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La interpretación y el saber en psicoanálisis

*Oscar Paulucci, Isabel Dujovne.

La interpretación, instrumento eje de nuestra práctica, ha despertado y despierta


controversias en el modo de concebirla. Polémicas no ajenas a que en los modos de
concepción de la interpretación están en juego las diferencias en torno a otros conceptos
clave del psicoanálisis, tales como la transferencia, el inconciente y el lugar que ocupa el
analista en la cura.
Dentro de las múltiples significaciones que el término “interpretación” tiene en la lengua
destacamos la de “explicar el sentido de una cosa y principalmente el de textos faltos de
claridad, así como el de traducir de una lengua a otra”. Intentaremos desarrollar las
semejanzas y diferencias que especifican la noción de interpretación dentro del campo
psicoanalítico. Campo no unívoco en el cual procuraremos precisar las diferencias entre
algunas concepciones y las que se desprenden de la perspectiva de lectura de Freud y
Lacan, articulada con nuestra experiencia clínica.

I. En el principio era la transferencia

La noción de tratamiento de prueba implica en el seno del pensamiento freudiano no sólo


una dimensión diagnóstica (neurosis narcisísticas-neurosis de transferencia), sino también
y esencialmente la necesidad de la instauración de la transferencia analítica operativa
(Freud, 1912, 1913). La producción de esta dimensión de la transferencia perteneciente al
registro simbólico, ligada a la enunciación y el sostenimiento de la regla fundamental, es
necesaria. Dimensión que va más allá de la transferencia imaginaria que trae el que nos
consulta (Lacan, 1953-1954, 1958).

Cuando la regla fundamental es enunciada -“Diga todo aquello que se le ocurra aunque le
parezca nimio o intrascendente”-, se intenta instalar al sujeto en el camino de la asociación
libre, lo cual implica que aquello que diga va a ser escuchado de forma distinta de lo que
quiso decir. Esto conlleva una promesa de significación y una suposición de saber encarnado
en el analista que posibilita la constitución del síntoma en el sentido analítico.

*Miembros de la Asociación Psicoanalítica Argentina.


Es decir, para que la interpretación sea eficaz es condición necesaria el establecimiento
de la transferencia analítica. Diferencia marcada en lo cotidiano de nuestra práctica donde
se verifica la distancia entre el caso freudiano de la “joven homosexual” y el de Dora. La falta
de establecimiento de la transferencia constituyó al primero de estos casos en un tratamiento
por encargo, en el cual las interpretaciones resbalaban como “el agua sobre las plumas del
pato”. Eficacia interpretativa verificable en Dora, en la medida en que Freud pudo lograr la
implicación subjetiva en el “desorden del cual se quejaba”, condición necesaria para el
establecimiento de la transferencia. Pasaje del tratamiento por encargo -“devuélvamela al
buen camino”-, enunciado por el padre de Dora a Freud, a un tratamiento psicoanalítico
posible (Freud, 1905a, 1920a).
Desafío permanente de nuestra práctica actual en la que las consultas pueden
presentarse bajo la consistencia de un “yo soy” anoréxica. psicosomático o fóbico, en las
que de no lograr una implicación subjetiva podría derivar en un tratamiento por encargo
donde el analista quede convocado a interpretar desde un saber propio, desde la teoría y la
contratransferencia, sin que la transferencia analítica esté establecida.
Problemática del saber que abre a un interrogante central sobre la pertenencia del saber
con relación a la interpretación. ¿Acaso es del analista, de su contratransferencia, de la
teoría, del inconciente, de la persona del analizante? Dimensión del lugar del saber que
trataremos de articular con la producción de la interpretación misma en tanto saber.

II. El inconciente y el yo

En la multivocidad de la concepción freudiana acerca del yo destacaremos uno de los ejes


