Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Petula
Tallarines – 1a. ed. – Rosario: Ed. Abend, 2018.
p.; 18,5 x 11,5 cm
ISBN
1. Literatura Argentina 2. Literatura Contemporánea. I. Título
CDD
moor
(biblioteca contemporánea)
– 2 –
© Petula, 2018
© de la edición, Ed. Abend, 2018
info@ed-abend.com.ar
Corrección:
ISBN
Hecho el déposito que establece la ley 11.723
Impreso en Argentina
[‘a:bənd]
Bailando bailando, amigos adiós, adiós, el silencio loco
Bailando, Paradisio
8
albatros, y dijo, textualmente: En el principio, había un marco.
Y ese marco, en vez de lienzo, tenía un musculo, tensado. Y ese
músculo... gesticuló. (Y ahí puso una mueca en su rostro que
lo deformó, y en sincronía, crispó los dedos de una mano que
colocó justo frente a sus ojos.)
Ahora sí.
9
Estado físico
A la última deriva práctica del pensamiento teórico y a sus
más recientes “aplicaciones” en danza les viene como un guante el
diagnóstico que Cioran emite sobre todo sistema de civilización que
llega a su fase terminal: “La obsesión por los remedios marca el fin
de una civilización; la búsqueda de la salvación, el de una filosofía...”
•••
14
la misma hoja de ruta. Opinaba para sí que su hermano sabía
leer más que bien los mapas de las oportunidades, por lo gene-
ral invisibles para la mayoría. Actualmente Tico vivía en Los
Angeles, California, y trabajaba como actor de voz en American
Reaction, la tira animada más popular del momento, dándole
su característico timbre a Wally Darger, el freaky adolescente
protagonista.
Los dos sabían que podían enlazar esos dos ejes (actuar &
actuar), por ejemplo, con una cadena marca Schopenhauer. Y
armar una especie de vehículo blindado a pedales, a voluntad.
Los dos creían que la predilección, de una u otra forma de actuar,
traía aparejada sus respectivas consecuencias.
16
visto bastante, generaba un espectro más real que lo real, por-
que era sus límites y su apariencia. La utilidad de esa acción, o
lo que comúnmente se considera útil de una acción, era otra
cosa. Dimensiones paralelas podría ser una buena metáfora.
Dimensiones espalda con espalda. O cinta de Moebius.
•••
17
colegio. En fin, en Vera, para determinadas personas, podía
tener la certeza de que existía, no solamente cuando estaba pa-
rada frente a ellos. En Vera había personas que pensaban en ella.
•••
18
La última semana que estuvo en ese gimnasio de mierda se
la pasó puteando su pasado y especulando sobre su futuro. Lo
único que dejó para el presente, en esa cagada de gimnasio, fue
la tarea de convencer a la gordita curvosa que hacía aparatos
para que se fuera a trabajar con él al Centro de Salud Integral
Zoê. Su “amigo” Martincho había sido claro: con el tiempo,
podían llegar a ser socios. Por ahora lo invitaba a trabajar como
kinesiólogo en su espacio y le pedía que consiguiera alguna chica
para atender la barra de jugos y licuados.
•••
20
Le pusieron María como a todas sus hermanas. María
Angélica, María Lucrecia, María Belén y María José. Ella es
María Angélica, la mayor. Y como en el colegio de monjas al
que asistió cerca del noventa por ciento de las chicas se llamaba
María, hizo que la llamaran Angie.
23
Y un día, después de una paleta cromática más bien acotada
de idas y venidas a través de los cuadros del placer y las faltas,
Angie se miró al espejo. Y como que no le gustó lo que vio.
Tenía las caderas un poco anchas, el abdomen algo prominente,
arrugas nasolabiales que parecían cicatrices, bolsas abajo de los
ojos. Era vieja. De la vejez no podía salirse. Y no supo por qué,
pero se llenó de algo que, le pareció, eran ganas de venganza.
¿Pero vengarse de quién, por qué?
•••
25
A Luciano le gusta tomar vodka con naranja en pelotas
caminando por su departamento, ir del baño al balcón y del
balcón a su dormitorio y de ahí de nuevo a la cocina a servirse
otro. Le gusta, cada tanto, jugar un partido de fútbol con sus
amigos, y hacerlos calentar jugando pésimo. Le gusta sacarse
fotos en pelotas, masturbándose, y cuando ya la tiene bien dura,
mandárselas a distintas chicas por WhatsApp. La última vez fue
bastante peligroso; le mandó una foto a la hija menor de edad de
un amigo de su viejo. La piba le contestó y le dijo que si seguía
con eso le iba a decir a su papá y lo iban a denunciar. Estuvo
cerca. Pero ma sí, eso le gusta. Le gustan las noches estrelladas
y los días muy soleados. Le gusta Netflix. También le gustan los
videos de Alfie en YouTube.
•••
27
a España, con el primer cliente, con el que tenía la productora,
y una amiga. Cuatro años estuvo en total en Europa, mayori-
tariamente en Barcelona, Madrid y Amsterdam, produciendo
material audiovisual posporno y sobre militancia queer y por los
derechos de los animales. Le fue bien, conoció muchas personas
afines, ganó algo de dinero. Y cuando murió su mamá, muy de
repente, en un accidente doméstico, volvió a Rosario a ocupar
su casa en constante reforma en Pichincha.
Sos una colgada, terminá alguna vez algo, le dice Olga con
una seriedad alienígena. Vos tenés tu colección de encendedo-
res, Olgui, yo tengo mi colección de empezadas entusiastas, le
contesta Viviana, y se come una fruta con potasio. No, a una
29
colección hay que darle un cierre, así se transforma en un ob-
jeto apreciable por todos lados, en algo con tres dimensiones
que podemos recorrer; ya no es algo en tensión con un futuro
incierto, algo tironeado por el vacío del próximo objeto de la
colección, el que falta; la colección, cerrada, es una cosa bella
y plenamente existente, una cosa que una puede transportar y
ubicar y contemplar. Eso dice Olga, ya un poco entusiasmada,
un poco por el porrón que se tomó y otro poco porque ella es
así. Cuando discute con las abolicionistas de la prostitución
es igual. Y dice más a Viviana. Mis colecciones anteriores se
cerraron con un objeto. Esta colección de encendedores, la
Colección Definitiva, la voy a cerrar con una acción.
•••
30
breve documental sobre Jang Keun-suk, el coreógrafo coreano
cada vez más en la mira de los conspiranóicos trasnochados al-
rededor del mundo; el pdf de un texto de Eduardo Grüner sobre
una expedición francesa al África en busca de un botín de arte,
financiada en parte por Joséphine Baker (famosa vedette negra
en el París de esa época) y Al Brown (boxeador, ídem); un tema
de Ricky Espinosa (Todos los días son hoy) en pausa; una nota
de La Nación, una necrológica, sobre un escritor prestigioso del
que Rodolfo no ha leído mucho, apenas una novela y un libro de
cuentos, “el último escritor” según la exageración del que decidió
titular la nota, el pequeñoburgués fetichista apocalíptico que
todos llevamos dentro; un video de YouTube con un cuento de
Clarice Lispector leído por la poeta María Belén Aguirre; una
página con el clima de Rosario y alrededores indicando fuertes
lluvias por venir; un programa de edición de audio online.
31
vistas, se da cuenta de que sus desplazamientos son casi siempre
a las mismas horas. Soy como Kant, piensa.
32
Zoê, por Mitre, justo a la hora de la clase de Zumba. Varios de
los participantes de la clase, al menos tres, cree notar, y el propio
instructor de Zumba, incluso, el moreno alto, ya lo reconocen
y le dedican algo más que una fugaz mirada. Rodolfo sonríe
mirando a la nada, ellos sonríen, y pasa. Al fondo, detrás de la
barra de jugos y licuados, siempre está esa chica de melena negra
a la que una vez vio sentada en uno de los ventanales esperando
a que abriera Zoê; estaba leyendo un libro de Correspondencias
de Manuel Puig. Él le preguntó qué leía, ella le contó, y después
charlaron un poco del barrio. Pero, mierda, no se lo puede sacar
de la cabeza. ¡¿Albinos bronceados?! ¿Es una clave? Vuelve al
correo del contacto que siempre lo descoloca. Sigue leyendo.
No hay ninguna aclaración al respecto. De hecho, hay un acan-
tilado de punto y aparte. Y Rodolfo, al caer, se estrella contra
otra frase perturbadora: “El automóvil es la guerra”. Mmm. A
esa le parece conocerla de algún lado. Pero de dónde. Ah, sí, ya
está: Daudet, Daudet hijo, el facho, en un informe sobre el Salón
del Automóvil, citado por Walter Benjamin en sus Teorías del
Fascismo Alemán. Y el contacto mezcla la anécdota de un casi
accidente en bici, que casi desencadena un accidente de autos,
con pasajes de Walter Benjamin. ¿A dónde va con todo eso?
Ahá; ahí está. El contacto que siempre lo descoloca le hace una
confesión y un pedido.
•••
33
les deberían decir. Pero no le dicen nada. Para qué; es tan tarado
como su hermano Martín, el dueño. Lo cerca que les queda Zoê
de su casa y los precios, que todavía están razonables, son los
únicos motivos por los que soportan tanta imbecilidad musculada.
Están yendo desde que dejaron, cada una a su tiempo, los talleres
artísticos. O mejor dicho, están yendo por recomendación de
sus respectivos médicos y profesionales a cargo. A Helena, que
da Historia en un secundario público en Pichincha, la mandó su
cardiólogo. Y a Rosa, que da Danza en una academia del Centro,
la mandó su psicólogo.
34
esta compañera, un tipo que trabajaba de camionero, que paraba
temporalmente en la casa, intentó meterse a la cama en la que
dormía, y le tocó la pierna y un poco del interior de los muslos
a través de la sábana. El desmayo vino inmediatamente después
de que escuchara la voz de su compañera pronunciando, desde el
otro lado de la habitación, el nombre del tío, con un tono entre
el regaño y el sonambulismo. Aquella vez, un neurólogo ubicó
los acontecimientos en un cuadro epiléptico con algo de retardo
madurativo. A los quince, durante un asalto con navaja vivido
junto a su hermana en el Parque Independencia: blanco total,
desmayo, reseteo. Esta vez, al volver en sí, Helena no reconoció
a su papá y confundió a su mamá con un personaje mediático
muy popular en ese momento. Para la ocasión, un médico clínico
recomendó varios estudios, entre ellos, uno ginecológico. A los
diecisiete, volviendo a la madrugada de una fiesta, en auto, con
un par de drogas consumidas, apagón blanco. En esta ocasión,
al despertar, decidió estudiar Historia en la UNR, quedarse en
Rosario y documentar su vida por todos los medios posibles,
como para no perder nada. Hasta ese momento, los planes
eran ir a Buenos Aires a estudiar Danza en un Instituto con
su hermana. Pero se quedó y le fue bien. Antes de recibirse de
Licenciada en Historia, ya estaba trabajando en un secundario,
el Normal Nº 3. Y de ahí no paró. Desde entonces, los episodios
se repiten, sin que se puedan predecir infaliblemente, aunque,
de alguna manera, se los ve venir. Fuera de eso, piensa ella, está
razonablemente bien. A sus cuarenta y cinco, un cardiólogo la
mandó a hacer una actividad física alegre. Zumba por ejemplo.
35
Para Rosa, su cuerpo es un afuera, al que le gusta acceder
por la vía del esfuerzo físico. Como que se trepa a sí misma. A
veces, incluso, su cuerpo lo abarca todo. Otras, le queda zum-
bando el vacío de una periferia interna: lo que para los demás
está afuera, en las tripas. El entorno es algo que la ahueca. Y
entre medio, corrientes de músculos y tendones electrificados.
Lo que encontró en ese panorama, o quizá lo que la encontró,
fue la danza. La danza y los perros. Bailar y compartir con esos
cánidos. Acariciarlos mucho, estirarse. Todo un continuo en la
dulzura de los movimientos. Con Telonius, su perro de la adoles-
cencia, paseó y habló muchísimo. Le contó cosas que no le había
contado a nadie. Le contó sobre la exigencia y la sobreexigencia
en la danza. Le contó sobre la competencia entre compañeras.
Le contó sobre su fascinación con los desórdenes alimenticios.
