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DICCIONARIO
FREUDIANO
DE
PSICOANALISIS

Por
José Luis Valls
y otros

© Varios autores 1998-2003 | Todos los derechos reservados


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Diccionario
Freudiano
de
psicoanalisis
Por José Luis Valls y otros
3

ACLARACIONES
Al final de casi todas las entradas el lector encontrará [José Luis Valls,
Diccionario freudiano] porque unas pocas no fueron escritas por este
psicoanalista argentino. Al comienzo, [freud.] quiere recordar que el Dr.
Valls se propuso escribir un diccionario “freudiano” y no “de psicoanálisis”,
como lo llamamos en esta edición, con una expresión más popular.

Ricardo Bruno
Ricardo Bruno fue entre 1978 y 1998 asesor literario de la Revista de
Psicoanálisis de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina), y ha dirigido
el Diccionario de Psicología (Ed. Claridad, Buenos Aires, 2000).
Actualmente modera la lista de correos
http://groups.yahoo.com/group/lenguasuelta/

Este Diccionario tiene registro de propiedad intelectual, y fue cedido gentilmente por el Dr. José Luis
Valls por la intermediación de Ricardo Bruno. Periódicamente se irán agregando nuevas entradas.
Pablo Cazau
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Indice general
01 Abasia (astasia-abasia) – Abreacción - Acción específica (o acorde a un fin) - Activo-pasivo -
Acto fallido – Afecto – Agorafobia – Aislamiento - Alianza Fraterna - Aloplástica, conducta - Alteración
del yo - Alteración interna - Alucinación pag. 8
02 Amencia de Meynert (confusión alucinatoria aguda) - Amnesia infantil – Amor - Amor de
transferencia – Analogía –Angustia - Angustia, teoría de la - Angustia ante el superyo - Angustia
automática - Angustia de castración - Angustia de muerte - Angustia de pérdida de amor - Angustia
de pérdida de objeto - Angustia neurótica - Angustia realista - Angustia señal pag. 18
03 Anulación de lo acontecido - Añoranza, investidura de - Aparato psíquico - A posteriori -
Apremio de la vida (ananke) - Apronte angustiado - Apuntalamiento o apoyo – Arte – Asco -
Asistente ajeno – Asociación - Asociación libre - Ataque histérico – Atención - Atención libremente
flotante pag. 28
04 Autoerotismo - Autoestima (sentimiento de sí) - Autoplástica, conducta – Autorreproches -
Banquete totémico - Barreras- contacto - Belle indifférence - Beneficio primario (de la enfermedad) -
Beneficio secundario (de la enfermedad) – Bisexualidad - Bordeline, personalidad - Cantidad de
excitación – Carácter - Carta 52 (a Fliess) - Castigo, necesidad de pag. 38
05 Catarsis - Catarsis, según Freud – Celos – Censura - Ceremonial obsesivo – Chiste – Cloaca –
Cómico - Complejo de castración - Complejo de Edipo - Complejo del semejante - Complejo materno
- Complejo paterno – Comprensión – Compulsión - Compulsión a la repetición pag. 48
06 Conciencia - Conciencia moral – Condensación - Conflicto psíquico – Construcción - Contenido
latente (del sueño) - Contenido manifiesto (del sueño) – Contiguidad – Contrainvestidura –
Contratransferencia – Conversión - Cosa (del mundo) - Creencia (en la realidad) – Cualidad - Culpa,
conciencia de - Culpa primordial - Culpa, sentimiento de - Culpa, sentimiento inconciente (o
necesidad de castigo) - Cultura (humana) - Curación por el amor pag. 61
07 Defensa - Defensa, mecanismos de - Degradación del objeto erótico (o sexual) – Delirio –
Depresión – Deseo – Desesperación – Desestimación – Desexualización - Desinvestidura (sustracción
de la investidura) – Desmentida – Desplazamiento – Desvalimiento - Dinámica psíquica – Displacer –
Dolor pag. 74
08 Domeñamiento pulsional – Duelo Economía psíquica - Elaboración secundaria - Elección de
objeto – Ello - Energía indiferente - Energía libremente móvil - Energía ligada – Masturbación -
Muerte, representación de la – Neocatarsis - Neurastenia, según Freud - Psicoanálisis de control -
Psicoanálisis de niños - Psicoanálisis didáctico pag. 88
BI Biografías de casos de Freud: Anna O - Cecilia M – Emma - Emmy von N – Katharina - Lucy R,
Miss - Mathilde H - Rosalía H pag. 99

© Varios autores 1998-2003 | Todos los derechos reservados


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Indice por palabra
Abasia (astasia-abasia) pag. 8
Abreacción pag. 8
Acción específica (o acorde a un fin) pag. 9
Activo-pasivo pag. 10
Acto fallido pag. 11
Afecto pag. 12
Agorafobia pag. 13
Aislamiento pag. 14
Alianza Fraterna pag. 14
Aloplástica, conducta pag. 15
Alteración del yo pag. 15
Alteración interna pag. 17
Alucinación pag. 18
Amencia de Meynert (confusión alucinatoria aguda) pag. 18
Amnesia infantil pag. 19
Amor pag. 19
Amor de transferencia pag. 21
Analogía pag. 21
Angustia pag. 22
Angustia, teoría de la pag. 22
Angustia ante el superyo pag. 23
Angustia automática pag. 24
Angustia de castración pag. 24
Angustia de muerte pag. 25
Angustia de pérdida de amor pag. 25
Angustia de pérdida de objeto pag. 26
Angustia neurótica pag. 27
Angustia realista pag. 27
Angustia señal pag. 27
Anulación de lo acontecido pag. 28
Añoranza, investidura de pag. 29
Aparato psíquico pag. 29
A posteriori pag. 32
Apremio de la vida (ananke) pag. 32
Apronte angustiado pag. 33
Apuntalamiento o apoyo pag. 33
Arte pag. 34
Asco pag. 34
Asistente ajeno pag. 35
Asociación pag. 36
Asociación libre pag. 36
Ataque histérico pag. 37
Atención pag. 37
Atención libremente flotante pag. 38
6
Autoerotismo pag. 38
Autoestima (sentimiento de sí) pag. 39
Autoplástica, conducta pag. 40
Autorreproches pag. 40
Banquete totémico pag. 40
Barreras- contacto pag. 41
Belle indifférence pag. 42
Beneficio primario (de la enfermedad) pag. 42
Beneficio secundario (de la enfermedad) pag. 42
Bisexualidad pag. 43
Bordeline, personalidad pag. 44
Cantidad de excitación pag. 44
Carácter pag. 46
Carta 52 (a Fliess) pag. 47
Castigo, necesidad de pag. 48
Catarsis pag. 48
Catarsis, según Freud pag. 49
Celos pag. 49
Censura pag. 50
Ceremonial obsesivo pag. 51
Chiste pag. 52
Cloaca pag. 53
Cómico pag. 53
Complejo de castración pag. 54
Complejo de Edipo pag. 55
Complejo del semejante pag. 57
Complejo materno pag. 58
Complejo paterno pag. 58
Comprensión pag. 59
Compulsión pag. 60
Compulsión a la repetición pag. 60
Conciencia pag. 61
Conciencia moral pag. 62
Condensación pag. 63
Conflicto psíquico pag. 64
Construcción pag. 64
Contenido latente (del sueño) pag. 66
Contenido manifiesto (del sueño) pag. 66
Contiguidad pag. 66
Contrainvestidura pag. 67
Contratransferencia pag. 68
Conversión pag. 68
Cosa (del mundo) pag. 69
Creencia (en la realidad) pag. 69
Cualidad pag. 70
Culpa, conciencia de pag. 71
Culpa primordial pag. 71
7
Culpa, sentimiento de pag. 72
Culpa, sentimiento inconciente (o necesidad de castigo) pag. 72
Cultura (humana) pag. 73
Curación por el amor pag. 74
Defensa pag. 74
Defensa, mecanismos de pag. 75
Degradación del objeto erótico (o sexual) pag. 76
Delirio pag. 77
Depresión pag. 79
Deseo pag. 79
Deseperación pag. 83
Desestimación pag. 83
Desexualización pag. 84
Desinvestidura (sustracción de la investidura) pag. 84
Desmentida pag. 85
Desplazamiento pag. 85
Desvalimiento pag. 86
Dinámica psíquica pag. 86
Displacer pag. 87
Dolor pag. 87
Domeñamiento pulsional pag. 88
Duelo pag. 89
Economía psíquica pag. 90
Elaboración secundaria pag. 90
Elección de objeto pag. 91
Ello pag. 91
Energía indiferente pag. 92
Energía libremente móvil pag. 93
Energía ligada pag. 93
Masturbación pag. 93
Muerte, representación de la pag. 94
Neocatarsis pag. 96
Neurastenia, según Freud pag. 96
Psicoanálisis de control pag. 97
Psicoanálisis de niños pag. 97
Psicoanálisis didáctico pag. 98

Biografías de casos de Sigmund Freud pag. 99

Anna O pag. 99
Cecilia M pag. 100
Emma pag. 101
Emmy von N pag. 101
Katharina pag. 102
Lucy R, Miss pag. 102
Mathilde H pag. 103
Rosalía H pag. 104
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ABASIA (ASTASIA-ABASIA)
José Luis Valls

[Freud.] Tipo de afección característico de la histeria de conversión*, aunque también se lo encuentre en algunos
trastornos neurológicos. Consiste en una fuerte dificultad de caminar, la que puede llegar hasta la imposibilidad
absoluta, sin tener el paciente parálisis en los miembros inferiores y pudiendo realizar con éstos otro tipo de
movimientos correctamente. Es el síntoma* predominante de Elisabeth von R.*, una de las pacientes más famosas de
la primera época de Freud. “[La señorita Elisabeth von R.] padecía de dolores en las piernas y caminaba mal [...]
Caminaba con la parte superior del cuerpo inclinada hacia adelante, pero sin apoyo; su andar no respondía a ninguna
de las maneras de hacerlo conocidas por la patología, y por otra parte ni siquiera era llamativamente torpe. Sólo que
ella se quejaba de grandes dolores al caminar, y de una fatiga que le sobrevenía muy rápido al hacerlo y al estar de
pie; al poco rato buscaba una postura de reposo en que los dolores eran menores, pero en modo alguno estaban
ausentes. El dolor era de naturaleza imprecisa; uno podía sacar tal vez en limpio: era una fatiga dolorosa. Una zona
bastante grande, mal deslindada, de la cara anterior del muslo derecho era indicada como el foco de los dolores, de
donde ellos partían con la mayor frecuencia y alcanzaban su máxima intensidad. Empero, la piel y la musculatura
eran ahí particularmente sensibles a la presión y el pellizco; la punción con agujas se recibía de manera más bien
indiferente. Esta misma hiperalgesia de la piel y de los músculos no se registraba sólo en ese lugar, sino en casi todo
el ámbito de ambas piernas. Quizá los músculos eran más sensibles que la piel al dolor; inequívocamente, las dos
clases de sensibilidad dolorosa se encontraban más acusadas en los muslos. No podía decirse que la fuerza motriz de
las piernas fuera escasa; los reflejos eran de mediana intensidad, y faltaba cualquier otro síntoma, de suerte que no
se ofrecía ningún asidero para suponer una afección orgánica más seria. La dolencia se había desarrollado poco a
poco desde hacía dos años, y era de intensidad variable” (1893a, A. E. 2:. 151-2). En el historial de “Elisabeth von
R.” Freud logró hacer una reconstrucción bastante exhaustiva de cada uno de los elementos de la conversión histérica
correspondientes a su parte asociativa, vinculándolos con distintos momentos en que a través de éstas, las zonas
histerógenas*, se habían concretado cierto tipo de vínculos con el marido de su hermana, todos los que participaban
a su vez de una fantasía global incestuosa en el vínculo con este cuñado y ante la cual la parálisis expresaba,
simbólicamente, el giro lingüístico de “No avanzar un paso” (A. E. 2:188). Durante el tratamiento la cura del síntoma
histérico se va produciendo a medida que vuelven a la memoria consciente todos estos hechos traumáticos cargados
de momentos de hiperexcitación libidinal; como pruebas de su participación en la idea global incestuosa. El significado
del síntoma va entonces pasando al proceso secundario*, y se puede así expresar ahora el deseo* con palabras y
descargarlo por abreacción*. No se necesita más, por lo tanto, de la expresión corporal sintomática. El significado del
síntoma tiene aquí entonces dos vertientes: como símbolo mnémico* de los sucesos que produjeron la excitación o
las contigüidades de ellos, dejando hiperalgesia o anestesia de esas zonas histerógenas. La otra está en su globalidad
impidiendo la acción, como contrainvestidura* del deseo* incestuoso, del que es un retoño el amor al cuñado. A este
último corresponde esencialmente la astasia-abasia que es un trastorno motriz contrario al deseo reprimido. Sería
una metáfora cuya significación es la contraria a la satisfacción del deseo, a favor de la represión defensiva yoica.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ABREACCION
José Luis Valls

[Freud.] Mecanismo principal de la cura de la psicoterapia propuesto por Breuer y Freud en la “Comunicación
preliminar”, de Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos (1893a). La cura consistía básicamente en la
expresión en palabras del suceso traumático reprimido, acompañada de la liberación del afecto* retenido en
oportunidad del trauma*, ambas cosas no recordables en la vida normal de vigilia. Para la revivencia, la técnica más
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utilizada era la hipnosis. “[...] los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retornar cuando se
conseguía despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al mismo tiempo el
afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso de la manera más detallada posible y
expresaba en palabras el afecto” (A. E. 2:32). La abreacción consistía en la descarga del afecto retenido junto a la
representación* responsable de él, la que había sido separada, al formarse el síntoma*, de la consciencia* a una
“consciencia segunda”. Se la retornaba de ésta por medio de la hipnosis. Al ser entonces recordada y hablada la
escena traumática, se “abreaccionaba” el afecto correspondiente que no había sido descargado en su momento, por
diferentes causas. Derivado el afecto, la escena traumática perdía su valor patógeno, pasando a ser idéntico al de una
representación cualquiera, y cesando por lo tanto el síntoma. Definiríamos, entonces, la abreacción como una
descarga afectiva actual, producida durante la cura, del afecto correspondiente a un trauma psíquico de otrora, que
no se descargó en aquel momento, quedando, mientras tanto, en una consciencia segunda alejada del comercio
asociativo y generando, desde ahí síntomas y ataques histéricos*. El esquema básico, a pesar de estar principalmente
centrad en la revivencia con descarga afectiva y el recuerdo* de la escena traumática, y no en la reelaboración* de
ella, y de no tener todavía claridad conceptual el concepto de inconsciente* más que merced a lo que aquí llama
“consciencia segunda”, es muy similar al luego trabajado por Freud en la primera tópica e incluso en la segunda. Se
cumplen, en gran parte, reglas psicoanalíticas importantes como el hacer consciente lo inconsciente (aquí
“consciencia segunda”) y rellenar ciertas lagunas mnémicas. El centro de la escena lo ocupa el alivio sintomático,
lugar de que fue desplazado* con el tiempo, quizá en demasía, volviéndose importante su recuerdo actualmente, en
una nueva “vuelta de tuerca”, para darle el lugar que le corresponde en el mecanismo de la cura. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

ACCION ESPECIFICA (O ACORDE A UN FIN)


José Luis Valls

[Freud.] Acción adecuada realizada por el sujeto en el mundo exterior al que altera en algo. Merced a ella produce
una descarga duradera en la fuente de la pulsión*. Se contrapone, en ese sentido, a la “alteración interna”*
(expresión de emociones) y a la satisfacción alucinatoria de deseos*, las que, justamente, no producen descarga en
la fuente pulsional. Freud la mencionó en el Proyecto de psicología (1950a [1895]) y en La interpretación de los
sueños (1899-1900), pero está implícita en muchos de sus otros trabajos, desde el texto sobre “la neurosis de
angustia” (1894-1895), pasando por La represión (1915), hasta El malestar en la cultura (1929-1930). Por ejemplo,
en Pulsiones y destinos de pulsión (1915) dice que la fisiología “[...] nos ha proporcionado el concepto de estímulo y
el esquema del reflejo, de acuerdo con el cual un estímulo aportado al tejido vivo (a la sustancia nerviosa) desde
afuera es descargado hacia afuera mediante una acción. Esta acción es “acorde al fin”, por el hecho de que sustrae a
la sustancia estimulada de la influencia del estímulo, la aleja del radio en que éste opera”. Renglones más abajo dice
que “la pulsión sería un estímulo para lo psíquico [...] el estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del
interior del propio organismo”, además de que “no actúa como una fuerza de choque momentánea, sino siempre
como una fuerza constante”. [ ... ] “Será mejor que llamemos ‘necesidad’ al estímulo pulsional; lo que cancela esta
necesidad es la ‘satisfacción’. Ésta sólo puede alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada),
de la fuente interior de estímulo” (1915, A. E. 14:. 114). Por lo tanto la acción específica debería ser el fin del arco
que comienza en el polo perceptual* del modo de una sensación displacentera que se expresa como afecto*
(alteración interna, expresión de emociones, llanto, inervación vascular) y que se dirige a través del aparato psíquico*
luego, ligándose con las representaciones* que conducen a la acción específica. Esta debe realizarse en el polo
motor* y disminuirá, entonces, la sensación de tensión que se había producido al entrar el estímulo en el aparato
psíquico. El concepto de acción específica, referido originalmente a la pulsión de autoconservación*, se complejiza
muchísimo al referirlo a la pulsión sexual*, pues es en los avatares de ésta donde existe básicamente el conflicto
generador de las escisiones y enfrentamientos entre partes del aparato psíquico. Y se complejiza aún más si
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agregamos la pulsión de muerte* y su deflexión hacia el exterior del sujeto a través del aparato muscular, o sea
pulsión de destrucción*. Incluso la reintroducción de ésta vuelta contra el yo* desde el superyó*, o la que queda
flotando desde un principio en el aparato psíquico como masoquismo* primario o erógeno. En todos estos casos la
acción en que debe culminar el esfuerzo (Drang) de la pulsión pierde especificidad o ésta se hace más relativa. Por
ejemplo: ¿Se puede considerar a la sublimación*, una acción específica? ¿Y a la perversión*? La pulsión busca la
descarga. En su enfrentamiento con la cultura* (en parte exterior, al aparato psíquico, en parte interior a él como es
el caso del superyó) puede “sucumbir” o se desinvestida su representación (sepultamiento* o represión exitosa), o
puede satisfacerse en forma sustitutiva como en 1 sublimación (satisfacción parcial, pero satisfacción al fin). También
puede descargarse en parte a través de la alteración interna (expresión afectiva) por ejemplo como angustia*; o por
retorno de lo reprimido* por fallas de la represión que generan síntomas (degradación de la pulsión, o satisfacción
pulsional que no puede de ser sentida como tal) neuróticos. La pulsión también puede descargarse en forma
perversa. Desde luego puede hacerlo e forma “normal”, como lo serían las acciones sexuales permitida en general por
la cultura. En términos generales la problemática hasta ahora expuesta respecto de la pulsión sexual gira alrededor
de la libido* objetal y sus conflictos. En cuanto a la libido narcisista también ésta tiene su propia problemática cuando
no consigue devenir en libido objetal. En el caso de las perversiones, se consigue u espacio intermedio de satisfacción
libidinal entre objetal y narcisista (objetal por satisfacerse en un objeto y narcisista por representar éste al yo). Si se
satisface entonces la pulsión narcisista erotizada se generarán conflictos con la cultura, en lo vínculos sociales, al no
estar la pulsión homosexual inhibida en su meta (pulsión social). Incluso puede haber conflictos con el superyó y
éstos generar los aspectos neuróticos (sentimiento de culpa*) de una perversión. La libido narcisista se satisface en
gran parte (en el adulto) complaciendo al ideal del yo* que exige sublimación. Por lo tanto, las acciones que realizará
el yo deberán apuntar en es dirección; también la libido narcisista se satisface con el amor proveniente de los
objetos*. En las psicosis*, la libido es puramente (en términos generales) narcisista y la acción es autoplástica*. No
se necesita modificar el mundo exterior, se puede regresar al autoerotismo*. La acción es pura o casi pura
“compulsión de repetición”*, pierde así su característica de acorde a un fin. En cuanto a las principales posibilidades
que poseemos de acción específica existen, entonces, los ya mencionados acto sexuales permitidos por la cultura, y
básicamente los vínculos de meta inhibida como la ternura, la amistad, las actividades grupales y sociales, las
actividades sublimatorias en general (libido homosexual). Al irse inhibiendo la meta se va generando la necesidad de
variación del tipo de acto, dado lo parcial de su satisfacción, lo que a su vez da cabida y hasta impone la actividad
creativa y cambiante, característica de la cultura pero no de la pulsión. La creación resulta, entonces, más bien un
efecto cultural sobre la compulsión repetitiva pulsional. Resumiendo: la acción específica o “acción acorde al fin”, es la
descarga parcial o total de la fuente que realiza el yo en forma adecuada (según la pulsión esté más o menos
desexualizada*). Esta adecuación se produce, en forma importante, al ser aceptada la acción de descarga por el
superyó (representante de la cultura y el narcisismo* en el aparato psíquico) y por la cultura (su no adecuación a ésta
le producirá “angustia social”). Las así diferentes y cambiantes formas de descarga pulsional, aunque limitadas
seriamente por todos estos procesos, producirán bienestar. Implican una acción en el mundo exterior “que cambiará
la faz de la tierra”, una adecuación al principio de realidad*, pleno funcionamiento del proceso secundario*,
incluyendo probablemente cierta dosis de agresión* (odio* perteneciente en parte a la pulsión de autoconservación, a
la pulsión sexual y a la pulsión de destrucción), y tan extrema complejidad se consigue contadas veces en la vida del
sujeto, a merced de tantos vasallajes opuestos constantemente. De todas maneras es una aspiración constante y
debe ser incluida en el concepto de salud. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ACTIVO-PASIVO
José Luis Valls

[Freud.] Puede hablarse de varias polaridades en la vida anímica: sujeto (yo*)-objeto* (mundo exterior), placer*-
displacer*. Activo-pasivo es una de ellas. La actividad es una característica universal de las pulsiones* que tiene que
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ver con el esfuerzo (Drang) o sea su factor motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que
representa. Toda pulsión, en ese sentido, es un fragmento de actividad. Pero ¿hay pulsiones pasivas? Una pulsión es
activa en cuanto a su esfuerzo, su perentoriedad, su factor motor, pero puede ser activa o pasiva en cuanto su meta.
A esto último aluden los destinos de pulsión anteriores a la represión*, como la vuelta contra la persona misma* y
vuelta de la actividad a la pasividad. Los ejemplos más claros son los pares sadismo-masoquismo y el mirar-ser
mirado, en los que de la meta activa (sadismo, mirar) se pasa a la pasiva (masoquismo*, ser mirado). Pueden ocurrir
en la vida del sujeto, en su prehistoria infantil sobre todo, situaciones traumáticas* que fijen a la pulsión o a su meta,
transformándola de activa en pasiva y derivar luego esto en rasgo de carácter*. En el análisis del “Hombre de los
lobos”, Freud mostró cómo en la pulsión inicialmente ambivalente (activa y pasiva) predominaba al principio la
tendencia activa. Después de un hecho traumático (ser seducido por la hermana), precedido por un amenaza de
castración, la pulsión regresó de su incipiente y adelantada genitalidad, a la fase sádico-anal con meta pasiva, 1 que
hizo que cambiara su carácter de bondadoso a díscolo buscando masoquistamente el castigo paterno. Esta pasividad
quedó fijada y. derivó en un rasgo de carácter distintivo de “Hombre de los lobos” adulto. También apareció en uno
de su síntomas* histéricos más rebeldes, como la constipación. En el pequeño Hans aparecen algunos ejemplos de la
dupla mirar-ser mirado como alternativamente cambiantes, los que posteriori* son reprimidos y transformados en ese
dique pulsional que es la vergüenza*. Las pulsiones de meta activa o pasiva se presentan tanto en el niño como en la
niña. Lo más común es que las pasivas predominen en la niña y las activas en el varón. A lo que por supuesto
contribuyen de hecho las costumbres culturales. Después de la pubertad, prácticamente tomarán el carácter de
masculinas (activas) o femeninas (pasivas). La pulsión de meta pasiva retiene el objeto narcisista (el yo), a diferencia
de la activa, cuya meta está en el objeto. De aquí podrán derivarse las diferencias que posteriormente existirán entre
las maneras del enamoramiento masculino (el deseo* activo de amar al objeto) y el amor* femenino (el deseo pasivo
de ser amada por el objeto), como características masculinas y femeninas en general. Las pulsiones sexuales* son,
entonces y en cuanto a su meta, activas o pasivas (aunque pueda haber variaciones de acuerdo a los hechos
traumáticos que sucedan al sujeto) desde un principio. Con el advenimiento de la etapa fálica, se les suma la
diferenciación fálico-castrado, la que llega a masculino-femenino en el momento del desarrollo puberal. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

ACTO FALLIDO
José Luis Valls

[Freud.] Acto aparentemente erróneo realizado por el yo* oficial (Prec. y Cc.), que posee un significado de realización
de deseos* reprimidos. En realidad no es un error sino un acto que puede ser sumamente complejo de realizar, pero
que es visto o juzgado por la consciencia* o, mejor dicho, por el yo consciente, como fuera de sus intenciones. Las
intenciones son las del ello* inconsciente, las que a través de símbolos, de analogías* o de contigüidades* entre las
representaciones* consiguen por un momento comandar la acción y, en cierta manera, producir la identidad de
percepción*. Se da lugar así a una filtración del proceso primario* en el proceso secundario* a través de un acto (el
hablar también es un acto), esto lo considera el yo consciente como un error, o acto fallido. Freud describe distintos
tipos de actos fallidos como el olvido*, en el habla o en la acción, de nombres propios, palabras extranjeras, nombres
y frases, impresiones y designios; el trastrabarse, deslices en la lectura y en la escritura, el trastrocar las cosas
confundido, acciones casuales y sintomáticas, errores en general y operaciones fallidas combinadas. Serían, al igual
que los sueños y los síntomas, realizaciones de deseos reprimidos Inc., no reconocidos como propios por el yo oficial.
La explicación dada por Freud al fenómeno se sustenta solamente (como en el caso de los sueños y los síntomas
excepciones) en la primera tópica y primera teoría pero se puede enriquecer con la teoría de la pulsión y la
estructural (véase: aparato psíquico), utilizando para ello explicaciones realizadas por él mismo con respecto a
similares, es el caso de los sueños punitorios* que como “[...] cumplimientos de deseos, pero no de las mociones
pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica” (1933, A. E., 22:26), o del
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humor*. En esta misma línea Freud describe a las personas con necesidad de castigo*, la que se infiere por su
propensión a accidentes, enfermedades autodestructivas, etcétera. Los castigos son atribuidos al destino, etcétera. En
realidad provienen del superyó* inconsciente o son buscados inconscientemente por el yo para expiar el sentimiento
inconsciente de culpa* que le produce el superyó. A diferencia del acto fallido clásico, en éstos se satisfaría el
autocastigo* producido por el sadismo del superyó Inc. o el masoquismo* del yo. Se trata de actos involuntarios
también vividos como error, que producen fracaso, castigo, autodestrucción, a los que habría que ubicar dentro de las
desmezclas pulsionales*, por lo tanto acciones más allá del principio de placer*, regidas por el principio de nirvana*,
puras compulsiones de repetición*. Los actos fallidos también pueden expresar la resistencia*, producto de la
contrainvestidura* defensiva del yo Inc., por lo tanto no satisfaciendo a la pulsión sino a la defensa* contra ella, sin
necesidad de pertenecer, por lo menos absolutamente, a la necesidad de castigo, pero sí a la parte Inc. defensiva, la
resistencia del yo. Ésta puede producir, por ejemplo: olvidarse de concurrir a una sesión, el llegar tarde, o una
equivocación de horario, etcétera, actos todos vividos como errores por el yo Cc. del paciente y en realidad
producidos por causas Inc. contrarias a las satisfacciones de los deseos Inc. Mezclándose de todas maneras con las
otras formas de satisfacción, la pulsional y la necesidad de castigo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

AFECTO
José Luis Valls

[Freud.] Sensación que es registrada por la consciencia* (PCc-polo percepción-consciencia*, 1915-17)


correspondiente a los aumentos o disminuciones en la unidad de tiempo (el ritmo, 1924) de las cantidades de
excitación* libidinal provenientes desde dentro de la superficie corporal. Los aumentos, en términos generales, son
registrados como displacer* y las disminuciones como placer*; en las variaciones cualitativas (producidas por la
forma o el tiempo en que se producen estos mismos aumentos o disminuciones) existentes entre cada uno de estos
dos extremos, se sitúan los otros diferentes afectos placenteros o displacenteros. Dentro de los displacenteros, uno es
la moneda corriente a la que los demás toman como referencia: la angustia*. En el Proyecto de psicología (1950a
[1895]) Freud habló explícitamente del afecto refiriéndose al recuerdo* de la vivencia de dolor*, la que deja una
elevación de la tensión cuantitativa Qη en Psi y con ello unos motivos compulsivos a la descarga. Es decir: tras la
vivencia de dolor, queda como secuela la aparición del afecto (seguramente se refiere al miedo o angustia real) ante
cualquier hecho que se asemeje al que otrora produjo dolor. En el mismo texto, al hablar de “alteración interna”* -
forma corporal esencialmente vascular y respiratoria de expresión de los sentimientos, que acompañan al grito
prototípico-, esa válvula de escape previa al aprendizaje de la “acción específica”*, estaba hablando también del
origen del afecto o de la descarga afectiva como sentimiento que anuncia el deseo del objeto*. En los escritos
metapsicológicos de 1915 habla de un psiquismo compuesto por representaciones-cosa* y representaciones-palabra*
y un montante de energía libidinal (pulsión sexual*) que las inviste (representa éste la perentoriedad, Drang, o
esfuerzo de trabajo de la pulsión*, al mismo tiempo que “enciende” a la representación* convirtiéndola en deseo*). A
este montante de energía libidinal se lo llama también monto o “quantum de afecto”*. Corresponde al factor
cuantitativo de la pulsión (invistiendo y siendo investido a su vez por la representación) y como tal es percibido por el
polo percepción consciencia (o PCc.). Mientras no hay descarga de la fuente pulsional, a través de la “alteración
interna” se lo percibe como afecto displacentero de diferentes tipos. Cuando se produce la descarga total o
parcialmente merced a la realización de la acción específica, se sienten afectos esta vez placenteros, también de
diversa índole. En el inconsciente* existen representaciones. La mayor o menor investidura de éstas es registrada
directamente por la consciencia (PCc) como afecto. Por lo tanto, el afecto en rigor no es inconsciente dado que es
sentido en forma inmediata por la consciencia. La que puede ser inconsciente es la representación que lo produce.
Esto está siempre referido al afecto producido por causas representacionales, por lo tanto psíquicas, por lo tanto
históricas. Algunos afectos son producidos por causas biológicas o mecánicas (como la angustia de las neurosis
actuales*, producida por la acumulación de cantidad de excitación sexual somática, 1894-1925), en los que la
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problemática no está referida a lo representacional, por lo menos directamente. De todas maneras la angustia
también en esta ocasión es consciente. Cuando Freud describe en Inhibición, síntoma y angustia (1925-26) la
“angustia señal”*, dice que la angustia en ese caso no es producida como algo nuevo a raíz de la represión*, sino que
lo es como estado afectivo siguiendo una imagen preexistente, el recuerdo de las situaciones traumáticas * de la
infancia que ahora devinieron en situaciones de peligro*, señales de peligro que obligan al yo* Inc. a utilizar
mecanismos de defensa* (o represiones en sentido amplio), automáticamente. Los estados afectivos además están
incorporados en la vida anímica como unas sedimentaciones de antiquísimas vivencias traumáticas y, en situaciones
parecidas, despiertan como unos símbolos mnémicos*. En ese mismo sentido, el trauma* del nacimiento prestaría el
modelo que luego tomará el yo como símbolo mnémico de la angustia, al que usará como señal para conducir al ello*
adonde el yo quiere; en otras palabras, le aplicará sus mecanismos de defensa inconscientes. A la angustia señal, en
este caso, no le cabe una explicación económica pues consiste en una reproducción, un recuerdo, un símbolo
mnémico, de una situación que fue traumática y ahora es peligrosa. No es más que una señal, es más representación
que quantum de afecto en sí, de éste resulta solamente una pizca de lo que podría llegar a percibirse, en caso de
persistir la pulsión del ello en la dirección en que iba y llegar al yo Prec., y con ello al hecho de ser pensada o a la
posibilidad de la acción. Este tipo de angustia le da gran poder al yo, pues merced a ella consigue dominar al ello,
usando a su favor el omnipotente principio de placer-displacer, y utilizando para esto los mecanismos de defensa
inconscientes, que se rigen por el mismo. La explicación sería: lo que en un momento formó parte de una acción
específica puede participar a posteriori* como símbolo afecto. Por ejemplo: lo que fue necesario para el bebé, para su
autoconservación (respirar intensamente, taquicardia), queda como símbolo mnémico en la misma hiperpnea,
taquicardia, hipersudoración, etcétera, componentes corporales de la angustia que expresan unas sensaciones de
displacer muy particular, cuyo recuerdo será usado como señal por el yo Inc. para defenderse del ello. En un sentido
más amplio del concepto de afecto se podría incluir a los sentimientos en general, los que tienen una explicación más
compleja y más particular para cada caso (véanse: amor, odio, agresión, dolor, etcétera). Todos tienen una base
común corporal en la “alteración interna” (expresión de las emociones, grito, inervación vascular), la que va tomando
mayor dimensión psicológica a medida que se suceden las vivencias de satisfacción* y dolor que se viven con el
objeto. Las huellas dejadas por estas vivencias forman los complejos representacionales cosa, compuestos por la
imagen de un objeto luego generadora del deseo de él, y la de un movimiento a realizar con él para que se produzca
una sensación (afecto) que es la esencia de lo deseado. La representación-cosa, investida por el (e invistiendo al)
quantum afectivo, va a constituir la base del psiquismo inconsciente. La investidura es mutua, es el punto de unión de
la cantidad de excitación con el representante estrictamente psíquico. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

AGORAFOBIA
José Luis Valls

[Freud.] Tipo de fobia*, consistente en el temor a hallarse en espacio abiertos (miedo a salir “afuera”, “a la calle”). Es
más común en los adultos que en los niños. Freud lo atribuye al temor del neurótico a la tentación de ceder a sus
concupiscencias eróticas, lo que le haría convocar como en la infancia, el peligro de la castración o uno análogo. Pone
el ejemplo de un joven que temía ceder a los atractivos de prostitutas y recibir como castigo la sífilis. La agorafobia
gana terreno paulatinamente, como toda fobia, y va imponiendo limitaciones al yo* para sustraerlo de los peligros
pulsionales. Puede conducir al encierro del sujeto y su aislamiento social (introversión libidinal*), para evitar los
peligros de “la calle”. Se produce, a la vez, una “regresión* temporal” a la época infantil en que podía “salir a la calle”
siempre que fuera acompañado por alguien que lo cuidara. Ahora este acompañante lo cuidaría, más que de los
peligros reales, de sus propias tentaciones pulsionales que merced al desplazamiento* y proyección son sentidos
como peligros provenientes de “afuera”, “de la calle”, lo que era de alguna manera “real” en la infancia. En esta
misma formación sintomática se hace evidente e influjo de los factores infantiles que gobiernan al adulto a través de
su neurosis*. En contraposición aparente a la agorafobia está la “fobia a la soledad”, una forma de la claustrofobia,
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que Freud explica como el querer escapar a la tentación del onanismo solitario. La agorafobia se instaura como
enfermedad, por lo general, después de haber vivenciado un ataque de angustia en alguna de la circunstancias
desencadenantes y luego temidas, a las que se dedicará a evitar. Cuando no lo logra, reaparece el ataque angustioso.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

AISLAMIENTO
José Luis Valls

[Freud.] Mecanismo de defensa* o forma de la represión secundaria*, producido por el yo* Inc. ante la angustia
señal* sentida por éste frente a una pulsión* que le ha sido prohibida por el superyó*. La representación-cosa*
pulsional, sin embargo, puede tener acceso a la representación-palabra* (por lo tanto al yo Prec. y la Cc.), siempre
que ésta permanezca desafectivizada; para lo que se la aísla de todas sus conexiones posibles (asociaciones*,
ligaduras, etcétera) con las demás. Se logra así el efecto represivo sobre la pulsión por parte del yo y el impedimento
del acceso a la acción específica*; en este sentido el mecanismo es eficaz. El paciente realiza acciones en las que
están representadas la desconexión del vínculo entre las representaciones*. Dice Freud: “Recae también sobre la
esfera motriz, y consiste en que tras un suceso desagradable, así como tras una actividad significativa realizada por el
propio enfermo en el sentido de la neurosis, se interpola una pausa en la que no está permitido que acontezca nada,
no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción alguna” (1925, A. E. 20:115). Es como si se cortaran los puentes
con aquello que se quiere aislar, dejándolo exactamente así, como una isla. El sujeto realiza actos que representan
este hecho (como la “rayuela” secreta que va jugando el obsesivo con las baldosas, o la dificultad de encontrar
relaciones entre un tema y otro, o entre una sesión y otra, por ejemplo). Al conseguirse el aislamiento, la
representación queda desafectivizada (el quantum de afecto* lo da, en estos casos, la investidura representacional y
su posibilidad de asociación con otras representaciones), y no es posible que partícipe del comercio asociativo, de la
actividad de pensamiento*. Por lo tanto queda fuera de la posibilidad de ser usada por el yo Prec. El aislamiento es un
mecanismo de defensa típico de la neurosis obsesiva*. Cae dentro de uno de los mecanismos de la represión
secundaría, la sustracción de investidura Prec., con la salvedad de que -en vez de desinvestirse* la palabra o
desplazarse* su investidura a otra o a una inervación corporal- la palabra permanece en el preconsciente* pero
desafectivizada y cortados sus puentes de asociación con el resto de las palabras. Incluso puede mezclarse o
afianzarse con otros mecanismos como el desplazamiento a lo nimio, etcétera. El aislamiento pertenece, en medidas
moderadas y usado con plasticidad, al pensamiento normal, es parte de la tendencia al orden, rasgo sublimatorio
anal. En su contrapartida patológica, llevado a su extremidad, constituirá el “defire de toucher” (delirio de ser
tocado), que en parte configura su esencia, el no ser tocado, lo que se extiende a que nada se “toque” entre sí. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

ALIANZA FRATERNA
José Luis Valls

[Freud.] En la hipótesis freudiana, expuesta en Tótem y tabú (1912-1913), consiste en los vínculos de unión
homosexual que se establecieron entre los hermanos echados de la horda primitiva* por el padre primitivo. Así
merced a la invención de un arma y a esos lazos de unión que se generaron en el destierro, lograron consumar el
parricidio y devorar al padre omnipotente y cruel. Después del asesinato del padre, que descargó el odio* contra él,
quedó como resabio la añoranza* del mismo y la culpa* por lo realizado, amén de un deseo* de mantener los
vínculos conseguidos entre los hermanos en el destierro. Así fueron naciendo, desde dentro de su propio psiquismo,
las leyes básicas de prohibición del incesto y del parricidio, leyes sobre las cuales se edificó la cultura*. El cambio de
estructuras sociales generado por la alianza fraterna y su consecuencia, el parricidio, posibilitó así el progreso a un
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nivel más alto de nivel cultural, nuestra cultura actual en general, y configuró a su vez una nueva estructura del
aparato psíquico* humano, dejando como legado para siempre en él al superyó*. Se pactó durante este período
hipotético una suerte de contrato social: “Nació la primera forma de organización social con renuncia de lo pulsional,
reconocimiento de obligaciones mutuas, erección de ciertas instituciones que se declararon inviolables (sagradas),
vale decir: los comienzos de la moral y el derecho. Cada quien renunciaba al ideal de conquistar para sí la posición del
padre, y a la posesión de madre y hermanas. Así se establecieron el tabú del incesto y el mantenimiento de la
exogamia. Buena parte de la plenipotencia vacante por la eliminación del padre pasó a las mujeres; advino la época
del matriarcado. La memoria del padre pervivía en este período de la "liga de hermanos". Como sustituto del padre
hallaron un animal fuerte -al comienzo, acaso temido también-. Puede que semejante elección nos parezca extraña,
pero el abismo que el hombre estableció más tarde entre él y los animales no existía entre los primitivos ni existe
tampoco entre nuestros niños, cuyas zoofobias hemos podido discernir como angustia frente al padre. En el vínculo
con el animal totémico se conservaba íntegra la originaria bi-escisión (ambivalencia) de la relación de sentimientos
con el padre. Por un lado, el tótem era considerado el ancestro carnal y el espíritu protector del clan, se lo debía
honrar y respetar; por otro lado, se instituyó un día festivo en que le deparaban el destino que había hallado el padre
primordial. Era asesinado en común por todos los camaradas, y devorado (banquete totémico, según Robertson
Smith). Esta gran fiesta era en realidad una celebración del triunfo de los hijos varones, coligados, sobre el padre”
(1939, A. E. 23:79). Esta cita de Moisés y la religión monoteísta es la mejor definición y subrayado de la importancia
otorgada por Freud, hasta el final de su obra, de sus hipótesis expuestas en 1913, dentro de las que se desarrolla el
concepto de alianza fraterna, liga entre hermanos unidos para realizar el parricidio, consecuencia posterior de aquella.
Germen de la cultura humana. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ALOPLASTICA, CONDUCTA
José Luis Valls

[Freud.] Es la que resulta adecuada a fines, la que a su vez se empeña en modificar la realidad*, sin desmentirla
(véase: desmentida), en un trabajo sobre el mundo exterior que produce cambios en él. Dentro de ella podemos
incluir todos los tipos de acción específica*, o sea acciones que descarguen la fuente de la pulsión*, en la forma más
completa posible. Incluimos en ellas, por ejemplo, la producción o captura de alimentos, la posesión del objeto*
sexual, y todas las sublimaciones*, generadoras de y generadas, por la cultura*. La aloplástica es un tipo de conducta
que conduce a la descarga pulsional. Por el hecho de funcionar dentro del principio de realidad*, produciendo cambios
en el mundo exterior, como por ejemplo los hechos de la cultura misma, podemos emparentarla con el concepto de
salud. Cuando son desexualizadas, fruto de identificaciones* con atributos de seres que antes tuvieron investidura de
objeto, constituyen las sublimaciones. Éstas son aquellas que justamente pierden su capacidad de realizar los
paranoicos al resexualizárseles los vínculos homosexuales con los objetos, generando el yo* la defensa* paranoica
contra éstos. La libido* homosexual desexualizada es aquella de la que están compuestos los vínculos sociales. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

ALTERACION DEL YO
José Luis Valls

[Freud.] Concepto expuesto por Freud en Análisis terminable e interminable (1937) y el Esquema del psicoanálisis
(1938), donde expresa que el yo* cooperador del paciente es una ficción ideal. El yo está “alterado” directamente en
relación con las marcas que le dejaron las experiencias vividas, especialmente las situaciones traumáticas* (cuanto
más traumáticas y menos formado el yo en el momento de su vivencia, más alterado o más defendido y con
defensas* más extremas quedará fijado el yo Inc.) y las situaciones de peligro* en las que sus defensas le sirvieron.
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Estas últimas si bien pueden permanecer actualmente en acción, en parte forman una infraestructura Inc. yoica,
formándose sobre ellas una superestructura Prec., también yoica, que desconoce la anterior pero cuyas acciones
pueden estar más o menos modeladas desde el yo Inc., en algunos casos de tal manera que el funcionamiento yoico
total queda alterado. Constituyendo, entonces, especialmente cuando las defensas yoicas están muy consolidadas,
una de las dificultades del progreso del tratamiento, pues en lugar de cooperar surgen como verdaderos obstáculos
para ello. “Cada persona normal lo es sólo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, en
grado mayor o menor, y el monto del distanciamiento respecto de un extremo de la serie y de la aproximación al otro
nos servirá provisionalmente como una medida de aquello que se ha designado, de manera tan imprecisa, "alteración
del yo"“ (1937, A. E. 23: 237). Está incluida dentro de los factores que hacen prolongar el período de análisis
creándole inconvenientes, resistencias* o directamente generando imposibilidades de curación. La “alteración del yo”
está formada, entonces, principalmente por los diferentes mecanismos de defensa* inconscientes del yo, los que
pueden ser más o menos regresivos, más o menos comprometedores de las investiduras yoicas. Los mecanismos de
defensa yoicos Inc. generan, amén de su función específica, y cuando la función defensiva contra lo pulsional
especialmente se rigidifica o resulta extrema, diversos tipos de trastornos alteradores del yo. Ahí ubicamos los rasgos
patológicos de carácter* (más o menos rígidos), la patología narcisista en general, desde las perversiones*
homosexuales (cuando las fijaciones* producidas por las represiones primarias* se producen en el período del primer
nivel de reconocimiento de diferencias sexuales, en el período fálico, y la fijación se basa en la desmentida de la
diferencia, por ejemplo), hasta los fenómenos de restitución* psicótica. La función que cumplen los mecanismos
defensivos yoicos, a pesar de la alteración yoica que puedan producir, es, entonces, la de defender al yo de los
peligros generados a él por la pulsión*. En líneas generales lo consiguen, desconociéndola, devolviéndola al ello*
inconsciente. Al proponerse justamente el analista como investigador y por consiguiente alguien que busca conocer la
pulsión, el mecanismo de defensa perteneciente al yo inconsciente del paciente puede generar una resistencia del yo
contra el progreso del análisis. No olvidemos que el yo llama en su ayuda al “omnipotente principio de placer*” para
generar sus mecanismos de defensa inconscientes y que, por lo tanto, éstos se rigen por aquel. Ubicándonos en esa
tesitura vemos que el desconocimiento de la pulsión resguarda al yo de la angustia*, por lo tanto, sería raro que de
alguna manera no opusiera resistencias contra el conocimiento de la historia de su pulsión, Cuando esto es lo
absolutamente predominante, dominando al yo, decimos que éste está alterado. El mecanismo de defensa es, en
parte, un sistema de desconocimiento de sí mismo, de la pulsión, el deseo*, el “[...] núcleo de nuestro ser” (1900, A.
E. 5: 593). Mecanismo que por un lado protege al yo, formando la parte inconsciente de él y dándole cierto nivel de
ligadura que sofoca a la pulsión y le impide esencialmente el llegar a la acción, además de desconocerla y
transformarla en “[...] tierra extranjera interior” (1933, A. E. 22: 53). Por otro lado, o por el mismo, empobrece al yo,
pues todo lo que queda inconsciente pasa a no ser sentido como algo propio, de él; verbigracia no lo puede pensar,
sublimar*, gozar, etcétera, en realidad deja de pertenecer al yo Prec. y pasa a engrosar las filas de lo reprimido,
presente en el temido ello. Por cierto también cumple su objetivo principal: conseguir que la pulsión no acceda al yo y
por lo tanto a la acción, constituyéndose así una infraestructura yoica Inc. que permite el funcionamiento de la
superestructura Prec., menos apremiada por la pulsión, si bien en los casos en que la infraestructura defensiva es
demasiado importante se lleva la mayoría de la investidura energética, alterando así tanto al yo, que éste resulta
entonces muy difícil de modificar. La superación de las “alteraciones del yo” y sus resistencias concomitantes, pasan
así a ser una de las metas del psicoanálisis y principalmente del análisis del yo, incluido su carácter. Un yo que
funciona dominado por sus mecanismos de defensa inconscientes, es un yo empobrecido, un yo alterado ante sus
capacidades de enfrentarse con las dificultades de la realidad, que es su esencia. , Este yo se enriquecerá cuando
conozca aquello interior de lo que se defiende automáticamente y además sepa que se defiende. Entonces podrá
elegir si defenderse o no, o sí vale la pena defenderse, la defensa podrá pasar a integrar su comercio asociativo, su
actividad de pensamiento*, con lo que se logrará así un domeñamiento* en un nivel más alto de la pulsión,
enriqueciéndose. Es interesante recordar que en el manuscrito K,* de 1896, Freud expone la alteración del yo como
uno de los medios de formación de los síntomas* del yo, los que lo van alterando. Esta alteración consiste en el
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delirio* que va formando el paciente, a partir de los síntomas primarios (desconfianza) y de los síntomas de
retorno de lo reprimido* (las alucinaciones*). En esta conceptualización se toma al delirio como alteración del yo. Lo
que por otro lado resulta evidente: cualquier defensa altera aquello que está defendiendo; si la defensa es extrema,
dificulta el retornar las cosas a su punto original. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ALTERACION INTERNA
José Luis Valls

[Freud.] Fenómeno conceptualizado por Freud en relación con la forma de expresión emocional, descrito en principio
respecto del recién nacido, pero extensible a los adultos. Freud lo expuso en el Proyecto de psicología (1950a
[1895]), La interpretación de los sueños (1900) y lo mencionó en otras obras, como Lo inconciente (1915), en donde
dice: “La afectividad se exterioriza esencialmente en una descarga motriz (secretoria, vasomotriz) que provoca una
alteración (interna) del cuerpo propio sin relación con el mundo exterior; la motilidad, en acciones destinadas a la
alteración del mundo exterior” (A. E. 14:175. Nota al pie). También la menciona en Inhibición, síntoma y angustia
(1925), como formando parte del síntoma* neurótico: “El proceso sustitutivo es mantenido lejos, en todo lo posible,
de su descarga por la motilidad; y si esto no se logra, se ve forzado a agotarse en la alteración del cuerpo propio y no
se le permite desbordar sobre el mundo exterior; le está prohibido (verwehren) trasponerse en acción” (A. E. 20:91).
Esencialmente la alteración interna consistiría en la primera forma de descarga que tiene el cuerpo ante el Drang
(esfuerzo, fuerza de trabajo) de la pulsión* que en lugar de producir una alteración en el mundo exterior (provisión
de alimento, acercamiento del objeto* sexual), produce una alteración en el interior del cuerpo mismo, expresándose
ésta cualificada como emoción, a través del llanto y la inervación vascular. La alteración interna va a ser entonces la
forma de expresión de las emociones (grito, inervación vascular), las que tendrán, así, una forma de expresión
corporal principalísima. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) describe para la angustia* tres partes
constituyentes: una pequeña descarga corporal, la percepción* de esa descarga y por último la percepción de una
sensación displacentera particular. Esta última es la percepción cualitativa de la cantidad por la que deviene esencial-
mente sensación psíquica, La forma de descarga corporal está principalmente compuesta por taquicardia e hiperpnea
y dice también que esta modalidad de descarga e.- adquirida durante el trauma* del nacimiento. En ese momento,
esta reacción corporal es la adecuada, la específica, dado que es la forma de conseguir oxígeno, después del cambio
de sistema respiratorio. Sin embargo pareciera que el organismo quedara fijado a esta situación prototípica, y
respondiera luego a toda otra situación de peligro* con este tipo de respuesta. Pasa así esta vía a ser expresión de
angustia y expresión de las emociones en general. Al aumentar posteriormente la tensión de necesidad* en el
organismo, el bebé expresa su emoción a través del llanto y la inervación vascular. Luego esta “alteración interna” es
entendida por un “asistente ajeno”*, generalmente la madre, encargado en ese momento de realizar la acción
específica*. Ésta hará descender la cantidad de estimulación en la fuente de la pulsión, produciéndole una “vivencia
de satisfacción”*. La expresión de la emoción, simple descarga corporal al principio, se irá transformando
paulatinamente en llamado, en el mismo vínculo que se irá estableciendo entre madre e hijo, y ésta será una de las
bases sobre las que irá naciendo el lenguaje*. El concepto de “alteración interna” es, por lo tanto, un concepto
dinámico, pues se refiere a un proceso que por un lado se va transformando (de expresión de emoción, deviene en
llamado y de éste en lenguaje) y por otro persistirá siempre como forma de expresión de la emoción, principalmente
de la angustia. Una forma de respuesta biológica se va transformando en vínculos sociales con las sensaciones que
éstos producen, manteniéndose a su vez como respuesta corporal. Es interesante entonces volver a subrayar los
diferentes temas, que nos llevan a otros insospechados, provenientes todos de este concepto: la expresión de las
emociones (la angustia), el grito (el lenguaje), y la inervación vascular (patología psicosomática. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
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ALUCINACION
José Luis Valls

