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EDITO R A
DONACIÓN
AIDA MARTÍNEZ CARREÑO
Prohibidalareproduccióntotaloparcialdeestaobra
porcualquiermediosinautorizaciónescritadelaeditorial
c c 2 10 18 324
isnN 958-04-3099-3
Contenido
Prefacio g
PRIMERA PAR T E
L a Conquista 13
SEGUNDA PARTE
La Colonia 57
Lrf vida cotidiana en ias minas coloniales 59
Pablo Rodríguez / Jaime Humberto Borja
TERCERA PARTE
La república 159
B E A T R IZ CA STRO C A R V A JA L
PRIMERA PARTE
La C onquista
L a vida cotidiana en la Conquista
JOSÉ IGNACIO
AVELLANEDA NAVAS*
9. Friede, Los IVelser, pág. 342 y sobre lo que sigue en este párrafo
véanse págs. 18 1-18 2 . Sobre las acciones de Alfinger en Venezuela,
véase este mismo autor v obra, págs. 166-234.
10. Archivo General de Indias (A G I)Justicia 110 7 N ° 1, fl. 94 y ss.,
declaración de Andrés de Ayala compañero de Federmán.
2 2 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA
Organización
Avance
L a natu raleza
L o s indios
G . Gallina.
Grabado Iluminado 18 27.
Le costume anden et modeme ou historie.
Amerique ler. partier
por Jules Ferrario.
Milán.
28. Jaim e Jaram illo Urihe, Ensayos de historia soria! colombiana, Bo
gotá, 1968, pág. 93; Germ án Colmenares, Historia económica y social de
( .’olombia, 1537-171Q, Bogotá, 1978. pág. 10 1.
42 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA
32. Simón, Noticias, 111, págs. 303-7 y 343-46; véase también Sylvia
M. Broadhcnt, “ I/a Fundación de Santa Fe, Rectificaciones a Recti
ficaciones," en fío/etín de Historia y Antigüedades, 56, págs. 630-32 (abril-
junio, 1967), págs. 189-207.
46 I JOSfi IGNACIO AVELLANEDA
E X P E D IC IÓ N S A L IE R O N L L E G A R O N ID E N T IF IC A D O S
36. Juan Friede, Gonzalo Jiménez, págs. 17-20; Enrique Otte, Ce-
I.a vida cotidiana en Ja Conquista | 55
didario de la prm inaa de Venezuela, tS29 ' 53S' Curacas, 19H2, págs.
253 54-
56 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA
L a C o lo n ia
L a vida cotidiana en las
minas coloniales
PARI O
r o d r í g u e z ’
JAIM E HUMBERTO
b o r j a ”
Las tnittas
La inmensa riqueza aurífera de la Nueva Granada, deposi
tada en montañas, en vetas y en el lecho de los ríos, se con
virtió desde los primeros años de la Conquista en el
principal interés de los españoles. Para los hombres del si-
glo xvi el oro era sinónimo de riqueza sin fin, por su obten
ción no importaba padecer sacrificios ni penalidades. El
oro tenía la virtud de encantar, de ensoñar. En su desespe
rada búsqueda, los aventureros veían ciudades rutilantes,
“dorados” y lagunas encantadas. Su extraño e inequívoco
poder llevó a que muchos españoles dejaran sus armaduras
y se adentraran en su búsqueda en inhóspitas regiones
acompañados de cuadrillas de indígenas o esclavos. Du
rante los tres siglos de vida colonial, las más variadas y
distantes regiones neogranadinas vieron florecer ranche
rías de hombres enloquecidos por el oro, aunque en pocas
ocasiones alcanzaron a convertirse en ciudades.
En Antioquia, por ejemplo, a fines del siglo xvi, el des
cubrimiento de los ricos sedimentos del río Nechí provocó
el rápido desplazamiento de casi todos los mineros que se
encontraban en Buriticá. En muy pocos años fundaron
Cáceres, Zaragoza y Guamocó. El rescate fue tan intenso,
que hacia 1640 se empezó a manifestar el desencanto.
Guamocó, que llegó a ser considerada la “Villa de Oro”,
Ríe totalmente abandonada y hoy sólo sobreviven sus mi
nas en medio de la selva. Cáceres y Zaragoza se sumieron
en una profunda depresión y pobreza, de las cuales aún no
han salido.
El oro de la Nueva Granada se encontraba principal
mente en los aluviones de los ríos y quebradas. Las vetas,
que fueron fuentes significativas de la riqueza mineral, de
bían contar para su explotación con la cercanía de un río
que se pudiera canalizar. Los Reales de Minas, nombre
con el que se conocían en la época los lugares de excava
ción y laboreo, eran rancherías o conjuntos de ranchos que
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P o n te z u e la .
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A rc h iv o G e n e r a l
de la N a c ió n .
M a p o te c a 4
N ° 3 8 1a .
9
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Familiasfragmentadas
Los esclavos que llegaron a las minas colombianas no
constituían un grupo cultural ni demográfico. Procedían
de muy diversos pueblos africanos, hablaban distintas len
guas y, aunque se los contaba por familias al descender de
los galeones en Cartagena de Indias, pronto perdían sus
parentescos. El comercio de esclavos en los puertos y en
las ciudades del interior, terminó de dislocar los escasos
vínculos familiares que hubieran sobrevivido al cautiverio
interoceánico. Sus apellidos Guinea, Fon, Arará, Luango o
Babará, simplemente nos sugieren su lejano territorio abo
rigen perdido, y aun más perdido cuando rápidamente
eran denominados “bozal”, es decir, africano a secas.
Los primeros establecimientos de las regiones mineras
eran adelantados por pequeños grupos de hombres. Las
épocas de cateo y búsqueda de los yacimientos podían tar
dar meses. Sólo cuando los mineros tenían certeza de sus
hallazgos y obtenían la adjudicación de los lavaderos, co
menzaba el desplazamiento de sus cuadrillas de esclavos.
En sus inicios en las rancherías la presencia de mujeres era
escasa. Una vez superados los días de incertidumbre, la re
lación entre los sexos se equilibraba.
No obstante, en los asentamientos mineros poca aten
ción se prestó a la unidad familiar esclava. Los esclavos
dormían en un mismo rancho sin distinción de parentesco,
sexo ni edad. Los clérigos, que se quejaron de esta sitúa-
La vida cotidiana en í'as minas coloniales \ 67
10. A.CJ.N. Sección Colonia, Negros y Esclavos del Cauca, 1 . 11, fo!.
771.