Le contó sobre las cortaduras en los brazos y las piernas. Le
contó sobre sus obsesiones. Sobre lo que ella había comenzado
a detectar como sus obsesiones, sobre lo que su mamá tildaba
de obsesiones, sobre lo que ese psicólogo con anteojos culo de
botella había señalado como obsesiones. Le contó su rollo con
la oscuridad. Y a él sí le hizo las preguntas que bien pudiera
haberle hecho a un psicólogo o a un psiquiatra. Cuando por fin
se mudó a Buenos Aires, Telonius se quedó en la casa familiar al
cuidado de su mamá, a la que mucho no le gustaban los perros
pero, bueno, no le quedó otra. Sus encuentros en las vacaciones
ya no tuvieron tanto contenido confesional. Excepto por una
tarde de invierno, en una escapada de fin de semana largo durante
su segundo año en Capital. Rosa se acercó al sillón en donde
Telonius reposaba su reciente senilidad, se agachó, le levantó
una de las orejas enruladas, y le susurró que había estado con
36
un chico y con una chica. Para ese entonces, Rosa formaba parte
de un ballet bastante exigente; y se destacaba. Montaban una
versión libre de Lolita de Nabokov, y ella interpretaba a Lolita,
mejor dicho, a una de las seis Lolitas representadas en escena.
Después participó en el montaje de una obra para ballet moder-
no prácticamente desconocida de Michael Peters (coreógrafo
mundialmente conocido por el baile zombie de “Thriller”). En
esa época le gustaba irse a vagar por la ciudad, como una perra
vagabunda se sentía ella, sin rumbo fijo. Incluso le gustaba,
en cierta medida, extraña medida, el peligro al que le parecía
se exponía cada tanto en esas derivas. Hizo un par de papeles
más. En algún momento, un poco antes de su regreso a Rosario,
empezaron las alucinaciones auditivas.
•••
37
El adolescente tiene tatuada una ciudad con gran cantidad de
detalles en la espalda.
40
una chica-chico de carácter áspero y decidido. Ese capítulo, que
hablaba de unos vehículos raros que se estaban fabricando en
talleres mecánicos de la periferia de una gran ciudad latinoa-
mericana en un futuro próximo, tenía que ser tatuado, sí o sí,
sobre la piel de una tomboy de barrio popular.
•••
41
Como secuelas, sufre una renguera del lado derecho y la
amputación de su mano izquierda. Esas son las visibles. El
accidente de Fernando De Angelis fue bastante comentado en
su momento en Rosario. Se trataba de un abogado conocido.
En él murieron su esposa y su pequeña hija.
43
ponía violento. Y estaba loco. ¿Fue un accidente? ¿Es que algo
que te hayan dicho puede hacer que estrellés un auto, en el me-
dio de la nada, contra un árbol? ¿Y una visión, así de extraña,
debería poder?
•••
44
Ahora sí, dijo Vilca. Vamos a tener que defender la Patria, en
serio. No va a alcanzar con mandar a morir colimbas como en el
82. Ahora todos somos responsables. De Angelis prestó un poco
más de atención que de costumbre a lo que decía el cuidacoches.
Es la Sinarquía Internacional, continuó Vilca, sin mirarlo.
•••
47
del aumento de sueldos. Los dueños del Canal, también produc-
tores ejecutivos de la serie, opinan que tendría que ser suficiente
con el aumento que se le dio al elenco a principios de año. Los
actores saben que, en su momento, ese pequeño aumento fue
planteado, por ambas partes, como una actualización mínima
de los ingresos en el panorama general de crisis económica,
«hasta que se reacomoden algunas cosas en la empresa», según
palabras de Herbert F. Goodman, CEO de la cadena de medios.
Brenda Sánchez, lo que trae, son las respuestas y las ideas de
la gente de dibujo, montaje y animación. Tico sospecha que, si
bien a principio de año los dibujantes y animadores estuvieron
en un solo frente con los actores de voz contra la patronal, ahora,
gracias a la mala onda de Frank Papini, autoproclamado dibu-
jante estrella y, desgraciadamente, delegado de los dibujantes,
montajistas y animadores, eso puede no ser así. El muy salame
de Papini anda diciendo por ahí, como llegó a oídos de Tico, que
los actores de voz se creen imprescindibles para la serie y que
por eso quieren, a fin de cuentas, un trato diferenciado, que se
traduzca en privilegios sobre el resto de la Producción. Mira
que hay que ser miserable, pensó Tico, delegado de los actores
de voz por votación unánime.
48
le dijo esa tarde en los estudios Abie Core, su amiga dibujante.
Le dijo que Frank Papini, el muy conspirador, se había reunido
a escondidas con el mismísimo Herbert F. Goodman. Y que de
dicha reunión había salido el compromiso de no acompañar las
demandas de los creídos actores de voz por parte de dibujantes,
montajistas y animadores. Lo que Goodman supuestamente le
había prometido a Papini era algo así como un premio de fin de
año, un regalo por unas improbables horas extra hechas por ese
sector de la Producción.
49
sólo el 60%. Entonces quizás también leíste que ese 40% res-
tante está lleno de esquizofrénicos, autistas y psicópatas, güeys
con empatía cero, larga Brenda, y se manda un buen trago de
vino que le enrojece un poco los ojos y las mejillas. No, eso no
lo recuerdo, pero sí recuerdo que bostezamos incluso antes de
nacer, a partir de las veinte semanas de gestación ya bostezamos,
dice Tico, y deja la pata de pollo en el plato. Alfie, que hace unos
instantes está mirando esa pata de pollo, dice que él leyó que los
pájaros también bostezan. Hasta los peces, agrega Tico. Como
sea, corta Brenda, ese Papini tuvo una idea, que rápidamente les
transmitió a los de arriba. Tico y Alfie la miran esperando a que
desembuche. Brenda Sánchez hace una pausa eterna. Toma otro
trago de vino, vacía la copa, la deja en la mesa, mira con gesto
gatuno a Tico, mira con gesto cómplice a Alfie, parece que se
está vengando por la poca respuesta que tuvo con su hipótesis
del bostezo. Habla de una vez, chica, le tira Tico, que cada vez
que pierde la paciencia retorna del castellano neutro con toques
de argentino a su acento venezolano.
51
estado gaseoso
Carlo saluda a la clase con su habitual “¡Bueno mis cuerpi-
tos, a mover esa vida!” justo cuando De Angelis abre la puerta,
entra, pega un trotecito algo convulso, y se acomoda atrás, a la
derecha, en su posición de siempre. Están todos.
56
Son coreografías, chico, de toda clase, bien sabrosas. Lo mismo
de siempre, piensa Carlo.
57
De todo esto, parece que Carlo toma lo que entiende. O
lo que, piensa/cree, le conviene a él y al Mundo; en ese orden.
58
Cierta musculatura de crónica sostenida por un esqueleto
de mito dice, al moverse, que Jang Keun-suk y Lee Soo-man se
conocieron en la Universidad Estatal de California a mitad de
los años 80, mientras ambos cursaban en Ingeniería, el segundo
una maestría en robótica y el primero una maestría en sistemas.
Dice ese mismo organismo que ambos se sentían exiliados
artísticos de la dictadura y la censura de Chun Doo-hwan
(quien, casualmente, había acercado Corea del Sur a los Estados
Unidos). A ellos, cada uno por su lado lo sentía, el techo coreano
les había quedado bajo: al momento de irse, Jang participaba
en un ballet de danza contemporánea que se expresaba, por
ejemplo, mediante desnudos cubiertos de engrudo coloreado
y mamíferos rapados, y Lee había armado la primera banda
heavy metal coreana.
4
Para esa época, Jang Keun-suk los alucinó como íconos de un fascismo
dionisíaco por venir (Nuevo Orden que tendría a Apolo en un rol secundario,
terciario o cuaternario, de ínfimo personal trainer, pequeño life coach). En
madrugadas parecidas a un laberinto cruza con monoambiente los flasheó
ideología del futuro. ¡Michael Jackson tiene algo de androide!, le gritaba
a su vez, resacado, Lee Soo-man, viendo bailar a Michael en la televisión.
Los organismos animados por una coreografía ponen en duda, asoman al
vértigo, tanto a lo natural como al soplo divino, le decía a su compañero Jang,
59
Jang Keun-suk le hacía ver a su futuro colega Lee de dónde
se había sacado la materia prima humana para crear esos ciborgs
pop llamados Madonna y Michael Jackson. Y después le hacía ver
en dónde se habían fraguado sus estéticas (y éticas, ya que, Lee
querido, toda estética trae aparejada su ética). Todo mientras le
hablaba también del fetiche de la mercancía. Mirá, Lee, la cosa
es así. Unos hermanitos afroamericanos de edad escalonada,
arrancados del destino de la línea de montaje de las fábricas de
automóviles de Detroit, para encarnar, ellos sí, entre las luces,
frente al resto de sus hermanos, el sentimentalismo paradisíaco
y dionisíaco del descanso utópico, el «séptimo día permanente»,
anhelado por los miles de trabajadores que no zafaron del yugo
a través del arte. Y la niña inquieta criada en ambiente católico
también es de los alrededores proletarios de la Ciudad del Motor;
crecerá bailando en patios con el pasto crecido, entre los fierros
y el óxido de la crisis, y luego se irá a New York, a estudiar
danza contemporánea, y bailará en antros frecuentados por la
comunidad LGTB, y curtirá los flashes rebotando en la carne
del underground, y terminará sacándole el jugo al histrionismo
freaky dancero de los travestis negros y latinos, sus marginales
compañeros de barra, eso, para que se confeccione y sirva en
las copas de las pantallas, los parlantes y los audífonos de los
años 80, el cóctel masivo de rareza (queer).
60
Desclasados más que sin clasificación. Esclavos performativos,
modelos5.
61
En el primer mito están los Coribantes, o Korubantes, o
Curetes. Son nueve guerreros con armadura de la Era de los
Titanes que tapan el llanto del bebé Zeus/Júpiter con sus gol-
peteos de escudos, lanzas, panderetas, platillos, y sus melodías
de cuernos y flautas, marcando el ritmo con los pies. Cubren
danzando el llanto del bebé mientras su padre, Crono/Saturno,
lo anda buscando, para devorarlo como a sus anteriores herma-
nos, con el fin de evitar que hagan con él lo mismo que él hizo
con su padre, Urano/Caelus: castrarlo y matarlo. Nace la danza
coreografiada. La danza de Estado. Zeus/Júpiter sobrevive
para gobernar, con el águila y el cetro. Es Luz y Orden. Es un
Espectáculo6.
6
Se suele confundir a Crono con Chronos. El primero le arrancó los geni-
tales a su padre Urano, el Cielo, con una guadaña que le facilitó su madre
Gea, la Tierra. El segundo es la personificación del Tiempo. Con el paso
de baile de los años, se fundieron; después de todo, el tiempo es cortar,
segmentar, separar en fragmentos el continuo devenir.
Entonces. El Tiempo busca, para comerse, al bebé que será, o es, el
Estado. Porque no sería lo mismo. Si ese bebé, Zeus, es el que será el Estado
(cosa bastante probable, ya que faltan unos años para que lo mande a su padre
al exilio y tome el Poder), quien lo busca, Crono, es un Orden preexistente,
con miedo de caer. Si, en cambio, el bebé Zeus es el Estado (porque lo que
es, es, dijo Parménides), Crono es una fuerza devoradora previa, caótica,
menos conveniente a los humanos, con colmillos hechos de ciclos irracio-
nales. Y ahí, unos guerreros hacen una coreografía (¿una marcha militar?,
¿una carga de infantería?, ¿un espectáculo?), para proteger al bebé Zeus, al
Estado. La coreografía (como Plan Sistemático), para defender al Estado.
Defender la Luz y el Orden de la Voracidad del Tiempo, de los Cortes. El
movimiento coordinado de unos guardias proteje al Estado. La madre del
niño, Rea (el flujo; la fluidez o la facilidad) es quien lo deja al cuidado de
estos danzarines con armadura.
62
bosques o en parajes deliciosos, por jóvenes de múltiples sexos
que se han escapado momentáneamente del poblado. Bailan
imitando (y por lo general incurriendo en) la embriaguez y
toda suerte de excesos. Se suele identificar a Pan con Dionisio,
aunque más seguro es que se trate de un seguidor suyo, un pas-
tor mitad hombre mitad cabra (un fauno para los romanos, la
representación del vigor salvaje de la naturaleza).
