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2. Apertura a Dios: María está disponible, abierta a lo que Dios quiera de ella. Es una
actitud que expresa disposición para hacer proceso, para hacer camino. No es
estática sino dinámica. Implica estar atenta a la manifestación de la voluntad de
Dios en los acontecimientos de la vida y en las personas.
La inserción sólo es posible desde la disponibilidad y apertura a la voluntad de
Dios. Una disposición dinámica, dispuesta a hacer el camino desconocido por el
que Dios va llevando.
María se sorprende ante la irrupción de Dios en su vida. Está
atemorizada. Luego se sosiega porque intuye su presencia amorosa. Sin
tener todas las respuestas a sus dudas, ella se fía y se ofrece a Dios que le
infunde confianza. (AR 51)
4. Atenta a las necesidades: Visita a Isabel para ayudarla, intercede en Caná a favor
de los esposos. Las necesidades son para ella un llamado de Dios a actuar. Es el
rostro de Dios presente en el necesitado. Este estar atenta es expresión de
sensibilidad, de ponerse en lugar del otro. Es además presencia entre quienes tienen
necesidades. Es sentir el llamado de los demás. Es fraternidad y solidaridad.
La inserción es hacer vida con necesitados, porque ellos son rostro de Dios que
llama y habla. Es hacerse partícipe de sus necesidades y luchas, de sus avances y
retrocesos. Exige sensibilidad, cercanía, presencia.
En las bodas de Caná, María es sensible a la necesidad que surge y con
discreción dispone lo que hay que hacer… Las palabras que dice a su
Hijo: No tienen vino, manifiestan su deseo de atraer la atención hacia los
que están necesitados. (AR 113)
5. Acepta la prueba: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y…” María vive la
comunión con el crucificado y con la cruz. La actitud de María junto a la cruz es la
de quien comparte, ofrece y espera. Junto a la cruz María comprende que para esa
hora había venido Jesús al mundo. Presencia que exige un costo humano: acepta el
dolor de la muerte del Hijo, y con su dolor se hace partícipe de la acción salvadora.
Y sufriendo al pie de la cruz adquiere una nueva maternidad.
El camino de la inserción exige un costo humano. Es prueba, cruz, dolor, muerte.
Abre a maternidades y paternidades nuevas.
7. Vive en esperanza: Como miembro del pueblo de Israel, María vive en esperanza:
espera la venida salvadora del Mesías. La esperanza de María nace de la confianza
en la voluntad salvadora y fidelidad de Dios. Una voluntad que es dinámica, que se
va manifestando en los hechos y circunstancias de la vida. Hechos y circunstancias
que se convierten en expresión de la voluntad de Dios. “Dios lo quiere” y es
siempre fiel. Una fidelidad que mantiene viva la esperanza. Esperanza que la lleva
a ponerse en las manos de Dios, a estar atenta a los signos, manifestación de Dios en
las personas y hechos de la vida; manifestación en la debilidad y en los débiles, en
la pobreza y en los pobres. Esperanza que es dinamismo de vida y de
descubrimiento de la voluntad de Dios. Esperanza que adquiere plenitud de
expresión en el reconocer la acción de Dios en la propia vida y en la vida de los
demás. El canto del Magnificat es expresión de esta esperanza de María:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi
Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones
me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:¡Santo es su Nombre!
Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia.
Dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los
poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de
su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus
descendientes para siempre.
Vivir inserto es cultivar una actitud de dinamismo gozoso, disponibilidad, búsqueda
de la voluntad de Dios, confianza y mirada atenta sobre la historia.
María inspiró a Marcelino el estilo de estar en la misión. Ella acogió al
Espíritu Santo en la Anunciación y dio una respuesta inmediata a las
necesidades de Isabel. Con ello nos muestra que tanto la contemplación
como la acción son elementos indispensables de la espiritualidad. Las
actitudes de María constituyen la base de todas nuestras acciones:
escucha, espera paciente, sencillez, cultivo de la interioridad y
disponibilidad a la voluntad de Dios. (AR 131)
María es Buena Madre y rostro materno del Padre, rostro femenino de Dios.
