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MARÍA, UNA VIDA CORTADA

“… Empecé a no dormir… a no descansar la cabeza y comenzaron las

autolesiones que siempre acabo enseñando a la familia…

porque me siento culpable pues los hago sufrir…”

María es una mujer de baja estatura y delgada. Tiene el pelo largo con mechas de color

azul, tiene un piercing en la lengua. Lleva tatuajes en el cuello, el brazo derecho lo lleva

también tatuado.

Es una mujer que le gusta caer bien a la gente y ser el centro de atención, Se frota las

manos constantemente y se toca el pelo que lleva recogido en una coleta. Va maquillada sin

ex-

ceso y lleva las uñas pintadas. Usa reloj y muchos adornos en las manos, no lleva nada en el

cuello, a pesar de tener cicatrices de los cortes, pareciera que no quiere camuflar los cortes,

sino más bien todo lo contrario quiere que sean visibles. su tono de voz es muy bajo, parece

que le da vergüenza o demuestra timidez al empezar a hablar.

María vive en un pueblo, Vive con sus padres. Dos de sus hermanos viven en el mismo

pueblo. Su hermana vive en otra ciudad. Actualmente no trabaja y está cobrando la pensión

de incapacidad. Trabajaba como educadora en una residencia para personas con

discapacidad intelectual. Tiene 26 años de edad, es la cuarta de cuatro hermanos, su

enfermedad se le diagnosticaron ya hace 12 años.

ella es una mujer que se lesiona desde al menos dos años.


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porque sentía que hacía sufrir a sus padres cuando discutía con ellos o cuando tenía mal

comportamiento, “no es que quisiera llamar la atención, sino que lo hacía porque necesitaba

que me castigasen por el daño que yo les hacía a ellos”. El sufrimiento que padece se lo

introduce en la familia, ellos también padecen lo que a ella le está pasando. “De pequeña

recuerdo que mi madre siempre estaba triste, apenas pasaba tiempo conmigo que soy la

pequeña, uno de mis hermanos era el que se ocupaba más de mí. Una de mis abuelas

también tuvo depresión, y una de mis hermanas ha estado unos años en tratamiento por

ansiedad. No recuerdo haber tenido nunca amigas, de pequeña ni salía en pandilla. Iba de

casa al colegio y del colegio a casa. A veces incluso, ponía mil excusas para no tener que ir,

no quería ir a estudiar. Prefería quedarme en casa tranquilamente, no me gustaba estar con

las niñas del cole porque a veces se reían de mí”.

Su enfermedad empieza hace unos cuatro años aproximadamente, Recuerda que comenzó a

pincharse cuando trabajaba. Cuando se encontraba mal iba a la enfermería y cogía agujas

con las que se pinchaba. Al hacer esto se calmaba la ansiedad que ella sentía, pero ella

entonces no imaginaba que tuviera ningún problema, se concentraba solamente en la

sensación de calma que le producían las lesiones. Después de los pinchazos esporádicos en

el trabajo, que solían venir motivados por discusiones con otros compañeros, vinieron otro

tipo de lesiones; golpes, cortes, quemaduras. María siempre mentía a su familia sobre las

heridas que se hacía, siempre estaba inventando situaciones en las que pudiera explicar los

golpes y quemaduras, hasta que un día ya no pudo más y explotó. Ese día le contó a su

padre lo que le pasaba, como se sentía y desde cuando llevaba haciéndose daño para

calmarse. Fue el primer contacto con psiquiatría, se le diagnosticó de depresión. Comentaba


que las heridas se las hacía porque se sentía inútil, se sentía mal. Llegó a tener ideas firmes

de suicidio, no quería seguir viviendo de ese modo, no se sentía bien en su casa. Ella afirma

que sus padres estaban muy pendientes de ella y la querían mucho, pero no podía evitar

sentirse mal, afloraban muchos sentimientos de culpa por la muerte de un

tío suyo con el que tenían mucho contacto, para ella era como su padre, pensaba que si ella

moría purgaría las penas que había causado a toda la familia. María no tiene episodios de