64
que le habían ordenado retirarse; el juicio; la tortura y la final
ejecución) fue un libelo, supuestamente escrito por el párroco,
que satirizaba al Cardenal y a sus allegados. Y, a través de sus
honorables figuras, satirizaba al Cristianismo. En tiempos del
Santo Oficio esto no podía quedar así. Un día, en pleno pico de
popularidad del párroco, la noticia cayó como un meteorito sobre
la región: una serie de pequeños desórdenes en la conducta de
unas monjas había terminado con la totalidad de la población del
Convento de la Encarnación poseído por una variedad inaudita
de demonios. Había un sospechoso. A pedido del Cardenal, el
Obispo de una ciudad vecina y un par de sacerdotes duros se
encargaron de hacer los exorcismos en el convento y de extraer
el nombre del párroco de la boca de las hermanas. Todo frente
a testigos. Hasta ahí, cualquiera podría decir que el Cardenal y
los suyos utilizaron las convulsiones histéricas y los raptos de
calentura delirante de las monjas para sacarse de encima a ese
párroco con ideas desestabilizadoras. Ahora se sabe, no fue así.
Si bien el párroco había declinado descortésmente la invitación
de los esbirros del Cardenal a desempeñarse como confesor del
Convento de la Encarnación, esto no impidió que trabara amistad
con varias religiosas de ahí, incluyendo a la Madre Superiora. Se
sabe que no era el único que visitaba el convento durante la noche
para vivir una que otra experiencia. La vida social era intensa y
multiforme. Cada vez que el párroco arribaba al convento, casi
siempre acompañado por un joven sacerdote recién ordenado
que tenía seis pezones, hablaban hasta altas horas de la noche
mientras degustaban licores que ellas mismas fabricaban. Los
temas, más que variados, eran diversamente profundos, con
subidas y bajadas, espirales y pliegues; con una especial erótica
65
del frotamiento (eso de tocar un tema). Pero sobre todo había
uno: la Naturaleza. La materialidad del mundo de acá. Hablaban
de hierbas, de piedras, de flujos. Hablaban de animales (hasta de
los más extraños: nosotros). Al principio, las hermanas dejaban
disertar al párroco, y luego, dejando un hueco de silencio en el
que se podían llegar a oír perros ladrando a la distancia y grillos
insistiendo en las proximidades, le hacían algunas preguntas
más bien tímidas. ¿Entonces... Dios... está acá... acá-acá? ¿Las...
cosas, nosotros, los árboles, los caballos... las ratas... todo es
Dios? Y el párroco carilindo inflaba un poco los cachetes y
asentía. ¿Y lo que..., lo que nos pasa?, ¿el misterio... del cuerpo?
Y el sacerdote joven decía haciendo una extraña figura con los
brazos: Nadie sabe lo que puede un cuerpo. Con el correr de
las reuniones, las hermanas se fueron animando a intervenir
más, una interrupción en el medio de un desarrollo por aquí,
una interpretación al final por allá. Cada tanto, una breve teoría
propia o una observación audaz sobre la condición humana en
general. ¿Y sabés, Angie, qué hacían las monjas después, antes
de irse a dormir? Caminaban con las manos. Y los hábitos les
caían sobre el rostro, el cuello, los brazos. Y no llevaban nada
abajo. Quedaban desnudas, con sus conchas mirando a lo alto.
Después bailaban, Angie. Bailaban, bailaban, bailaban, y se
desprendían de los brazos insustanciales de Dios y se arroja-
ban a los pechos carnosos de la Madre Tierra (que a veces era
como una Madre Superiora de roca, barro y musgo, llena de
pasadizos, y otras veces era como una enredadera de fuego).
Mediante esos movimientos, las hermanas se reincorporaban
a la Naturaleza, a quien/donde realmente pertenecían. Parece
ser que primero el párroco no quiso saber nada con caminar
66
con las manos ni con bailar (tal vez algo presentía). Hasta que
una noche, no se sabe bien si lo convencieron o no se aguantó
más, se puso a bailar. Primero con un ir y venir de caderas suave.
Después con un giro frenético tras otro. Finalmente, luego de
pasar del zapateo a la convulsión, atacó a una de las hermanas: le
mordió un poco el cachete y la quiso estrangular por un instante.
Quizás, de tanto hablar de la naturaleza, el tipo se animalizó,
un arranque licantrópico. Quizás, por ser como era, se quería
comer el mundo. Las hermanas decidieron sacárselo de encima.
Esa mezcla de cura proselitista y Don Juan estaba mostrando
demasiado la hilacha, opinaron. Confiaban en que al finalizar
el juicio y todo lo demás, el Cardenal y su gente las iban a dejar
tranquilas (como habían estado hasta entonces), y ellas podrían
continuar caminando con las manos y bailando y adorando, con
auténtico fervor, lo que se les cantase. Que es lo que hicieron,
luego de que quemaran al párroco (y al cura joven con los seis
pezones: marca inmediatamente asociada con Satanás). Mejor
mantener la antorcha encendida a que te prendan fuego, pensaban
esas monjas, le dijo Olga Nun a Mary T.
67
lo conocía por ella. ¡Pero si ella era la que antes sabía las cosas!
Sabía de altas tintas y de altos escrachos y de arte conceptual y
de lesbianas y de gays y de putos y de trabas y de maricas y de
bufarrones y de chongos y de osos y de viejas chetas chotas y
de pibitos piolas y de rochas empastadas y de cibermachitos y
de putitas chupapija tomamerca y de putitos chupapija toma-
merca y de altos gatos y de altxs gatxs y de viejxs verdecaca y de
pichas flácidas y de penes cortitos con motos grossas y de
pindongas ensartados y de artistas frikis del orto y de los mejores
fracasados y de toda la extrañeza que deambula por... en fin,
eeella, Yanira, era la que quería ese maldito capítulo en su brazo.
Ya se había calentado, mierda. Nadia no tenía idea de nada. Un
año atrás estaba cursando el primer año de Arquitectura. Ni
salía a lugares copados, ni había estado con una piba, ni fumaba
flores, ni estaba enterada de nada de lo que pasaba a su alrededor
parece. Había viajado una vez a Bariloche y al Bolsón de mochila
con una amiga, había leído a Galeano, a Pizarnik, y hasta un
poco de Simone de Beauvoir, hasta ahí, sí. Pero todavía no sabía
cómo pararse cuando le decían mierdas en la calle, todavía las
películas de David Lynch y las de Lars Von Trier le daban cosa,
y su lugar favorito de Rosario era la Plaza Pringles, porque casi
nunca salía del Centro, salvo para ir a cursar a la Siberia o ir a
mojarse las patas a la Florida. Arrrggg. Toda su reubicación en
el mundo fue gracias a ella, Yanira, la que a los ocho se había
puesto su último vestido, la que iba a cazar con su hermano, la
que “conquistó” a una compañera de natación a los once, la que
se lo había dicho lo bastante claro a su mamá a los catorce y a
su papá a los dieciséis, la que se dijo a sí misma quiero ser un
tomboy (cuando descubrió lo que esta palabra designaba) y la
68
que a los dos meses de eso ya le daba lo mismo quién o qué era,
la que se manejaba sola por todos lados con su moto, de la villa
a las exposiciones y de las muestras de sus amigxs a la cancha,
de la Siberia en donde fotocopiaba sus fanzines hasta los recitales
de las bandas de sus amigxs en donde pintaba en vivo con algunxs
más y después se emborrachaban y tatuaban con lxs mismxs u
otrxs, todo, txdo, txdx gracias a élla, Yanira, la que vendía ma-
rihuana y ácidos, la que se había criado y vivía hasta el día de
hoy en Gálvez. Yanira era la que ese día se le había acercado en
la fotocopiadora a Nadia y le había hecho un comentario sobre
el libro que ésta traía bajo el brazo para fotocopiar: Extracción
de la piedra de locura, de Alejandra Pizarnik. «Qué, ¿estás triste?,
¿la Nada, la Muerte, y eso?», fue lo que le dijo. Y Nadia se sonrió,
porque Yanira esto lo había dicho con un tono que fingía mal (a
propósito) un interés real. Lo que hacía parecer todo más un
juego algo cínico de representaciones sentimentales fuera de
lugar, pasadas de moda, que un avance. Ella, Yanira, es la que
esa tarde la invitó a ver la banda de unos amigos que tocaban en
una casa en Arroyito ese fin de semana. Si no hubieran ido a ese
recital, no hubieran tenido nada a la mañana siguiente, en casa
de Mateo (que le había dejado una llave a Yanira), borrachas de
gin tonic. Si no hubiesen tomado ese gin tonic, a Nadia no le
hubiera dolido tanto la cabeza como para tener que quedarse al
otro día hasta tan tarde en esa casa, tanto como para ver llegar
a Mateo de vuelta de uno de sus viajes, medio en pedo, querién-
dose garchar, como de costumbre, a cada piba nueva que conocía,
con su onda de felino herido por los kilómetros, pero dócil en
su carácter anémico vegano. Si Mateo hubiera logrado despertar
a Nadia, que ya dormía su tercera siesta seguida ese domingo,
69
y hubiera conseguido tener sexo con ella, cosa que Yanira duda,
después no hubiesen hecho, los tres, tantas sesiones de tatuajes
juntos: Mateo descartaba de toque a las pibas con las que había
“intimado”. Cuestión que, en tres meses, los tres se llenaron de
“tintas cruzadas”; eran a la vez: tres cuerpos, dos tatuadores,
tres diseñadores y un colorista. Y fue entonces que, cierto día,
buscando equipamiento en una convención, los dos tatuadores
del grupo, Yanira y Mateo, escucharon sobre la obra que se
proponía hacer este tatuador, más bien mediocre por lo que
habían visto en su Facebook, que sabían también era poeta y
performer. ¡Una novela tatuada en cuerpos! A Yanira le pareció
realmente interesante, un paso más allá en el tatuaje; no una
nueva técnica, no un nuevo estilo: un nuevo sentido. Una nueva
dimensión para el arte del tatuaje, y de paso, para la literatura.
Fue ella, Yanira, la que buscó todo lo que había en Internet sobre
ese tal Nenín. Preguntó por ahí, evaluó, consideró. Y decidió
que quería llevar uno de los capítulos (ese capítulo que parecía
escrito para ella) en el interior del brazo. Todo para que ahora
Nadia, la paracaidista Nadia, termine ella con un capítulo... ahí.
Ese día, el primero que fueron a lo de Nenín, ahora que lo piensa,
podría haberse dado cuenta de algo. Después de prometerle a
Yanira que iba a pensar su propuesta de cambiar de brazo el
tatuaje, Nenín les dijo a las dos que esa noche había una reunión
ahí en la casa, del Grupo de Afinidad Sexual Integral, que se
quedaran. Integral como la harina, les dijo la chica con el pelo
rosa y los tatuajes pequeños diseminados por todo el cuerpo.
Nenín se rió y puso cara gatuna. Yanira se rió y puso cara pe-
rruna. Nadia no se rió, estaba viendo cómo dos chicos movían
un parlante grande al patio, sin que se cayera un vaso que tenía
70
apoyado encima. Cuando oscureció, el viejo con pinta de mo-
toquero, el pibe grandote con el tatuaje en la nalga y la mujer
robusta de pelo corto se fueron, y los que se quedaron, entraron
en fila india a la casa, en donde ya se esparcía olor a comida y
sonaba música de percusión y vientos. Nenín dijo que estaban
cocinando empanadas y tartas veganas para vender en la reunión.