[Freud.] Percepción* de un deseo, un pensamiento*, un recuerdo*, incluso un castigo o una- amenaza también
provenientes del acervo mnémico, corno si provinieran del mundo exterior, registrados -corno cualquier percepción y,
por lo tanto dándole creencia* de real- por el aparato perceptual (PCc.). Hay alucinaciones cuando el yo* se altera
momentáneamente, como en los sueños*, o se pasa por un estado de privación por causas externas. Otras veces la
causa es tóxica (drogas alucinógenas). Puede deberse a una alteración del yo* más o menos profunda, como en los
casos de las alucinaciones de las psicosis* histéricas y las psicosis alucinatorias agudas o amencia de Meynert*. En
ellas la alteración consiste en 'no poder discriminar el yo entre las fantasías de deseo y las percepciones visuales
reales. En el caso de la histeria*, más que deseos realizados, pueden ser alucinados castigos derivados de ellos, o
también deseos disfrazados que generan angustia*, a la manera de los sueños de angustia, por ejemplo: la
alucinación de las víboras en Anna 0. * En la amencia o psicosis alucinatoria aguda las alucinaciones están más
relacionadas con procesos de desmentida* de duelos* ante la pérdida de un objeto, desmentida producida junto a
una regresión* del yo a la percepción, retirándole la investidura al PCc. (sistema de percepción consciencia). Merced a
esto el PCc., perteneciente al yo, confunde el recuerdo deseante del objeto* con su percepción real. En los casos de
esquizofrenia*, la esquizofrenia paranoide y la paranoia*, la regresión yoica es mayor: se perciben los propios
pensamientos preconscientes* como proviniendo desde afuera, como si el yo ahora estuviera en máquinas (símbolos*
del cuerpo,) o en otras personas que lo manejan. También como percepción de la parte crítica del yo (superyó*), que
es sentida como percepción por el PCc., dándosele creencia en la realidad*. Lo que debiera ser un simple
pensamiento propio es sentido como una voz exterior, lo que sucede por la regresión a la percepción, de la manera
en que originalmente lo fuera (las voces observadoras, críticas de los padres). En estas últimas afecciones con re-
tracción libidinal* narcisista, predominan las alucinaciones auditivas, mientras que en la histeria y en la amencia
predominan las visuales. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

AMENCIA DE MEYNERT (CONFUSION ALUCINATORIA AGUDA)


José Luis Valls

[Freud.] Tipo de psicosis* mencionada por Freud varias veces en su obra y descrita por uno de- sus maestros, el
psiquiatra Meynert. Es un tipo de psicosis aguda que se produce como reacción ante la pérdida de un ser querido
(quizá con una previa discriminación incompleta entre yo* y objeto*), al desmentirse la percepción* de este aspecto
doloroso de la realidad*. Freud trae el ejemplo de la madre que perdió su bebé y sigue acunando un leño, y el de la
novia abandonada que sigue esperando la llegada de su novio en cada llamada de la puerta. Se desmiente* la pérdida
del objeto*, al que se sigue percibiendo, o mejor dicho, se recibe como percepción el recuerdo* de la imagen de
aquel, Hay una alteración del yo* por la que éste retira investidura del polo percepción consciencia* (PCc.) y pasa a
funcionar regido por el principio de placer* en vez de por el principio de realidad*, para el que es tan necesario el
aparato perceptual; confundiéndose, entonces, la fantasía de deseo* de la presencia del objeto con la percepción real
de su ausencia. La amencia de Meynert se diferencia de otro tipo de psicosis. Por ejemplo en la psicosis histérica, las
fantasías* que se perciben como alucinación* son reprimidas (disfrazadas, angustiantes, retornan de lo reprimido*)
mientras que en la amencia no, todo lo contrario, son queridas por el yo. En la esquizofrenia*, la investidura se retira
de la representación-cosa* con lo que se pierde el deseo* inconsciente del objeto, siendo que éste es el motor del
aparato psíquico. Para que pueda suceder semejante hecho, o como consecuencia de él, el yo queda prácticamente
arrasado e incluso se lo proyecta al mundo exterior, siendo percibido en forma alucinatoria retornando desde él
(sonorización del pensamiento*), también a través de órdenes enviadas por máquinas (símbolos del cuerpo, origen
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del yo) u observaciones críticas (el superyó*, que también es proyectado y percibido alucinatoriamente) de sus
actos. En la amencia la alteración es menor y mucho menos profunda, por lo tanto menos irreversible, aunque
pueden existir cuadros intermedios, o un cuadro puede devenir en el otro y esto dependerá del grado de alteración y
regresión* yoica que se produzca. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

AMNESIA INFANTIL
José Luis Valls

[Freud.] Proceso universal por el cual el ser humano no recuerda en general todos los sucesos acaecidos en su vida
antes de los cinco años, más o menos, a pesar de haber poseído durante gran parte de ese período recursos, si bien
incipientes, para recordar (lenguaje*, pensamiento*, yo*, principio de realidad*, angustia de pérdida de objeto*,
reconocimiento de éste como fuente de placer*, etcétera). La amnesia se produce después del sepultamiento* del
complejo de Edipo* y la instauración definitiva del superyó* en el aparato psíquico, el que actúa como una inmensa
contrainvestidura* que engloba todas las contrainvestiduras previas (represiones primarias*) produciendo la
represión* (también primaria, incluyendo todas las represiones primarias anteriores) y, por lo tanto, el olvido* de
toda la sexualidad infantil*. Ésta podrá luego ser reconstruida merced al psicoanálisis de sueños*, síntomas*,
recuerdos encubridores*, actos fallidos*, etcétera. Un interesante ejemplo de amnesia infantil es el de Hans, primer
paciente niño de la historia del psicoanálisis, que se trató entre los tres y los cinco años. A sus diecinueve años, Hans
no recordaba casi nada de su proceso analítico y de todos los sucesos durante él acaecidos. El producto de la amnesia
infantil no es ni más ni menos que la sexualidad infantil comandada ya por la zona erógena* fálica; con la unión bajo
su supremacía de todas las zonas erógenas generando un yo realidad definitivo*, que definitivamente reconoce al
objeto* (centro de la realidad*) como fuente de placer, ahora con características diferentes del yo (tiene otro sexo,
aunque la diferencia reconocida sea solamente la de posesión o no de falo), en fin, toda la problemática edípica. Ésta
se “hundirá” o pasará al estado de represión y, junto con ella, toda la problemática anterior; así terminarán de
constituirse la represión primaria, el superyó y el aparato psíquico en general. Se hunde o reprime la sexualidad
infantil y nace el inconsciente* reprimido -descubrimiento crucial de Freud- conteniendo a toda esa sexualidad infantil
en su interior. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

AMOR
José Luis Valls

[Freud.] En Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud define el amor como “[...] la relación del yo con sus fuentes
de placer” (A. E. 14:130). Las fuentes de placer* del yo* pueden estar en su propio cuerpo, en sí mismo o en el
objeto*. Cuando las fuentes están en el propio cuerpo, esto lleva el nombre de autoerotismo*. Una vez que el cuerpo
se constituye en yo y la libido* se ubica en él, hablamos de narcisismo*. La libido que encuentra placer en el yo se
llama narcisista. El narcisismo sería una forma del amor: el amor al yo. Cuando se comienza a reconocer al objeto
como la fuente principal de placer del yo, la libido que busca complacerse en el vínculo con él se llama libido objetal*.
Ésta constituirá el amor más elevado, el amor por excelencia, el amor objetal, el que puede a su vez poseer
diferentes matices, clases o formas. La capacidad de amor objetal se va desarrollando junto con el yo de una manera
muy compleja. “Luego que la etapa puramente narcisista es relevada por la etapa del objeto, placer y displacer
significan relaciones del yo con el objeto. Cuando el objeto es fuente de sensaciones placenteras, se establece una
tendencia motriz que quiere acercarlo al yo, incorporarlo a él; entonces habíamos también de la “atracción” que
ejerce el objeto dispensador de placer y decimos que llamamos al objeto” (1915, A. E. 14:131). En las primeras
etapas infantiles el amor es ambivalente, no se distingue totalmente del odio*. Tampoco se distingue el ser* y el
tener*. De ahí que la forma primera del lazo afectivo sea la identificación*. El modelo analógico es el del canibalismo,
20
en el que la tendencia amorosa hacia el objeto implica el incorporarlo, por lo tanto su desaparición y
transformación en parte del propio ser. Es un tipo de amor que lleva implícita la destrucción del objeto como tal. En el
apoderamiento de la etapa anal (véase: erotismo anal y pulsión de apoderamiento) la ambivalencia* es menor
aunque más evidente, y mayor la diferenciación entre las categorías ser y tener. Cuando la síntesis de las pulsiones
sexuales* se ha cumplido, estableciéndose la etapa genital (véase: genital), el amor deviene el opuesto de] odio y
coincide con la aspiración sexual total. Existe toda una gradación de posibilidades dentro del fenómeno del amor.
Durante el periodo del complejo de Edipo* el niño encuentra un primer objeto de amor en uno de sus progenitores;
en él se reúnen todas sus pulsiones sexuales que piden satisfacción. La represión que después sobreviene obliga a re-
nunciar a la mayoría de estas metas sexuales infantiles y deja como secuela una profunda modificación de las
relaciones con los padres. En lo sucesivo el niño permanece ligado a ellos, pero con pulsiones que es preciso llamar de
“meta inhibida”, Los sentimientos que en adelante alberga hacia esas personas amadas reciben la designación de
“tiernos”. Este amor de “meta inhibida” o ternura es el que logra crear ligazones más duraderas entre los seres
humanos, 1.0 que se explica por el hecho de no ser susceptible de una satisfacción plena. El amor sensual está
destinado a extinguirse con la satisfacción; para perdurar tiene que encontrarse mezclado desde el comienzo con
componentes puramente tiernos, vale decir, de meta inhibida, o sufrir un cambio en ese sentido. El amor de meta
inhibida es el que liga a los miembros de la masa* y es factor esencial generador de cultura*. El amor sensual es
antisocial, la pareja quiere intimidad, no puede compartir su amor. También “[...] el niño (y el adolescente) elige sus
objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de satisfacción. Las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas son
vivenciadas a remolque de funciones vitales que sirven a la autoconservación. Las pulsiones sexuales se apuntalan al
principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo más tarde se independizan de ellas; ahora bien, ese
apuntalamiento sigue mostrándose en el hecho de que las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la
protección del niño devienen los primeros objetos sexuales; son, sobre todo, la madre o su sustituto”. En otros casos
no se elige el objeto siguiendo el modelo de la madre, sino el de la persona propia: “Decimos que [el sujeto] tiene dos
objetos sexuales originarios: él mismo y la mujer que lo crió” (1914, A. E. 14: 84). De ellos saldrán los modelos de la
elección de objeto* según el tipo de apuntalamiento* (más comúnmente masculino) y según el tipo narcisista (más
típicamente femenino). El amor, entonces, podríamos decir que deriva de complejizaciones realizadas por el yo de los
destinos de la pulsión sexual. Ésta produce a su vez mezclas complejas con la tendencia a la vuelta a lo inorgánico,
propia de la pulsión de muerte*. El principal obstáculo -casi podríamos decir el único- que encuentra la pulsión de
muerte en su camino hacia lo inorgánico, es esta complicación que le surge con los fenómenos de la vida, de los
cuales el principal exponente es el amor. A medida que aumenta la complejización, aparecen fenómenos diferentes.
La pulsión sexual se mezcla* con la pulsión de muerte y con eso consigue domeñarla. El acto sexual genital llevado a
su meta final, el amor sensual, resulta la principal forma de domeñamiento* de la pura cantidad (véase: cantidad de
excitación), de la no-cualidad, de la pulsión de muerte. La cultura está edificada, básicamente, sobre la sofocación*
de la pulsión sexual, específicamente del incesto. La represión* hace cabeza de playa en la represión del incesto y
luego se va extendiendo hacia toda la sexualidad posible. También se sofoca la pulsión de destrucción* que resulta de
un primer nivel de mezcla con la pulsión sexual, en el que no se distinguen el odio del amor, en cambio sí se perciben
en la agresión* y el apoderamiento (en el primero se ve quizá más claro el, dominio de la tendencia destructiva sobre
la -.morosa, no así en el segundo que retiene al objeto por amor, sin tener en cuenta que en esa retención está
implícito el daño al objeto). Las ligazones libidinales sobre las que se forman las masas culturales, son de meta
inhibida. Todas las creaciones culturales son fruto de esta libido que podríamos llamar sublimada. El domeñamiento
de la pulsión de muerte en ellas es menor. Queda un plus de pulsión de muerte no mezclado. Así nace la paradoja de
que esta complicación que le surgió a lo inorgánico y que generó los fenómenos de la vida, de los que a su vez nació
la cultura, lleva incluida en su propio interior las pulsiones de muerte con cierta libertad, no domeñadas, en la esencia
de la creación del hecho cultural. Cultura en la que entonces pareciera que por momentos predominaran las
tendencias destructivas del ser humano sobre las del amor. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] [sida]
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AMOR DE TRANSFERENCIA
José Luis Valls

[Freud.] Situación por la que pueden pasar algunos tratamientos psicoanalíticos. Consiste, según el ejemplo
freudiano, en el enamoramiento básicamente sensual de la paciente mujer por su terapeuta hombre. Cabe que pueda
enamorarse un paciente hombre de su terapeuta mujer aunque Freud, por alguna causa que no podemos adjudicar
simplemente a machismo, no la menciona. También puede darse, obviamente, cuando paciente y terapeuta
pertenecen al mismo sexo, pero en esos casos tendríamos que pensar más detenidamente si entran dentro de la
categorización específica del fenómeno descrito, dada la libido* narcisista puesta en juego en ellos. En el caso de que
el enamoramiento provenga desde el terapeuta se trata de un fenómeno de la contratransferencia*. El fenómeno
descrito es considerado, desde luego, un obstáculo para el análisis, parte de la “transferencia* negativa” y como tal
expresión de la resistencia* del yo* del paciente con serios riesgos para la continuidad del tratamiento. Si bien en
última instancia todo amor* es transferencial, en estas ocasiones lo que suele estar en juego es más la transferencia
inconsciente que el amor. Cada caso tendrá su especificidad y cada terapeuta deberá recurrir a su creatividad para
salvar la situación, pero básicamente la actitud debería ser la de siempre, la actitud analítica, no rechazando al
paciente ni aceptándole sus propuestas. Simplemente a éstas se las tomará como un emergente más del
inconsciente* que se está repitiendo en la transferencia en forma vívida, por lo que el correcto análisis y construc-
ción* de los hechos que se repiten permitirán avanzar más profundamente en el conocimiento del yo. Cierto grado de
“enamoramiento” del terapeuta hay en cualquier análisis, y como cualquier otro implica el fenómeno de la
idealización*, la que se va desvaneciendo con el progreso del tratamiento, pero este “enamoramiento” por lo general
es deserotizado y por lo tanto más manejable, menos compulsivo, incluso puede tener momentos o cierto grado no
desexualizado y participar de la transferencia positiva por “amor al terapeuta” como otrora lo fuera con los padres de
la infancia. En ese caso las “mejorías” serán por amor a él. De todas maneras si no se debelara durante el curso del
tratamiento no se generarían cambios en el yo, habría simples repeticiones, nada más. El tratamiento psicoanalítico
busca conocer la verdad histórica* del yo y de la historia pulsional del paciente y en esa tarea el analista debe
encontrarse con situaciones que ponen a prueba su propio yo, sus propios afectos*. De este y otros tipos de
situaciones nació la necesidad de la institucionalización del análisis didáctico en las instituciones psicoanalíticas. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANALOGIA
José Luis Valls

[Freud.] Una de las leyes de la asociación, junto a la contigüidad*, la oposición* y la causa-efecto. Ha sido descrita
desde Aristóteles, pero tomó impulso con la escuela asociacionista de la psicología, que explicaba todos los
fenómenos psíquicos como formas de asociación* sin nada que las rigiera más que la forma de asociación en sí. Esta
escuela tuvo cierto predicamento entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Entre sus miembros más destacados
figura John Stuart Mill, a quien Freud tradujo y a quien cita en su trabajo sobre La concepción de las afasias (1891)
(escrito en el que, entre otras cosas, expone ideas muy interesantes sobre las representaciones-cosa* y
representaciones-palabra*). Freud no abrazó esta filosofía, aunque extrajo de ella algunos conceptos que le fueron
útiles para sus propios razonamientos y descubrimientos. Él concibe un psiquismo compuesto por representaciones* y
energía (libidinal básicamente). La energía que circula entre ellas invistiéndolas (la energía adquiere el nombre de
libido* en el momento que inviste a la representación) en busca de la descarga. Las leyes por las cuales la libido pasa
de la investidura de una representación a otra, son las de la asociación. Una de ellas es la ley de analogía*. El proceso
primario* aprovecha las analogías para producir identidades más fácilmente. Cuando hay un yo* con un proceso
secundario*, esto se modera. Dicho de otro modo, la actividad de pensamiento* permite distinguir la contigüidad de
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la identidad (véase: identidad de percepción e identidad de pensamiento), la analogía de la identidad y hasta la
oposición, aproximándose más a la causa-efecto. La asociación por analogía además será la principal generadora de
los símbolos universales*, previos o probablemente simultáneos a la aparición del lenguaje* (en la humanidad) y
luego olvidados y pertenecientes al inconsciente*. Símbolos que reaparecen en los sueños*, en los mitos* de los
pueblos e incluso en algunos síntomas* neuróticos. El mecanismo de la represión*, realizado por la parte inconsciente
del yo, elige su formación sustitutiva*, también por leyes analógicas (o por contigüidad) con la representación
reprimida, de manera que el parecido pueda escapar a la consciencia*. El parecido o analogía se produce sobre una
de las cualidades de la representación. Al confundirse el atributo con el todo, la identidad lograda es aparentemente
total cuando en realidad es parcial. El proceso de discriminación tendrá que hacerlo el yo con su proceso secundario,
distinguiendo entre analogía e identidad, entre el atributo y la cosa*.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA
José Luis Valls

[Freud.] Afecto*, o estado afectivo displacentero particular, que va acompañado de un tipo de proceso de descarga
corporal también típico, y la percepción* de este proceso de descarga. El proceso corporal consiste
predominantemente en hiperpnea, taquicardia, aumento de la sudoración y secreciones en general. El modelo de la
respuesta corporal es tomado por un lado del primer tipo de reacción de la cría humana ante el trauma* del
nacimiento -trauma producido esencialmente, y entre otras cosas, por el aumento tremendo de la cantidad de
excitación* corporal que se produce al pasar de la oxigenación onfalomesentérica a la respiración pulmonar- por otro
lado es un relicto de lo que otrora, en la prehistoria de la humanidad, fueran acciones acordes a un fin y ahora
permanecen simplemente como alteraciones internas*, expresiones afectivas. El bebé al nacer expresa la alteración
interna (expresión de emociones, grito, inervación vascular); esta forma de respuesta es adecuada al principio ya que
así el cuerpo recibe la oxigenación necesitada. Pero después será adoptada por el yo* como el prototipo de la
reacción contra el peligro. La primera reacción en la vida posterior frente a una situación de peligro*, interior o
exterior, consistirá en la angustia. En algunos momentos de su obra -manuscritos a Fliess, los trabajos sobre la
neurosis de angustia- Freud considera otro modelo de la angustia: las reacciones producidas durante el acto sexual.
Ambos se complementan. El modelo de reacción frente al peligro está más cercano en general al concepto de señal y
el de acumulación tóxica a la homologación con la excitación sexual. La angustia es el afecto displacentero por
excelencia y es la moneda común a la que remiten los otros afectos displacenteros. El yo no quiere sentirla. Se
defiende de ella. Así surgen las neurosis* [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA, TEORIA DE LA
José Luis Valls

[Freud.] Suele decirse que Freud postuló dos teorías de la angustia*. Sin embargo seguiremos la hipótesis de que hay
una sola que se va complejizando a medida que se profundiza el conocimiento del funcionamiento mental. En el fondo
la angustia es una y la misma, lo que puede variar son los motivos que la ocasionen o las diferentes explicaciones que
tengamos sobre ella. En sus trabajos sobre la neurosis de angustia*, la explica como producto de la acumulación de
tensión sexual somática (cantidad de excitación* no transformada en libido*, en deseo* sexual, al no estar unida a
representaciones*). Cuando por alguna causa no psíquica (la causa no es la represión* de las representaciones
psíquicas, sino un efecto mecánico actual producido en el hecho mismo de la acción sexual, por ejemplo: una
incorrecta relación sexual, o una relación sexual insatisfactoria) se produce una inadecuada descarga sexual, la
cantidad de excitación acumulada, sin ligadura psíquica, deviene automáticamente en angustia. Esta teoría implica la
concepción de que no toda acción va unida a representaciones, o tiene un correlato psíquico; o si así lo fuera, de que
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cada acción tiene también un correlato mecánico ajeno a lo psíquico (en el sentido de representación), o corre
paralelamente a él por otra vía produciendo efectos corporales y, por este lado, genera afectos* (angustia
automática*). Estas sensaciones displacenteras, en algunos casos muy intensas y en otros compuestas casi
únicamente por afecciones corporales, son percibidas por el polo percepción consciencia* (PCc.) donde adquieren
cualidad* displacer*, por lo que el yo* en segunda instancia busca encontrarle ligadura con representaciones-pala-
bra* preconscientes* y darle cualidad representacional, cosa que difícilmente consigue. La conclusión es que la
cantidad de excitación acumulada es percibida automáticamente por el aparato perceptual* como angustia. Esta base
teórica influirá hasta 1925 en la teoría de la represión y junto con ella, en la teoría de la angustia de la primera
tópica. En ese período, Freud dice que la represión genera la angustia, en tanto separa la representación de su
investidura, que se transforma en afecto y principalmente en angustia. Al ir profundizando su conocimiento del yo y
luego de describir su segunda tópica o teoría estructural en 1923 en El yo y el ello, interrelacionará la explicación de
la formación de los síntomas* neuróticos con la de los mecanismos de defensa* contra la angustia, además de
diferenciar y vincular la angustia ante las pulsiones* con la angustia ante los peligros exteriores. Entonces se
enhebrarán todas estas teorías contradictorias hasta ese momento. La síntesis brillante se expone en Inhibición,
síntoma y angustia (1925). Mantiene la primitiva explicación: “Vemos ahora que no necesitamos desvalorizar
nuestras elucidaciones anteriores, sino meramente ponerlas en conexión con las intelecciones más recientes” (A. E.
20: 133); sirve aún para explicar las neurosis actuales* o el factor actual neurótico de toda psiconeurosis, incluso la
angustia automática en el brote esquizofrénico, a lo que se podrían agregar neurosis traumáticas* y alguna patología
psicosomática. La acumulación de cantidad de excitación explica el trauma* del nacimiento y aquella es la máxima
sensación de desvalimiento* temida. Ella, prácticamente, es la que se vuelve a producir cuando la angustia
automática es síntoma*. Para defenderse el yo va generando mediaciones, gracias a las cuales va a poder dominar al
ello*. El yo será “el almácigo de la angustia”. La cultivará en él transformándola en señal y la insinuará a la pulsión
proveniente del ello y a la parte inconsciente del yo para que el mecanismo defensivo yoico, guiado por el principio de
placer*, reprima a la pulsión y se evite entonces el displacer al que podría conducir su satisfacción. Este tipo de
angustia es angustia señal*, es una señal que utiliza el yo para manejar a la pulsión y reprimirla, para que no se
descargue. Es la angustia señal la que genera entonces la represión y no a la inversa. A esta angustia no se necesita
explicarla tampoco por acumulación cuantitativa, es una tramitación, un recuerdo* de lo que podría pasar si.... que
consigue que la pulsión retroceda y el proceso no siga adelante (cuando la represión tiene éxito, obviamente, pues
cuando falla resurge la angustia automática, que sí requiere explicación económica). La angustia señal nace en íntima
vinculación con la realidad*, pues se basa en hechos reales o vividos como reales (véase: verdad histórica) en
determinados momentos de la vida, como lo son la pérdida del objeto, la amenaza de castración o de pérdida de
amor. Podemos decir que la angustia de castración* va a ser el prototipo de las angustias señales y a ella van a
remitir las otras angustias como la de pérdida de objeto*, la de pérdida de amor*, la angustia ante el superyó* y la
angustia social*. Como ya vimos, todas estas angustias señales pueden fallar -por alguna causa psíquica
(esquizofrenia*), o no psíquica (neurosis actuales)- y entonces el aparato psíquico es invadido por la cantidad de
excitación y, por lo tanto, la angustia automática ocupa el panorama. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA ANTE EL SUPERYO


José Luis Valls

[Freud.] Tipo de angustia señal* sentida por el yo*, debido al hecho de que éste produce mecanismos defensivos
frente a la moción pulsional, ante la amenaza de castigo recibida desde el superyó*, cuando existe el peligro del
avance pulsional proveniente desde el ello*. Implica la formación del superyó, entonces, producida merced a la
introyección de la figura de los padres (principalmente el padre), corno identificaciones secundarias* prohibidoras y
castigadoras de la satisfacción pulsional. Así los sentía el sujeto en su infancia. Después del hundimiento del complejo
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de Edipo* devinieron en identificaciones*. La sola presencia del deseo* Inc. investido es pasible de sanción para el
superyó. Esto refuerza, por un lado, la necesidad de su desconocimiento con la utilización de los mecanismos de
defensa* del yo, los que producen el desconocimiento del deseo, de todas maneras insuficiente para el yo, ya que al
tener el superyó una parte inconsciente*, capta al deseo Inc. pulsional in statu nascendi, produciendo el yo de todas
maneras la señal de angustia, que luego toma el matiz del sentimiento de culpa*. La angustia* ante el superyó
remite a la angustia de castración* en el varón y a la angustia de pérdida del amor* del objeto* en la mujer, que
eran las angustias más temidas durante el período del complejo de Edipo, cuyo sepultamiento* y represión* originó la
formación del superyó. Para evitar la angustia ante el superyó, también se generan entonces mecanismos de defensa.
Este tipo de angustia señal es el que predomina en la neurosis obsesiva*, en la que son típicos el aislamiento* y la
anulación de lo acontecido*. En las fases más tardías de la neurosis obsesiva la angustia coincide con el sentimiento
de culpa, culpa del yo ante el superyó, independiente de los hechos de la realidad* (por ejemplo las leyes sociales).
Obviamente la angustia ante el superyó también pareciera ser típica de la melancolía* aunque en esta afección el
superyó ha tomado el poder sobre el yo y lo castiga sin piedad. La angustia ante el superyó puede aparecer en los
tratamientos psicoanalíticos con la forma de angustia de muerte* o ante el destino (representantes del castigo del
superyó). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA AUTOMATICA
José Luis Valls

[Freud.] Angustia* producida por la presencia en el aparato psíquico* de una hipercantidad de excitación libidinal. Es
como una repetición del trauma* del nacimiento, tal es la indefensión o desvalimiento* del psiquismo ante la tensión
de necesidad. Tiene diferentes causas: es la única existente en las neurosis actuales*, como expresión de un monto
de excitación no ligado por el aparato psíquico; o como expresión neurótica actual de toda neurosis de transferencia*
en lo que concierne a la porción de excitación no ligada a representaciones*. También aparece cuando, por alguna
causa, la angustia señal* utilizada por el yo* falla o los mecanismos de defensa* no han funcionado ante la angustia
señal, siendo arrasado el yo por la excitación, generando así ataques de angustia en las neurosis históricas o
transferenciales. En la psicosis* esquizofrénica, dados la grave alteración del yo y el retiro de la investidura de las
representaciones-cosa* Inc. con la pérdida del deseo* objetal consiguiente, la cantidad de excitación* queda sin
posibilidad de ser ligada y se expresa automáticamente como angustia o, mejor dicho, como angustia automática.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA DE CASTRACION
José Luis Valls

[Freud.] Angustia* sentida por el niño varón cuando comprende la diferencia de los sexos en términos de fálico-
castrado. En este período (fálico) el niño comprende el genital femenino confundiéndolo con la falta del masculino,
merced a un juicio* basado en la percepción* (que lo es de una falta), el que le acarrea la angustia realista* de que
sea una posibilidad cierta el que ese peligro le pueda ocurrir a él. A posterior¡* deviene en la angustia señal* por
excelencia (posteriormente al hundimiento o represión* del complejo de Edipo* e instauración del superyó* en el
aparato psíquico*). La angustia de castración aparece, entonces, en la cumbre del complejo de Edipo y es generadora
de las neurosis infantiles (el pequeño Hans, el “hombre de los lobos”*), generalmente zoofobias*, relictos del
totemismo*; luego va tomando las características del símbolo mnémico* que cultiva en su “almácigo” el yo* para
producir sus mecanismos de defensa* ante lo que siente como el peligro pulsional. La angustia de castración es
también un nivel de angustia señal, más alto en su complejidad que la angustia de pérdida de objeto*. Se la siente
básicamente ante el padre, rival edípico, y es resultado, en la hipótesis filogenética freudiana, de que en las épocas
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de la horda primitiva*, éste castraba a sus hijos para poder poseer a todas las mujeres de la horda, En Inhibición,
síntoma y angustia (1925) dice Freud que la angustia de castración remite a la angustia de pérdida de objeto, pues la
posesión del pene sería la condición para, en este nivel, poder tener* a éste. El reconocimiento definitivo de la
diferenciación sexual, con toda su conflictiva a cuestas, trae mayor complejidad al vínculo con el objeto*. La carencia
objetal remite, en última instancia, al peligro de volver a caer en la tensión de necesidad, la angustia automática*. La
angustia de castración sería una angustia señal que llevará al yo a hacer efectivos, automáticamente, sus
mecanismos de defensa, generando así nuevas mediaciones que lo alejen de ese peligro. En el adulto la angustia de
castración es reemplazada por lo general por la angustia ante el superyó* y la angustia social*, cuyo sustrato es en el
fondo. Pero esas angustias implican un grado aún mayor de mediación y complejidad. La angustia de castración será
factor principalísimo en la creación de síntomas neuróticos, en las así llamadas neurosis históricas o de transfe-
rencia*, principalmente la histeria de angustia* y sus fobias*. Es interesante acotar que el yo realidad definitivo*
culmina su constitución en el período fálico, cuando el falo haciendo caer bajo su supremacía al resto de las zonas
erógenas* les da una unidad, la que va a ser llamada yo. Esto es otra muestra de la importancia de la angustia de
castración en la constitución del aparato psíquico masculino (mayor imperativo categórico, mayor dramaticidad en la
formación del superyó, la que a su vez es más temprana, termina con el complejo de Edipo y no en la pubertad, como
en el caso femenino). Por lo demás, esta angustia es realista en el niño durante el complejo de Edipo, luego deviene
en angustia señal cultivada por el yo y usada como símbolo mnémico ante las pulsiones* que pretenden retornar
desde lo reprimido* y satisfacer la sexualidad infantil* reprimida primariamente, y de las cuales el yo se defiende con
sus represiones secundarias* o mecanismos de defensa. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA DE MUERTE
José Luis Valls

[Freud.] Tipo de angustia realista* preconsciente*, que resulta una forma de elaboración secundaria* de la angustia
ante el superyó* inconsciente* (por ejemplo: como angustia* ante el destino), y en ocasiones la angustia de
castración*, también inconsciente (por ejemplo: angustia ante los accidentes, enfermedades venéreas, etcétera). No
hay representación-cosa* inconsciente de la muerte propia, pues no pudo haber vivencia de ella. Las
representaciones* surgen de las vivencias, son huellas de éstas en última instancia. Para tener una noción de la
muerte propia e incluso de la ajena, hay que poseer representación-palabra* que permita pensarlas preconsciente o
conscientemente. A partir de ahí, entonces, se vinculan la muerte ajena con la propia, pero apenas si se tienen
teorías, fantasías y representaciones exteriores básicamente creadas merced a las palabras (“el frío de los sepulcros”)
hablando de la muerte y no una representación cabal o vívida de lo que es. Por lo tanto, la angustia de muerte resulta
una elaboración preconsciente de la angustia. La angustia señal* se produce ante el peligro. El peligro real durante el
complejo de Edipo* es la--- castración; antes lo había sido la pérdida del objeto, y después el castigo del superyó,
todos a su vez niveles de mediación ante la indefensión o desvalimiento* frente a la cantidad de excitación* o tensión
de necesidad, cuyo prototipo es el trauma* del nacimiento. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA DE PERDIDA DE AMOR


José Luis Valls

[Freud.] Tipo de angustia señal* percibida principalmente por la niña al entrar en el período fálico, por lo tanto, en el
complejo de castración*. Al comprender la diferencia de su cuerpo con el del niño, en fin, con lo que ella entiende
como niño no castrado, comprende ésta como si a ella le faltara el genital y no como sexo femenino (proceso al que
deberá llegar trabajosamente el yo*, tras un esfuerzo de actividad de pensamiento* complejo y al que arribará en la
pubertad, en el mejor de los casos). Por lo tanto, en la época de este crucial descubrimiento, sucumbe a la envidia del
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pene*. Se agrega a la diferencia anatómica el hecho de que aparece una desigualdad con respecto al niño en la
constitución del yo, dado que el falo no tendría en este caso la suficiente primacía (véase: primacía fálica) sobre el
resto de las zonas erógenas* (el falo es el clítoris en todo caso, de ahí la envidia). Lo que en el período del complejo
de castración en la niña es entendido como falta de genital, paulatinamente es reemplazado por el cuerpo erógeno
todo, y la vagina en particular (pensemos en lo difuso y generalizado del orgasmo femenino). Por eso el narcisismo*
de la mujer no se constituye de un principio como “amor propio” sino que predomina en ella una necesidad* de ser
amada, lo que la hace más dependiente del objeto*. También esto puede ser otro elemento que puede ayudar al
hecho de que algunas mujeres constituyan su yo más como objeto que como sujeto. En el período del complejo de
castración, en la niña la necesidad de ser amada (en un principio por la madre) se hace extrema; de ahí lo intenso de
la angustia de la pérdida de su amor. Posteriormente viene, por lo común, un tiempo en el que culpa a la madre por
su minusvalía, rompe con ella, y pasa a querer poseer un hijo, símbolo del pene anhelado (a este pasaje se lo llama
ecuación simbólica). Por este camino conducente a su feminidad, encontrará al padre como objeto y pasará a sentir
angustia ante la pérdida de amor de éste, de quien ahora espera su hijo-pene. Más tarde, en la adolescencia, hará su
elección definitiva de objeto* exogámico*, elección que llevará incluida la historia con sus objetos primarios y las
angustias* correspondientes. El superyó* femenino tarda más que el masculino en constituirse, asimismo es menos
drástica su forma de estructuración. La angustia de la pérdida de amor femenina se prolonga más en el tiempo y
probablemente esto influya incluso en la generación de diferencias respecto de las angustias posteriores, frente al
superyó* y la angustia social*. La angustia de pérdida de amor “[...] desempeña en la histeria un papel semejante a
la amenaza de castración en las. fobias, y a la angustia frente al superyó en la neurosis obsesiva” (1925, A. E.
20:135), lo que seguramente tiene alguna relación con que la histeria sea predominantemente femenina. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA DE PERDIDA DE OBJETO


José Luis Valls

[Freud.] Angustia* sentida por el bebé cuando en su camino de salida del yo placer purificado* (en el que el objeto*
en la medida en que producía placer* era considerado yo*) va reconociendo poco a poco a la madre como objeto de
placer, como no-yo, por lo que pasa a ser deseada (recordemos que en el yo placer se reconocía como no-yo todo lo
odiado). Comienza a pasar de la categoría ser*, a la categoría tener*, por lo tanto, a la posibilidad de no tener; esta
posibilidad generará angustia pues la presencia del objeto se ha mostrado importantísima, hasta imprescindible, para
no ser invadido por la tensión de necesidad*, la cantidad de excitación*, en otras palabras, la angustia automática*
del trauma* del nacimiento. Esta angustia de pérdida de objeto es la primera angustia que actúa como señal,
generadora de mecanismos de defensa* del yo, inconscientes algunos, y de formas de defensa que aunque no se las
pueda considerar mecanismos quizá sean las más eficientes que pueda tener el yo. Fruto de este tipo de angustia,
irán surgiendo entonces los juegos infantiles, el lenguaje*, etcétera, que harán las veces del objeto de placer al que,
de esta manera, se podrá tener. La angustia de pérdida de objeto se expresa en la clínica básicamente como angustia
ante la soledad, la oscuridad, la presencia de extraños, etcétera. De todas maneras, también esta angustia tiene
como trasfondo a la angustia de castración*. La angustia de pérdida de objeto consiste en una señal que es producida
en ínfima cantidad por el yo, lo que hace que automáticamente y en forma inconsciente surja el mecanismo de
defensa que originará una formación sustitutiva*, una transacción, la que producirá el efecto buscado de
inconscientizar a la pulsión*, y en este sentido será eficaz. Esta forma de angustia no necesita explicación económica,
es producida por el yo (como todas las angustias señales*) con ínfimas cantidades y basándose en el recuerdo*, la
representación* peligrosa. El resultado del mecanismo defensivo puede ser la generación de síntomas*, rasgos de
carácter*, etcétera. En el adulto se puede producir por regresión* yoica, pues es más primitiva (la distinción yo-
objeto de placer, en el período infantil en que este tipo de angustia predomina, es menos clara) que la angustia de
castración, la angustia ante el superyó* y la angustia social*, aunque se pueden mezclar y ser difíciles de distinguir.
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Es el tipo de angustia predominante en los mecanismos defensivos (desmentida*) de la amencia de Meynert*. Si
por alguna causa los mecanismos defensivos yoicos fallan, puede devenir el ataque de angustia y producirse la
angustia automática, la cual sí tiene explicación económica, pues es producida por la cantidad de excitación, o lo que
es lo mismo, la invasión de la tensión de necesidad. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA NEUROTICA
José Luis Valls

[Freud.] A diferencia de la angustia realista*, esta angustia* no se siente frente a la percepción* de un peligro
exterior sino frente a uno interno, aunque éste sea inconsciente*, o mejor, a pesar de que el yo* lo desconozca. Es la
angustia del yo frente a sus pulsiones*, mejor dicho frente al peligro exterior que paulatinamente las pulsiones impli-
can a medida que se distingue al yo del objeto* de placer* (la pérdida, la castración), su satisfacción o el deseo* de
su satisfacción. En el niño, durante el período del complejo de Edipo*, la angustia de castración* es realista, luego, en
el adulto, es una señal recordatoria de aquella angustia; pasa así a convertirse en angustia generadora en el yo de
mecanismos de defensa*, los que cuando fallan pueden ser origen de síntomas*. Entonces angustia neurótica es, a la
vez, producto de neurosis y generadora de neurosis. Otro capítulo es el de las neurosis actuales* en que la angustia
no está ligada a representaciones*, expresión automática de la cantidad de excitación*. En la esquizofrenia*, la
angustia se explica como en las neurosis actuales pero las causas son diferentes. En este padecimiento psicótico
narcisista, el arrasamiento del aparato psíquico por la cantidad de excitación que se produce ante la desinvestidura*
de sus representaciones-cosa* Inc., deja a la cantidad de excitación sin ligadura, o con una ligadura endeble porque
la representación-palabra* no está sustentada por la representación-cosa, ahora desinvestida o proyectada* (como,
por ejemplo en los delirios* paranoides). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA REALISTA
José Luis Valls

[Freud.] Estado afectivo displacentero particular que se siente frente a la percepción* de un peligro exterior. Se
asimila al miedo, afecto* que queda después de la vivencia de dolor*. Dice Freud: “[...] la angustia realista aparece
como algo muy racional y comprensible. De ella diremos que es una reacción frente a la percepción de un peligro
exterior, es decir, de un daño esperado, previsto; va unida al reflejo de la huida, y es lícito ver en ella una
manifestación de la pulsión de autoconservación” (1917, A. E. 14:358). Renglones más abajo pone en tela de juicio la
adecuación de la respuesta angustia* ante el peligro, diciendo que la respuesta adecuada sería enfrentarlo o huir.
Entonces la angustia realista es adecuada si es una simple señal que permite al yo* encontrar la acción adecuada, si
la angustia por el contrario paraliza al yo, éste pierde la posibilidad de autoconservarse. En Inhibición, síntoma y
angustia (1925) incluye como angustias realistas, las angustias sentidas por el niño en su proceso de reconocimiento
del objeto* como fuente de placer*: como son la angustia de pérdida de objeto* y la angustia de castración*. Son
angustias realistas desde que (en esa época) el peligro proviene del exterior. Dejan de ser realistas cuando son
usadas a posteriori* por el yo, como señales basadas en recuerdos* para generar los mecanismos de defensa* contra
las pulsiones* provenientes del interior del cuerpo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ANGUSTIA SEÑAL
José Luis Valls

[Freud.] Señal producida y sentida por el yo*, el que la utiliza para lograr dominar a la pulsión*. Esto lo hace
mediante los mecanismos de defensa* ante ella. Utiliza para ello el principio de placer* en contra de la satisfacción
pulsional, paradójicamente, pues tras la instalación de la represión primaria* la posibilidad de la satisfacción pulsional
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le generaría displacer* (angustia*) al yo. Al enviar el ello* una investidura de deseo* pulsional Inc. (o lo que es lo
mismo, una representación-cosa* investida buscando representación-palabra* para poder ser conocida por la cons-
ciencia* perteneciente al yo), el yo puede no aceptarla como propia produciendo la angustia señal, para lo que utiliza
el recuerdo* de momentos de angustia que fueron reales en la infancia, por ejemplo: la visualización del genital
femenino en el caso de la angustia de castración*. La angustia señal está basada, entonces, en la experiencia. Éste es
el caso de la angustia de pérdida de objeto* cuando el bebé comienza a reconocer al objeto* como tal. También el de
la angustia de castración que surge en la etapa fálica del varón, cuya contrapartida en la mujer es la angustia de la
pérdida de amor* del objeto. En el adulto no neurótico (a excepción del neurótico obsesivo en el que predomina la
angustia ante el superyó*, pero como amenaza de castigo inconsciente) las angustias señales suelen ser las que se
producen ante el superyó* y la angustia social*. La angustia señal es para el yo un recurso sumamente eficaz para
dominar a la pulsión, si bien muchas veces costosísimo, los daños en su estructura son un efecto no buscado (por lo
menos dentro del principio de placer) que no puede atribuirse a la angustia señal sino a los mecanismos defensivos
que produce el yo gracias a ella. Así y todo es de subrayar la eficacia defensiva; ante la señal automáticamente se
desinviste* la representación* (de palabra o de cosa según el caso, lo que también va a indicar niveles de gravedad
en la patología o alteración del yo) y la pulsión, “desactivada”, pierde su eficacia. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

ANULACION DE LO ACONTECIDO
José Luis Valls

[Freud.] Mecanismo de defensa* o forma de la represión secundaria* por la cual, utilizando el pensamiento* mágico,
se hace “desaparecer” algo sucedido, en la mayoría de los casos realizado o fantaseado previamente por el mismo
sujeto. La anulación de lo acontecido es un mecanismo yoico inconsciente* típico de la neurosis obsesiva* y produce
en general los llamados “síntomas* en dos actos”, donde el segundo cancela al primero como si nada hubiera
ocurrido. También es generador de ceremoniales obsesivos*. Ambos actos son compulsivos, a pesar de que el yo* del
sujeto intenta explicarlos con racionalizaciones*. La representación-cosa* de la pulsión* del ello* prohibida por el
superyó*, recibe investidura preconsciente* de palabra (aunque ligeramente desplazada* de la original, disfrazada) a
pesar de no haber sido nunca aceptada como propia por el yo. Tenemos entonces una representación de deseo*
preconsciente, aunque no aceptada como propia por el yo, al que se le impone como pensamiento compulsivo, incluso
puede llegar a acción compulsiva (véase: compulsión). Ésta es la transacción a la que llega el yo con la pulsión al
sentir la angustia señal* frente al superyó. Como para justificarse ante éste debe realizar el segundo acto, en el que
consiste estrictamente la anulación; utilizando la magia*, el yo consigue hacer “desaparecer” el hecho realizado, o la
fantasía* no actuada, como si nada hubiera sucedido. La anulación de lo acontecido es generadora de múltiples
síntomas de la neurosis obsesiva: a) los síntomas de dos tiempos: lavarse y ensuciarse las manos, abrir y cerrar las
llaves del gas (el famoso sacar y poner la piedra del “Hombre de las ratas”), etcétera, y b) los síntomas de un solo
tiempo, un solo tiempo de acción, cuando el “primero” se ha quedado en fantasía. (Este último caso es el trasfondo
de muchos ceremoniales obsesivos.) El síntoma en dos tiempos es expresión a su vez de la ambivalencia* afectiva, la
expresión del amor*-odio* en dos momentos diferentes. Esta técnica cumple además un papel destacado en las
prácticas de los encantamientos, en los mitos* de los pueblos y los ceremoniales religiosos, pues es tributaria de la
primitiva actitud animista hacia el mundo circundante. Podemos decir que la anulación tiene relativamente poco ,éxito
en reprimir a la pulsión, la que, especialmente en los síntomas de dos tiempos, puede llegar a la acción más o menos
simbolizada, aunque luego sea anulada. Además, suele necesitar extenderse a la manera del parapeto fóbico*. En
todo este lapso, hasta que se consigue la anulación, la angustia* se hace presente. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
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AÑORANZA, INVESTIDURA DE
José Luis Valls

[Freud.] Intensa investidura de la libido* objetal que se produce ante la realidad* irreparable de una pérdida de
objeto*. La añoranza es por la sobreinvestidura que al no poder satisfacerse, no tiene posibilidad de salida,
produciendo el dolor* psíquico durante el proceso de duelo*. En el caso del dolor* físico hay para Freud una cantidad
de excitación* proveniente de las “masas en movimiento” del mundo exterior (Proyecto de psicología, 1950a [1895])
que penetró en el cuerpo por una solución de continuidad de su superficie. También puede ser por una enfermedad de
alguno de sus órganos, a la que se agrega un monto de libido narcisista que se agolpa en el órgano dolorido (1925).
Algo análogo ocurre en el caso del dolor psíquico. Hay un agolpamiento muy intenso, pero ahora es de libido objetal,
investidura de añoranza. La realidad muestra que el deseo* del objeto perdido no se satisfará nunca más como
otrora, con lo que aquel se intensifica y choca ante la imposibilidad real, situación que se repite en cada ocasión que
remeda al objeto perdido. El proceso de duelo consiste precisamente en el ir despegando de la realidad la investidura
de añoranza. Este proceso se podrá realizar en tanto la investidura predominante haya sido de libido objetal, pues si
la elección de objeto* previa fuera predominantemente narcisista* se producirá seguramente retracción libidinal*, la
que volverá al yo*, como en el caso de la melancolía*. En esta última, el sentimiento de culpa* del yo ocupa el lugar
de la añoranza por el objeto. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