adicciones no tomo alcohol ni fumo porros, ni tomo cocaína, como sé que otros TLP hacen,

el único vicio que tengo es el tabaco y de vez en cuando me tomo una cerveza. Me he

emborrachado nada más que un par de veces celebrando las fiestas del pueblo y hace ya

muchos años de aquello”. Aunque le gusta tomarse una cerveza por ahí en los bares, no lo

hace con mucha frecuencia porque no le gusta salir y en casa sola no le gusta beber,

prefiere hacer otras cosas que la entretengan un poco y le alejen del mundo en el que le ha

tocado vivir. Una de las cosas en las que María se refugia cuando está en casa y que le

mantiene por un rato lejos de lo sufrido, es ver películas en el ordenador. “Me gustan

prácticamente de todos los tipos, incluso las que hablan de personas parecidas a ella

“aunque no me gusta mucho, me siento segura cuando estoy encerrada”.

En junio de 2009 es diagnosticada con TLP, durante este año tiene numerosos ingresos

voluntarios en la unidad de salud mental para contención porque ella siente que quiere

hacerse daño porque

se siente culpable por hacer sufrir a sus padres. En el año 2010, ingresa de nuevo en la

unidad por desbordamiento familiar ante amenazas auto lesivas continuas.


María es una mujer que ha rechazado la autoridad desde pequeña,a veces en el colegio tenía

problemas porque cuestionaba los castigos de la profesora. Hoy en día esa autoridad y las

órdenes impuestas son también rechazadas por ella, antes situaciones como ingresos

involuntarios, o tras los ingresos voluntarios las medidas de aislamiento por las que tiene

que pasar no son bien aceptadas por ella y siempre son cuestionadas, pero al final tiene que

aceptarlo

me hace mucho daño tragármelo, pero yo soy muy mía, me callo lo que me pasa,

me lo callo y me lo callo y hasta que llega un punto que no puedo… más… y

entonces cuando ya no puedo más la rabia que siento sale de algún sitio… y hay

veces que la saco a cortarme… a veces que me pongo agresiva... me pongo alte-

rada… o pego… puñetazos… pero no a mi familia... porque yo a mi familia

la tengo respeto… ni a nadie… a lo mejor hay un cuadro en mi casa y le pego

fuerte para romperlo, y si no me he hecho ninguna herida con los cristales…

pues me aprieto la mano contra los trozos de cristales rotos para poder hacerme

daño de verdad, daño que me he merecido por haberme portado de ese modo”.

Cuando le pregunto por qué se hace daño, me responde que es

la forma que tiene de aliviarse toda esa tensión que siente, el malestar

que tiene ante todo lo que le sucede, necesita hacerse daño para

poder calmarse, para sentirse más tranquila. “El dolor y la rabia que

siento por dentro se calma cuando me hago daño, mientras lo hago me olvido un

rato de mis problemas, de lo que me sucede, de lo mal que me porto”. A veces

consigue controlarse y no hacerse daño porque va a casa de uno de

los hermanos con el que se lleva mejor y le dice lo que piensa sobre

sus deseos de herirse. “En esos momentos me encuentro bien, siento que he

sido capaz de controlarme de no hacerme daño”. Contar lo que le sucede es

algo que le cuesta mucho, algunas cosas las comenta con su hermano

o su padre, pero hay muchas otras que sólo se las cuenta a una de
las enfermeras del centro “sólo le cuento lo que me pasa a ella, con ella si

tengo confianza, lo sabe todo de mí”.