ligados a “Introducción del narcisismo” (1914). Allí el yo no se presenta de entrada, sino que
tiene que constituirse. Nuevo acto psíquico que agregado al autoerotismo constituye la
unidad que caracteriza al yo. Intento de unidad del yo que se verifica en la operatoria por la
cual éste se afirma como sede del conocimiento.
¿Cuál es el conocimiento que el yo aporta tal como lo revela la práctica analítica? Las
afirmaciones del yo que habla, su claridad e intento de síntesis, están atravesadas por la
dimensión de desconocimiento reconocible en el modo operativo de la negación. Intento de
una coherencia ilusoria en su funcionamiento en el que irrumpen las ambigüedades, los
lapsus verbales, las negaciones que, como expresiones del inconciente, conmueven al yo
en la pretensión de ser el centro del conocimiento.
La dimensión del inconciente es heterogénea y asimétrica con respecto a la del yo. Las
formaciones del inconciente -sueños, lapsus, síntomas- son vías privilegiadas, en tanto
sean escuchadas por el analista, para el advenimiento del inconciente que no implica una
duplicación especular del yo conciente. Concepto de un sujeto del inconciente diferente
del de un yo entendido como unidad; sujeto a producir que no es agente sino efecto del
despliegue discursivo (Lacan, 1957).
¿Se trata acaso de un saber latente que resultará comunicable al analizante con el
objetivo de hacerle accesible dicho sentido latente por vía de la interpretación?

III. La verdad y el saber

En la práctica analítica nos sorprende a menudo la producción de un lapsus, de una


ambigüedad o duda en el relato, hechos éstos que nos orientan sobre la dimensión de ese
decir como apertura al nivel de la enunciación inconciente. Pero también nos sorprende
cuando nuestro decir interpretativo queda desbordado en su efecto con relación a lo que
creimos haber dicho. Esta cuestión nos lleva a interrogarnos sobre la diferencia entre una
concepción de la verdad como adecuación a una realidad dada, que sería un saber previo
del analista, y una verdad como efecto del movimiento discursivo (Lacan, 1956).
Retomando la cuestión del saber latente, Laplanche y Pontalis (19971 definen la
interpretación como “la deducción por medio de la investigación analítica, del sentido latente
existente en las manifestaciones verbales y de comportamiento de un sujeto”. La
interpretación en la cura es definida como la “comunicación hecha al sujeto con miras a
hacerle accesible este sentido latente”.
Etchegoyen (1986) enfatiza asimismo el carácter de “información veraz, desinteresada y
pertinente” de la interpretación analítica.
Parece predominar en estas afirmaciones la idea de que el analista podría revelar
progresivamente, armado de su saber teórico y técnico, los contenidos del inconciente. Esto
nos lleva a interrogarnos sobre algunas implicancias en la clínica del predominio en la
génesis y enunciación de la interpretación del saber referencial del analista, sea éste teórico
o contratransferencial.
En el caso Dora, Freud insiste en su decir interpretativo en señalarle la línea marcada por
su concepción del Edipo positivo en cuanto a su amor por el Señor K., su padre y el propio
Freud. Esto le dificultó hacerle lugar a aquello que queda en las notas al pie de página: la
insistencia de Dora en lo que implicaba para ella como motivo de interés la Señora K.
El problema de la utilización de la contratransferencia como instrumento en la génesis de
la interpretación abre, entre otros, el debatido tema de la simetría que se introduce en el
campo analítico. Simetría yoica que implica un saber del lado del analista.
A nuestro entender, cuando el saber queda del lado del analista, se corren múltiples
riesgos en el devenir del proceso analítico. Mencionaremos algunos de ellos: la fascinación
y el adoctrinamiento consecuentes ante el saber del Otro, el acting-out y la reacción
terapéutica negativa como resultado de la falta de escucha del decir del analizante ligado a
su deseo inconciente.
Otro riesgo de la encarnadura del saber en el analista es que su decir se transforme en
el rasero de la realidad. Ubicado el analista en el lugar del ideal del yo, se puede configurar
una masa de a dos al modo de la hipnosis (Freud, 1921). Recordemos que, para Freud, todo
recuerdo es encubridor y está entramado con la fantasía desiderativa. La realidad misma
tiene esta estructura fantasmática tal como lo plantea Paula Heimann (1936) cuando afirma
que la realidad se percibe desde la fantasía inconciente.
El analizante siempre espera un Otro que dé sentido a su padecer. Desde el lugar del
ideal del yo que encarna el analista en la transferencia, el analizante busca ser amado
tratando de agradarle y de responder a sus reclamos explícitos e implícitos. Responder a
esa demanda de sentido puede ser registrado por el analizante como una respuesta a su
reclamo amoroso (Lacan, 1969-1970).
Retomaremos nuestra afirmación respecto a la sorpresa que produce la ambigüedad o
la duda como vía de acceso al inconciente, y la sorpresa que registramos cuando nuestro
decir interpretativo queda desbordado en su efecto en relación con lo que creimos haber
dicho. Esto permite poner en duda el valor del saber previo como eje generador del efecto
interpretativo. Efecto interpretativo que parece ligado a la producción de una verdad, no
decible del todo, como resultante del despliegue del discurso del analizante y la escucha del
analista.

