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DEPREDACIÓN MASCULINA- La testosterona no es la responsable de la epidemia
machista en las sociedades del mundo, como si lo es la construcción cultural con la que
se le ha otorgado el poder.
El dolor infringido estas semanas por los feminicidios atroces es inabarcable por
las palabras. Irrazonable y peor, irresoluble: no hay justicia posible, no hay reparación.
Cae sobre nuestras espaldas y debemos ponerlo sobre nosotros para cargar la
vergüenza entre todos, porque deshace la evolución humana, la presunción de cultura,
toda alegría. Nadie ha caído en conflicto, lícito o ilícito, nadie ha sumado la patología de
los otros a los riesgos que depara estar viva, nadie escogió participar de la locura. Hoy
estamos obligados al silencio, el ayuno, el retiro.
La pérdida del horizonte empático entre las personas, del goce consentido de los
cuerpos, es probablemente la insignia del robo original, no del pecado. Tras él, subyacen
todas las construcciones excluyentes del poder, el desdén por la vida, el falso ánimo
protector de lo masculino. La idea de que hay quienes tienen “lo que se necesita” para
hacerse cargo del mundo, confundiendo carácter con virilidad. La idea del emperador,
justo o tirano, que se sienta en la nube a gobernar gentes, montañas, plantas y animales
y dice que es su destino natural: la justificación moral de la debilidad de lo femenino y
la necesidad de protegerlo, pero no por el compromiso mutuo del cuidado de toda vida,
toda persona, sino por la avaricia de la mente del consumista, que compara la mujer con
mieles dulces, cervatillos y dice luego relamiéndose que hace poesía.
Cuesta escribir cuando solo se quiere guardar penoso silencio. Pero es imposible no
hacerlo cuando la evidencia revela la verdadera “ideología de género”, aquella que
destruye las personas cuando predica una familia disciplinada por el miedo, sujeta por
la reproducción biológica, atada a la herencia de sangre, como las bestias.