María apenas tiene amigos, solo recuerda haber tenido tres ami-

gos de verdad. Uno de ellos lo perdió por una discusión y con la

otra mantiene una relación cordial, pero no se ven apenas, se llaman

por teléfono de vez en cuando, pero la realidad es que esta amiga la

evita. “Sé que a veces soy muy pesada, me gustaba estar tanto con ella que ne-

cesitaba hablar y verla a todas horas, por eso ha habido días que la he llamado

por teléfono a las 3 de la madrugada y ella se ha enfadado conmigo, así que

ahora estoy sola”. No sale con amigos, solo sale con sus padres, lo que

hace que los sentimientos de inutilidad sean cada vez más impor-

tantes. “Aquí en hospital de día hay otras compañeras que me dicen que son85

mis amigas, pero yo sé que no lo son, en el centro yo no tengo amistades, ser

amiga es una cosa y ser compañera es otra muy distinta. Para mí la amistad es

muy importante”. Cuando le pregunto qué es para ella la amistad, me

dice que amigo es el que se preocupa por una persona... el que está

ahí en los buenos momentos y en los malos. Con voz muy triste me

dice que ella no tiene nadie que haga esto por ella. Que hay que saber

darse a los demás. María es una mujer capaz de amar intensamente

pero también de odiar del mismo modo en un margen corto de

tiempo. Algo que le conlleva problemas con los demás, pero sobre

todo consigo misma.Con su familia se lleva bien, aunque confiesa que no siempre es

así, puesto que las lesiones que se autoimpone dificulta mucho las

relaciones familiares. Ningún miembro de su familia comprende por

qué lo hace, rechazan el comportamiento y se enfadan con ella

cuando lo repite. Piensan que todo lo hace simplemente por llamar

la atención. La relación familiar empeoró cuando un día María ante

una situación que ella consideraba insostenible (no quería permane-

cer más tiempo en un lugar al que le habían obligado ir) los amenazó
con cortarse las venas si no le dejaban irse a casa y al no conseguirlo

cumplió su amenaza sin importarle que su sobrino de siete años es-

tuviese delante. Ella sabe que estos comportamientos dificultan que

los que la rodean y la quieren entiendan lo que hace, pero dice no

poder evitarlo.

Ha tenido tres intentos de suicidio considerados por ella como

“serios” con idea firme de matarse. Tomó pastillas y alcohol, las tres

veces la sorprendió la madre debido a la vigilancia tan grande a la

que María está sometida. Le practicaron lavados de estómago, pero

ella seguía pensando siempre el modo de seguir intentándolo porque

no se encontraba bien consigo misma, incluso pensaba que ella no

tenía derecho a vivir, a ser feliz. El resto de autolesiones que María

se ha aplicado han sido sin intención de suicidio.

El sentimiento de culpa es una constante a lo largo de su vida, se

siente culpable de la enfermedad que tiene y del sufrimiento que les

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está causando a sus padres. Se castiga a sí misma haciéndose res-

ponsable de todo lo que le está sucediendo. “No tengo ganas de nada,

solo de hacerme daño, de morirme, la vida no vale una mierda. Sé que lesionarme

no es la solución, pero lo hago cuando no estoy bien, y me encuentro muy mal

cuando lo hago porque sé que mis padres sufren, pero es el único modo de ali-

viarme la rabia que siento. No puedo evitarlo, porque siento rabia por como

estoy, porque no valgo nada, porque valgo una mierda ME QUIERO

HACER DAÑO, SUICIDARME, MORIRME” son gritos de auxi-

lio de María, gritos dirigidos a sus familiares, a los profesionales sa-

nitarios que trabajan con ella a diario, a los que están cerca cuando

ingresa, gritos silenciados porque son considerados llamadas de

atención. Hay que modificar el modo de comportarse, la modifica-


ción de conducta sigue prevaleciendo por encima de la atención a la

aflicción. Sería importante tener en cuenta nuevos enfoques que ayu-

den a la persona aquejada a que tome conciencia de lo que le sucede,

en el momento presente y una vez conocido e identificado que sea

capaz de aceptarlo. Marsha Linehan (2003) asegura que las personas

aquejadas de TLP tienen que aprender a tomar conciencia plena de

su experiencias sensoriales, emocionales, cognitivas, y conductuales

como primer paso para poder descubrir y validar lo adaptativo y

poder sustituir las conductas inadecuadas o problemáticas por otras

más adaptativas. María necesita ayuda para saber aceptarse, para po-

derse valorar como persona, para darse la importancia que realmente

tiene.