Primeron llegaron una chica y un chico en bicicleta; él, alto de
lentes y algunas rastas, y ella, bajita con corte carré, traían un
zapallo de su huerta. Después llegó Mateo, en su tabla, con dos
botellas de vino. Después llegaron tres chicas con mochilas
grandes de viaje y un chico con un sintetizador. Y ya después
Yanira sabe que vino alguien más pero no sabe quién. Esa noche
tomaron vino y cerveza; comieron empanadas, tartas y ensalada
de frutas; bailaron; leyeron algo (unos textos que habían traído
las tres chicas con mochilas grandes de viaje, editados por ellas
mismas) y escucharon algo de música; charlaron de lo que había
pasado en una marcha (y sus consecuencias para la continuidad
en el grupo de un chico que no estaba ese día en la reunión). A
continuación, unx de los chicxs, que rato antes había estado
tatuando al abuelo de la chica del pelo rosado, una flaquito con
un hueso traspasándole el lóbulo de una oreja y el tatuaje de una
esfera en la frente, recordó algunas de las leyes no escritas del
Grupo de Afinidad. Entonces pusieron una luz ténue, ámbar,
que pestañeaba a tiempos desiguales, aleatorios. Y luego de un
momento de silencio, lleno de miradas cómplices, algunas
tiernas, otras más sacadas, el chico del sintetizador se quitó la
ropa, enchufó su aparato y comenzó a tocar. Y después todos
se sacaron la ropa, más o menos a la vez. Incluso Yanira. Nadia
quedó sentada, vestida, con una remera grande negra con un
71
cuadro de Francis Bacon (el pintor), unos shorts de jeans y unas
zapatillas verdes manchadas con pintura roja, con un vaso en
la mano, seguramente mirando un lugar adentro suyo, como
solía hacer, bajo la mirada impaciente de Yanira. Mientras ter-
minaban de desvestirse, algunxs de los chicxs hablaban de lo
vieja que era la distinción entre cuerpo y mente (se la achacaban
a un viejo punkitano –medio punk, medio gitano– que algunos
se habían cruzado en la feria de fanzines esa tarde). Más o menos,
todos coincidían en que lo que había era cuerpo: ese animal que
la Iglesia y el Estado habían intentado tapar, domesticar y poner
a producir. No es que no existieran “fuerzas inmateriales”, “¡está
plagado por todo el Kaosmos!” Pero éramos cuerpos, deviniendo,
dentro de otro cuerpo más grande: la Pacha, como decía Franqui,
era inmanente. Y algunos, a pesar de no saber con certeza qué
significaba esa palabra, se sumergían en ella. Entonces no apa-
recía demasiado en los decires de estxs chicxs algo como la mente
(¿el sujeto?), o el pensamiento, y si lo hacía, era como molestia.
Mucho menos aparecía esa vieja chota neurótica llamada Razón.
A Nadia le pareció que cualquier “hechizo”, “conjuro” o “ma-
cumba”, en las reflexiones de estxs chicxs, tenía más peso, más
entidad que la psiquis, la mente, la racionalidad o la inteligencia
misma... que las estaba pensando. Aunque, pensar... Si bien
ningunx de ellxs dijo directamente que pensar era de tontos,
Nadia por momentos entendió eso. Se trataba de creer. Pero
sobre todo, de sentir y hacer. Quizás (y esto lo destiló del caldero
en donde burbujeaban una serie de latiguillos y slogans que lxs
chicxs repetían una y otra y otra vez), era algo más como: yo
activo, activo, y después veo qué onda lo que pienso y siento al
respecto. O: hacer, hacer: hay que hacer. O: entiendo lo que toco.
72
Empiristas intuitivos, pragmáticos a la que te criaste. No toman
demasiado en cuenta la negatividad que es el sujeto, pensó Nadia.
Pensó pero no dijo nada. Antes de sacarse la ropa (y decidir casi
en el mismo instante que sí se iba a hacer el tatuaje del capítulo
de la novela de Nenín alrededor de los genitales) les comentó,
como si viniera muy a raíz de lo que estaban hablando, lo “in-
teresante” que le parecía el hecho de que unos teatreros, del sur
de Italia los dos, “mediterráneos bien arriba los locos”, copados
con el cuerpo, con la danza, con lo atlético, con el futuro, con
el placer, con la pasión y con el éxtasis, se volvieran fachos; el
caso de D’Annunzio y Pirandello. ¿Les gusta hablar de fachos?:
hablemos de fachos. Nenín, que ya estaba tirado en un colchón,
boca abajo, balbuceó algo de lo poco que les interesaba “la
política convencional, eso de izquierda y derecha, viste”. Un
chico que se le tiró encima, completó con “fachos son los hete-
ronormativos violentos pajeros que comen carne”. Una chica
delgadita de ojos grandes y redondos preguntó que qué había
de malo en la paja, a lo que otra chica de flequillo y aro en el labio
inferior contestó que lo que decía Franqui (seguramente el chico
que se había tirado arriba de Nenín) era que los fascistas de
ahora eran esa gente con ideas... ideas... ideas... viejas, que...
emm... que no saben que... que vos podes hacer con tu cuerpo
lo que quieras... sin joder a los demás, por supuesto. A Nadia
todo esto, entre otras cosas, le pareció una desproporción, una
hipertrofia del término fascista. Probablemente, lxs chicxs en
realidad no tenían mucha idea de lo que eran los fascistas. Miró
hacia una esquina de la habitación; en un sillón pequeño, Yanira
estaba arrodillada en el suelo lamiendo la vagina de una chica
sentada que estaba succionándole el pene a un chico parado,
73
que al verla mirar hacia ellos le indicó con la mano que se acer-
cara. Nadia se acercó. Era Mateo, no lo había reconocido con
poca luz. Nadia le apoyó una mano en la nalga a Yanira mientras
la chica a quien estaba lamiendo dejó de felar a Mateo y le empezó
a chupar las tetas a ella, a Nadia, que, adoptando una pose como
de bailarina que elonga, siguió hablando, habló del momento
de más tensión en la tragedia La Ciudad Muerta de D’Annunzio,
y habló de la ciudad que fundó D’Annunzio en Fiume, una co-
munidad de artistas y aventureros, en donde la música y la danza
fueron los principios fundamentales del Estado. ¿Nos parecemos
a eso?, preguntó Nadia en un suspiro y se dio un beso de lengua
con alguien. La chica, entre una teta y la otra, dejando una fili-
grana de baba dijo que ella ya no leía teatro, que antes sí, y hasta
leía libros de Historia y ensayos de Antropología, eso cuando
recién había entrado a la facu, pero que ahora no leía más, no
leía nada, se había artado de la Cultura (se Artaud, bromeó para
sí misma Nadia), ya no cursaba, ahora hacía semáforo con
banderas y vendía ensalada de fruta y, con todo el tiempo libre
que le quedaba, se dedicaba a la Danza y a hacer Tela, Lira y
Contact. Entonces Nadia sintió que un cuerpo tibio se apoyaba
en su espalda. Al oído, una voz le comentó algo sobre su apre-
ciación del fascismo ligado a los artistas, y lo redundante del
asunto; le susurró, ronca, que Céline, Pound, Dalí y hasta el
forro de Borges eran medio fachos, bue, bastante fachos, y todos
los admiraban porque sí nomás, porque eran grandes artistas,
o peor: porque eran inteligentes, muy buenos en lo que hacían,
interesantes, genios, y giladas por el estilo, por eso mejor no
frecuentarlos más, ni en nuestras lecturas ni en nuestras charlas,
mejor hacer cosas que nos ayuden a vivir diferente (y puso una
74
cara que desencajaba en una orgía). Al contrario, dijo en un
jadeo Nadia, que abría en ese momento las piernas para que la
penetrara Mateo, por eso hay que leerlos y frecuentarlos, y
después circundarlos y seguir adelante. Cómo te hacés la cabeza,
dijo Mateo y empujó. Un chico que a su vez vino a penetrar a
Mateo, terció: Estamos acá, wachines, sintiendo ésto, aahhh,
ahora, ahora, ahora, nuestras partículas están bailando, a full,
reintenso, estallan, reviaje, cuántico, fractal, y ustedes vienen
con toda esa letra muerta; ¡wachines, energía cósmica, se aprende
más garchando que leyendo! Y remató en un impacto de cadera:
¡Todos los intelectuales son medio fachos! Era el chico con la
ciudad tatuada en la espalda que les había abierto la puerta.
Nadia se metió la pija de Mateo en la boca y pensó que había
algo de exagerado en el rechazo a tooodo lo que pretendían eran
las fachas normas civilizatorias de Occidente; exagerado, sobre
todo, primero, teniendo en cuenta que estas críticas radicales
surgían más que nada en y desde las ciencias sociales de este
Occidente, y eran por demás críticas fragmentarias, que no
comprendían la generalidad o el Absoluto; más que ideas-fuerza
callejones sin salida, que te devolvían al medio del jodido sistema
capitalista. Y para colmo, sus memes se transmitían, se virali-
zaban por medios tecnológicos creados por este mismo Occidente
facho que decían rechazar en bloque. Todo por el mismo precio,
como se dice. Presionó con el anillo hecho con sus labios alre-
dedor del tronco de la verga de Mateo, sostuvo un instante.
Mateo jadeó, ella soltó. Volvió a apretar, soltó. Una corriente
de placer subió desde el bajo vientre de Mateo y a la altura de
su pecho se dividió en dos ráfagas y se le metió por el cuello
atrás de las orejas, desapareciendo en algún lugar de la nuca.
75
Nadia, entre la baba brillante y espesa, dijo lo que había pensado
recién lo mejor que pudo. El chico que estaba penetrando a
Mateo aceleró un poco su movimiento de caderas y afirmó que
el presente era lo único que estaba vivo, y, aunque muchas veces
parecía que no, nosotros, o sea nuestro cuerpo, estábamos
siempre aquí y ahora, y mejor era hacer “callar” cuanto antes
“nuestras voces interiores”. Dicho esto se puso a lamer el sobaco
de unx chicx que apareció de algún lado y nomás aparecer le
metió los dedos en la entrepierna a Nadia y después se arrodilló
y le lamió la rodilla a Yanira que se la estaba chupando al chic@
que había estado penetrando y acariciando a Mateo y ahora se
abría parado para que Yanira le lamiera el ano mientras con una
mano acariciaba el vientre y las costillas de una chico que apa-
reció por ahí, quien, luego de mirar hacia la oscuridad de un
rincón, se agachó y comenzó a lamer y escupir muy despacio
los labios de una vagina. Esta última chico dijo que los conceptos
estaban bien, pero como resultado de la experiencia práctica.
Nadia, que se movía sentada arriba del chic@ que había estado
dándole a Mateo y a Yanira, y sentía que alguien, ¿Mateo?, estaba
buscando la entrada por la cola, humedeciendo con saliva, pensó
entonces que muerte, por ejemplo, no era para nada un concepto
que definiera algo, ya que nadie se murió y después creó el
concepto, re canchero. La muerte no es un concepto, ¿no?,
preguntó Nadia en tonos agudos justo cuando se consumó la
doble penetración. ¿Por qué sacás eso ahora?, dijo la voz de
reproche de Yanira viniendo desde algún punto oscuro de la
habitación. Te morís y te convertís en abono, wachín, se escuchó
decir a alguien. El puño de una chica penetró el cuerpo cálido
de su amigue. Nenín apareció con su afro encendido debajo de
76
un foco rojo, a su lado estaba la chica de pelo rosa, pálida y con
pequeños tatuajes por todo el cuerpo, llevaba puesto una cin-
turonga también rosa. Yanira no supo bien por qué, pero en los
cinco minutos que siguieron se concentró en la yugular de un
chico, en cómo latía, como se tensaba o relajaba ese conducto
subcutáneo del cuello según la posición del chico. Nadia escuchó
atenta a Nenín (al menos al principio) mientras este habló,
mientras se ponía en cuatro y la chica de los tatuajes como papel
de regalo y pelo rosa le daba por atrás. Nenín dijo que la reunión
de ese día iba a terminar, si les parecía, con una propuesta para
una misión. Era momento de actuar. Aaahhh, qué rico. Tengo
un conocido, dijo. Mmmm. Que tiene un hermano, que tiene
un local. Aahh. Gnngmm. Es como un gimnasio, algo así, en
donde también dan clases de Pilates, de Salsa, de Yoga, de Zumba,
mmmmggñññgg, hacen rehabilitación y un par de cosas más.
Argggg. Mmmmññ. Sacan un fangote de guita por día. Sólo las
cuotas ya son una buena cantidad. Manejan mucha, mucha plata.
Los que trabajan ahí fijos no son tantos. Son tres, cuatro ponele.