María es madre, manto, cobijo, protección, en medio de tantas luchas. En la revolución de
1830, la Buena Madre es para los hermanos compañía cotidiana, presencia protectora.
Buena Madre es también presencia en el pueblo, así la llaman en nuestros barrios,
madrecita, la santa madrecita. Ella está siempre acompañando. La inserción marista asume
la dimensión mariana de la vida sencilla. Se inspira en la mujer María de Nazaret,
entregada, denunciadora, profética. Y asume también la religión popular que invoca a
María como madre, rostro maternal de Dios, madre acogedora y protectora, madre que
bendice y ama.
María es nuestra Madre: mujer sencilla y humilde del pueblo que se hace presente en el
rostro de tantas mujeres de las comunidades donde vivimos: Italia, Emilia, Ramona, Sra.
Rosa, por sólo nombrar algunas. María es la madre siempre atenta que nos inspira, nos
acompaña y nos ayuda a ser hombres cercanos, atentos, amables y respetuosos de la mujer
popular.
La relación de Marcelino con María estaba profundamente marcada por
una afectiva y total confianza en Ella, a quien veía como “Buena Madre”,
porque suya era la obra que había emprendido. Él nos dejó escrito: Sin
María no somos nada y con María lo tenemos todo, porque María tiene
siempre a su adorable Hijo en sus brazos o en su corazón. Esta
convicción lo acompañó a lo largo de toda su vida. Jesús y María eran el
tesoro donde Marcelino había aprendido a poner su corazón. Esta íntima
relación ayudó a modelar la dimensión mariana de nuestra
espiritualidad. (AR 25)
1.- Champagnat fue un sacerdote sencillo, del pueblo, que supo impulsar un
sueño que jóvenes campesinos, sencillos como él. La mayoría de nosotros somos hijos del
pueblo, provenimos de familias sencillas, campesinas, indígenas o de zonas urbanas. Como
Marcelino y los primeros hermanos hemos sido llamados de las entrañas del pueblo, para
vivir en él siendo testigos de la buena noticia de Jesús.
Nuestros orígenes fueron modelados por la atenta relación entre un
joven sacerdote rural y un grupo de muchachos que vivieron en un
tiempo de gran turbulencia social. (AR 2a)
La primera generación de hermanos se componía de jóvenes procedentes
de entornos parecidos al de Marcelino. Todas estas circunstancias
providenciales generaron una espiritualidad sin complicaciones, con los
pies en la tierra. (AR 34)
2.- El joven Montagne. Ya el XIX Capítulo General reflexionó con seriedad sobre
el asunto. Nos propuso la experiencia Montagne como raíz de la experiencia de solidaridad
en el corazón de Marcelino. La solidaridad con los excluidos que el hermano marista quiere
vivir en la actualidad, hunde sus raíces en esta experiencia profunda de Marcelino
Champagnat, en su experiencia de encuentro con el joven Montagne, que trastocó su
corazón. La experiencia de Dios que Champagnat realizó allí, lo impulsó a romper
fronteras, a responder desde Dios a la realidad social y religiosa de su tiempo. Champagnat
vivió en carne propia el sufriendo ajeno y vio allí la presencia de Jesús y la invitación a un
compromiso de transformar la realidad. Marcelino se encuentra con el joven Juan Bautista
Montagne. Marcelino sufre con el joven, vive el drama de no saber nada de Dios. Se
compadece con el abandonado. Esta experiencia le mueve el corazón hacia el joven pobre.
En este proceso entabla una comunicación con Juan Bautista: “¿Qué sabes de Dios?”.
Pregunta que genera una respuesta. Por lo tanto una sintonía con el otro. Vemos algunos
elementos de la inserción Marista en este pasaje de la vida de Marcelino: el joven pobre es
hijo de Dios por lo tanto merece mi respeto y mi veneración, se comunica con el que sufre
de igual a igual (no impone sus criterios), se deja interpelar por la vida del más necesitado.