L.a vida cotidiana en las tuinas coloniales | 73
Magia y religión
La vida en las minas era sumamente frágil; no sólo por la
falta de los medios mínimos de subsistencia, sino también
porque el clima era malsano. Los temores se acentuaban
con la frecuente sevicia de los amos, sus duros castigos, el
cepo y hasta la hostilidad de los indígenas. Esto trajo
como resultado un medio mágico propicio para el senti
miento religioso. Pero persistía la escasa presencia de sa
cerdotes. Las ordenanzas de minería de Juan de Borja del
siglo xvi, insistían en su necesidad. Otros administradores,
como Joseph Palacios de la Vega, también observaban que
la evangelization era importante porque desterraba “los
vicios y las supersticiones”. Mediante una recta doctrina,
decía, se lograrían contener “las borracheras y los vicios
que han de seguir estando solos”.11
Los esclavos eran superficialmente cristianizados en
los puertos de embarque en Africa y de arribo en América.
Cuando los trasladaban a las minas tenían una versión
muy simple y popular del cristianismo. Un sacerdote, en el
Bibliografía
13. I)e (¡nimia, Germ an. Estudios sobre an área dialectal hispano
americana de población negra. Las tiaras bajas occidentales de Colombia,
Bogotá, Caro v Cuervo, 1977, págs. 263 y 306.
7 8 | PABLO RO D R IG UE Z / J AIM F. H U M B E R T O B OR JA
HF.ATRIZ
C A STR O C ARV AJA L
La gente
Las haciendas coloniales neogranadinas llegaron a alber
gar grupos e individuos de los más variados sectores
étnicos y sociales. Aunque las haciendas y las estancias no
eran siempre residencia permanente de sus propietarios,
éstos pasaban temporadas en ellas junto a sus familias y
amigos. Vale anotar que en no pocas ocasiones las hacien
das eran refugio de la estrechez económica o de las contra
riedades políticas. Los hacendados, blancos criollos por lo
general, representaban una autoridad lejana, pocas veces
visible. La administración y la autoridad en la hacienda era
depositada en una persona de confianza, normalmente del
mismo grupo social, y en un grupo de capataces. A l res
pecto, mucho se ha considerado la diferencia de trato y
relaciones en las haciendas con propietarios ausentes. En
éstas, se ha indicado, el administrador animado por los
beneficios que podía obtener del sistema, imponía a los es
clavos y a los trabajadores un régimen inhumano. Por el
contrario, en las haciendas administradas directamente
por sus propietarios podía surgir con más facilidad un tra
to indulgente y paternalista.
Los administradores de las haciendas en muchos casos
eran parientes próximos de los dueños. Primos, sobrinos o
cuñados, en todo caso blancos de un rango inferior al de
los propietarios. De esta proximidad nacía la confianza
que se les tenía. No obstante, los propietarios de las gran
des haciendas acostumbraban elaborar listados detallados
de las tareas y obligaciones que debían cumplirse con ri
8 4 I PABLO R O D R Í G U E Z / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL
II. Rodríguez, Pablo, “Aspectos del com ercio y la vida de los es
clavos. Popayán, 178 0 -18 50 ”, M eddlín, Boletín de Antropología, N ° 23,
Universidad de Antioquia, 1990, pág. 23.
La vida cotidiana en las haciendas colon iales
E n g a tiv á .
1767.
A rc h iv o G e n e r a l d e la
N a c ió n . M a p o te c a 4
N ° I48a-c.
Plano de las m ed id as de
fanegad as, fa n e g ad as de pan
coger y fan egad as de g an ad o
m ayor segú n p ráctica y
ejem plares de la p ro v in cia.
1768.
\ ic h iv o G e n e r a l de la N a c ió n .
M ap o teca 4 N ° 25 9 a.
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C a rta g e n a .
■765-
A r c h iv o
G e n e r a l d e la
N a c ió n .
M a p o te c a 4
N ° 79A .
Controly patemalismo
La Instrucción más importante dada a mayordomos de
haciendas hispanoamericanas, la de la Compañía de Jesús,
concluía con una máxima de suma crudeza: “Hagan bue
nos christianos a los esclavos y los harán buenos sirvien
tes”.12 Es probable que muchas haciendas colombianas
Hacienda y ciudad
Pero la hacienda no fue un sistema encerrado en sí mismo.
Luego de las épocas de confinamiento y precariedad vivi
das por las estancias y las haciendas en el siglo xvn, hilos
muy diversos unieron estas posesiones con las ciudades
vecinas y con las capitales de provincia durante el siglo
xvii. Las haciendas abastecían a las ciudades con sus
productos. La sola hacienda Santa Bárbara colocaba
anualmente 1000 reses en el matadero de Mompox. Los
productos agrícolas y de manufactura vendidos en los
mercados procedían principalmente de las haciendas. Esta
relación comprendía un flujo de acarreos, gentes que iban
y venían por los caminos, préstamos de dineros eclesiásti
cos y juegos políticos.
1 3 .Ibid., p ág .352.
L// vida cotidiana ai las fiaciaidas coloniales | 99
Bibliografía
F on n as d e v iv ir
ii
«1
fiT
Plano de casa en
G irón.
1776 .
A rch ivo G eneral
de la N ación.
M apoteca 4
N ° 605a.
V irgen de Chinquinquirá
con donante enfermera
doña M aría Jesús
X aram illo y G avidiria.
18 13 .
M useo de Antioquia.
nos del santo rosario en casa. Más allá de las iglesias y con
ventos, en los hogares, se vivió una intensa religiosidad
doméstica. Hoy sabemos que esta manifestación estuvo
asociada también a la escasez de conventos femeninos y a
su definido carácter elitista. Una de las labores cotidianas
más importantes de los hogares coloniales era encender y
conservar el fuego. Labor esencialmente femenina, al
prender las primeras brasas en la cocina empezaba el día.
En la época se acostumbraban tres comidas principales y
tres ligeras. Las primeras estaban compuestas por el desa
yuno, la comida y la cena. Las segundas, que variaban de
denominación en cada región, eran los “tragos” del desper
tar, las onces o medias nueves y la merienda de las cinco
de la tarde. Esta cadena de comidas obligaba a mantener el
fuego encendido en la cocina y a una gran actividad de las
mujeres en casa. En la noche siempre debía mantenerse a
mano un tizón encendido para iluminar los cuartos o el
camino por el corredor.
Otro elemento doméstico asociado a la naturaleza fe
menina era el agua. El agua debía traerse a casa en pesados
toneles desde los arroyos o las fuentes vecinas, transporte
que constituía un oficio no exclusivamente masculino. Su
uso debía mediarse y cuidarse. Se distribuía en las fuentes
de las habitaciones para el lavado de las manos y el rostro.
En la cocina se la requería para la cocción de los alimentos
y la limpieza de los utensilios de plata, porcelana o simple
madera. En el patio también se la almacenaba para dar de
beber a los sirvientes, a las bestias y asear las bacinillas. Así
mismo, eran las mujeres las que lavaban a los niños y a los
enfermos.