Más un par de talleristas. Bueno. Al grano. Ggmmn. La propuesta
que me hizo Luciano, mi conocido, el hermano del dueño, es
que él nos va a marcar dónde y cuándo agarrar, expropiar, seguro,
la plata de un buen par de meses. Él sabe dónde la guardan y
cuándo va a estar despejado. Después nos la repartiríamos. Dice
que dentro de poco va a haber mucha plata junta porque va a
entrar otro tipo a la sociedad, un kinesiólogo me parece, y va a
poner bastante. Tiki-taka. Todo cash. Para reformar el local y
abrir otro en Fisherton. Aaaghh, mmm. Me dijo que lo que
nosotros tenemos que hacer, para empezar, es meter dos per-
sonas ahí. Que vayan a alguna de las clases. Es más, me dijo
77
Luciano que hasta se puede ver de hacer que alguno de nosotros
entre a dar un taller; la cagada con eso es que sería dentro de un
mes: muy pegado al plazo final, cuando la plata esté en hora y
lugar. Desde ya les digo, dijo Nenín parándose y pajeándose, yo
no confío tanto en este pibe Luciano. Aaahh, mmñ. No sé si me
da para hacer una así con él; por eso les comento a ustedes, a
ver qué opinan. Como la otra vez habíamos hablado de pasar
con el grupo de afinidad a la acción directa, al sabotaje, a las
expropiaciones, a las... arggg, aahh... a las traiciones a las tradi-
ciones, como les dice Franqui, arggggmmmahh!... Ahá, Franqui
otra vez, será una especie de referente de la manada, un guía
natural, elucubró Nadia, pajeando y besando como distraída a
una de las chicas que llegó con mochila de viaje. Nenín se la
metió a la chica de los tatuajes pequeños y se quedó un instante
con los ojos cerrados, como concentrado en un sonido. Los
abrió y empezó a bombear. Un chico se le paró al lado y le co-
menzó a acariciar los rulos y después le metió la pija en la boca,
entonces una chica se acercó y le comenzó a lamer los pezones
al chico. Nenín se desocupó la boca y terminó de hacer la pro-
puesta. No sé qué dicen de hacer, dijo. Yo opino más o menos
como Franqui, dijo la flaquito tatuador con el hueso en la oreja
y el círculo en la frente, que le estaba hundiendo la nariz en el
ombligo a un chica: ¡Hagamosló! Entonces Nenín sacó la pija
de la chica de pelo rosa, se la vió brillante, iluminada por el
pequeño foquito que tenía arriba. Señaló a Nadia y le hizo un
gesto que podía significar coger o alguna otra cosa muy distinta.
Entonces Yanira se ofreció a infiltrarse en el local.
78
qué no entró a trabajar a Ñuls, y la de por qué la práctica sexual
primordial en los seres humanos es la masturbación. Ahora,
mientras observa la clase de Zumba, recuerda la primera vez
que desarrolló esa teoría en público (tenía catorce años, en un
quincho, durante un asado por el cumpleaños de un amigo). Lo
sorprendente es que, para ese entonces, él todavía no había estado
con nadie que no fuera él mismo. Y más sorprendente aún es
que, con el paso del tiempo y la experiencia, bastante poco es lo
que varió su pensamiento sobre el asunto. La organización de
la vida a su alrededor no ha hecho más que darle la razón. Esta
gente está poniendo bastante en esta actividad, acá vuelcan su
necesidad imperiosa de hacer algo con el cuerpo, piensa Axel, y
toma un trago largo de Gatorade turquesa. Les dijeron que hay
una deuda histórica con el cuerpo. Culpa del cristianismo que
lo tapó y le prohibió el placer. Deuda que todos ahora tenemos
que pagar, en cómodas cuotas: la famosa libra de carne. Vamos
a poner el cuerpo en acción. Poner el cuerpo; eso le resuena en
algún lugar. Según la teoría de Axel, la masturbación es lo con-
trario: es quedarse con el cuerpo, no ponerlo. Cuando cierren,
se va a ir hasta la casa de Martincho y lo va a apurar para que
concreten, ya mismo, su sociedad en Zoê. Él le va a ofrecer una
plata para entrar (que tiene separada con lo que juntó en un par
de veranos como salvavidas). De su lado tiene a Luciano, que
va a presionar a su hermano con cosas como: “Martincho, vos
no sabes nada de este negocio”; “en un tiempo se te va a hacer
pesado tomar las decisiones a vos solo”; “Axel Kramer va a
traer más público del ambiente, gente diferente, etc.” Esto no
es del todo cierto quizás; aparte de un grupo de metrosexuales
que conoce del boliche y unas cuantas señoras clientas, una que
79
otra con su respectiva hija, Axel no sabe bien quién es esa gente
diferente, o ese público del ambiente. No importa. La idea de
hacer con Luciano un equipo para poner en marcha el lugar le
parece buena, es su oportunidad para ganar prestigio, y quién
sabe, terminar haciendo algunos trabajitos para el Rojinegro (¡el
local lo permite!). Luciano también adhiere a su teoría sobre la
masturbación.
80
su parte del negocio por la plata justa para comprarse un kayak,
una carpa y un cuchillo. Como esto de la sociedad ya se lo había
sugerido el mismo Martín, al kinesiólogo no le costó darlo casi
por hecho (casi: no se olvidaba de su fallida entrada al staff del
club de sus amores).
(((…)))
82
puntas de todos los dedos de su mano derecha levantada. Antes
de oír la respuesta de Luciano, torció la vista por algo que creyó
captar con el rabillo del ojo. Vio a todos los de la clase de Zumba
parados, quietos y amontonados, mirando para abajo. Una de
las Cossettini estaba en el piso. Como ese día no atendía el Dr.
Silva en el consultorio anexo, Axel se sintió el más capacitado de
los presentes para manejar la situación; el imperativo categórico
le dio como para ofrecerle a la afectada la variedad de bebidas
que sabía tenían en la barra y pedir espacio para facilitarle la
respiración. Buena oportunidad para mostrarse como uno de los
pilares del lugar. Cuando finalmente Axel se dio vuelta, buscando
a Luciano, no lo vio por ninguna parte. La reconchadelalora.
Cuestionario
1) ¿Conoce las seis faces de las que consta, según Sir
John Bagot Glubb, el ciclo de vida de un Imperio?
2) ¿Opina que los siguientes rasgos correspondientes a
la última fase, la Decadencia (llamada la del Pan y
83
Circo), corresponden, a su vez, a nuestros días?:
a) Ejército indisciplinado;
b) Excesiva ostentación de la riqueza;
c) Brecha abismal entre ricos y pobres;
d) Deseo de vivir en una gran ciudad;
e) Una gran obsesión por el sexo.
84
caída de ese modelo de vida. Donde dice Ejercito, poner
fuerzas represivas; corruptos, además de que siempre
les pagan primero, a los policías y a los gendarmes,
para que repriman en los conflictos, por ejemplo, por
mejores salarios. Y la opulencia toma formas cada vez
más imbéciles, y desquiciadas, y lo peor, más peligrosas.
Decadencia de las instituciones; de las relaciones; de los
sentimientos. Pero bueno, como se suele decir: siempre
se puede estar peor. De todas formas, esto no es otra
cosa que una crisis orgánica, al decir de Gramsci.
3) Sí, creo que considero eso, se cultiva más el cuerpo
que la inteligencia. Más allá de lo indisociable, el
“enfoque” es “corporal”. Hay un cuerpo en expansión:
nadie sabe lo que puede un cuerpo. No sé si podría
argumentarlo con cosas demasiado específicas; es
un sentimiento general, mirando las currículas y los
manuales escolares y el auge de los gimnasios y de los
estudios de danzas y de disciplinas y de ejercicios y artes
marciales de los orígenes más variados. Es verdad que
hay nuevos conocimientos en juego, que, calculo, habrán
hecho variar los parámetros de lo que se considera una
buena vida a nivel corporal y mental; la salud no es lo
mismo que antes. Pero sea lo que sea, ahora se la busca
desesperadamente. A veces me parece que todo tiene
que ser sanador ahora. ¿Tan enfermos nos sentimos?
Perdón, pero en estos momentos, no podría asegurar
nada más a ese respecto.
4) Acá, Rodolfo, permítame un excursus.
85
Mi hermana Rosa es bailarina, y yo por poco lo fui. Somos
hijas de un médico culto y de una profesora sensible. Ella, mi
hermana, además de bailarina ahora es coreógrafa, profesora
de danza, y Licenciada en Artes Escénicas con Especialización
en Danza Contemporánea. Se podría decir que, desde ciertos
quehaceres, puntos de vistas y perspectivas, el mundo de la
danza me es familiar. Las veo seguido a mi hermana y a sus
colegas más cercanas, conozco los proyectos en los que andan
metidas, las informaciones y los estímulos a los que responden
y reaccionan, y he seguido buena parte de sus desarrollos pro-
fesionales; además de las no pocas tareas de vinculación entre
nuestras respectivas disciplinas, que hemos realizado juntas o
por separado. Medianamente, por todo esto, y por un interés
más particular que personal, conozco lo que pasa en el ambiente
local, regional, nacional y hasta, grosso modo, mundial de la
Danza. Modas, tendencias, anécdotas, polémicas, conflictos,
disputas, obras que instalan una novedad, productos malos que
tapan una buena obra, talentos emergentes, etc. Con mis amigos,
bromeo con que conozco la Historia de la Danza hasta en sus,
si me permite una metáfora de baile, piruetas más pequeñas y
caprichosas. Por ejemplo, ¿sabía que sobre el 26 de julio pesa,
en el ambiente de la danza, algo así como una supersticiosa
maldición? En esa fecha, en 1862, la bailarina Emma Livry
murió al incendiarse su tutú. Hoy en día la ley exige que los
tutús se hagan con materiales ignífugos. El tutú, Rodolfo, data
de 1820, aproximadamente. ¿Sabía que la Danza fue la única
de las artes modernas que Hitler no prohibió en la Segunda
Guerra Mundial? Claro, Hitler gustaba de ver los cuerpos bien
torneados en movimiento. Fue él mismo quien encomendó a
86
un tocayo suyo, Rudolf Von Laban (el coreógrafo que creó el
sistema de notación para la danza más conocido hasta la fecha),
el montaje de las Olimpíadas de 1936. ¡Y Leni Rieffenstahl!
Quizá el paradigma de la artista nazi, una especie de tía-abue-
la-marca-tendencia respecto a la época actual. Actriz, cineasta,
fotógrafa. Su primer papel en el cine fue en una película muda
llamada La Montaña Sagrada (1926), en donde interpreta a una
joven bailarina, Diotima, quien es cortejada por un montañista
que la convierte a los saludables éxtasis del alpinismo. En cierto
modo, buena parte de sus ideales están hoy en boga, o hacen gru-
mo en los centros de ebullición de la cultura: la fuerza, la belleza,
la juventud, y el peor: la pureza (ésta, bajo diversas formas: la
moralización de lo sanitario; el paso de la Ética a la Dietética;
el rechazo a la inmigración; la paranoia viral; los discursos de
“inseguridad”; la proliferación de victimización con respecto a
toooda clase de abusos; etc... que no son otra cosa que la apología
de lo estático: falacia de las falacias ). Y no se trata de que yo esté
poseída por el mismo entusiasmo del History Channel por los
nazis y los ovnis. Al nazismo se lo tiene como El Mal, es lo que
no tiene, bajo ningún punto de vista, que volver a suceder. Sin
embargo, el Tercer Reich parece estar más cerca de nosotros
de lo que nos gustaría pensar. En sus ideas, en sus sueños, que
a veces pueden ser nuestras ideas, nuestros sueños. Entonces,
al momento nazi, se lo puede utilizar como índice, para seña-
larnos dónde estamos. Creo que, en momentos de crisis como
el nuestro, algunas estructuras simbólicas de la sociedad, las
que imprimen cierta sensación de rigidez a la comprensión y
a la reactualización de los hábitos, empiezan a desmoronarse,
y antes de que emerjan otras, quedan visibles flujos arcaicos,
87
ocultos hasta ahí en el tuétano de la sociedad. La sociedad baila
alocada, un poco ebria, ya en la resaca de la fiesta (neoliberal),
y de mal paso en mal paso, cae, y se fractura el hueso político;
queda expuesto el tuétano: el cuerpo del animal humano agitado
por las corrientes de la vida y la muerte. (Perdone, Rodolfo, creo
que soy yo la que está bailando.) El baile como actividad previa
al apareamiento, como elección/preparación/fantaseo, al menos
como figura encarnada de ese mito etológico-antropológico,
aparece en un lugar privilegiado en épocas decadentes, e irradia
espectáculo para las masas tironeadas por la reproducción y la
muerte. A falta de política propiamente dicha. ¡Miren!, gime la
especie con las ideas resecas y la temperatura de su apocalipsis
aumentando, ¡así se hace! Acá entra el programa ese por el que
pregunta usted Rodolfo, y el cabaret en la Alemania de los años
20, etc. Bailar por un sueño... En el lugar central de ese espectá-
culo, está la pareja de baile: sus cuerpos, con todo su potencial
de satisfacción; sus personalidades, con todo su potencial de
identificación y/o extrañamiento (el Yo y sus asedios). Esta pareja
ideal está naturalmente caliente, edénicamente cachonda, porque
se deja llevar, o no, mejor dicho organiza coreográficamente ese
dejarse llevar, que al final conduce, real o imaginariamente, a la
copulación, para perpetuar la especie, y el sueño, pasando por
sobre la caducidad de los cuerpos, los envases individuales que
se estremecen de deseo y temor, que van al goce y a la muerte.