Escribe poesía, escribe sobre lo que ama, sobre lo que le entris-

tece, sobre la vida, sobre su enfermedad, sobre la muerte. El arte de

escribir sobre los sentimientos que tiene ante la vida, le supone una

vía de escape, que a veces le ayuda a canalizar las ideas de hacerse

daño, pero no siempre lo consigue, puesto que son muchas veces

las que la necesidad del corte para disminuir la ansiedad es tan

grande que recurre directamente a ella. Aun así, María comenta que

la escritura le ayuda a dar un sentido a su vida. Utiliza la poesía como

medio de solicitud de ayuda ante lo que le sucede, como forma de

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expresar la inconformidad ante un amor, un castigo, ante lo que su-

pone estar enferma. Cuenta por escrito lo que su boca calla, lo que

manifiesta mediante las heridas que se autoinflige.

Es consciente de la enfermedad que tiene, ha preguntado en psi-

quiatría qué es la enfermedad diagnosticada y también ha buscado

en internet qué es lo que le pasa. Cuando se le diagnosticó la enfer-


medad sintió mucho miedo, miedo a “que mi enfermedad fuera para siem-

pre, que no se curara nunca, que toda la vida estuviera como estaba hace unos

tres años, con ganas de morirme y no vivir… aunque la verdad es que voy para

atrás como los cangrejos. Porque mira lo que me he hecho esta semana… -en-

señándome una herida que se hizo en el abdomen-. Lo he hecho porque

no estoy bien, y me encuentro muy mal cuando lo hago porque sé que mis padres

sufren, pero es el único modo de aliviarme la rabia que siento. Tengo mucha

rabia por ser como soy, por estar como estoy, porque no valgo nada, porque valgo

una mierda, no merece la pena vivir así, siempre pensando en el modo en que

pueda hacerme daño”.

Asocia su enfermedad con un problema de abusos que sufrió du-

rante dos años por parte de un cuñado suyo. Nunca le ha contado

esto a nadie porque dice que no quería destrozar su familia y porque

además está segura que nadie la iba a creer y aumentaría la falta de

comprensión hacia lo que a ella le pasa. No pensaba que aquello le

pudiera haber hecho tanto daño más allá del que físicamente y emo-

cionalmente le había causado que una persona mantuviera relaciones

sexuales con ella de manera obligada y además siendo miembro de

su familia. “Me amenazaba con contarle a todos que la culpa había sido mía,

que yo le había provocado y que todo eran invenciones mías, y yo por eso ya

empecé a hacerme heridas, muy pequeñas, pero ya no me comportaba igual, dejé

de ser tan alegre como antes, me daba golpes y mi familia sufría cuando me veía

así. Sin embargo mi cuñado era mayor que yo y se controlaba muy bien, era

muy correcto con todos, muy cariñoso con mi madre, siempre le soltaba algún

cumplido que a ella le hacía feliz ¿quién me iba a creer a mí, a la mentirosa, a

la que parecía que estaba amargada, la triste, quién? Todos me cuestionan lo

que hago, no soy una persona de fiar, dicen que no tengo palabra. Si llego a con-

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tarlo rompo la familia.” ¿Pero María y lo que sientes tú? “Eso no le im-

porta a nadie, solo a mí, lo pasé muy mal porque es muy fuerte que te hagan

esto cuando tienes 16 años pero sabía que no lo podía contar, nuestra familia

estaba muy unida y les hubiera dado un disgusto a todos, no me lo hubieran

perdonado, además, ya te he dicho que no me habrían creído, según ellos no soy

una persona de fiar”.

Aunque estaba muy asustada ante el diagnóstico de TLP no

buscó otros métodos alternativos a la medicación. “Cuando estoy in-

gresada y voy mejor, o en hospital de día hacemos relajación y sé que viene bien,

pero a mí no me ayuda, pero a mí no me viene bien porque yo no me relajo…

me pongo más nerviosa. Me dicen que me imagine en una playa y yo soy inca-

paz… no lo consigo por más que lo intento”. Le pregunté; “María ¿qué

estás pensando cuando haces la relajación?” “En hacerme daño, todo

gira alrededor de eso, no me preocupo más que como poder hacerme daño y en

que parte del cuerpo hacérmelo”. No ha buscado medios sobrenaturales

ni religiosos para tratar de que le curen la enfermedad, no es que

tenga mucha confianza en el tratamiento que lleva, prácticamente

está resignada con el modo en que le tratan.