APARATO PSIQUICO
José Luis Valls

[Freud.] Modelo para representar el funcionamiento psíquico. Probablemente Freud lo tomó del materialismo
mecanicista de fines del siglo pasado, principalmente a través de la escuela de Helmholtz, también siguiendo el
modelo anatómico y fisiológico (aparato circulatorio, aparato respiratorio, etcétera). Al llevarlo hasta sus últimas
consecuencias, muy rápidamente lo deslindó de localizaciones anatómicas o neurofisioquímicas, sin por eso dejar de
pensar que de alguna manera éstas existieran, más bien lo enfocó desde otra óptica. Su terreno fue la psicología,
generando una nueva manera de entenderla. Si bien el modelo es mecanicista predomina en la explicación de su
funcionamiento la dinámica psíquica, su funcionalidad y su sistematización. Está constituido por un intrincado
mecanismo con distintos elementos que se acoplan u oponen entre sí. Este aparato psíquico se “construye”
paulatinamente y se hace más complejo a medida que se van teniendo nuevas experiencias. Su descripción
corresponde a la metapsicología freudiana; por lo tanto tiene un sentido tópico, uno dinámico y uno económico. La
teoría del aparato psíquico tiene, a lo largo de la obra freudiana, desarrollos, confirmaciones, agregados,
rectificaciones y/o cambios. En el manuscrito Proyecto de psicología (1895) -publicado póstumamente en 1950, que
forma parte de su correspondencia con Fliess y es contemporáneo a otros intentos similares de la época como el de
Sigmund Freud y el mismo Breuer en la parte teórica de los Estudios sobre la histeria (1893-95)- expone un aparato
psíquico con cierta raigambre anatómico-histológica, de la que en el transcurrir del texto paulatinamente va
desprendiéndose. Habla ahí de neuronas * que alojan a las representaciones* primero y paulatinamente aquellas van
deviniendo en éstas, lo que se hará explícito en el capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900). Se observa
en el “Proyecto” una metodología de pensamiento sumamente rigurosa, como la de un fisiólogo que pondrá bajo el
microscopio a los temas psicológicos. Se vislumbran en esta obra ideas que serán desarrolladas muchos años
después, y su lectura se torna imprescindible para poder entender razonamientos muy posteriores. Postula ahí un
aparato psíquico compuesto por neuronas y cantidad de excitación*, una cantidad a la que no toleran, y toda la
compleja defensa* que la red neuronal debe desarrollar, entonces, para no estar a merced de ella. Hay neuronas fi,
neuronas psi y neuronas omega . Las neuronas fi están en contacto con el mundo exterior y reciben las grandes
excitaciones provenientes de éste a las que atenúan, por medio de filtros o pantallas defensivas; la excitación
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atraviesa estas neuronas sin dejar rastros, los que pasan a quedar registrados en otras que son las encargadas de
la memoria: las neuronas psi. Por último, la cualidad* perceptual es registrada por las neuronas omega, las que no
registran las cantidades, sino la temporalidad de sus movimientos, el período*. El aparato psíquico se constituye en
íntima relación con el vínculo objetal, pues se pone en movimiento después de las vivencias de satisfacción* y dolor*
vividas con el objeto*. Estas vivencias dejan huellas mnémicas* en él, principalmente del objeto, que al unirse con las
cantidades de excitación que provienen de las vías de conducción corporales configurarán los deseos* objetales. Al
nacer el deseo queda inaugurado el principio de placer*. Se explica también en el “Proyecto” la actividad de pensa-
miento*, la defensa primaria, la defensa normal y patológica, y todo su esquema se hace más complejo
paulatinamente. También Freud habla aquí de un yo*, sede del proceso secundario*, forma de inhibición* de la
alucinación* (esta última propia del proceso primario*), para lo que se necesita instaurar el principio de realidad*,
que de esta forma se genera. Cinco años después, en La interpretación de los sueños (1900), se separa
definitivamente del modelo anatómico pasando a hablar de tópica y lugares psíquicos virtuales (imaginarios). El
aparato psíquico que describe en el capítulo VII de esta obra es completado en 1915 en su célebre “Metapsicología”.
Tiene el arco reflejo como base dinámica del esquema, el que posee a su vez una puerta de entrada y una de salida
de la cantidad de excitación (libidinal en general). La cantidad de excitación penetra por el polo perceptual*, deviene
por un lado en quantum de afecto* y es percibida como displacer* en aquel, genera además una tendencia, que al
irse ligando a representaciones, toma el nombre de deseo. Tales representaciones son de dos tipos: representación-
cosa* primero y representación-palabra* después, cuando el sujeto aprende el lenguaje*. Gracias a las
representaciones-palabra la consciencia* conocerá a las representaciones-cosa y por lo tanto podrá pensarlas y
eventualmente conducir la libido* al polo motor*, donde debe terminar el circuito con una acción específica* que
descargue la pulsión* en la fuente. Descarga que será, entonces, sentida por el polo perceptual como placer*. Todo
esto ocurre en el caso de ser la pulsión aceptada por el preconsciente*, o sea una vez superadas las censuras*. En
cuanto a las censuras existen tópicamente dos: la de represión*, situada en el límite entre el Inc. y el Prec., es la que
va formando el Inc. reprimido con las pulsiones de la sexualidad infantil* que culminó en el complejo de Edipo* y
cuyos retoños (o sea deseos análogos o contiguos a los reprimidos e identificados por eso con ellos) son a su vez
reprimidos, lo que genera los síntomas* neuróticos, la angustia*, los sueños*, los actos fallidos* en general, etcétera.
La segunda censura es consciente y refuerza a la primera. Está basada en la sustracción de la investidura de
atención* Cc., y es la que el analista le pide al paciente que suprima para cumplir con la “regla fundamental”* de la
técnica psicoanalítica*. Resumiendo: este nuevo esquema está compuesto por inconsciente*, preconsciente* y
consciencia*. Al Inc., sede de los deseos infantiles reprimidos por la represión primaria* (originalmente, en la
infancia), posteriormente se le van agregando los retoños análogos o contiguos, incluso opuestos y por eso identi-
ficados con aquellos, por lo que pasan a ser reprimidos por la represión secundaria* o represión propiamente dicha.
Ambas características (primaria y secundaria) corresponden a la represión, primera forma Inc. de censura que
escinde al aparato psíquico en un Inc. y un Prec. A ella se agrega como refuerzo, la segunda censura, consciente. En
el inconsciente (Inc.) hay representaciones-cosa. Entre ellas la energía* fluye libremente (proceso primario) siguiendo
las leyes de la asociación*, buscando identidades de percepción* y utilizando condensaciones* y desplazamientos*,
para ello. Es el tipo de funcionamiento mental propio, pero no exclusivo, de los sueños. Escindido del inconsciente
merced a la represión está el preconsciente (Prec.), compuesto principalmente de representaciones-palabra, las que
entre otras funciones representan a las representaciones-cosa ante la consciencia, lo que les da el nivel más alto de
ligadura, con fuerte investidura y débil desplazamiento, característica del proceso secundario, de la actividad de
pensamiento, gracias a la cual también busca la identidad con lo deseado, pero ahora la identidad de pensamiento*.
Las representaciones-palabra pertenecen al lenguaje, forma creada por el género humano para que lleguen los
deseos a la consciencia (circunscribiendo ésta, como hace Freud, a un mero aparato perceptual*), para lo que ésta lo
único que debe agregarle a ellas es una investidura de atención. Por lo tanto si la palabra es el medio más idóneo
para conocer los deseos, también será el medio elegido por la represión para su propio objetivo, que es el de
desconocer. Utilizará las leyes de la asociación para reemplazar las representaciones -palabra originales por otras
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contiguas o análogas y así conseguir sustraer la investidura Prec. alas representaciones que ahora pasarán al Inc.
reprimido, o “al estado de represión”. Esta sustracción de investidura Prec. será uno de los mecanismos de la
represión secundaria o propiamente dicha, que junto a la atracción de la compulsión de repetición* del Inc. y a la
contrainvestidura* (éste a su vez único mecanismo de la represión primaria), son los otros mecanismos que forman
parte de aquella, también traducida como “a posterior¡* de la represión”. La representación Prec. debe a su vez
también vencer una censura consciente para poder ser hablada, expresada y regida más firmemente todavía por el
proceso secundario, al tener la palabra emitida, incluso escrita, un efecto real, social, de comunicación. Si no vence
esta censura consciente, puede permanecer más en el terreno de la fantasía* y acercarse a las representaciones
mestizas entre Prec. e Inc. regidas por el principio de placer, pero con palabras y con cierta lógica del proceso
secundario. Estas fantasías o sueños diurnos se pueden convertir rápidamente en retoños del Inc. y generar síntomas
neuróticos, sueños, etcétera. En el último artículo correspondiente a la metapsicología de 1915 al hablar del duelo* y
la melancolía* aparece el tema de la identificación*, que reaparece poco después como uno de los mecanismos
generadores de la masa* en Psicología de las masas y análisis del yo (1921). En estas dos obras (Duelo y melancolía
y Psicología de las masas y análisis del yo) reaparece, desplegándose más, el tema de la identificación y también el
del yo, el que es constituido básicamente por aquella. En la segunda obra lo hace a través de la conceptualización del
líder de la masa, así como del ideal del yo* como una parte del yo diferenciada de él. En 1920 expuso su segunda
teoría pulsional, tratando de explicar fenómenos repetitivos en la conducta de los pacientes, que pareciera funcionan
no regidos por el principio del placer, sino más allá de él. Todos estos factores, más la observación clínica de la resis-
tencia* inconsciente a la curación, van haciendo que el objetivo terapéutico se amplíe en adelante y sea importante
no sólo hacer consciente lo reprimido, sino también lo represor. Esto último, a pesar de ser desconocido por el
paciente, no puede pertenecer sino al yo. Lo que lleva a replantearse o a complejizar el aparato psíquico, que ya no
alcanza para explicar todos estos fenómenos. Por lo pronto se hace imprescindible la descripción del yo como
estructura y el hecho de que una parte importante de él sea inconsciente; por lo demás hay que dar cuenta del ideal
del yo y de la consciencia moral*, tan sobresaliente en algunos cuadros clínicos como la neurosis obsesiva* y la
melancolía. En El yo y el ello (1923) se expone entonces la segunda tópica o teoría estructural. Ahora el aparato
psíquico posee un ello* inconsciente, con la salvedad de que no todo lo inconsciente está en el ello. En el ello están
todas las pulsiones provenientes del cuerpo con sus representaciones-cosa, además de las tendencias heredadas
filogenéticamente. Las representaciones-cosa reprimidas son solamente una parte del ello. El yo surge en la periferia
del ello, en el contacto de éste con la realidad*. Se forma esencialmente de identificaciones con atributos de los
objetos (primarias, esencialmente). El yo es la sede principal de las representaciones-palabra y del proceso
secundario. Se rige, en su parte Prec., por el principio de realidad, realiza entonces el examen de la realidad*, es
también la sede del pensamiento el que posee, entre otras más, una función sintética, ésta debe hallar una síntesis
entre amos opuestos a los que sirve permanentemente: las pulsiones, el superyó* y la realidad. En esta difícil tarea
se puede resquebrajar y producir las escisiones del yo*. Tiene, hasta cierto punto, el control de la acción. Hemos
anticipado que una parte del yo es Inc. Dicha parte lo provee, merced a la ayuda del principio de placer por el que
pasa a regirse (reprime o se defiende de las pulsiones, pues el poder sentir a éstas como propias lo angustia), de
recursos defensivos ante la angustia señal* que él mismo cultiva en su “almácigo” y emite como aviso del peligro que
podría acarrear la satisfacción de las pulsiones provenientes del ello. Otra parte del yo se escinde de él, lo observa, se
le enfrenta, lo critica, vigila y castiga al yo, si éste no es como lo quiere el ideal. Esta parte, esta tercera instancia
(superyó-ideal del yo) tiene un triple origen. Es la experiencia heredada de la especie que se repite de alguna manera
(simbólicamente) en la experiencia individual. En esta hipótesis filogenética Freud incorpora muchos de sus
pensamientos acerca del origen de la comunidad humana (parricidio, prohibición del incesto, alianza fraterna*,
totemismo*, etcétera). Además de heredado, el superyó-ideal del yo resulta de la transformación, en el adulto, del
narcisismo* infantil, para el cual era yo todo lo placentero (básicamente, esta transformación corresponde al ideal del
yo, la segunda parte de la expresión compuesta, “superyó-ideal del yo”). Por último, el superyó es de nuevo
heredero, esta vez no de la especie, sino de la propia prehistoria del individuo, de su complejo de Edipo. En él
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quedarán como precipitado las identificaciones secundarias* con los progenitores, ocupando el puesto principal el
padre omnipotente de la infancia y sus sustitutos posteriores (maestros, guías espirituales, líderes de todo tipo). Se
constituye así la consciencia moral. Podríamos decir que el superyó está hecho de aspiraciones y prohibiciones. La
conscíencia moral prohíbe, básicamente, el incesto y el parricidio y sus derivados. El ideal del yo exige perfección, la
perfección de la que gozaba el yo omnipotente de la infancia. Tanto en forma filogenética como tópica el superyó
enraíza en el ello. Se genera así el “sentimiento inconsciente de culpa”*, también llamado por Freud “necesidad de
castigo”*, producto de la desmezcla pulsional* generada por la desexualización* de la pulsión sexual* exigida por el
ideal a través de la sublimación*. En aquella “resistencia del superyó” (Inhibición, síntoma y angustia, 1925), el
Destino con mayúscula pone a prueba todos los recursos terapéuticos del psicoanálisis. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

A POSTERIORI
José Luis Valls

[Freud.] Característica particular de la pulsión sexual* por la cual se traslada en el tiempo una situación de excitación
por lo genera traumática (cantidad de excitación* ocurrida a destiempo, cuando no hay posibilidades de ligadura
psíquica), y por la que aquella sensación (o la defensa* ante ella), se hace actual. Se corresponde con la necesidad*
de investidura* previa que poseen todos los órganos perceptuales, entre ellos las zonas erógenas*, para captar las
sensaciones producidas por los estímulos (los objetos*), relacionar éstos con representaciones* de otras situaciones
similares previas y encontrar cierto grado de identidad -por lo menos en lo que concierne a la sensación y conseguir
ligaduras de pensamiento*, comprendiendo así sus experiencias. Este hecho (la necesidad de la investidura
perceptual previa al estímulo) es causante de que la estimulación de una zona erógena, cuando ésta no está
previamente investida (por ejemplo: una estimulación genital en un niño en que todavía predomina el erotismo anal*
o el erotismo oral*), se torne traumática, y no precisamente cuando sucede el hecho traumático (aunque éste deje un
punto de fijación*), sino cuando el sujeto haga su entrada en la etapa erógena correspondiente (o en su reedición en
la pubertad). Sólo entonces estarán investidos el órgano y las representaciones ligadas con las vivencias de placer*
que a través de él se produjeron, y estas vivencias retornarán desde lo reprimido*, y se tornarán traumáticas “a
posteriori”, lo que generará síntomas* neuróticos. Este concepto fue trabajado por Freud en el Proyecto de psicología
1950a [1895] y retomado con todo su esplendor y brillantez en el caso del “Hombre de los lobos” correspondiendo a
una revitalización de la teoría del trauma* sexual y a su vez una complejización de ella. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

APREMIO DE LA VIDA (ANANKE)


José Luis Valls

[Freud.] También llamado necesidad*. Está referido al quebrantamiento del principio de inercia* al que están
sometidos los organismos complejos al recibir estímulos desde el elemento corporal mismo, estímulos endógenos
luego llamados pulsiones* que deben ser descargados, pues pugnan por ello. Éstos provienen de células del cuerpo y
dan por resultado las grandes necesidades: hambre, respiración y sexualidad. El quebrantamiento del principio de
inercia se crea por el desfase entre la cantidad de estímulo que provee la necesidad y la cantidad de energía
necesaria que posee el organismo para satisfacerla. Al ser esta última menor es imprescindible el pasaje a un nuevo
nivel que guarde energía para poder realizar la acción específica* en el momento oportuno. El organismo necesitará,
entonces, mantener un nivel de energía constante (principio de constancia*). Esta cantidad de energía constante
permanecerá ligada a representaciones*, dando origen al aparato psíquico* en general y al yo* en particular. La
energía proveniente del cuerpo que demanda la acción acorde a un fin, se corresponde probablemente con lo que
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Freud en Pulsiones y destinos de pulsión (1915) llama el esfuerzo (Drang) de la pulsión. O sea “[ ... ] su factor
motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que ella representa (reprasentieren). Ese carácter
esforzante es una propiedad universal de las pulsiones, y aun su esencia misma” (1915, A. E. 14:117). [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

APRONTE ANGUSTIADO
José Luis Valls

[Freud.] Estado de sobreinvestidura*, con energía quiescente* (ligada), del aparato perceptual o sistema de
percepción-consciencia (PCc.) del yo* (atención*), preparado ante el peligro. Es en realidad el último bastión de la
protección antiestímulo*. Freud piensa que quizá haya sido el estado permanente del ser primitivo ante los peligros
de la Naturaleza (1915). Un hecho exterior resulta traumático si consigue superar la barrera protectora antiestímulos;
o si al no existir esta sobreinvestidura de atención en el momento del hecho, se produjo la invasión de estímulos, por
lo que el aparato psíquico no pudo ligarlos con representaciones* del pasado, apareciendo la sensación de terror*. La
secuela del suceso traumático es la neurosis traumática*, con sus síntomas* típicos, como los sueños* repetitivos del
hecho traumático. Estas repeticiones no están, en forma directa al menos, al servicio del cumplimiento de deseo*,
“[...] buscan recuperar el dominio (Bewaltigung) sobre el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya
omisión causó la neurosis traumática” (1920, A. E. 18: 3 l). Si se consigue cierta ligadura del estímulo, éste pasa a
pertenecer al principio de placer* y la búsqueda de cumplir con el deseo. Sucede que el polo de percepción
consciencia (PCc.) necesita estar investido para poder soportar mejor los estímulos externos; una vez rebasado, el
aparato psíquico repite el hecho (en sueños por lo común y en ocasiones en acciones), por compulsión a repetir* por
un lado, y por otro para lograr la sobreinvestidura angustiada que podría ligar la cantidad de excitación* a las otras
representaciones de la historia previa del sujeto. Resulta interesante agregar que en el caso de las neurosis
actuales*, como la neurosis de angustia*, Freud describe un estado base de la misma que llama “expectativa
angustiada” y lo describe como un estar alerta permanente ante el peligro, claro que el peligro (para el aparato
psíquico) en este caso es la cantidad de excitación sexual somática no descargada o mal descargada y no el mundo
exterior. Pero el estado expectante, con un polo perceptual sobreinvestido con hiperinvestidura de atención,
productora de angustia*, es similar. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

APUNTALAMIENTO O APOYO
José Luis Valls

[Freud.] Camino facilitado por la pulsión de autoconservación del yo* a la pulsión sexual* para escoger sus
predominantes zonas erógenas* y sus elecciones de objeto*. “El quehacer sexual se apuntala (anlehnen) primero en
una de las funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se independiza de ella” (Tres ensayos
de teoría sexual, 1905, agregado de 1915. A. E. 7:165). Formando parte primero de las sensaciones correspondientes
a la vivencia de satisfacción* realizada con la madre, va separándose un plus de placer* que estaba unido en un
principio a la pulsión de autoconservación, de la que la pulsión sexual paulatinamente se va separando, en forma
independiente del hecho de que en las primeras épocas para la pulsión sexual predomine el yo-placer* que no
distingue a la madre como objeto*. En cambio, ya en las primeras épocas para la pulsión de autoconservación es
vigente el yo realidad inicial*. De ahí que en un sentido el objeto pueda ser reconocido como tal y en otro no tanto y
pase a predominar el autoerotismo*. Cuando el incipiente yo* investido de pulsión sexual comienza o llega a
reconocer al objeto como la fuente de su placer, se decide a tenerlo*; por ello el primer objeto elegido es la madre,
tanto para la niña como para el niño. Después del complejo de Edipo*, una vez interiorizada la prohibición del incesto
a través del superyó*, pese a ello y justamente sin que el yo se aperciba, se elegirá en general al objeto que posea
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atributos en algo semejantes a los primeros objetos, satisfacientes de sus pulsiones de autoconservación. De esta
manera, se elegirá según los modelos de la madre nutricia o el padre protector. Si predominó más absolutamente el
autoerotismo o el “yo placer purificado”, y no se pudo aceptar en forma importante la diferencia de los sexos,
probablemente se haga elección de objeto de tipo más o menos narcisista*. Sin embargo, podríamos decir que en
ambos casos, la pulsión sexual siempre se “apuntala” sobre la pulsión de autoconservación, sobre todo cuando lo
hace sobre los atributos de los primeros objetos; pero con más razón incluso en caso de hacerlo sobre atributos del
propio yo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ARTE
José Luis Valls

[Freud.] Una de las más elevadas creaciones de la cultura* humana, producto de la sublimación* de las pulsiones
sexuales* infantiles rechazadas por esa misma cultura. El arte logra por un rodeo peculiar una reconciliación del
principio de placer* con el principio de realidad*. El artista originariamente rechaza la realidad* al no poder aceptar la
renuncia a la satisfacción pulsional que desde aquella se le impone. Se entrega entonces a sus fantasías* objetales
(eróticas y de ambición); hasta aquí no se distingue del neurótico común, pero a diferencia de éste consigue retornar
a la realidad, merced a dotes propias, transformando sus fantasías en un nuevo tipo de realidades valoradas por los
demás hombres, las obras de arte. Consigue así en cierto modo ser el héroe*, el rey, el creador, el mimado de la
fortuna que querría ser (para lo cual debe tener éxito como artista), sin necesidad de alterar profundamente el mundo
exterior. Los espectadores o lectores u oyentes (todos los consumidores de arte), insatisfechos con sus propias
pulsiones*, se identifican con la nueva realidad creada por el artista y participan a través de esta identificación* con
su goce. El arte, como el juego infantil, es una “fantasía actuada”, que implica una acción, una escenificación
(Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, 1911). Probablemente el arte primitivo tuviera su origen
en la magia*, técnica de la concepción animista del universo incluida dentro de la omnipotencia del pensamiento*, y
los primeros objetos artísticos surgieran como expresión de la pulsión de apoderamiento* para poder dominar a los
enemigos, a los objetos de la Naturaleza, o realizar sus deseos* a través de crear objetos análogos a los deseados o
temidos (Tótem y tabú, 1913). También en el niño existe este período animista y probablemente sus primeras
creaciones tengan similares significados para él. En ambos, tanto en el niño como en el artista, está presente la
defensa* ante la angustia de pérdida de objeto* cuando se empieza a reconocer el objeto* como fuente de placer. En
ese caso el niño busca poseer el objeto o ser querido por él, el artista busca lo mismo en los retoños de aquellos
padres de la infancia (sus admiradores). Pero también el artista es el héroe, el que en la fantasía mítica mató al
padre, es Edipo en la encrucijada de Tebas, como cada niño durante el período que lleva su nombre. El niño juega a
ser grande, a hacer todas las acciones específicas* que supone que los grandes hacen, el artista es un grande que
puede volver a jugar como cuando era niño, sin saberlo, y sin dejar de ser grande. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

ASCO
José Luis Valls

[Freud.] Forma especial de la angustia* que funciona como dique represor (fijación*) de una pulsión* relativa a
determinada zona erógena* predominante en un período, y pasar este predominio a otra más evolucionada, con
problemáticas más complejas. Es producto de la represión primaria* normal y constitutiva de la primera línea
defensiva yoica (véase: yo), en parte entonces contribuyente a la creación de su infraestructura Inc. El mecanismo
metapsicológico que constituye el asco es la contrainvestidura* y origina un punto de fijación al que se recurrirá en el
caso de regresiones* pulsionales ulteriores. Al pasar de] período* oral al anal suele ser común en los niños el
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sentimiento de asco a la leche, al pecho o a la nata de la leche (representación* del pezón); al superar el período
de la satisfacción anal como zona erógena predominante queda asco a las heces, principalmente de los demás, así
como a todo lo vinculado con ellas. En el caso de lo fálico, puede quedar cierto asco a lo sexual si se permanece fijado
a esta zona erógena, razón por la cual los objetos* deseados inconscientemente son predominantemente incestuosos,
o derivados próximos a ellos, fenómeno típico de la histeria. Hay diversos grados de fijación, producidos por lo que
resulta ser uno de los diques pulsionales, el asco, y por el que se trastorna el afecto* ante la posibilidad de la
satisfacción pulsional (lo que era placentero, se vuelve asqueroso). Estos grados de fijación dependen de cuáles
hayan sido los montos de excitación que ocurrieron en cada época. Por lo tanto también dependen de los hechos
traumáticos transcurridos en ellas, los que obligaron al yo* débil a aumentar la contrainvestidura (único mecanismo
de la represión primaria) para frenar a la pulsión, cambiándole el afecto, que en este caso sin llegar a ser
definitivamente angustia, es, no obstante, una forma especializada de ella. A mayor contrainvestidura, mayor fijación,
más asco. El asco lo siente el yo ante el peligro de que la pulsión consiga su objetivo de descarga. El yo utiliza
entonces sus mecanismos de defensa*, de los que el asco resulta un detonante, una señal para que aquellos se
desplieguen (dando origen a conversiones* histéricas, por ejemplo). Situado en pleno frente de batalla, puede
continuar sintiéndose en forma consciente y egosintónica (y formar parte también de ciertos rasgos de carácter*).
Dentro de ciertos límites, controlados por el yo, forma parte de la normalidad. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ASISTENTE AJENO
José Luis Valls

[Freud.] Nombre usado por Freud en el Proyecto de psicología (1950a [1895]) para señalar al otro, al semejante,
cuya presencia es vital para el niño desvalido, además de mostrarnos lo importante de la presencia del objeto* en la
estructuración misma del aparato psíquico*. También lo menciona en La interpretación de los sueños (1900),
Inhibición, síntoma y angustia (1925), etcétera. En el momento del nacimiento, el bebé entra en estado de
desvalimiento* ante la cantidad de estímulos provenientes del interior de su cuerpo, de sus pulsiones*. Esto mueve al
proceso de descarga más primitivo, la alteración interna* (expresión de emociones, grito, inervación vascular). A todo
este complejo, centrado en la invasión de la cantidad de excitación*, con un aparato psíquico demasiado incipiente
para ligarla por falta de experiencias de vida con qué relacionarla, se le llama también “trauma* de nacimiento”. La
alteración interna del bebé es una válvula de escape. Para que el bebé sobreviva y se puedan constituir las bases de
su aparato psíquico, la alteración interna debe convertirse en una llamada que deberá ser comprendida por un
“asistente ajeno” (la atención de la madre, ni más ni menos, o alguien que cumpla sus funciones) que cubra las
necesidades* primitivas y de diversa índole del bebé, haciéndole disminuir las cantidades de excitación:
alimentándolo, limpiándolo, dándole calor, ternura, etcétera. Ésta implicará una vivencia de satisfacción*, que dejará
profundas huellas fundantes del funcionamiento de un psiquismo cada vez más complejo. Las huellas principales
serán las del objeto, sus movimientos y la sensación de descarga producida en el contacto con él. En adelante, ante
las nuevas apariciones de la cantidad de excitación en el aparato psíquico ya en formación, quedará facilitada* su
ligazón con las huellas mnémicas* de la anterior vivencia. Así pasa a constituirse una representación* de deseo*
psíquico (representación de deseo del objeto y los movimientos, para poder sentir la sensación buscada), de lo que
era cantidad de excitación somática. El razonamiento de Freud, aparentemente biológico, es esencialmente social, o
mejor dicho una excelente y dinámica ensambladura entre lo biológico, lo social y lo psicológico. La representación del
objeto (el asistente ajeno de la vivencia de satisfacción) es inauguradora del psiquismo. El deseo surgirá cuando
reaparezca la tensión de necesidad somática, la que devendrá ahora en deseo del objeto, independientemente de que
el objeto sea al principio reconocido como tal por el narcisismo* reinante en el yo placer purificado*. La
representación-cosa* así fundada es principalmente representación del objeto, de las cosas sentidas con él. Su
presencia fundó el psiquismo de la desvalida cría humana. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
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ASOCIACION
José Luis Valls

[Freud.] Mecanismo de vinculación de una representación* con otra. Se produce por el desplazamiento* de energía*
libidinal (quantum de afecto*). Este desplazamiento puede ser de dos maneras: a) Por libre desplazamiento, en que
las cantidades pueden pasar de una a otra representación regidas por las leyes de la asociación: las analogías*,
contigüidades*, etcétera. Éstas se confunden con identidades y por lo tanto las rige la identidad de percepción* y el
proceso primario*, y son representaciones/cosa* principalmente de tipo visual. Corresponden al Inc.* y son las que
se ven en los sueños*. b) Con más o menos fuerte investidura y débil desplazamiento, pues un mayor nivel de
ligadura hace más complicado asociar una representación con otra, existen más trámites para ello. Se distingue
también entre los motivos de la asociación (la analogía, etcétera) y la identidad (no bastará que algo tenga un
atributo análogo a algo deseado para ser eso deseado). Pese a que busca también la identidad con lo deseado, lo
hace usando el pensamiento*, busca la “identidad de pensamiento”*. Funciona con representaciones-palabra* y
corresponde al yo* Prec., la actividad de pensamiento y el proceso secundario*. El concepto de asociación proviene
predominantemente del “asociacionismo”, escuela dentro de la cual Freud se acercó a John Stuart Mill y de la que
tomó sus leyes de vinculación entre representaciones agregándoles una direccionalidad, una tendencia, signada por el
principio de placer* y el deseo* pulsional. La asociación tomó así las características de medios de vinculación entre
representaciones, pero con un objetivo: la descarga pulsional. Las representaciones-palabra mestizas propenden a
cierta libertad de asociación que hace posible el fantaseo, el sueño diurno. En ellas hay mayor desplazamiento que en
la actividad de pensamiento. Las palabras están regidas principalmente por el principio de placer e incluso cierto nivel
de identidad de percepción. En cambio en el pensamiento es más rigurosa la tramitación del pasaje del quantum de
afecto entre las representaciones, hay débil desplazamiento, rige el principio de realidad*, se busca la identidad con
lo deseado pero pensando, calibrando hasta dónde es así y hasta dónde no, se estudian los atributos del percepto y
de la representación comparándolos, se realiza el examen de realidad*, etcétera. En general el libre fantaseo es
rechazado por la censura* Cc. En el caso de que las fantasías* se conviertan en retoños de las representaciones
reprimidas pueden ser a su vez reprimidas por la censura Inc., pudiendo así ser base de actos fallidos*, síntomas*
neuróticos, sueños, etcétera. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ASOCIACION LIBRE
José Luis Valls

[Freud.] Regla técnica fundamental del psicoanálisis. Se le pide al paciente que diga todas sus ocurrencias, que
suprima su censura* consciente* e invista con atención las representaciones-palabra* que se van vinculando por las
leyes asociativas con un débil nivel de ligadura y un cierto libre desplazamiento*. En otras palabras, se invita en
forma activa al paciente a que exprese en voz alta su libre fantaseo, su soñar diurno, que habitualmente es censurado
por la censura Cc. No todos los pacientes consiguen asociar en igual medida. La asociación* es más libre cuando
predomina la transferencia* positiva, hay pocas resistencias*, no existen rasgos de carácter* demasiado rígidos,
etcétera. En esas palabras -que en otro contexto podrían parecer insensatas o absurdas- irán apareciendo indicios,
rastros dejados por el deseo* Inc.* reprimido en su huida, escondidos tras el síntoma*. El analista podrá gracias a
ellos ir armando las interpretaciones -construcciones* que van haciendo consciente lo inconsciente. En realidad la
asociación libre es un camino paulatino hacia lo reprimido. En ese camino surgen las resistencias (al asociar, por
ejemplo) provenientes del yo*. El análisis de estas resistencias insumirá gran parte de la tarea analítica. No serán
sólo resistencias ante lo reprimido sino también ante lo represor, inconsciente también pero perteneciente al yo. El
análisis de las resistencias tomará conocimiento, entonces, predominantemente de la parte Inc. del yo (los rneca-
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nismos de defensa*, por ejemplo), por lo tanto, de su carácter y de su grado de alteración*. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

ATAQUE HISTERICO
José Luis Valls

[Freud.] Forma aguda de la sintomatología de la “gran histeria” a la que Freud describe como ataques convulsivos con
un aura y tres fases (para Charcot eran cuatro las fases, pues postulaba un delirio* terminal). El aura proviene de
una sensación de las zonas histerógenas*, lugares hipersensibles del cuerpo cuya estimulación desencadena el
ataque. La primera fase es la epileptoide y semeja un ataque epiléptico común; la segunda, de los “mouvements”,
muestra movimientos de gran envergadura, como los “movimientos de saludo”, el “arc de cercle” y contorsiones. Los
movimientos son desarrollados con elegancia y coordinados y no torpes como los de los epilépticos. La tercera fase es
alucinatoria, de las “attitudes passionelles “. Se caracteriza por posturas correspondientes a escenas apasionadas
alucinadas. Lo más frecuente es que la consciencia* se mantenga durante casi todo el ataque, salvo momentos,
semejantes al clímax de la excitación sexual. En algunos casos cualquier fase del ataque se puede presentar por sí
sola y subrogarlo. Son importantes también los ataques apopléticos llamados “attaques de sommeil”. El ataque
histérico está compuesto por fantasías* proyectadas sobre la motilidad, representadas pantomímicamente y des-
figuradas a la manera de los sueños*. Se expresan en dicho ataque múltiples fantasías condensadas y con
identificaciones* múltiples (representándose en este caso dos o más personajes), a veces con actitudes opuestas
entre sí, Asimismo tiene la facultad de invertir la secuencia temporal de los hechos fantaseados. El ataque puede ser
convocado asociativa u orgánicamente y como tendencia primaria (consuelo) o beneficio secundario* (por ejemplo: el
ataque se produce ante determinadas personas) de la enfermedad. El ataque es el sustituto de una satisfacción
autoerótica anterior resignada (masturbación*), que retorna sin ser registrada por la consciencia. La pérdida de
consciencia, la “ausencia” del ataque histérico, proviene de aquella pasajera pero inequívoca privación de consciencia
que se registra en la cima de toda satisfacción sexual intensa (incluso autoerótica). Lo que señala a la libido*
reprimida el camino hacia la descarga motriz en el ataque, es el mecanismo reflejo de la acción del coito. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

ATENCION
José Luis Valls

[Freud.] Energía libidinal (en un sentido amplio, que incluye el interés* de la autoconservación) del yo* (en realidad
proveniente del ello*, pero ligada y almacenada por el yo) que inviste el sistema de percepción-consciencia (PCc.); es
imprescindible para que algo sea registrado por la consciencia*. Funciona en dos niveles: uno libremente flotante, con
bajo nivel de investidura y que registra todas las percepciones* posibles por igual; y un segundo copioso, con fuerte
investidura; este último es el que otorga fuerte nitidez a la percepción. Cuando es descubierta una percepción que se
puede vincular con algo deseado o temido, entonces en este segundo paso el sistema PCc. recibe una fuerte
investidura de atención, tomando nitidez de consciencia. La atención sirve, ciertamente, para percibir el mundo
exterior, pero también registra, a través de las representaciones* lingüísticas, la actividad de pensamiento*
proveniente del mundo interior. Para hacer consciente un pensamiento se necesita de la representación-palabra*
preconsciente* (Prec.) investida por la atención que la hace consciente. Esta investidura es manejada por el yo
consciente principalmente desde la censura* consciente. Cuando a un paciente le pedimos que “asocie libremente”,
en realidad le estamos diciendo a su yo que invista de atención a sus asociaciones* de palabra, que levante la
censura crítica consciente que intenta desinvestirlas para evitar conflictos que generen angustia*. Le estamos
pidiendo que no siga reforzando desde la censura consciente, la represión* inconsciente*, generadora de síntomas* y
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neurosis*. La percepción no es pasiva. La investidura de atención incluye investidura de deseo* inconsciente,
mediada por el yo, que como antenas tentaleantes (Nota sobre la “pizarra mágica”, 1924-25 y La negación, 1925)
registran todas las percepciones posibles, pues lo deseado o lo temido pueden estar entre las mismas. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

ATENCION LIBREMENTE FLOTANTE


José Luis Valls

[Freud.] Actitud que Freud aconseja tener a los analistas durante la sesión psicoanalítica, por lo menos en su
iniciación. El analista tratará de inhibir sus representaciones meta* y de estar parejamente dispuesto a percibir todas
las percepciones*, sin buscar ninguna en especial. Es la aplicación en la técnica del primer nivel de atención* con baja
investidura y libre desplazamiento, abierta tanto como se pueda a las percepciones, pues lo deseado puede estar
entre ellas. Las situaciones deseadas por el analista son indicios de situaciones significativas que trae el paciente:
recuerdos*, asociaciones*, sueños*, actos fallidos*, en fin, vías de entrada hacia el Inc.* En este caso se pasa al
segundo nivel de atención, la cual, entonces, se hará más copiosa y con mayor nivel de ligadura, se pondrá mayor
grado de expectación. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
autocastigo (automartirio)
[freud.] Trastorno hacia lo contrario* (transformación de la actividad en pasividad) del sadismo*. Hallamos la vuelta
contra la persona misma* sin la pasividad hacia una nueva. Es una etapa intermedia de la transformación del sadismo
en masoquismo* para la que no se necesitará la presencia de un objeto* que haga las veces de sujeto sádico. En el
autocastigo típico de la neurosis obsesiva*, aunque presente en la neurosis* en general, el verbo en voz activa no se
muda a la voz pasiva, sino a una voz intermedia reflexiva. El objeto es resignado y sustituido por la persona misma.
El autocastigo llega más lejos que el autorreproche*, pues implica acción (el castigo) pero está antes del
masoquismo, que requiere la presencia de un sujeto sádico. El autocastigo permanece dentro del narcisismo*, el
masoquismo necesita por lo menos de una elección narcisista de objeto*, pero objeto al fin. Este concepto lo expone
Freud en Pulsiones y destinos de pulsión (1915). Agregando elementos de obras posteriores, como Más allá del
principio de placer (1920) y El yo y el ello (1923), podemos decir que hay en él elementos de mezcla pulsional* entre
Eros* y pulsión de muerte*, cierto grado de mezcla que implica cierto grado de desmezcla* también. Por cierto que si
bien no es necesaria la presencia del objeto en lo real, existe una identificación* del yo* con él, por lo que el
superyó* castiga al yo, aprovechando la situación. En ocasiones el yo se defiende (neurosis obsesiva), en otras se
entrega dulcemente, como en la melancolía*, esta última neurosis narcisista por excelencia. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

AUTOEROTISMO
José Luis Valls

[Freud.] Característica o modalidad de satisfacción predominante de la libido* de la sexualidad infantil*, por


autoestimulación (tocamiento, frotación rítmica, compresión de mucosas, visualización de zonas erógenas*, etcétera)
del propio cuerpo, que produce placer* de órgano. Aunque predomine -como se dijo- en las primeras épocas, en
parte se extiende a toda la vida. Por el hecho de predominar en la sexualidad infantil, se dice que ésta es autoerótica.
El autoerotismo es previo a la constitución del yo realidad definitivo*. Este yo*, si bien tiene un origen corporal y se
basa en parte en la imagen del cuerpo, paulatinamente deviene en una entidad o estructura psíquica compleja, que
parte del cuerpo pero que lo supera en otro nivel, con funciones cada vez más sofisticadas. La libido que busca
satisfacerse en esta estructura psíquica llamada “yo”, va a constituir el narcisismo*. Una vez instalado el narcisismo,
el autoerotismo deviene una modalidad de satisfacción de la libido narcisista; aunque esto es más complejo aun, pues
en la masturbación* adolescente, por ejemplo, se puede estar satisfaciendo libido objetal a través de las fantasías*
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masturbatorias. En este caso, la masturbación puede ser un tipo de satisfacción autoerótica que descarga, por la
acción, libido narcisista y, por la fantasía, libido objetal (introvertida* de la realidad* y refugiada en la fantasía). Esto
se hace todavía más complejo, pues la elección de objeto* narcisista consta a la vez de libido objetal y de libido
narcisista, o de una intermedia entre ellas denominada libido homosexual. En la esquizofrenia*, por otro lado, se
produce una retracción libidinal* total (respecto de sus objetos deseados o de desear los objetos). No hay refugio en
la fantasía del objeto, sino únicamente se sobrecarga de libido el yo (lo que se expresa clínicamente como vivencia de
fin de mundo*, por la retracción, e hipocondría* o megalomanía*, por la sobreinvestidura* yoica). La regresión*
libidinal puede llegar, en la forma clínica de la esquizofrenia “simple”, al autoerotismo, la cual sería entonces libido
invistiendo al cuerpo sin que éste configure un yo, o haciéndolo con lo último que queda de él (el cuerpo), destruido
el yo como entidad psíquica. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

AUTOESTIMA (SENTIMIENTO DE SI)


José Luis Valls

[Freud.] En general, forma de satisfacción de la libido* narcisista en el adulto. Produce una sensación de bienestar
indefinido, no relacionada en forma directa con descargas pulsionales; es más bien un estado básico. Está relacionada
de manera íntima con la confianza en sí mismo, con el talante o estado anímico, con la autovaloración. En estos
sentidos es pilar básico de la salud y de la fortaleza yoica. Una parte del sentimiento de sí es primaria, el residuo del
narcisismo* infantil. Éste proviene del autoerotismo* y de las relaciones objetales infantiles, las que son de manera
esencial narcisistas (no se distingue en un principio entre el yo* y el objeto* de placer*). Estas relaciones fueron más
o menos placenteras, más o menos traumáticas, dejando diferentes tipos de huellas en la estructuración, del yo y del
aparato psíquico*; de forma que un niño que se sintió de manera predominante querido por sus padres, conseguirá
primariamente un nivel de autoestima que le dará fortaleza a su yo para alcanzar mejor los otros niveles de
satisfacción de la autoestima, o soportará mejor su posterior insatisfacción. Todo esto puede variar como
consecuencia del pasaje por el complejo de Edipo* principalmente, el que es posible que deje severas heridas
narcisistas constituyentes de posteriores “rocas de base”* en la estructuración del aparato psíquico. En el caso
femenino, del complejo de castración* queda muchas veces una sensación de autodesvalorización que en muchas
ocasiones llega a ser básica en su carácter* y que fuerza entonces a la necesidad de aumentar la autoestima en las
formas posteriores, satisfaciendo al superyó-ideal del yo (por lo que la mujer resulta más dócil, más adaptada a la
realidad* social en general), o necesitando recibir en forma importante satisfacción narcisista desde la libido de objeto
(es más dependiente del objeto, de su amor*). Recapitulando: una parte del sentimiento de sí o autoestima es
primaria, el residuo del narcisismo infantil. Hay otras dos partes. Una brota de las acciones realizadas por el yo que
cumplen con los mandatos del ideal del yo*, y que por lo general están referidos a la sublimación*. Desde luego
también son respecto de muchas otras cosas, como el tener hijos, principalmente en la mujer, pero también en el
hombre por el mandato de la descendencia (recuérdese a Schreber). Todos los éxitos del yo en el cumplimiento con
los mandatos del superyó* elevan la autoestima y dejan una profunda sensación placentera, ligada con el sentimiento
de omnipotencia narcisista. La última parte proviene del amor de los objetos, el ser querido, consiste en la forma de
satisfacción narcisista correspondiente al vínculo objetal. El enamoramiento es un desborde de libido narcisista en el
objeto, que vacía al yo y por lo tanto disminuye la autoestima. Ésta se recupera siendo amado. Un trastorno severo
de la autoestima retrae libido de los objetos y la ubica en el yo, como para restañar sus heridas, transforma así la
disminución de la valoración yoica en la situación contraria, lo que se expresa como diversos rasgos de carácter* del
tipo de la altanería y la arrogancia. En los casos más graves se llega al delirio* de grandeza o megalornanía*. Es el
caso de las afecciones narcisistas en general y la manía* y la paranoia* en particular. En las neurosis de
transferencia* la autoestima suele estar disminuida, pues la libido inviste los deseos* objetales de la fantasía*, los
cuales son imposibles de satisfacer por haber sido reprimidos. Esto vacía de investidura al yo, disminuyendo en
consecuencia la autoestima. En el tratamiento psicoanalítico de las neurosis transferenciales, cuando se consigue
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levantar represiones* haciendo consciente* lo inconsciente*, se dejan libres investiduras libidinales que refuerzan
así al yo y aumentan su autoestima y por lo tanto su capacidad de amar. Un caso especial de disminución de la
autoestima lo constituye la melancolía*, en ella la pulsión de muerte* se desmezcla. El objeto es confundido, por la
identificación*, con el yo. Y entonces el odio* al objeto se convierte en odio al yo. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

AUTOPLASTICA, CONDUCTA
José Luis Valls

[Freud.] Se dice de un tipo de conducta, propio de las psicosis* y en parte de las neurosis*, que en su empeño de
modificar una realidad* inaceptable, se limita a alteraciones internas*, que a lo sumo modifican la percepción*
(alucinación*), la concepción de la realidad (delirio*), o producen alteraciones del cuerpo propio (síntomas*
neuróticos, algunos equivalentes de angustia* y la angustia misma), pero no la realidad misma. Freud habla de esta
adjetivación de la conducta en su artículo de 1924: La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

AUTORREPROCHES
José Luis Valls

[Freud.] Reproches dirigidos al yo* por el superyó*. En el caso de la neurosis obsesiva* en particular o de las
neurosis* en general, por no acercarse el yo al ideal del yo* pretendido por el superyó. En la neurosis obsesiva los
autorreproches son particularmente sádicos, pues la libido* ha regresado* a la etapa del erotismo sádico-anal* y
arrastrado con ella al yo y el superyó. La actitud del yo es la de sometimiento frente al superyó, pero bajo protesta y
esperando una distracción de éste para rebelarse. Esto producirá la queja (es la del yo ante su superyó que lo
somete), como rasgo de carácter* obsesivo. En el caso de la melancolía*, los autorreproches son casi
patognomónicos, y su presencia permite diferenciar a la melancolía del duelo*. Corresponden a una ruptura libidinal
con el objeto*, la desinvestidura* de la representación* inconsciente* (Inc.) de éste, y la identificación* del yo con el
objeto, como en la época del yo-placer*. Pero el vínculo de odio* que antes se tenía con el objeto ahora se tiene con
el yo y por eso se le “reprocha” desde el superyó. En este caso el yo no se rebela y esto puede conducir al paciente al
suicidio, que imaginariamente sería un asesinato del objeto identificado con el yo. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

BANQUETE TOTEMICO
José Luis Valls

[Freud.] Concepto desarrollado por William Robertson Smith, que Freud aprovechó como parte de su construcción
teórica, su por él llamado “mito científico”, sobre el origen de la cultura* humana en general y del totemismo* en
particular. Robertson Smith formuló “el supuesto de que una peculiar ceremonia, el llamado banquete totémico, había
formado parte integrante del sistema totemista desde su mismo comienzo” (Tótem y tabú, 1912-13, A. E. 13:. 135).
En este banquete se sacrificaban en determinadas fechas, animales cuya carne y cuya sangre tomaban en común el
dios y sus adoradores. Un sacrificio así era una ceremonia pública, la fiesta de un clan entero. “El poder ético del
banquete sacrificial público descansaba en antiquísimas representaciones acerca del significado de comer y beber en
común. Comer y beber con otro era al mismo tiempo un símbolo y una corroboración de la comunidad social, así
como de la aceptación de las obligaciones recíprocas. [ ...] El animal sacrificial era tratado como pariente del mismo
linaje; la comunidad sacrificadora, su dios y el animal sacrificial eran de una misma sangre, miembros de un mismo
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clan” (1912-13, id. pág. 136-38). Robertson Smith identifica pues, sobre la base de abundantes pruebas, al animal
sacrificial con el antiguo animal totémico. Todos los animales sacrificiales eran originariamente sagrados, y solamente
en oportunidades festivas y con la participación de la tribu era lícito comer su carne. “El clan, en ocasiones solemnes,
mata cruelmente y devora crudo a su animal totémico, su sangre, su carne y sus huesos; los miembros del linaje se
han disfrazado asemejándose al tótem, imitan sus gritos y movimientos como si quisieran destacar la identidad entre
él y ellos. [...] Consumada la muerte, el animal es llorado y lamentado. El lamento totémico es compulsivo, arrancado
por el miedo a una amenazadora represalia, y su principal propósito es [...] sacarse de encima la responsabilidad por
la muerte”. A continuación prosigue la fiesta, la cual “[ ... ] es un exceso permitido, más bien obligatorio, la violación
solemne de una prohibición” (id. pág. 142). Para Freud el banquete totémico, acaso la primera fiesta de la
humanidad, sería la repetición y celebración recordatoria del momento en que en la horda primitiva* darwiniana, se
unieron todos los hijos en el destierro y mataron al padre devorándolo. Este hecho generó y fue generado por la
“alianza fraterna”* que produjo luego los vínculos sociales. Apareció la prohibición del incesto y el parricidio desde
dentro de ellos, como producto de la añoranza* por el padre y la culpa* por haberlo matado, generando el superyó*.
Se repetiría en esa fiesta, ahora desplazado al animal tótem, aquella hazaña memorable y criminal con la cual
tuvieron comienzo tantas cosas: las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la religión. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

BARRERAS-CONTACTO
José Luis Valls

[Freud.] En el Proyecto de psicología (1950a [1895]), forma de vinculación entre las neuronas* psi que además actúa
como barrera entre ellas para el pasaje de la cantidad de estímulo. Merced a esta función de barrera, las neuronas psi
consiguen mantener cierta cantidad de energía almacenada, necesaria para posteriormente realizar la acción
específica*. Esta última necesita en general de mayor cantidad de energía que la proveniente de los estímulos que
buscan descarga, pues el individuo está expuesto al “apremio de la vida”*. Las barreras-contacto corresponden,
entonces, a la función secundaria, el aparato psíquico pasa así del principio de inercia* al principio de constancia*,
pues se cuenta con una cantidad constante imprescindible para producir la descarga cuando llega el estímulo. En ese
sentido cumple con la función secundaria (principio de constancia) y la primaria (principio de inercia), pues es
necesaria la secundaria para poder realizar la primaria. Además las barreras -contacto participan de cierta explicación
sobre la memoria, que aquí es definida como la aptitud de las neuronas para ser alteradas duraderamente (su manera
posterior de descargar, o la forma de ser atravesadas por el estímulo) por un proceso único. Al pasar el estímulo de
una neurona a otra, lo hace de una determinada manera, esta forma de pasaje indicará (facilitará) el camino a
ulteriores pasajes, que sin embargo en ocasiones, por otras causas, tomarán otra dirección, dejando, desde luego,
nuevas huellas y facilitaciones*. La memoria estará constituida, entonces, por las facilitaciones existentes entre las
neuronas psi; o mejor dicho, lo estará por las diferencias de facilitación que se crean en los diferentes pasajes entre
las neuronas psi. Cuánto estímulo dejará pasar la barrera-contacto dependerá de los siguientes factores: a) que el
estímulo esté más o menos facilitado (la facilitación a su vez la produjo la cantidad de estímulo que pasó y el número
de repeticiones del proceso, a mayor cantidad y mayor número de veces, mayor facilitación), b) la cantidad de
estímulo actual (la cantidad actual también facilita el pasaje), c) la presencia de cantidad en una neurona contigua
(aquí ya a la cantidad de excitación* deberíamos llamarla investidura*), la que actúa como polo que atrae (éste es el
mecanismo que va a usar el yo*, poniendo investiduras colaterales que desvían la circulación de la energía,
consiguiendo de esta manera conducirla). Las barreras-contacto son un mecanismo pensado en el contexto de un
esquema neurológico y en ese sentido es mencionado por J. Lacan: “En 1895, la teoría de la neurona no existía. Las
ideas de Freud sobre la sinapsis son enteramente nuevas. Freud toma partido por la sinapsis como tal, es decir, por la
ruptura de continuidad entre una célula nerviosa y la siguiente” (Seminario II). Para nosotros principalmente son
válidas como modelos psicológicos, en especial si sustituimos a las “neuronas” por “representaciones”* (como, por
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otro lado, lo hace el mismo Freud a medida que transcurre el texto del “Proyecto”) y a las barreras-con tacto como
modelos de formas de vínculo entre ellas, como las distintas formas de asociación*, o de relaciones lógicas, por
ejemplo. ¿No se produce a través de esas barreras el pasaje al proceso secundario*. ¿Éste no se construye con
relaciones lógicas entre las representaciones? Este tipo de relación entre representaciones ¿no necesita fuerte
investidura y débil desplazamiento*? ¿A través de qué se producen los desplazamientos? Se producen a través de
estos puentes. Son los mismos “puentes”, estas barreras -contacto, que trata de romper el obsesivo con su
mecanismo de aislamiento*. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

BELLE INDIFFÉRENCE
José Luis Valls

[Freud.] Característica de los pacientes (en general mujeres, pues la histeria es más típicamente femenina, de ahí lo
de “belle”) histéricos de conversión* principalmente con trastornos motores, pero también cuando los síntomas*
mayores residen en el área sensorial. Fue descrita por Charcot. En la histeria de conversión, la represión* de los
retoños de las representaciones* incestuosas es exitosa, en tanto consigue hacer desaparecer tanto la representación
como el monto de afecto*, mientras que en la histeria de angustia* y en la neurosis obsesiva* la angustia* se hace
presente. El contenido representacional de la pulsión* se ha sustraído radicalmente de la consciencia*. En ella no
queda ningún tipo de representación-palabra* que pueda “hablar” de lo reprimido. Ha surgido en su reemplazo, como
formación sustitutiva* (al mismo tiempo como síntoma) una inervación hiperintensa (somática), unas veces de
naturaleza sensorial y otras motriz, ya sea como excitación o como inhibición. Al ser exitosa la desaparición del monto
de afecto, se hace notoria la indiferencia de la paciente ante un síntoma corporal, como la parálisis de un miembro,
que en un caso de enfermedad orgánica debería despertar angustia realista*, cuando menos. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

BENEFICIO PRIMARIO (DE LA ENFERMEDAD)


José Luis Valls

[Freud.] Tipo de solución a la que arriba el yo* frente a un conflicto psíquico*, probablemente la económicamente
más cómoda. El yo está sometido a exigencias muchas veces contrastantes y conflictivas. Por un lado están las
pulsiones* del ello*, que suelen chocar con las aspiraciones provenientes del superyó/ideal del yo*. El yo debe hallar
una síntesis entre éstas, lo que implica un arduo trabajo de elaboración, y mientras tanto debe defenderse de la
angustia señal* con que lo amenaza el superyó* (angustia ante el superyó*), de la realidad* (angustia realista*,
angustia social*). No le queda, por lo común, más que apelar al principio de placer* y automáticamente desplegar los
mecanismos de defensa* inconscientes*, que generen transacciones creando síntomas* neuróticos, rasgos
patológicos de carácter*, incluso escisiones del yo*. El yo evita así el conocimiento del conflicto haciéndolo
inconsciente. El beneficio primario va a resultar una fuerte resistencia* yoica contra la cura. El tratamiento psicoana-
lítico tendrá que sacarlo a la luz y traerlo a la consciencia*, al conocimiento del yo Prec. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

BENEFICIO SECUNDARIO (DE LA ENFERMEDAD)


José Luis Valls

[Freud.] Tipo de resistencia* yoica a la cura, o sea al hacer consciente* lo inconsciente*, por lo tanto rellenar las
lagunas mnémicas e integrarlas al yo* después de un trabajo de reelaboración*. Se basa en una cierta integración del
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síntoma* en el yo, merced a la cual se consigue, por ejemplo, cuidados o atención* de parte de los objetos* que
quizá de otra manera no se hubieran conseguido (según lo siente el paciente). No está en la base de la enfermedad ni
es causa de ella, pero aparece secundariamente y contribuye a sostenerla y hasta actúa como motivo para no
abandonarla, o como resistencia a hacerlo. Dice Freud: “Cuando una organización psíquica como la de la enfermedad
ha subsistido por largo tiempo, al final se comporta como un ser autónomo; manifiesta algo así como una pulsión de
autoconservación y se crea una especie de modus vivendi entre ella y otras secciones de la vida anímica, aun las que
en el fondo le son hostiles. Y no faltarán entonces oportunidades en que vuelva a revelarse útil y aprovechable, en
que se granjee, digamos, una función secundaria que vigorice de nuevo su subsistencia. [ ... ] Lo que en el caso de la
neurosis corresponde a esa clase de aprovechamiento secundario de la enfermedad podemos adjuntarlo, como
ganancia secundaria, a la primaria que ella proporciona” (Conferencias de introducción al psicoanálisis, 1915-17, A. E.
16: 349-50). En Inhibición, síntoma y angustia (1925) Freud la incluye como una de las tres resistencias yoicas, junto
a la de represión* y la de transferencia*; además de las del ello* y el superyó*. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

BISEXUALIDAD
Juan Carlos Kusnetzoff

[Freud.] Disposición originaria y universal de la sexualidad* humana. Su base es biológica y fue esbozada por W.
Fliess desde el punto de vista psicológico. Según Fliess, en el hombre y la mujer están los dos sexos en potencia. Uno
va reprimiendo* al otro hasta ser el predominante. Una persona del sexo masculino tendría reprimido todo lo
relacionado con lo femenino y viceversa. En cambio, según A. Adler, todo individuo se resiste a permanecer en la
línea femenina de desarrollo, inferior, y se esfuerza hacia la masculina, la única satisfactoria, en este caso lo
reprimido es siempre lo femenino en ambos sexos. (De ahí la adleriana “protesta masculina”.) La versión de Freud es
distinta. Casi toda la sexualidad infantil* es reprimida cuando llega el complejo de Edipo* y las pulsiones sexuales*
chocan con los ideales (entre otras cosas). La sexualidad es en su totalidad reprimida (las representaciones* de los
sucesos de la sexualidad infantil constituirán el inconsciente* reprimido primariamente* y los retoños posteriores
serán reprimidos secundariamente*), tanto la masculina como la femenina. ¿Hay desvalorización de lo femenino?
Sólo en el período fálico*, cuando por analogía* se confunde el genital femenino con una castración y entonces en
realidad no habría represión de lo femenino sino de la pulsión sexual infantil, pues ésta puede ocasionar el peligro de
la castración. En El yo y el ello (1923) considera importantísima a la bisexualidad en tanto responsable del tipo de
salida y desenlace del complejo de Edipo, el que normalmente sería en todo sujeto de dos tipos: positivo (haciendo
alusión al predominio de su propio sexo, identificándose* con el padre del mismo sexo) o negativo (lo contrario). La
bisexualidad sería parte causal de la ambivalencia* en la relación con los padres (Edipo positivo y negativo), lo que
complejiza la existencia de la rivalidad de la etapa fálica hasta ahora expuesta en su obra. La rivalidad con el padre
de sexo opuesto que aparece en la etapa fálica y/o genital, ahora pasaría a ser exponente del complejo de Edipo
positivo únicamente. En el complejo de Edipo negativo el niño se identifica con la madre y quiere tener un coito
pasivo con el padre, como una manera de desmentir* la castración, pero este mecanismo falla pues en la misma
concepción de un coito pasivo se está aceptando, como premisa, una diferenciación sexual y en este momento la
diferencia radica en fálico-castrado, por lo tanto, también se siente angustia de castración*. El ejecutor de esta
castración es el padre. Ante esta conflictiva insoluble se reprime o sepulta* el complejo de Edipo y se instala el
superyó*, como “monumento conmemorativo” de aquel. La conflictiva resurge, con las marcas de su historia, en la
adolescencia. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] [sexolog.] Condición que tienen todos los seres vivos sexuados,
de poseer, en alguna proporción muy variable, características, tanto anatómicas como fisiológicas, psicológicas y de
conducta, del otro sexo al que les corresponde genéticamente. Todos los varones tienen un pequeño porcentaje de
condiciones orgánicas y psicológicas del sexo opuesto. No confundir con hermafroditismo* . [Juan Carlos Kusnetzoff
www.e-sexologia.com]
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BORDELINE, PERSONALIDAD
César Pelegrín