Y está el Jurado, que siempre tiene algo de esperpéntico y obs-
ceno; muy a lo Superyó. Y el presentador, una mezcla de rey,
gerente, capataz y espectador-modelo. Creo yo que, además de
un espectáculo de corte decadente (bufones, lacayos, enanos,
indígenas, negros, rey), es un espacio en donde se materializa
88
cierta historia mental (virtual) nuestra, de nuestras sociedades
extenuadas y pasadas de rosca. No damos más; entonces, nos
ponemos a bailar, como quien sabe que va a morir. Estamos
relacionados, todos en este Baile, con ese programa. Y como
usted sabrá, Rodolfo, no hay relación en donde hay simetría y
reciprocidad.
89
grotesco-aleccionador. Era un grabado de Goya tridimensional
moviéndose al son de ritmos caribeños.
90
una mochila roja que le parece no haber visto antes. Porque me
viene pidiendo hace rato que presione a mi hermano para que
lo haga socio de Zoê, y yo ya le dije, como veinte veces le dije,
que no tengo nada que ver con este negocio, dice Luciano, ese lo
que quiere es quedarse con Zoê y convertirlo en un reducto de
machos inflados y estúpidos, como sus amigos. ¿O no, Olgui?,
dice un poco después. Del cubículo cerrado sale una especie de
gruñido. Helena apoya los glúteos en el mármol de los lavatorios
y, mirando a Luciano, le dice a Rosa que cómo sigue su historia
del psicólogo-coreógrafo, y a cuento de qué viene. Rosa, que
también mira a Luciano, dice: según Gerardo Canalle, los hom-
bres, en cambio, quedan definidos en su condición sexual por la
referencia al falo. ¿Y vos qué opinas, Olgui?, pregunta Luciano
mirando hacia el techo del baño, estos medio que son como tus
temas, ¿nooo? Rosa mira a Helena extrañada y le señala con el
mentón a Luciano. Helena se encoge de hombros. Del interior
del cubículo no sale ningún ruido; como si a Olga se la hubiera
tragado el inodoro. Luciano se mira en el espejo, hace un par de
poses con las manos en las caderas y dice, sin dejar de mirarse:
Estoy más flaco, ¿no?
91
un rubro diferente, personal. Si pasa el viejo del almacén, le dice
algo de Rosario Central o sobre la pesca (¿y cómo mierda sabe
tanto de pesca un tipo como Vilca?); si pasa Soldini, le habla de
política regional (¡estos patanes narcosocialistas!); si pasan esos
neohippies malabaristas que viven en la pensión, les charlará de
trashumancia, de funciones de circo y de tratos con el público,
algo así (quién sabe si hasta no estuvo girando con algún circo
ese Vilca); si pasa el flaco de la cerrajería, le grita algún chiste
relacionado con la farándula, se ve que el flaco mira mucho la
tele. A los de Zoê los conoce a todos, pero con el que más charla
debe ser con De Angelis, cuando hacen negocio con el cuidado
del auto. Igual, para el caso es lo mismo, con todos Axel lo vio
charlar por lo menos una vez. De hecho, con Martincho lo ha
visto varias veces enfrascado en una charla. Y Luciano sigue
sin aparecer.
92
rumbo a Capital Federal. Mucho menos sabe que lo acompaña
su compañero de trabajo (Mister T, como Nachito lo llama).
Van a pasar unos días juntos en un hostel gayfriendly con orien-
tación culturista que le recomendaron a Mister T (Master Té
en Facebook), y, si queda tiempo, pasear un poco por Palermo,
San Telmo, La Boca. Mister T, Jorge, dentro de una hora, le va a
mandar un whatsapp a Angie diciéndole que tuvo que viajar de
urgencia a Mendoza a ver a su abuela que no se encuentra nada
bien de salud (esa abuela, en realidad, murió cuando él tenía tres
años). Mañana, Nachito la va a llamar diciéndole que está en lo
de unos amigos en las Sierras de Córdoba, que la organización
del viaje y el subirse a una camioneta fueron una sola cosa, todo
en un flash. Esto, a Mary T, primero no le va a llamar demasiado
la atención. Hasta que la noche del sábado decida ir al boliche.
Y vea la ausencia: ninguno de los dos fue a trabajar.
93
violencia, sobre el derecho de matar a los violadores asesinos,
estabas vos y una chica rubia, de lentes, que dijo algo sobre la
defensa personal en las escuelas y vos te le reíste. Ahora Olga
sí le sonríe y después mira para abajo. Luciano les comenta a las
Cossettini: Nuestra compañera de Zumba, acá presente, escribe
unos textos muy copados, sobre género, sobre derechos de los
animales, sobre la... ¿cómo era?, ¿heteronormatividad?, ¿lo dije
bien?, bocha de letras, bueno, sobre eso, y sobre el patriarcado...
También colaboran otras amigas con textos, lo corta Olga, o eso
parece. Helena le dice a Rosa que se siente mejor pero no sabe
si va a volver a la clase, quizás se va para su casa directamente.
Rosa le dice que la espere, que tiene que hacer pis y después se
van juntas. Helena le indica con señas que la espera afuera. No
me imaginaba que eras así, le dice Luciano a Olga. ¿Así?, repite
Olga en un tono agudo y mira a Rosa con los ojos abiertos de par
en par. El sujeto no se puede reducir a sus “posiciones”, porque
antes de la subjetivación ya es sujeto de una falta, le dice Rosa a
Luciano. Este la mira como diciendo ¡¿quéee?!
94
A ver, Luciano, dice Rosa, acomodándose el corpiño deportivo
primero y el rodete después: sujeto no es más que el nombre de
la distancia interior de la sustancia hacia sí misma, el nombre de
este lugar vacío desde el que la sustancia se percibe a sí misma
como algo ajeno.
95
su padre, porque, precisamente, con su padre se las tendría que
ver. El viejo era jodido. Y era el del capital inicial. Y si bien no
esperaba devolución, tampoco iba a estar muy contento con
que su hijo deje, así porque sí, el negocio que él mismo le había
preparado (porque, claro, la idea de adecuar el lugar para que
sea algo más que un gym, para que sea un “Centro de Salud
Integral”, encajando ahí de paso al vejete del Dr. Silva, era del
viejo; y la desesperación por la ancha inutilidad que mostraban
sus hijos, también). Quién diría que Vilca, el cuidacoches, sería
el que le iba a dar la gran idea para sacarse de encima ese local.
97
empresa constructora del padre de Lara, arquitecto retirado,
en su momento (76-82) constructor de barrios estatales en la
Patagonia, actualmente dedicado a la escultura (comparte un
taller con un capo de la U.O.C.R.A) y a vigilar de reojo sus ne-
gocios, posibilitaba la acumulación de departamentos y locales
de la familia, cerrando circularmente los negocios.
98
más que al más garca y enfermo de mis clientes. Hey, Olgui, un
poco de juego limpio en ese mercado, please, se queja Luciano.
Para la gilada nada, la cosa está difícil, dice Olga. Libertad de
mercado, dice Luciano. Libertad del individuo, dice Olga, con
mi sexo hago lo que se me canta. Entonces habilitás a que los
que quieren, no sé... asesinar, cortar a los demás en pedacitos,
lo hagan en pos de su libertad, ellos tienen ganas de hacer eso
con su cuerpo, dice Luciano, y se sonríe a sí mismo en el espejo.
¿Ves que sos una reverenda mierda?, dice Olga mirando a los ojos
al Luciano en el espejo. La libertad individual también puede
ser así, dice Luciano. El parámetro es el daño... (Olga busca la
palabra bizqueando un poco los ojos) injustificado... a los otros
seres, contesta Olga, mirando el W. C. en el que entró hace unos
minutos. ¿Y quién se encarga de poner los límites, esta libertad
sí, esta libertad no: ¿la policía, los jueces, ustedes?, dice Luciano,
buscando la mirada de la Olga que se refleja en el espejo. No sé
a quién mierda te referís como “ustedes”, dice Olga, mirando a
los ojos al Luciano de carne y hueso, pero yo a vos te mataría,
casi por hobbie. Y agrega: Digo casi por hobbie porque quizás
matarte sea también algo necesario, el momento no está como
para soportar a muchos salames como vos. O como ese De
Ángelis, agrega más despacio. Rosa sigue hablando por teléfono,
seguramente sentada en el inodoro, desde afuera se escuchan
palabras sueltas: “escuché...”; “ayer a...”; “está en...”; “nooo, no
fui...”; “te digo que lo escuché, como siempre...” Luciano mira
hacia el cubículo ocupado por Rosa, después mira a Olga Nun a
los ojos. Está más monja que nunca, piensa. Baja la mirada y se
concentra en un tatuaje extraño en el antebrazo derecho. ¿Una
loba?, ¿varias lobas? Olga mira la hora en su celular y después
99
le pregunta a Luciano: ¿Vos, en realidad, querés desplazar a tu
hermano acá en Zoê, con ayuda del kinesiólogo? Luciano se
sonríe, se lleva la mano a los genitales como sin darse cuenta.
Me agarraste, dice. Olga vuelve a mirar la hora. Rosa sale del
cubículo Se acomoda el corpiño deportivo y el rodete, mira la
pantalla de su celular, dibuja un garabato abstracto con el dedo
índice. Después les pregunta lo siguiente a Olga y a Luciano:
¿Alguno de ustedes sabe dónde se metió Rodolfo?, haciendo
Zumba no está. Yo no lo veo hace rato, dice Olga, y agrega mi-
rando a Luciano: ¿qué tal si vamos saliendo? Luciano se mira en
el espejo, se acomoda el pelo, se tira un beso. Rosa está parada
en el centro del baño, mirando la nada, como perdida adentro
suyo; ¿se está riendo?
100
gran edificio, no sin antes asegurarse, por un lado, unos depar-
tamentos y unos locales, y por otro lado, la construcción de
un Centro de Salud Integral, como Zoê pero más grande, para
mucha más gente, en toda la base de la construcción? Mejor si
se podían vender todos los inmuebles lo antes posible; antes de
estar construidos incluso. Se trataba de conseguir inversores
rápido, hacer más grande el proyecto; antes de que se disparara
el dólar, antes de la próxima época de elecciones. ¿Y ante qué
estaríamos? Una gran torre de departamentos, locales, oficinas,
con un gran gimnasio integral en su base. Una máquina de vivir
(según Marco Ferrucci, ahora sí estábamos para algo parecido
a los sueños urbanísticos de Le Corbusier, en otro momento
vistos como abominaciones distópicas). Y Carlo, sí señor, el
confiable y proactivo Carlo, estaría al frente de otros tantos
instructores y couchers dictando clases en los espacios gym de
la base; entrenando duro y bailando. Una Academia Física de la
Población. Porque esto consistiría en una prueba piloto para la
reestructuración sanitaria de la sociedad. Y si todo salía bien,
pronto el modelo se expandiría. Como defensas inmunológicas
funcionando en el Cuerpo Social. Para sanar la sociedad. De
todo esto había hablado lo suficiente (también en su calidad de
cirujano) el papá de Martín y de Luciano, en diversas ocaciones,
desde hace más de una década, con los Ferrucci y con unos
cuantos referentes regionales más, de varios sectores (más que
nada burgueses y burócratas medio mafiosos). Había más que
contactos en la política, ya que esa instancia –la de los contactos–
estaba prácticamente superada según el Dr. David Sales (sí, con
ustedes: el papá de Martín y Luciano). Lo que había ahora era
una gran grieta por la que ellos, con este modelo combinado
101
de lugar de entrenamiento, de trabajo, habitacional, de espar-
cimiento, relacional, podían penetrar en la maquinaria social,
diseminarse, volverse una pieza fundamental de su funciona-
miento, y entonces, obviamente, modificarla. Podían conducir.
