio, de
esta forma podemos aprender a hacerlo bien en el largo plazo.
Sencillamente, construir una cultura de discipulado es la única manera en que se producirá
el tipo de comunidad que Jesús y los escritores del Nuevo Testamento reconocerían como iglesia.
Un organismo dinámico y vivo con organización suficiente como para permitirle funcionar con
eficacia, una auténtica comunidad que está llena de la vida de Dios. Una comunidad donde los
corazones están abiertos para el Señor, uno al otro y a un mundo necesitado.

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