[Freud.] El término borderline (en cast.: fronterizo o limítrofe) se utilizó ya en el siglo pasado para designar un
trastorno psíquico, pero sólo hacia 1950 comenzó a pretender una acepción más rigurosa, a medida que el cuadro
polifacético, evanescente, casi inasible iba siendo aislado en la clínica, se reunía una casuística y se realizaban incluso
estudios estadísticos. Como el individuo bordeline presenta un collage de síntomas, ni siquiera constantes, algunos
terapeutas preferían seguir arreglándoselas con la anterior nosografía y negaban la necesidad de agregar una entidad
nueva. En general, el acuerdo era mayor en los hechos, o por lo menos se compartía la misma perplejidad. ¿Por qué
los comportamientos y las fantasías de ciertas personas pasaban de neuróticos a psicóticos o psicopáticos, con
algunos períodos de normalidad aparente? Al investigar y sobre todo al encarar el tratamiento, el terapeuta ¿tendría
que apelar sucesivamente y por separado a las nociones de neurosis, psicosis, psicopatía, etc.? También eran
inestables en estos pacientes las relaciones de objeto, las de trabajo, y los sistemas de creencias. Hacía falta una
teoría explicativa, y ella comenzó por ser, prudentemente, una teoría de la transición (entre las psicosis, las
caracteropatías, las psicopatías y las neurosis). Después se fueron dibujando líneas de desarrollo, en los EE.UU., en
Gran Bretaña y en la Argentina. 1) En los EE.UU., Otto Kernberg, tratando de ceñirse al psicoanálisis, y Gunderson,
recurriendo a estudios estadísticos, partieron de definir el fenómeno borderline como desórdenes de la personalidad.
Desórdenes que Kernberg explica por una fijación a sistemas defensivos arcaicos, una detención del desarrollo en la
fase de separación-individuación, descripta y estudiada por Margaret Mahler. Un concepto clave para entender la
florida sintomatología del borderline es el de escisión del yo. Sólo un yo escindido puede corresponder a
manifestaciones tan caóticas. ¿Y por qué se escindiría, quebraría el yo? Dicho brevemente: para evitar un peligro
mayor. 2) En Gran Bretaña, aplicando el modelo de Bion, consideraron tales desórdenes una forma de psicosis: la
“psicosis borderline. El yo tiene una parte neurótica y otra psicótica. Está pues escindido. ¿Por qué o para qué? Para
defender al individuo evitando el incremento de la parte psicótica, función que está a cargo de la parte neurótica. 3)
En la Argentina se intenta sintetizar aspectos de ambas escuelas. César Pelegrín propone un modelo de una escisión
múltiple del self con detenciones escalonadas de partes que terminan formando una personalidad múltiple. Explica los
desórdenes borderline como la restitución de una psicosis infantil, una restitución incompleta, en tanto partes de la
personalidad funcionan unas al modo neurótico, otras al caracterológico, otras al psicopático, con un predominio
transitorio de alguna de las tres modalidades. Los tres modelos tienen en común basarse en la escisión del yo. [César
Pelegrín]

CANTIDAD DE EXCITACION
José Luis Valls

[Freud.] Monto de energía que penetra en el aparato y es percibido en el polo percepción consciencia (PCc.),
proveniente del mundo exterior (la naturaleza, los semejantes), del propio cuerpo, o de ambos lugares en forma
combinada. El PCc. está compuesto esencialmente por los órganos de los sentidos, en los que se ubican también las
diferentes zonas erógenas*. Sea que provenga de la naturaleza, los semejantes o el propio cuerpo la energía produce
un primer tipo de respuesta: una “alteración interna”*, tipo de reacción inespecífica, respuesta refleja, relicto de lo
que en la filogenia pudo haber sido una acción sujeta a un fin y ahora expresa una emoción, un afecto*. La cantidad,
al ser percibida en el PCc., se torna cualidad*: displacer*. La cantidad de estímulo proveniente del propio cuerpo, una
vez penetrada en el aparato psíquico, también se liga con una representación* (primero representación-cosa* o sea
Inc., luego representación -p al abra* si quiere llegar a la Ce. del yo* y por lo tanto a la acción). Al ligarse con una
representación se transforma en deseo* de algo que ahora posee una meta, y por lo tanto toma cualidad
representacional. Si el deseo es sexual se llamará también “libido”*; si está relacionado con la autoconservación,
“interés”*. La denominación de “Eros”* abarca a los dos, si bien es verdad que el uso -empezando por el de Freud-
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hizo de “libido” sinónimo de “Eros”. En realidad, este último es más amplio, ocupa a las pulsiones de vida* en
general, incluidas las pulsiones de autoconservación*. Eros es entonces pulsión de vida, en oposición a la pulsión de
muerte*. La pulsión de muerte no tiene representación inconsciente* (de cosa) de la muerte propia (las
representaciones-cosa son principalmente huellas de vivencias, verdades históricas*). Por lo tanto no nos queda más
que relacionarla con la representación de la muerte de otro, lo que la transforma en pulsión de destrucción* (véase:
angustia de muerte). Esta última se muestra en distintos grados de mezcla*, incluso es llevada a la acción o no, o
reprimida*, como puede serlo el odio* o la pulsión de apoderamiento*. Sin embargo, en parte queda libre en el
aparato psíquico sin representación, como masoquismo* primario, tomando la característica de una tendencia a la
desligadura de la cantidad con la representación, contraria al principio de placer*, una tendencia a volver a
transformar la ya lograda cualidad (representacional) en pura cantidad (lo inorgánico). En última instancia la pulsión
de muerte busca eso: volver a la cantidad, hacer desaparecer el mundo de la cualidad, mucho más vinculado con las
pulsiones de vida. La pulsión de muerte, cuando es deflexionada hacia el mundo exterior, gracias al aparato muscular,
lleva el nombre de “pulsión de destrucción” e implica ya alguna mezcla con Eros. El aparato psíquico no soporta
grandes cantidades de excitación y se edifica como una gran complejización que tiende a moderarlas. Lo hace
transformándolas en complejidad o en cualidad. La cualidad para el aparato psíquico nace de la percepción*
consciente, y la representación es el recuerdo*, más o menos desfigurado, de ella. Al ligarse la cantidad a
representaciones toma cualidad representacional, cualidad psíquica; ésta busca volver a tener cualidad perceptual o
sea a “reencontrar”* (La negación, 1925) al objeto ahora deseado en el mundo exterior y poder, mediante una acción
específica* más o menos compleja, dar salida al nivel de cantidad de excitación que había dado el “puntapié inicial”.
La energía se liga con las representaciones de dos maneras: como energía libremente móvil* y como energía ligada o
energía quiescente*. Como energía libre se desplaza* de una representación a otra utilizando las leyes de la
asociación* como identidades, típica del proceso primario* Inc. con representaciones-cosa. Como quiescente la
energía tiene fuerte investidura y débil desplazamiento, con representaciones-palabra típicas del proceso secundario*,
del pensamiento*, cuya sede es el preconsciente* perteneciente al yo. La cualidad está dada aquí por la palabra, al
ser ésta de por sí una percepción consciente y por significar, simbolizar o representar a la representación de la cosa
ante la consciencia*. La cantidad de excitación, si excede cierta proporción, es traumática. La que proviene de la
naturaleza o de la pulsión de destrucción de los semejantes puede originar las neurosis traumáticas*, con sus
síntomas* típicos. La cantidad de excitación que proviene de las pulsiones sexuales* de los semejantes, produciendo
excitaciones en zonas erógenas no despiertas todavía en la vida del niño, por lo tanto sin posibilidad de ser
comprendidas por el aparato psíquico, producirán traumas* sexuales y se generarán los puntos de fijación* de la
sexualidad infantil*, origen de ulteriores rasgos de carácter* o neurosis*, etcétera. Cuando a aquella zona erógena le
llega la época de su predominio, lo hace con el monto de excitación que corresponde al hecho traumático, lo que hace
que el yo tienda a defenderse con una contrainvestidura* extrema. No en todas las épocas de la vida es igual la
cantidad de excitación proveniente del cuerpo. En el período del complejo de Edipo* y sus “reediciones”, la pubertad,
adolescencia y menopausia, el aflujo es mayor y por eso se suelen originar momentos de descompensación o
neurosis. En los escritos metapsicológicos de 1915 Freud llama quantum de afecto* a esta cantidad de excitación que
circula de distintas formas por el diferente tipo de representaciones. Quantum y representación tienen a veces
destinos diferentes, en el caso de la represión por ejemplo, lo que se reprime es la representación, esto produce
disminución o no de la descarga afectiva pues ésta es independiente de aquella. De todas formas cuanto más se
disminuya o desaparezca el afecto (la angustia*) más exitosa resulta la represión (es más exitosa en ese sentido en
la histeria que en la fobia* o la neurosis obsesiva*). El trauma del nacimiento consiste en una invasión masiva de
cantidad de excitación desde las necesidades corporales fundamentalmente, la que, en condiciones normales, es
calmada por un semejante, por alguien (objeto* psíquico) del entorno del niño al que Freud llamó “asistente ajeno”*;
por lo cual y de distintas maneras, de su necesidad de objeto el individuo “no se desprenderá jamás”. Los distintos
tipos de angustia de que se defenderá el yo (angustia de pérdida de objeto*, angustia de castración*, angustia ante
el superyó* y angustia social*) serán mediaciones ante aquella fundamental que es la invasión de cantidad sobre el
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aparato psíquico, la angustia automática*. El esquizofrénico es víctima en los inicios de su enfermedad (cuando
rompe con el deseo Inc. del objeto desinvistiendo la representación-cosa de éste) de la invasión masiva de cantidad
de excitación o angustia automática (la cantidad de excitación después de determinada magnitud automáticamente
deviene en angustia), esto coincide con la vivencia de fin de mundo*, producto de la desinvestidura* de la
representación Inc. de los objetos, lo que deja inerme al aparato psíquico para poder ligar a la cantidad de excitación
y cualificarla, complejizarla (Lo inconciente, 1915; Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños, 1915-
17). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CARACTER
José Luis Valls

[Freud.] El carácter de una persona es esencialmente la manera de funcionamiento de su yo*, su manera de realizar
sus acciones específicas* o de no hacerlas, sus puntos de fijación*, sus mecanismos de defensa* más comunes ante
sus pulsiones* y ante los peligros del mundo exterior, sus actitudes, sus atributos, en suma las características
principalmente de su yo. Por lo tanto el carácter se va formando de la misma manera y a medida que se va formando
el yo de una persona. Freud describe al yo como formándose desde la “superficie” del individuo (El yo y el ello, 1923),
o sea en contacto con la realidad* exterior, como produciéndose en el vínculo con ella. Y, ¿cómo penetra la realidad
exterior en el aparato psíquico* del individuo? Ciertamente, empieza penetrando por el polo perceptual* (PCc.). Pero,
¿cuándo, cómo y por qué una percepción* se transforma en el yo de un individuo? Lo hace porque el aparato psíquico
busca la identidad. El yo introduce la realidad en sí mismo volviéndose igual a ella, idéntica a ella, identificándose*
con ella. Y ¿cuál es la realidad exterior? Fundamentalmente aquella de la que provienen las vivencias de placer* y
dolor*, o sea la realidad de los objetos*, la realidad de que éstos son las fuentes deseadas de placer (lo que en forma
paulatina se reconoce, “casualmente” a medida que va formándose el yo). La identificación es “[...] la más temprana
exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona” (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921, A. E. 18:
99). El nombre completo de esta identificación, primera en el tiempo, es “identificación primaria”* también porque es
anterior al reconocimiento del objeto de placer como ajeno al yo. Los atributos del objeto, aunque no reconocido
como tal, pasan a integrar el yo, pasan a ser sus propios atributos, su manera de manejar la acción. También se
incluyen, como tendencia, los puntos de fijación, los mecanismos defensivos, etcétera. Estas identificaciones
primarias se producen en un aparato psíquico que funciona con la categoría del ser*. A medida que se reconocen los
objetos como fuente de placer, se van estableciendo con ellos distintos vínculos. Unos serán “elecciones de objeto”*
en los que predominará la categoría del tener*. Éstas se van haciendo por apuntalamiento* de la pulsión sexual*
sobre la pulsión de autoconservación*. Con otros objetos habrá identificación, en la que se mantiene la categoría del
ser. La elección de objeto y la identificación con el mismo llegarán a ser opuestos, en especial tras el reconocimiento
definitivo de la diferencia de los sexos. Después del complejo de Edipo* declina la atracción por los objetos que
pertenecen a este período (pasan a ser sentidos como incestuosos), gran parte de los atributos de ellos terminan de
pasar al yo “reforzando de ese modo la identificación primaria” (El yo y el ello, 1923, A. E. 19:33) y en especial van a
integrar, por identificación secundaria* entonces, una parte del yo que se llamará superyó*. En el varón reforzará o
dará origen oficial a su masculinidad, a su vez reforzará su carácter*; le dará una modalidad más definitiva en la que
se integrarán más firmemente los mecanismos de defensa o represiones secundarias* que si son muy intensos y/o se
rigidifican, generarán una “alteración del yo”* o de su carácter, constituyéndose en caracteropatía. El yo es una
entidad eminentemente defensiva contra las pulsiones provenientes del ello*, y las características propias de estos
métodos defensivos van a constituir también ciertas particularidades de diferentes tipos de carácter. Una de las
principales y más exitosas maneras de defenderse contra la pulsión es la sublimación*, o sea la transformación de la
pulsión en una acción aceptada socialmente y por lo tanto por el yo y el superyó. La transformación de las pulsiones
anales en tendencia al orden, al ahorro o la tenacidad, es uno de los tantos ejemplos. También la de las pulsiones
fálico-uretrales en ambición. En estos casos las sublimaciones no son meros actos satisfactorios, sino que toman el
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rasgo de una característica yoica, una manera de hacer, se transforman en rasgos de carácter. En relación a los
mecanismos de defensa, el paradigma de los generadores de rasgos caracterológicos es la formación reactiva*, la que
consigue la “salud aparente, pero, en verdad, de la defensa lograda” (Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis
de defensa, 1896, A. E. 3:170), típica del período de latencia* en general y del carácter obsesivo en particular. Los
mecanismos defensivos en la medida en que se rigidifican, incluyendo en ellos la desmentida* de la diferencia de
sexos perversa, generan rasgos de carácter más o menos patológicos. En suma, el carácter no es una estructura en
sí, sino los atributos de una estructura que se llama el yo, en la que participa también el superyó, parte especializada
de aquel. Atributos defensivos, entonces, de una estructura yoica contra la pulsión del ello, proveniente desde la
realidad exterior y presionada a su vez por otra estructura que surge en el aparato psíquico después del complejo de
Edipo y que se va a escindir del yo reforzando la constitución del carácter: el superyó. El carácter termina siendo, por
lo tanto, la manera de ser de una persona; precipitado de su historia, sus hechos traumáticos, sus fijaciones, sus
compulsiones repetitivas*, sus vínculos y elecciones de objeto, sus mecanismos defensivos, todos éstos a su vez
íntimamente vinculados con sus distintos tipos de identificaciones. El carácter de una persona ayuda a mantener su
“normalidad”, no es necesariamente patológico. Tomará este rumbo cuando se torne rígido, con pocas variables para
enfrentar las frustraciones* de la realidad. Se constituirá así en caracteropatía, la que puede resultar basamento de
posteriores neurosis* o cualquier otro cuadro patológico. El psicoanálisis puede producir cambios en el carácter,
profundizando en el análisis del yo, de sus defensas*; reconstruyendo también la historia de ellas que es en gran
parte la historia de la formación del yo. Historias que vuelven a ser presente, en forma vívida, en el fenómeno de la
transferencia*. El carácter es un triunfo del yo sobre la pulsión, pulsión que pasa a estar integrada en él. En tanto hay
carácter no hay retorno de lo reprimido*, no hay síntomas*, no hay neurosis. Uno podría hasta decir que no hay
conflicto psíquico*. Ocurre que la pulsión está sofocada*, lo que da el aspecto de falta de conflicto. Así y todo,
cualquier aumento en la cantidad de excitación fácilmente genera descompensaciones, con lo que retorna lo reprimido
y reaparece la neurosis con su conflicto subyacente. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CARTA 52 (A FLIESS)
José Luis Valls

[Freud.] Una de las más famosas cartas de Freud a Fliess (véase: manuscritos a Fliess), fechada en Viena el 6 de
diciembre de 1896. En ella hace un esbozo de ordenamiento de las representaciones* que le van acercando a definir
su primera tópica, mientras formula otras ideas importantes que van a perdurar en el resto de su obra. Habla ahí de
que la representación de los deseos* psíquicos se va generando por estratificación sucesiva, la que sufre
reordenamientos y retranscripciones. La memoria* no es simple sino múltiple. Se registra en diversas variedades de
signos. Estarían primero las neuronas* que registran las percepciones*. La primera trascripción sería el signo
perceptivo que se asocia por simultaneidad. Luego se pasaría al inconsciente*, en donde intervendrían nexos tal vez
causales, las huellas aquí serán recuerdos* de conceptos. En este último sentido globalizador se podría pensar su
correspondencia con lo que más adelante llamará representaciones-cosa*. Estas últimas pueden volver a la
consciencia* a través de su traducción a un tercer tipo de trascripción ligado a representaciones-palabra*,
correspondiente al yo* oficial, aquí llamado indistintamente preconsciente*. En la carta se detalla el camino que va
desde la percepción, su forma de inscripción en el aparato psíquico*, hasta la posibilidad de su recuerdo merced a la
palabra. También se explica el mecanismo de la represión*, relacionando cada una de las trascripciones con distintas
épocas de la vida. Para Freud, en la traducción de una trascripción a otra una defensa* es normal si las trascripciones
corresponden a la misma fase psíquica. En cambio existe una defensa patológica contra una huella mnémica* no
traducida de una fase anterior, Esta defensa se llama represión y sucede con la sexualidad* por la particularidad que
tiene en su desarrollo evolutivo. Una estimulación genital* sólo será comprendida o “sentida” en el período* que le
corresponde; en períodos previos no, sucederá el fenómeno del “a posteriori”* por el que aquella será “recordada” en
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el período genital, con un monto de excitación proveniente del anterior episodio excitatorio, por lo que éste se
torna traumático y este displacer* generará la defensa o represión. Volvamos un párrafo atrás para aclarar mejor
algunas cosas. Freud dice que una trascripción es traducida a otra. “Según mi mejor saber o conjeturar” se refiere
aquí al hecho de que las representaciones-cosa son traducidas a representación-palabra para poder llegar a la
consciencia. Si los sucesos que ocurrieron dejando representación-cosa, lo fueron anteriores a la posibilidad de poseer
representaciones-palabra que “comprendan” (véase: comprensión) a las representaciones-cosa, corresponden a una
zona erógena* todavía no desarrollada, y por lo tanto a las situaciones traumáticas* que dichas representaciones-
cosa conmemoran. Se apela, entonces, a la represión, que en este caso es sólo contrainvestidura* (represión
primaria*), pues no hay palabra a la que desinvestir*. Si la representación-cosa encuentra una sexualidad
correspondiente al nivel de la zona erógena en una forma convenientemente desarrollada, comprendida, “pasada por
una investidura* corporal”, por lo tanto con las representaciones-palabra con un cierto nivel de elaboración y vincula-
ción entre ellas, se puede establecer una defensa normal, si no es así deberá usarse aquella que aquí llama
patológica, pero que es la más común: la represión. En la misma carta trata de relacionar los recuerdos de los hechos
con la causa de la neurosis*, la histeria*, la neurosis obsesiva* y la paranoia*. “[...] los recuerdos reprimidos fueron
actuales, en la histeria, a la edad de un año y medio a cuatro; en la neurosis obsesiva, a la edad de cuatro a ocho
años, y en la paranoia, a la edad de ocho a catorce años" (1896, A. E. 1: 277). Otra consecuencia de las vivencias
prematuras es la perversión*, cuya condición pareciera ser, a esta altura de la teoría, que la defensa no sobrevenga
antes que el aparato psíquico se haya completado, o que no se produzca defensa alguna. Posteriormente, a partir de
Pegan a un niño (1919) y del historial del “Hombre de los lobos” (1914), se comprende que esta afección es
producida por otro tipo de represión o defensa ante el reconocimiento de la diferencia de sexos que aparece en la
etapa fálica, durante el complejo de Edipo (fálico-castrado), etapa y período a los que queda fijado, fijación* basada
en una desmentida* de aquella diferencia, a la que a partir de entonces se debe dedicar a sostener, produciendo
escisiones en su yo*. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CASTIGO, NECESIDAD DE
José Luis Valls

[Freud.] También llamada incorrectamente “sentimiento inconsciente de culpa”*. Es producto de la pulsión de


destrucción* (deflexión al exterior de la pulsión de muerte*), reintroducida en el aparato psíquico merced a su
ligadura por el superyó* inconsciente*. La necesidad de castigo no es percibida por el sujeto como algo en especial,
se infiere de su conducta, o de la persistencia arraigada de su neurosis*. Ocasiona, cuando es predominante y
crónica, caracteres* patológicos como “los que fracasan al triunfar”*, o “los que delinquen por sentimiento de
culpa”*.Además es una de las resistencias* más fuertes a la cura, generadora de la llamada “reacción terapéutica
negativa”* consistente en el empeoramiento de la enfermedad cuando se ha conseguido reconstruir o develar el
sentido de un síntoma*, de un sueño*, de una compulsión de repetición* o de un rasgo de carácter. Esta resistencia
corresponde al superyó. También se puede expresar como tendencia a los accidentes, incluso a las enfermedades
orgánicas. En estos casos suele llamársela “neurosis de destino”. No olvidemos que el destino para el inconsciente
corresponde al padre, en última instancia al castigo paterno. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CATARSIS
José Luis Valls

[Freud.] Fenómeno de descarga de la cantidad de excitación*. La descarga puede ser simultánea al hecho traumático
y en ese caso el aparato psíquico* actúa casi meramente como arco reflejo, por el principio de inercia*, volviendo
inmediatamente al estado anterior (del nivel de estímulo).Puede también ocurrir que se retenga el afecto*. Por
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ejemplo: cuando una zona erógena* es estimulada en un momento de la vida en que todavía no esté capacitada
para la descarga. Cuando llega el momento de la vigencia de la zona erógena en cuestión, el hecho traumático
retorna “a posteriori”* produciendo las sensaciones que no produjera otrora y de las que el yo* ahora se defiende con
la represión* y su consecuente generación de síntomas* (cuando no es exitosa y permite el retorno de lo repri-
mido*).El psicoanálisis aquí busca reencontrar los recuerdos* traumáticos que retuvieron el afecto* en su
oportunidad, para abreaccionarlo* mediante la catarsis*, y descargarlo. La abreacción, productora de la catarsis, fue
el primer método que suplantó la orden hipnótica, de la que se mostró como mucho más eficaz. Antecedente o primer
nivel de psicoanálisis, el que nunca lo dejó de lado, más bien lo incluyó como parte de sí. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

CATARSIS, SEGÚN FREUD


José Luis Valls

Escribe Freud en “Dos artículos para enciclopedia”: “De las investigaciones que constituían la base de los estudios de
Breuer y míos se deducían, ante todo, dos resultados: primero, que los síntomas histéricos entrañan un sentido y una
significación, siendo sustitutivos de actos psíquicos normales; y segundo, que el descubrimiento de tal sentido
incógnito coincide con la supresión de los síntomas, confundiéndose así, en este sector, la investigación científica con
la terapia. Las observaciones habían sido hechas en una serie de enfermos tratados con la primera paciente de
Breuer, o sea por medio del hipnotismo, y los resultados parecían excelentes hasta que más adelante se hizo patente
su lado débil. Las hipótesis teóricas que Breuer y yo edificamos por entonces estaban influidas por las teorías de
Charcot sobre la histeria traumática y podían apoyarse en los desarrollos de su discípulo P. Janet, los cuales, aunque
publicados antes que nuestros Estudios, eran cronológicamente posteriores al caso primero de Breuer. En aquellas
nuestras hipótesis apareció desde un principio, en primer término, el factor afectivo; los síntomas histéricos deberían
su génesis al hecho de que un proceso psíquico cargado de intenso afecto viera impedida en algún modo su descarga
por el camino normal conducente a la conciencia y hasta la motilidad, a consecuencia de lo cual el afecto así
represado tomaba caminos indebidos y hallaba una derivación en la inervación somática (conversión). A las ocasiones
en las que nacían tales representaciones patógenas les dimos Breuer y yo el nombre de traumas psíquicos, y como
pertenecían muchas veces a tiempos muy pretéritos, pudimos decir que los histéricos sufrían predominantemente de
reminiscencias. La catarsis era entonces llevada a cabo en el tratamiento por medio de la apertura del camino
conducente a la conciencia y a la descarga normal del afecto. La hipótesis de la existencia de procesos psíquicos
inconscientes era, como se ve, parte imprescindible de nuestra teoría. También Janet había laborado con actos
psíquicos inconscientes; pero, según actuó en polémicas ulteriores contra el psicoanálisis, ello no era para él más que
una expresión auxiliar, une manière de parler, con la que no pretendía indicar nuevos conocimientos. En una parte
teórica de nuestros Estudios, Breuer comunicó algunas ideas especulativas sobre los procesos de excitación en lo
psíquico, que han marcado una orientación a investigaciones futuras, aún no debidamente practicadas. Con ellas puso
fin a sus aportaciones a este sector científico, pues al poco tiempo abandonó nuestra colaboración”.

CELOS
José Luis Valls

[Freud.] Estado afectivo normal, que está en directa relación con el aspecto de pulsión de apoderamiento*
perteneciente a la pulsión sexual*. Se vincula con la intimidad que busca la pareja amorosa, pues la pulsión sexual es
asocial en ese sentido. El amor* sexual no es compartible, más que con la propia pareja. Freud describe tres niveles
de celos: 1) los de competencia o normales; 2) los proyectados y 3) los delirantes. Los primeros están compuestos
del duelo* por el objeto* de amor que se cree perdido y por la afrenta narcisista sufrida. Pueden existir sentimientos
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de hostilidad hacia los rivales y un monto mayor o menor de autocrítica. A pesar de ser normales, son
irracionales.“[...] arraigan en lo profundo del inconciente, retoman las más tempranas mociones de la afectividad
infantil y brotan del complejo de Edipo o del complejo de los hermanos del primer período sexual” (Sobre algunos
mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad, 1922, A. E. 18: 217). En muchos casos incluso
son vivenciados bisexualmente, por ejemplo los celos entre amigos, etcétera. El segundo tipo, los celos proyectados,
provienen de la propia infidelidad, sea practicada, fantaseada, o reprimida y en segunda instancia proyectada como
alivio del yo* ante su consciencia moral* y ante los embates de lo reprimido*.“Los celos nacidos de una proyección
así tienen, es cierto, un carácter casi delirante, pero no ofrecen resistencia al trabajo analítico, que descubre las
fantasías inconcientes de la infidelidad propia” (1922, id. 218).Los celos del tercer tipo o estrato (Freud los considera
diferentes tipos pero éstos pueden coexistir) también provienen de anhelos de infidelidad reprimidos, pero en este
caso los objetos de fantasía* son del mismo sexo; las diferencias sexuales están previamente desmentidas* y luego
reprimidas de una manera muy particular, en la que intervienen la desinvestidura* de la representación-cosa* y
ulterior proyección* del deseo* inconsciente en el objeto. Corresponden a una forma de la paranoia*, aquella que
desmiente la moción homosexual no aceptada por el yo, o sea su “protesta masculina”, la “roca de base”*, tan poco
profunda en la paranoia, por lo que se torna tan difícil su acceso terapéutico. La paranoia de celos desmiente la
moción homosexual que le retorna desde lo proyectado, con la frase “No yo amo al varón - es ella quien lo ama” (en
el varón) o “No yo amo a las mujeres - sino que él las ama” (en la mujer) (Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un
caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente, 1911, A. E.12:60).“Frente a un caso de delirio
de celos, habrá que estar preparado para hallar celos de los tres estratos, nunca del tercero solamente” (1922, A. E.
18:219). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CENSURA
José Luis Valls

[Freud.] Este concepto sufre una evolución particular en la obra freudiana. Es el proceso en que a una representación
-retoño (de otra representación reprimida primariamente) se le impide el acceso a un nivel superior del psiquismo (a
la palabra, al preconsciente*), o se le permite siempre que esté bien disfrazada y no sea reconocida como propia por
el yo*.Freud define en primer término la censura onírica. Su función es desfigurar la representación* intolerable para
la consciencia*. En el capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900) y en los escritos metapsicológicos de
1915 llevará el nombre de “represión”*. Esta represión escindirá el aparato psíquico en un Inc.* y un Prec. y a su vez
tendrá dos tiempos: la represión primaria*, que se producirá en los distintos momentos de la sexualidad infantil*
creando sus fijaciones* que culminan en el período del complejo de Edipo* y generan la amnesia infantil* posterior; y
la represión secundaria*, que da caza a los retoños de aquella sexualidad infantil ya reprimida, la que intenta retornar
de lo reprimido* a través de ellos, generando, si lo consigue, entre otras cosas los síntomas* neuróticos.Freud
describe también una censura consciente que impide el pasaje de las representaciones-palabra* Prec. a la consciencia
(Cc.), restándoles valor, o por productoras de vergüenza*, etcétera. Esta censura, cuya forma de acción es la de
quitarle a la representación-palabra la sobreinvestidura* de atención* que necesita para acceder a la consciencia*, es
la que se le pide al paciente que deponga, al entregarle la “regla fundamental”* de la “asociación libre”*.En términos
de la segunda tópica, la censura es en ese caso ejercida por el superyó* hacia un yo que no accede al nivel del ideal
del yo* exigido. Tomando la forma de autorreproche* o autocensura, expresiones de sentimiento de culpa*. También
el superyó puede castigar al yo por permitir éste al ello* ciertas libertades no aceptadas por la consciencia moral*
(actuadas o fantaseadas). Es un resabio de la censura de los padres en el momento de la educación; censura que
remite entonces, en el inconsciente, a la amenaza de castración*.El yo censura en forma automática a la moción
pulsional cuando su representación-cosa* busca representación-palabra en alguna forma asociada por el yo con algo
no aceptado por el superyó, pues si no le produce angustia señal* al yo. Éste se defiende de la angustia aplicándole a
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la pulsión* los mecanismos de defensa* que al sustraerle investidura Prec. (a la representación-palabra) impiden
su conocimiento y acceso al yo. Estos mecanismos de defensa son formas cada vez más sofisticadas de la censura.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CEREMONIAL OBSESIVO
José Luis Valls

[Freud.] Compulsión* compleja a la que en ocasiones se ve sometido el paciente neurótico obsesivo*. Le sirve para
controlar la angustia*, la que se hace presente si alguna causa impide su realización. Aunque el ceremonial suele ser
molesto, el paciente no puede impedirlo. Freud trae un ejemplo de un niño de once años:“No se dormía hasta no
haberle contado a su madre presente, con los mínimos pormenores, todas las vivencias del día; sobre la alfombra del
dormitorio no debía haber por la noche ni un papelito y ninguna otra clase de basura; la cama tenía que arrimarse por
completo a la pared, debía haber tres sillas delante de ella y disponerse las almohadas de una manera precisa. Y él
mismo, antes de dormirse, tenía que entrechocar sus piernas cierto número de veces, y luego ponerse de costado”
(Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa, 1896, A. E. 3:173, nota).El ceremonial tiene un
fundamento aparentemente racional, siendo absolutamente irracional. Tiene motivaciones inconscientes que en la
mayoría de los casos pueden ser reconstruidas*, y encontrarse así el significado y con él la posibilidad de la vuelta a
la racionalidad de la actividad de pensamiento*, propia del yo*. El caso de ese niño “[...] se esclareció de la siguiente
manera: Años antes había ocurrido que una sirvienta, encargada de llevar a la cama al bello niño, aprovechó la
oportunidad para acostársele encima y abusar sexualmente de él. Después, cuando este recuerdo fue despertado por
una vivencia reciente, se anunció a la conciencia a través de la compulsión al ceremonial descrito, cuyo sentido era
fácil de colegir y fue establecido en detalle por el psicoanálisis: Sillas delante de la cama, y ésta arrimada a la pared...
para que nadie más pudiera tener acceso a la cama; almohadas ordenadas de cierta manera... para q_ estuvieran
ordenadas diversamente que aquella noche; los movimientos con las piernas... echar fuera a la persona acostada
sobre él; dormir de costado... porque en la escena yacía de espaldas; detallada confesión ante la madre... pues le
había callado esa y otras vivencias sexuales, por prohibición de la seductora; por último, mantener limpio el piso del
dormitorio... porque el principal reproche que hasta entonces había debido recibir de la madre era que no lo mantenía
así” (1896, 3:173, nota). El ceremonial obsesivo es expresión de mecanismos defensivos* del yo como la “anulación
de lo acontecido”* y el “aislamiento”*, cuya progresiva falla permiten cada vez más el retorno de lo reprimido*; o sea
es expresión de la neurosis obsesiva, aunque en algunos caracteres* anales normales la tendencia al orden por
momentos tome ciertas características de ceremonial.“El ceremonial neurótico consiste en pequeñas prácticas,
agregados, restricciones, ordenamientos, que, para ciertas acciones de la vida cotidiana, se cumplen de una manera
idéntica o con variaciones que responden a leyes. Tales actividades nos hacen la impresión de unas meras
"formalidades", nos parecen carentes de significado. De igual manera se le presentan al propio enfermo, pese a lo
cual es incapaz de abandonarlas, pues cualquier desvío respecto del ceremonial se castiga con una insoportable
angustia que enseguida fuerza a reparar lo omitido. Tan ínfimas como las acciones ceremoniales mismas son las
ocasiones y actividades adornadas, dificultadas y en todo caso sin duda retardadas por el ceremonial; por ejemplo,
vestirse y desvestirse, meterse en cama, la satisfacción de las necesidades corporales. Puede describirse el ejercicio
de un ceremonial sustituyéndolo de algún modo por una serie de leyes no escritas” (1907, A. E.9:101-2).“En casos
leves, el ceremonial se asemeja bastante a la exageración de un orden habitual y justificado. Pero la particular
escrupulosidad de la ejecución y la angustia si es omitida singularizan al ceremonial como una "acción sagrada". Los
hechos que lo perturban se soportan mal, las más de las veces, y casi siempre están excluidas la publicidad y la
presencia de otras personas mientras se lo consuma” (id.).Dejamos la palabra a Freud, tan clara resulta su
exposición. Solamente resaltaremos el carácter de acción sagrada del ceremonial obsesivo, lo que lo vincula más con
el ceremonial religioso. El hecho de que cuando es leve puede pasar inadvertido o secreto, y entonces aparecer una
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crisis de angustia, al impedirlo alguna causa externa. Por último la vinculación que suele tomar con actos normales
cotidianos relacionados con el tocamiento del cuerpo, las zonas erógenas*, su visualización, embellecimiento,
etcétera, por lo que éstos, entonces, se tornan tareas interminables, tormentosas (asearse, cambiarse, acostarse,
comer, etcétera). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CHISTE
José Luis Valls

[Freud.] Procedimiento intelectual por medio del cual un rápido empleo de un proceso primario* ahorra parte del
gasto que demandaba la represión* de las pulsiones sexuales* incestuosas, de las pulsiones destructivas* y de sus
retoños. Se descarga, entonces, la energía* así ahorrada, energía cuya descarga da origen al placer* de la risa, la
que según la clase de chiste (como en el chiste tendencioso) llega a ser risa franca, hasta carcajada. El método que
por un instante se utiliza es el de usar un proceso primario, en forma parecida al sueño*, pero sin regresión* de
palabra a imagen percibida, sino tratando a la palabra como si fuera representación-cosa*, o aprovechando los
diferentes significados que tienen las palabras y también las varias cosas a las que aluden. A veces se cambia una
letra o una sílaba, o las palabras se descomponen en sílabas, gracias a condensaciones* y desplazamientos* que
aprovechan contigüidades*, analogías*, homofonías, oposiciones*. Son asociaciones* superficiales de las palabras
(analogías formales) que ocultan asociaciones más profundas (de significados).En fin, se vuelve a jugar con las
palabras como jugaba el niño durante la época del aprendizaje del lenguaje*, para el que las palabras más que
representar a las cosas, son una más de éstas. Existen varios tipos de chistes: del juego infantil con las palabras
pasamos al chiste inocente o abstracto cuyo efecto nunca es excesivamente reidero; en general nos produce una
simple sonrisa. El chiste que produce más placer suele ser el tendencioso, que nace de la pulla grosera o insulto
sexual con carácter alegre de los grupos con bajo grado de cultura o inhibición. En el chiste tendencioso, en forma
oculta, mediante condensaciones y desplazamientos, se busca agredir* sexualmente (desnudar) a alguien o agredir
simplemente (desacreditar, degradar a una autoridad por ejemplo). Para esto se necesita de un tercero que escuche
el chiste, éste es el que principalmente, entonces, sentirá el placer al producirse la descarga con la risa. Por lo tanto
en el chiste tendencioso hay tres personajes: a) el creador que lo cuenta, b) la persona de quien se cuenta algo
(imaginaria o ausente por lo general, salvo en la pulla grosera) y c) el tercero que es el que goza. En el autor o
relator del chiste el placer empieza siendo ínfimo, pero por contagio (identificación* con el que goza) llega a ser
intenso. Este complejo mecanismo hace que el chiste tenga un efecto social buscado, necesita espectador, no se
puede disfrutar en soledad. Los mejores chistes equilibrarán el disfraz con lo entendible para un tercero; si es muy
complejo le demandarán a éste demasiado esfuerzo y perderá el efecto placentero al demandar gasto. Si es
excesivamente fácil necesita de un talante alegre previo del tercero, en el que las inhibiciones* estén disminuidas y
se convierta en pulla grosera, con lo que el nivel cultural desciende. Si el tercero es el que más goza es porque la
operación intelectual creativa, el uso momentáneo del proceso primario insertado en un discurso en proceso
secundario* en forma repentina, le viene regalada por el autor, no le demanda el gasto que exige la ocurrencia
creativa. Consigue así, mediante la operación intelectual del otro, dar cierto nivel de satisfacción a una pulsión*
prohibida interiormente en su aparato psíquico*. Pero el autor necesita del tercero para gozar, pues como hemos
dicho el chiste en soledad no produce placer, sólo al producir la risa en el tercero el autor puede sentir placer al
contagiarse, por identificación, de la risa de aquel. Esto transforma al chiste en un fenómeno social por excelencia,
diferenciándose así del humor* que es un tipo de placer parecido, pero con libido* narcisista. En el humor el sujeto
puede sonreírse de sí mismo, o de los problemas de la realidad*, gastándoles una broma, disminuyéndoles con ésta
el valor, tornándose por un instante omnipotente el yo*. El humor no necesita de terceros, si bien éstos pueden
disfrutar de él, al sujeto no le son imprescindibles para gozar. El chiste es una válvula de escape que en lo social
permite desinhibición de pulsiones sin llegar a la acción. Puede estar ayudado por una fachada cómica (véase:
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cómico), la que va preparando previamente el ambiente para el placer chistoso. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

CLOACA
José Luis Valls

[Freud.] Segunda de las tres principales teorías sexuales infantiles*. La primera atribuye a todos los seres humanos
un pene y la tercera es la concepción sádica del coito. La teoría de la cloaca surge de la ignorancia que tiene el niño
sobre la existencia de la vagina como genital, o si se quiere, de la desestimación* de la diferencia de los sexos que el
niño realiza. De ahí que atribuya el nacimiento no a un parto sino a una evacuación. Si los hijos nacen por el ano, los
varones pueden parir igual que la mujer (esto se corresponde con la primera teoría que dice que las mujeres tienen
pene). En realidad, según esta teoría no existirían dos sexos más que por los caracteres sexuales secundarios, la
función en la familia, el tipo de preferencias, de manera de ser, etcétera, pero no por lo esencial. Una vez reconocida
la diferencia de los sexos, al menos en un primer nivel (la oposición* fálico-castrado), la teoría cloacal es desechada.
Sin embargo, puede permanecer en el inconsciente* reprimida o incluso dentro del yo*, merced a mecanismos de
escisión yoica* que en parte reconozcan la castración y en parte no. Esto último sucede, en forma característica, en el
caso de la desmentida* de la diferencia de los sexos que se produce en la perversión sexual*. En el historial del
“Hombre de los lobos” (1918), Freud plantea esta problemática y la manera compleja en que aparece en el caso. El
paciente poseía en su yo tres actitudes diferentes frente a la castración:1 ) Abominaba de ella desde su “protesta
masculina”, lo que originaba la angustia* de su fobia* (angustia de castración*).2) Tenía una segunda corriente que
aceptaba la castración y se consolaba con la feminidad como sustituto. Ésta originaba sus síntomas* de constipación
como conversión* histérica.3) Había una tercera más antigua y profunda que podía todavía ser activable y que
seguramente es la teoría de la cloaca desestimadora de la castración, que momentáneamente podría resurgir durante
un conflicto agudo. Con la teoría cloacal se vincula íntimamente la trasmutación de las pulsiones* anales a través de
la ecuación simbólica: heces-pene-niño-regalo-dinero, todas identidades para el inconsciente*. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

COMICO
José Luis Valls

[Freud.] Operación anímica placentera, cuyo medio de descarga es la risa. Se origina como un hallazgo de algo no
necesariamente buscado en los vínculos sociales entre los seres humanos, que también se puede extender a la
apreciación de ciertos animales, objetos inanimados o situaciones, que resultan con ciertos atributos exagerados,
caricaturescos, cómicos. La descripción corresponde, por lo general, a hechos cómicos acaecidos a personas adultas o
por lo menos con un aparato psíquico* terminado de establecer; con un ello*, un yo* y un superyó*, y en el que está
bien definida la frontera entre lo que es inconsciente* y lo que es preconsciente* y consciente*. Lo cómico es una
operación que corresponde al yo en su parte preconsciente (Prec.), lo que pertenece ala actividad de pensamiento*,
al juicio*, al proceso secundario*. No interviene el inconsciente en su gestación, como en el caso del chiste*. Lo
cómico es algo que se halla en personas, en sus movimientos, formas, acciones y rasgos de carácter*;
originariamente es probable que sea sólo en sus cualidades corporales, más tarde * también en las anímicas o bien
en sus manifestaciones. Por otro lado, como decíamos, se puede extender a animales, cosas o situaciones. Reímos de
los movimientos del clown porque, desmedidos y desacordes con un fin, nos recuerdan la torpeza infantil. Reímos de
un gasto de energía demasiado grande; desde la comicidad de los movimientos se puede ramificar lo cómico a las
formas del cuerpo y los rasgos del rostro.¿Por qué produce efecto cómico lo desmedido y carente de fin del
movimiento, que incluso luego deriva a otras situaciones? Freud lo atribuye a la comparación entre el movimiento
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observado en el otro y el que uno habría realizado en su lugar. Por el proceso de juicio y a través del “complejo del
semejante”* “Adquiero la representación de un movimiento de magnitud determinada ejecutando o imitando ese
movimiento, y a raíz de esta acción tengo noticia en mis sensaciones de inervación de una medida para ese
movimiento” (El chiste y su relación con lo inconciente, 1905, A. E. 8:182). Comprendemos a un semejante
realizando sus mismas acciones; luego, una vez conocidas éstas, podemos pasar a compararlas con las nuestras. El
proceso se irá simplificando a medida que participe en él la memoria, lo que nos dispensará de realizar el acto cada
vez, sustituyéndolo por un gasto de investidura* de representación*. Al ver a un prójimo realizando actos desmedidos
o desacordes a un fin -en la comparación que automáticamente hacemos, para comprender, con la acción que
realizaríamos nosotros en la misma situación- hay un ahorro de investidura de representación. Esa energía ahorrada
se descarga por el mecanismo placentero de la. risa. Así “[...] la génesis del placer por el movimiento cómico sería un
gasto de inervación que ha devenido inaplicable como excedente a consecuencia de la comparación con el movimiento
propio” (1905, id. 185). El placer de lo cómico surge entonces de un gasto de investidura de representación que la
desproporción del movimiento realizado por el semejante, nos ahorra. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

COMPLEJO DE CASTRACION
José Luis Valls

[Freud.] Excitaciones y efectos relacionados con la pérdida del pene. El desarrollo sexual del niño se realiza en dos
tiempos. El primero dura hasta los cinco o seis años, la sexualidad infantil* que cae bajo el manto de la represión*,
luego es seguido por un período de latencia*, y el segundo que resurge en forma definitiva en la pubertad y posterior
adolescencia. En la culminación del período sexual infantil la zona erógena* predominante es la fálico-uretral*; al
advenir el predominio de esta zona ocurren simultáneamente múltiples cosas. Por lo pronto se abren distintos
caminos en la evolución del niño y la niña. En el nivel infantil de conocimiento se notan diferencias sexuales, las que
son vividas como posesión o no de genital (el que no lo posee es porque fue castrado, el que sí lo posee corre peligro
de serlo). Esta realidad difícil de enfrentar y resolver con el aparato psíquico* infantil, es aceptada en parte, lo que
originará angustia de castración* en el niño y envidia fálica en la niña. También puede ser desmentida* en ambos
casos y esto señalar el camino a las perversiones sexuales*, las que se pueden extender a algún tipo de psicosis*.
Tanto en la niña como en el varón, en el nivel infantil de pensamiento* no se reconoce del todo la existencia de la
vagina femenina como órgano genital (no obstante, es de suponer que para el yo* realidad todavía incompleto, en
parte sí, además para las pulsiones sexuales* objetales también, no hay más que fijarse en los símbolos universales*
de ella que aparecen en los sueños*, provenientes del inconsciente*), lo que en forma definitiva deberá lograrse en
ambos casos en el largo camino hasta la pubertad y adolescencia. La vagina y el clítoris son vividos por ambos, en la
etapa fálica, como la castración del único genital que en última instancia es considerado como tal en este nivel
infantil, el falo. Al miedo del varón ante la posibilidad de la castración, comprobada entonces en la visión del genital
femenino, se lo llamará angustia de castración, y es aquella de la que se defenderá, principalmente, el yo del
neurótico adulto con los mecanismos de defensa* inconscientes, origen de rasgos de carácter* y síntomas*
neuróticos. En la niña la aceptación de la existencia de la castración origina el complejo de castración por excelencia.
Fundará su yo basado en esta (sentida por ella) mutilación. Esta situación originará sensación de minusvalía,
dependencia extrema, la constitución de su superyó* será más lenta, no estará acuciada por la urgencia de la
angustia de castración. Respecto a este punto Freud señala que en la mujer hay tres caminos principales en su
evolución sexual:1 ) La represión de la sexualidad* en general.2) La no aceptación de la castración, conducente a la
masculinidad en el carácter, o a la homosexualidad* como perversión.3) El pasaje a la feminidad aceptando la
diferencia entre los genitales femeninos y los masculinos, entre la masculinidad y la feminidad, con sus características
propias. No como una castración de la posesión de una única forma posible de genital (el falo). Este último paso
podrá ser logrado a partir de la pubertad y obviamente será el camino normal, el que sin embargo incluye en parte,
reprimidos, los anteriores. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
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COMPLEJO DE EDIPO
José Luis Valls