Ahora lo entendía. Esa posibilidad había estado desde hacía
mucho tiempo, ahí, esperando a que él, Martín, se diera cuenta.
¿Desde el 2001? ¿el 2017? ¿el 2018? ¿el 2020? Para qué perder
más tiempo, hasta desaparecer, quizás muy lentamente, en la
disgregación. Martín lo había entendido. El instructor guía a las
masas con coreografías, le aseveró casi gritando a Carlo, y las
hace construir un lugar en el espacio seguro y con sentido. Yo me
quería ir al río a vivir, pero lo que tengo que hacer es convertir
todo esto, la realidad misma, en un Río. Carlo recuerda algunas
caras extrañadas del bar de Corrientes que miraban a Martín
mientras hablaba. Ahora nada más tengo que informarles a ellos
que finalmente entendí, dijo Martín, que el Proyecto se pone en
marcha. Y una vez puesto todo en marcha, yo, dijo Martín y se
paró, me voy a ir a cumplir mi sueño: batir el record Guinness
de caminata en línea recta. Pero con otra cara, ya que le voy a
pedir a mi viejo que me haga una cirugía estética en el rostro. Y
a propósito. ¿De qué se trataban exactamente esos métodos del
coreógrafo coreano?, le preguntó Martín a Carlo. ¿Será un buen
modelo? Los detalles, por favor. Si los chinos iban a hacerlo...
102
clase de Zumba está por terminar y Carlo no bajó la intensidad
desde que reanudaron luego del desmayo de la Cossettini; podría
decirse que todo lo contrario. Yanira está cansada, transpirada,
tiene un leve ardor en la planta de los pies. Si el ensayo sale de
acuerdo con lo planeado, mañana a la noche, Nenín va a estar
tatuándole el capítulo de su novela a Nadia.
103
boxeadores amateurs, ex boxeadores profesionales, guardias
de seguridad, serenos antisociales, instructores de Karate, de
Judo, de Tai Chi, de Tae Kwon Do, de Yoga, de Dance Hall, de
Flamenco, de Salsa, de Zumba (colegas), conoce a ex policías,
a barras bravas, a tacheros, a ex tacheros actualmente dedi-
cados al negocio de la chatarra, a camioneros, a patovicas, a
desocupados cultos, a tipos grandes que viven con la mamá, a
pintores borrachos que jamás han vendido un cuadro, a chorros
retirados, a dos programadores, a tipos que mataron; en algunos
casos, una misma persona es varias. Todos, en una u otra forma,
instructores. Todos interesados en una forma de vida parecida.
Todos dispuestos a colaborar en la creación de un movimiento.
Termina el último merengue de la clase. Carlo les recuerda a
todos que “aflojen despacio” y que “antes de que se les vuelva
a endurecer la cara, déjense una sonrisa puesta”. Mary T se le
acerca. ¿Podemos hablar un toque?, le dice. Claro, le contesta
Carlo, mirando para afuera por los ventanales, una escena que
le parece un tanto extraña: Vilca le hace señas con los brazos a
alguien adentro de Zoê, atrás de él unos adolescentes vestidos
de negro miran algo fuera de campo. Cuando Carlo sigue la
mirada del cuidacoches, se da cuenta de que las señales están
dirigidas a Fernando De Ángelis, quien asiente (o eso interpreta
Carlo) con la cabeza.
105
Cuando Axel está por comentarle a la chica de la barra que el
otro día fue con unos amigos a un lugar cerca de Puerto Norte
a tomar cerveza artesanal y a comer unas pizzas rellenas de
verdura, ella gira la cabeza hacia uno de los ventanales y le hace
un gesto a los adolescentes vestidos de negro que están afuera. Y
estos le contestan. La chica de la barra parece algo sorprendida
y sonríe. Carlo, testigo del ida y vuelta de gestos, cree identificar
una señal, un interruptor encendiendo un plan.
107
piensa en Mateo: el chabón ya le había ofrecido “una amega”
a Nenín para el capítulo que iba tatuado alrededor de los geni-
tales, mucho antes de que Yanira y ella fueran a preguntar por
el capítulo que le interesaba a Yanira. Manipulador de mierda.
Él sabía que íbamos a ir a verlo. Y aprovechó, porque quería
entrar a formar parte de esa corte alrededor de Nenín. Nadia
pensó también, mientras veía a través de los ventanales cómo
Yanira hacía como que buscaba algo en su moto, que segura-
mente Mateo había visto alguna pasividad en ella como para
tomarla como... mercancía intercambiable por prestigio. ¿Es
que había que tratar a todo el mundo como si fueran imbéciles
de temer? ¿Y si realmente lo fuéramos? ¿Imbéciles de temer?
No, los sistemas de relaciones son los que nos hacen posibles.
No tendríamos nada que temer. Ocuparnos de eso sí, y cambiar
el tablero de juego, es decir las relaciones, no sólo las reglas del
juego. Yo me entiendo. ¿Me entiendo?
108
Vilca discute algo con los dos adolescentes de negro, tironean
lo que parece ser un maniquí todo forrado con una especie de
vendaje de papel escrito (como una momia con pequeñas letras).
Todos los que acaban de salir de Zoê se quedan parados en la
vereda mirando. Personas que iban pasando por ahí hacen lo
mismo. Se junta un grupo numeroso. La chica de la barra les
hace señas desde adentro a los adolescentes, pero estos están
mirando en otra dirección.
109
La chica de la barra hace, por fin, contacto visual con uno de
los adolescentes de negro, una chica con pecas, quien le indica
con un movimiento de cabeza que vaya hacia donde están. La
chica mira a Nadia, que la está mirando, intercambian sonri-
sas que a pesar de lucir tensionadas se transmiten plácidas,
sonrisas como de desagote. La chica sale de atrás de la barra,
sale de Zoê y cruza la calle. Se agacha para hablar algo con los
adolescentes que sostienen a Vilca en el suelo. Se endereza y va
hasta el maniquí tirado. Lo para con un poco de dificultad. Pasa
el 140 Rojo por Mitre, va casi vacío, excepto por una persona
sentada en uno de los últimos asientos, que va leyendo un pdf
de las Proposiciones en torno a la historia de la danza de Carlos
Pérez Soto en su celular, e interrumpe la lectura cuando ve por
el rabillo del ojo una pequeña aglomeración.
110
Luciano, dice Rosa, te quería proponer algo. El baño está un
poco difuso por el humo del cigarrillo que se acaba de fumar
Luciano hace unos instantes. Yo, esteee, por mi lado, algo me
enteré, dice Rosa y se acomoda el corpiño deportivo y el rodete,
que vos queres quedarte con este local, bah, con el negocio, como
dijo Olga Nun, aunque te reíste de ella. Luciano pone cara de
chino opiado, la mira, la mide, como un abuelo picarón a un
niño tímido. Ponele que fuera así, dice.
111
Y Helena de súbito comprende. O termina de reconfigurarse,
recién, después del desmayo.
113
Yo al cuaderno lo encontré una noche que habíamos salido a
cartonear con mi papá y mi primo, dice la adolescente, Bianca,
y señala a Vilca con la nariz, él a veces venía con nosotros y mi
papá le dejaba quedarse con algunas revistas y libros, si encon-
trábamos, porque hacía años que lo acompañaba, sobre todo
para irle charlando en el carro, de todos los temas, era como
una radio humana, así le decía mi papá: la Radio. Vilca mira el
piso, haciendo algo muy parecido a un puchero. Pero esa vez
me quedé yo con este cuaderno, me llamó la atención leer en la
primera página: “Clase”, una novela de Miriam G. En ese mo-
mento, sentí que tenía que leer esa historia, sí o sí, escrita por
una mujer, como yo, ¡que vivía en mi misma ciudad! Yo, a los
trece, ya había leído dos novelas para chicos (Los días y las noches
de Pipi Panito y El Gato que vivía en el molino), algunos cuentos
de Horacio Quiroga y una novela de Elsa Bornemann, que me
pasó mi primo Vilca. Pero nunca había leído un manuscrito
original. Leí la novela de Miriam. Me gustó. Al final del texto,
después de la palabra FIN, había una fecha y una dirección. Era
la dirección de un departamento en calle Salta (el lugar en donde
Miriam había terminado de escribir la novela). Mary T cambia el
gesto de aburrimiento en su cara por uno de asombro, traslada
su peso de una pierna a la otra. Hace un par de meses, continúa
Bianca, cuando cumplí dieciocho, me corté el pelo, ordené mi
pieza (que ahora tengo sólo para mí porque mi hermano se fue
a vivir a la casa de su novia) y encontré el cuaderno. Y lo volví a
leer. Me gustó más, porque entendí más. Volví a ver la dirección
al final. No sé bien porqué, quizás porque en la primera lectura
ya había tenido ganas, me decidí a ir. Y una tarde fui, toqué el
114
portero, y cuando me atendió una voz de varón, pregunté por
Miriam Gonzales.
115
de esto? Nachito observó por un instante a esa niña, con ropa
vieja pero cuidada y limpia, con un aspecto ordenado, con algo
de prematuramente adulto. No, no sé, dijo Nachito, no habla-
mos mucho de Miriam con mi mamá. Ese día, al irse, Bianca ya
tenía decidido ir y buscar a Angie en ese gimnasio, Zoê, en calle
Mitre, por el que pasaba seguido; la reconocería, pensó, por
las fotos, que la mostraban en al menos tres lugares del living.
Durante la conversación, Nachito había mencionado, y resaltado
pronunciando el nombre del lugar –Zoê– con un acento como
extranjero, esa parte de la rutina de su mamá. Cuestión que a los
tres días fue, a la hora que recordaba había mencionado Nachito,
20:00 hs, y se paró al frente, con una Pritty. Cuando Mary T.,
Angie, llegó, la reconoció de inmediato; estaba igual que en
las fotografías. Inmediatamente se lo comentó al que también
había reconocido unos minutos antes, a pesar de estar bastante
distinto: su primo Vilca, a quien hacía ya un tiempo que no veía;
resulta que cuidaba coches al frente de Zoê.
Parado ahí, con los brazos caídos a los costados, como remos
o las alas de albatros, estoy yo. Petula. Mordiendo el capuchón
de una birome (que quizás de lejos parece un cigarro).
117
Vilca también intenta pararse en un momento, pero se
siente retenido por una fuerza que no sabe determinar. Ahora
está quieto junto con todo, con la boca abierta y un ojo cerrado.
•••
118
Como les conté en dicha ocasión, sus bases de operaciones
están en Corea del Sur y China, pero sus ideas parecen un virus
que se ha propagado en los últimos años por todo el mundo.
Creo que no hace falta que les presente el Dance All. Todos,
o la gran mayoría de los que están viendo este video, han juga-
do, o tienen algún pariente que juega, un novio, una novia, un
vecino, un compañero de clase, del trabajo, alguien. Acá atrás
pueden ver las increíbles gráficas que tiene. Ahora bien, para ese
pequeño grupo de seres abstraídos de lo que pasa a su alrededor,
ahí va un pequeño resumen del juego. Tú eres un general que
conduce el ejército de una mezcla de reino y república federal.
Eliges territorios para invadir, y la estrategia para hacerlo. Pero
lo más interesante viene luego, cuando debes gobernar el nuevo
territorio anexado. Tanto la invasión como la gubernamentalidad
se realizan básicamente a través de la danza. Ambas poblaciones
(los ejércitos invasores y los pueblos conquistados) poseen pasos
de baile articulables en una amplia variedad de coreografías
(algoritmos).
120
No es casual que el impulsor de estos proyectos venga de
Corea del Sur, país que se encuentra en medio del desarrollo
capitalista en expansión y alcanza nuevos niveles de prosperidad
y modernización tecnológica (mientras Samsung socava inclu-
so la primacía de Apple). Corea del Sur es una prueba piloto
(pegada a lo que muchos consideran el callejón sin salida de
los proyectos comunistas del Siglo XX: Corea del Norte). Por
venir de ahí, Jang Keun-suk entendió que este auge del cuerpo
que vivimos, toda esta recuperación del cuerpo, no son más que
«el movimiento y el crepitar de una hoja a punto de caer en el
otoño». Los cuerpos, liberados de las estructuras relacionales
de sus sociedades en descomposición, se agitan a punto de
caer. Estamos por abandonar el cuerpo; y los cuerpos lo saben.
