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ESPIRITUALIDAD MARISTA EN INSERCIÓN

La inserción en medios populares es una novedad de poco más de cuatro décadas en


América Latina. Y esto como producto del deseo de volver a las fuentes del evangelio y a
las diferentes fuentes fundacionales de cada congregación; unido a los gritos crecientes del
pueblo sufriente de América Latina. Desde los años 60 se inició este caminar impulsado por
el Concilio Vaticano II y Medellín. Como en todo proceso, también en éste ha habido
sombras y luces.
A los Hermanos Maristas nos ha costado dejarnos llevar por este soplo del Espíritu
a la Vida Religiosa. A veces pareciera, y así hay quien lo dice abiertamente, que el tema de
la inserción no tiene nada que ver con el Carisma Marista.
Hay quienes han preferido quedarse en el piso superior de nuestros colegios.
Sabemos que existen los pobres; los vemos en las calles; en la obra social que hacemos con
los jóvenes; en las fundaciones de los colegios; en los medios de comunicación. Y hasta los
asomamos para sensibilizar a nuestros alumnos.
No obstante, hay preguntas que nos hemos hecho repetidas veces en Asambleas y
Capítulos. Estas preguntas nos han tocado en lo más profundo de nuestra Vida Religiosa
Marista: ¿Por qué no compartir la vida con los niños y jóvenes pobres? ¿Por qué no
entregar mi vida a los niños y jóvenes más pobres de mi país? ¿Por qué no padecer las
mismas dificultades y fortalezas del pueblo pobre? ¿Por qué no vivir en medio del pueblo
pobre de Venezuela? ¿Por qué no caminar junto al pueblo empobrecido?
Desde estas inquietudes hemos emprendido un camino de “ponernos en el zapato
del otro”, del otro-pobre. Intentamos hacer camino en medio del niño y joven pobre de
Venezuela. Nos encontramos con muchas dificultades: incoherencias a nivel personal
(muchas veces no somos coherentes con lo que decimos y hacemos), incomprensiones por
parte de nuestros propios hermanos, realidades de vida del mundo popular…
Para seguir en este camino hemos debido profundizar nuestra espiritualidad, y lo
hemos hecho desde nuestro ser marista. Con este documento queremos hacer un aporte
reflexivo, a partir de este camino vivido, para una espiritualidad marista en inserción.
Nuestra espiritualidad es contextual, encarnada. Se arraiga en una vida sencilla,
horizontal, vecinal, donde somos uno más junto a los otros, sin marcadas diferencias,
viviendo así las mismas situaciones cotidianas: el bus, la escasez de algunos rubros
alimenticios, la jornada laboral, la inseguridad, etc. Hay momentos en que la propia vida
está en situación límite, es frágil, impotente, pero a la vez, es don, es abundancia, es alegría,
es gratuidad.
Nuestra espiritualidad supone una antropología y una misionología. Al pobre lo
descubrimos, no exclusiva ni prioritariamente como necesitado, sino como compañero de
camino que ofrece cada día su compromiso de liberación. Vivir en medio popular nos
aporta un nuevo concepto de persona y de sociedad, y nos ofrece un objetivo claro y
preciso para nuestra misión y presencia en medio de los Pobres: el Reino de Dios. Nos
permite mirar de frente el mal, la soledad, la incomprensión, el rechazo, sin escandalizarnos
y sin dejarnos aplastar por ellos.
Nuestra espiritualidad tiene sentido desde Jesús y desde el pobre. Desde el Pobre
Jesús. Jesús se encuentra en el pobre. Jesús es Alguien que se hizo igual a él, que es su
compañero de camino y que le ofrece continuamente su liberación. El pobre nos enseña que
a Jesús se le encuentra en la vida, en los acontecimientos y sobre todo en las personas; que
es Él quien nos impulsa a un compromiso liberador, a una lucha para cambiar la sociedad y
hacer un mundo más humano. Descubrimos a Jesús frecuentemente en aquellos hombres y
mujeres que quieren organizarse para transformar la realidad del barrio, que les duele el
vecino enfermo, sin empleo, etc.
Desde estos rasgos de la espiritualidad típicos de toda inserción queremos avanzar
un paso más, apuntando las especificaciones más propiamente carismáticas maristas que
alientan nuestra espiritualidad en inserción.
Considerando el rico aporte del documento Agua de la Roca que se nos propuso a
los hermanos para profundizar y hacer camino en nuestra espiritualidad, lo citamos cuando
permite aclarar nuestras propias elaboraciones.
ACTITUDES E INSPIRACIÓN MARIANAS

La vivencia de las actitudes marianas nos ayuda a vivir la espiritualidad de la inserción:


1. Experiencia de la presencia de Dios en la vida: Las palabras de María: “ha
mirado la pequeñez de su esclava” son expresión de la experiencia que tiene de la
presencia de Dios en su vida. María proclama en su canto su experiencia: ha sido
mirada por Dios. María ha captado que Dios se ha fijado en ella y lo ha consentido.
Siente la mirada de Dios como una llamada. La mirada de Dios es creadora, suscita
y sugiere, interpela. Es reveladora y transformadora.
La inserción requiere sentirse servidor, pequeño, necesitado de la mirada de
Dios. Requiere experiencia personal de Dios que motiva, interpela, revela y
crea.
Con María experimentamos la vida como un don maravilloso de Dios:
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho
obras grandes por mí. (AR 66b)