Ve la enfermedad como una mierda, me dice “Perdona por la pala-

bra... Pero es una mierda”. María no piensa en su futuro, pero cuando

le pregunté por él me contestó que ella vive el día a día: “Creo que no

voy a llegar al futuro, aunque a lo mejor consigo suicidarme antes algún día. No

me he planteado que puede pasar con mi futuro... sé que te puede resultar triste

pero es la verdad. No me veo mejor que hace unos años, he mejorado un poco

pero no tanto… me sigo haciendo daño como antes (entre lágrimas me dice)

no valgo nada de nada… no mejoro nada. Sigo pensando todo el día en cómo

hacerme mucho daño… no puedo hacer otra cosa… cuando me encuentro bien…

pienso que algo estoy haciendo mal… porque yo no tengo derecho a disfrutar de

la vida.” Cuando ante esta afirmación le pregunto por qué piensa de


este modo me dice que ha hecho mucho daño en los pocos años

que lleva enferma y tiene que pagarlo. ¿María, y no crees que te me-

reces otra oportunidad para disfrutar? “A veces pienso que sí… pero…

la mayoría de las veces creo que no.”

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Cuando le diagnostican la enfermedad, ella no le dio demasiada

importancia, pensaba que no era nada, que era como si tuviese un

resfriado que tomando pastillas se te iba. Tiene una visión inicial de

la misma como algo que pasa, pero resultó ser un lugar sin salida,

un infierno como ella lo llama. Cuando vio que la necesidad de au-

tolesionarse aumentaba y cada día lo hacía con más frecuencia, se

dio cuenta de que no era como los resfriados y buscó información

en la red, y “vi que iba a ser para toda la vida y me puse a llorar… yo ya lo

vi como una enfermedad que podía ser para toda la vida y claro… yo no quería

eso… porque yo que sé… tan joven… ¿ por qué a mí? no entendía porque…

joder… porque hacía de sufrir, me hacía de sufrir a mí y a mi familia, ¿por

qué?” Hace una narración de la etiología de la enfermedad, este pre-

guntarse por qué a ella y no a otro, la búsqueda de respuestas a lo

que le pasa, a la causa que le provoca la enfermedad: “Me hacía muchas

preguntas a mí misma, por qué esta enfermedad y por qué estos síntomas, no sé,

es que no la entiendo esta enfermedad… directamente no la entiendo.”

Las visiones que tienen de ella las personas que están a su alre-

dedor no ayudan a que ella se encuentre bien consigo misma, no

confían en ella, no quieren que el único sobrino que tiene pase

tiempo con ella por miedo a que se pueda hacer daño de nuevo de-

lante de él, o aún peor que ella se lo haga a él. Esto es algo que a

María le duele mucho, pero lo escuchó en una conversación de su

hermano y su cuñada, esta última era quien le planteó al hermano la


prohibición de que le dejase a su hijo con ella porque tenía miedo

que en uno de esos episodios de rabia que tiene y en los que pierde

el control le pudiera hacer daño a su hijo. También piensa que las

amigas que tenía no quieren salir con ella por vergüenza o por

miedo, no lo sabe muy bien, pero el caso es que no le llaman ni van

a buscarla, la enfermedad le está provocando desencuentros sociales

importantes que le afectan a una esfera muy importante en su vida,

porque una de las cosas que refiere desde la primera entrevista, es

que a ella le encanta estar con la gente y tener muchos amigos y sen-

tirse muy querida.

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¿Qué es lo que más te cuesta entender del TLP? “Todo, no entiendo

nada. Mi padre si me entiende, pero mi madre no comprende porque unos días

estoy muy bien y otros días estoy cortándome… no lo entiende… ni mis herma-

nos… no lo entienden… porque unos días estoy tan alegre y al otro día estoy

intentado suicidarme o cortándome no lo entienden y no les culpo por ello porque

a mí me pasa igual, yo misma no me entiendo.”