Para sobrevivir, debemos abandonar este planeta, dijo Stephen
Hawking (precisamente él, que pareciera estar abandonando su
cuerpo, convirtiéndose en una inteligencia conectada a máqui-
nas). Escuchen lo que dice sobre Corea del Sur el teórico social
italiano Franco Berardi:
121
individualización, y simultáneamente, se encamina hacia la
conexión definitiva de la mente colectiva.
Corea del Sur posee la tasa de suicidios más alta del mundo.
122
sorprender que Corea del Sur sea el país número uno del
mundo en tasa de suicidios.
•••
123
124
estado de sitio
125
126
Delia no está segura. Para nada. Mejor. Capaz que... Mira
su celu, está apoyado en su cama. Por primera vez lo ve como
algo... algo... vivo! Como una mascota, una mascota enferma.
Siente temor por él, hasta cree acercarse a algo parecido a la
piedad. Se ve un instante, desde afuera, parada, haciendo la
forma de ese sentimiento tan sofisticado, sobre el filo de su vida
de adolescente. Después medio que se desespera. Le palpita algo
al costado de la cabeza. A veces le pasa.
Lo que todos saben, pero algunos dicen y otros dejan que sea
uno el que infiera, es que este virus te expulsa de la adolescencia
y te deja, definitivamente, en la vida adulta.
Para Delia y para todos los adolescentes como ella que conoce,
un adulto no es otra cosa que la mala imitación de un adolescente.
127
eso no fue. Nunina se la pasa haciendo esos test y su celu no
tiene nada. Aunque su hermano Peta ya le dijo: ¡Nunina, tené
cuidado con las boludeces a las que entras con tu teléfono, mirá
que ni siquiera sabes mucho de inglés! Tiene razón. Está jodido
eso. Por ahí te aparecen carteles... ¡en ruso!
128
Sí, bastantes cosas. La vida se le había puesto rara. Percibía,
por ejemplo, cierta desproporción en las escalas. No tanto
tiempo atrás los muebles eran enormes, y las casas, la calle,
inconmensurables. Y ahora se encontraba con que una plaza
era como una habitación, como su habitación. La vida familiar,
que en un momento lo abarcaba todo, se había trizado, prime-
ro, para después abrirse, y dejarla en la vida social. De hecho
le interesaban mucho los temas de la sociedad, en general: ese
hipotético punto en donde el destino de todos confluía. Se pre-
paraba un café, y se ponía a leer los diarios en su teléfono a la
mañana bien temprano, antes de ir al colegio. Si algo le llamaba
la atención y le generaba un comentario ocurrente, lo posteaba
en Twitter. Si algo la conmovía o le daba risa, planeaba algún
posteo para más tarde en el face. Todas las mañanas trataba de
decirles algo a Nunina y a Mecha por Whatsapp, algo lindo,
interesante, amigable.
129
no ayudan, gruñe su hermano mayor, precozmente adinerado
gracias a los flujos.
130
Las veces que se despertó (¿dos, tres?), vio a su mamá condu-
ciendo. Y la introdujo en el sueño. Desde que había echado a su
papá, por última vez, siendo ella aún beba, su mamá se dedicaba
más que nada a su trabajo en el ANSES, y últimamente, a los
sitios de citas, con no muy buenos resultados. Su hermana del
medio se fue a vivir a España apenas terminó la secundaria y
entonces su hermano volvió a vivir con ellas, según él para no
dejar sola a su mamá, aunque justo coincidió con su separación
y el final de su contrato de alquiler.
Rata Salinas le ofreció uno robado. Bah, él dijo que era robado;
a Rata le gusta decir que es un delincuente. Conejo le dijo que
le prestaba plata. En realidad, le dijo que se lo compraba con la
tarjeta de su vieja, y después ella le iba pasando las cuotas, y un
algo más, jejej. Ni ahí, le dijo al primero, y andate a la puta que
te parió con tarjeta, al segundo.
131
zigzagueando y diciendo un poco a los gritos que si Delia, si el
teléfono de Delia, se hubiera descompuesto del todo, no podría
ni prenderlo, ni mucho menos apagarlo, porque muchas veces
pasaba eso, algo no podía apagarse. Mirá, te acabo de mandar
un whatssap le dijo Mecha. Delia sacó su aparato de la mochila
y lo miró. No me llegó nada. Fijate si tenes señal, le dijo Toti,
y se puso a tirar freestyle. Rimaba dobletempo, como poseído
por una cruza de Kódigo con Osvaldo Lamborghini. Agudo y
obsceno. Y Mecha se meaba de risa y metía beatbox. Ahí me
llegó, dijo Delia. Pero no puedo abrir el mensaje. Toti y Mecha
seguían con el hip-hop. Llegó el taxi y se fue a dormir. De eso
hacía una semana. No se había cruzado a los Salinas desde
entonces, ni a Toti. Menos mal.
132
caminando apuradas, como asustadas. Inspiró fuerte, cerró los
ojos, exhaló. Cuando abrió los ojos, por un segundo le pareció ver
algo sorprendente, aunque supo inmediatamente que no podía
ser cierto: un jeep... ¡manejado por un enorme panda! Cuando
pestañeó por un leve ardor en la vista, la imagen ya no estaba.
Estiró un poco el cuello para ver más allá, calle abajo, pero los
árboles estaban crecidos y no la dejaron ver mucho.
133
Conquista del Polo con telefonía celular
134
como agarrando fuerte, sosteniendo, ¿amando?, ¿violentando?,
a la de la izquierda. Eso no se entendía bien. El brazo izquierdo
de él pasaba por sobre el hombro, ¿el cuello?, de ella, que tenía los
ojos entrecerrados, y un gesto extraño en los labios. Las piernas
se entrecruzaban, como moviéndose; podía ser que él estuviera
haciendo mucha presión con su pierna izquierda sobre la pierna
izquierda de ella, o podía ser que las piernas de ella estuvieran
sosteniendo, apretando, capturando la pierna izquierda de él,
mientras un poco de su cadera, la de ella, sostenía la ingle, el
nacimiento de la otra pierna de él. Delia no supo si estaban
amándose, o por coger, o peleándose, o todo a la vez. ¿Estaban
sufriendo o estaban gozando? En la foto no quedaba claro.
135
Prendió el cigarrillo al revés. Mierda. Como estaba en el
patio, tuvo que volver a la habitación de su hermano a buscar
otro Marlboro. De vuelta, decidió fumárselo a mitad de camino,
sentada en la escalera. Seguro eran alrededor de las ocho, ocho y
media, y su hermano no venía hasta las doce y media, una. Y su
mamá era probable que no viniera, al menos hasta la madrugada.
Su mamá.
Su papá.
Su teléfono celular.
136
dado cuenta de que esas fotos estaban tomadas por alguien, por
otra persona... que estaba presente.
137
El ruido de las llaves la despertó. Se había quedado dormi-
da en el sillón mirando Netflix. Eso sí, antes de hacerlo, había
guardado la notebook de su papá en donde la había encontrado.
Y antes de eso, había mirado el video que había en la carpeta y
leído uno de los PDFs.
138
Sonó el ringtone de su celular. ¿Lo bajó? ¿No estaba arriba,
en su habitación? No podía no acordarse, estaba requemada.
Parecía estar cerca. Se fijó abajo de los almohadones; ahí estaba.
Era Mecha. Atendió. Hola, boluda, dijo. Te acabo de mandar
un video, dijo Mecha. Es uno en el que una mina se despierta de
dormir y se da cuenta que le tapiaron las ventanas de su habita-
ción. Tenés que pasarlo, Deli, hay que hacerlo viral.
139
En la pantalla del celu apareció un cartel que decía «salí».
Delia miró la puerta de calle y caminó en esa dirección. Abrió
y salió a la calle.
140
Afuera, el cielo, y prácticamente todas las cosas, están ba-
ñadas por una luz ámbar, hay una atmósfera eléctrica. Parece
hecha de voltaje. Ni de día ni de noche. A medida que camina
por las veredas, va viendo grupos que siguen a un instructor,
a alguien que sabe. Cientos de personas con un agujero negro
en el medio, un espacio vacío que los separa de sí mismos, si-
guiendo a personas que hacen flores, molinos y ruletas negras
con esos agujeros negros, para luego ofrecérselos, vendérselos
a los primeros, los que no saben. Directores de conciencia y
de conducta marcan los rumbos de masas de consumidores
desinformados. Delia ve personal trainers, wedding planners,
coaches, instructores de artes marciales, plásticas, de disciplinas
milenarias, de instrumentos musicales, oradores vocacionales,
motivacionales, chamanes, gurúes, punteros, corriendo desafo-
rados por veredas, por parques, por playas de estacionamiento
de supermercados, por avenidas, seguidos por multitudes, en
una carrera pánica y multiforme, a lo zombie, con una vora-
cidad de la nada, de la salvación. Delia ve que la mayoría va
ejecutando movimientos dirigidos, reproduciendo calcos de un
plan en la carne: saltan, trotan, se agachan, se flexionan, dejan
caer la cabeza, enderezan la columna, endurecen el abdomen,
respiran rápido, exhalan mientras relajan los músculos, giran
la cabeza a la vez que aplauden, se trepan a los árboles, se tiran
al pasto, se conectan con la Pacha, se expanden en vórtices de
libertad asumida, contraen los músculos de la cadera, previo
a soltarlos al son de los tambores, de los vientos, de las ondas
141
que se ondulan y desenredan como serpentinas, que rodean,
que acogen, que replican y proyectan los cuerpos, en cascada,
bailando, entrenando, meditando, haciendo fitness, footing,
twerking, jogging, parkour, pagando aranceles, costeando au-
togestivamente, siguiendo dietas, rutinas, cronogramas. Delia
camina y ve clases, grupos afines, terapéuticos, autoconvocados,
formados por la propaganda, auspiciados por grandes mar-
cas, por instituciones. Ve doctores universitarios preparando
licenciados universitarios, ve guías espirituales regañando a
perdidos y confundidos, ve ídolos hipnotizando fanáticos, ve
transas perseguidos por manijas que les exigen que les vendan,
ve vendedores acarreando compradores, ve perversos guiando
histéricos, ve al Flautista de Hamelin llevándose a las ratas y a
los niños, ve pastores arreando ganado... Presta atención, no
ve docentes, maestros, educando alumnos. Sí ve aranceles, que
van y vienen, que van pero no vienen, que se mueven rápido,
que fluyen y alimentan gigantescas fuentes privadas. Todo y
todos se mueven. Al menos dan esa impresión. Todas las cosas
parecen emitir esa luz ambarina que lo tiñe todo, redundando.
Algunos gritan que son esas enormes fuentes las que iluminan
hasta la ceguera. Otros gritan que no hay nada de nada, y corren,
desesperados. Algunos llegan a flotar quince segundos, veinte;
otros, en determinado momento, comienzan a cavar, como
construyendo madrigueras. Las direcciones son aleatorias,
los grupos, los colectivos, las hordas, las manadas, se cruzan,
se chocan, se mezclan, convergen, se separan, se enfrentan, se
dispersan, se superponen, se equivalen y se diferencian. Vamos
para allá dice alguien que se supone sabe; vamos, dicen los di-
vididos en ellos mismos.
142
Delia ve los edificios recortados en el dorado, que ya le
molesta, del horizonte. Ve un lugar llamado Zoê, llenándose
de gente. Y en una perspectiva extraña, ve también los campos,
las rutas. Ve, aún un poco disperso, un colectivo, haciéndose.
Delia siente que en cualquier momento puede llegar a ellos o
ellos pueden llegar a ella.
143
El ruido de las llaves la volvió a despertar. Se había vuelto a
quedar dormida con el cuello torcido en el sillón. Se sintió atra-
pada en ese living. Recordó fragmentos del sueño. Su teléfono
andaba a la perfección.
144
El rostro de su mamá estaba iluminado a medias por el vela-
dor que había encendido. Al menos en ese costado, no sonreía.
Se durmió.
145
El ruido de unas llaves la vuelve a despertar...
146