2. Apertura a Dios: María está disponible, abierta a lo que Dios quiera de ella. Es una
actitud que expresa disposición para hacer proceso, para hacer camino. No es
estática sino dinámica. Implica estar atenta a la manifestación de la voluntad de
Dios en los acontecimientos de la vida y en las personas.
La inserción sólo es posible desde la disponibilidad y apertura a la voluntad de
Dios. Una disposición dinámica, dispuesta a hacer el camino desconocido por el
que Dios va llevando.
María se sorprende ante la irrupción de Dios en su vida. Está
atemorizada. Luego se sosiega porque intuye su presencia amorosa. Sin
tener todas las respuestas a sus dudas, ella se fía y se ofrece a Dios que le
infunde confianza. (AR 51)

3. Confianza en Dios: “Hágase en mí…” es la expresión de la confianza que se pone


en las manos de Dios para que haga con ella lo que él quiera. Pero es una confianza
que ha discernido primero si lo que escucha es realmente la voz y la voluntad de
Dios, por eso pregunta. No es una confianza ingenua. Conscientemente pone su
voluntad en Dios para que él actúe, para que él decida y así participar en la
realización de los planes de Dios.
Sólo confiando en Dios se puede hacer el camino de la inserción. Decir a Dios
“hágase en mí” es decirle que estoy disponible para hacer su voluntad, pero es
también discernir su voluntad personal y comunitariamente.
A veces nos toca luchar con nuestros miedos y vacilaciones, como le pasó
a María en la Anunciación. No obstante, en todo momento de nuestra
búsqueda, Dios permanece fiel y está siempre presente, invitándonos
continuamente a ver nuestras vidas a través de sus ojos. (AR 61b)

4. Atenta a las necesidades: Visita a Isabel para ayudarla, intercede en Caná a favor
de los esposos. Las necesidades son para ella un llamado de Dios a actuar. Es el
rostro de Dios presente en el necesitado. Este estar atenta es expresión de
sensibilidad, de ponerse en lugar del otro. Es además presencia entre quienes tienen
necesidades. Es sentir el llamado de los demás. Es fraternidad y solidaridad.
La inserción es hacer vida con necesitados, porque ellos son rostro de Dios que
llama y habla. Es hacerse partícipe de sus necesidades y luchas, de sus avances y
retrocesos. Exige sensibilidad, cercanía, presencia.
En las bodas de Caná, María es sensible a la necesidad que surge y con
discreción dispone lo que hay que hacer… Las palabras que dice a su
Hijo: No tienen vino, manifiestan su deseo de atraer la atención hacia los
que están necesitados. (AR 113)

5. Acepta la prueba: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y…” María vive la
comunión con el crucificado y con la cruz. La actitud de María junto a la cruz es la
de quien comparte, ofrece y espera. Junto a la cruz María comprende que para esa
hora había venido Jesús al mundo. Presencia que exige un costo humano: acepta el
dolor de la muerte del Hijo, y con su dolor se hace partícipe de la acción salvadora.
Y sufriendo al pie de la cruz adquiere una nueva maternidad.
El camino de la inserción exige un costo humano. Es prueba, cruz, dolor, muerte.
Abre a maternidades y paternidades nuevas.

6. Está siempre junto a Jesús y su causa: No es la protagonista, su presencia es


fundamentalmente testimonial, y, cuando es necesario, prepara la acción de Jesús.
Acompaña, está presente, su presencia es maternal. “Ahí tienes a tu madre”.
Presencia que anima el nacimiento de la primera comunidad. Presencia que estimula
que otros ejerzan la misión de guiar.
Vivir inserto es compartir vida con otras personas, estar presente en sus procesos,
vivir sus luchas. Es testimonio de Jesús y su causa.

7. Vive en esperanza: Como miembro del pueblo de Israel, María vive en esperanza:
espera la venida salvadora del Mesías. La esperanza de María nace de la confianza
en la voluntad salvadora y fidelidad de Dios. Una voluntad que es dinámica, que se
va manifestando en los hechos y circunstancias de la vida. Hechos y circunstancias
que se convierten en expresión de la voluntad de Dios. “Dios lo quiere” y es
siempre fiel. Una fidelidad que mantiene viva la esperanza. Esperanza que la lleva
a ponerse en las manos de Dios, a estar atenta a los signos, manifestación de Dios en
las personas y hechos de la vida; manifestación en la debilidad y en los débiles, en
la pobreza y en los pobres. Esperanza que es dinamismo de vida y de
descubrimiento de la voluntad de Dios. Esperanza que adquiere plenitud de
expresión en el reconocer la acción de Dios en la propia vida y en la vida de los
demás. El canto del Magnificat es expresión de esta esperanza de María:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi
Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones
me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:¡Santo es su Nombre!
Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia.
Dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los
poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de
su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus
descendientes para siempre.
Vivir inserto es cultivar una actitud de dinamismo gozoso, disponibilidad, búsqueda
de la voluntad de Dios, confianza y mirada atenta sobre la historia.
María inspiró a Marcelino el estilo de estar en la misión. Ella acogió al
Espíritu Santo en la Anunciación y dio una respuesta inmediata a las
necesidades de Isabel. Con ello nos muestra que tanto la contemplación
como la acción son elementos indispensables de la espiritualidad. Las
actitudes de María constituyen la base de todas nuestras acciones:
escucha, espera paciente, sencillez, cultivo de la interioridad y
disponibilidad a la voluntad de Dios. (AR 131)