Disponer y asear la casa era tarea cotidiana. Después
del desayuno, señoras y sirvientes se entregaban a la lim
pieza de alcobas y zaguanes. La ropa de vestir y de cama
se lavaba en las quebradas. La leña era almacenada y dis
Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 1 2 1
E l horno de la casa
Tal vez el fenómeno más complejo de nuestra culturas
hasta tiempos recientes era la manera como el honor fami
liar estaba anclado en la sexualidad. A diferencia de otras
culturas, en las que el honor se fundamentaba en la ri
queza, en la espiritualidad o en el vigor físico, en la nuestra
estaba contenida en la pureza sexual de las mujeres. En la
vida cotidiana este hecho se tradujo en una especial apre
hensión de los padres y los maridos hacia sus hijas y es
posas, reservando su virginidad para el matrimonio y
cuidando que todo nacimiento fuera legítimo.
En la época no existía capital más preciado que el del
honor. El honor era asunto de hombres aunque encarnado
en sus mujeres. Bien sabemos que los escritores del Siglo
de Oro encontraron en el honor la fuente principal para
sus dramas. Aún recientemente, y cerca a nosotros, G a
briel García Márquez insistía en el tema en su Crónica de
una muerte anunciada. Se podía ser pobre pero con un
honor limpio. Toda afrenta al honor familiar era vivida
con especial dramatismo psicológico y social, por lo que
las familias y la comunidad cuidaban celosamente de con
servar su orden sexual y moral. No obstante, con relativa
frecuencia el honor de las familias se veía menoscabado
por hechos escandalosos. Muy lamentados eran la pérdida
de virginidad y los embarazos prematrimoniales de las hi
jas. Seducidas con promesas de matrimonio y luego aban-
Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 123
B ibliografía
19 9 0 .
L a vida cotidiana y pública en las
ciudades coloniales
MARGARITA
GARRIDO
5. Romero, José Luis, Latinoam érica, las ciudades y las ideas, M éxi
co. 1976; Vargas, Julián, 1st soacda/1 de Santa Fe colonial, Bogotá, c i n e p ,
1990; Rodríguez, Pablo, Cabildo y vida urbana en M edellin colonial, 1675-
ijjo , Medellin, Universidad de Antioquia, 1992.
vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 135
Plano de la fundación de la
ciudad del Espíritu Santo del
> V alle de Lagrita.
a»
1601.
LiS M fti A rchivo G en eral de la N ación.
M apoteca 4 N ° 559a.
M 91 - «. ■ -
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V v
y J
Salida del virrey del Palacio.
O leo original* destruido el 9 de
A b ril, copia de Leudo.
C asa M useo del 20 de Julio .
Recolectores de café.
A ntioquia. M elitón
Rodríguez.
Fotografía. 1892.
Interior casa
cam pesina.
Enrique Price.
A cu arela.
La vida cotidiana y pública a i las ciudades coloniales | 151
42. Marzahl, Peter, “Creoles and Governm ent: the Cabildo o f Po
payán”, Hispanic American H istorical Review . N ° 54 (4), 1974, págs. 637
656.
43. Fiestas del Socorro para el virrey Caballero, en Ortiz, Sergio E.,
Colección de Documentos para la historia de Colombia (3a serie), Bogotá,
i960, pág. 19 y para el virrey Am ar en Caballero, Jo sé M., D iario de la
Independenaa. Bogotá, 1974, pág. 44.
44. Tisnés, R. M., Capítulos de historia zipaquireña, Bogotá, 1956,
págs. 219-224.
45. M on y Velarde, J. A., ‘Reglam ento’, en E. Robledo, Bosquejo
biográfico del señor oidor Juan Antonio Mon y Velarde, 1785-1788, Bogotá,
1954, tomo 11, pág. 180.
La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 157
L a República
L a vida rural cotidiana
en la República
M I C I I A E I , F.
JIM É N E Z
Traducción de E h ira Maldonado de Martín
II
III
IV
H a c ie n d a de cultivo
de tab aco en
Sa n ta n d e r.
F o to g ra fía .
D ic ie m b re y de
19 16 .
El Gráfico N ° 322.
Rancho C a m p e sin o
en C h o a c h í.
E d u a rd W . M a r k .
A c u arela. 18 4 6 .
C h oza y h a b itan te
d el M a g d a le n a .
A n d ré M . E .
G rab ad o
Am érica Pintoresca.
T o m o iii.
M o n ta n e r y
Sim ó n E d ito re s .
B arcelo n a. 18 8 4 .
D e m estiz o e in d ia n ace collo te.
Ju a n y M a n u e l de la C ru z .
G rab ad o coloread o .
1777-1788.
B ib lio te c a L u is - A n g e l A ra n g o . S a la
M a n u sc rito s 3 91 . 0946. C1 5 C.
D e co llo te e in d ia nace
ch a m iz o . Ju a n y M a n u e l
de la C r u z .
G rab ad o co lo rea d o .
*777 - 1788.
B ib lio te c a L u is - Á n g e l
A ra n g o . S a la
M a n u sc rito s 3 91 . 0946.
C1 5C.
La vida rural cotidiana en la República | 185
27. Samper, José M., Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condi
ción social de las repúblicas colombianas, pág. 327.
La vida rural cotidiana en la República | 187
39. 'l'irado Mejía, Alvaro, Aspectos sociales de las guerras civiles en Co
lombia, Bogotá, 1976, selección de documentos contemporáneos sohre
los conflictos colombianos en el siglo xix.
X9 6 | MICHAEL F. JIM ÉN EZ
44. José Joaquín Carvajal al general José Hilario I -opez, Buga, no
viembre 9. 1849, citada por Zam brano I’., Fabio, “ Documentos sobre
sociabilidad de la vida a mediados del siglo Anuario de Historia So
cial y de la Cultura, 15. 1987, pág. 326.
45. Von Schcnck. Ferdinand, Viajes por Antioquia en el año 1880,
Bogotá, 19 53, págs. 53-54.
2 0 0 | MICHAF.I. F. JIM ÉN EZ
VI
48. Para el debate sobre este tema, véase Dueñas Vargas, Guiomar,
“ Algunas hipótesis para el estudio de la resistencia campesina en la re
gión central de Colombia. Siglo xix,” Anuario Colombiano de Historia y
de la Cultura 20, 1992, págs. 90-106.
2 0 2 | MICHAEL F. JIM ÉN EZ
LINA MARCELA
G O N ZÁ LEZ**
Las casas
En los espacios interiores de las casas se desenvolvió una
parte considerable de la vida privada doméstica. En térmi
nos generales, las casas colombianas de los pudientes, du
rante el siglo xix, conservaron los rasgos de la arquitectura
colonial. Eran grandes y espaciosas, construidas en su ma
yoría con un solo piso o máximo dos, de adobes y techo
de teja. La gente más pobre vivía en ranchos pajizos ubica
dos en las afueras de las ciudades. Éstos se construían en
función de la temperatura y la brisa: en la tierra caliente se
buscaba su circulación y en la fría se trataba de evitarla.