[Freud.] Período* culminante de la sexualidad infantil* en el que termina de desarrollarse la pulsión sexual* objetal,
la que va a tomar la característica de incestuosa, pues se ha apuntalado en la pulsión de autoconservación* y por lo
tanto elegirá como objeto*, al mismo que satisfacía a esta pulsión*. Así, se originarán diferentes tipos de
problemáticas, al ser justamente la prohibición del incesto uno de los pilares básicos sobre los que se edificó la
cultura* humana. Transcurre durante un período de la evolución del infante, alrededor de los cuatro a seis años.
Luego el niño entra hasta la pubertad en un “período de latencia”* de la sexualidad*, similar a las glaciaciones en el
desarrollo de la humanidad. Es decir, la evolución sexual humana se realiza en dos oleadas: desde el nacimiento
hasta el período culminante del complejo edípico, su posterior represión* o sepultamiento* junto con toda la sexuali-
dad infantil previa (lo que genera la amnesia infantil*) y una segunda y definitiva oleada en la pubertad y
adolescencia. En el intervalo, el período de latencia. La represión, o el sepultamiento, del complejo de Edipo centrada
en el incesto y el parricidio es condición para el acceso a la cultura. En su lugar, como “monumento conmemorativo
se establece una estructura en el aparato psíquico* llamada superyó*. Es el “complejo nuclear de las neurosis”, pues
toda la patología psíquica representacional proviene de la defensa que realiza el aparato psíquico ante la conflictiva
que directa o indirectamente surge en ese período de la vida. Durante la evolución sexual infantil, al entrar en el
período en el que predomina la zona erógena* fálica como punto principal de las sensaciones placenteras, suceden
varias cosas. Por lo pronto todas las zonas erógenas predominantes previas (oral, anal, etcétera), con satisfacciones
parciales y aisladas entre sí, caen bajo la supremacía fálica, lo que les da una unidad a las distintas sensaciones
corporales, y consolida la formación de un yo* cuyo origen es básicamente corporal. Al mismo tiempo que concluye
de formarse éste que será un yo realidad definitivo*, también lo hace el objeto, que ya venía siendo reconocido como
tal en diferentes niveles a medida que progresaba el aparato muscular, con la realización de juegos infantiles y el
aprendizaje del lenguaje*, “comenzados” en la etapa anal. El objeto, decíamos, termina de ser reconocido (o su
reconocimiento tiene un primer nivel de conclusión) como principal fuente de placer*, al mismo tiempo que se admite
definitivamente (suele haber avances y retrocesos) que no se lo es (como en el yo-placer*) y por lo tanto que se
desea tenerlo. La aparición de la categoría del tener* sobre la del ser* implica reconocimiento de la oposición* yo-
objeto y en parte comienza de entrada con el yo realidad inicial*, se va afirmando en la etapa anal y se confirma en
la fálica con el agregado en ésta de la diferencia sexual que aparece, además de la presencia del rival. Hay un primer
nivel de elección de objeto* al ser reconocido éste como principal fuente de placer, apuntalado en parte sobre las
pulsiones de autoconservación y en parte desde el narcisismo* proveniente de] objeto (objeto en ese momento no
reconocido como tal, sino como yo en la medida en que producía placer). Por lo tanto el primer objeto elegido tanto
por la niña como por el varón, más allá de que sea ésta una elección narcisista o por apuntalamiento, será la madre.
En la niña, el vínculo materno preedípico* es más firme y duradero que en el varón, desde aquí parten distintos
derroteros ya previamente vislumbrados en las metas activas y pasivas de la pulsión (véase: activo-pasivo y meta
pulsional), que luego se irán separando cada vez más. El advenimiento definitivo del yo de realidad hará que el
autoerotismo*, antes predominante, dé paso al narcisismo; éste podrá ser desexualizado, devenir así en el amor*
sobre una abstracción surgida del propio cuerpo (donde tiene su sede principal) pero que no es el cuerpo: el yo. ¿De
qué cuerpo nace el yo? De uno con historia y con lenguaje, que puede hablar de él, que puede pensarse, recordarse.
Es una creación humana producto de su historia y productora a su vez de historia, y también de las huellas dejadas
por ella en ese cuerpo. Llegada la etapa fálica, sucumben las teorías sexuales infantiles* previas, como la teoría de la
cloaca* y la madre fálica*. El niño y la niña se enfrentan a un primer nivel de diferencia sexual, en que se valora
narcisistamente el masculino como único genital. Esto resulta traumático: la niña siente que no lo tiene y el varón que
corre peligro de ser despojado de él. La diferencia sexual, en este período, se plantea en términos de fálico-castrado.
El reconocimiento de la diferencia sexual, necesario para la evolución de la libido* objetal, es una encrucijada para el
narcisismo o, lo que es lo mismo, la libido que se satisface en el yo. A este yo que termina de consolidarse con el
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predominio fálico no le resultará nada fácil superar la posibilidad de perder eso que concentra el narcisismo, el
amor a sí mismo; además de que es el arma para amar, desde la libido objetal, al objeto y ser amado por él. Como
consecuencia, surge el complejo de castración*, que se acompaña en el varón de la angustia de castración* y en la
niña de envidia del pene*. En la niña la castración parece consumada, mientras que en el niño se presenta como
posible, por lo que en 61 se va configurando un complejo de Edipo positivo: el objeto deseado es la madre y el temido
castrador es el padre (esto último, apoyado en la filogenia). Por lo tanto, en el niño varón que va reconociendo a su
madre como castrada y es atraído, desde la libido objetal, por ella, comienza a hostilizarse la identificación* que
principalmente había tomado hasta ahora de su padre y teme a la castración como proveniente de él o de un
sustituto, que generalmente es un animal (relicto totémico), origen de las zoofobias* infantiles. El caso hasta aquí
expuesto en forma somera y típica es el del complejo de Edipo positivo en el varón, con predominio de libido objetal
sobre la narcisista. Pero, como todo ser humano, posee una bisexualidad* constitucional y a veces los avatares
dificultosos del vínculo con el objeto hacen que predomine la libido narcisista. Se tiene entonces mayor necesidad* de
la pertenencia segura del pene en sí, y no sólo como medio para amar al objeto, como sostén del narcisismo. En ese
caso se recurrirá a defensas* más extremas al llegar el momento del reconocimiento de la diferenciación sexual. La
diferencia de los sexos será desmentida*. Si así ocurre, ¿a dónde regresar sino a la teoría infantil de la cloaca? Por lo
común la desmentida se alcanza en forma parcial, lo que genera una escisión del yo*, por la que simultáneamente se
acepta y no se acepta la diferencia sexual. En estos casos, se buscará como objeto al padre del mismo sexo, ello
puede derivar en una ulterior fijación* homosexual, la que a su vez puede ser causa de una ulterior perversión
sexual*, o generarle rechazo al yo desde la “protesta masculina” y producirle angustia señal* de castración, siendo
posible reprimirla por éste de diversas maneras. Esta angustia sería de castración, pues el ubicarse en una posición
femenina en el vínculo con el padre, en este nivel, de psiquismo infantil, implica la aceptación de la castración propia.
Ante este peligro se puede reprimir todo esto (fijación homosexual con desmentida incluida), pasando a construirse,
sobre el complejo de Edipo negativo desplegado de esta manera, una fijación, motor posteriormente de neurosis
histéricas*, fobias* o neurosis obsesivas* (por ejemplo: “Dora” y el “Hombre de los lobos”); y por supuesto, la
paranoia*, psicosis* en la que además intervienen otros mecanismos (Schreber). El complejo de Edipo positivo y el
negativo se superponen en diversas proporciones, configurando el llamado complejo de Edipo* completo. Tanto en el
positivo como en el negativo se teme que la castración provenga del padre, y en la fijación neurótica, la angustia de
castración es percibida como angustia realista* en el período de la aparición del complejo edípico. El yo la usará,
tiempo después, como señal para poner en acción los mecanismos de defensa* ante la pulsión con libido más o
menos narcisista, más o menos objetal (con un yo desconocedor o reconocedor previamente de la diferenciación
sexual). Estos mecanismos de defensa generarán rasgos de carácter* a veces patológicos que derivan en
caracteropatías, o bien en neurosis*, cuando fallan en sus objetivos. Es probable que surja la homosexualidad* o el
fetichismo* estructurado más o menos sólidamente, cuando la desmentida de la diferencia de los sexos predomine y
consiga su objetivo de que no se le produzca angustia de castración al yo; o cuando la necesidad del reaseguro de la
imposibilidad de la existencia de la castración, supere a la posibilidad de tolerancia de la angustia de castración. Las
vicisitudes de la niña son diferentes. Su vínculo preedípico* con la madre es más largo y profundo (hasta los cuatro o
cinco años), al punto de que podríamos decir que el vínculo de la mujer con el objeto madre comienza siendo
preedípico y se va convirtiendo en edípico negativo, en todo ese período infantil primero existe la desestimación* que
luego va deviniendo en desmentida de la diferenciación sexual. Cuando comienza a aceptar ésta, se va formando el
puerto de arribo al complejo de Edipo positivo. Al descubrir la niña la diferencia entre su clítoris -zona erógena rectora
de la etapa fálica en la mujer- y el pene, se siente objeto de una injusticia, de una minusvalía que en un principio es
sentida como un castigo propio, luego se extiende a otras niñas y más tardíamente a la madre y a la mujer en
general. La comparación del clítoris con el pene la hace sentirse mutilada, y envidia ese órgano al niño, del que siente
haber sido despojada; esta envidia la impulsa a sofocar rápidamente la masturbación clitoridiana. El sentimiento de
menoscabo deja huellas profundas en el carácter femenino y ayuda, junto al predominio previo de la pasividad como
meta pulsional*, a que su aparato psíquico se forme predominantemente como objeto más que como sujeto, a las
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dificultades en la constitución de su yo. Si el sentimiento de menoscabo es reprimido y queda confundido en ella lo
femenino con lo castrado, no podrá superarlo justamente por estar reprimido, fuera del alcance de la actividad de
pensamiento*. Entonces lo femenino será sinónimo de desvalorizado (coincidiendo en esto con el niño), y ella tendrá
un ideal masculino al que nunca podrá acceder. Caerá presa, entonces, de la envidia fálica e intentará ser un varón o
hacer todo lo que se supone que hace un varón, como una forma de obtener el pene anhelado (el juego de las
muñecas también implica cierta forma activa de poseer un pene). Su narcisismo sufre una herida fundamental en esta
época de la formación definitiva de su yo, herida que, como decíamos, genera marcas indelebles en el carácter
femenino (su gran necesidad de ser amada, mayor que en el varón, su menor autonomía y su mayor dependencia en
consecuencia). En el momento de reconocer la castración como característica universal femenina, por lo tanto la no
existencia de la madre fálica, la niña hace culpable precisamente a su madre de su minusvalía y rompe
agresivamente su vínculo preedifico y edifico negativo con ella, el que pasa al estado de represión. Al mismo tiempo
se acerca al padre en procura de un pene. Por la ecuación simbólica heces-pene-niño, va derivándose este anhelo
hacia el deseo* de poseer un hijo del padre. Así entra en el período del complejo de Edipo positivo, el que dura
también más que en el varón ya que no hay angustia de castración que fuerce a la represión urgente (la angustia de
pérdida de amor* pasa a sentirse respecto del amor del padre y la acerca a éste, más que alejarla). Paulatinamente,
se irá instaurando un superyó más laxo y más preconsciente* (Prec. ) que el del varón, más dependiente de las
circunstancias exteriores reales y más tardío. A lo largo del camino irá descubriendo las sensaciones relacionadas con
el resto del aparato genital femenino y desarrollando así su feminidad adulta, una oportunidad para restaurar su
narcisismo disminuido por el complejo de castración. Éste será reprimido al inconsciente*, y desde allí podrá ser la
causa de ulteriores períodos depresivos, paranoides o neuróticos en general, cuando aumente la cantidad de
excitación* (como sucede en la adolescencia o la menopausia). Después del período del complejo de Edipo, en el
varón, víctima de la angustia de castración, toda la sexualidad infantil será reprimida y se consolidarán todas las
represiones primarias*, contrainvestiduras* a las que había apelado el yo incipiente ante los hechos traumáticos
previos al complejo de Edipo y recomprendidos “a posteriori”*. Se termina de estructurar así un aparato psíquico con
un ello*, un yo y un superyó. El ello es inconsciente; los otros dos tienen sectores inconscientes, preconscientes y
conscientes*. La pulsión sexual incestuosa en el caso “normal” o ideal, es sepultada y desaparece en parte; una parte
pasa a integrar el yo como energía libidinal desexualizada, integrando rasgos de su carácter. Otra parte se sublima* a
través de acciones yoicas. Si en cambio se reprime, genera rasgos patológicos de carácter o, cuando retorna de lo
reprimido*, neurosis. Como “monumento conmemorativo” del complejo de Edipo -el período más traumático de la
sexualidad infantil- se instalará en el aparato psíquico el superyó, diferenciación del yo que le exige a éste ser corno
el ideal del yo*, el que surge de la aspiración narcisista de los padres sobre el bebé y del narcisismo infantil previo.
Este superyó se formó como una inmensa contra¡ n vestidura contra la pulsión sexual infantil, mediante
identificaciones secundarias* con los padres y con el superyó-ideal del yo, de los padres. 1 La instauración de la
identificación-secundaria “superyó” se suma a la identificación primaria* previa (ubicada en el yo), reforzando su
carácter y en el varón también su masculinidad, la que, también podríamos decir, tiene su “verdadero” origen aquí.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

COMPLEJO DEL SEMEJANTE


José Luis Valls

[Freud.] Concepto vertido en el Proyecto de psicología (1950a [1895]). Consiste en una reflexión sobre el origen de la
comprensión* de los actos expresivos ajenos. Freud plantea que en el acto de la percepción* se clasifica el complejo
perceptivo. Se lo divide en dos partes básicamente: una central, que no cambia y que es esencialmente lo buscado, a
la que llama la cosa*, y otra cambiante y factible de relacionar con características propias, que constituiría los
atributos de la cosa. Freud extiende este mecanismo de juicio a los semejantes. En éstos hay partes que les
caracterizan y que no son pasibles de comprender, simplemente son así y esto es lo central, lo no cambiante del
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objeto* (sus rasgos, por ejemplo), la cosa del objeto. En los semejantes además hay atributos: el movimiento de
sus manos, sus gritos, sus actitudes en general. Los atributos son pasibles de ser comprendidos siendo relacionados
con noticias del propio cuerpo, moviendo por ejemplo uno mismo las manos, gritando o recordando los propios gritos
y lo que ellos significaban o a qué estaban vinculados. Tal es la manera de comprender al semejante, haciendo pasar
sus atributos por el propio cuerpo, poniéndose “en su lugar”. Es el “valor imitativo” (1950a [1895]) identificatorio
(véase: identificación y narcisismo), de toda percepción. El complejo del semejante corresponde al proceso secunda-
rio*, a la actividad de pensamiento*, aunque participa en él también el afecto* (los gritos, la risa). Las
representaciones-palabra* no son imprescindibles para este tipo de pensar, ya funciona en el bebé prácticamente sólo
con el pensamiento reproductor* basado en imágenes o representaciones-cosa*, y ciertos movimientos corporales
(véase: yo). Obviamente, el aprendizaje del lenguaje hablado, con su representación-palabra, lo complejiza en forma
geométrica. El “complejo del semejante”, entonces, consiste en la emisión de un juicio de existencia* y de un juicio
de atribución* sobre el semejante. Es realizado por el yo realidad definitivo* en ciernes, y pertenece, en parte, al
“examen de realidad”*. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

COMPLEJO MATERNO
José Luis Valls

[Freud.] Tipo particular de relación de la hija con su madre. Ésta es la primera elección de objeto* sexual para
aquella, por apoyatura de la pulsión sexual* sobre las pulsiones de autoconservación*. Es previa a la entrada en el
período edípico (preedípica*) y luego deviene edípico-negativa cuando ya pertenece a él, al tomar valor vivencial las
diferencias sexuales. En esta intensa relación, más prolongada que en el caso del varón, va creciendo paulatinamente
su ambivalencia*, especialmente al entrar en el período edípico. Es entonces cuando debe abandonarla y reconocer la
diferencia de sexos (en este nivel de zona erógena* fálica, reconocerse castrada) cambiando de objeto*, pasar al
padre, de quien podrá recibir el pene-hijo anhelado. En todo este tiempo determinado, el vínculo con la madre se
torna cada vez más hostil, generándose a veces fijaciones* que dificultan el pasaje al padre (el vínculo con el padre,
de esta manera, de entrada es transferencial del anterior, materno), o este pasaje se realiza con matices
pertenecientes a aquel. La niña acepta de mala gana la nueva situación. Debe pelearse con la madre (hasta entonces
primera elección de objeto) y hacerla responsable de su minusvalía, con lo que consigue a duras penas alejársele. Es
un pasaje muy doloroso que, si no se supera, retorna en la adolescencia y la torna tormentosa. Como siempre, en su
superación -siempre humanamente relativa- intervendrán las series complementarias.“Cuando la madre inhibe o pone
en suspenso la afirmación sexual de la hija, cumple una función normal que está prefigurada por vínculos de la
infancia, posee poderosas motivaciones inconcientes y ha recibido la sanción de la sociedad. Es asunto de la hija
desasirse de esta influencia y decidirse, sobre la base de una motivación racional más amplia, por cierto grado de
permisión o de denegación del goce sexual. Si en el intento de alcanzar esa liberación contrae una neurosis, ello se
debe a la preexistencia de un complejo materno por regla general hiperintenso, y ciertamente no dominado, cuyo
conflicto con la nueva corriente libidinosa se zanja, según sea la disposición aplicable, en la forma de tal o cual
neurosis. En todos los casos, las manifestaciones de la reacción neurótica no están determinadas por el vínculo
presente con la madre actual, sino por los vínculos infantiles con la imagen materna del tiempo primordial”. (Un caso
de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica, 1915, A. E. 14:267). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

COMPLEJO PATERNO
José Luis Valls

[Freud.] Tipo de relación del hijo varón con su padre, en ésta hay una importante coincidencia de sentimientos de
amor* y odio* (ambivalencia*). Se origina durante el período del complejo de Edipo*, positivo y negativo, pues en
ambos casos siente que el peligro de la castración proviene de él. En el adulto es inconsciente*, se apoya fuertemente
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en la “roca de base”* y, retorna de lo reprimido* a través de las relaciones que se establecen con las figuras
correspondientes a la línea paterna (los maestros, el líder, Dios, etcétera). Incluso con el psicoanalista, y en este caso
constituirse en una de las resistencias* más sustantivas a la cura. Fruto de esa fijación* a este tipo de vínculo
ambivalente con la figura paterna original, aparecerán entonces, de manera transferencial, el miedo, el desafío y la
desconfianza a cualquier posterior figura paterna sustitutiva. El complejo paterno juega también un rol importante
como base de la constitución de la masa*, en la que existe una compulsión a la repetición* de la historia hipotetizada
por Freud; los hijos varones de la horda primitiva* asesinaron al padre (parricidio) y establecieron después la alianza
fraterna*, generadora de la cultura*. La masa crea al líder al que se somete, al mismo tiempo que comienza a
atacarle buscando ocupar su lugar. El complejo paterno puede estar también en la base del delirio* paranoico de
persecución. Donde más claramente se lo ve es en la compulsión obsesiva, en la que hay una relación ambivalente
del yo* con el superyó*, a la manera que en la infancia lo era la del niño con su padre. En Las perspectivas futuras de
la terapia psicoanalítica (1910) dice Freud:“En pacientes del sexo masculino las resistencias más sustantivas a la cura
parecen provenir del complejo paterno y resolverse en el miedo al padre, el desafío al padre y la incredulidad hacia
él” (A. E. 11:136). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

COMPRENSION
José Luis Valls

[Freud.] Actividad del pensamiento* por la cual una persona puede entender lo que le sucede a otra, poniéndose en
su lugar, sintiendo lo que ella siente o haciendo lo que ella hace, pasando por una investidura* corporal propia (todo
esto en forma mitigada y controlada por el yo*, por supuesto). Forma parte del “complejo del semejante”* por el cual
el bebé comprende a su madre imitando sus actos. Si ella mueve una mano, comprende qué significa esto al mover la
mano propia; si ella llora, la comprende al llorar, si ríe al reír. En adelante será una de las formas del aprendizaje
humano. Corresponde, por lo tanto, al proceso secundario*, a la actividad del pensamiento, por el cual los atributos
del otro, del semejante, se van haciendo yoicos. En esta forma de pensamiento se percibe el “valor imitativo de una
percepción” (Proyecto de psicología, 1950a [1895], A. E. 1:379).Es un mecanismo consciente pero está íntimamente
emparentado con la identificación* (incluso con la identificación primaria directa, en tanto el bebé repite lo que hace
la mamá, sin considerar a ésta necesariamente un objeto* separado del yo). La comprensión implica no sólo lo
intelectual, sino los sentimientos (la identificación es también la primera forma de amar) y la curiosidad,
perteneciente a la pulsión sexual* infantil. Justamente la curiosidad sexual infantil le permite al niño ir descubriendo,
a medida que se acerca a la etapa fálica, la diferencia de los sexos. Comprenderá entonces las “escenas primarias”*
entre los padres y los hechos traumáticos sufridos previamente. Los comprenderá “a posteriori”*, al poder sentirlos
ahora corporalmente. El niño descubre el genital femenino deseado por la libido* objetal y no puede comprenderlo
fácilmente, no puede ponerse en su lugar así como así, pues esto implica para su narcisismo* la aceptación de la
posibilidad de la pérdida de su pene. Nada menos que la pérdida de la sede de todas las sensaciones placenteras que
dieron unidad a su yo. La curiosidad infantil sucumbe entonces a la represión*. Origínase así el período de latencia*
que se extiende triunfal hasta la pubertad, en que nuevamente será abierto el expediente. Gracias al rebrote de la
libido objetal podrá acercarse poco a poco a la mujer y comprenderla como a un ser con genitales diferentes a los
propios. Un proceso activo que deberá realizar el yo Prec., con su actividad de pensamiento y su “examen de la
realidad”*, los que deben superar sus temores infantiles a la castración, reprimidos, por lo tanto pasibles de hacerse
nuevamente presentes y tornarse eficaces. La comprensión también es usada por la persona adulta, si bien en ésta
está mitigada su necesidad de acción para poder comprender. Usa, entonces, por un lado los recuerdos* en imáge-
nes, vinculando sus atributos entre sí, utilizando también para ello el universo simbólico de las palabras o las
representaciones de ellas, en fin, piensa. Pero en este pensar está incluido el afecto* (la expresión de las emociones),
la comprensión, el “ponerse en el lugar del otro”, no es indiferente, conmueve, como dice Freud: “es reconducido a
una noticia del cuerpo propio” (1950a [1895], A. E. 1:377). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
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COMPULSION
José Luis Valls

[Freud.] Característica irrefrenable propia de algunos actos, ocurrencias, fantasías*, síntomas*, incluso rasgos de
carácter* o limitaciones del yo*; a raíz de una gran intensidad psíquica aunada a un intenso desplazamiento*. Es
decir, representaciones* no inhibidas, no ligadas por el proceso secundario* del yo Prec., quien las siente como algo
extraño a él, algo que se le impone desde dentro de sí mismo. Las compulsiones muestran además una amplia
independencia respecto de la organización de los otros procesos anímicos correspondientes al yo Prec., estos últimos
por lo común permanecen adaptados a los reclamos del mundo exterior real y cumplen las leyes del pensar lógico.
Compulsiva es una acción que tiene la lógica del principio de placer*: la no existencia del tiempo y el espacio, de la
contradicción, en fin, del principio de realidad*. La compulsión proviene de las pulsiones* o de la defensa* contra
ellas, la contrainvestidura* superyoica; o lo que es más común, de ambas simultáneamente. Alíes el caso de los
síntomas obsesivos, como los ceremoniales y las mismas obsesiones. El paciente suele no llevarse bien con sus
compulsiones, las critica, abjura de ellas, en tanto no vayan siendo englobadas por el yo dentro de su carácter y
perdiendo la egodistonía, lo que equivaldría a un triunfo del proceso primario* sobre el proceso secundario, del
principio de placer sobre el principio de realidad, del ello* o del superyó* sobre el yo. Aunque esto también puede ser
visto como lo contrario, como una victoria a lo Pirro del yo, en la que éste se limita a desconocer como propio lo que
se satisface fuera de la razón, ya sea la satisfacción o el castigo, o una transacción entre ambos. Otros ejemplos de
actos compulsivos son: la masturbación* compulsiva de la adolescencia, con su típico ciclo de autoprohibición-
masturbación-culpa-autoprohibición y vuelta a empezar. La cleptomanía, incluso algunas adicciones como la tenden-
cia al juego, al alcoholismo y drogadicciones, son, según Freud, derivados inconscientes del ciclo masturbatorio
compulsivo (Dostoievsky y el parricidio, 1928b). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

COMPULSION A LA REPETICION
José Luis Valls

[Freud.] Característica universal de las pulsiones* que esfuerza a retornar a un estado anterior. Es expresión del
principio de inercia*, primera ley del movimiento de la física clásica, aplicado aquí a la vida orgánica en general y a la
psíquica en especial. Clínicamente se expresa como tendencia a repetir determinado tipo de acciones complejas,
recrear situaciones en forma involuntaria, las que son más o menos dolorosas o frustrantes para el sujeto, sin que
éste pueda impedirlo.¿A qué estado anterior se quiere volver? A uno en el que el organismo permanecía previo a la
aparición de cierto estímulo (pulsiones de vida*, Eros*), o bien a uno previo a la existencia misma del organismo
(pulsión de muerte*). Entre estos dos extremos existen todas las variaciones de repetición, o todas las proporciones
de mezcla o desmezcla pulsional* posibles. La compulsión repetitiva se presenta en el tratamiento psicoanalítico como
síntoma* neurótico (típicamente en la neurosis obsesiva*, aunque también en la fobia* y en la histeria), como rasgo
de carácter*, también como perversión sexual*. Incluso es rastreable en los delirios* psicóticos. Cuando el hecho
traumático es actual da origen a las neurosis traumáticas* con sus sueños* repetitivos típicos. En los “normales”
puede aparecer como “neurosis de destino”.Además, especialmente, y éste es el punto más importante para las
posibilidades terapéuticas, también se “repite” en la transferencia* que se establece con el psicoanalista. A veces el
paciente “actúa” en transferencia episodios de su infancia, generalmente hechos traumáticos reprimidos y a lo que
está por lo tanto “fijado”, sea que los pase de pasivo a activo o que los repita tal cual. Aquella neurosis se transforma
en esta neurosis, una neurosis transferencial* con su analista; neurosis artificial, situación intermedia entre la
enfermedad y la vida; sobre la que el psicoanalista podrá ahora influir en vivo conociéndola y haciendo conocer al yo*
del paciente a su pulsión*, de la que se defiende, por qué lo hace y cómo lo hace. La compulsión de repetición es un
paradigma del tipo de funcionamiento del inconsciente* con sus “facilitaciones”* y su búsqueda de la “identidad de
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percepción*”, unas veces queriendo satisfacer el principio de placer*, otras más allá de él, y casi siempre con
ambos fines en diversas proporciones. Lo más característico es, entonces, ese buscar la identidad, una situación
idéntica, sea ésta una vivencia de placer o una vivencia traumática. Es también una forma de “recordar” después del
“olvido”* producido por la represión*. Se transforma por ello en una de las fuertes resistencias* a la cura, la
resistencia del ello*. El ello quiere repetir (una forma del recuerdo*), no recordar (en el sentido de recordar con la
actividad de pensamiento*). El que quiere recordar con palabras es el yo Prec., el que busca la curación. La meta
terapéutica principal, en este caso, es la “reelaboración”* por el yo Prec. de la situación repetida que se hizo actual en
la transferencia, utilizando para ello esta elaboración basada en las construcciones* de las historias de la sexualidad
infantil* con sus situaciones traumáticas*. Se consigue así que estos sucesos olvidados y disfrazados reaparezcan en
sus representaciones-palabra*, haciendo que las repeticiones se vuelvan pensables, comprensibles, vinculables con
otras representaciones por el yo Prec. y su actividad de pensamiento. Recuperando así para la consciencia* del yo, el
pasado “olvidado” que volvía en la mera repetición. Freud menciona una “repetición demoníaca”, la más rebelde a la
cura, la más resistencial. Probablemente sea la que tenga en sus proporciones de mezcla, más tendencia al retorno a
lo inorgánico o a todo lo que se le acerque (pulsión de muerte). Se atribuye a la repetición demoníaca que el paciente
deje el tratamiento a mitad de camino, que enferme, luego de curada su neurosis, con afecciones somáticas más o
menos graves, que comience a padecer accidentes. A veces es sinónimo de “reacción terapéutica negativa”*, cuando
el paciente, a pesar del progreso del tratamiento, empeora sus síntomas. En estos últimos casos participa el
sentimiento inconsciente de culpa* o necesidad de castigo*, el que se compone de pulsión de destrucción* ligada por
el superyó* y vuelta contra el yo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CONCIENCIA
José Luis Valls

[Freud.] Freud la define en La interpretación de los sueños (1900) como a “[. . . ] un órgano sensorial para la
percepción de cualidades psíquicas” (A. E. 5:603) . Se ubica en toda la superficie corporal, por lo tanto es lo que
limita al cuerpo con el mundo exterior. Corresponde a los conceptos de: polo perceptual* (véase el esquema del
capítulo VII de aquella obra) y al polo percepción-consciencia (PCc. ) (del Complemento metapsicológico a la doctrina
de los sueños, 1915). La consciencia registra las cualidades* de los estímulos provenientes del mundo exterior pero
no tiene memoria, no guarda huella de aquellas, está siempre disponible para registrar nuevas cualidades. Las huellas
son “archivadas” en otros “lugares psíquicos” (Prec, Inc. ). Además de registrar los estímulos exteriores como cualida-
des, la consciencia registra las sensaciones correspondientes al interior del cuerpo, en una gama que va del displacer*
al placer*. Por lo común los aumentos de cantidad de excitación* interior son sentidos como cualidad “displacer” y las
disminuciones como cualidad “placer”. En un principio no hay otro tipo de registro cualitativo del mundo interior, a
excepción de la alucinación* que surge cuando la tensión de necesidad* en el bebé es muy grande y probablemente
tienda a percibir momentáneamente las condiciones de la satisfacción. Pero la frustración*, real, le enseñará a inhi-
bir* la satisfacción alucinatoria de deseos*, para lo que irá naciendo un yo* inhibidor, antecedente o primera forma
del yo realidad definitivo*. Freud describe de varias maneras (no excluyentes) el aparato psíquico*. En la que dio en
llamarse la primera tópica, la consciencia es uno de los tres “lugares psíquicos”: inconsciente*, preconsciente* y
consciente. En la llamada segunda tópica (1923) pasa a ser una parte del yo, del que es su núcleo. En el Proyecto de
psicología (1950a [1895]) había hablado, quizá sea donde más lo hizo, de la consciencia. La describía, entonces,
como compuesta por dos tipos de neuronas* que perciben el mundo exterior: las neuronas fi que registran las
cantidades, y las neuronas omega que lo hacen respecto de la cualidad de las cantidades, el período* de la cantidad.
Estas últimas serían las propias de la consciencia. A partir del Complemento metapsicológico a la doctrina de los
sueños (1915-17) percepción* y consciencia son una misma cosa, la que lleva el nombre de sistema percepción-
consciencia (Pcc. ). En Nota sobre la pizarra mágica (1924-25) el inconsciente, por medio del sistema PCc. , envía al
mundo exterior unas antenas para tomar muestras de éste y retirarlas enseguida. Son inervaciones tentaleantes que
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muestran a una consciencia influida por el resto del aparato psíquico, básicamente por sus deseos* inconscientes
(aunque en un artículo contemporáneo, La negación, 1925, dice que esas inervaciones le llegan a la consciencia
desde el yo). De todos modos, entonces, la consciencia no es un simple registrador pasivo de percepciones*, sino que
va a la búsqueda de determinadas percepciones y huye de otras. Lo que está íntimamente vinculado con las
diferentes magnitudes de atención* que el yo envía a la consciencia. Esquemáticamente los niveles de magnitud son
dos: un bajo nivel de investidura* y otro con atención copiosa. Esta última da la nitidez de consciencia y es el registro
consciente por antonomasia. Si la consciencia adquirió un nivel más alto en el ser humano es porque pudo registrar
las huellas mnémicas* como lo había hecho con el mundo exterior en general. Así pudo relacionar a las huellas
mnémicas, en formas complejas entre sí, gracias al lenguaje*. Las palabras son sentidas nuevamente como cualidad
perceptual (por la audición). Este nuevo tipo de representaciones* (las representaciones -palabra*) representan a las
representaciones de las cosas concretas ante la consciencia. A medida que el aparato psíquico se va complejizando,
las representaciones-palabra significan a cadenas de otras representaciones-palabra, las que de todas maneras tienen
a las representaciones -cosa* como significados últimos. Apareció entonces en la consciencia la posibilidad de conocer
el pensamiento*. No sólo se perciben las representaciones-palabra significantes de las representaciones-cosa, sino
también las diferentes formas de relaciones lógicas entre ellas (con representaciones -palabra asimismo), lo que
utilizado por el yo Prec. , le dio un medio eficientísimo para perfeccionar la acción que cambió “la faz de la tierra”. La
consciencia es una parte del yo que también se encarga de realizar el “examen de realidad”*, por el que se distingue
entre un deseo interior y una percepción exterior. Al estar en contacto con el mundo exterior funciona como capa
protectora de estímulos*, los que así moderados pueden ser procesados por el aparato psíquico. Resumiendo: el yo
oficial se forma desde el exterior hacia el interior del aparato psíquico y posee en su porción más externa al PCc. Éste
busca ciertos registros por un lado y registra todo lo que percibe por otro (pues lo deseado puede estar en cualquier
percepción, lo que muestra la influencia Inc. en las percepciones Cc. ), con un bajo nivel de investidura general.
Cuando algo atrae con más intensidad al yo, éste le envía al aparato perceptor (PCc. ) un mayor grado de investidura
de atención, registrándose entonces cualidad consciente perceptiva con mayor nitidez. Respecto a los pensamientos,
para llegar a la consciencia se va haciendo cada vez más imprescindible en determinado momento de la evolución que
se vehiculicen mediante palabras, las que deben estar investidas de atención. La representación-palabra sin
investidura de atención, o con una muy baja, permanece en el preconsciente (Prec. ). Si a la representación-palabra,
representante de la representación-cosa ante la consciencia del yo, se le retira la investidura Prec. y se desplaza* la
investidura a otra palabra, de significado análogo u opuesto, por ejemplo, o a una investidura corporal, etcétera, esta
representación o inervación corporal funcionará como contrainvestidura*, pasando aquellas al estado de represión*,
dejando de pertenecer al yo, con lo que su acceso a la consciencia se tornará imposible si no es levantada la
represión. Para las representaciones Prec. existe una censura* de la consciencia (la que funciona restándoles valor,
prohibiéndolas, ocultándolas por vergüenza*, etcétera). En realidad esta censura pertenece al yo Prec. , por lo que es
factible de hacerse fácilmente consciente con una simple investidura de atención. Por eso el analista le pide a su
paciente que la suprima en lo posible (véase: asociación libre), buscando que los retoños de lo reprimido muestren el
camino al Inc. , a las representaciones reprimidas. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CONCIENCIA MORAL
José Luis Valls

[Freud.] Una de las partes o funciones del superyó*, aquella que realiza la función de juez. La que en la prehistoria
infantil y especialmente durante el desarrollo del complejo de Edipo* estuvo a cargo de la figura del padre, otrora
admirado como objeto de identificación* anhelada y luego visto como rival en la posesión del objeto* que se ha
tornado incestuoso (en el complejo de Edipo positivo del varón; en el negativo, se forma por el complejo paterno*; en
la mujer en términos generales se va formando de manera diferente y más lenta, culminando hacia la pubertad). La
figura de ese padre ya reconocido claramente como objeto con las características del rival (del odio* al rival, producto
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de la desmezcla* de pulsión de muerte*, viene precisamente la fortaleza extrema que alcanza el superyó, lo
agresivo para con el yo* de su “imperativo categórico”) se entroniza en el aparato psíquico* del hijo, generando la
estructura superyoica encargada de mostrarle al yo cómo debe ser y cómo no debe ser; por lo tanto, lo que está bien
y lo que está mal, nada más y nada menos que las limitaciones éticas. La consciencia moral, en términos generales,
se dedica a las prohibiciones, de las que la prohibición del incesto y la prohibición del parricidio son las principales, las
que originan todas las demás. La otra parte, subestructura o función del superyó, es el ideal del yo*. Éste se genera
desde otra vertiente proveniente del narcisismo* infantil, exigente de omnipotencia, de perfección (como
consecuencia de la indefensión infantil, “fuente primordial de todos los motivos morales” (Proyecto de psicología,
1895~1950, A. E. 1:363). Al ser partes de una misma estructura -el superyó-, tanto la consciencia moral como el
ideal del yo trabajan juntos. La consciencia moral vigila que el yo cumpla con los requisitos del ideal. Sí cumple, lo
premia con un aumento de la autoestima*. En caso contrario le castiga con la culpa*. La consciencia moral es
heredera del complejo de Edipo. Se instala en el aparato psíquico y resulta de una identificación secundaria* con el
padre castrador, la que pertenece al mismo complejo. En ese sentido es un destino de la pulsión sexual* humana o
una forma especial de contra¡ n vestidura* que se forma en el aparato psíquico para impedir la satisfacción directa de
la pulsión*. En otro sentido es una forma de ligadura que tiene el aparato psíquico para la pulsión de destrucción*
(deflexión de la pulsión de muerte), usada por él para mantener a raya tanto a la pulsión sexual anticultural, como a
la misma agresión* producto de la deflexión de la pulsión de muerte. En la primera infancia los padres observaban,
daban órdenes, juzgaban y amenazaban con castigos al niño, a partir de la instauración del superyó, éste cumplirá
esas funciones con el yo del adulto. Otra vertiente del superyó, decíamos, viene del narcisismo infantil. Es el ideal del
yo. La consciencia moral exige al yo ser perfecto como otrora lo era el yo ideal* infantil, ahora ideal del yo, pues esa
perfección la aspira el yo para sí. Si las acciones del yo se acercan al ideal, se disipan las críticas de la consciencia
moral y la autoestima crece. El yo se siente estimado por su ideal del yo. Pero si la distancia entre el yo y el ideal del
yo es grande, crecen las críticas de la consciencia moral y la autoestima desciende, lo que produce sentimiento de
culpa. La consciencia moral está formada principalmente de palabras, las recomendaciones, amenazas y
reconvenciones de los padres. Se origina desde la percepción* Cc. , una parte permanece en la memoria del Prec. y
otra parte enraíza fuertemente en el ello*, lo filogenético por lo pronto, y lo pulsional fruto de mezcla y desmezcla de
pulsiones de vida* y muerte, que la componen. Por lo tanto también hay una parte Inc. de la consciencia moral y con
ello representaciones-cosa* de ella (las representaciones temidas). En el Inc. no sólo está lo más bajo; también lo
más elevado forma parte de él. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CONDENSACION
José Luis Valls

[Freud.] Una de las formas características de funcionamiento del proceso primario* respecto de las representaciones-
cosa*, aunque en ocasiones también respecto de las representaciones-palabra*, propio del Inc. Se origina en la
tendencia a la identidad de percepción* con que funciona el inconsciente*. Es un tipo de mecanismo que se ve
clínicamente en los sueños*, en algunos síntomas*, actos fallidos*, mitos*, etcétera. Merced a la condensación los
distintos elementos se unen por sus atributos, que permiten vinculaciones, sean de analogía*, sean de contigüidad*.
Éstos son confundidos por el proceso primario con identidades. De manera tal que un elemento, por el hecho de estar
cerca de otro, es éste y aquel, o por el hecho de tener un atributo similar, también ser los dos. Existen diferentes
tipos de condensaciones: a) Un solo elemento es varios a la vez (elemento común intermedio de¡ sueño). b) Por el
hecho de estar varios elementos unidos se genera una figura nueva con diferentes atributos de cada uno de ellos
(persona de acumulación). e) Sumadas todas las características, los elementos comunes aparecen resaltados y los
diferentes borrosos persona mixta. La condensación forma parte del “trabajo del sueño”* y sirve también a los fines
de la censura* pues los elementos que aparecerán en el sueño, condensados, serán inentendibles para la
consciencia*. Por la condensación el contenido manifiesto del sueño* es escueto, en comparación con su contenido
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latente* (las asociaciones* que parten de aquel). Sufren condensación también los síntomas, principalmente los
histéricos y todos los productos del inconsciente, como el chiste*, los actos fallidos, etcétera. La condensación se
produce con energía libre*, con un nivel de ligadura entre energía de investidura* y representación*, que permite un
libre desplazamiento* de la energía de una representación a otra. Por efecto de la condensación una representación
es muchas a la vez (lo que habla de sobredeterminación) y está entonces sobreinvestida*, o muchas
representaciones se mezclan entre sí. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CONFLICTO PSIQUICO
José Luis Valls

[Freud.] Un conflicto se produce cuando existen dos tendencias de sentido opuesto que chocan. La noción de conflicto
psíquico implica dinámica mental y pertenece a la esencia misma del psicoanálisis. Por supuesto no siempre los
conflictos son patológicos o generadores de patología. Pero podríamos recordar que cualquier conflicto consciente
puede reactivar a conflictos inconscientes que le subyacen y, en ese caso, ayudar a la aparición de neurosis*.
Además, un yo* con un carácter* que en forma frecuente tiene tendencia al conflicto, es fuente potencial de pato-
logía. Consideramos diferentes períodos de desarrollo libidinal. En cada uno predomina una determinada zona
erógena* sobre las demás. A través de las zonas erógenas se suceden diversos tipos de conflicto: entre amor* y
odio*, o entre activo y pasivo* (ambivalencia* con el objeto*, en ambos casos), entre libido* objetal y narcisista, o
entre las pulsiones* libidinales y el yo que se angustia y defiende de ellas. También el yo debe afrontar continuos
conflictos con el ello*, el superyó* y la realidad*. Debe mediar entre todos estos factores y lograr una síntesis.
Cuando no lo consigue tendrá que escindirse (véase: escisión del yo). El conflicto por excelencia -una especie de
núcleo al que los demás conflictos se van a referir- es el edípico, un complejo sumamente “complejo”. En el varón, se
origina el conflicto de amor y odio al padre por sentirlo rival de su deseo* que se ha convertido en incestuoso
(complejo de Edipo positivo); o un conflicto entre el deseo homosexual al padre y la angustia de castración* que
aquel implica (complejo de Edipo negativo). También conflicto entre aceptar o no la existencia de la castración, y
otros más. Todos estos conflictos deberán ser superados por el yo mediante una síntesis satisfactoria; de lo contrario
se reactivarán cuando aparezcan situaciones semejantes en la vida, o ante una intensificación pulsional se potencien
con ella conflictos que en otras circunstancias habían logrado cierto nivel de solución. En última instancia, todos los
conflictos neuróticos suceden entre las tendencias libidinales y las exigencias de la realidad social, esta última ubicada
dentro mismo del aparato psíquico (el superyó y el mismo yo, son marcas de lo social dentro de aquel), agazapada,
buscando conflictuar, está la pulsión de muerte*. Sucede que las tendencias libidinales pertenecen a las pulsiones de
vida* pero no dejan de estar mezcladas con diversas proporciones de pulsión de muerte, de las que probablemente
provenga el diverso grado de ambivalencia y la mayor tendencia conflictiva. Además, sabemos que el superyó es una
contrainvestidura* libidinal que pide ayuda a la pulsión de muerte para acabar con la libido. Esta “ayuda” puede
tornarse excesiva, como en la melancolía*. El superyó, entonces, resulta “una suerte de cultivo puro de las pulsiones
de muerte” (El yo y el ello, 1923, A. E. 19:54). De esta manera compleja e intrincada, en la que la pulsión de muerte
muda está representada por el grado de mezcla pulsional con la pulsión de vida y sus representaciones*, podemos
entonces hablar de conflicto entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CONSTRUCCION
José Luis Valls

[Freud.] Una de las armas principales del arsenal terapéutico psicoanalítico. Consiste en el rearmado lógico de las
verdades históricas* vivenciadas por un sujeto, a través del análisis minucioso y exhaustivo de un sueño*, un
síntoma*, un acto fallido*, etcétera. En general el término «construcción» se refiere a los hechos no recordables. Por
lo tanto las construcciones son hipótesis, pero hipótesis que surgen de pruebas valederas provenientes de los datos
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surgidos del análisis, por ejemplo de un sueño. Una secuencia lógica que sirve como explicación aclaratoria para
una serie de conductas, hechos, síntomas, etcétera, posteriores. Se les encuentra nuevas relaciones lógicas a
contenidos representacionales que el paciente posee en forma dispersa, no relacionados entre sí, o que están
aparentemente olvidados y reaparecen merced a un síntoma, recuerdo encubridor*, acto fallido, sueño, etcétera. La
construcción se hace, pues, sobre la historia y principalmente sobre la prehistoria infantil, previa al complejo de
Edipo*, e incluso al aprendizaje del lenguaje*. Sin embargo, también se realizan construcciones de épocas posteriores
olvidadas por lo traumáticas (ciertos períodos de la adolescencia, por ejemplo). La construcción la hace el analista
gracias a los datos aportados por el paciente, en ocasiones es el paciente mismo el que la esboza a partir de
asociaciones* previas. Es una manera del levantamiento de la represión*; de reencuentro con lo olvidado, víctima de
aquella. La construcción suele despertar recuerdos* y éstos a su vez generar nuevas construcciones, nuevas maneras
de comprensión* de la verdad histórica. Con la construcción lo reprimido es puesto en palabras y las palabras pueden
ser pensadas, ligadas. Lo que era reprimido pasa a ser integrante del yo* Prec. , el que así se va fortaleciendo. No
siempre una construcción despierta recuerdos. Pero si el paciente la acepta, si la siente real y le abre un panorama
sumamente novedoso en la comprensión de sí mismo, a los fines de levantamiento de represión puede resultar algo
similar al recuerdo. Lo importante es que una buena construcción producida durante el proceso analítico, puede hacer
desaparecer síntomas, pero además puede modificar al yo, sus rasgos de carácter*, y generar cambios profundos en
él. Pero también puede sucederlo contrario, por ejemplo luego de concluida una construcción, una persona con
«reacción terapéutica negativa»*, puede reagravar su sintomatología, pues el sentimiento inconsciente de culpa* o
necesidad de castigo* le obliga a permanecer aferrado a su enfermedad. En estos casos suele suceder lo mismo con
cualquier otra arma terapéutica, como la interpretación*, el análisis de la transferencia*, etcétera. Otro elemento
importantísimo en el armado de una construcción es la compulsión de repetición* que se genera en el tratamiento
psicoanalítico. El paciente repite vivencias de su pasado olvidado transferidas a su analista. Cuando se produce en
grado moderado la «neurosis de transferencia»* con el analista, se continúa con la construcción incluyendo la
repetición transferencial en ella, pues el hecho de ser repetición muestra que su origen está en la historia. La
construcción así se va haciendo a medida que aparecen asociaciones y recuerdos de escenas parecidas vividas con los
objetos* primarios, o sucesos posteriores pertenecientes al período de latencia*, o a la adolescencia y que incluso ya
habían surgido en otras ocasiones referidas a otras situaciones. Al hacerlo ahora en el vínculo terapéutico, dan una
impresión acabada de lo vivido entonces por el paciente en su pasado olvidado, se encuentra así el significado de la
repetición o nuevos matices de significado que hasta ese momento no habían aparecido. Ese pasado olvidado está
presente en la transferencia y ahora es posible comprenderlo, pudiendo ser usado por el yo, por su proceso
secundario*. La construcción es entonces un arma terapéutica para hacer consciente* lo inconsciente*, ella tiene
connotaciones teóricas profundas, tornándose casi sinónimo de proceso de pensamiento*; pensamiento ejercido en
este caso sobre elementos del proceso primario*, recuperando proceso primario y transformándolo en proceso
secundario, en yo, el objetivo del psicoanálisis. La palabra «construcción» tiene además un sentido más laxo que la
acerca al de interpretación. Por ejemplo: en el análisis de un síntoma, al reconstruir muchos de los hechos pasados en
conexión con él y que contribuyeron a generarlo, se encuentra el significado reprimido del mismo. Estos hechos
pueden ser recordables, y no por eso deja de ser ésta una tarea de construcción. Ocurre que prosiguiendo la tarea
una vez develado el núcleo patógeno de un síntoma, se encuentran otros núcleos patógenos que pueden vincularse
con el anterior. Si se analiza de la misma manera la historia de ciertas maneras de ser, características del yo del
paciente, se van a descubrir nuevos significados y aparecerán a la luz otros recuerdos e incluso rasgos de carácter
más o menos patológicos que hasta ahora no lo habían hecho, los que también traerán nuevos significados. Y el
análisis se irá complejizando cada vez más. Pero llegarán momentos en que ya no se encontrarán más recuerdos,
faltarán algunas piezas de] «puzzle». Entonces se esbozarán hipótesis que «encajen» con todo el trabajo previo.
Tales hipótesis seguramente estarán más cerca de la verdad histórica cuando ensamblen en forma lógica con más
piezas del análisis previamente realizado y cuando éste haya sido lo más completo posible. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
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CONTENIDO LATENTE (DEL SUEÑO)


José Luis Valls

[Freud.] Cantidad de asociaciones*, ocurrencias, recuerdos*, pensamientos*, que expresa el paciente a partir del
contenido manifiesto* de un sueño*. Está compuesto por restos diurnos*, o sea por elementos tomados de hechos
sucedidos el día anterior, aunque puede haber también en él recuerdos mucho más antiguos. El contenido latente o
pensamientos del sueño tiene una extensión muchísimo mayor que la del contenido manifiesto. Es que éste ha sido
condensado* en el proceso de «trabajo del sueño»* hasta que resulta terminado el contenido manifiesto. Del análisis
y reelaboración* del contenido latente se llega al significado del sueño, al conocimiento de qué deseo* ínconsciente*
se realiza gracias a él. Por extensión, a este significado que era inconsciente también puede llamárselo contenido
latente, pero en forma estricta lo latente corresponde a los pensamientos preconscientes*, a partir de los cuales el
analista puede llegar a los deseos inconscientes reprimidos. Se llegó al contenido latente cumpliendo con la «regla
fundamental»*. Por ésta se le solicita al paciente que quite la investidura* de atención* a su censura* consciente* y
se deje llevar por las ocurrencias que surgen a partir del contenido manifiesto. Estas ocurrencias son preconscientes y
constituyen el contenido latente del sueño. A partir de ellas estará facilitado el camino para encontrar el significado
inconsciente del mismo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CONTENIDO MANIFIESTO (DEL SUEÑO)


José Luis Valls

[Freud.] Es el sueño* tal cual es percibido por el paciente y, por extensión, como lo cuenta al analista. En tanto
percibido, el primer caso es un proceso mental que ha sufrido un trabajo por el cual regresa* a imágenes, recibidas
como percepciones* por la consciencia* del sujeto durante el dormir. El sueño expresa un deseo* reprimido que se
satisface en forma disfrazada. Como relato, el sueño es el retorno a palabras de lo percibido como imagen. Tanto en
uno como en otro caso actúa la elaboración secundaria*. Obviamente al contar el sueño el paciente vuelve a darle un
manto de inteligibilidad al servicio de la censura* que puede oscurecer más el significado ante la consciencia. Dice
Freud en El interés por el psicoanálisis (1913): «El sueño tal como lo recordamos tras el despertar debe llamarse
contenido manifiesto del sueño» (A. E. 13:174). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CONTIGUIDAD
José Luis Valls

[Freud.] Una de las leyes de la asociación*, probablemente la más antigua en el aparato psíquico*. Hay contigüidad
en el espacio y contigüidad en el tiempo. A ésta se la llama «simultaneidad». Un hecho se asocia a otro que ocurre
simultáneamente o está al lado del que ocurre. Así almacenados en la memoria, pueden ser recordados luego el uno
por el otro. Para el inconsciente* la contigüidad se transforma en identidad y entonces un hecho no es recordado por
haber estado al lado de otro significativo, sino que pasa a serlo. Así en el «sueño de la inyección de Irma» de La
interpretación de los sueños (1900) Irma es la amiga (preferida como paciente por Freud por su docilidad), por el
hecho de figurar en el sueño* bajo la ventana contigua, donde había visto a la amiga de Irma. También en el
fetichismo* por las pieles o las ropas interiores femeninas Freud atribuye la elección del fetiche al momento anterior
(contiguo) al descubrimiento de la castración femenina; por lo que en este sentido no constituirían símbolos genuinos
del pene (como analogías* de él), sino que lograrían una especie de retrotraimiento de las cosas a momentos previos
al conocimiento de la diferenciación sexual, cuando todavía era válida la teoría sexual infantil* de la madre fálica*. El
trabajo del pensamiento* preconsciente* está en distinguir entre contigüidad e identidad, cada vez que el
inconsciente se valga de una de ellas para acercar un retoño del deseo reprimido. La contigüidad puede servir como
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medio para la instalación de otros fenómenos como la transferencia* por ejemplo, o síntomas* neuróticos, incluso
delirios* paranoides. En todo delirio existen desplazamientos*, y una de las leyes por las que se desplaza la libido*
entre las representaciones* es la de la contigüidad. Lo mismo el fenómeno de la transferencia, producto de «falsos
enlaces», algunos establecidos por analogía, otros por contigüidad. A veces el paciente queda en silencio. Si se le
pregunta dice que «no se le ocurre nada importante». Después suele admitir que su pensamiento versaba sobre
objetos del consultorio del psicoanalista, en sus muebles, etcétera, en todo lo contiguo a él, lo que para su
inconsciente es el psicoanalista. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CONTRAINVESTIDURA
José Luis Valls

[Freud.] Investidura* defensiva del yo* a una representación*, contraria por sus atributos, a los de una cantidad de
excitación* que penetra en el aparato psíquico* proveniente en ocasiones del mundo exterior, rompiendo la
protección antiestímulo* (vivencia de dolor*, situación traumática* actual), o en ocasiones del interior (pulsiones
sexuales*, las que necesitan del «a posteriori»* para ser traumáticas). La formación de la contrainvestidura,
defensa* extrema, único mecanismo de la represión primaria* (esfuerzo de desalojo), deja una fijación* y en algunos
casos, como lo es el de la formación reactiva* -prototipo de contrainvestidura- la inversión de la forma de
satisfacción, o mejor dicho, el trastorno del afecto*, respecto de la satisfacción pulsional original. La represión
primaria (fijación) es el corolario final de múltiples contrainvestiduras defensivas ante los hechos traumáticos
exteriores e interiores ocurridos durante la sexualidad infantil*. Se consolida definitivamente con la represión* del
complejo de Edipo* y el establecimiento del superyó*. Del superyó podríamos decir también que es una enorme
contrainvestidura, la que termina de instalar la represión primaria, unificando así todas las contrainvestiduras previas,
formadas durante el predominio de cada zona erógena* (en unas se forman más contrainvestiduras que en otras,
depende esto de los sucesos vividos con los objetos*, dando origen así a los diferentes puntos de fijación). Cada
fijación previa -cuando se consolida la represión primaria edípica originando la amnesia infantil* y la culminación de la
escisión del aparato en un inconsciente* y un preconsciente*- y toda la sexualidad infantil previamente reprimida es
resignificada «a posteriori»* a la luz del complejo edípico quedando en estado de represión. Pugnará siempre por
retornar desde lo reprimido, como deseo* Inc. ; a veces lo consigue, siempre que encuentre puntos débiles en la
represión. Después de la institución definitiva de la represión primaria y la estructuración del superyó, la represión se
realiza sobre los retoños de la pulsión* -incestuosa y parricida- original. Se la denomina, entonces, «represión
secundaria»* o represión propiamente dicha. Ésa es la represión observable en la clínica, se establece en un sujeto
con un aparato psíquico terminado de constituir, con un ello* inconsciente, y un yo y un superyó que tienen partes
inconscientes, preconscientes y conscientes*. La represión secundaria (esfuerzo de dar caza) tiene tres mecanismos:
1) la sustracción de la investidura Prec. (de la representación -palabra*), 2) la atracción ejercida desde la represión
primaria hacia el Inc. , y 3) también la contrainvestidura. En la represión secundaria la contrainvestidura es usada
para reforzar a la desinvestidura* Prec. ; con el monto de investidura libidinal proveniente de la sustracción se inviste
a otra representación, la que así desaloja al retoño de la reprimida, actuando como tapón e impidiéndole el acceso al
Prec. También esta contrainvestidura se instala en el sistema percepción -consciencia (PCc. ). Se pueden percibir, en
forma contrainvestida afectivamente, los estímulos exteriores de la pulsión sexual reprimida (por ejemplo, el asco*
ante los estímulos sexuales) y a veces hasta no se los percibe (como en el caso de la ceguera histérica). La
contrainvesfidura de la represión secundaría es a su vez la fuerza contraria al avance del análisis que se muestra
clínicamente como una de las resistencias* del yo. Se define a la contrainvestidura principalmente desde dos puntos
de vista: económico y representacional. . Es la investidura de otra representación diferente y hasta opuesta a la
original. La original es desalojada al inconsciente, del que no podrá volver. , mientras la nueva representación esté
actuando como contrainvestidura y el yo Inc. «tratando de dar caza» a toda otra representación cercana o parecida.
En el dolor* o los hechos traumáticos externos, se contrainviste narcisistamente el órgano dolorido o dañado. Se
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percibe, entonces, un gran esfuerzo yoico. Éste retira libido* del resto de los lugares psíquicos y la ubica ahí, en el
lugar del cuerpo dañado, luchando por evitar el dolor, restañando el cuerpo herido con el cariño narcisista, y tratando
de alejarse de lo traumático. Esta explicación muestra a la contrainvestidura funcionando dentro del principio de
placer*. En el caso de que en el hecho traumático la cantidad de excitación sobrepase sus posibilidades, puede entrar
a tallar el «más allá» de la pulsión de muerte*, apuntando más, todo el fenómeno, hacia la tendencia a la repetición
de lo traumático, como marca la fijación. . Esta repetición será por la necesidad* de repetir la situación traumática
para reelaborarla* y recuperarla para el principio de placer, por un lado, o por mera repetición, por otro. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