María es Buena Madre y rostro materno del Padre, rostro femenino de Dios.
María es madre, manto, cobijo, protección, en medio de tantas luchas. En la revolución de
1830, la Buena Madre es para los hermanos compañía cotidiana, presencia protectora.
Buena Madre es también presencia en el pueblo, así la llaman en nuestros barrios,
madrecita, la santa madrecita. Ella está siempre acompañando. La inserción marista asume
la dimensión mariana de la vida sencilla. Se inspira en la mujer María de Nazaret,
entregada, denunciadora, profética. Y asume también la religión popular que invoca a
María como madre, rostro maternal de Dios, madre acogedora y protectora, madre que
bendice y ama.
María es nuestra Madre: mujer sencilla y humilde del pueblo que se hace presente en el
rostro de tantas mujeres de las comunidades donde vivimos: Italia, Emilia, Ramona, Sra.
Rosa, por sólo nombrar algunas. María es la madre siempre atenta que nos inspira, nos
acompaña y nos ayuda a ser hombres cercanos, atentos, amables y respetuosos de la mujer
popular.
La relación de Marcelino con María estaba profundamente marcada por
una afectiva y total confianza en Ella, a quien veía como “Buena Madre”,
porque suya era la obra que había emprendido. Él nos dejó escrito: Sin
María no somos nada y con María lo tenemos todo, porque María tiene
siempre a su adorable Hijo en sus brazos o en su corazón. Esta
convicción lo acompañó a lo largo de toda su vida. Jesús y María eran el
tesoro donde Marcelino había aprendido a poner su corazón. Esta íntima
relación ayudó a modelar la dimensión mariana de nuestra
espiritualidad. (AR 25)

María es rostro materno de Dios


También nosotros, “al acoger a María en nuestra casa, aprendemos a amar a todos y
así llegamos a ser también signos vivos de la ternura del Padre”.
Nos conformamos como “hombres a la manera de María”. Esto nos va conformando
como hombres diferentes en la inserción popular:
 Si el hombre popular venezolano es con frecuencia machista, busca ser
servido por la mujer y someterla, vive con mayores libertades que su pareja,
nosotros nos mostramos defensores de la dignidad de la mujer, promotores de su
valor e igualdad. No nos importa asumir servicios típicamente femeninos o una
actitud servicial con todos, incluyendo a las mujeres. En lugar de esperar ser
servidos por ellas, nos hacemos servidores de ellas.
 Si el hombre machista la ve como un objeto de placer, a conquistar a través
de la relación sexual, nosotros nos relacionamos desde una relación de igualdad,
donde más allá de la atracción recíproca o de la sexualidad presente en toda
relación, a las que no somos ajenos, sabemos valorar la persona y superamos la
tentación de cosificación y posesión. Descubrimos la riqueza personal de la mujer
y la valoramos, descubriendo su corporalidad más allá de un mero objeto de
disfrute sexual.
 Si el hombre machista demuestra su virilidad a través de una actitud de
conquista continua o de aprovechar cualquier oportunidad, desde nuestra relación
de iguales, no nos aprovechamos de nuestras ventajas o de sus vulnerabilidades
para conquistarlas, sino para apoyarlas. Nos sabemos y somos reconocidos como
hombres y por eso no asumimos una actitud de conquista para demostrar nuestra
virilidad, sino como apoyo y servicio.
Compartimos la maternidad espiritual de María cuando asumimos
nuestra tarea de llevar la vida de Cristo al mundo de aquellos cuyas
vidas compartimos; y la nutrimos en la comunidad eclesial, cuya
comunión afianzamos, siendo fervientes en la oración y generosos en el
servicio desinteresado (AR 26).
María inspira nuestra actitud con los jóvenes… Al relacionarnos con los
jóvenes con un estilo mariano, nos convertimos en el rostro de María
para ellos. (AR 27)
SÍMBOLOS FUNDACIONALES QUE ANIMAN LA INSERCIÓN
MARISTAS

Algunas imágenes-símbolos de nuestros orígenes iluminan nuestra inserción:

1.- Champagnat fue un sacerdote sencillo, del pueblo, que supo impulsar un
sueño que jóvenes campesinos, sencillos como él. La mayoría de nosotros somos hijos del
pueblo, provenimos de familias sencillas, campesinas, indígenas o de zonas urbanas. Como
Marcelino y los primeros hermanos hemos sido llamados de las entrañas del pueblo, para
vivir en él siendo testigos de la buena noticia de Jesús.
Nuestros orígenes fueron modelados por la atenta relación entre un
joven sacerdote rural y un grupo de muchachos que vivieron en un
tiempo de gran turbulencia social. (AR 2a)
La primera generación de hermanos se componía de jóvenes procedentes
de entornos parecidos al de Marcelino. Todas estas circunstancias
providenciales generaron una espiritualidad sin complicaciones, con los
pies en la tierra. (AR 34)