La casa en general, tenía una sola puerta hacia la calle
y entre ésta y la puerta interna, había un zaguán, sitio don
de el dueño de casa recibía a sus amigos, hacía sus nego
cios o lo convertía en fumadero. Las mujeres de la casa
utilizaban el zaguán para atender proveedores de víveres,
leña y a las lavanderas y aplanchadoras de ropa. Sólo la
intimidad con los miembros de la familia permitía que el
La vida doméstica en las ciudades republicanas | 209
extraño pasara más allá del zaguán, y esto sólo se hacía los
domingos. Estas reglas se exceptuaban con los extranjeros,
pues el mayor signo de caballerosidad para con ellos, era
poner sin restricciones a su completa disposición tanto la
casa como la familia.
Junto al zaguán existía un corredor que daba al patio
principal, enladrillado, en piedra o convertido en jardín se
gún los gustos, pero casi siempre adornado en el medio
por una fuente. Alrededor de este patio estaban los corre
dores, sobre los cuales se hallaban los cuartos principales
que, de acuerdo a su posición, tenían ventanas a la calle o
al mismo corredor. Sólo muy a finales del siglo xix se im
pone el uso de puertas que separen las habitaciones entre
sí. Durante mucho tiempo una simple cortina señalaba el
límite entre una habitación y la otra.
Las ventanas eran de madera, adornadas con encajes o
calados, que permitían la aireación y la entrada de la luz,
pues el uso del vidrio era excepcional. Las que daban hacia
la calle, junto con los balcones, constituían el enlace entre
la vida privada y la pública, pues era allí donde se desen
volvían los noviazgos, se fisgoneaba la vida de los demás y
se disfrutaban las festividades populares con el tira y recibe
de dulces y otros objetos.
En la parte posterior de la casa se hallaban la cocina, la
pesebrera, el solar y las habitaciones de la servidumbre.
Veamos la descripción de una cocina bogotana, la cual era
más o menos típica en todo el país:
6 .Ibid., pág 16 1.
2 l 8 I CATAl.INA REYF.S / LINA MARCELA GONZÁLEZ
Muerte
Para el período estudiado, los índices de mortalidad son
altos y alcanzaban, en algunas ciudades, a representar un
30% por cada mil habitantes. Más preocupante aun es que,
de esta cifra, la mortalidad infantil llegó a representar hasta
un 60%. La convivencia con la muerte indudablemente
influía en la vida doméstica urbana y originaba actitudes
frente a la muerte y la enfermedad. Entre 19 15 y 1926 C o
lombia perdió 375 698 de sus niños, cifra similar a la pobla
ción actual de una ciudad intermedia.8
Los cuadros de costumbres y los relatos de viajeros
son algunas de las principales fuentes para el estudio de la
vida privada doméstica. Sin embargo, ellas dan cuenta de
los asuntos, si se quiere, menos íntimos de la vida familiar,
dejando grandes vacíos en aspectos como las relaciones
conyugales y entre padres e hijos, la existencia de amantes
y la presencia de muerte, entre otros.
Sabemos, no obstante, que ante la enfermedad prolon
gada de algún miembro de la familia, la mujer “principal”
de la casa, fuera madre, esposa o hermana, se convertía en
fiel guardiana a la cabecera del lecho del enfermo, aun
cuando la crisis de éste se prolongara durante varios años.
8. Muñoz, Cecilia y Pachón, Ximena, L a niñez en Colombia, Bogotá,
Editorial Planeta, 19 9 1.
La vida doméstica ai las ciudades republicanas | 225
E l ritmo diario
El hecho de que la familia fuera, como ya se dijo, el epicen
tro de las buenas costumbres, aunado a la falta de espacios
públicos de diversión y entretenimiento, lo mismo que de
actividades sociales y culturales en las ciudades, hizo que
la vida fuera monótona y tranquila, de una “conformidad”
interrumpida sólo por las diversiones honestas de algunos
días y por las frecuentes guerras ocurridas durante todo el
siglo XIX.
En efecto, fue característica en casi todas las ciudades
colombianas, según el testimonio de muchos viajeros ex
tranjeros, el llevar una vida claustral, quieta y casi triste, en
la que las mayores diversiones las constituían los juegos de
azar, de los que disfrutaban las muieres tanto o más que los
La vida dom éstica en las ciudades republicanas
L a h a m a ca. E d u a rd W . M a r k .
A c u a r e la .
B ib lio te c a L u is - A n g e l A ra n g o .
La vida domestica en las ciudades republicanas \ 227
L a higiene y la limpieza
Los hábitos de higiene de la familia colombiana estuvieron
determinados básicamente por la infraestructura de las
ciudades. A todo lo largo del siglo xix, nuestros principales
centros urbanos carecían por completo de sistemas de al
cantarillado y contaban con acueductos muy deficientes,
carecían de energía eléctrica, recolección de basuras, servi
cios sanitarios, necesidades que sólo empezaron a ser satis
fechas hacia finales del siglo.
Por estos motivos la gente se acostumbró a hacer sus
necesidades fisiológicas al aire libre, o en bacinillas, cuyos
contenidos eran arrojados a las acequias que corrían por
2 3 6 | CATALINA RFYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ
Pilas y ánforas
N oches oscuras
A seo y salubridad
Pobreza
Huérfanos y desvalidos
Vagos v prostitutas
Había un sector de los pobres al cual las instituciones de
caridad y beneficencia no atendían: los vagos, los ladrones
y las prostitutas. Fue necesario establecer un orden público
para controlar esta población indigente que ponía en peli
gro la seguridad de los ciudadanos y la protección de las
tradiciones familiares. La modernización era fundamental,
y se realizó a través de la transformación de la institución
de la policía.
En Bogotá se renovó la institución en la década de
1890 bajo la dirección de una delegación francesa. Se dise
ñó como un establecimiento público para el control de los
indigentes y como apoyo, más que en contraposición, de
las instituciones de caridad y beneficencia ya existentes.
Según el código de la policía, lo que había que vigilar
era a los vagos, definidos así:
18. Von Scnenk, Fr., Viajes por Antioquia en el año 1880, Bogotá,
Hunco de la República, 1953.
[ 9 .I’ayne, Constantine Alexandre, “Crecimiento y cambio social
en Medellin: 1900-1930", en Estudios Sociales, vol 1, N ° 1, M cddlín,
F A lis . 1986.
2 5 6 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL
D ía de m ercado
20. Holton, Isaac F., I m Nueva Granada: veinte meses en los Andes.
1857, Bogotá, Banco de la República, 19 8 1.
La vida pública en las ciudades republicanas | 257
La chicha y la cerveza
U n a calle de
B arra n q u illa . R io u .
G r a b a d o . 18 8 3 .
Voyages dans L 'a m eriq u e
du sud. D o c te u r J .
C re v a u x . L ib ra irie
H a ch e tte et cíe. P arís.
B ib lio te c a L u is - A n g e l
A ra n g o .
C a ñ o s d e aguas
n egras en la calle
de S a n C a rlo s.
F o to g ra fía .