CONTRATRANSFERENCIA
José Luis Valls

[Freud.] Sentir inconsciente* del psicoanalista vinculado con los contenidos inconscientes o conscientes* del material
expuesto por el paciente. Freud aconseja al psicoanalista discernirlo y dominarlo en sí mismo (Puntualizaciones sobre
el amor de trasferencia, 1914-1915). Un ejemplo en el tratamiento psicoanalítico. Cuando se despliega el amor de
transferencia* de un paciente (dejo de lado de ex profeso la diferenciación de los sexos, a ese respecto creo que se
pueden dar todas las situaciones posibles) por el analista, deberá ser discriminado por éste como. una compulsión
repetitiva* en la transferencia* del paciente y no como efecto de sus aptitudes o encantos personales. Afirma Freud
que ningún psicoanalista podría ir más lejos en el análisis de lo que le permiten sus propios, complejos- Recomienda,
entonces, profundización de sus psicoanálisis personales en los analistas, principalmente en lo que hace a estos
puntos. El tema de la contratransferencia fue posteriormente tratado por S. Ferenczi y en especial se puso mucho
énfasis a partir de los. trabajos de Melanie Klein y sus discípulos (W. R. Bion, por ejemplo). En Argentina fue
especialmente estudiado por H. Racker. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CONVERSION
José Luis Valls

[Freud.] Síntoma característico de la histeria, la que por ello lleva justamente el nombre de «histeria de
conversión»*. Fruto de la represión* de una fantasía* de deseo*, retoño, de otro deseo perteneciente a la pulsión
sexual* infantil y reprimido primariamente, luego efecto del retorno de lo reprimido*. Genera como formación
sustitutiva*, y al mismo tiempo como síntoma*, una hiperintensa inervación somática, unas veces de naturaleza
sensorial y otras motriz, sea como excitación o como inhibición*. El lugar hiperinervado se revela como una porción
de la representación* reprimida que ha atraído hacia sí, por condensación*, la investidura* íntegra. La conversión al
condensar la realización de deseos pulsional con la contrainvestidura*, constituye una formación de compromiso de la
que resulta el síntoma conversivo. La condensación predomina en la conversión histérica. En un mismo síntoma están
representadas diferentes fantasías que remiten a distintas escenas en las que se vivieron situaciones vinculadas con
las fantasías de deseo reprimidas. La conversión se puede formar por mecanismos de asociación* (véase: Elisabeth
von R.) (contigüidad*, analogía*, etcétera), o lo hace como símbolo mnémico*, en este último caso no es necesario
recurrir a las asociaciones para su interpretación* (véase: Cäcilie M.). La conversión consigue generalmente uno de
los principales efectos buscados por la represión (producida por el yo* utilizando la angustia señal* para conducir la
energía): el no sentir displacer*. «Lo sobresaliente en ella es que consigue hacer desaparecer por completo el monto
de afecto. El enfermo exhibe entonces hacia sus síntomas la conducta que Charcot ha llamado la "belle índifférence*
des histériques"» (La represión, 1915, A. E..14:150). El proceso represivo de la histeria de conversión se clausura con
la formación de síntomas*. En cambio, los de la histeria de angustia* y la neurosis obsesiva* necesitan recomenzar
en un segundo tiempo. En la conversión también existe una importante regresión* yoica, regreso a una fase sin
separación de Prec. e Inc., por lo tanto sin lenguaje* y sin censura* (Manuscrito «Panorama de las neurosis de
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transferencia» 1915). En esa fase el nivel posible de lenguaje era corporal, a través de la mímica, tema éste
también tratado por Freud en El chiste y su relación con lo inconciente (1905), cuando describe el fenómeno de lo
cómico*. También existe cierto grado de regresión libidinal a la etapa fálíca* con sus objetos* incestuosos y su
problemática edípica relacionada con lo fálico-castrado, corno el nivel de diferenciación sexual de ese momento. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

COSA (DEL MUNDO)


José Luis Valls

[Freud.] La cosa del mundo es aquello referido al mundo exterior, a la realidad* externa, en la que ocupa un lugar
privilegiado el objeto*, el semejante, pero en la que ciertamente participa la Naturaleza y el mismo cuerpo biológico.
Freud en el Proyecto de psicología dice que el mundo exterior está compuesto por «masas en movimiento, y nada
más» (1895-1950, A. E. 1:353). Nuestro aparato perceptual* les presta cualidad* al percibirlas, haciéndolo con más
precisión al describir que en realidad se percibe una característica temporal de sus movimientos (el «período»*). La
cosa del mundo, entonces, es la cosa objetiva percibida a través de la subjetividad. La ciencia pretende conocer cada
vez más esta cosa objetiva, o quizá se conforme con una forma coherente y racional de subjetivizarla. Los complejos
perceptivos que se nos presentan entonces, entre los cuales el del objeto o el semejante es el privilegiado pues es el
que está más directamente relacionado con la satisfacción de los deseos*, están compuestos de una parte central y
de atributos. La parte central se repite y es intrínseca a la cosa, no la podemos conocer, comprender*. Los atributos
son la otra parte. A éstos los podemos aprehender, hacer nuestros a través de imitar sus movimientos, momento en
el que los comprendemos. Sabemos lo que significa mover la mano cuando lo hacemos, comprendemos el significado
de la risa cuando nos reímos, o del grito o el dolor (tanto es así que para poder sentir el placer sádico se debe pasar
por la experiencia masoquista primero: el sádico goza identificatoriamente el placer* del masoquista). Compren-
demos, entonces, al semejante cuando hacemos pasar por nuestro cuerpo -por una investidura* de un determinado
movimiento corporal- sus atributos. Aquellas partes de él con las que no podemos hacerlo -sus rasgos, lo propio de él
que no responde a su manera de moverse- corresponden a su núcleo cosa, intrínseca a ellos, incognoscible, inasible,
por lo tanto, para nosotros. Esas cosas del mundo incomprensibles, que no podemos comprender por no pasarlas por
una investidura corporal, quedan entonces como objetivas, cantidad de excitación* no ligable por el aparato
psíquico*, quedando fuera de él. Lo que al decir de Kant configuraría la «cosa en sí». Freud no agrega nada teórico a
este concepto kantiano; lo que hace es integrarlo a su teoría de la cura. Es más, las partes no comprensibles, no
ligables con una representación*, se pueden tornar traumáticas, fácilmente se unen con el monto libre de pulsión de
muerte* pugnando por una repetición más allá del principio de placer*. El mundo interior al aparato psíquico empieza
por tener representaciones de las cosas, no las cosas en sí sino las huellas subjetivas de éstas. Esencialmente son las
huellas de los objetos, es más, podríamos decir que de la historia del vínculo con ellos. Vínculo que se hizo a través
del aparato perceptual (recordemos que las zonas erógenas* son parte de éste) que las subjetívizó en el momento de
su percepción* y mucho más a posterior¡*. Aquellas que no pudo subjetivizar, quedaron como las «cosas del
mundo», «masas en movimiento», cantidades de excitación -traumáticas por lo tanto- que pueden compulsar al
aparato psíquico a su repetición en un intento de comprenderlas, o aliarse con la pulsión de muerte y quedar en mera
compulsión repetitiva*. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CREENCIA (EN LA REALIDAD)


José Luis Valls

[Freud.] Se dice que el yo* cree que algo es real cuando es percibido por los sentidos, cree en ellos, en lo que le
muestran de la realidad*. Para ello el yo sobreinviste* el aparato percepción* consciencia (PCc.) con energía atentiva,
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e incluso puede realizar el examen de realidad*, por lo que deberá realizar movimientos, estudiar lo percibido,
etcétera. Cuando se retira investidura* del aparato perceptual* (como en el sueño*, o en algunas psicosis* como la
amencia de Meynert*, incluso la psicosis histérica), se puede producir una regresión* tópica de la actividad del pensa-
miento*. Se pasa, entonces, de representación-palabra* a representación-cosa* (imagen), y al estar el polo
perceptual* poco investido, se percibe el deseo* -o la contra¡ n vestidura* defensiva contra él, como en la psicosis
histérica- como real, como alucinación* (en los casos descritos aquí, generalmente visual). El polo perceptual (PCc.)
registra en ese caso percepción* y el yo entonces le da creencia a esta percepción, la siente como real, y sus afectos*
se expresan en consecuencia. En el sueño, la inmovilidad del aparato muscular hace que se saltee el examen de
realidad, el que vuelve a surgir al despertar. En las psicosis anteriormente mencionadas -amencia de Meynert y
psicosis histérica- la desinvestidura* del aparato perceptual por un lado, hace que se registre percepción de lo que es
una fantasía* realizadora de deseos, y la fuerza del deseo que se realiza con la alucinación sumada a la momentánea
debilidad yoica para inhibir la alucinación; por el otro, hace que se deje de lado el «examen de realidad»*. En la
«esquizofrenia», en cambio, no hay regresión de palabra a cosa. Las alucinaciones son predominantemente de
palabras, las que son escuchadas como provenientes del exterior. En esta afección el yo y el superyó* han sido
proyectados al exterior, o sea devueltos a su lugar de origen (la identificación* se había producido con los objetos*
exteriores). Pero de allí retornan como palabras escuchadas. En los grados avanzados de esquizofrenia el aparato
psíquico* está casi destruido, y aunque los restos del yo intenten realizar el examen de realidad, éste no alcanzará
para distinguir el adentro del afuera, dada la magnitud de la alienación (el yo es más exterior que interior, como
cuando se era bebé). Para el aparato psíquico todo lo que es percibido por el sistema percepción consciencia es lo
real. Él no se mueve en busca de la realidad sino de la identidad con lo deseado. Mejor dicho, quiere «reencontrar» a
lo deseado en la realidad (Proyecto de psicología, 1895; La negación, 1925). Por eso todo lo percibido es estudiado
por el pensamiento, para lo que se realiza un juicio de existencia* y un juicio de atribución*. Se puede entonces
llegar a la conclusión de que el objeto existe, y que tiene determinadas características. A través de estas
características justamente, el yo tratará de encontrar la identidad de pensamiento*. Buscará, utilizando el
pensamiento y estudiando en forma minuciosa sus atributos, hasta dónde se acerca el objeto -ése en cuya existencia
se creyó- al deseado. Así, con esta complejidad debida a que lo que se busca encontrar es lo deseado (incluyendo que
lo que no se busca es lo temido) podemos hablar de un examen de realidad. Se complica más al incluirse la pulsión
de muerte*, pues los deseos, entonces, incluyen mezcla pulsional* con ella; de todas maneras el examen de realidad
no varía, lo que sí lo hace es aquello que se trata de hallar en la realidad. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CUALIDAD
José Luis Valls

[Freud.] Característica que adquiere un fenómeno cuando es percibido por un sujeto a través de su sistema
percepción consciencia (PCc.). La cualidad entonces es perceptual, es parte de la subjetivización de las «cosas de]
mundo»*, incluso una manera que tiene el aparato psíquico de defenderse de las cantidades de excitación*
exteriores. En el mundo real exterior no existen mas que «masas en movimiento» (Proyecto de psicología, 1895-
1950). El aparato perceptual* las percibe como cualidades, lo hace hasta que llegan a un máximo más allá del cual
son registradas como dolor*, y con un mínimo, debajo del cual no se perciben. En el medio todos los matices de las
cualidades: los colores, las formas, los olores, en fin todo lo percibible por los sentidos. El PCc. percibe como
cualidades las masas del mundo exterior y percibe también sus propios cambios energéticos, de manera que los
aumentos de energía son sentidos como displacer* y las disminuciones como placer*. Cuando aparece el lenguaje*,
la palabra puede ser percibida como una percepción* cualitativa exterior, pues ha sido emitida con el habla y por lo
tanto ha sido oída. En consecuencia el sistema de percepción consciencia (PCc.) puede percibir de esta manera las
relaciones entre sus representaciones -cosa* gracias a las representaciones-palabra* que las simbolizan, moderando
merced a la acción inhibidora del yo* Prec., los pasajes entre ellas, característica propia del proceso secundario*,
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cuya máxima expresión es la actividad de pensamiento*. Luego, gracias a la memoria sobre las emisiones de las
representaciones-palabra, este proceso puede obviarse y percibirse el pensamiento sin necesidad de volver a ser
emitido como palabra, tornándose automático. Toda cantidad de excitación que proviene del cuerpo al ligarse a
representaciones* (por ejemplo: la pulsión* o el deseo*), toma entonces cualidad representacional, la que no es
cualidad perceptual, pero que nació de ella. Es el recuerdo ahora deseado, buscado, de volver a encontrarse con la
cualidad perceptual, con el objeto* que la produjo. Para ello se requerirá realizar la acción específica*. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

CULPA, CONCIENCIA DE
José Luis Valls

[Freud.] Tipo de culpa también llamada «angustia* social»* que se produce cuando el sujeto realiza actos no bien
vistos o prohibidos por la autoridad. Cuando en los niños todavía no se ha instaurado el superyó*, es el único tipo de
culpa posible. En el adulto, se suma la angustia de la consciencia moral* o del superyó o sentimiento de culpa*,
siempre que se realizan actos contrarios a las leyes que rigen la comunidad social. Éste es, por ejemplo, el caso de las
perversiones*, como la homosexualidad*, que puede producir consciencia de culpa o angustia social. El individuo se
siente condenado por la comunidad, lo que aumenta su aislamiento* narcisista; o intenta contrarrestarla buscando
ser aceptado por ella, sea con actitudes conciliatorias, sea con actitudes altaneras y desafiantes. También es el caso
de las personas que cometen delitos conscientes contra las leyes sociales, de los que luego se arrepienten. La
consciencia de culpa se expía con el arrepentimiento, merced al cual se recuperan el amor* de la autoridad, en el
niño, y la reinserción en la comunidad, en el adulto, quien además deberá cumplir las penas impuestas por la
comunidad humana para el delito cometido. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CULPA PRIMORDIAL
José Luis Valls

[Freud.] En la hipótesis freudiana culpa originaria de la cultura* humana sentida por los hijos, hermanos aliados, que
cometieron el asesinato del padre primordial de la horda primitiva*. Como la relación con el padre incluía admiración,
y por lo tanto amor*, al descargarse el odio* quedan la añoranza* y la culpa por la cual se inhibe definitivamente la
pulsión* incestuosa y parricida, instaurándose el superyó*. Estos sucesos, deducidos según la lógica freudiana,
apoyada en los estudios antropológicos de la época -Darwin, Atkinson, Robertson Smith- pero avanzando sobre ellos
a partir del descubrimiento de las fantasías* Inc. de sus pacientes, se deben haber producido en la prehistoria según
la hipótesis freudiana. Freud piensa que por un lado son heredados por cada sujeto, a través de las «fantasías
primordiales»* y los «símbolos universales»* y por otro vueltos a vivir por cada sujeto «haciéndolos suyos», durante
el período de su complejo de Edipo*. Entonces los deseos de muerte hacia el padre suelen desplazarse a un animal
(relicto totémico) y originar las fobias* infantiles. La culpa primordial habría sido generada por aquellos actos que
hicieron posible la cultura. La humanidad deberá pagar esa conquista eternamente con esta sensación displacentera,
que se hará carne al revivir cada individuo una historia similar. Las religiones hablan de «pecado original». En el
cristianismo, religión del hijo, éste ofrece su vida como redención para pagar una ofensa de la humanidad a Dios
Padre. ¿Y cuál puede ser la ofensa que se paga con la muerte si no la muerte misma (ley del talión)? La muerte del
padre de la horda primitiva, que deriva primero en Tótem, animal sagrado y luego recupera la forma humana en el
Dios Padre. Con esta culpa nacen la moral, las religiones, la ética, las prohibiciones máximas de toda cultura: la del
incesto y la de matar. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
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CULPA, SENTIMIENTO DE
José Luis Valls

[Freud.] Tipo especial de angustia* que siente el yo* ante el superyó* cuando sus atributos se alejan del ideal del yo*
exigido por aquel; también lleva el nombre de «angustia de la consciencia moral»* o «angustia ante el superyó»*. Al
ser ésta una angustia yoica que se siente ante otra estructura interior al aparato psíquico, no cede con el
arrepentimiento, pues el superyó, que proviene en parte del ello* y es en sí una contrainvestidura* contra sus
pulsiones*, tiene noticias directas del deseo* inconsciente*, de la pulsión sexual*, que aunque reprimida sigue
existiendo. Por lo tanto el sentimiento de culpa se sigue sintiendo en este caso independientemente de los actos y de
las fantasías* conscientes o preconscientes*, pues proviene de las pulsiones reprimidas inconscientes. Dándose el
efecto de que a mayor beatitud del yo -mayor contrainvestidura, formación reactiva* o incluso sublimación*-, mayor
sentimiento de culpa. Se podría decir que una consciencia de culpa proveniente desde la autoridad exterior inicia la
sofocación* de la pulsión. Luego, posteriormente a los sucesos edípicos, se instala el superyó, con su sentimiento de
culpa o angustia ante la consciencia moral, consciencia moral que se dedica en adelante a sofocar más y más a las
pulsiones y a castigar al yo por no conseguirlo. El sentimiento de culpa es inherente entonces -claro que en diferentes
grados- a la estructura del aparato psíquico* humano, es universal. Se lo observa en todas las neurosis y origina el
frecuente sentimiento de inferioridad, pero especialmente aparece en la neurosis obsesiva* y en una afección
narcisista como la melancolía*. En la neurosis obsesiva se expresa en los autorreproches*, la escrupulosidad, en
algunos síntomas* como ceremoniales*, etcétera, los que son producidos por mecanismos de defensa* ante esta
angustia de la consciencia moral, y que en la neurosis obsesiva puede ser o no conocida por la consciencia*. En la
melancolía, el sentimiento de culpa ocupa todo el cuadro. Es culpa: consciente por lo tanto, lo que desconoce el
sujeto Y es la causa. El superyó se ensaña sádicamente con el yo identificado con el objeto*, yo que
masoquistamente se somete al superyó sádico. El sentimiento de culpa es, paradójicamente, causa de delincuencia,
como sí el yo buscara alivio teniendo una causa real para esta displacentera sensación; ésta resulta una explicación
interesante para algunos casos de personalidades asociales (véase. «Los que delinquen por sentimiento de culpa»).
Un integrante bastante común de las fantasías Prec. o Ce. que generan sentimiento de culpa es la masturbación* de
la pubertad. A través de ella se esconde toda la sexualidad infantil* reprimida, cuya actividad es casi exclusivamente
autoerótica* y de la que su segundo nivel de masturbación está cargado de fantasías incestuosas y parricidas,
precisamente las edípicas. Las fantasías perversas onanistas y masoquistas de algunos adultos (como las fantasías de
Pegan a un niño (1919) o fantasías de paliza), llevan entrelazados entre sus motivaciones procesamientos del
sentimiento de culpa. Por ejemplo el masoquismo* femenino (presente más en el varón) y mucho más el
masoquismo moral, en que el sentimiento de culpa es parte principalísima, aunque inconsciente. Respecto a los
grados de mezcla* de las pulsiones Freud expone la hipótesis de que «cuando una aspiración pulsional sucumbe a la
represión, sus componentes libidinosos son traspuestos en síntomas, y sus componentes agresivos, en sentimiento de
culpa» (El malestar en la cultura, 1929-30, A. E. 21:134). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CULPA, SENTIMIENTO INCONCIENTE (O NECESIDAD DE CASTIGO)


José Luis Valls

[Freud.] Tipo especial de resistencia* a la cura de la enfermedad y al bienestar, generada por el superyó*. Éste
quiere penalizar al yo* (culpable según aquel), con la permanencia del sufrimiento que le causa su enfermedad. Es
probablemente la más difícil de superar de las resistencias. Se suele manifestar en la clínica como «reacción
terapéutica negativa»*, es decir, cuando avanzado el tratamiento, al concluir una construcción* que devela el
significado inconsciente de un síntoma* o de un rasgo de carácter* del yo, en vez de desaparecer el síntoma o
producirse cambios en el yo, se agravan ambos, como si el paciente se aferrara a la enfermedad, sin saberlo. La culpa
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no es sentida. Es la deuda que se cobra el superyó con el sufrimiento del yo causado por la enfermedad. Se
manifiesta también en un tipo de personas a las que Freud llamó «los que fracasan al triunfar»*. Cada vez que se les
está por cumplir algo muy deseado, lo evitan o tratan por todos los medios de que no suceda; o enferman
somáticamente o comienzan a tener accidentes. En éstos, la culpa se infiere de la conducta que denota la necesidad
de ser castigado*. El término sentimiento inconsciente de culpa es incorrecto entonces, pues no hay aquí ningún
sentimiento. Se llega a la conclusión de la existencia de la necesidad de castigo, por el aferramiento al sufrimiento
producido gracias a la permanencia de la enfermedad, en algunos casos, o a los diferentes tipos de castigo sufridos,
en otros. El grado de mezcla o desmezcla* de pulsión de vida* con pulsión de muerte* (con cierto predominio de esta
última), están en directa relación con este tipo de fenómenos, prestos a agregarse en las causales en cuanto éstas se
lo permitan. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

CULTURA (HUMANA)
José Luis Valls

[Freud.] Freud la define como a todo aquello en lo cual la vida humana se ha elevado por encima de sus condiciones
animales y se distingue de la vida animal. Se distinguen dos aspectos: por un lado, todo el saber y poder hacer que
los hombres han adquirido para dominar las fuerzas de la naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan sus
necesidades; por el otro, comprende todas las normas necesarias para regular los vínculos recíprocos entre los
hombres y, en particular, la distribución de los bienes asequibles. La cultura es, entonces, una creación del hombre;
está edificada sobre una compulsión* y una renuncia de lo pulsional. Paradójicamente es una creación humana y el
peor enemigo de la cultura es el hombre mismo. Freud hipotetiza el origen de la cultura en el complejo de Edipo*,
Tiene antecedentes: la bipedestación, o sea el pasaje a la postura vertical que aleja al hombre de los estímulos
olfatorios, y la separación de los períodos menstruales como forma de atracción del objeto* sexual. Pasan a tener
mayor relevancia los estímulos visuales (ante la visualización directa de los genitales) y posteriormente los auditivos.
(La alteración interna* como expresión de las emociones mediante el grito que deviene en llamado al objeto, los
ruidos de la escena primaria*, y por último la aparición del lenguaje* y con ello la posibilidad del pensamiento*
consciente y preconsciente merced a la palabra y su significado.) Otro escalón en el acceso a la cultura es el
aprendizaje del control de esfínteres, del que nace el afán cultural por la limpieza (El malestar en la cultura, 1930). En
Sobre la conquista del fuego (1932) hipotetiza que la cultura se estructura también sobre la renuncia pulsional al
placer* de extinguir el fuego mediante el chorro de orina. La hipótesis freudiana expuesta en Tótem y tabú (1913)
explica el advenimiento definitivo a la cultura gracias a la represión* de los deseos* sexuales y agresivos
provenientes del complejo de Edipo. Los hijos no soportan al padre omnímodo, jefe de la borda primitiva*. Se le
rebelan. Le asesinan. Se establece la prohibición del incesto.. Toda cultura se edificaría sobre estas dos básicas
prohibiciones: la del incesto y la de matar. El ser humano es apto para entrar en la cultura una vez que reprimió su
sexualidad infantil*, una vez que se instaló en su aparato psíquico un superyó*. La historia de la humanidad desde
sus orígenes es una lista interminable de matanzas y luchas por el poder. Así y todo la cultura perdura. ¿Cómo hace
la cultura para dominar las pulsiones*? Les asigna un representante dentro del aparato psíquico* de cada individuo,
llamado superyó*, encargado de dominar las pulsiones sexuales* y destructivas, incluso apelando a armas a su vez
más destructivas, pues este superyó liga pulsión de destrucción* y pulsión de muerte* en su interior para defenderse
de la pulsión sexual, ¿con el objetivo de adecuar ésta a la cultura? La masa* humana se vincula por pulsiones
homosexuales de meta inhibida (la ternura, la amistad), que son las que establecen los lazos culturales. Las grandes
creaciones de la cultura surgen también de la inhibición* de la meta de las pulsiones sexuales para que éstas sean
aceptadas socialmente. Este producto y este proceso llevan el nombre de sublimación*. Tenga o no el hombre un
«pecado original», la cultura tiene un «problema original». Ha sido edificada sobre la sofocación* de las pulsiones. La
sofocación no puede sino generar un malestar, también la existencia de las neurosis y enfermedades mentales en
general, como formas del padecer humano, un alejamiento de la posibilidad de felicidad. La sublimación desexualiza a
74
la pulsión. Lo que implica desmezcla pulsional*, por lo tanto liberación de pulsión de muerte o destrucción, con lo
que la cultura tendería radicalmente a la destrucción (El yo y el ello, 1923; El malestar en la cultura, 1929-30). En
esta contradicción dialéctica se mueve la cultura, creación humana que cambia la naturaleza, que llena de prótesis al
ser humano haciéndolo cada vez más poderoso, poder que puede generar su propia destrucción. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

CURACION POR EL AMOR


José Luis Valls

[Freud.] Fantasía* de curación del neurótico (opuesta por lo general a la analítica y utilizada a menudo como
resistencia* contra el tratamiento) que «busca, entonces, desde su derroche de libido en los objetos, el camino de
regreso al narcisismo, escogiendo de acuerdo con el tipo narcisista un ideal sexual que posee los méritos
inalcanzables para él» (1914, A. E..14:97). Se ama en estos casos a lo que posee el mérito que falta al yo* para
alcanzar el ideal, característica del neurótico, quien inviste excesivamente sus representaciones* de objeto* en
detrimento de las del yo. A veces el paciente llega al tratamiento en busca de esto, conseguir el amor* de un objeto.
Si lo consigue, por algún levantamiento transitorio de la represión*, piensa que ya está curado. A veces esto se
concreta en la persona del analista. Se genera en este último caso el amor de transferencia*, una de las resistencias
más fuertes al tratamiento. «Este plan de curación es estorbado, desde luego, por la incapacidad para amar en que se
encuentra el enfermo a consecuencia de sus extensas represiones» (Introducción del narcisismo, 1914, id.). Durante
el tratamiento, al levantarse algunas represiones, el paciente suele elegir un objeto de amor idealizado. A la satisfac-
ción de este amor confía, entonces, su completo restablecimiento. Ésta no es la curación psicoanalítica. Si no están
levantadas la mayoría de las represiones, reconstruida toda la época de la sexualidad infantil* y la constitución del
yo, no están cumplidos los objetivos del psicoanálisis. Éstos siguen siendo el levantamiento de las represiones, de
todas ellas, por lo menos las representaciones primarias*, y la posterior «reelaboración»* de lo reprimido, el relleno
de las lagunas mnémicas -las que eran producidas por las represiones- y el advenimiento del yo sobre el ello* (el
domeñamiento de la pulsión* del ello por parte del yo, conociéndola y aceptándola como propia). Podríamos
contentarnos con el desenlace de la curación por el amor «[ ... 1 si no trajera consigo todos los peligros de la
oprimente dependencia respecto de ese salvador» (1914, id. 98). La curación psicoanalítica busca el desarrollo del
proceso secundario* a través del conocimiento del proceso primario*, busca domeñar a las pulsiones merced a su
conocimiento, a su ligadura. La posibilidad de vivenciar y expresar el amor, distinto de esta «curación por el amor»,
es buscada por el tratamiento. Una verdadera relajación de la represión de la sexualidad infantil con reelaboración de
ésta, permite al yo, por ejemplo, la posibilidad de amar al objeto sin necesidad de tener que reprimir sus deseos*
incestuosos inconscientes. De hecho el yo es fuerte, entre otras cosas, por su capacidad de amar, y porque no
necesita tanto del ser amado para mantener su autoestima; es más libre del objeto aunque también necesite de
amarlo y ser amado, enriqueciéndose en ese amor. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DEFENSA
José Luis Valls

[Freud.] Todo organismo vivo está expuesto a continuos estímulos, que en el caso de los organismos complejos
provienen del mundo exterior y del propio interior del cuerpo (las pulsiones*). Los seres humanos poseen un aparato
psíquico* que los defiende de los continuos estímulos a que están sometidos, los que les generan un impulso a volver
al estado anterior, el previo a la llegada del estímulo. La defensa, en este sentido, es como la razón de ser del
psiquismo. Éste ante todo quiere defenderse de los estímulos. La• mejor manera de hacerlo, entonces, es realizando
las acciones específicas* que acaben con ellos. Si son exteriores, huyendo de ellos o destruyéndolos. Si son estímulos
interiores (es decir, pulsiones), satisfaciéndolos. Para ello deberá incluir el principio de realidad* en su funcionamiento
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y la instauración de un yo* que piense y maneje la acción en forma adecuada. Surgen sin embargo durante la
evolución del ser humano serios problemas en la satisfacción de sus pulsiones (sexuales''` y destructivas*) pues
éstas chocan con los ideales culturales primero y luego con los que existen en el mismo aparato psíquico (ideal del
yo*-superyó*). Por esto se van formando otros tipos de defensa dirigidos a impedir la satisfacción de la pulsión, o a
desconocerla. A los mecanismos inconscientes encargados de que el yo Prec. no conozca la existencia de pulsiones
incompatibles con él, se los ha llamado < mecanismos de defensa* del yo», los cuales pertenecen al yo Inc. Éste se
encarga de defender al yo Prec. , sin que él lo sepa, del acoso de las pulsiones. Esta defensa tiene, por lo pronto, un
precio: rasgos de carácter* y -cuando fallan- neurosis*. Hay algunas formas de mecanismo defensivo que permiten
ciertas formas de placer-, pulsional, por ejemplo los mecanismos defensivos pertenecientes a las perversiones*. Este
tipo de afección consigue satisfacer pulsiones sexuales, parciales, infantiles, homosexuales y narcisistas. Lo hace
gracias a mantener relaciones sexuales reñidas con lo aceptado en el medio social (el sujeto sufre por ello angustia
social*, de la que a su vez se defiende). Llevan incluidas en el mismo acto placentero ciertos mecanismos de defensa
del yo contra los peligros que derivan del complejo de Edipo*, tratan de ahorrarse la angustia de castración-, con la
desmentida* de la diferencia de los sexos. La desmentida comprueba la ausencia de la castración, entonces, en cada
acto sexual (fetichista, homosexual, exhibicionista, etcétera). No lo logran totalmente, porque el yo se escinde*; en
parte acepta la castración y en parte no, perdiendo el yo la función sintética, pasando a ser dos yoes. Entonces, la
manera más adecuada de defensa ante el estímulo pulsional, tendría que ser la síntesis que tiene que lograr el yo
ante las presiones a que está sometido por el ello*, el superyó y la realidad*. Una vez conseguida esa síntesis, ha de
llevarla a la acción (véase: acción específica). Respecto de los estímulos del mundo exterior, el organismo establece
una barrera de protección antiestímulo* en el sistema percepción consciencia (PCc. ), al cual pertenece la
investidura* de atención* que es en realidad (como apronte angustiado*), el último nivel de esta barrera. Si ésta es
sobrepasada, se siente dolor* orgánico, pudiendo llegar a instalarse una neurosis traumática* si la cantidad de
estímulo que penetra en el aparato psíquico va más allá de las posibilidades de ligadura de éste. En las neurosis
traumáticas queda una compulsión* a repetir la escena, primero en los sueños* hasta llegar a los actos, en busca de
que el aparato psíquico pueda, merced a la repetición, sentir el apronte angustiado que no sintió en el momento en
que fue superada la barrera defensiva. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DEFENSA, MECANISMOS DE
José Luis Valls

[Freud.] Operaciones automáticas que realiza la parte inconsciente* del yo* para defenderse de las pulsiones*, o
mejor dicho de los posibles peligros que la satisfacción de éstas podría generar. El yo Inc. , ante la aparición de la
representación* de una pulsión incestuosa o parricida, o retoños de ellas, apela a una señal, muestra de angustia en
pequeña cantidad. Esta angustia señal* hace que el camino asociativo, guiado por el principio de placer*, cambie,
huyendo de la angustia señal. Consigue así que la pulsión original o sus retoños retornen al ello* inconsciente,
pasando al estado de represión*. De esta manera la defensa* yoica es eficaz en librarse de la pulsión,
momentáneamente. Para que la pulsión se quede allí, para que no pueda volver a introducirse en el yo, y por este
medio llegar a la acción, habrá que dejar como centinela, una contrainvestidura* permanente. El mecanismo de
defensa por excelencia es la represión. En algunos momentos de la teoría represión es sinónimo de defensa, pero
desde Inhibición, síntoma y angustia (1925) pasa a ser el mecanismo específico de la histeria de conversión*. La
represión, en cuya esencia está el desconocimiento, tiene dos pasos. La represión primaria* consiste únicamente en
la contrainvestidura que es el origen del resto de los mecanismos defensivos ulteriores o represiones secundarias*. En
éstas se sustrae también investidura de la representación de la palabra (Prec. ), con lo que no puede ser nombrada
por el yo y vuelve al ello inconsciente. La investidura retirada pasa a otra palabra o a una formación sustitutiva*,
transacción entre el yo y la pulsión, que actúa como contrainvestidura. La contrainvestidura se instala también en el
aparato perceptual* (PCc. ) -para evitar percibir en la realidad* todo lo que remita al conflicto-, o se desplaza a otras
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representaciones poco importantes, que pasan a ser obsesiones, por ejemplo. Además lo reprimido primariamente
atrae al inconsciente a todo lo que puede remitir a él. Otros mecanismos de defensa clásicamente descritos son: la
anulación de lo acontecido*, el aislamiento*, la formación reactiva*, la proyección*, la identificación* (histérica y
melancólica), la desmentida* de la diferencia sexual y de la pérdida del objeto, la negación*, la escisión del yo*,
etcétera. Lo común de todos ellos es la inconcientización de la moción pulsional para evitar la angustia señal que
sentiría el yo. Si el mecanismo de defensa falla, la cantidad de excitación* puede arrasar con el yo y ocasionar la
angustia automática*, similar al trauma* del nacimiento. Esto último es una de las causas por las que si bien los
mecanismos de defensa producen alteraciones patológicas, en algún momento se constituyan en un mal necesario
que evita males mayores, como la angustia automática, por ejemplo. Además no debemos olvidar que a partir de los
mecanismos de defensa inconscientes, el yo forma una infraestructura Inc. sobre la que se instala la superestructura
Prec. , la que entonces puede funcionar sin tener que estar acosada por la pulsión, a la que ignora. Cuando el yo se
apoya demasiado en sus mecanismos de defensa y éstos comandan a su proceso secundario*, puede quedar una
alteración del yo* más o menos severa, la que será un fuerte obstáculo para la cura y que participa de la formación
de las caracteropatías, dependiendo muchas veces el tipo de ésta, del mecanismo de defensa preferentemente usado,
lo que a su vez tiene relación con los puntos de fijación*. Freud, en el Proyecto de psicología (1895-1950) describe
cómo se va formando el yo a través de investiduras colaterales, cadenas de pensamientos* que le hacen crecer,
aprender de la experiencia, acumular representaciones para poder comparar con los nuevos perceptos, etcétera.
Cuando las cantidades de excitación exceden de cierto límite la investidura colateral es insuficiente para conducirla, y
debe recurrir a una defensa primaria consistente en una contra-investidura, que ahora impedirá el pasaje de la
investidura a nuevas representaciones. Éstas, rechazadas por el yo, se acumularán en el inconsciente. La investidura
colateral enriquece al yo, modera a la pulsión haciéndola propia. La contrainvestidura expulsa el estímulo pulsional al
inconsciente. Una y otra van dando forma a partes diferentes dentro del yo: a) el proceso secundario, el pensamien-
to, el yo con su función sintética, su principio de realidad*; b)una parte que quedará inconsciente, funcionará
automáticamente, fuera de la voluntad* del yo Prec. y que será el yo de la defensa, o los mecanismos de defensa del
yo, el yo Inc. En la cura psicoanalítica se hacen patentes los mecanismos de defensa, dando expresión a la
resistencia* yoica. Debemos de habérnoslas con ellos, entonces, para poder llegar al conocimiento del deseo*
reprimido, beneficiándose ahora el yo del deseo antes reprimido al colocarle investiduras colaterales. Haciendo que
participe del comercio asociativo, que vaya integrando el yo del pensamiento, del proceso secundario, el yo Prec.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DEGRADACION DEL OBJETO EROTICO (O SEXUAL)


José Luis Valls

[Freud.]Proceso que se produce por la bifurcación, en el desarrollo libidinal de un sujeto, de las corrientes tierna y
sensual. La corriente sensual, totalmente reprimida durante el período del complejo de Edipo*, reaparece en la
pubertad desplazada a w otros objetos*. Como éstos tienen su fijación* inconsciente en objetos incestuosos, el yo*
se defiende de ello, limitando la elección de objeto*. La corriente sensual sólo busca objetos que no recuerden a las
personas incestuosas prohibidas. Se produce así una degradación psíquica del objeto sexual al buscarse sexualmente
un objeto opuesto al de la «madre pura» o madre nutricia. «Tan pronto se cumple la condición de la degradación, la
sensualidad puede exteriorizarse con libertad, desarrollar operaciones sexuales sustantivas y elevado placer» (Sobre
la más generalizada degradación de la vida amorosa, 1912, A. E. T. XI, pág. 177), incluso buscar metas sexuales
perversas cuyo incumplimiento es sentido como una pérdida de placer* y cuyo cumplimiento sólo es posible en el
objeto sexual degradado, menospreciado. En ocasiones la escisión de la vida amorosa es tal que si establecen una
relación tierna son impotentes sexuales y la potencia sexual sólo surge cuando el vínculo tierno es imposible. Este
tipo de trastorno es más común en el varón que en la mujer y además es más común de lo que aparenta. Freud dice:
« [. . . ] sustentaré la tesis de que la impotencia psíquica está mucho más difundida de lo que se cree, y que cierta
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medida de esa conducta caracteriza de hecho la vida amorosa del hombre de cultura» (1912, id. 178). En la mujer
se nota apenas una necesidad de degradar al objeto sexual. En ella se produce una atracción mayor por lo secreto, lo
prohibido. Esta condición de lo prohibido en la vida amorosa femenina es equiparable a la necesidad* de degradación
del objeto sexual en el varón. Un sujeto que ha logrado superar el complejo de Edipo con pocas fijaciones incestuosas
tiene mejores probabilidades de hacer coincidir ternura y sensualidad en la misma persona, soslayando la
degradación que quizá quede en algún lugar del psiquismo y pueda regresar en momentos de frustración* o aumento
libidinal interior (adolescencia y menopausia). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DELIRIO
José Luis Valls

[Freud.] Fenomenológicamente y en términos generales, trastorno del contenido del pensamiento* que aparta al
sujeto de la realidad*. Para ello el yo* debe estar severamente alienado o con una alteración muy profunda. Freud
extiende el término a algunas ideas y actos obsesivos -algunos ceremoniales*, locura de duda- incluso a productos de
la omnipotencia del pensamiento* (la magia* y la superstición del obsesivo, etcétera), quizá para remarcar el
alejamiento de la realidad al que son sometidos los neuróticos obsesivos* por sus síntomas* y en algunos casos por
el carácter* del yo, pero en los que de todas maneras nunca la alteración del yo* es tan significativa. Hay varios tipos
de delirios en diferente tipo de afecciones. Freud describe un delirio histérico apropósito de Norbert Hanold, el
personaje de la «Gradiva» de Jensen (El delirio y los sueños en la "Gradiva" de W. Jensen, 1906-07). En los delirios
de Hanold -realizaciones de deseos diurnas, a la manera de los sueños* y con mayor creencia que en las fantasías* o
ensoñaciones diurnas- se mezclan sus recuerdos* infantiles reactivados por el presente merced a sus sublimaciones*:
cree ver un personaje vinculado con sus estudios de arqueología en una jovencita, con la que había tenido un vínculo
afectivo en su niñez, reactivado en el presente. La represión* aparece en el enmascaramiento del personaje amoroso
(que alude a su sexualidad infantil*) a través de una alucinación* a la que se le da creencia* y que transporta al
sujeto en su arrobamiento a la época correspondiente a sus estudios de arqueología, lo que es ayudado por el lugar
en que transcurre la acción, las ruinas de Pompeya. Freud describe otro delirio, propio de la confusión alucinatoria
aguda o amencia de Meynert*. En ella la pérdida de un objeto* amado en la realidad, resulta tan insoportable para el
yo del sujeto que la desmiente*. Cree ver al objeto, o presiente que vuelve, o está en el cuarto contiguo, etcétera. Se
produce en este caso una desinvestidura* del sistema percepción consciencia (PCc. ). Al quedar bloqueada la
percepción* de la realidad el sistema PCc. puede ser rellenado con la reactivación, por regresión* tópica, de la
percepción del objeto deseado en su estado bruto, igual que en el sueño. Se percibe, entonces, la alucinación, se le
da creencia y sobre ella se elabora el delirio de la existencia del objeto perdido. El yo esquiva el examen de realidad*
y a veces hasta se vale de elementos de la misma para probar la existencia de lo deseado, que es consciente y no
reprimido. En la amencia probablemente la «alteración del yo» sea mayor que en la psicosis* histérica, pero en
ambas porfía el deseo del objeto. Quizá eso ayude a que sean cuadros clínicos agudos, aunque en ocasiones den paso
a otros trastornos duraderos, más alteradores del yo. Examinemos ahora los principales tipos de delirio crónico, el
delirio por antonomasia, el paranoico y el correspondiente a la esquizofrenia* paranoide. Éstos también son de
diferentes tipos y se tramitan, en general, de la siguiente manera: primero la investidura* Inc. se retira de la
representación* de objeto y por lo tanto del objeto mismo; luego la libido* se retrae al yo, de manera que la libido
objetal deviene narcisista y desde el inconsciente* desaparece el mundo objetal. Al quedar desinvestidas las
representaciones-cosa* o representaciones-objeto desinvestidas, la libido también en parte deviene pura cantidad de
excitación* sin representación. Esto último implica invasión de cantidad en el aparato psíquico, lo que provoca
angustia automática*, fruto del desajuste económico en virtud de la desinvestidura de la ` representación-cosa. A
todo este complejo que sucede al desinvestir la representación-cosa, con lo que desaparece el deseo inconsciente del
objeto, más la angustia automática concomitante, se lo denomina «vivencia de fin de mundo» *. Decíamos que la
otra parte de la libido objetal deviene narcisista al ser retraída al yo, lo que clínicamente se expresa como delirio de
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grandeza. Cuando se retrae hacia el cuerpo lleva el nombre de «hipocondría» *. Con las investiduras que quedan
en el aparato psíquico, en las representaciones-palabra* (Prec. ) se intentará reconstruir el mundo objetal. Estas
palabras, ahora, no significan a las cosas o a las representaciones de ellas: es como si las representaciones
desinvestidas no existieran. Entonces las representaciones-palabra pasan a ser las representaciones-cosa y a ser
tratadas como tal. Funcionarán en gran parte con proceso primario* usando asociaciones* por contigüidad*, ana-
logía* u oposición*, incluso los símbolos universales*, para formar condensaciones* y desplazamientos*, que con una
buena elaboración secundaria* podrán tomar cierta apariencia lógica. Así se armará el delirio paranoide, compuesto
de libido homosexual, libido no reconocedora de la diferencia de sexos, a horcajadas entre la libido narcisista y la
objeta]. Esta libido perderá su socialización, inhibición en su meta, o sublimación, pues será libido homosexual
erotizada. He aquí un nuevo problema intolerable para el yo y del que se va a defender, ya que por estar la libido
erotizada no puede sublimarla, relevará el amor* por odio -en especial en el delirio persecutorio que está en la base
de los otros, el erotomaníaco, el de celos* y el de grandeza- y proyectará* el deseo Inc. El paranoico sentirá que lo
que era deseo homosexual proviene ahora del inconsciente del objeto, relevado por odio. ' De este modo se forma el
delirio persecutorio, que resulta así una manera de no aceptar el deseo homosexual. Hay otros: los delirios de celos
(véase: celos), el delirio erotomaníaco y el ya mencionado delirio de grandeza. Todos contradicen la frase «yo lo amo
a él», en el caso del varón, por supuesto. Una «reconstrucción del mundo» muy penosa, por cierto, hasta que el
delirio consiga mediante el proceso primario un disfraz lo suficiente mente aceptable para el yo y éste pueda tolerar,
merced a ello, el deseo homosexual; en el delirio de Schreber éste llega a la conclusión de que es el elegido por Dios
para darle hijos. Se logra así una paz endeble pero relativamente duradera, y hasta en algunos casos el yo, gracias a
sus partes no alteradas, logra un cierto reacomodo con la realidad. Existen otros tipos de delirios típicos de la
paranoia` y la esquizofrenia paranoide como el de ser observado, con alucinaciones auditivas que señalan todos sus
actos (sonorización del pensamiento) o sensación de ser mirado, en ocasiones vinculado con persecución o
erotomanía. La alucinación auditiva autoobservadora se produce por una regresión a la percepción. La observación
que en su infancia sus padres realizaban sobre él y que luego devino en superyó* por identificación*, retorna ahora
por la regresión a la percepción, mostrando así sus orígenes. En el delirio de influencia, la regresión es mayor. Todo el
yo es proyectado al exterior, y el paciente siente que hay máquinas (símbolo universal del cuerpo, lugar de origen del
yo) que influencian todos sus actos. El delirio, entonces, en la esquizofrenia paranoide y la paranoia, muestra la parte
ruidosa de la enfermedad; pero en realidad es el intento de curación que hace el paciente, intento de reencontrar el
mundo de los objetos. Que este logro sea más o menos apacible, tendrá cierta relación con cómo se haya tramitado
el complejo paterno* previo. El delirio hecho con palabras, siguiendo el proceso primario, se funda en una verdad
histórica* que está en el fondo de todo delirio y que lo hace pasible de construcción* o interpretación* a la manera de
un sueño o un síntoma. Esto lo practica en buena parte Freud en el estudio realizado sobre la autobiografía de
Schreber, también lo intenta con algunas pacientes en los comienzos de su carrera, como se puede ver, por ejemplo,
en: Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896). En el momento agudo de la enfermedad esto
es imposible, pues la única posibilidad de transferencia* es negativa o predominantemente negativa, por lo menos en
el delirio persecutorio. Quizá el delirio erotomaníaco o celotípico se presten mejor para intentar una reconstrucción del
pasado que se revive a través del delirio. En el «Hombre de las ratas» habla también de cuna suerte de delirio o
formación delirante», en la que el niño sentía que sus padres conocían sus pensamientos porque él los habría
declarado sin oírlos él mismo. «Declaro mis pensamientos sin oírlos. » Esto Freud lo explica como una proyección del
hecho de que él tiene pensamientos que no conoce, una percepción endopsíquica de lo reprimido. Freud también
llama delirios a cierto tipo de formaciones obsesivas, como las series de pensamientos que ocupaban al paciente en el
viaje de regreso de las maniobras militares; o al disparatado accionar descrito en el que trabajando hasta altas horas
de la noche, abría las puertas al «espectro» del padre, miraba luego sus propios genitales en el espejo, y trataba de
rectificarse con la amonestación: « ¿Qué diría el padre si realmente viviera todavía?». Esta fantasmagoría cesó
después de que la hubo puesto en la forma de una «amenaza deliciosa». Si volvía a perpetrar ese desatino, al padre
le pasaría algo malo en el más allá. Este tipo de «delirio obsesivo» se inscribe como formando parte de la
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«omnipotencia del pensamiento» y sus consecutivas magia y superstición, típicas de la neurosis obsesiva. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

DEPRESION
José Luis Valls

[Freud.]Estado afectivo doloroso, displacentero, provocado a veces por una pérdida de objeto*, frustración*, fracaso,
etcétera. En todas estas ocasiones el yo* Prec. está realizando el trabajo de duelo*, en el que cualquier objeto que
recuerde en algo al objeto perdido reactiva la añoranza de él. Se incrementan, entonces, las investiduras de
añoranza*, junto al hecho de que la realidad* muestra la imposibilidad de satisfacción, produciéndose así el dolor*
psíquico. Y así se repite ante cada situación que recuerde al objeto perdido, cada lugar en el que se estuvo con él,
cada momento que se parezca a momentos vividos con él. El talante es de tristeza y el yo está enfrascado en la tarea
de ir desinvistiendo* uno por uno los recuerdos* del objeto o ilusión perdidos. Mientras permanece en este doloroso
trabajo, el yo hace una introversión* de la libido* durante todo el período, apartándola de los deseos* Prec. de los
objetos que no son el que se perdió. El yo podrá de esta manera, en forma paulatina, ir aceptando la realidad,
tornándose ésta más soportable, lo que conseguirá en forma definitiva cuando la libido pase a investir a otro nuevo
objeto y aparezca un nuevo deseo. Hasta aquí, la depresión* normal como respuesta a pérdidas exteriores que, por
decirlo así, la justifican. Distinta es la depresión endógena: no hay causas exteriores o las causas exteriores
aparentemente no explican la magnitud o lo prolongado de la misma. Entonces se dice que la pérdida es
inconsciente*. La inconscientización consiste en una identificación* del objeto en el yo. Es en realidad odio*
(recordemos que en las primeras etapas se confunde con el amor*) al objeto, sin que el yo se aperciba de ello, ya
que aparece clínicamente como autorreproche*. Pero en el tratamiento psicoanalítico el autorreproche se revela como
un reproche al objeto, que está dentro del yo. El superyó*, ni corto ni perezoso, aprovecha para sumarse a estos
reproches y aplicarle severo castigo al yo por < todo lo que se merece» al no ser como el ideal. Se agrega por otro
lado una mayor retracción* libidinal, se rompe con el mundo exterior, lo que había comenzado con el inaceptable odio
al objeto, desplazado al yo identificado con él. Esta descripción corresponde a la melancolía*. En un lugar intermedio
entre el duelo y la melancolía se ubicarían los cuadros depresivos neuróticos con su sentimiento de inferioridad, con el
sentimiento de culpa* inherente a la formación de su aparato psíquico*, en el que el yo difícilmente pueda satisfacer
a un superyó que le exige lo ideal. Entonces el sentimiento de culpa casi es constante y por lo tanto el estado
depresivo es de base. Ante cada nuevo fracaso frente al ideal, el estado depresivo se agrava, así como mejora cuando
los éxitos lo acercan a lo pretendido por aquel. Salvo en el duelo, en el que el dolor psíquico se produce por la
imposibilidad de descarga de la libido objetal, en los otros tipos de depresiones el trastorno es un destino de la libido
narcisista. En la melancolía conduce a una psicosis* narcisista y en otras depresiones a trastornos del narcisismo* o
de la autoestima*, producidos por no conformar el yo al superyó. En estos últimos no alcanzan para apartar al sujeto
de la realidad, a retraer la libido de las representaciones Inc. de los objetos, de los deseos de éstos. En cambio, esto
sí sucede en la melancolía. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DESEO
José Luis Valls