2.- El joven Montagne. Ya el XIX Capítulo General reflexionó con seriedad sobre
el asunto. Nos propuso la experiencia Montagne como raíz de la experiencia de solidaridad
en el corazón de Marcelino. La solidaridad con los excluidos que el hermano marista quiere
vivir en la actualidad, hunde sus raíces en esta experiencia profunda de Marcelino
Champagnat, en su experiencia de encuentro con el joven Montagne, que trastocó su
corazón. La experiencia de Dios que Champagnat realizó allí, lo impulsó a romper
fronteras, a responder desde Dios a la realidad social y religiosa de su tiempo. Champagnat
vivió en carne propia el sufriendo ajeno y vio allí la presencia de Jesús y la invitación a un
compromiso de transformar la realidad. Marcelino se encuentra con el joven Juan Bautista
Montagne. Marcelino sufre con el joven, vive el drama de no saber nada de Dios. Se
compadece con el abandonado. Esta experiencia le mueve el corazón hacia el joven pobre.
En este proceso entabla una comunicación con Juan Bautista: “¿Qué sabes de Dios?”.
Pregunta que genera una respuesta. Por lo tanto una sintonía con el otro. Vemos algunos
elementos de la inserción Marista en este pasaje de la vida de Marcelino: el joven pobre es
hijo de Dios por lo tanto merece mi respeto y mi veneración, se comunica con el que sufre
de igual a igual (no impone sus criterios), se deja interpelar por la vida del más necesitado.
La experiencia Montagne se vuelve a dar una y otra vez en el rostro de los niños y
jóvenes de nuestras comunidades populares que nos siguen gritando con sus vidas. Niños y
jóvenes excluidos, pobres, pero llenos de vida, alegría e ilusión con ganas de vivir y seguir
adelante.
En el encuentro de Marcelino con el joven moribundo Juan Bautista
Montagne vemos la impresión que le causó contemplar a un muchacho
que se hallaba en los últimos momentos de su vida y no conocía el amor
que Dios le tenía.
Este episodio fue para Marcelino una llamada de Dios. Su compasión le
movió inmediatamente a poner en práctica su intuición fundacional:
¡Necesitamos hermanos! A los cuatro meses de su ordenación sacerdotal,
esta experiencia evidenciaba las necesidades que acuciaban a los jóvenes
y confirmaba la idea de darles respuesta a través de un grupo de
abnegados evangelizadores. Ellos llevarían la buena noticia de Jesús a
quienes estaban en los márgenes de la Iglesia y la sociedad. (AR 8b.9)

3.- La casa de La Valla. La casa de La Valla es una casa sencilla de pueblo, una
casa en la que Champagnat va acomodando los espacios mínimos para que puedan vivir los
jóvenes a quienes ha invitado para ser catequistas, para ser jóvenes hermanos. Champagnat
pronto decide vivir con ellos, fabrica la mesa y los muebles necesarios… de modo que la
vida sencilla es uno de los rasgos más característicos de Champagnat y sus hermanos. Se
muestra como padre, no es el párroco, alejado, distante, no es el coadjutor que domina a
unos muchachos a su antojo; es padre cariñoso, es padre orientador, es padre que ayuda a
discernir la vocación de hermanos. La primera comunidad de hermanos, La Valla, fue
una comunidad entre la gente de esa población, no era un monasterio en su sentido
tradicional. Tenían vecinos, trabajaban para mantenerse, cuidaban la casa, cocinaban, se
formaban y llevaban adelante la misión de anunciar a Jesús a los niños y jóvenes pobres del
campo. La relación del Padre Champagnat y de los primeros hermanos con la gente, les
hizo sensibles, más atentos a las necesidades del otro, les hizo ser más compasivos y
solidarios, les invitó constantemente a compartir sus bienes, incluso aquellos que
necesitaban, y todo esto ocurría porque vivían directamente en el lugar del pobre. La Valla
es casa de pueblo, La Valla es casa de vecino, La Valla es familia en medio de familias, La
Valla es inserción en tiempos de crisis, La Valla ilumina nuestra inserción. La tradición
maristas nos da elementos para seguir viviendo esa vida sencilla en medio del pueblo, y es
la experiencia de los primeros hermanos en La Valla, con medios sencillos y en relación
con la comunidad del entorno.
Esta comunidad nos habla de pueblo pobre: los primeros hermanos no tenía una
gran formación académica, pero si un gran corazón, hombres que trabajan la huerta y
fabrican clavos para ganarse su alimentación y cubrir sus necesidades, viven un sentido de
familia y de hermandad, no son ajenos a la realidad del joven pobre de la Valla y de los
pueblos vecinos, se preparan para servirles y ayudarlos a tener una vida digna según los
valores del evangelio de Jesús al estilo de María.
Hombres sencillos y sin formación, vivían con gran sencillez y unidad.
Su jornada transcurría aprendiendo a leer, escribir y enseñar, y
trabajando con sus manos para sostenerse económicamente. Vivían en
medio de la gente y compartían su suerte. (AR 3)
Marcelino y los primeros hermanos estaban unidos en mente y corazón.
Sus relaciones estaban marcadas por el calor y la ternura. En sus
reflexiones sobre el vivir juntos como hermanos vieron apropiado
comparar el espíritu de su vida comunitaria con el de una familia. (AR
30)
Hemos querido llevar adelante un estilo parecido, pero con ritmo y sabor
venezolanos, entramados en una comunidad popular, desarrollando relaciones populares de
vecindad, participando en lo posible de los procesos de la comunidad sin querer sustituir el
papel de sus líderes y evangelizando de diversas maneras a los niños y a los jóvenes.
Nuestro pueblo pobre vive de su trabajo (muchas veces muy mal pagado); sin mucha
formación en las Universidades, nos enseña que la vida se juega en el compartir lo poco
que se tiene.
La madre es centro en las familias de Venezuela, todos giramos en torno a ella, nos
hacemos hermanos y nos mantenemos unidos porque ella nos impulsa. También la Valla
tiene una madre que es el centro de la Comunidad: “María”. Ella nos moldea con sus
actitudes de servicio al necesitado. En el mundo indígena se tiene un sentido de lo
trascendente en la vida cotidiana, podemos decir que era el mismo sentido que quiso
Marcelino para sus primeros hermanos de la Valla. Los hermanos en la Valla estaban en
medio del pueblo pobre.
Como en La Valla vivimos el espíritu de familia: damos testimonio de una familia
de iguales, la familia del Evangelio, construyendo familia con la comunidad humana entre
la que vivimos, uniéndonos a sus vidas, haciendo parte de su trama humano-cultural,
entretejiendo una familia más amplia que la de la sangre, familia en luchas comunes, en una
vida mejor y abundante para superar las amenazas de las situaciones de riesgo.
De nuestro espíritu de familia surge una espiritualidad que es
intensamente relacional y afectiva... Entre los maristas de hoy, con una
amplia presencia de mujeres, la imagen de hermana ha enriquecido los
modos en que nos relacionamos y definimos nuestro apostolado.
Esencialmente nuestra relación con los demás consiste en ser hermano y
hermana para cada uno. (AR 31)
Marcelino dio a los primeros maristas de La Valla el nombre de
“hermanos”. Él creía en la fuerza del amor que sana las heridas y
construye fraternidad. Atraído por un amor que no conocía fronteras, se
sentía impulsado a ser un hermano para todos. (AR 138)
De la misma manera, la mesa de La Valla es también hoy un símbolo
poderoso de familia y servicio para la comunidad que Marcelino creó.
Esa mesa, hecha por el propio Marcelino, puede contemplarse como la
encarnación de sus esfuerzos por crear una comunidad dedicada al
Señor. Más aún, con el fin de compartir más íntimamente la vida con los
primeros hermanos, el Fundador abandonó la relativa comodidad de la
casa rectoral para irse a vivir con ellos. La vida en común, expresada
como espíritu de familia, es parte integral de su visión. (AR 92)