La experiencia Montagne se vuelve a dar una y otra vez en el rostro de los niños y
jóvenes de nuestras comunidades populares que nos siguen gritando con sus vidas. Niños y
jóvenes excluidos, pobres, pero llenos de vida, alegría e ilusión con ganas de vivir y seguir
adelante.
En el encuentro de Marcelino con el joven moribundo Juan Bautista
Montagne vemos la impresión que le causó contemplar a un muchacho
que se hallaba en los últimos momentos de su vida y no conocía el amor
que Dios le tenía.
Este episodio fue para Marcelino una llamada de Dios. Su compasión le
movió inmediatamente a poner en práctica su intuición fundacional:
¡Necesitamos hermanos! A los cuatro meses de su ordenación sacerdotal,
esta experiencia evidenciaba las necesidades que acuciaban a los jóvenes
y confirmaba la idea de darles respuesta a través de un grupo de
abnegados evangelizadores. Ellos llevarían la buena noticia de Jesús a
quienes estaban en los márgenes de la Iglesia y la sociedad. (AR 8b.9)
3.- La casa de La Valla. La casa de La Valla es una casa sencilla de pueblo, una
casa en la que Champagnat va acomodando los espacios mínimos para que puedan vivir los
jóvenes a quienes ha invitado para ser catequistas, para ser jóvenes hermanos. Champagnat
pronto decide vivir con ellos, fabrica la mesa y los muebles necesarios… de modo que la
vida sencilla es uno de los rasgos más característicos de Champagnat y sus hermanos. Se
muestra como padre, no es el párroco, alejado, distante, no es el coadjutor que domina a
unos muchachos a su antojo; es padre cariñoso, es padre orientador, es padre que ayuda a
discernir la vocación de hermanos. La primera comunidad de hermanos, La Valla, fue
una comunidad entre la gente de esa población, no era un monasterio en su sentido
tradicional. Tenían vecinos, trabajaban para mantenerse, cuidaban la casa, cocinaban, se
formaban y llevaban adelante la misión de anunciar a Jesús a los niños y jóvenes pobres del
campo. La relación del Padre Champagnat y de los primeros hermanos con la gente, les
hizo sensibles, más atentos a las necesidades del otro, les hizo ser más compasivos y
solidarios, les invitó constantemente a compartir sus bienes, incluso aquellos que
necesitaban, y todo esto ocurría porque vivían directamente en el lugar del pobre. La Valla
es casa de pueblo, La Valla es casa de vecino, La Valla es familia en medio de familias, La
Valla es inserción en tiempos de crisis, La Valla ilumina nuestra inserción. La tradición
maristas nos da elementos para seguir viviendo esa vida sencilla en medio del pueblo, y es
la experiencia de los primeros hermanos en La Valla, con medios sencillos y en relación
con la comunidad del entorno.
Esta comunidad nos habla de pueblo pobre: los primeros hermanos no tenía una
gran formación académica, pero si un gran corazón, hombres que trabajan la huerta y
fabrican clavos para ganarse su alimentación y cubrir sus necesidades, viven un sentido de
familia y de hermandad, no son ajenos a la realidad del joven pobre de la Valla y de los
pueblos vecinos, se preparan para servirles y ayudarlos a tener una vida digna según los
valores del evangelio de Jesús al estilo de María.
Hombres sencillos y sin formación, vivían con gran sencillez y unidad.
Su jornada transcurría aprendiendo a leer, escribir y enseñar, y
trabajando con sus manos para sostenerse económicamente. Vivían en
medio de la gente y compartían su suerte. (AR 3)
Marcelino y los primeros hermanos estaban unidos en mente y corazón.