[Freud.] El deseo, en la teoría freudiana, consiste en una propuesta psíquica que busca ser complacida. Ésa podría ser
una manera de presentación del tema. En rigor no hay una definición del deseo dentro de la teoría que pudiéramos
llamar demasiado rígida o estricta, pese a que la teoría freudiana, en términos generales y en toda su tremenda
extensión, sí lo es. El concepto, sin embargo, es bastante claro y conciso. Freud lo usa en determinados momentos de
su desarrollo teórico más que en otros, pero nunca lo deja de lado. Lo usa para explicar más algunos fenómenos que
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otros, o algunos matices de éstos más que otros. Pero en ningún momento desarrolló una teoría específica del
deseo, como sí lo hizo respecto de conceptos similares como el de pulsión* o de libido*. En términos vagos,
podríamos decir que el concepto de deseo se mueve más cómodamente dentro de la así llamada «primera tópica»
porque es en ella donde Freud desplegó toda su teoría representacional y el deseo está, como veremos, íntimamente
relacionado con la investidura* de la representación*. Pero nadie dijo que en la llamada «teoría estructural», Freud
haya dado de baja el tema de la representación. Muy por el contrario, sigue siendo tema hasta en el «Moisés». Es que
al explicar algo nuevo, un nuevo nivel de un problema, el teórico no tiene por qué repetir cada vez lo dicho antes. Por
otro lado, si no es mediante la teoría representacional, ¿cómo se explican los sueños*? Se sobreentiende que las
estructuras de la «segunda tópica» son estructuras representacionales. El ello*, el yo* y el superyó* son estructuras
psíquicas, y lo que da la característica de fenómeno psíquico a algo es justamente la representación. Por lo tanto,
explícita o implícitamente en la teoría freudiana el deseo «siempre está». Puede ocurrir que aparezcan al surgir
nuevos conceptos, diferentes matices, nuevas aristas, que obliguen a aparecer nuevos conceptos o complejizaciones y
en ese camino surjan confusiones, esto es verdad. No siempre es fácil diferenciar entre deseo y libido en algunos
aspectos, y especialmente entre deseo y pulsión. El deseo nace en los momentos de formación del aparato psíquico*,
luego de ocurridas las primeras vivencias de satisfacción*. En adelante la necesidad corporal surgirá unida a las
representaciones que habían dejado en el aparato psíquico aquellas vivencias. La necesidad* logró, entonces,
representación psíquica. Ésta provino de la huella mnémica* que dejó la experiencia, deviniendo en deseo. A esta
moción cine apunta hacia esta representación, a la ligazón que se establece entre la necesidad corporal y la repre-
sentación, la llamamos «deseo». El surgimiento del deseo inaugura el psiquismo y será el motor del aparato psíquico.
La vivencia de satisfacción deja en realidad un complejo representacional en el que se distinguen tres tipos de
representaciones: 1) la que primero se activa cuando se reanima el deseo: la representación investida del objeto*
satisfaciente: 2) la representación de los movimientos que se hicieron con éste y que éste hizo, y 3) la representación
de la sensación de descarga en el r núcleo del yo («Proyecto», 1895-1950). El deseo será, por lo tanto, un deseo del
objeto con el que se busca realizar actos y que el objeto realice otros, para poder volver a sentir la sensación de
satisfacción o placer* en el núcleo. «Sólo puede sobrevenir un cambio cuando, por algún camino (en el caso del niño,
por el cuidado ajeno), se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno. Un
componente esencial de esta vivencia es la aparición de una cierta percepción (la nutrición, en nuestro ejemplo) cuya
imagen mnémica queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por
la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido se suscitará una moción
psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción
misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo que
llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el cumplimiento de deseo, y el camino más corto para éste es el
que lleva desde la excitación producida por la necesidad hasta la investidura plena de la percepción» (La
interpretación de los sueños, 1900, A.E. 5:557-8). Entonces, el deseo es el deseo de volver a repetir la vivencia de
satisfacción, aquella que se vivió en el vínculo con quien fuera el asistente ajeno* y ahora es el objeto deseado. Cada
vivencia de satisfacción irá dejando nuevos deseos; las pulsiones de autoconservación* serán más repetitivas, el
objeto será más fijo. Las pulsiones sexuales*, en cambio, irán teniendo diferentes tipos de deseos según las zonas
erógenas* de predominancia, por lo menos hasta llegar la supremacía fálica cuando todas ellas se organizan bajo su
dirección y cuando se realiza una elección de objeto* que por tomar características de incestuosa, será reprimida. El
objeto de las pulsiones sexuales será mucho más cambiante, característica que va disminuyendo a medida que se van
produciendo fijaciones*. Pueden también complacerse en el propio cuerpo. La elección de objeto sexual exterior se
apuntalará* en parte en las satisfacciones de las pulsiones de autoconservación y en parte en el propio cuerpo, en
cuyas sensaciones el objeto tendrá un factor determinante de todas maneras, por lo que se irá eligiendo conforme a
las fijaciones que irá dejando en el cuerpo la historia con el objeto (la historia del cuerpo y su representación van
deviniendo en yo). En este período* preedípico*, el niño aprende a hablar, se ensaya con el lenguaje*. Los deseos
Inc. de los objetos podrán llegar al Prec. ligándose a las representaciones -palabra* y generando así los deseos Prec.
81
Después del complejo de Edipo* el aparato psíquico se escindirá y múltiples deseos (los incestuosos, parricidas y
con ellos gran parte de los deseos infantiles) serán reprimidos, pasarán al estado de inconscientes* y a pertenecer al
ello. No serán considerados parte del yo, el que les negará su aquiescencia, les quitará la investidura Prec., la
investidura de la representación-palabra. Estos deseos reprimidos nunca cejarán en su deseo de retorno, directo o por
medio de retoños Prec. que los representen y eviten la censura*. Ese retorno originará los sueños, los actos fallidos*,
los síntomas* neuróticos, etcétera. Los deseos Inc. pueden también en algunas ocasiones superar la censura
(desexualizándose*, por ejemplo) y transformarse en deseos Prec., por lo que en ese caso el yo los sentirá propios y
luchará por satisfacerlos. Aquí es importante, además de los factores reales externos, su proximidad a los deseos
incestuosos y parricidas prohibidos (a mayor proximidad, menor posibilidad de satisfacción, por lo menos en el
terreno de la «normalidad» y la neurosis). Los deseos Prec. del yo que no han sido reprimidos por él son: los de su
autoconservación en parte (el deseo de dormir por ejemplo), otros configurarán deseos con meta inhibida como la
ternura o la amistad, o deseos desexualizados, podríamos decir. Otra parte serán aquellos deseos sexuales que,
provenientes del ello, son aceptados por el yo, probablemente porque no le crean conflicto con el superyó o con la
realidad*. Entonces podrá fantasearlos o llevarlos a la acción (bajo el rectorado del principio de realidad*). También
podrán ser condenados por el juicio* cuando el yo así lo considere, aunque algunas veces el yo simultáneamente los
haga propios y los mantenga en el terreno de la fantasía*. Cuando los lleva a la acción, a costa de cierto tipo de
escisiones en el yo*, estamos ante las «excentricidades de los normales», De todas maneras, el deseo será un deseo
Prec. con mayor grado, en general, de ligadura y pasaje al proceso secundario. Freud también menciona deseos del
superyó al atribuirle los deseos de los sueños punitorios*, de autocastigo*, los que se explicarían como realización de
deseos del superyó (Nuevas conferencias de introducción. al psicoanálisis, 1933). De algún modo el sentimiento
inconsciente de culpa* o necesidad de castigo*, funciona en algunas personas a la manera de un deseo, incluso
reprimido en el sentido de desconocido por el yo, que se satisface periódicamente con el sufrimiento de éste.
Probablemente esto dependa de los diferentes grados de mezcla* o desmezcla* de Eros* y pulsión de muerte* que
estén en juego en esos deseos (sadismo* del superyó y masoquismo* del yo). En términos generales, de cualquier
manera, hablar de deseo remite a deseo sexual (no se confunda con genital*), aunque la posesión de representación
(de cosa* y de palabra) le puede dar a la pulsión de autoconservación característica descante, Pero cuando nos
referimos a deseo inconsciente, éste es sexual. ¿Puede haber un deseo correspondiente a la pulsión de muerte?
Según Freud no, porque no hay en el Inc. representación-cosa de ésta. Es un contrasentido hablar de una «vivencia
de muerte» que deje su huella en el aparato psíquico. En cambio, puede haber necesidad inconsciente de castigo,
pero ella proviene del superyó. El deseo agresivo para con otro ya pertenece a la pulsión de autoconservación o a la
sexual, merced al sadismo o pulsión de apoderamiento* y hasta el odio* al rival. Paradójicamente sabemos que
«existe» una pulsión de muerte...«muda». Si «habla», es a través de las representaciones (de cosa y de palabra) del
deseo sexual, con el que se mezcla. Podemos decir que la vemos, indirectamente, en los ejemplos ya mencionados de
la agresión*, sadismo, apoderamiento, etcétera. El concepto de deseo se superpone con el de pulsión y hasta con el
de libido en el deseo sexual. Por momentos parecen sinónimos, o distintos niveles del mismo fenómeno; por momen-
tos, cosas diferentes. El de pulsión, para Freud, es un concepto límite entre lo somático y lo psíquico. Probablemente
esté más del lado de lo somático y el esfuerzo (Drang) hacia la acción y el deseo más del lado representacional. De
ahí que Freud describa una «satisfacción alucinatoria de deseos»*, no una «satisfacción alucinatoria de pulsiones», y
que hable de deseos cuando debe explicar los sueños, las fantasías, incluso los síntomas, es decir cuando el énfasis
está en el contenido representacional. En cambio, cuando debe explicar los mecanismos de defensa* del yo ante las
angustias señales* frente al peligro pulsional, o cuando explica el ello, habla del apremio de la pulsión sobre el yo,
también en la búsqueda de su satisfacción, que en última instancia es la misma que la del deseo. Veamos ahora qué
diferencias hay entre deseo y libido. La energía sexual somática pasa a llamarse «libido» cuando se liga a una
representación, es la energía que la inviste, el deseo está más ubicado en la representación (investida por libido), por
lo tanto hay diferencias, pero un fenómeno es muy cercano al otro como para poder distinguirlos muy claramente. En
La interpretación de los sueños (1900) habla de deseos, en Los tres ensayos de teoría sexual (1905) menciona la
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pulsión, en los escritos metapsicológicos de 1915 predomina el concepto de pulsión, aunque también habla de
deseos, especialmente respecto de los sueños, en El yo y el ello se refiere casi únicamente a las pulsiones del ello
(1923), también en Inhibición, síntoma y angustia (1925). El concepto de libido está en toda la obra. Sin embargo
hay diferencias importantes que hacen que sean cosas diferentes. Por ejemplo se puede hablar de un deseo Prec.,
pero la pulsión por lo general está referida a un concepto Inc. También existen una libido objetal y una narcisista; sí
se puede hablar de un deseo objetal pero es más difícil hablar de un deseo narcisista por lo menos puro, se puede
hacerlo como extensión del concepto de deseo homosexual, por lo tanto referido al objeto. Por ejemplo tal es la
dependencia del niño del amor* del objeto en el período de latencia* que puede hacer propios los deseos del objeto.
La educación en general se basa en estos principios: el niño resigna sus pulsiones a cambio del amor materno, de una
manera tan radical, a veces, que se transforman en deseos Prec., a través de identificaciones* en el yo y princi-
palmente en el superyó, opuestos en general al deseo Inc., por lo tanto apoyando a la represión Inc. contra la
emergencia de los deseos reprimidos. Podríamos pensar, entonces, que la necesidad del amor del objeto es narcisista
y en alguna medida lo es, pero no en el sentido más estricto del término (la libido proveniente del ello invistiendo al
yo). Uno no puede desearse, se tiene. Puede desear ser amado por el objeto, o desear ser el ideal, pero éste mismo
está constituido por huellas de objetos del pasado infantil o de la omnipotencia infantil perdida. En ese sentido son
deseos narcisistas, pero nunca falta el rastro del objeto en todas estas complejizaciones del deseo que a veces
confunden el pensamiento*. Quede claro que la diferencia definitiva entre estos conceptos, de todos modos, no está
totalmente clara, non liquet, como diría en tantas ocasiones Freud. ¿Puede hablarse de una pulsión narcisista? A lo
sumo de una pulsión sexual con satisfacción autoerótica. Cuando se habla de. narcisismo en sentido estricto, se habla
de libido en el yo. Por último: nos apoyamos en lo expresado por Freud en el capítulo VII de Lo inconciente (1915)
respecto de la investidura de la representación, para justificar un deseo preconscíente del objeto. Cuando está
investida la representación-cosa del Inc. más la representación-palabra Prec., esta última significa o representa a
aquella ante la Cc. Si se le retira la investidura Prec., el deseo pasa al estado de represión y a pertenecer al
inconsciente. En las neurosis de transferencia*, la investidura de la representación-cosa Inc. está investida y quizá en
demasía, pero no tiene la representación-palabra Prec. para poder llegar a la Cc. Uno de los objetivos en el
tratamiento psicoanalítico es recuperar para la investidura de la representación-palabra Prec la energía libidinal que
mientras el deseo permanece en represión, pertenece únicamente a la representación-cosa Inc. La investidura en
estas neurosis se ha desplazado o transferido a otras representaciones Prec. En la histeria de angustia* hasta
constituir las fobias*. En la neurosis obsesiva* se han aislado* sus conexiones asociativas y afectivas con el resto de
las representaciones Prec. o se ha recurrido a mecanismos mágicos para no sentirlas pertenecientes al yo, en última
instancia angustiándose ante estas obsesiones nunca aceptadas como deseos del yo Prec., pese a estar ubicadas
tópicamente en él. En la histeria de conversión*, ha hallado expresión merced a investiduras corporales elegidas
asociativamente por leyes de contigüidad* o analogía*, convirtiéndose en el caso de las asociaciones* por analogía en
símbolo mnémico* de las representaciones-cosa, ahora reprimidas y que pugnan por retornar de ese estado. En las
afecciones narcisistas (en especial en las psicosis*, cuyo máximo exponente es la esquizofrenia* con sus distintas
formas clínicas), se desinviste* la representación-cosa del objeto y se desvía esa investidura Inc. al yo. Este proceso
consiste en el narcisismo* por excelencia, el deseo Inc. del objeto está desinvestido. Repitamos: no hay deseo Inc.
del objeto en estas afecciones, se retiró la investidura de la representación-cosa Inc. (ésta configura el deseo Inc. del
objeto, el motor del aparato psíquico). Quedan, sin embargo, representaciones Prec. que no representan a las Inc.
sino que ocupan el lugar que dejaron aquellas al desinvestirse. Por lo tanto se rigen por sus mismas leyes (el proceso
primario*). Así se configuran los delirios* paranoides que, quizá exagerando, hasta podríamos decir que son deseos
Prec. del objeto sin sustento en un deseo Inc. Intentos de reconstrucción* del deseo del mundo objetal, pero no
desde lo profundo del aparato psíquico, sino únicamente desde las palabras. Palabras que dejaron de ser
significantes, y ahora remedan el significado.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
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DESESPERACION
José Luis Valls

[Freud.] Investidura de añoranza* a la que se agrega angustia de pérdida de objeto* o viceversa; el afecto*
correspondiente al duelo* (la ya ocurrida pérdida del objeto*), más la angustia* de la posibilidad de su pérdida. Es
probablemente, dice Freud, el afecto sentido por el lactante (Inhibición, síntoma y angustia, 1925) al comenzar a
notar la ausencia de su madre, sin distinguir todavía si la ausencia es transitoria o definitiva. En tanto transitoria se
corre el peligro de que no vuelva cuando uno sienta la tensión de necesidad* (angustia). En tanto definitiva produciría
duelo, añoranza. La experiencia va separando el dolor* de la angustia, aunque en determinadas circunstancias (por
ejemplo, cuando no se encuentra el cuerpo de una persona desaparecida, de la que la realidad muestra su ausencia
definitiva) vuelven a juntarse y retorna la desesperación, al unirse el duelo y su añoranza con la angustia de pérdida
de objeto. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DESESTIMACION
José Luis Valls

[Freud.] No aceptación, por parte del yo* consciente, de algún dato nuevo de la realidad*, al que considera poco
importante, quedándose con juicios* establecidos anteriormente. Este rechazo, previo a un juicio de existencia*, es
universal, < normal» en la infancia. Los niños son renuentes a reconocer la diferencia de los sexos o de la castración
que lleva implícita la etapa fálica. La teoría de la cloaca* había explicado hasta entonces el nacimiento de los niños de
un modo mucho menos conflictivo. En general el niño ante la amenaza de castración actúa como el pequeño Hans
(Análisis de la fobia de un niño de cinco años, 1909), si le amenazan con la pérdida del “pipí” , no le produce
angustia*: total, tiene el «popó» (en términos teóricos, la teoría de la cloaca). Aceptar como posible la existencia de
la castración es el próximo paso. Una aceptación paulatina y tal vez siempre incompleta. La teoría de la cloaca en
parte es superada al reconocerse la existencia de la castración correspondiente a la etapa fálica, pero nunca
absolutamente, y en parte permanece en el inconsciente* reprimida como todo lo relativo a la sexualidad infantil*.
Puede retornar desde ahí a través de un síntoma* intestinal con fantasía* de embarazo, como en el caso del «Hombre
de los lobos» (1914-18), o como cualquier otro producto del inconsciente. Cuando el niño reconoce, siquiera
parcialmente, la existencia 1. de la castración-] o que se vuelve inevitable al percibir el genital femenino y, por el
complejo del semejante* comprende¡-* la diferencia- hace su entrada en el complejo de castración*. Una multitud de
excitaciones y afectos* se enlazan, entonces, con la pérdida del pene; es el caso de la angustia de castración* en el
niño y la envidia del pene* en la niña. El famoso sueño del «Hombre de los lobos» es una de las pruebas de que el
niño había entrado, en el momento del sueño* al menos, en el complejo de castración. Por lo tanto había superado en
parte la primera desestimación* de la misma, aunque la teoría de la cloaca sobre la cual se había instalado, podía
retornar en cualquier momento y hasta convivir con el reconocimiento de las diferencias sexuales que generaban la
angustia de castración. En un mismo síntoma conversivo convivían el reconocimiento de la diferencia sexual (la
angustia ante la disentería) con la teoría de la cloaca (la fantasía inconsciente de embarazo intestinal). Ésta incluía un
reconocimiento de diferencia sexual al ser tomado el ano como si fuera una vagina, lo que volvía a generar angustia
de castración, creándose aparentemente contradicciones, las que como sabemos no tienen cabida en el inconsciente.
Estas representaciones contradictorias, entonces, seguían perteneciendo al Inc., logrando gracias a estas formaciones
sustitutivas* -embarazo intestinal simbolizado en la constipación- tener acceso al Prec. en forma disfrazada. Se
desestiman también mociones pulsionales, siempre que sean conscientes o que tengan investidura* Prec.
(representación-palabra*, investida con atención* o sin ella). En ese caso el yo puede desestimarlas a través de la
emisión de un juicio, condenándolas. El «juicio de condenación o desestimación»* es una de las últimas defensas*
que tiene el yo ante la pulsión*, una vez superada la negación* y siendo aceptada la pulsión por el yo como propia;
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quizá sea la más evolucionada, la más relacionada con la ligadura, el domeñamiento pulsional. Freud llama
«desmentida»* a la no aceptación de datos de la realidad, en adultos, como la existencia de la diferencia de los sexos
(parcialmente en los casos de perversiones* sexuales), o de datos de la realidad dolorosa (como la pérdida de un ser
querido en la confusión alucinatoria aguda o amencia de Meynert*). En ambos se produce un enérgico mentís sobre
los datos de la realidad, tapándolos con otra percepción*, el fetiche en el fetichismo*, el pene en la homosexualidad*,
la alucinación* del objeto perdido en la amencia.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DESEXUALIZACION
José Luis Valls

[Freud.] Inhibición* en la meta de la pulsión sexual*. La libido* desexualizada* une a la masa* cultural, siendo base
de la cultura* misma e iniciándose con ella; es la que le queda al hijo, en el vínculo con sus padres y hermanos,
después de la represión* y sepultamiento del complejo de Edipo*. Es libido a su vez homosexual, dado que si tiene
inhibida la meta sexual no reconoce diferencias sexuales. La libido desexualizada forma los vínculos de ternura y
amistad, y la sublimación*. Como su descarga completa está inhibida, mantiene los vínculos más perdurables. El yo*
funciona con libido desexualizada normalmente. Tal libido ha perdido algo de su perentoriedad (Drang) por haberse
desplazado* su meta del objeto* u objetivo original, gracias a lo cual es más manejable por el yo. Cuando la libido en
el yo se resexualiza, resultan las perversiones* narcisistas, como es el caso de la homosexualidad*, o se generan
distintas formas de defensa* contra aquella, como en la paranoia*. Las patologías narcisistas tienen sexualizada la
libido narcisista u homosexual. Ésta se puede reprimir y originar neurosis* («Dora», 1901-05; el «Hombre de los
lobos», 1914-18). Las neurosis son, además de otras cosas, trastornos en la desexualización de la libido objeta], lo
que obliga a su represión. Por otro lado es por causa de la represión que la libido objeta¡ no se desexualiza y «crece
en las sombras». En tanto toda sublimación implica una desexualización, implica una desmezcla* de pulsiones de
vida* y pulsiones de muerte*, y así la desexualización, necesaria para la culturalización, paradójicamente libera
pulsión de muerte. Los vínculos desexualizados, basados en una inhibición en la meta sexual, pueden volver a
resexualizarse por diferentes causas y también transformarse en amorosos. Entonces se vuelven asociales
nuevamente, pues la pareja busca exclusividad, cela* a su ser amado, no quiere compartir su amor*.[José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

DESINVESTIDURA (SUSTRACCION DE LA INVESTIDURA)


José Luis Valls

[Freud.] Forma de funcionamiento común a todos los mecanismos de defensa*, por el cual se le retira energía
psíquica* (libido*): a representaciones-palabra* Prec. en las neurosis*; a representaciones-cosa* Inc. en las
psicosis* narcisistas; al aparato perceptual o sistema percepción consciencia PCc. en las psicosis alucinatorias agudas,
psicosis histéricas y, en parte, en el fetichismo* y las otras perversiones sexuales*; o a todas las partes del aparato
psíquico*, en el caso del sueño*. La desinvestidura corresponde al segundo paso de la represión* o defensa*, o sea
la represión propiamente dicha, complementaria de la represión primaria* cuyo mecanismo único es la
contrainvestidura*. Esta última también actúa en la represión secundaria* reforzándola y sosteniéndola. Cuando la
energía corporal inviste una representación-cosa, se transforma en psíquica. Se la llama entonces «pulsión* Inc». Si
es sexual se la llama también «libido» (poniendo en este caso el énfasis en la energía invistiente), principal
representante de las pulsiones de vida*. Cuando además de la representación-cosa inviste la representación-palabra
correspondiente, crea la precondición para el domeñamiento de la pulsión. Si se desinviste la representación-palabra,
la investidura*, permaneciendo en la representación-cosa en estado de represión, genera el deseo* Inc. reprimido. En
las psicosis narcisistas se retira la investidura de la representación-cosa Inc--- lo que deja al aparato psíquico sin
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deseo Inc., sin pulsión de vida; con cantidad de excitación* pura, sin poder ser ligada a una representación. Esto
es liberación de pulsión de muerte*, tendencia a la vuelta a lo inorgánico, a la pura cantidad. Las representaciones-
palabra están investidas entonces, como un puente sumamente endeble tendido hacia un mundo objetal, delirante,
pero mundo al fin. Se formarán así los delirios*, las alteraciones sintácticas con tema hipocondríaco (lenguaje de
órgano*). Se habrá perdido la metáfora en estas representaciones-palabra, retornarán a su sentido de representa-
ción-cosa original.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DESMENTIDA
José Luis Valls

[Freud.] Mecanismo utilizado por el yo* ante una realidad* que le resulta intolerable. Retirando las investiduras* del
polo perceptual* -también llamado sistema percepción consciencia PCc.-consigue no percibir, no acusar recibo de su
percepción*. Como dice Freud, darle un «enérgico mentís» a su percepción. La desmentida no consigue ser absoluta,
pues siempre en parte la realidad, incluso la que específicamente se quiere desmentir, es en parte percibida. Esto
implica la formación de una escisión en el yo* Prec, El que acepta y no acepta un mismo aspecto de la realidad al
mismo tiempo. Acepta una contradicción que no molesta a su proceso secundario*. Si el predominio de la desmentida
sobre el reconocimiento de la realidad es muy franco, se establece una confusión alucinatoria aguda o «amencia de
Meynert» *. Sobre el retiro de la investidura del PCc., éste registra alucinatoriamente, previa regresión tópica (de
palabra a imagen), la presencia del objeto* deseado y no reprimido (sin disfraz). Objeto que en la realidad se perdió.
Resulta así una defensa* psicótica ante el duelo*, defensa poco duradera a la que a veces recurren personas no
psicóticas, con escasa o nula «alteración del yo» *, en situaciones en que la cantidad de excitación* resulta poco
común. Cuando la desmentida de la realidad es pareja con el reconocimiento de la misma, se percibe claramente un
yo escindido. Un yo que en su actividad de pensamiento* consciente acepta contradicciones. Por ejemplo, en el
fetichismo*, un tipo de perversión* sexual que evita al sujeto la homosexualidad* efectiva. La 1 libido* con la que se
vincula el fetichista con el objeto es homosexual, o sea desmentidora de la diferencia sexual, y no desexualizada. No
obstante, consigue en la acción la heterosexualidad merced a la existencia del fetiche, pues gracias a su presencia
obtiene el refuerzo de la realidad, que sostiene el < enérgico mentís» puesto al reconocimiento de la diferenciación
sexual. Tanto en la psicosis* alucinatoria aguda como en el fetichismo, la desmentida tiene dos pasos: 1) la no
aceptación de lo real (la pérdida del objeto y la aceptación de la existencia de la castración respectivamente) y 2) el
reemplazo activo de la realidad (la alucinación* y la presencia del fetiche en la mujer, respectivamente). La escisión
del yo en el fetichismo se observa clínicamente en el hecho de que, pese a que se logra la erección en el acto sexual,
siempre que la mujer posea un fetiche (fetiche que se forma con representaciones* extraídas de las vivencias de la
sexualidad infantil* desplazadas* por lo común por contigüidad*, o por simbolismo* del pene femenino), en otros
momentos, sin embargo, se siente angustia de castración*, lo que muestra que en parte el yo desmintió la castración
y en parte la aceptó (en tanto le angustia una asociación* que a ella remita). La escisión del yo en este caso es
intrasistémica, se produce en el mismo yo Prec. Es una falla de su poder sintético por laque caben contradicciones en
el proceso secundario, sin que el yo las considere un error.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DESPLAZAMIENTO
José Luis Valls

[Freud.] Tipo de mecanismo característico del proceso primario*, por el cual la energía psíquica* (quantum de
afecto*) pasa libremente de una representación* a otra, desinvistiendo* a una e invistiendo* a otra según las leyes
de la asociación*. Para lograr la identidad de percepción* basta que una representación sea contigua a otra o
análoga, u opuesta, etcétera. Una representación es la otra por compartir atributos superficiales. La tarea del proceso
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secundario* es precisamente inhibir* este mecanismo (que según la hipótesis freudiana es el original). Solamente
así una representación es distinguible de otra. Entonces la investidura es fuerte y su desplazamiento débil. Caracte-
rísticas éstas del proceso secundario, del proceso de pensamiento* realizado por el yo* Prec. El yo Inc. puede sin
embargo usar el desplazamiento con fines defensivos; lo hace mediante el libre movimiento de la investidura entre las
representaciones siguiendo las leyes de la asociación, consiguiendo así un disfraz de la pulsión* o el deseo*
prohibido. Así se observa el desplazamiento a lo nimio en la neurosis obsesiva*, el que puede convertirse en rasgo de
carácter* del yo (la puntillosidad detallista). Además es el mecanismo característico de la fobia*: el yo desplaza el
miedo al padre castrador a un animal, o el temor a sus concupiscencias eróticas en fobia a los lugares abiertos o
cerrados, etcétera. Incluso la misma transferencia* resulta una forma de desplazamiento, si bien intersistémica, del
Inc. al Prec. Los sueños* más complejos y más difíciles de entender son aquellos con más desplazamiento, con más
disfraces.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DESVALIMIENTO
José Luis Valls

[Freud.] Estado de indefensión del lactante invadido por la tensión de necesidad*. Se produce una gran perturbación
económica por el incremento de las magnitudes de estímulo en espera de tramitación. Este factor es el núcleo
genuino del peligro. Corresponde al trauma* de nacimiento, cuando una tensión de necesidad invadió un aparato
psíquico sin ninguna capacidad de ligadura de esta cantidad de excitación*, por no poseer representaciones:' sufi-
cientes, o sólo las filogenéticas. En adelante ésta será la temida situación de peligro*. La experiencia va mostrando
que el peligro se aleja con la presencia del objeto*. De ahí la angustia de pérdida del objeto''`, primer escalón de
todas aquellas complejizaciones representacionales de la angustia*: la angustia de castración*, la angustia ante el
superyó* y la angustia social*, que pasarán a ser señales de peligro de que el aparato psíquico puede entrar en la
situación de desvalimiento* (angustia automática* arrepresentacional). De varios modos puede ser invadido el
aparato psíquico por la tensión de necesidad: cuando fallan los mecanismos de defensa* (neuropsicosis de defensa*),
o cuando existe invasión de la cantidad de excitación externa (neurosis traumáticas*) o interna proveniente de causas
mecánicas por fallas en el mecanismo del acto sexual (neurosis actuales*), o por desinvestidura* de las
representaciones-cosa* (psicosis* narcisistas). Se produce, entonces, el ataque de angustia automática, estado de
desvalimiento psíquico ante la invasión económica de la cantidad de excitación, repitiéndose así una situación similar
al «trauma de nacimiento». Cuando existe un peligro real externo, si la magnitud de las fuerzas de éste son muy
superiores a las propias, se produce una situación de desvalimiento material, esta vez no frente al estímulo interno
sino frente al exterior.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DINAMICA PSIQUICA
José Luis Valls

[Freud.] El punto de vista dinámico sustenta -junto al tópico y al económico-la metapsicología psicoanalítica. El
dinámico muestra al aparato psíquico* como algo en acción con cambios constantes, con fuerzas que buscan
descarga* y con otras que se oponen a ellas. Con progresiones y regresiones*. Con momentos de estabilidad y
descompensaciones. Con fuerzas y representaciones* en conflicto*. La energía* del aparato psíquico proviene de las
pulsiones*. Gracias a la ligadura de éstas con representaciones -cosa* primero y palabra* después-las pulsiones van
siendo domeñadas. La energía libre* ha pasado a ser quiescente, ligada*. En general va a ser la utilizada por el
yo*Prec., éste a su vez está compuesto, en parte, por ella. El yo utiliza el proceso secundario*, el '^ pensamiento*,
forma mínima de acción con poco gasto, preparación de la acción específica*, esta última sí demandará grandes
cantidades de energía. Además el sujeto cuenta con una capa de protección antiestímulo* que le protege de las
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cantidades exteriores. Si éstas penetran en el aparato psíquico en cantidades tales que éste no pueda ligarlas a
representaciones, originan dolor físico y/o situaciones traumáticas*. El aparato psíquico en su esquema estructural
está compuesto por un ello*, un yo* y un superyó*. El yo tiene que conciliar las exigencias del ello con las del
superyó, generalmente opuestas, lograr una síntesis y no cualquier síntesis sino una que sea adecuada a la realidad*.
Éstos son los avatares dinámicos que suceden ante cada moción pulsional o ante cada percepción* de la realidad que
reactive una moción pulsional. El yo debe procurar soluciones con poco gasto de energía y descarga suficiente de
todas las tendencias opuestas a las que se enfrenta.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DISPLACER
José Luis Valls

[Freud.] Sensación desagradable percibida en el sistema de percepción consciencia (PCc.) cuando se produce un
aumento de la cantidad de excitación*. Tiene importancia el lapso en que el aumento se manifiesta, cuanto más
rápido mayor el displacer. También es importante el ritmo. Por supuesto algunos aumentos de excitación son
placenteros, por ejemplo el de la excitación sexual. Aquí probablemente tengan bastante que ver las pequeñas des-
cargas que se van produciendo a través de cada zona erógena* (placer* preliminar*) y la recompensa del placer final
buscado. El displacer genera la tendencia a huir de él. Existen diferentes formas del displacer. La forma común y de
las que las demás se tiñen, es la angustia*. La angustia se explica por el aumento de cantidad de excitación, excepto
aquella angustia que utiliza el yo* como angustia señal* para utilizar los mecanismos de defensa* ante las pulsiones*
que eviten aquella anterior angustia, displacer por excelencia, debida al aumento de cantidad de excitación (angustia
automática*). Otra sensación displacentera es el dolor* físico que también es causado por la acumulación de
excitación en el aparato psíquico debida a una alteración de la barrera de protección antiestímulo*. En el dolor
psíquico, el duelo*, la investidura de añoranza* se sobreinviste ante cada comprobación en la realidad* de la pérdida
del objeto*, originando la sensación dolorosa. ¿Qué decir del masoquismo*? Parecería-especialmente en el
masoquismo moral, con la reacción terapéutica negativa* que suele acompañarlo, proveniente del sadismo* del
superyó* inconsciente y del masoquismo del yo- como que el aparato psíquico buscara el displacer, el castigo, que
satisficiera o expiara una culpa* gracias al sufrimiento, preferentemente producido por la enfermedad psíquica, pero
también por afecciones psicosomáticas, e incluso por cierta tendencia a los accidentes. Todas estas formas son las de
las resistencias* mayores y más complejas a la cura. En términos generales las reglas de funcionamiento del aparato
psíquico seguirían el principio de placer, o sea la búsqueda de placer y la huida del displacer, pero existiría, sin
embargo, un más allá de éste que lo atrae hacia lo inorgánico oponiéndose al anterior principio; generado ahora por
la pulsión de muerte*, que como resultado de esa oposición* producida en la forma de mezcla y desmezcla
pulsional*, hace que el sujeto pueda buscar el displacer. Repitiendo compulsiva y hasta diabólicamente, situaciones
que le conducen directamente en esa dirección.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DOLOR
José Luis Valls

[Freud.] El dolor físico consiste en la irrupción de grandes cantidades de excitación* en el aparato psíquico*.
Cualquier excitación sensible, aun de los órganos sensoriales superiores, cuando el estímulo supera determinada
franja, produce dolor. También se siente dolor cuando hay una solución de continuidad en el polo perceptual*; si se
desborda la barrera de protección antiestímulos*. Por último el estímulo doloroso también suele partir de un órgano
interno, entonces se reemplaza la periferia externa por la interna y la cantidad de excitación generadora del dolor
proviene del propio cuerpo. La causa del dolor en el aparato psíquico es un gran acrecentamiento del nivel de
cantidad de excitación, el que es, dentro de ciertos márgenes, primero sentido como displacer* por el sistema
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percepción consciencia (PCc.) o aparato perceptual*. Más allá del margen se siente dolor. El dolor deja una
inclinación a la descarga* y una facilitación* entre ésta y la huella mnémica* del objeto* excitador de dolor. La huella
entonces de la vivencia de dolor* es el afecto*, el miedo, origen a su vez de la defensa* primaria, la tendencia a huir
de cualquier situación que remita o se asemeje a la vivencia dolorosa. Lo hasta ahora descrito corresponde al dolor
físico, éste puede participar a su vez de la excitación sexual. Por ejemplo en la etapa sádico anal*, a través de la
pulsión de apoderamiento*, el dolor físico toma parte importante de aquella excitación. Cuando existen fijaciones*
sádico-anales, por ejemplo en casos de perversiones* sádicas* o masoquistas*, el dolor se convierte en un elemento
primordial para la excitación; no porque el dolor sea buscado como meta en sí, sino porque gracias a él el individuo se
excita sexualmente, logrando sentir placer*. Donde el dolor sí es buscado por sí mismo es en el masoquismo moral,
como una de las formas de mezcla* de la pulsión de vida* ligando a la pulsión de muerte* y a la pulsión de destruc-
ción, teniendo como otro de sus ingredientes la culpa* a la que le sirve como mecanismo expiatorio. Veamos ahora el
dolor psíquico, el que se siente en el proceso de duelo*. Como en el dolor físico, hay una concentración de
investidura*, pero en el dolor físico la libido-1 es narcisista* yen el duelo es objeta]. Es la investidura de añoranza*
de la representación* del objeto deseado, cuya imposibilidad de satisfacción indica el examen de realidad*. Esto se
repite ante cada situación análoga a una en que el objeto fuera investido intensamente. El yo* en cada una de estas
situaciones deberá tomarse el trabajo de realizar ese retiro libidinal de la representación del objeto, momento en el
que el dolor psíquico se hace otra vez presente, pues aumenta el nivel de libido objetal de añoranza y la imposibilidad
real de su satisfacción. Por último, también existe el dolor por conversión histérica*, formación sustitutiva* de
fantasías* reprimidas que logran retornar como símbolo mnémico* o por asociación* histórica, como en el caso de la
neuralgia facial de Cácilie M.", que expresaba una fantasía de bofetada, o el dolor de la astasiaabasia* de Elisabeth
von R.* producto de asociaciones por contigüidad*, que todas juntas expresan simbólicamente una fantasía
incestuosa con el cuñado. En todas estas fantasías participan tanto la satisfacción pulsional como el castigo por ella,
merced a la condensación*.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DOMEÑAMIENTO PULSIONAL
José Luis Valls

[Freud.] Decimos que una pulsión* está domeñada por el yo*, cuando éste la puede «manejar con sus riendas»; por
lo pronto la reconoce como propia, la acepta como un deseo*, ahora del yo, que le gustaría llevar a cabo, pero que
puede resignarlo o postergarlo en aras de otras variables que entren en su consideración, más o menos importantes
para él en ese momento. El domeñamiento implica representación-palabra* investida, representando a la
representación-cosa* (también investida) ante el Prec. del yo. Por lo tanto la pulsión o su meta es conseguida como
un deseo propio del yo y con esto también inhibida (véase: inhibición) en su acción, momentáneamente, hasta la
decisión final de si convertirla en acción o no. El tema quizá más importante resida en la posibilidad de elegir que el
domeñamiento pulsional, merced a las relaciones de las representaciones-palabra propias de la actividad de
pensamiento* pertenecientes al yo Prec., le otorgan al yo. Éste ahora conoce a la pulsión, puede hablar de ella,
lograrle un lugar en la lógica de su pensamiento, y entonces moderar su pasaje a la acción. En otras palabras, la
representación-cosa perteneciente al deseo Inc. que estaba en proceso primario* es lograda pasar al proceso
secundario* y éste es uno de los objetivos esenciales de la cura psicoanalítica. Es absolutamente diferente a lo que
produce el proceso de la represión*; éste esencialmente origina un desconocimiento de la pulsión y transformación de
ella en otra cosa (síntoma*, acto fallido*) compulsivo e irrefrenable para el yo, con lo que logra el objetivo de impedir
su pasaje a la acción específica*, pero paga con su desconocimiento y consiguiente empobrecimiento del yo. El que sí
se enriquece al conocerla y domeñarla con la actividad de pensamiento y desexualización* que esta última conlleva, a
la vez que se libera del esfuerzo de contrainvestidura* que le demandaba la represión. Dice Freud en Análisis
terminable e interminable: «Acaso no sea ocioso, para evitar malentendidos, puntualizar con más precisión lo que ha
de entenderse por la frase "tramitación duradera de una exigencia pulsionaV. No es, por cierto, que se la haga
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desaparecer de suerte que nunca más dé noticias de ella. Esto es en general imposible, y tampoco sería deseable.
No, queremos significar otra cosa, que en términos aproximados se puede designar como el "domeñamiento" de la
pulsión: esto quiere decir que la pulsión es admitida en su totalidad dentro de la armonía del yo, es asequible a toda
clase de influjos por las otras aspiraciones que hay dentro del yo, y ya no sigue más su camino propio hacia la
satisfacción» (A. E. T. XXIII, pág. 227).[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

DUELO
José Luis Valls

[Freud.] Proceso doloroso normal que se produce ante la pérdida en la realidad* de un objeto* deseado, amado, «o
de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etcétera» (Duelo y melancolía, 1915-17,
A.E. T.XIV, pág. 241). Se caracteriza por el talante dolido, la pérdida del interés por el mundo exterior -a menos que
recuerde lo perdido-, la pérdida de la capacidad de amar, de trabajar, etcétera. Esto muestra el esfuerzo que tiene
que hacer el yo* para realizar el proceso doloroso de despegue del deseo* de la presencia del objeto amado, el que la
realidad muestra que ya no está. Es un proceso de la libido* objetal que no encuentra salida, pues el objeto no
pertenece más a la realidad, lo que produce a su vez un aumento de la añoranza* (perteneciente a la libido objetal )
de él. - Por lo tanto el duelo es un proceso más o menos prolongado que necesita el yo esencialmente para poder
llegar a aceptar la pérdida definitiva en la realidad del objeto. Debe despegar el deseo de él de cada uno de los
momentos que lo recuerdan, aquellos en los que dejó su rastro. A veces este proceso afectivo es largo, casi
interminable. Pero por lo general con el tiempo el dolor se va mitigando hasta casi desaparecer, dejando como
conmemoración un rasgo en el yo que pertenecía al objeto, una identificación*, una regresión* a querer ser- el
objeto, ya que no se lo puede tener* más. Hay, al mismo tiempo, una introversión libidinal*, un retiro de la libido de
todo lo que no corresponde al objeto perdido y los recuerdos con él relacionados. En cada situación en la que el
objeto tuvo una sobrecarga de investidura*, se reproduce la situación de dolor* psíquico, al comprobar la realidad la
imposibilidad de satisfacción de los deseos así reactivados. A medida que la investidura se va desprendiendo de la
representación- del objeto perdido, va pasando a otro objeto que lo reemplace junto a un proceso de identificación en
el yo con atributos del objeto perdido que facilita o posibilita la resignación del objeto. «Quizás esta identificación sea
en general la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos» (El yo y el ello, 1923, A.E. T. XIX, pág. 31). La pérdida
de un ser amado puede desencadenar una neurosiso cualquier otro tipo de patología, configurándose diferentes
formas de duelos patológicos. Una forma grave es la desmentida* psicótica de la pérdida del ser querido, alucinando-
1 su presencia, como es el caso de la confusión alucinatoria aguda o amencia de Meynert'k. Otra puede ser a través
de las diferentes formas de neurosis, éstas seguramente permanecían latentes y asintomáticas, reapareciendo ahora
en los síntomas*, como histerias*, neurosis obsesivas*, etcétera. El duelo debe ser diferenciado del dolor físico,
aunque éste, si es causado por la pérdida de una parte corporal, secundariamente puede originar a su vez una
situación de duelo, duelo por la pérdida de una parte del yo, duelo narcisista entonces. El dolor psíquico del duelo es
causado por una sobreinvestidura* de la añoranza del objeto sumada a la imposibilidad de satisfacerla, lo que genera
el desvalimiento* característico del que está pasando por este proceso. Es como si por el hecho de tomar consciencia
de que no se va a tener más al objeto, se pretendiera recuperar todos los momentos placenteros vividos con él,
incluso los que se hubiera podido fantasear, esto de una manera ideal regida por el principio de placer*; por ello,
entre otras cosas, de la persona fallecida sólo se recuerdan las virtudes. Cuando la investidura de añoranza se mitiga
y el deseo objeta] logra reemplazar al objeto perdido, el dolor psíquico disminuye. La melancolía* no es
necesariamente desencadenada por un proceso de duelo. Es más bien un problema de la libido narcisista entre el
superyó-ideal del yo* y el yo, que origina el sufrimíento del yo. En tal lugar aparece la forma inconsciente del vínculo
de odio* con el objeto, pues este último está metido en el yo y en general es un objeto perteneciente a la historia de
la sexualidad infantil*, que se introdujo de contrabando, merced a la identificación. El talante de la melancolía en
general es fenomenológicamente similar al del duelo, pero predornina en ella el auto rreproche'1 y no la añoranza del
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objeto. El autorreproche es un reproche inconsciente al objeto que, sin éste saberlo, está en el yo.[José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

ECONOMIA PSIQUICA
José Luis Valls

[Freud.] El económico es uno de los tres puntos de vista de la metapsicología freudiana, junto con el dinámico* y el
tópico o estructural (véase: aparato psíquico). El punto de vista económico surge de las primeras concepciones
freudianas del psiquismo como algo sujeto a las leyes generales del movimiento, por ejemplo al principio de inercia*.
Éste es aplicado en el «Proyecto» (1895-1950) a las neuronas* que procuran aliviarse de la cantidad de excitación. El
punto de vista económico de todos modos permanece a todo lo largo de la teoría freudiana, con las complejizaciones
y hasta aparentes contradicciones que eran de esperar. La economía psíquica se refiere a todo lo que está relacionado
con la cantidad de excitación. En el esquema freudiano el psiquismo está compuesto de dos elementos esenciales: las
representaciones-' y la energía*. Las representaciones pueden ser de dos clases, de cosa y de palabra. La energía
circula entre las representaciones. En general proviene de las pulsiones*, que cuando éstas son sexuales* lleva el
nombre de libido*. Es almacenada por el yo* como energía ligada* y desexualizada, la que va invistiendo* y
desinvistiendo* a las representaciones. «[...] en las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto, suma
de excitación) que tiene todas las propiedades de una cantidad -aunque no poseamos medio alguno para medirla-;
algo que es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga, y se difunde por las huellas mnémicas
de las representaciones como lo haría una carga eléctrica por la superficie de los cuerpos» (Las neuropsicosis de
defensa, 1894, A.E. T.III, pág. 61). El aparato psíquico recibe entonces cantidades de energía, energía que se liga a
representaciones que vienen de procesamientos de las huellas perceptivas directas (véase: «Carta 52») de las huellas
mnémicas* de las vivencias de satisfacción* y dolor*, o sea de la memoria* de hechos percibidos, que tuvieron en
algún momento cualidad* perceptual. Al ligarse la cantidad con la representación se genera el deseo*, motor del
aparato psíquico, el que ya es un cierto nivel de cualidad; cualidad representacional que como vimos es la huella que
dejó la cualidad perceptual y quiere volver a ella. Es un deseo de volver a sentir lo que se sintió en la vivencia de
satisfacción, por lo que busca repetirla. Es cantidad que se va cualificando a medida que se psicologiza y se
psicologiza para convertirse en acción específica*. Esta acción culmina en una descarga de la carga que originó el
circuito. En última instancia es una tremenda complejización del arco reflejo. Este arco reflejo es eje del punto de
vista económico. El organismo genera cantidades que buscan descarga. Estas cantidades se unen a representaciones
y toman los nombres de «deseos», « pulsiones», «libido», etcétera. Algunas son aceptadas por el yo y otras
rechazadas, reprimidas de diferentes maneras. En los trabajos de la metapsicología de 1915 se denomina a la
cantidad circulante entre las representaciones «quantum de afecto»*, y todos los afectos* son explicados como
distintas formas de descarga. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) Freud menciona un tipo de angustia* que no
necesita explicación económica: la «angustia señal»*, angustia cultivada en pequeña cantidad por el yo para generar
sus mecanismos de defensa* inconscientes. No la necesita, porque es un recuerdo*, una representación, de otra
angustia (angustia automática*) que sí necesita explicación económica, y a la que por esta angustia señal, los
mecanismos defensivos del yo, intentan evitar.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ELABORACION SECUNDARIA
José Luis Valls

[Freud.] Forma de reacción del sistema percepción consciencia (PCe.) perteneciente al yo*, ante todas las
imperfecciones, incongruencias, errores, etcétera, de las percepciones* y hasta de las mismas actividades de
pensamiento*. Tiende a rellenar, a tapar, no percibir las imperfecciones, y a darle una forma coherente y lógica
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adecuada al proceso secundario*. En La interpretación de los sueños (1900), Freud considera que la elaboración
secundaria es el cuarto factor del trabajo del sueño* junto con el trabajo de condensación*, el sometimiento a una
censura* del sueño y el miramiento por la figurabilidad. Sin embargo, en otros artículos como Psicoanálisis (1922-23)
y Un sueño corno pieza probatoria (1913) dice que estrictamente no pertenece al trabajo del sueño, sino que es el
trabajo del yo ante la alucinación* del sueño, por lo tanto una percepción a la que se le da creencia* y a la que se le
trata de entender desde el mismo momento de la percepción y más aún, en el momento de ser contado el contenido
manifiesto*. El efecto logrado es el contrario al aparentemente buscado por el yo consciente, pues con la elaboración
secundaria el sueño se hace más coherente formalmente pero menos entendible en lo que hace a su lógica. Ello sirve
a los fines de la censura, pues oculta el deseo* reprimido. A la elaboración secundaria recurren también los síntomas*
neuróticos, especialmente los de la fobia* y la neurosis obsesiva, en las que se confunde con la racionalización. Es
también parte importantísima de la elaboración del delirio* paranoico.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ELECCION DE OBJETO
José Luis Valls

[Freud.] El reconocimiento por parte del niño de la importancia del objeto* para la obtención de placer* no es un
proceso simple, lineal. Parcialmente lo reconoce como tal desde un principio (yo realidad inicial*, pulsiones de
autoconservación*) aunque en forma predominante (pulsiones sexuales*) lo confunde con su yo* en la medida en
que le produce placer (yo placer purificado*), y no lo distingue de las zonas del propio cuerpo que a su vez le
producen placer (autoerotismo*). A este primer estadio libidinal se lo llamará narcisismo*, cuando el propio cuerpo
unifique todas sus zonas erógenas y forme un yo. Reconocer un yo es reconocer un no-yo, un objeto, principal fuente
del placer y de la calma de la tensión de necesidad. A este objeto se lo elige luego, apuntalándose* en aquel objeto
reconocido por las pulsiones de autoconservación. Éste es el primer nivel de elección de objeto* o elección primaria
de objeto, elección que recae, por lo tanto, en la madre nutricia. Cuando hay fallas en el vínculo con ella puede el
incipiente yo refugiarse en el autoerotismo, cuna del narcisismo. Aún el autoerotismo necesita un mínimo de vínculo
objetivo previo que lo «inaugure», lo que no quita que a partir de ahí predominen las elecciones de objeto tipo
narcisista, buscando reforzar al yo, básicamente endeble, en el vínculo con el objeto, y prevaleciendo este motivo en
el tipo de elección. Como pronto llega el período del complejo de Edipo* -con el reconocimiento de la diferencia de los
sexos, angustia de castración* y complejo de castración* concomitantes-, esta primera elección de objeto se torna
incestuosa. Sucumbe entonces a la represión* o subsiste pero inhibida en su meta, como ternura. En la adolescencia
al reforzarse el empuje pulsional se volverá a elegir objeto, una elección ya secundaria que llevará las marcas de
aquella primaria reprimida, inconsciente. El otro tipo de elección de objeto que ya mencionamos es el que proviene
del narcisismo. Se elige entonces en el objeto atributos del yo, o del ideal del yo*; tal es la elección de objeto
narcisista. La elección de objeto por apuntalamiento y la narcisista suelen darse mezcladas, pero una de ellas
prevalece. La elección de objeto por apuntalamiento está más relacionada con los avatares de la libido* objeta], la
narcisista con la libido narcisista aunque con la objetal también, en tanto resulta un refugio ante las dificultades de
aquella e incluso surge por identificaciones* con los objetos.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ELLO
José Luis Valls

[Freud.] Una de las provincias anímicas de la «segunda tópica»; es la sede de las pulsiones*, de donde proviene la
energía psíquica*. Al mismo tiempo pareciera ser una parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad. Se lo
describe por oposición respecto del yo*, el ello en realidad corresponde a lo que en el Proyecto de psicología (1895-
1950) Freud llamaba el «núcleo del yo» (A.E. 1:373) o sea la parte del aparato psíquico* que estaba más en contacto
con los estímulos provenientes del cuerpo, estímulos que al investir* las representaciones* toman el nombre de
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pulsiones, y en La interpretación de los sueños (1900) mencionaba como el «núcleo del ser» (A.E. 5:593). El ello:
« [...] en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él
hallan su expresión psíquica» (Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, 1932, A.E. 22:68). El ello es
inconsciente*, pero no es lo único inconsciente: partes del yo y del superyó* también lo son. Lo inconsciente en el
ello no es sinónimo de reprimido, lo reprimido es sólo una parte del ello, éste tiene otras partes que no corresponden
a lo reprimido. En el ello hay representaciones-cosa* con mayor o menor grado de investidura, vinculadas entre sí a
través de asociaciones* por contigüidad* y analogía*. La energía* se desplaza* libremente entre ellas (energía
libre*), regida por el principio de placer*, por lo tanto buscando la identidad de percepción*. «Las leyes del
pensamiento, sobre todo el principio de contradicción, no rigen para los procesos del ello. Mociones opuestas
coexisten unas junto a las otras sin cancelarse entre sí ni debilitarse» (1932, id. 69). Estas mociones opuestas
producen condensaciones. En el ello no hay negación*, tampoco hay noción de espacio ni de tiempo. Las mociones de
deseo* que nunca salieron del ello y las impresiones que fueron hundidas en él por vía de represión, son virtualmente
inmortales. «[...] el ello no conoce valoraciones, ni el bien ni el mal, ni moral alguna. El factor económico o [...],
cuantitativo, íntimamente enlazado con el principio de placer, gobierna todos los procesos. Investiduras pulsionales
que piden descarga: creemos que eso es todo en el ello» (1932, id.). Rige el proceso primario* con la condensación*
y el desplazamiento propios de él, para sus vínculos entre representaciones-cosa. El nombre de «ello» Freud lo tomó
de Groddeck*. Lo eligió principalmente por el significado de extraño al yo que éste tiene, metafóricamente “una tierra
extranjera interior”. Paradójicamente el ello, que sería lo más profundamente íntimo de nuestra vida interior, «el
núcleo del ser», no es sentido por nuestro yo sino como algo ajeno a sí mismo, lo que ya nos muestra la «alienación»
del yo en su misma estructura de formación. Dentro del ello está incluido todo el bagaje fílogenético de lo vivido por
las generaciones anteriores, lo que queda resumido en las cinco fantasías primordiales* (escena primaria*, seducción,
castración, retorno al vientre materno y novela familiar*) que, como las categorías kantianas del entendimiento (el
tiempo y el espacio), funcionan dándole una orientación al entendimiento del niño (luego al adulto de manera
inconsciente) sobre los fenómenos que se presentan a su percepción*, ubicándolos dentro de algunas de aquellas
«categorías» o fantasías primordiales (De la historia de una neurosis infantil, 1914). Son como un lecho premoldeado,
que deberá ser rellenado con la experiencia, e incluso con otras huellas mnémicas heredadas (Moisés y la religión
monoteísta, 1934-39), conduciendo así la manera de entender los fenómenos actuales, una especie de «saber
instintivo» como el de los animales. Dentro de este haber filogenético, también pertenece al ello el simbolismo
universal*, que es familiar a todos los niños pese a la diversidad de lenguas.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