4.- El hermano Lorenzo. Lorenzo es un joven que se dirige a evangelizar enviado


por Champagnat. Va a Le Bessat y allí anuncia a Jesucristo, lleva una vida sencilla en ese
pueblo de montaña, con apenas un poquito de pan, queso y papas, su vida es austera. Allí
convoca a niños y jóvenes, y también a los adultos de la aldea, y les anuncia a Jesucristo.
Allí se queda unos días, en una casa de vecino, y regresa de nuevo feliz al encuentro con los
hermanos.
LOS TRES PRIMEROS PUESTOS Y LA INSERCIÓN POPULAR

Desde el espíritu de sencillez tan propio de los hermanos maristas, Champagnat


insiste en que debemos ocupar los tres primeros puestos. A partir del análisis del texto
bíblico en que la madre de los Zebedeos acude a Jesús para que ocupen sus hijos los
primeros puestos, Champagnat también nos otorga a los maristas los tres primeros puestos.

El primero, junto al pesebre. Hace referencia este puesto a la vida sencilla,


escondida, humilde, al lado de los excluidos, en el recuerdo de Jesús excluido, del Jesús no
recibido en la posada, en el recuerdo de un nacimiento en condiciones extremas de pobreza
y marginalidad. El primer puesto junto al pesebre para los hermanos, es un puesto con los
excluidos, es un puesto de vida sencilla, es un puesto de vida austera, puesto de vida
sensible, entregada a los más pequeños.

Pequeñas experiencias cotidianas, como en un pesebre navideño. En miniatura. La


miniatura es un mundo recogido, pero no adormecido, sino abierto a mil mundos. Nunca
atrapado, porque mil detalles se nos escapan. Recogido sí, serenado, pacificado. Así es el
mundo de la miniatura. La dispersión y desagregación del mundo quedan conjuradas en la
miniatura que se nos da. En el pesebre el mundo está en paz. Los pesebres en el mundo
popular exorcizan la violencia. La violencia que acorrala se ve alejada, diferida hasta más
luego. El pesebre es el reposo del corazón del pueblo.

En Belén encontramos la inocencia, sencillez, dulzura e incluso debilidad


de un Dios que es capaz de conmover los corazones más duros... No hay
espacio para el temor ante un Dios que se ha hecho niño. (AR 21)
Descubrimos a un Dios que ha plantado su tienda en medio de nosotros,
y al que llamamos “hermano”. (AR 29)
En el Pesebre nos sensibilizamos con las situaciones de pobreza y
fragilidad de los niños y jóvenes, especialmente los menos favorecidos.
(AR 24)
El otro primer puesto que nos concede Champagnat es el primer puesto junto a la
Cruz. La Cruz es experiencia de inserción, experiencia pascual, experiencia de sufrimiento,
del que quiere acompañar en el dolor, de ponernos en el dolor de los pobres, de los
maltratados, de los perseguidos de nuestra América Latina, junto a grupos culturales
excluidos, grupos indígenas, afros, mujeres… Este primer puesto es camino de sensibilidad,
por un lado, y es camino de “endurecer el corazón”, por otro; de hacerlo firme para la
entrega, para la paciencia histórica, para la lucha, y en medio de los conflictos.

Al conocer el nombre del barrio “El Cristo”, y después de haber acompañado a los
hermanos de esta comunidad hasta su casa en lo profundo del barrio, un hermano comentó:
este es el Cristo de los infiernos. Así es. Es el Cristo que descendió a los infiernos y que
confesamos en el credo. Al infierno del dolor del pueblo. Cristo se hizo solidario del
infierno en la tierra que tantos padecen. Y que el pueblo vive en el subir y bajar cotidianos,
en el cansancio del trabajo, en las dificultades económicas, en los servicios deficientes…
Nuestro barrio es El Cristo.
Y es posible verlo cada día
subiendo al Gólgota
o bajando a los infiernos...
Al pie de la Cruz nos quedamos sobrecogidos ante un Dios que nos ama
sin reservas. Allí le encontramos compartiendo el sufrimiento físico y
psicológico, la traición, el abandono y la violencia de los hombres y
transformando esas experiencias. De esa manera entramos en el misterio
del sufrimiento redentor y aprendemos la humilde fidelidad en el amor.
(AR 22)
Cristo crucificado es el signo y la más profunda expresión de un Dios
que es amor. (AR 30)
En la Cruz, nos asociamos con aquellos que se ven afectados por el
fracaso y el sufrimiento, y con los que luchan por el pan, la justicia y la
paz. (AR 24b)
Al tratar de hacernos presentes en el mundo de los niños y los jóvenes,
nos encontraremos a veces con la injusticia, el sufrimiento e incluso el
mal. Jesús nos invita a incorporar estas experiencias a nuestras vidas
como participación en su misterio pascual… (AR 143)
Con el corazón inclinado hacia los niños y jóvenes pobres, los apóstoles
maristas buscan respuestas concretas a su dolorosa realidad. (AR 144)