H isto ria de Bogotá.
T o m o ii. V ille g a s
E d ito re s . 19 8 8 .
P ro c e sió n del
d o m in g o de
P asc u a en
P opayán .
G rab ad o
A n d ré M . E .
América
Pintoresca. T o m o
iii. M o n ta n e r y
S im ó n E d ito re s.
B arcelo n a. 18 8 4
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C e n te n a r io del
lib e rta d o r. L o s
n iñ o s
d e s a m p a ra d o s .
G r a b a d o 1 8 8 3 - 1884
Papel Periódico
Ilustrado. T o m o iii.
E d ic ió n facsim ilar.
19 7 9 .
La vida pública en las ciudades republicanas \ 263
Espectáculos
37. Patiño, Germ án, Herr Simmonds y otras historias del Falle del
Cauca, Cali, Corporación Universidad Autónom a de Occidente, Cen
tro de Investigaciones, 1992.
La vida pública en tas ciudades republicanas | 269
ei s u r i ü m i
I o — Cartajena Dtc*ctkbre 71 dt l *'* * ' M u i
No hii remedio: el debet que )|C- laron i algurwi* ilíipuls» que l)iv^( *¡
ne iu pobie eiudadanc «je dar iu ota q»f al priocí^íq croi do¡ tu
vote en Ja .parroquia donde vivo, pa vicia atia cuflaquencia que lo■ cinlu
ra que otiiia hagan i dediagaa 1 ae roo Jelteto i loa hrjnd'a fe 'e« qua
di^itiíAE la p iw , lo arriitrn ■] ninre- ie creyeren víncetjcrw, Icrn» >ei
mjmciiHi do la política iin aabef co uo de aquella otrp cuwllor^ idénti
mí), i pajera o na qnjfrn ca quí tan literal j profranvnnmit
Ta na ■■ut! * junUi, na Jtúce iw a, paiai eo SjjpiíoiQ*, 1 c^H*\eipi,
papeletea, no compré ni vendí vctoi ¡. vjudaa, T huérfanos i ai^lc, i ¿e«-
yo en fita en naca rae he metido ti-, truedon, i ruina, i ^faljerroa, ¡ pci,
10 hablar en loa CCtlillo* i d*> mcociodoi, i mmluiietit'a. . . .
mi 10L}, cflln'lllo en aquel Iraocq , ¡OÚM Santo, aerá posible í 1 I aa
P erso n a jes de la v id a n acion al. lne rieafloa . á^.qu* rae molieran Iu innrta que haré 1—Irjn* para el ayin-
rnatilín iguajjo* ciudadanna de £» tü ra eiponertiH a qye m* '■oíaDikm
Jo s é G a b r ie l T a tis . ifqta qqe la b ra n p iM lc poi alG o'ro* aitiadorni i me pctigjtn ¿k aojado <«
copeta, a da un jui nn rae fnai1»n. 1;luego, p«t p % pv
cio crinimal í eijcfil, poique dp leo np pdbie aitoaajjol qy* aa va fiii-
P in tu ra . 18 5 3 . todo t m ljí; i ImambftigQ patoi vjen ra de la piaaa con m =yrt*r i ™
do qijq me .lie ¿cmpioraHido ¡m e qué .*D| *n lo*
A lb u m de en sayos d e d ib u jo s. manta, pgc, mil <;ue®tci que me levan pueblo* laude m oficio nc porje, <kn
M u se o -N a c io n a l N ° 6 4 3 .1 4 .
La política en la vida cotidiana republicana | 283
Otro aficionado.
Ya hemos citado una corta frase del ensayista Manuel
Serrano Blanco, de su libro de hace ya casi medio siglo,
Las viñas del odio. Fue un observador fino de su tierra
santandereana, y no hallo mejor manera de concluir que
cuatro párrafos de su texto:
cía pero todos caen en ese pozo sin fondo y todos se solazan
en él.
Y ello depende del atraso de nuestra cultura y del am
biente escueto y somero en que nos ha tocado vivir. L o mis
mo en la capital de la república y en las ciudades de primera
categoría que en el burgo lejano y perdido. Gentes que pare
cen seguir la escuela antigua de aquellos ociosos de la baja la
tinidad, que discutían en el agora, parlaban en la academia,
dialogaban bajo los pórticos sobre los temas inagotables de
los sucesos públicos, com o si fueran el motivo predilecto de
toda otra ocupación lícita y elegante.
Y es que entre nosotros el ciudadano, sin distinción de
clases ni jerarquías, tiene que dedicarse a este ajetreo politi
quero, porque de él depende en mucha parte su vida y su
tranquilidad. Según sea el triunfo o el fracaso de sus viejos
ideales y de sus viejos mitos, serán calificados sus tributos,
orientada su educación, resguardado su hogar, preconizada su
libertad, protegida su honra, fomentada su propiedad. El am
plio o el pequeño círculo en que se mueve estará necesaria
mente influido por el triunfo o el fracaso de lo que cada cual
cree que es el ideario político de sus inclinaciones, de sus con
vicciones o de sus opiniones ...
Entre nosotros ... ningún ciudadano puede huir de las
preocupaciones políticas, porque será víctima de su propio
olvido. Ése es su principal problema, su primera preocupa
ción y también su única diversión.
Guerras civiles y vida cotidiana
CARLOS EDUARDO
JA R A M IL L O C A S T IL L O
E l reclutamiento
El reclutamiento o levas, como se denominaba el enrola
miento de gentes, era tal vez uno de los fenómenos que
más rechazo y pánico despertaba entre las gentes. Los ho
gares se estremecían tanto con el aviso de una leva, como
con la noticia de una epidemia de fiebre amarilla, viruela o
tifo negro.
Las urgencias de las guerras hicieron corriente el reclu
tamiento inmediato, sin que pudiera mediar muchas veces
un aviso a sus familiares. La lista de los reclutados llegaba a
los hogares pasando de boca en boca y basándose en testi
monios de los lugareños. En este procedimiento fue co
mún que quienes reclutaban no hicieran preguntas, razón
por la cual niños, enfermos, incapacitados, viciosos y de
mentes llegaron a las trincheras. La gentes se iban con lo
que tenían puesto, y sólo si contaban con suerte podían
dar aviso a su familia. Cuando el reclutamiento sucedía en
despoblado, la gente simplemente desaparecía, condenan
do a sus familiares a rezar el novenario y a buscarlos entre
los muertos de todos los días.
Por lo general las fuerzas en contienda fueron poco
cuidadosas en la selección política y en el respeto a las nor
mas vigentes4 sobre reclutamiento y conscripción militar.