Sus relaciones estaban marcadas por el calor y la ternura. En sus
reflexiones sobre el vivir juntos como hermanos vieron apropiado
comparar el espíritu de su vida comunitaria con el de una familia. (AR
30)
Hemos querido llevar adelante un estilo parecido, pero con ritmo y sabor
venezolanos, entramados en una comunidad popular, desarrollando relaciones populares de
vecindad, participando en lo posible de los procesos de la comunidad sin querer sustituir el
papel de sus líderes y evangelizando de diversas maneras a los niños y a los jóvenes.
Nuestro pueblo pobre vive de su trabajo (muchas veces muy mal pagado); sin mucha
formación en las Universidades, nos enseña que la vida se juega en el compartir lo poco
que se tiene.
La madre es centro en las familias de Venezuela, todos giramos en torno a ella, nos
hacemos hermanos y nos mantenemos unidos porque ella nos impulsa. También la Valla
tiene una madre que es el centro de la Comunidad: “María”. Ella nos moldea con sus
actitudes de servicio al necesitado. En el mundo indígena se tiene un sentido de lo
trascendente en la vida cotidiana, podemos decir que era el mismo sentido que quiso
Marcelino para sus primeros hermanos de la Valla. Los hermanos en la Valla estaban en
medio del pueblo pobre.
Como en La Valla vivimos el espíritu de familia: damos testimonio de una familia
de iguales, la familia del Evangelio, construyendo familia con la comunidad humana entre
la que vivimos, uniéndonos a sus vidas, haciendo parte de su trama humano-cultural,
entretejiendo una familia más amplia que la de la sangre, familia en luchas comunes, en una
vida mejor y abundante para superar las amenazas de las situaciones de riesgo.
De nuestro espíritu de familia surge una espiritualidad que es
intensamente relacional y afectiva... Entre los maristas de hoy, con una
amplia presencia de mujeres, la imagen de hermana ha enriquecido los
modos en que nos relacionamos y definimos nuestro apostolado.
Esencialmente nuestra relación con los demás consiste en ser hermano y
hermana para cada uno. (AR 31)
Marcelino dio a los primeros maristas de La Valla el nombre de
“hermanos”. Él creía en la fuerza del amor que sana las heridas y
construye fraternidad. Atraído por un amor que no conocía fronteras, se
sentía impulsado a ser un hermano para todos. (AR 138)
De la misma manera, la mesa de La Valla es también hoy un símbolo
poderoso de familia y servicio para la comunidad que Marcelino creó.
Esa mesa, hecha por el propio Marcelino, puede contemplarse como la
encarnación de sus esfuerzos por crear una comunidad dedicada al
Señor. Más aún, con el fin de compartir más íntimamente la vida con los
primeros hermanos, el Fundador abandonó la relativa comodidad de la
casa rectoral para irse a vivir con ellos. La vida en común, expresada
como espíritu de familia, es parte integral de su visión. (AR 92)
Al conocer el nombre del barrio “El Cristo”, y después de haber acompañado a los
hermanos de esta comunidad hasta su casa en lo profundo del barrio, un hermano comentó:
este es el Cristo de los infiernos. Así es. Es el Cristo que descendió a los infiernos y que
confesamos en el credo. Al infierno del dolor del pueblo. Cristo se hizo solidario del
infierno en la tierra que tantos padecen. Y que el pueblo vive en el subir y bajar cotidianos,
en el cansancio del trabajo, en las dificultades económicas, en los servicios deficientes…
Nuestro barrio es El Cristo.
Y es posible verlo cada día
subiendo al Gólgota
o bajando a los infiernos...
Al pie de la Cruz nos quedamos sobrecogidos ante un Dios que nos ama
sin reservas. Allí le encontramos compartiendo el sufrimiento físico y
psicológico, la traición, el abandono y la violencia de los hombres y
transformando esas experiencias. De esa manera entramos en el misterio
del sufrimiento redentor y aprendemos la humilde fidelidad en el amor.