IV. Algunas consideraciones sobre diferentes modos de concebir la interpretación.

En la obra de Freud encontramos diferentes modos de aproximación al tema que nos ocupa.
A veces la interpretación aparece más ligada a una nueva conexión de significado que es
aportado por el analista (Freud, 1900, 1911). A esta concepción se acerca Loewenstein, al
afirmar en 1951 que la interpretación es una explicación que el analista da al paciente (a
partir de lo que éste le comunicó) para aportarle un nuevo conocimiento de sí mismo. Ésta
es la línea que junto con otros desarrollos parece priorizar la idea de claridad, intento de
completud, información y disminución del equívoco. Posición que parece extremarse cuando
Freud utiliza los símbolos universales, o cuando Melanie Klein (1990) emplea la traducción
analógica de ciertos símbolos en su repertorio interpretativo.
¿Se tratará entonces de una decodificación donde se revela algo oculto como inconciente
utilizando las reglas de un código preexistente?
Otra es la línea de Freud cuando, a propósito del Hombre de las Ratas, prioriza en el
texto el valor de las palabras puente. Al paciente se le había ocurrido la idea de que era
demasiado gordo (dick) y que debía adelgazar. Eso lo llevaba a conductas de gran esfuerzo
físico; intentos de adelgazar que ocultaban un propósito suicida. En el lugar de veraneo
donde transcurre la escena había estado la amada con un primo a quien llamaban Dick
(“gordo”, en alemán). Palabra puente, asociación extrínseca que conduce a develar en su
ritual de autocastigo la furia homicida celosa que Dick despertaba en él (Freud, 1909).
Estas asociaciones extrínsecas, que pueden resultar chocantes a nuestra conciencia,
resaltan el carácter disruptivo de la dimensión de lo inconciente y la relación de la sorpresa
con el efecto interpretativo (Freud, 1901). Efecto de sorpresa que llevó a Theodor Reik a
sostener en 1933 que la efectividad y la metapsicología de la interpretación residían en este
efecto fundamental. Hecho que lo lleva a afirmar la dificultad de sistematizar la técnica como
teóricamente imposible y radicalmente antianalítica.
Theodor Reik (1935) llega a vincular la interpretación psicoanalítica con la técnica del
chiste; ligando la interpretación a las formaciones del inconciente, se aleja de la idea de la
interpretación como un intento clarificador y completivo del campo del conocimiento.