Guerras civiles y vida cotidiana | 295
En cuanto a lo primero, pasados los respetos con que
se inauguraban las guerras, se terminaba arrastrando a los
campamentos a todos los hombres que se tuviera a mano,
sin importar su filiación política. En cuanto a lo segundo,
no valían las edades ni la condición. Los niños no sólo
eran reclutados sino que se les trataba con igual dureza
que a los mayores; sólo por su estatura y fragilidad, había
algunas concesiones particulares, como utilizarlos de esta
fetas, músicos o cornetas, o dedicarlos al servicio personal
de los oficiales. Sin embargo, en momentos en que la nece
sidad lo imponía, los formaban en rangos y los ponían a
combatir como cualquier adulto. En el combate de Palo-
negro5, durante la llamada guerra de los Mil Días, fueron
aniquilados varios batallones conformados por niños san-
tandereanos.
Sobra indicar que la mayoría de estos reclutamientos
eran forzosos, siendo la modalidad más frecuente la del
encierro, que no era cosa distinta a cerrar todas las salidas
de las plazas en los días de mercado, y mandar a los cuar
teles a todos los hombres que requiriera la fuerza. La fre
cuencia de esta práctica llevó, incluso, a que por épocas los
mercados desaparecieran de algunos pueblos, o que a ellos
solamente concurrieran mujeres y niños. La otra práctica
de reclutamiento fue la del menudeo, consistente en ir
reclutando a todos los hombres que la tropa encontraba en
su camino. De ahí que, cuando sonaba el cuerno, un cam
pesino que daba la alarma sobre la presencia de tropas en
la zona, caminos y casas quedaban despoblados, y las gen
tes se agazapaban en el monte hasta que pasara el huracán.
La vida en campaña
Dada la multiplicidad de conflictos armados vividos en
este siglo, podemos decir que la vida cotidiana de la nación
transcurrió más de la mitad de su tiempo inmersa en una
campaña militar. Todo giraba pues, en torno a las culatas
de los fusiles.
Aunque ya desde 1848 se habían realizado intentos por
dotar al país de un centro de formación militar permanen
te que permitiera constituir un ejército profesional, el siglo
xix concluyó sin que se hubiera logrado pasar de algunos
intentos esporádicos.
La falta de un ejército profesional y el carácter civil de
las contiendas, hicieron que necesariamente toda la socie
dad se viera involucrada en las campañas. La precariedad
íntegra de los bandos no permitía mayor autonomía para
el desarrollo de las operaciones, obligando a las comunida
des que estaban detrás de sus banderas, a suplir su aparato
2 9 8 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO
G r u p o de
M o c h u e lo s fren te a
la h a c ie n d a de
S o a c h a . R a c in e s y
V illa v e c e s.
F o to g ra fía . 1 8 7 7 .
L o s v o lu n ta rio s.
S a ffra y .
G ra b a d o . 18 6 9 .
B ib lio te c a L u is -
A n g e l A ra n g o .
M isc e lá n e a 2 3 2 .
R e c lu ta m ie n to en
la p la za de
B o lív a r. L in o
L a ra .
F o to g ra fía . 19 0 0 .
L la n e ro m ilitar.
R a m ó n T o rre s
M éndez.
B ib lio te c a L u is -
A n g e l A ra n g o .
L a b a n d e ra d e la
revo lu ció n a la
en trad a de un
c a m p a m e n to
lib eral. P ereg rin o
R iv e r a A rc e .
D ib u jo a láp iz.
1900.
L ib r e ta d e apu n tes.
M u s e o N a c io n a l
N° 3355-40.
S o ld ad o s lib erales
de d istin to s
b a tallo n es en la
tro c h a .
P e re g rin o R iv e ra
A rc e .
D ib u jo a láp iz.
1900.
L ib r e ta d e d ib u jo s.
M u se o N a c io n a l
N° 3355-31-
Guerras civiles y vida cotidiana | 305
hombre bravo, difícil de matar; y que él podía resistirse a
cualquier cosa, menos a un baile y a una mujer bonita.
Allí, en Doima, en una casa prestada para la ocasión, el
Cotudo Angelino Prada, después de verlo borracho y desar
mado, le asestó por la espalda una puñalada que sólo logro
quitarle la mitad de la vida, porque el resto se la quitaron
sus compañeros a machete, después de corretearlo por
tres cuadras.
Sobre este episodio el poeta Darío Samper, escribió el
siguiente verso:
“ T?
J L /1 interés de moverse de un lugar a otro para absorber
siempre nuevas impresiones”, escribió el geógrafo alemán
Alfred Hettner a fines del siglo xix, “es algo extraño a los
colombianos. La naturaleza no les inspira mayor entusias
mo, imponiéndoles los viajes, en cambio, molestias y
sacrificios en medida tal que el aspecto de gozo se les va
trocando en la sensación de un mal necesario”. Las moles
tias y sacrificios de que habla Hettner se hallan dramática
mente ilustrados en el siguiente pasaje de una carta de
Manuel Ancízar a Pedro Fernández Madrid fechada en
Vélez el 30 de marzo de 1850:
ocho tlías tie fatigas cxccsivas, por medio de barriales sin fon
do, por estos bosques vírgenes poblados de micos, váquiras,
tigres y cuanto la naturaleza salvaje ostenta en sus soledades,
y ocho días de mal com er y peor dormir, respirando una at
mósfera opresora, llenos de garrapatas y barro v bebiendo
aguas que Dios no crió para beber, dieron con nuestra salud al
traste y con nuestros cuerpos en cama.
Las bestias eran un lujo del cual los indios estaban casi
siempre privados, pero esto no quiere decir que no dispu
sieran de medios para transportarse adaptados a su singu
lar sistema de caminos. Charles SafFray, en el relato de su
viaje de 1870, escribe:
E l paso de la
Angostura. Vapor.
G rabad o.
A n dré. M . E .
Am érica Pintoresca.
T o m o iii.
M on taner y Sim ón
Editores.
B arcelona. 1884.
E stación de Barranquilla.
G rab ad o.
A n dré. M . E . Ame'rica Pintoresca.
T o m o iii. M on taner y Sim ón
Editores. Barcelona. 1884.
Antiguo modo de viajar en Colombia | 321
el cam ino cesa de ser una vía transitable y com ienza en conti
nua sucesión de subidas y bajadas p or cerros abruptos, gredo-
328 | EFRAÍN SÁNCHEZ
5. Ibid., n o ta 4.
La vida materiaI en los espacios domésticos | 343
Alimentación y gastronomía
L o s indígenas fiieron tradicionales abastecedores de los
m ercados con una amplia variedad de productos agrícolas,
entre los que, para el siglo xvm, ya no se podía distinguir lo
nativo de lo advenedizo. N o obstante el asombroso reper
torio vegetal, la preferencia fue, para la mesa española, las
carnes: el “m odo de poner un puchero”, según un manus
crito fechado en Pasto en 1799, requería “carne de res o
vaca fresca, cordero, un pedazo de cecina, lengua salada,
jamón, tocino, salchichón, capón o gallina” ; en la lista de
com pras para recibir al virrey Manuel Guiror en 17 7 3 se
enumeran gallinas, pollos capones, pavos, pichones, chori
zos, lenguas, codornices, cabritos, lomos, jamones de E s
352 I AIDA MARTÍNEZ CARREÑO
Conducción de muebles.