El primer puesto junto al altar es un puesto que muchas veces se ha


malinterpretado como culto vacío, espiritualista. El primer puesto junto al altar hace
referencia a la experiencia profunda de encontrar a Dios presente en la vida entregada,
amorosa, de cada día. De encontrarlo entre los pobres. La realidad de Jesús sacerdote
ilumina nuestra referencia al altar, el altar cristiano no es el altar de ritos ajenos a la vida
sino que la vida toda es altar.

El altar cristiano no es lugar de aquél que se separa del mundo huyendo de él, sino
lugar desde el que se recoge el clamor del mundo en un grito que se eleva a Dios. El altar es
buen lugar para los hermanos que quieren vivir la inserción. Inserción es descubrir que la
vida entre el pueblo es altar, que el barrio es altar, que Dios anda allí muy cerca.

En el Altar, entramos en comunión con el amor de Jesús, que nos


conduce a una relación profunda con los pobres. Vamos hacia ellos y
ellos se convierten en verdaderos amigos y hermanos nuestros. Abrimos
nuestras casas a los pobres y compartimos con ellos nuestra presencia,
tiempo y recursos. (AR 24)
En el Altar, en la Eucaristía, encontramos un lugar privilegiado para
entrar en comunión con el Cuerpo de Cristo, unirnos a todos los
miembros que lo componen y profundizar en nuestra relación con Jesús
y su presencia en nuestras vidas. (AR 23)

El Barrio, como un altar, es lugar privilegiado que invita a la contemplación.


Cada día hay nuevos sucesos, nuevas historias, que exigen ser vividas. Es posible
proyectar, avanzar el futuro, pero la sorpresa está a la puerta para trastocar lo previsto. Un
encuentro, una visita, un problema nuevo... hace repensar las cosas, reorganizar el día, o tal
vez cambiar radicalmente de proyectos. Ante otras situaciones sólo cabe el silencio y la
espera paciente. Los procesos son lentos. Un grupo de señoras se reúnen a estudiar en las
noches para sacar su Primaria. Algunas se retiran, otras siguen su ritmo despacioso. ¿Qué
será de esta semilla? Los jóvenes consumen droga cerca de aquí. ¿Cómo afectará nuestra
presencia? ¿Algo cambiará? ¡Cuánto más para contemplar...
No es mucho lo que puede hacerse. A veces sólo estar. Con paciencia. Con
presencia. Con pasos lentos que permitan adentrarse a fondo en la vida. Soñamos con miles
de proyectos, pero las cosas van despacio: así es la vida en el barrio. Así trascurre todo,
como sopesando cada novedad.
Cada persona con sus historias merece ser contemplada. Con sus luces y sombras.
En ellas nos habla Dios. La comunidad vecinal también está ahí para ser contemplada. Con
sus tonos variados. Los de alegría y fiesta, tan propios de la Navidad, en que los barrios
parecen un organismo vivo danzante y sonoro; y también los otros, los tonos grises, tras la
muerte violenta de algún vecino: el barrio calla entonces, y queda como ausente por un
tiempo. Todo queda en silencio, inerte. Hasta los rostros cambian: se ponen un poco más
tensos, un poco menos joviales. Las palabras son más escasas. Hasta el aire tiene otro
aroma. Y Dios va hablando. Y a veces también calla. Y se queda él también como
contemplando.
Día tras día, nos sentimos llamados a comprometernos con el mundo, a
contemplar ese mundo con los ojos y el corazón de Dios. (AR 90)
María inspiró a Marcelino el estilo de estar en la misión. Ella acogió al
Espíritu Santo en la Anunciación y dio una respuesta inmediata a las
necesidades de Isabel. Con ello nos muestra que tanto la contemplación
como la acción son elementos indispensables de la espiritualidad. Las
actitudes de María constituyen la base de todas nuestras acciones:
escucha, espera paciente, sencillez, cultivo de la interioridad y
disponibilidad a la voluntad de Dios. (AR 131)
En el encuentro de Marcelino con el joven moribundo Juan Bautista
Montagne vemos la impresión que le causó contemplar a un muchacho
que se hallaba en los últimos momentos de su vida y no conocía el amor
que Dios le tenía. (AR 8)