Para María, ser una TLP, como ellos se refieren a sí mismos, es

una mierda, una mierda que no te deja vivir tranquila, “que me duele

el pecho, que tengo ansiedad que no duermo bien… que saca lo peor de mi misma,

que me hace sentirme mal conmigo y con el mundo. Me siento fatal por lo que

hago, pero no lo puedo evitar, me alivio cuando lo hago, me siento bien, tengo

menos rabia por lo que me pasa. Que ya no soy la misma que antes… que la en-

fermedad no me deja ser la que era… que me ha quitado mi sitio…” Ese lugar

donde María podía y disfrutaba de la vida, de sus padres, de sus her-

manos, de su familia. Un lugar donde ella cree que nunca va a volver.

No se imagina su vida sin la enfermedad, y si no la tuviera, le

gustaría llevar la vida que llevaba antes, dicho por ella le gustaría lle-
var una vida normal. “Para mi tener una vida normal, es reírme con mis

amigos, irme con ellos a cenar y de fiesta. Hablar con mis padres, reírme, viajar,

estudiar, trabajar, lo que hace toda la gente cuando está bien, no como ahora

que estoy fatal, que no me rio, que no tengo ganas de vivir… de lo único que

tengo ganas es de dormir… me pasaría durmiendo todo el día para no pensar

en hacerme daño y en qué parte del cuerpo hacérmelo. A veces, me veo como un

compañero de hospital, que se han muerto sus padres y está solo, sin ningún

amigo y sin ninguna relación, pues así me voy a ver yo.”

Son muchas las ocasiones en que María se ha hecho daño, aunque

no siempre que se lo ha infringido ha tenido intención de matarse.

Afirma que solo una de ellas lo hizo conscientemente para acabar

de una vez con todo, lo hizo mezclando pastillas y alcohol, por un

error de cálculo en la hora de llegada de un familiar, éste la encontró

y llamó a urgencias. Para ella supuso una prolongación de su tortura,

tortura a la que le hubiera gustado poner fin. El resto de las veces,

lo hacía controlando que siempre apareciera una persona (un fami-

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liar) que pudiera llevarla al hospital o llamar a la ambulancia antes

de que estuviera grave. Quizás esto tenga que ver con lo que ella

afirma sobre las necesidades que tienen las personas diagnosticadas

con TLP, según María necesitan que les hagan más caso, que les tra-

ten como personas que son y no como enemigos.

Me cuenta los ingresos que ha tenido, todos han sido de forma

voluntaria y aunque se ha sentido aislada, estaba aliviada porque allí

no podría hacerse daño. Pero este último ingreso que ha tenido ha

sido por orden de la psiquiatra, y no lo ha vivido nada bien. “Dice

(se refiere a la psiquiatra) que amenacé a un profesional del centro y no era

verdad, yo solo pedí ayuda para que hablase conmigo porque tenía tantas ganas
de hacerme daño que le dije que por favor… que hablase conmigo para poder

desahogarme con ella, pero me dijo que en ese momento no me podía atender,

que ya hablaríamos otro día, yo me enfadé, así que me ingresaron. Creo que

como castigo, aunque también he pensado que podía haber sido porque me han

visto mal y para evitar que me hiciera daño. Pero aun así, lo he pasado fatal,

me quería ir, pa’ mi eso era un infierno y me quería ir… no lo soportaba porque

estaba sola, no podía hablar con nadie… si hablaba me llamaban la atención…

si iba al baño tenía que ir con alguien… eso era… no podía… no lo sopor-

taba”.