Ramón T o rres M éndez.
Pintura. 1849.
Museo N acional N ° 639. Interior de com edor en Santa M arta.
G rabad o coloreado.
D ’O rbigny A lcide. Voyage pittoresque dans les deux
Amériques.
C h e z L . Tendré Libraire - Editeur. París. 1836 .
B iblioteca L u is-A n g e l A ran go. 9 1 8 o 71 v.
/ tr y * t* • S .
M erien da con chocolate. José
M aría G root.
A cu arela.
U tensilios nuevos.
Im preso.
M artín ez A ída. M esa y cocina en el
siglo X IX . Fondo C ultural
C afetero. 1985.
D am a bogotana.
Grabado.
A n dré. M . E . América
Pintoresca. T om o iii.
M on tan er y Simón
Editores. Barcelona. 1884.
La vida material en los espacios domésticos \ 353
L a bebidas
Pese a que el cacao es una planta originaria de América, la
costumbre de beber chocolate provino de España. Consi
derado “bueno para los enfermos y los sanos... panacea
universal y consolador de afligidos”, era desde comienzos
del siglo xvm la bebida predilecta y la primera atención
que se ofrecía a un visitante. Su preparación, que inicial
mente incluía pimienta roja y almizcle, fue variando sin
dejar de ser compleja. En las casas neogranadinas lo ha
cían triturando con una piedra de forma alargada y cilin
drica las semillas del cacao, previamente tostadas, sobre
otra piedra plana bajo la cual se mantenía vivo un fuego de
carbón de palo; cuando la grasa del cacao se ablandaba
por efecto del calor, le añadían azúcar y especies (clavo,
canela, vainilla, nuez moscada) y se formaban las bolas o
pastillas. A la versión más económica, llamada chucula o
gamuza, le mezclaban panela y harina de maíz. Moler y
preparar chocolate era uno de los oficios domésticos me
jor remunerados, oficio que fue desapareciendo con su in
dustrialización a partir de 1877, cuando surgió la fábrica de
Chocolate Chaves.
La afición al café fue lenta e innovadora. Uno de los
La vida material en ¡os espacios domésticos | 355
Bebidas alcohólicas
Las bebidas fermentadas tuvieron un rol importante en las
costumbres nacionales y dentro de múltiples variedades, la
principal fue la chicha de maíz. Los indios la tuvieron
como base de su alimentación cotidiana y parte de sus
grandes solemnidades. Pese a que el gobierno español in
tentó, sin ningún éxito, controlar y hasta suprimir su fabri
3 5 6 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO
_____________________________________ i___________
4. Archivo General de Indias, Consulados 68, Pretensiones de los
comerciantes del Nuevo Reino de Granada, Madrid, 23 de marzo,
1965.
E l comercio en la vida económica y social neogranadiua \ y ]\
Barco negrero.
G rabad o.
C asa M useo del
20 de Julio.
MEMORIAS HISTÓRICAS A * 1 1 CU L O I V .Í ‘i ' f y
■ D e s p u é s d e t e s t a fe c h a - e l- t o t a l d e lo s d e re c h o s q u e
S OBRE a t íib ü ia í cad a t s a d a d a f i s e g i w - e li r e g l a m e n t o q u e in si-
, o n u iiik n k * q u e Jjra d d s ' d e n u r a v o d u , « e l a -
LA L E G IS L A C IO N , • • ..-íi./v:d> 4,»vaaa t r M -• ---A
-jp. • •i * ■ - i
Y GOBIERNO DEL COMERCIO • T o t a l d e f o t d e r e c h a s q u e eóH-
ir ib tt y t u n a t o n e la d a d e
DE LOS E S P A Ñ O L E S • M m . «> 1 • 1 - ' ■
... li -Pilmeo. AlbwRtttei-.Enjonqua. Pratot.
C O N SUS C O L O N I A S
. "1 ' p r*. v a $ rs. v n ; r s . v n , ís . v n ¡
EN LAS INDIAS OCCIDENTALES,
• . - - v ***** t>r rjw
m il r .fo 6i 14 0 6 . 1 4 0 6 . 6 7 r<
RECOPILADAS
» * « « .' ■ — ....... • . ' . * » * ^ 5) 7 - % 7 *
POR E l Sr .D. R A F A E L A X T U N E Z 7 ACEVEDO, E a r a . J i i m a ¡ - ,j ................1 3 * 6 . *1 ^3 2 6 . 1 3 Í 6 '.- 6 3 3 .
MINISTRO TOGADO OJEZ SUVSgUO CONSEJO P a r a B u e n o s - , A y r e s .. . . r a l o . 1 8 0 5 ; 809$ 809.
X>i IN D IA S. P a ra C a rta g e n a . .. P in a . 6 7 1. 6 7 1. 6 7 1 .'
P a ra H o n d u ra s. í . 1 6 9 1 . . . >4 4 4 :' 445. 44$
P a r a C a i a c a s . . . . . . , . , . ¿ 1-5 4 8 . 533; 5 3 3 . jg g .
P a r a 'M a r a c a y b o í't. . - 086. :$ 7 § . 5 7 8 2 * <7 8 -
P a ra G a m p e d i e . ' .'j J , i o o Ó. ; ¡6 8 7 . 687. 687.
P a ra T a b a s c o ...............................4 ^ 9 . 449. 449- 449-
P a r a S a n ta M a r t a / Á . :4 o 1 . . (¡a 4 0 1 . 4 0 1.
> 4 0 12 *
P a r a , C u m a n á , ktU. í&. frs&t/iaftfSiQ* *0 7 6 ; 076. 076.
P a n H a v a n a .- . . j* o . ■5 10 ? 5 1 0 .’ jio -
P a raG u b a. . . . . 4 !» 7 - 4 a7 - 4 37 - '4 * 7 '
P a r a . P u e r t o .R ico '. ■•3 5 7 . 337, 337. 337.
Pa r a Ma r g a j i t a .................... 3 x 8 . 3 18 . 3 18 . 303.
P a r a T r i n i d a d ....................... 420, 420» 4 ? ° -' 4 °$-
EN MADRID . 1 *
* N LA 1 M T R ÍN T A DE SA N C H A . E s te im p u e s to e ra sin d u d a m u y g r a v o s o í lea d u e -
DE M. DCC. XGVIJ. fias d e n a v io s , y p o r c o n s ig u ie n te a l o e w e r c io 'j n o s ó ltf
p o r su e x c e s iv a q u o t a , sillo t a m b ié n p o r q u e se- e x ig ía
a n t e s 'd c ta lir e l n a v i a d e l - p u e r to j y d e e n t r e g a r l e e l ^re
g is tro a l M a e s t r e , g u a n d o e s ta b a m a v a p u r a d o con l&s
16. Archivo Central del Cauca, Libro capitular, tomo 23, 17(13.
fols. 38-39.