El Barrio, como un altar, es lugar de silencio. Ya está dicho: con frecuencia el


Barrio calla tras la violencia extrema. Pero hay muchos otros silencios. Silencios fecundos,
interiores, que dan coraje para seguir viviendo y luchando. Como el de una mujer callada y
firme, que resiste con honor el injusto abandono del esposo, sin tolerar sus sinvergüenzuras.
Silencios respetuosos, ante el dolor supremo, ante la muerte o el sufrimiento injusto.
Hay también silencios cómplices, aguantadores de opresiones, de violencias e
inhumanidades.
Son silencios mezclados con ruidos en los que Dios tiene su Palabra. La música del
fin de semana, los gallos madrugadores, algún disparo ocasional, los niños corretones, el
autobús que fuerza el motor al subir la cuesta, los gritos de una vecina llamando a otra...
Pero el silencio que impresiona es el del fin de un día de trabajo. A las nueve es
silencio mayor. Temprano se recoge el Barrio. Temprano calla y pone sus sudores y luchas
en las manos de Dios. El lecho en el que se reclina un barrio cada noche, puede verse como
regazo maternal de la divinidad. Tras los ruidos y silencios se descubre entonces la fuerza
inagotable de la vida.
Las experiencias cotidianas son lugares especiales de encuentro con Dios.
Experimentamos la presencia de Dios en la creación y en los
acontecimientos de cada día: trabajo y relaciones, silencio y ruido,
alegrías y penas, logros y angustias, vida y muerte. (AR 54)

El Barrio, como un altar, es lugar de reflexión. Los tiempos se hacen aquí más
densos, más naturales. Se viven otros ritmos que los modernos. La espera del bus, el
desplazamiento al centro de la ciudad, entre los vecinos y sus historias... son ocasiones
importantes de reflexión. Frente a las vidas sufrientes y esperanzadas, o ante aquellas otras
destrozadas y sin salida; frente a la moral trastocada por situaciones límite; frente a cada
persona, en el encuentro cotidiano: ahí aflora la verdad que somos unos y otros. No
queremos ser ni santos de --- ni mediocres en humanidad, y hay mezcla de todo en nuestros
corazones. Y Dios nos ronda.
Sobre “las platabandas” de las casas (techos de bloque y concreto, esperando ser
acuerpados con una nueva construcción) hay quienes se sientan o pasean, conversan de
parejas y sexo, de política y trabajo, de sucesos de la ciudad, y observan el barrio, mientras
se toman un café, y se ilusionan con planes casi imposibles, o planifican acciones más
concretas. Son las reflexiones cotidianas.
El altar del Barrio invita a la sencillez y la simplicidad. Nada tan obvio. El no-
tener marca la vida del barrio. Las carencias pueden deshumanizar -cuando no se asumen
en paz o cuando son extremas-. Pero en muchos casos no es así. Las carencias dan densidad
a lo que se tiene y a lo que se vive. Dan densidad al tiempo. Se aprecia lo poco que se
necesita para vivir. Se agradece a Dios, se confía en El, se confía en los demás, en los que
han acompañado en las pruebas -familia y amigos-. Se aprende gratuidad, se aprende
libertad. La experiencia va diciendo que “pocas cosas son necesarias”. Y algo importante:
las cosas pasan a un segundo plano, y pasan al primero las personas, las relaciones. La
simplicidad consiste en esto: encontrarme con el otro vacío de cosas, tal como soy, con mi
verdad desnuda. Y esto se da en el barrio. Las relaciones son llanas. Nos vamos conociendo
sin máscaras: también en nuestros límites. La austeridad de vida nos hace a todos más
iguales, más fraternos, más capaces de descubrir la verdad de los demás.
Este mismo espíritu nos anima a adoptar un estilo de vida sencillo:
evitamos el consumismo, con su acumulación de los bienes disponibles y
el despilfarro de los recursos; nos sentimos responsables de la creación,
que es un precioso regalo de Dios a la humanidad. Esta actitud nos
impulsa a unirnos a otros en acciones necesarias para preservar la
naturaleza, para acrecentar la armonía entre la humanidad y la
naturaleza, y para colaborar con el Creador en la tarea de llevar la
creación a su plenitud. (AR 38)
Dios se nos revela a través de aquellos con quienes nos encontramos. Los
niños y jóvenes, los ancianos, los miembros de nuestras familias y
comunidades, los refugiados y prisioneros, los enfermos y quienes los
cuidan, nuestros compañeros de trabajo y vecinos, todos ellos son
espejos en los que se refleja el Dios de la vida y del amor. (AR 55)
EDUCACIÓN MARISTA E INSERCIÓN

Valoramos la pedagogía de la Presencia: estar con los niños el mayor tiempo


posible, convivir con ellos, eso es lo que hacemos a través de la inserción. Compartimos
sus vidas, sus circunstancias, sus espacios vitales, los de sus familias…
Movidos por este amor buscamos ocasiones y motivos para estar con los
niños y los jóvenes, entrar en su mundo y caminar junto a ellos. Para
muchos de ellos, nosotros seremos el único ‘evangelio’ que van a leer.
Inspiramos a los jóvenes para que sean creativos y desarrollen su propia
identidad frente a los nuevos retos de la vida y para que amplíen el
conocimiento que tienen de sí mismos, de los demás, del mundo y de
Dios. (AR 142)

Esta pedagogía de la presencia la vamos viviendo en la relación cotidiana entre


nosotros y en trama con la comunidad popular, no mediada por nuestro papel de dueños
de una institución educativa. Se nos llama por nuestro nombre y somos considerados
vecinos como los demás, sin grandes privilegios, aunque sí con un especial afecto y apoyo
por parte de la gente. Presencia de hermanos, amigos, vecinos y presencia de apoyo
solidario. Haciendo el bien sin ruidos y sin pretender reconocimientos.
Las palabras hermano y hermana expresan de manera muy rica el estilo
marista de relacionarnos... Ser hermano o hermana constituye una forma
de relación que afirma a los otros e inspira en ellos confianza y
esperanza. (AR 119)
Para nosotros la educación es un ámbito privilegiado de evangelización y
promoción humana. La variedad de nuestras tareas educativas es
amplia… mostramos preferencia hacia aquellos que nunca son los
preferidos. (AR 146)
El deseo de estar con los jóvenes en sus propias situaciones nos impulsa
a crear nuevas formas de educación y evangelización. Los maristas nos
hallamos en diversos campos pastorales trabajando con otras personas
comprometidas, dando un rostro a la compasión, y manos y voz a la
promoción de la justicia. (AR 147)
PRESENCIA DE DIOS Y ABANDONO EN EL DIOS PROVIDENTE
A) EN LA COTIDIANIDAD