Le pregunto sobre las necesidades que tienen las personas con

su diagnóstico, y en concreto sobre las necesidades que ella tiene

para encontrarse bien, y me contesta que necesitaría una pastilla mi-

lagrosa o un liquidito… “que me lo tomaría y no me despertara nunca…

esa es la forma de que se acabarían mis problemas… así dejaría de pensar, de-

jaría de hacerme daño, dejaría de hacer de sufrir a mi familia… dejaría de…

de todo… (Se ríe, pero se aprecia cierta pena en su voz) y yo creo que

sería hasta feliz… Eso es lo que pediría… si lo tuviera a mi alcance eso es lo

que haría.”

María ¿tú piensas que esa es la única solución que tienes? Afirma

con rotundidad, “Sí, para mí sí, cada día estoy peor y no veo solución alguna

a lo que me sucede.” No aprecia la mejoría del tratamiento, sino que

además todo lo que hace (toma de fármacos, asistencia a hospital

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de día, ingresos, etc.) no dan su fruto y no ve ningún futuro en su

vida siendo TLP. “Con el tratamiento que llevo de pastillas y lo que hago

aquí en el centro se supone que tenía que mejorar, pero las heridas que me causo

son cada vez más grandes y frecuentes, o sea que algo está fallando, o soy yo o es

el tratamiento, y la verdad es que creo que soy más bien yo, ¿cómo se va a equi-
vocar los que saben del tema?” Maria, tu enfermedad es difícil de com-

prender no solo para ti como tú dices, también para las personas

que están a tu alrededor, tienes que tratar de confiar en ti un poco

más de lo que haces. “Si, si lo intento, pero a veces me doy asco de cómo soy

a mí misma y entonces ya he perdido lo poquito bueno que rara vez veo en mí”.

María se niega cualquier oportunidad para disfrutar. Los senti-

mientos de culpa que tiene ante lo que hace son tan fuertes que ni

siquiera se permite el derecho al disfrute y mucho menos al amor.

Hasta hace unos días salía con un chico que fue compañero suyo de

terapia, pero ella ha decidido dejarlo a pesar de que sigue sintiendo

algo por él porque dice que ambos están enfermos y que no “pin-

tan” nada juntos porque cualquier día ella se da un corte o un golpe

y él que hace sin ella, “¿Sufrir? Pues no, no quiero que nadie más sufra por

mi culpa, bastante sufro ya yo”.

Cuando he hablado con María de estos temas amorosos, he visto

que le cuesta iniciar relaciones íntimas y afectivas con otros que ten-

gan cierta estabilidad. Aunque siente la necesidad de sentirse querida

no se permite el disfrute de las relaciones iniciadas o a punto de ini-

ciarse, se centra en el sufrimiento que ella piensa que tarde o tem-

prano esa relación le va a provocar.

Durante los días de entrevista que he mantenido con ella, son

muy pocas las ocasiones en que me habla de forma positiva de su-

cesos que le hayan pasado. Únicamente cuando se refiere a su so-

brino se le cambia un poco la expresión facial y se le ve contenta.

Pasa mucho tiempo con él y eso le gusta, pero en cuanto recuerda

lo que hizo delante de él, de nuevo se ensombrece su expresión. Me

dice que tiene un cacao en la cabeza que no sabe ni cómo actuar en

muchas ocasiones. Pero no se lo cuenta a nadie, tampoco lo escribe,

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se lo queda todo para ella a pesar de reconocer que no le viene bien.

“A veces he contado cosas y luego me arrepiento de haberlo hecho, como por ejem-

plo cuando le conté lo del abuso a la enfermera con la que me llevo tan bien de

la unidad, me tenía que haber callado, tengo que aprender a cerrar la boca y no

decir muchas cosas.” En algunos momentos ha tenido deseos de con-

tarle a su padre o a su madre lo que le pasó, pero decidió no hacerlo

porque estropearía a la familia. “Prefiero yo ahorcarme antes que decir

na’… aunque sé que callarme tanto tiempo me hace daño”.

Las entrevistas con María tuvieron que terminar antes de lo de-

seado por ambas partes porque fue dada de alta de hospital de día,

y aunque ella se mostraba encantada de seguir viniendo las veces

que hiciese falta a seguir hablando conmigo aunque fuese fuera de

la institución sanitaria, sus padres no lo veían claro y no se lo per-

mitieron

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