ENERGIA INDIFERENTE
José Luis Valls

[Freud.] Tipo de energía neutra (ni erótica ni destructiva) desplazable, que si se agrega a una moción erótica o
destructiva cualitativamente diferenciada, eleva su cantidad de investidura* total. Esta energía podría estar en el
ello* o en el yo*. La proveniente del yo sería Eros* desexualizado, o sea inhibido en su meta, que en general es el
tipo de energía que inviste al yo. « [...] esta libido desplazable trabaja al servicio del principio de placer a fin de evitar
estasis y facilitar descargas. En esto es innegable cierta indiferencia en cuanto al camino por el cual acontezca la
descarga, con tal que acontezca» (El yo y el ello, 1923, A.E. 19:45). Mucho más difícil es explicar una energía
indiferente en el ello, ya que para tener carácter de psíquica, de cualidad psíquica, una energía debe ligarse a una
representación*. Sin la representación es mera cantidad. En todo caso se la podrá cualificar como displacer*, incluso
como angustia* (automática*). La indiferencia de la energía también se podría pensar si incrementara mociones de
amor* u odio*, que en el principio de la vida anímica son casi indiferenciables entre sí y sólo lo logran claramente en
la etapa fálica. De todas maneras el odio en aquel momento indiferenciado forma parte de la pulsión* libidinal. Freud
se plantea en la primera teoría pulsional la existencia o no de una energía psíquica indiferente entre la libido* sexual
93
o la pulsión de autoconservación*. Aquí la problemática giraría en torno de si el hecho o no de la existencia del
carácter de la energía se definiera merced a la ligadura con una determinada representación-cosa*, entonces
dependería de los atributos de ella el carácter de sexual o de autoconservación de esta energía.[José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

ENERGIA LIBREMENTE MOVIL


José Luis Valls

[Freud.] Dícese del estado de la energía en el ello* y en lo que entendemos globalmente como inconsciente* (Inc.).
Desde donde, regida por el principio de placer*, busca la identidad de percepción*, por medio de la cual alucina las
condiciones de la satisfacción, o encuentra en pequeños atributos de las percepciones, identidades con la
representación* de objeto* deseada. Con esta energía trabajan los mecanismos de defensa* inconscientes del yo*,
los que también se rigen por el principio de placer, formando la infraestructura Inc. del yo sobre la que se edifica la
superestructura Prec. Esta energía, al desplazarse libremente entre las representaciones-cosa*, origina
desplazamientos* y condensaciones* permanentemente. En este estado la energía es ineficaz, necesita ser
domeñada, por lo menos en parte, para acercarse a la descarga. Cuando es sofocada*, la energía libre alcanza cierta
eficacia si retorna desde lo reprimido* a través de los síntomas*, actos fallidos*, compulsiones*, etcétera. Cuando es
ligada por la representación-palabra* y/o la actividad de pensamiento* del yo Prec., pasa a convertirse en energía
ligada*, menos libre pero con mayores posibilidades de alcanzar la acción específica*.[José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

ENERGIA LIGADA
José Luis Valls

[Freud.] Estado de la energía psíquica (proveniente originariamente de las necesidades corporales), al ligarse con una
representación-cosa* y una representación -palabra* que represente a aqueIla. Puede así encontrarle un sinfín de
relaciones con otras representaciones-palabra, pertenecientes al mundo del pensamiento* y moderar mediante esta
tramitación inhibitoria* su pasaje a la acción. Es un tipo de energía merced a la cual quedan íntimamente unidos el
Inc. con el Prec., el ello* con el yo*. Es el estado de energía que el analista busca que logre el paciente conociendo su
inconsciente*, uniendo a éste con la actividad de pensamiento del yo Prec., para así entonces domeñar la energía y
lograr la descarga específica en el momento adecuado a la realidad*. La energía ligada es el estado al que debe llegar
la energía para que sea posible la acción específica*; esto se consigue relativa e indirectamente, pues en las sesiones
no se accede a la energía sino a las representaciones* a las que aquella se liga. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

MASTURBACION
Juan Carlos Kusnetzoff

[Freud.] Forma de satisfacción autoerótica de la pulsión sexual*. El placer* obtenido resulta de la autoestimulación
rítmica de las zonas erógenas* del propio cuerpo. Freud describe tres períodos que derivan en tres niveles
masturbatorios. El primero corresponde al autoerotismo* del bebé y al placer de órgano. El siguiente período se
origina cuando la zona fálica toma la supremacía sobre el resto de las zonas erógenas a las que les da una unidad y
una significación «a posteriori». Mientras tanto se redondea la formación de la fuente corporal del yo* al unirse todas
sus zonas erógenas, se constituye el yo realidad definitivo, lo que también implica el reconocimiento definitivo del
objeto* como sede del placer. La elección de objeto*, que también culmina en este momento, como se apuntala* en
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parte sobre la satisfacción de las pulsiones de autoconservación*, recae sobre la madre. Ya el niño posee el
lenguaje*, se comienza a instaurar la represión*, se utiliza el juego como fórmula mágica de la satisfacción pulsional
y por lo tanto hay vida de fantasía*. La fantasía es una producción mestiza entre proceso primario* y proceso
secundario*; realización cuasi alucinatoria de deseos*, construida en base al pensamiento* con palabras y con las
características que le son propias a éste. En este segundo período de la masturbación, el placer de la estimulación de
la zona erógena se une a la fantasía realizadora de deseos, deseos que lo son del objeto por lo tanto provenientes de
la libido* objetal, la que sin embargo se satisface de manera autoerótica, pero ahora también a nivel psíquico
realizando una fantasía de deseo objetal. E1 problema es que este deseo objetal se ha vuelto incestuoso al llegar al
nivel fálico, y esto es peligroso. Aparece la angustia de castración* y se despliega totalmente el drama edípico cuyo
desenlace es la formación del superyó* y el pasaje al período de latencia*. Todo el período infantil previo es olvidado,
en especial las fantasías incestuosas desplegadas en él, que quedan para siempre sepultadas*.Con el advenimiento
de la pubertad reaparece la cantidad de excitación* sexual congelada durante la latencia y con ella lo que se entiende
comúnmente como la masturbación propiamente dicha. Entonces la fantasía vuelve, disfrazada. En las alusiones se
pueden inferir retoños de los deseos incestuosos y toda la sexualidad infantil* incluida en ellos, reprimidos.En la
construcción* de estas fantasías masturbatorias de la pubertad actúan también los destinos previos de pulsión*, los
puntos de fijación* generados por los pasajes de predominio de una zona erógena a otra, las situaciones
traumáticas* vividas con los objetos, que produjeron hiperexcitaciones en determinadas zonas erógenas generadoras
de fijaciones a la zona erógena y a las características del objeto, actuando por ello también en la posterior elección de
objeto.La fantasía masturbatoria tiene otros destinos posteriores como la sublimación*, y logra transformarse, cuando
no está reprimida, por ejemplo en obras artísticas, creadoras de nuevas realidades. Se alejarán entonces de lo
autoerótico* para acercarse a lo social. El pensamiento obsesivo en sí tiene características masturbatorias. Por
ejemplo, en la manía* de duda, el mismo acto de pensar está erotizado y por eso en vez de preparar la acción, la
reemplaza. La masturbación de los neuróticos desencadena sentimiento de culpa*. En el adolescente la culpa es
consciente y genera un ciclo de masturbación-culpa-firme propósito de no repetir la masturbación-recaída en
ella-nuevamente culpa. Es la «adicción primordial» dice Freud, comparándola con la del alcoholismo, a que
actualmente podríamos agregar la drogadicción. El sentimiento de culpa aparentemente está ligado con el placer
obtenido por las fantasías realizadoras de deseos de lo objetos, que se fueron construyendo hasta llegar a la
adolescencia. En el tratamiento psicoanalítico se deben destejer, desarmar y reconstruir*, como a un síntoma*, hasta
llegar así a aquellas fantasías verdaderas, origen del sentimiento de culpa: las relacionadas con el incesto, el
descubrimiento de la diferencia de los sexos, la angustia de castración, la formación del superyó, etcétera. Aquellas
de la infancia, de la época del conflicto edípico. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] [sexolog.] Consiste en excitar
con la mano los genitales propios o de la pareja, obteniendo o no el orgasmo* . Alrededor de la masturbación se han
desarrollado, desde siempre, numerosos mitos* carentes, por supuesto, de comprobación científica. La condena de la
masturbación, su reprobación o castigo, contribuyeron aun más a estos mitos y a perpetuar en la mente humana la
ignorancia referente a lo sexual. Si denomináramos autocaricias, por ejemplo, a la masturbación, se terminarían
algunos de los problemas creados por estos prejuicios.. [Juan Carlos Kusnetzoff www.e-sexologia.com] [sida]

MUERTE, REPRESENTACION DE LA
Hanns Sachs

[Freud.] La representación de la muerte ha sido desde siempre tan poco ajena a la religión como a la poesía. Ésta
nunca pudo prescindir de la liberadora de todos los enredos y nudos, la que castiga y da felicidad al mismo tiempo, el
punto de llegada desde el cual brilla un rayo de luz incluso sobre la más pobre de las existencias. De todos modos,
Thomas Mann* ha hecho del motivo de la muerte, en su “nouvelle”. La muerte en Venecia [1914], un novedoso uso
que le da derecho a anteponer su nombre en el título, como si fuera ésta el héroe de su narración. Lo nuevo aquí
consiste en dos particularidades de la obra que se condicionan recíprocamente. Por una lado, el hecho de que la
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muerte aparece no sólo como término temático, llegado al cual el juego cromático de la vida se extingue, sino
también como tema mismo, que a la manera de otro tema cualquiera, ya al comienzo, luego de una breve
introducción, entra en escena para experimentar variaciones y desarrollos a través de todas sus formas y
posibilidades, para ser enlazado con un contratema y al final, para ser aumentado a su más poderoso despliegue. Por
otro, el hecho de que la muerte juegue un papel y aparezca configurada en la obra. La muerte, no el morir. Esta no
sólo da la nota de afinación que se vierte sobre toda la obra sino también se corporiza en una serie de figuras que,
mitad a la sombra, mitad realmente, se deslizan a lo largo de la narración y con las cuales el héroe va entrando en
relación. Y el hecho de que la muerte no se encuentre vestida con su tradicional modelo como esqueleto con guadaña
y reloj de arena sino que sea moldeada según la medida creadora del poeta, no puede merecer en otro lugar más
atención que entre los discípulos del psicoanálisis. También la cuestión de si el intento ha resultado o no, no puede
ser juzgada de manera más experta que por aquellos que se han puesto como objetivo investigar las leyes de la
representación simbólica en el vecino más próximo al artista, esto es, en el soñante. En el caso que nos ocupa,
además, fue voluntad consciente del poeta transmitir a determinados episodios de la “nouvelle” el carácter de lo
onírico. Según los supuestos del psicoanálisis, sólo un camino puede conducir hasta allí; y éste no consiste en
reemplazar la técnica del pensamiento inconsciente -que se adhiere a la fantasía creadora desde su surgimiento a
partir del inconsciente- en tal manera por el pensamiento consciente, cercano al principio de realidad, como lo
requeriría la elaboración secundaria en una obra de arte, sino dejar que la técnica del pensamiento inconsciente
subsista en muchos puntos y subordinarse a su capricho. Intentaremos observar si éste es el camino elegido por
Thomas Mann. La primera máscara con que la muerte rodea al escritor Aschenbach es la del turista extranjero que
aparece cerca del Cementerio del Norte en Munich. Aquí, el tema debe sólo resonar, de modo que el lector intuya la
cercanía de la muerte. El extranjero está parado junto al portal del cementerio y según las reglas de la interpretación
de los sueños la contigüidad sirve para la representación de correspondencia interna; incluso para el ánimo más
despreocupado esta figura conserva un colorido ominoso. También el hecho de que el paseante sea iluminado por el
sol poniente, es un rasgo cuyo valor simbólico nadie puede ocultar. Un par de alusiones traen el recuerdo de la figura
de la vieja creencia popular, según la cual la muerte es un muerto, un hombre de huesos. “Tenía la cabeza erguida, y
en su cuello flaco, saliendo de la camisa de sport abierta, se destacaba la nuez fuerte y desnuda. Miraba a lo lejos con
ojos inexpresivos, bajo las cenizas rojizas, entre las cuales había dos arrugas verticales, enérgicas, que contrastaban
singularmente con su nariz aplastada. [...] sus labios parecían demasiado cortos, y no llegaban a cerrarse sobre los
dientes, que se destacaban blancos y largos, descubiertos hasta las encías”. Con esto concuerda también “la mirada
agresiva, cara a cara” del extranjero y su desaparición sin dejar huellas. Una contigüidad significa siempre una
correspondencia interna; enseguida después de ver al extranjero, surgen en Aschenbach las ganas de viajar y,
anudadas a éstas, la imagen fantasiosa de la voluptuosa exuberancia de aquellas junglas indígenas en las que fue
incubado el germen del cólera. En caso de una interpretación de sueños concluiríamos que el viaje, la muerte y el
sofocante apetito de procreación son “complejos” derivados del tronco de una misma representación base: ninguna
otra cosa sino lo que el poeta intuitivamente quiere hacer adivinar. El segundo disfraz es el anciano maquillado, con
quien Aschenbach se encuentra en la travesía desde Pola hasta Venecia. Aquí es tocado, de una manera especial y
retenida, un contratema, el único que puede sonar armónicamente con el de la muerte, el amor. La pasión de
Aschenbach es suficientemente singular, pues, ya en vías de envejecer, este defensor de la más severa autodisciplina
y de la limitación moral se enamora del hermoso muchachito Tadzio. Ésta es, por cierto, la primera vez en la
literatura alemana en que un amor, cuyo objeto pertenece al mismo sexo que el amante, no es caracterizado como
perversión, deformidad o curiosidad psicológica, sino como excitación natural y evidente, que no falta del todo a
ningún alma, aun cuando ya no pueda caminar sin disimulo en nuestra cotidianeidad. La pasión del artista, que
solitario y sin hijos camina en descenso desde la plenitud de la vida, crece desde el agrado inicial, aparentemente
limitado a lo estético hasta la monstruosa y exagerada pasión, y este proceso está representado tan magistralmente
que el libro significa para el psicoanálisis la más valiosa confirmación, pues aquí sus tesis sobre la omnipresencia de la
homosexualidad inconsciente y sobre las condiciones de su rebalse más allá de la barrera de la consciencia se
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encuentran fundidas en poesía, esto es, en verdad vital de jerarquía superior. El psicoanálisis se ha ganado la
mayoría de sus adversarios gracias a la afirmación de que también aquellas relaciones humanas consideradas
preferentemente por su “pureza” como dignas de honra reposan sobre una base que conserva, a pesar de todas las
ramificaciones de nuestra conciencia cultural, toda la fuerza y pasión del instinto sexual. Quien sirviendo a la ciencia
ha conocido los increíbles logros que han sido realizados a través del uso social de las fuerzas de instintos eróticos,
tanto en la vida anímica del individuo como en el desarrollo de la humanidad, no puede suscribir el juicio común,
según el cual la amistad entre hombres o la relación entre padres e hijos sería degradada por la intromisión de
sentimientos eróticos. No se trata aquí del “de dónde” sino del “hacia dónde”, y si la pasión caracterizada por Thomas
Mann es digna de condena, no lo es por tener su origen en la homosexualidad sino porque echando por tierra poco a
poco todos los refinamientos y las sublimaciones, hace descender el alma del que ha sucumbido hasta el crudo nivel
originario de los deseos primitivo-sexuales. Como preparación del nuevo tema funciona el hecho de que el viejo
borracho balbucee cosas con doble sentido sobre el “amorcito” de Aschenbach. Más importante, sin embargo, es el
conjunto de la figura y el marco que la incluye, pues el desagradable anciano imita los gestos, la vestimenta y el
rostro de la juventud solo para poder vivir en íntima cercanía con los frescos jovencitos que a su vez “respondían sin
repugnancia a sus palmadas afectuosas”. De esta manera y sin que haga mención alguna de ello, el anciano está
recubierto por una atmósfera de amor homosexual, consciente o inconsciente; del mismo modo Aschenbach, llevado
por el amor a Tadzio hacia lo sin medida, adopta la figura de éste. El ominoso gondolero tiene la nariz aplastada y la
dentadura desnuda del turista. Ojalá el viaje en la góndola, parecida a un ataúd, dure para siempre, desea
Aschenbach. “[...] aunque me mandes al Hades con un golpe de remo por la cabeza, me habrás llevado bien” La
muerte en tanto balsero despierta como asociación obligada al Caronte de los griegos. Es un rasgo sutil aquí el hecho
de que el gondolero traslade gratis a su pasajero, sin recibir recompensa, mientras que, según la creencia antigua,
había que darle al muerto un óbolo en la tumba para pagar al barquero que lo llevaría a través de la laguna Estigia.
Esta representación por lo contrario, que sabe recordara propósito el refrán “la muerte es gratis”, es un típico medio
de expresión del inconsciente, muy corriente en la interpretación de los sueños. [Hanns Sachs*, 1914]

NEOCATARSIS
Ricardo Bruno

[léxico] Son conocidas las quejas de Sándor Ferenczi acerca de haber sido analizado insuficientemente por Freud.
Quizá eso explique su dedicación constante por acortar los tratamientos psicoanalíticos, aunque en su época fueran
mucho más breves que en la actualidad. Si por catarsis se entiende en medicina la expulsión de las sustancias
nocivas, la esperanza en una cura rápida, repentina, fue abandonada rápidamente por Freud, muchas veces acusado
de proponer una técnica lenta y/o costosa. En uno de los dos artículos que escribió para la Enciclopedia Británica,
Freud explica por qué el psicoanálisis debió ir más lejos que el tratamiento catártico. [Bruno
brunoricardo@ciudad.com.ar]

NEURASTENIA, SEGÚN FREUD


Ricardo Bruno

Escribe Freud en 1895b: “Mientras se continúe dando a la palabra «neurastenia» todos los significados en los que
Beard hubo de emplearla, será difícil decir nada generalmente válido sobre la enfermedad a la que califica. A mi
juicio, ha de ser muy ventajoso para la Neuropatología intentar separar de la neurastenia propiamente dicha todas
aquellas perturbaciones neuróticas, cuyos síntomas se hallan más firmemente enlazados entre sí que con los síntomas
neurasténicos típicos que por otra parte en su etiología y en su mecanismo difieren esencialmente de la neurosis
neurasténica típica. Esta labor clasificadora nos proporcionará pronto una imagen relativamente uniforme de la
neurastenia, y habrá de permitirnos distinguir de la neurastenia auténtica, con mayor precisión que hasta ahora,
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diversas seudoneurastenias, tales como el cuadro clínico de la neurosis refleja nasal, orgánicamente provocada; las
perturbaciones nerviosas de las caquexias y de la arteriosclerosis y de los estadios iniciales de la parálisis progresiva y
de algunas psicosis. Además, se hará posible separar - siguiendo la propuesta de Moebius - algunos estados nerviosos
de los degenerados hereditarios, y se encontrarán razones para adscribir más bien a la melancolía algunas neurosis
de naturaleza intermitente o periódica, a las que hoy se da el nombre de neurastenia”. [Ricardo Bruno
brunoricardo@ciudad.com.ar]

PSICOANALISIS DE CONTROL
Ricardo Bruno

[Freud.] Uno de los requisitos exigidos por la Asociación Psicoanalítica Internacional para acreditar a un psicoanalista.
El estudiante (que en castellano suele ser llamado “candidato”), mientras realiza su formación, relata a un
psicoanalista más experto los pormenores del tratamiento de uno de sus pacientes. [Ricardo Bruno
brunoricardo@ciudad.com.ar]

PSICOANALISIS DE NIÑOS
Eduardo Salas

[Freud.] Es la aplicación de la teoría y la técnica psicoanalíticas al tratamiento psicológico de los trastornos mentales,
de comportamiento o somatopsíquicos que pueden llegar a perturbar al ser humano desde su más tierna edad hasta
la entrada en la latencia (5-6 años). Cuando el niño tiene más edad, a su tratamiento, si es psicoanalítico, se lo
denomina “psicoanálisis de niños en edad de latencia” o “psicoanálisis de la latencia”. Para los adultos, la técnica del
psicoanálisis es verbal. Para los niños, debe necesariamente ser adaptada a sus diferentes, y no menores,
posibilidades de expresión. Por eso se utilizan uno o más de estos elementos: lúdicos, narrativos, dramáticos, de
expresión plástica, corporal, artesanal o artística. A veces se incluyen instrumentos musicales o aparatos que
reproducen música o imágenes (grabadores, video, TV, etc.). La elección varía según el esquema referencial del
terapeuta y, aun, según la inclinación del niño. En la Argentina predominan dos esquemas referenciales: el de Ana
Freud o el de Melanie Klein, ambas de la escuela inglesa. La primera analista que aplicó en la Argentina tales métodos
fue Arminda Aberastury, y su dedicación pionera repercutió en toda América latina. Su orientación, especialmente en
el uso de la interpretación, era creativamente kleiniana. En la teoría y en la técnica fueron muchos sus desarrollos
personales. Ante todo, propone tomar muy en cuenta las primeras sesiones. En ese lapso breve pero clínicamente
importantísimo, el niño mostrar sus fantasías de enfermedad y de curación, normales o patológicas. Aberastury
adhirió al enfoque kleiniano (véase más abajo) no sin preguntarse qué lugar debía dárseles a los padres del niño. En
sus publicaciones postula cierta abstinencia, la suficiente para conservar la privacidad del pequeño paciente, pero a la
vez diseñó una técnica grupal para madres y padres, especialmente dedicada a resolver o atenuar las ansiedades
inherentes a la crianza. (El grupo de padres y madres está a cargo de otro analista.) En el caso de Ana Freud, la
técnica que prefirió evita el uso de la transferencia desde el primer momento, en tanto piensa que es poca la distancia
entre los objetos externos (en especial, los padres) y los internos, por lo que difícilmente se establezca una neurosis
de transferencia. De ahí que su técnica sea más bien pedagógica. Recurre, sí, a los aspectos positivos de la
transferencia, para vencer paso a paso las resistencias al tratamiento y crear las condiciones para una alianza
terapéutica con el niño. (La norteamericana E. Zatzel desarrolló esa noción de alianza terapéutica, una alianza que
algunos analistas -entre ellos, quien firma este artículo- concertan también con los padres.) Melanie Klein, en cambio,
desde el primer momento del tratamiento utilizaba tanto la transferencia negativa como la positiva y abordaba las
ansiedades profundas del niño toda vez que aparecían en sesión. “Valiéndome de técnicas grupales de orientación
psicoanalítica fui confirmando en distintos medios (privados, hospitalarios y educacionales) que la inclusión de los
padres, más que positiva, era imprescindible. Postura que se acerca a la de los analistas norteamericanos (en
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general, annafreudianos) e intenta acrisolar las dos tendencias.” (Salas) La alianza terapéutica ser concertada por
un analista de experiencia (un analista consultor, por así decirlo), quien elige cuidadosamente el analista adecuado
para ese niño singular. Asignado y aceptado el analista tratante, el consultor -responsable de las alianzas
terapéuticas- se hace cargo de las ansiedades e inquietudes parentales. Una circunstancia muy común es que los
avances del niño en tratamiento suelen producir resistencias en su medio habitual y a veces rivalidades con el
terapeuta. En estos casos, el consultor se comunica con los padres y con el terapeuta. En la conferencia XXXIV de sus
Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, al referirse a la aplicación del psicoanálisis a la pedagogía y a la
educación, Freud decía que los primeros cinco años de la vida del hombre entrañan especialísima significación, pues
en ellos florece “la flor primera de la sexualidad” , que incluye estímulos decisivos para la posterior vida sexual. Las
impresiones de esta época recaen sobre un yo” -para Freud- inmaduro y débil y no pueden sino tener sobre él un
efecto traumático. Esto lleva a la represión patológica, y el sujeto adquiere así, en la edad infantil, todas las
disposiciones a enfermedades y trastornos funcionales posteriores. También afirmó Freud que en algunos individuos
la neurosis no espera el período de la madurez, sino que aparece ya en la infancia. Entonces la aplicación de terapia
psicoanalítica es de mucho provecho y tiene resultados fundamentales y permanentes. Por este motivo, afirma, es
imprescindible muchas veces influir analíticamente en el medio familiar y social que rodea al niño. Freud
desaconsejaba el psicoanálisis de niños para los trastornos leves, por ser un método penoso y prolongado, aunque
también el más potente. Reconoció que todo el psicoanálisis se beneficiaba con la experiencia obtenida del
psicoanálisis de niños, que confirma o rectifica en el “objeto vivo” lo que en el adulto es muchas veces especulación,
deducida de “documentos históricos”. Hacia 1905 Freud trató a Juanito, un niño de cinco años que padecía de una
fobia a los caballos. (El padre de Juanito estaba familiarizado con las ideas psicoanalíticas.) Al poner el caso por
escrito y publicarlo dio algún asidero a la posterior noción de “alianza terapéutica” : “únicamente la unión de la
autoridad paterna y la autoridad médica en una sola persona y la coincidencia del interés familiar con el interés
científico hicieron posible dar al método analítico un empleo que hubiera sido inadecuado en otras condiciones”. Freud
relató sus observaciones de niños, sus actos sintomáticos, e interpretó sus asociaciones. Un día le llamó la atención el
juego de un niño con un carretel. El niño, de dieciocho meses, no sólo trataba de obtener placer con el juego sino que
simultánemente elaboraba, jugando, la ausencia de la madre, angustiante -aunque transitoria- para su yo
precozmente desarrollado por las circunstancias. “Comparto con Freud la necesidad de tener en cuenta las causas
constitucionales, así como también los factores ambientales, a veces combinados genéticamente. Por eso, antes de
recomendar un tratamiento habr que pasar por una etapa diagnóstica, no sólo para decidir el tipo de tratamiento y el
terapeuta adecuado, sino incluso si el tratamiento es conveniente o no. Mi modalidad de diagnóstico toma en cuenta,
del “perfil psicológico” del niño, los aspectos de respuestas más adecuadas a la realidad. Sólo después dirijo mi
atención a las detenciones presuntas en el desarrollo, a las defensas utilizadas, y a la relación entre estas defensas y
el contexto familiar. Estudiar el perfil de adecuación a la realidad brinda elementos seguros para el diagnóstico, el
pronóstico y la indicación de tratamiento. A veces lo que indico no es el tratamiento individual del niño sino un previo
estudio y tratamiento de sus vínculos con los padres.” [Eduardo Salas]

PSICOANALISIS DIDACTICO
Ricardo Bruno

[Freud.] La relación del psicoanalista con la problemática de su paciente (no necesariamente “enfermo”) es distinta de
la del médico con su paciente. Un cardiólogo no es siempre un cardiópata, mientras que un psicoanalista es siempre
un neurótico, en tanto no haya alcanzado el mítico “final de análisis”, objetivo de máxima que llaman “atravesamiento
del fantasma” los autores lacanianos. Por eso las instituciones fundadas por Freud exigen desde 1910 el psicoanálisis
personal del que -médico, psicólogo o lego- aspira a formarse como psicoanalista. [Ricardo Bruno
brunoricardo@ciudad.com.ar]
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Biografías de casos de Sigmund Freud

ANNA O.
José Luis Valls

[psicoan.] Nombre figurado de la primera paciente a la que se le aplicó el método que dio a luz a lo que luego sería el
psicoanálisis. El tratamiento fue realizado por J. Breuer entre 1880 y 1882. Es uno de los historiales publicados por
Breuer y Freud en los Estudios sobre la histeria (1895). Se trata de un caso de psicosis histérica de una joven de
veintiún años sumamente inteligente, razonadora, de una voluntad enérgica y tenaz, uno de cuyos rasgos de carácter
principales era su bondad compasiva. Sus síntomas principales eran: parafasia, strabismus convergens,
perturbaciones graves de la visión, parálisis por contractura, total en la extremidad superior derecha (con cierta
anestesia especialmente en el codo) y en las dos inferiores, parcial en la extremidad superior izquierda, paresia de la
musculatura cervical; también alucinaciones visuales, sonambulismo, tussis nervosa, asco ante los alimentos,
imposibilidad de beber pese a tener sed, ataques de sueño a ciertas horas, etcétera. A medida que avanzó el
tratamiento aparecieron nuevos síntomas: alteraciones progresivas del lenguaje, primero con pérdida de palabras,
luego pérdida de gramática y sintaxis y conjugación del verbo, utilización de un infinitivo creado a partir de formas
débiles del participio y el pretérito, sin artículo. Luego faltaron casi por completo las palabras, rebuscándolas
trabajosamente entre cuatro o cinco lenguas, entonces apenas si se le entendía. Escribía también en este trabajoso
dialecto. Hubo un período (dos semanas) en que estuvo en total mutismo. Breuer entiende que algo la había
afrentado mucho y ella se había decidido a no decir nada. Al comunicarle esto a la paciente, ceden algunas
contracturas y comienza a hablar en inglés y a entender el alemán, sin darse cuenta de que contesta en inglés. Esta
sintomatología no era permanente, sino de algunas horas del día (a la mañana, a la tarde). Después de hablar con
Breuer de ella, se sentía alegre y jovial pero no recordaba nada del episodio anterior, hecho al que Breuer llamaba
“condición segunda”. La enferma estaba fragmentada en dos personalidades: a ratos era psíquicamente normal y a
ratos entraba en “condición segunda”, alienada. Como desencadenantes de la enfermedad coinciden el descu-
brimiento de una gran dolencia en el padre y la posterior muerte de éste. Cuidaba a su padre en el lecho de enfermo
cuando, al comenzar a presentar un cuadro de debilidad con las contracturas, tos, espasmo de glotis, etcétera, se
decidió separarla del paciente, el que un tiempo después falleció. Breuer realizaba sesiones con ella en las que
reconstruía todos los hechos y fantasías que había tenido Anna 0. en relación con los síntomas, llegando al motivo de
su origen. Por ejemplo, la paciente recordó en estado hipnótico, conducido por Breuer, que la contractura con
parálisis y anestesia del brazo derecho había comenzado cuando una noche en que cuidaba a su padre en su lecho de
enfermo, estando semidormida, tuvo una alucinación: “vio cómo desde la pared una serpiente negra se acercaba al
enfermo para morderlo” (en el parque de la casa solía haber serpientes). “Quiso espantar al animal, pero estaba
como paralizada; el brazo derecho, pendiente sobre el respaldo, se le había "dormido", volviéndosele anestésico y
parético, y cuando lo observó, los dedos se mudaron en pequeñas serpientes rematadas en calaveras (las uñas).
Probablemente hizo intentos por ahuyentar a la serpiente con la mano derecha paralizada, y por esa vía su anestesia
y parálisis entró en asociación con la alucinación de la serpiente. Cuando ésta hubo desaparecido, quiso en su
angustia rezar, pero se le denegó toda lengua, no pudo hablar en ninguna, hasta que por fin dio con un verso infantil
en inglés y entonces pudo seguir pensando y orar en esa lengua” (A. E. 2:62). Tras estas reconstrucciones, la
gravedad de los síntomas cedía. Luego podían surgir otros, hasta que se realizaba el mismo tipo de cura y demás. En
el período que pasaba hasta que se lograba encontrar el recuerdo (hecho que al ser hablado con el terapeuta producía
la mejoría), podía haber un cierto reagravamiento de los síntomas, “estos entraban en la conversación”. Esta
talentosa paciente se curó, al cabo de dos años de tratamiento, de su psicosis histérica y de todos los síntomas
neuróticos que la acompañaban. A ella se debe el acertado nombre de “talking cure” (cura de conversación) y el
humorístico de “chimney-sweeping” (limpieza de chimenea) para la tarea realizada por Breuer. En el historial los
100
síntomas que surgían en la condición segunda se comparan con los mecanismos del sueño. Además se habla del
soñar despierto o fantaseo diurno habitual de esta paciente como predisponente de la histeria y generador de
síntomas. La paciente llamaba a su fantaseo su “teatro privado”. Dice Breuer: “Yo acudía al anochecer, cuando la
sabía dentro de su hipnosis, y le quitaba todo el acopio de fantasmas (Phantasme) que ella había acumulado desde mi
última visita. Esto debía ser exhaustivo si se quería obtener éxito. Entonces ella quedaba completamente tranquila, y,
al día siguiente, amable, dócil, laboriosa, hasta alegre” (A. E. 2:54-5) pero luego volvía al estado anterior,
insistentemente. También son mencionadas en este historial como disparador de la “condición segunda” y aparición
consecuente de los síntomas, las asociaciones por analogía o contigüidad. Además se exponen otros múltiples
síntomas e interpretaciones teóricas dignas de ser reconsideradas y profundizadas. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Aporte de Ricardo Bruno

CÄCILIE M.
José Luis Valls

[psicoan.] Se trata de una paciente histérica mencionada muchas veces en Estudios sobre la histeria (1893-95).
Freud dice haberla conocido más a fondo que a las otras, pero que razones personales le impiden comunicar con
detalle su historial clínico. En una nota al pie sobre los enlaces falsos pone el ejemplo de Cäcilie M., en aquella dice
que “[...] el talante perteneciente a una vivencia, así como su contenido, pueden entrar con toda regularidad en una
referencia desviante con la conciencia primaria” (1893, A. E. 11:90). Aparentemente esta apreciación está dirigida a
las racionalizaciones como una forma de enlaces falsos, pero al hablar del talante y la representación como el pasaje
de una escena a otra, no deja de referirse al problema de la transferencia y al fenómeno de la represión. Dice que
aparecían reminiscencias, como si se repitieran escenas que eran precedidas por el talante correspondiente. La
paciente se volvía irritable, angustiada, desesperada, sin vislumbrar en ningún caso que ese estado de ánimo no
pertenecía al presente, sino al estado que estaba por aquejarla. En ese período de transición establecía un “enlace
falso”. En otra nota al pie, trae ejemplos de comunicaciones del paciente que recuerda en determinado momento un
síntoma ya superado tiempo atrás y éste reaparece al ser recordado, como si fuera esto una especie de vislumbre o
presentimiento, cosa relativamente común en Cäcilie. “Era siempre una vislumbre de lo que ya estaba listo y formado
en lo inconsciente, y la conciencia "oficial" (para emplear la designación de Charcot), sin sospechar nada, procesaba
la representación que afloraba como repentina ocurrencia dándole la forma de una exteriorización de satisfacción, que
en cada caso, con harta rapidez y puntualidad, recibía su mentís” (1893, A. E. 2:96). Luego : “[...] uno sólo se gloria
de la dicha cuando ya la desdicha acecha” (1893). Este tema de los presentimientos o vislumbres, lo va a retomar,
según mi entender, mucho más adelante en la teoría, en una nota al pie del artículo La negación (1925), sin
embargo, es traducido ahí por Etcheverry como invocación. Por último Cäcilie M. es usada como ejemplo de formación
simbólica de síntoma. La paciente posee una violentísima neuralgia facial que emerge de repente dos o tres veces por
año. Cuando Freud intentó convocar la escena traumática, “[...] la enferma se vio trasladada a una época de gran
susceptibilidad anímica hacía su marido; contó sobre una plática que tuvo con él, sobre una observación que él le hizo
y que ella concibió como grave afrenta (mortificación), luego se tomó de pronto la mejilla, gritó de dolor y dijo: "Para
mí eso fue como una bofetada"“ (A. E. 2:190-191). Con ello tocaron a su fin el dolor y el ataque. Esa neuralgia había
pasado a ser, por el habitual camino de la conversión, “[...] el signo distintivo de una determinada excitación
psíquica; pero en lo sucesivo pudo ser despertada por eco asociativo desde la vida de los pensamientos, por
conversión simbolizadora” (id.). El síntoma, en este caso, se forma originalmente por asociación por simultaneidad,
merced al conflicto y defensa, y luego se lo evoca por simbolización principalmente de palabra, o sea por analogía de
la expresión lingüística. En otra ocasión atormentaba a Cäcilie M. un violento dolor en el talón derecho, punzadas a
cada paso, que le impedían caminar. En el análisis se evocó una oportunidad de una internación clínica en la que le
había expresado al médico el miedo de “no andar derecha” en esa reunión de personas que le eran extrañas. Freud
101
dice que en ninguna otra paciente ha podido hallar un empleo tan generoso de la simbolización, pero que ésta se
debe extender a la histeria en general y que el síntoma conversivo no hace más que animar las sensaciones a que la
expresión lingüística debe su justificación. Así por ejemplo, las frases: “[...] me dejó clavada una espina en el
corazón”, o el “tragarse algo” (id.192), son metáforas de hechos concretos corporales que pueden expresar el dolor o
cierto sometimiento. En estos casos en vez de ser expresados como metáforas verbales vuelven a ser “sentidos”, o
realizados, en la histeria. Estas sensaciones o acciones corporales a su vez “simbolizan” a aquellas metáforas
verbales, sin que la consciencia, así, tome nota del significado. La representación-palabra en la normalidad puede
expresar en forma metafórica, como en esos ejemplos, los afectos correspondientes a representaciones de deseo. En
la histeria, al ser estas representaciones-palabra desinvestidas por la represión, no le queda al deseo Inc. más que la
posibilidad de expresar la misma frase metafórica pero en forma corporal, utilizando el cuerpo en un sentido simbólico
de lo que alguna vez fue concreto, para poder saltear la represión, y retornar así lo reprimido. Se apoya en que para
Darwin la “expresión de las emociones” consiste en operaciones que en su origen estaban provistas de sentido y eran
acordes a un fin, por más que hoy se encuentren en la mayoría de los casos debilitadas a punto tal que su expresión
lingüística nos parezca una transferencia figural. Es harto probable que todo eso se entendiera antaño literalmente, y
la histeria acierta cuando restablece para sus inervaciones más intensas el sentido originario de la palabra. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]
Aporte de Ricardo Bruno

EMMA
José Luis Valls

[psicoan.] En el “Proyecto de psicología” (1895-1950) dice Freud que la compulsión histérica proviene de una forma
de desplazamiento de energía que es un proceso primario. La fuerza que mueve este proceso es una defensa del yo,
que rebasa lo normal. Pone entonces el ejemplo de Emma, quien no puede ir sola a una tienda. Emma fundamenta
esta actitud en un recuerdo de los doce años (poco después del inicio de la pubertad). Había ido a una tienda a
comprar algo, vio a los dos empleados reírse entre ellos y salió corriendo, presa de terror. Piensa que se reían de sus
vestidos y que uno de los empleados le había gustado sexualmente. Freud encuentra esta explicación incomprensible.
Surge un segundo recuerdo: a los ocho años había ido dos veces a la tienda de un pastelero y éste le pellizcó los
genitales a través del vestido. El pastelero tenía una risa sardónica. Emma se reprocha haber ido por segunda vez,
como si de ese modo hubiera querido provocar el atentado. Freud sostiene que al vincular una escena con la otra se
explica mejor el temor. La conexión asociativa entre una y otra escena se hace por la risa (risa de los empleados y del
pastelero). Una escena evoca a la otra, pero entretanto ella se ha hecho púber. El recuerdo de la primera escena
despierta un desprendimiento sexual que se traspone en angustia. Es como si en la sensación corporal actual se
“comprendiera” la escena anterior, surgiendo la angustia como defensa del yo. Muestra luego Freud una cadena
representacional en la que algunas representaciones (las más inocentes) llegan a la consciencia y otras quedan
inconscientes. Expone de una manera clara y didáctica el proceso de la represión patológica y el concepto del hecho
traumático sexual “a posteriori” que desplegará en el caso del “Hombre de los lobos” (1917) muchos años después,
con mayor profundidad, y en el que incluye la ya descubierta sexualidad infantil, pero sin variar en demasía, salvo en
su mayor nivel de complejidad, las ideas básicas expuestas en este caso. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Aporte de Ricardo Bruno

EMMY VON N.
José Luis Valls

[psicoan.] Primer paciente al que Freud aplicó el método de hipnosis catártica de Breuer. Emmy tenía cuarenta años,
era vivida y madre de dos hijas adolescentes. El cuadro clínico es el de una neurosis mixta con síntomas de neurosis
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de angustia, de fobias y de histeria, entre los que predominan los estados agudos de delirio, con alucinaciones,
que no son recordados después por la paciente, además de algunos síntomas permanentes como tics y tartamudeos,
con pocas conversiones. La interpretación que hace Freud del material es bastante superficial comparándola con las
posteriores. Nos interesa sobre todo para apreciar el proceso de descubrimiento que va realizando Freud, ya que la
evolución del tratamiento se describe día a día. Además de aplicar la hipnosis catártica Freud analizaba el síntoma
durante la hipnosis, hasta llegar a la conclusión de que la mejoría es más franca y duradera con este segundo
sistema. Explica en esta ocasión los tics y tartamudeos como resultado de representaciones contrastantes, expresión
de una voluntad contraria. El tratamiento de Emmy tuvo dos períodos y consiguió suprimir los síntomas de la
paciente, aunque sin producir los cambios estructurales que le hubieran dado a ésta las armas necesarias para no
necesitar enfermar ante nuevos sucesos traumáticos. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Aporte de Ricardo Bruno

KATHARINA
José Luis Valls

[psicoan.] Estando Freud de vacaciones, Katharina, muchacha de unos dieciocho años, le consulta por dificultades en
la respiración. Freud diagnostica ataque histérico con contenido angustioso. Katharina siente además opresión en los
ojos, zumbidos, cabeza pesada, mareos, opresión en el pecho, miedo a la muerte y al ser atacada por detrás. Además
ve un rostro horripilante que la amenaza y atemoriza. Freud atento, la deja hablar. En el estrecho marco de una sola
entrevista (hecha en esas condiciones especiales) Freud averigua el origen del rostro atemorizador. Su relato
enmascara hechos de la vida de la paciente por razones éticas, algunos de los cuales son recuerdos conscientes y
otros se volvieron conscientes durante la “conversación” con Freud; en ningún caso de todos modos eran reconocidos,
previamente a ella, como que tuvieran relación con su sintomatología. Aparece entonces una historia con un tío
(mejor dicho, con el padre, como se aclara al final del historial) con tendencia a realizar acciones incestuosas, incluso
a tener relaciones sexuales con su sobrina (hija). Se muestra claramente, en este pequeño historial, cómo los hechos
traumáticos son comprendidos “a posteriori”, y cómo lo “incompatible” de esta comprensión para el yo, fuerza a éste
a reprimir y derivar en síntoma conversivo la libido en juego. Al poder ésta ser abreaccionada en la “conversación”
con Freud, se produce el alivio sintomático. Freud averigua que se habían sucedido una serie de hechos traumáticos
(insinuaciones incestuosas del padre) que no son cabalmente comprendidas por la paciente. Ésta sí las comprende
cuando presencia una escena sexual del padre con su prima, esta escena calificada de auxiliar es a su vez traumática
en sí y desencadenante de la neurosis que se venía incubando desde las situaciones traumáticas anteriores. La
angustia que Katharina padecía no corresponde a una neurosis de angustia; es histérica, es decir, una reproducción
acentuada de aquella angustia que emergió en cada uno de los traumas sexuales. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Aporte de Ricardo Bruno

LUCY R., MISS


José Luis Valls

[psicoan.] El historial se puede leer en Estudios sobre la histeria. La de Lucy es una histeria leve con pocos síntomas,
arquetipo de histeria adquirida sin “lastre hereditario”. Lucy es una inglesa de treinta años, que trabaja de gobernanta
en la casa de un director de fábrica, con dos niñas de éste a su cargo. (La madre de las niñas había fallecido hacía
unos años.) Sus síntomas son: desazón y fatiga, analgesia general, mucosa nasal sin reflejos y -su molestia mayor-
unas sensaciones subjetivas consistentes en “olor a pastelillos quemados”. Como la paciente no respondía a la
hipnosis, Freud renunció a ésta, lo que hizo que el análisis transcurriera en un contexto apenas distinto de una
conversación normal. Este hecho provocaba una dificultad, pues la hipnosis producía un “ensanchamiento sonámbulo
103
de la memoria [...] y justamente los recuerdos patógenos [...] están “ausentes de la memoria de los enfermos en
su estado psíquico habitual” (A. E. 2:127). Este hecho se vuelve concreto cuando el paciente corta sus ocurrencias y
deja de asociar. Freud apela, entonces, a un artificio: con la mano presiona la frente y la insta a continuar, lo que la
mayoría de las veces consigue. Freud considera a este artificio técnico una “[...] hipnosis momentánea reforzada” (A.
E. 2:277), que vence a la resistencia y deja libre el paso a las ocurrencias y recuerdos. Utilizando este método, en
este caso, llega al recuerdo de la situación traumática en la que la paciente percibió de manera real el citado olor.
Lucy recuerda una carta de la madre pidiéndole que vuelva, una escena de ternura de las niñas y el fantasear
culposamente que debería abandonarlas a pesar de haberle prometido a la madre de aquellas el no hacerlo nunca. No
toleraba más el clima de la casa (estaba peleada con el resto del personal). Simultáneo a esa escena, las niñas habían
olvidado que cocinaban pastelillos y se percibía el olor de su quemazón. ¿Ésa es la escena traumática: el olor tomó el
lugar de símbolo mnémico y es lo que se repite? Freud no queda satisfecho. Una condición indispensable para adquirir
una histeria es que una representación sea deliberadamente reprimida de la consciencia, y eso falta. Freud arriesga
una interpretación: Lucy está enamorada de su patrón y teme que sus compañeros de trabajo se rían de ella. Lucy
contesta: “Sí, creo que es así, [...] yo no lo sabía o, mejor, no quería saberlo; quería quitármelo de la cabeza” (id.
134). En los días subsiguientes ese síntoma disminuye, y lo reemplaza otro, olor a tabaco. Freud insiste. Surge el
recuerdo de un visitante que besa a las niñas y, el padre que se lo prohíbe enojado mientras miss Lucy siente que se
le clava una espina en el corazón. Como los señores estaban fumando, permanece en su memoria consciente el olor a
cigarro. Esta segunda escena en realidad sucede antes que la anterior, en la que leía la carta de la madre, en su
cronología real. El análisis prosigue. Aparece una tercera escena más antigua aún: el director se había enojado con
Lucy, y hasta había amenazado con despedirla. Esta escena había pulverizado sus esperanzas amorosas y
probablemente era el verdadero núcleo patógeno, pues a partir de ese momento desaparecieron los síntomas, y miss
Lucy se resignó y aceptó su realidad. El olor a tabaco, símbolo mnérnico de la segunda escena, sirve como
contrainvestidura de la tercera escena (la verdadera escena traumática: el rechazo del patrón). El tratamiento se
realizó en forma irregular, aparentemente en el intervalo entre pacientes, durante nueve semanas, lo que era mucho
para esa época. Hubo remisión absoluta de todos los síntomas, los que cuatro meses después no habían reaparecido.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Aporte de Ricardo Bruno

MATHILDE H.
José Luis Valls

[psicoan.] Paciente mencionada por Freud en una nota al pie de los Estudios sobre la histeria, a propósito de las
“conmemoraciones solemnes”, o sea de la repetición de la sintomatología en el aniversario del hecho traumático. Se
pregunta Freud si en estas conmemoraciones que retornan año tras año se repiten las mismas escenas o cada vez
son detalles diferentes los que se presentan para su abreacción, se decide por esto último. Pone entonces el ejemplo
de Mathilde, bella muchacha de diecinueve años, a la que trata en dos ocasiones. Primero, por una parálisis parcial de
las piernas y, unos meses más tarde, por una alteración del carácter: desazonada hasta la desgana de vivir, se
mostraba desconsiderada con su madre, irritable y hosca. Mediante la hipnosis descubre la causa de su desazón: la
ruptura de su noviazgo, ocurrida varios meses antes. En la relación con su prometido habían aparecido muchas cosas
desagradables para ella y su madre, pero el enlace le traería muchas ventajas económicas, lo que le generaba un
estado de indecisión, con gran apatía. Por fin su madre pronunció, en lugar de ella, el “No” decisivo. Tiempo después
despertó como de un sueño, pensó largamente la decisión ya tomada, haciendo pesar los pros y los contras, etcétera.
Fue un largo período de duda con animadversión hacia la madre fundada en aquella ocasión de la decisión. Al lado de
esta actividad de pensamiento, la vida se le antojaba una pseudoexistencia, algo soñado. Un buen día, cercano al
aniversario del compromiso, todo el estado de desazón cesó. Lo que fue interpretado por Freud como un estado de
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“abreacción reparadora”, como contenido de una neurosis de otro modo enigmática, en la que la conmemoración
solemne había tenido efecto reparador. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Aporte de Ricardo Bruno

ROSALIA H.
José Luis Valls

[psicoan.] Paciente mencionada por Freud en los Estudios sobre la histeria mientras se ocupa de los síntomas que se
generan con efecto retardado, “a posteriori” (Nachträglich). Es decir que la conversión no es una respuesta a las
impresiones frescas, sino al recuerdo de ellas. Rosalia tiene veintitrés años, y aprende canto. Se queja de que su bella
voz no le obedece en ciertas escalas, también de sus sensaciones de ahogo y opresión en la garganta y de que las
notas suenen como estranguladas, por lo que todavía no ha podido cantar en público. La imperfección, que sólo
afecta su registro medio y que no es constante, no puede explicarse por un defecto de las cuerdas vocales. A través
de la hipnosis Freud averigua que era huérfana desde niña y había sido recogida por una tía, madre de muchos hijos,
casada con un hombre que la maltrataba y maltrataba a los hijos de una manera brutal y que mantenía descaradas
relaciones sexuales con las muchachas de servicio. Falleció la tía y Rosalia fue la protectora de sus primos. Se
esforzaba en sofocar las exteriorizaciones de su odio y desprecio hacia el tío. Fue en esa época cuando apareció la
opresión en la garganta. Posteriormente tuvo un maestro de canto que la alentó y con quien tomó lecciones en
secreto. Como a menudo llegaba oprimida por las escenas hogareñas, se consolidó un vínculo entre el cantar y la
parestesia histérica. Incluso después que abandonó la casa de su tío, siguió la opresión de la garganta,
principalmente al cantar. Freud trató de “abreaccionar” su odio al tío invitándola a insultarle en la sesión, y cosas
similares, lo que le hizo bien. Mientras tanto pasó a ser huésped en casa de otro tío, lo que disgustó a su tía, quien
pensaba que su marido tenía un especial interés en Rosalia y trató de arruinarle a ésta su estadía en Viena. Además
le envidiaba las inclinaciones artísticas. Por eso la sobrina no osaba cantar ni tocar el piano si su tía estaba cerca.
Como vemos, mientras Freud progresaba en el análisis se iban creando nuevas situaciones de excitación. En esos
momentos apareció un síntoma nuevo, una desagradable comezón en la punta de los dedos le hacía hacer
movimientos como de dar papirotazos, para sorpresa de Freud, quien pensaba que el análisis de un síntoma reciente
resultaría más fácil. Surgió entonces una serie de recuerdos de escenas de la primera infancia, los que tenían algo en
común: ella había tolerado una injusticia sin defenderse, en la que la mano podía actuar. Luego apareció otro
recuerdo con el primer tío: éste le había pedido que le masajeara en la espalda y mientras ella lo hacía se destapó, se
levantó y quiso atraparla; ella consiguió huir. No le agradaba recordar esa situación, pero al hacerlo surgió el recuer-
do más reciente, tras el que se había instalado la sensación y los respingos en los dedos como símbolo mnémico
recurrente. El tío en cuya casa ahora vivía le había pedido una canción. Ella, segura de que su tía había salido, tocó el
piano y cantó. Pero la tía volvió y Rosalia se levantó de un salto, tapó el piano. La partitura cayó lejos. Se removieron
entonces las huellas mnémicas de aquellas injusticias anteriores análogas a la actual, por la que debería irse de
Viena, ya que no disponía de otro alojamiento. Mientras contaba esta escena Rosalia hacía movimientos con los dedos
como si rebotara algo, o desechara una proposición (representación simbólica del rechazo yoico ante el deseo
reprimido, que quiere retornar). Por lo tanto la vivencia reciente había despertado primero el recuerdo de parecidos
contenidos anteriores, y el símbolo mnémico formado les dio validez a todos los otros en forma condensada. La
conversión entonces fue costeada en parte por lo recién vivenciado y, en parte, por un afecto recordado. Llega Freud
a la conclusión de que un proceso así en el que se unen el pasado y el presente, merced a un símbolo mnémico que
los une como síntoma, debe ser la regla en la génesis de los síntomas histéricos. El síntoma va apareciendo en dos
tiempos, hasta que se afianza luego del segundo trauma, recordatorio del primero. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]
Aporte de Ricardo Bruno

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