V. La interpretación y la clínica

Lo que sigue es un recorte de dos sesiones de un análisis, que sólo pretende poner en
juego a modo de ejemplo algunas de nuestras ideas en torno a la interpretación.
Un analizante relata minuciosamente en una sesión la manera en que se superponen
distintos planos en su vida referidos a su posición ambivalente respecto a su socio.
Situación que lo lleva a preguntarse sobre la conveniencia o no de continuar esa relación
comercial dado el riesgo de un posible perjuicio siempre latente. Era reiterada la queja con
respecto al socio y la rumiación de sus dudas bajo la modalidad obsesiva, que hacía muy
difícil el corrimiento del analizante de esa posición subjetiva.
Para sorpresa del analista y el analizante, para referirse a dicha superposición de planos,
este último utiliza la palabra “ensilladura”. “Hay una ensilladura entre mi relación profesional
con J. y la bronca que me dan los desplantes y los gritos que trae al estudio.” El analista
podía haber interpretado en la dirección de una relación agresiva con el otro, incluso en el
plano de la transferencia imaginaria con él; sin embargo, apuesta a la ambigüedad y
opacidad del término “ensilladura” utilizado por el paciente; depone la tentación de dar
significación al contexto y a la palabra de acuerdo con el contexto.
En su uso en la lengua, la palabra “ensilladura” remite a la acción y el efecto de ensillar
un caballo. Desde la escucha del analista, esta palabra desborda la significación del conflicto
que trataba de trasmitir el analizante en su relato. El analista introduce su decir subrayando
esta palabra con un tono interrogativo: “¿Ensilladura?”. Nueva sorpresa para ambos, ese
decir le evoca al analizante la fragmentación de dicha palabra: “en-silla-dura”. A lo cual
agrega intensamente conmovido: “Parece que yo vivo siempre padeciendo en una silla dura”.
El analizante queda, a partir de lo que se constituyó en interpretación, implicado
subjetivamente en su padecer, pasando de la queja y del conflicto rumiante con su socio al
bordeamiento -no sin angustia- de su posición ligada a su fantasía inconciente (Freud, 1919).
Posición fantasmática que se plantea en términos de ofrecerse al Otro, de ser objeto del
goce del Otro en una posición masoquista.
En otra sesión, el analizante relata penosamente la visita del fin de semana a su suegro
enfermo: “Ayer vi a mi suegro caído, vencido; dijo ‘de acá no me voy... estee... como si dijera
de esta no salgo; lo de acá no me voy creo que fue un invento mío”. El analista recorta, al
modo de la cita, parte del enunciado como afirmación: “De acá no me voy”. Luego de unos
instantes de silencio, entrecortadamente y angustiado, el analizante dice: “Tuve una imagen
horrible, yo adentro de un cajón”. El analista resalta la ambigüedad del “de acá no me voy”
en tanto interrogación sobre quién se va y de dónde. El efecto interpretativo que surge da
cuenta de un posicionamiento subjetivo vinculado a su lugar de muerto- vivo típico de la
estructura obsesiva.
En este desarrollo priorizamos algunos puntos que nos interesa introducir al debate. Uno
de ellos es que ante la concepción de la interpretación entendida como una decodificación
relacionada con el saber referencial teórico o contratransferencial del analista oponemos la
idea de la interpretación como un efecto a advenir. Rescatamos para ello el valor del decir;
saber textual que no es del analista, sino del inconciente a producir. Así queda cuestionada
la interpretación en términos sígnicos (entendiendo el signo como lo que representa algo
para alguien), en la cual el analista se ubica como decodificador en el lugar del saber.
La idea de la interpretación como un efecto a advenir se articula con lo que hemos
desarrollado previamente en términos de la significación como efecto del despliegue de la
cadena significante. Este efecto de producción de una verdad analítica como algo nuevo
puede inducir un cambio en la posición subjetiva, acotando el goce repetitivo del síntoma. El
efecto de la interpretación no está garantizado por el modo de decir del analista. Sus
palabras sólo quedarán elevadas a la categoría de interpretación en tanto produzcan, por un
cambio de vía discursiva, una transmutación en la posición subjetiva que únicamente puede
ser leída a posteriori.
El analista pasa así a tomar una posición oracular, en la medida en que sus palabras
empujen al analizante a la producción de respuestas como efecto de un decir que pueda
resultar enigmático. La interpretación puede ser pensada como un entre; entre el decir de
analizante y el de analista. En esta dirección, en vez de pensar la interpretación ligada a un
aumento del conocimiento en el plano del yo, la ubicamos como un efecto -palabra
interpretativa mediante- ligado a un movimiento posible en las fijaciones del sujeto-a los
anclajes de su fantasía inconciente. Lugar donde anidan las fuentes de su padecer que
reflejan la inercia y la viscosidad libidinal.
El padecer humano es aquello que nos convoca en tanto analistas. Una y otra vez en
nuestro camino estamos tentados de tender una mano para acercar una solución que parece
estar a nuestro alcance y al del analizante presto a recibirla. Lo que la práctica nos revela
continuamente es la insistencia del más allá del principio de placer (Freud, 1920), y que el
modo posible de intentar acotar dicho padecer es, interpretación mediante, sólo de modo
indirecto y por añadidura.

Resumen

En este trabajo se plantean diferentes modos de concebir la interpretación dentro del campo
analítico. Se señala la importancia del establecimiento de la transferencia analítica para que
la interpretación sea efectiva. Se discute el estatuto de la verdad y el saber puesto en juego
en la interpretación.
Los autores desarrollan el lugar que ocupa en la génesis de la interpretación el saber
del analista, sea éste teórico o contratransferencial. Puntualizan las diferencias con la
concepción de un efecto interpretativo ligado a la producción de una verdad no decible del
todo, como resultante del despliegue del discurso del analizante y la escucha del analista.
Ejemplifican los diferentes modos de concebir la interpretación, con referencias a la clínica
freudiana y a su propia experiencia clínica.
Descriptores: inconsciente / interpretación / psicoanalista / saber / transferencia / verdad.

Bibliografía

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1986.
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Loewenstein, R.: “The problem of interpretation”, Psychoanalytic Quarterly, 20, 1951.
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— (1935): Surprise and thepsycho-analist, Nueva York, Dutton and Co.

(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 18 de agosto de 2002; su primera


revisión, el 22 de octubre de 2002, y ha sido aprobado para su publicación en la REVISTA DE
PSICOANÁLISIS el 7 de enero de 2003).

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