La presencia de Dios es en Champagnat central para comprender su vida y su celo


apostólico. Champagnat vive la presencia de Dios, tanto en las calles de París como en los
bosques del Hermitage. Del mismo modo, somos invitados a vivir la presencia de Dios en
medio de la inserción, presencia de Dios que acompaña tantas dificultades, como las que
experimentó Champagnat, dificultades que se hace más evidentes en lo cotidiano, desde las
mismas condiciones vitales de los pobladores de los barrios, con frecuencia carentes de
beneficios sociales que otros sectores tienen. Sufrimientos largos.

Gradualmente, día a día, vamos profundizando en nuestra experiencia


de la presencia amorosa de Dios en nosotros y en los demás. Esta
presencia de Dios es una profunda experiencia de sentirnos amados por
Él personalmente y la convicción de que Él está junto a nosotros en las
experiencias humanas de cada día. (AR 16)
Nosotros nos empeñamos en desarrollar nuestra relación con Dios de
manera que, al igual que para Marcelino, se convierta en la fuente
cotidiana de nuestro renovado dinamismo espiritual y apostólico. Esta
vitalidad nos hace audaces, a pesar de nuestros fallos y limitaciones.
Atraídos por la experiencia de Marcelino, acogemos los misterios de
nuestra vida con confianza, apertura y entrega. (AR 18)

B) FRENTE A LAS DIFICULTADES


Marcelino Champagnat, en su carta 4, a un superior eclesiástico, de mayo 1827, dirige una
triple mirada. A la realidad (“sucesos lamentables”, “caminos inciertos”), al Dios
Providente (Dios poderoso, en quien confía sobre todo), y a sí mismo, con su deseo de
hallar la voluntad de Dios para su vida.
Esta condición de abandono ilumina nuestro camino de inserción, al lado del pueblo, quien
también nos enseña, en condiciones extremas de pobreza y sufrimiento, la confianza sin
límites en el Dios de la Vida.
El lamentable asunto... y la partida... Con frecuencia tenemos asuntos lamentables y
partidas. Asuntos en el barrio difíciles de solucionar: violencia familiar, drogadicción y
alcoholismo, abandono de los niños… Partidas: las muertes violentas, las muertes de niños,
inesperadas y trágicas, las muertes de vecinos queridos… Asuntos lamentables que tocan
también la vida marista provincial.
Me colocan en una situación comprometida frente a los comentarios… Nos preguntamos
por qué Marcelino se sentía comprometido. Tal vez se preguntaría por su propia
responsabilidad. O estaría pensando por sus acciones decididas no comprendidas. También
vivimos algo de esto. ¿Cuál es nuestra responsabilidad en todos estos lamentos y partidas?
¿Cuánto de incomprensión o de temeridad habrá habido en nuestras acciones?
Podemos tener nuestra conciencia tranquila, si hicimos cuanto pudimos hacer. Si no
acertamos muchas veces no fue por falta de dedicación ni apertura a la novedad; la vida es
más que nuestras luchas y esfuerzos; hay mucho de gratuidad de Dios en ella, mucho de
sorpresas; mucho que tenemos que aprender de paciencia en la historia. Hay quienes nos
juzgarán. Y considerarán un fracaso nuestra experiencia entre el pueblo. Aún sin conocer ni
de lejos lo que vamos viviendo.
Todos estos sucesos me afligen de verdad, pero no me sorprenden, pues pensaba y hasta lo
decía, que aún no habíamos llegado al final de nuestras pruebas. Y, sin embargo, me
afligen de verdad. Con frecuencia vivimos el dolor y la aflicción. El dolor por los hermanos
que sufren. El dolor por la vida del barrio. El dolor de la soledad e incomprensión.
Creo que la Divina Providencia me trata con miramiento. Experimentamos que Dios nos
ha dado fuerzas para mantenernos firmes en los caminos del pueblo. Y siempre nos ha
favorecido con experiencias que nos han hecho salir de nosotros.
Con tal Dios no me abandone yo nada temo. Él es quien me da la fuerza y la confianza.
Con él me siento tranquilo. Tranquilos, hasta cierto punto. Recordamos también en Jesús
que gritó el abandono de Dios. Nos preguntamos: ¿Será también que Dios nos abandona? Y
respondemos: aún en el abandono y el sufrimiento Dios está como Dios de vida.
No pierdo el ánimo sabiendo cuán poderoso es Dios. El que me sostiene se llama Dios
fuerte (carta 6).El desánimo y el abandono están a la vuelta de la esquina. Pero Dios es
poderoso y fuerte. Con brazo extendido, con mano poderosa, hizo grandes hazañas con el
pueblo de Israel. Hoy hará grandes maravillas en nosotros, mirando nuestra pequeñez como
miró la de María. Lo débil del mundo ha escogido Dios.
Cuán ocultos son sus caminos… Él alcanza muchas veces su fin cuando se lo supone más
lejano. Escribe recto con renglones torcidos -nos han dicho. Qué insondable es tu misterio.
Qué profundo tu designio. Si lo damos por agotado siempre nos quedas tú.

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