(AR 22)
Cristo crucificado es el signo y la más profunda expresión de un Dios
que es amor. (AR 30)
En la Cruz, nos asociamos con aquellos que se ven afectados por el
fracaso y el sufrimiento, y con los que luchan por el pan, la justicia y la
paz. (AR 24b)
Al tratar de hacernos presentes en el mundo de los niños y los jóvenes,
nos encontraremos a veces con la injusticia, el sufrimiento e incluso el
mal. Jesús nos invita a incorporar estas experiencias a nuestras vidas
como participación en su misterio pascual… (AR 143)
Con el corazón inclinado hacia los niños y jóvenes pobres, los apóstoles
maristas buscan respuestas concretas a su dolorosa realidad. (AR 144)
El altar cristiano no es lugar de aquél que se separa del mundo huyendo de él, sino
lugar desde el que se recoge el clamor del mundo en un grito que se eleva a Dios. El altar es
buen lugar para los hermanos que quieren vivir la inserción. Inserción es descubrir que la
vida entre el pueblo es altar, que el barrio es altar, que Dios anda allí muy cerca.
El Barrio, como un altar, es lugar de reflexión. Los tiempos se hacen aquí más
densos, más naturales. Se viven otros ritmos que los modernos. La espera del bus, el
desplazamiento al centro de la ciudad, entre los vecinos y sus historias... son ocasiones
importantes de reflexión. Frente a las vidas sufrientes y esperanzadas, o ante aquellas otras
destrozadas y sin salida; frente a la moral trastocada por situaciones límite; frente a cada
persona, en el encuentro cotidiano: ahí aflora la verdad que somos unos y otros. No
queremos ser ni santos de --- ni mediocres en humanidad, y hay mezcla de todo en nuestros
corazones. Y Dios nos ronda.
Sobre “las platabandas” de las casas (techos de bloque y concreto, esperando ser
acuerpados con una nueva construcción) hay quienes se sientan o pasean, conversan de
parejas y sexo, de política y trabajo, de sucesos de la ciudad, y observan el barrio, mientras
se toman un café, y se ilusionan con planes casi imposibles, o planifican acciones más
concretas. Son las reflexiones cotidianas.
El altar del Barrio invita a la sencillez y la simplicidad. Nada tan obvio. El no-
tener marca la vida del barrio. Las carencias pueden deshumanizar -cuando no se asumen
en paz o cuando son extremas-. Pero en muchos casos no es así. Las carencias dan densidad
a lo que se tiene y a lo que se vive. Dan densidad al tiempo. Se aprecia lo poco que se
necesita para vivir. Se agradece a Dios, se confía en El, se confía en los demás, en los que
han acompañado en las pruebas -familia y amigos-. Se aprende gratuidad, se aprende
libertad. La experiencia va diciendo que “pocas cosas son necesarias”. Y algo importante:
las cosas pasan a un segundo plano, y pasan al primero las personas, las relaciones. La
simplicidad consiste en esto: encontrarme con el otro vacío de cosas, tal como soy, con mi
verdad desnuda. Y esto se da en el barrio. Las relaciones son llanas. Nos vamos conociendo
sin máscaras: también en nuestros límites. La austeridad de vida nos hace a todos más
iguales, más fraternos, más capaces de descubrir la verdad de los demás.
Este mismo espíritu nos anima a adoptar un estilo de vida sencillo:
evitamos el consumismo, con su acumulación de los bienes disponibles y
el despilfarro de los recursos; nos sentimos responsables de la creación,
que es un precioso regalo de Dios a la humanidad. Esta actitud nos
impulsa a unirnos a otros en acciones necesarias para preservar la
naturaleza, para acrecentar la armonía entre la humanidad y la
naturaleza, y para colaborar con el Creador en la tarea de llevar la
creación a su plenitud. (AR 38)
Dios se nos revela a través de aquellos con quienes nos encontramos. Los
niños y jóvenes, los ancianos, los miembros de nuestras familias y
comunidades, los refugiados y prisioneros, los enfermos y quienes los
cuidan, nuestros compañeros de trabajo y vecinos, todos ellos son
espejos en los que se refleja el Dios de la vida y del amor. (AR 55)
EDUCACIÓN MARISTA E INSERCIÓN