38 2 | ANTHONY MCFARLANE
Bibliografía.
Cuántos y cuáles
En la Nueva Granada, durante el período colonial, quince
conventos de mujeres se fundaron entre los años de 1574 y
17 9 1. De estos quince, seis corresponden a la segunda mi
tad del siglo xvi, seis al siglo xvn y tres al período final del
virreinato. El cuadro siguiente suministra en orden crono
lógico las fechas de fundación de las instituciones con el
objeto de facilitar una mayor comprensión de lo que fue el
f e n ó m e n o g lo b a l d e la el a u s u ra fe m e n in a
los patronos, con las dotes de las muchachas, con las con
tinuas limosnas de la sociedad que aseguraba con dona
ciones la salvación eterna y con las operaciones de crédito
a favor de particulares. En esta forma, iban haciéndose
dueños de tierras, trapiches, esclavos, y propiedades urba
nas, representadas en casas de teja altas y bajas, tiendas,
locales y solares.
Los fundadores y benefactores de los conventos estaba
amparados por el derecho de patronato, arraigado en el de
recho medieval de las Leyes de Partida y considerado por
la Iglesia como una “gracia” que se otorgaba a los laicos.
Mediante este privilegio, y a cambio del cuidado y de
cuantiosos beneficios a la institución, los patronos goza
ban de no pocas bondades, de las que no era la menor el
derecho a ser enterrados en las iglesias de los monasterios,
el de ostentar escudos y blasones en las fachadas de los
mismos o el de reservar para sus familiares y herederos los
lugares de preeminencia dentro de los templos para todas
las ceremonias religiosas, además de asegurarse el rezo de
misas, salmos y oraciones a perpetuidad, para sí mismos y
sus herederos. Así, también, su poder era inmenso y, en al
gunos aspectos, como en el nombramiento de capellanes
para sus iglesias, estaban por encima del obispo. El patro
nato era hereditario, pasando en línea recta a manos de
hijos y de nietos; esto a la larga venía a convertirse en un
arma de doble filo, pues así como los primeros dedicaban
prácticamente su vida, como el caso de doña María Arias
de Ugarte en Santa Clara de Santa Fe, a la protección y
cuidado de su obra, no así los herederos, cuyas preocupa
ciones se centraban con más frecuencia en la percepción y
demanda de los privilegios que en la salvaguardia de los
intereses del convento.
Entre las donaciones de los patronos existen algunas
muy notables por su tamaño y valía, como las consignadas
I m vida cotidiana en los conventos de mujeres | 439
en el testamento tie doña María Arias de Ugarte en 1663,
para el convento de Santa Clara de Santa Fe. Esta señora
amó realmente su convento; el extenso listado de sus in
mensos bienes, además de la preocupación y esmero que
demostró en los detalles y cuidados para con la institución,
impresionan y conmueven. Dinero, hacienda, joyas, cua
dros, retablos, platería y ornamentos ocupan varios folios
del documento de archivo.
hasfábricas
La casi totalidad de los conventos se iniciaron en casas
pertenecientes a los fundadores y promotores de las órde
nes o cedidas por ellos. Con el tiempo, se fueron constru
yendo las distintas fábricas, las cuales parecen haber sido
bastante sencillas, sin alcanzar jamás la complejidad ni la
monumentalidad de los conjuntos conventuales de Are
quipa o de Antigua Guatemala. Los más pudientes debie
ron constar por lo general de dos claustros, el alto y el
bajo, distribuidos alrededor de un patio central.
Lo corriente era que se iniciaran las fundaciones en ca
sas particulares, en las que como primer requisito se acon
dicionaba una iglesia para alojar a “su Divina Magestad”,
acudiendo a los legados y donaciones de la sociedad para
dotarla de vasos sagrados, custodias, imágenes y ornamen
tos. No se han encontrado datos de monasterio alguno
cuya fábrica completa se haya terminado antes de la fun
dación. Por lo general, estos edificios requerían instalacio
nes para celdas de las religiosas, sala de labor, locutorios,
enfermería, refectorio y cocina, huerto y cementerio. A
estas dependencias se daba el nombre de oficinas. En los
monasterios importantes, un ala completa del edificio se
destinaba al noviciado. En los conventos con más de un
claustro, es de presumir que el segundo tuvo ese propósito.
Casi todas nuestras monjas llevaron un tipo de vida
440 | PILAR DE ZULF. TA
O leo anónim o
E l convento de L a Enseñanza.
B ogotá.
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E l convento de L a
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Santa
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O leo de José
M igu el
Figueroa.
La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 441
La profesión religiosa
Una vez transcurrido el año de noviciado, la voluntad de la
candidata era consultada ante notario eclesiástico, si ésta
mantenía la decisión de hacerse religiosa. Allí a la novicia
se le preguntaba qué edad tenía, hacía cuánto tiempo esta
ba en el monasterio, si había sido forzada a tomar el hábito
y profesar, si era consciente de las cargas y obligaciones
de la vida religiosa, a qué votos se comprometía, etc. Al
interrogatorio seguía el ingreso formal al claustro, el cual
estaba acompañado de una bella ceremonia plena de sim
bolismo.
Vestida toda de blanco como una desposada, y ador
nada de joyas, galones, sedas, lazos y arracadas, la mucha
cha recorría entre cánticos y luces el espacio de la nave del
templo para recibir de manos del oficiante el humilde há
bito de estameña que había sido previamente aspergado y
bendecido. Hincada de rodillas, se cortaba su cabellera y
recibía la corona de lirios y el anillo que la convertían en
esposa de Cristo. Luego, revestida con el sayal religioso,
recorría una vez más la nave del templo para ingresar por
la puerta del coro bajo, en donde era recibida por la aba
desa en persona y por el concurso de religiosas portando
cirios encendidos. Los himnos que acompañan la ceremo
nia, el Vetii Sponsa Christiy el Te Deum Laudatnus, resona
ban en la tribuna del templo.
John Potter Hamilton, coronel inglés que visitó el país
en 1824, describe el refresco que enseguida de la profesión
ofrecían las religiosas en el refectorio del convento a las
dignidades, notables, sacerdotes y familiares de la nueva
monja. Chocolate, dulces, amasijos, horchata, limonada,
todo aquello que de más exquisito y cuidado podía brindar
la regocijada comunidad en ocasión tan solemne. Después
de la profesión, sólo la muerte se revestía de tanta pompa y
recogía en el convento tanto concurso de notables. El des-
442 | PILAR DE ZULETA
L a muerte
Después de toda una vida transcurrida en la clausura, 50 o
60 años para algunas, datos que sorprenden tratándose de
una época con expectativas de vida más cortas, llegaba
finalmente el momento de la muerte. El heroísmo acom
pañaba la enfermedad y la agonía en casi todos los casos;
padecimientos indecibles soportados en silencio, con la
oración como única protesta. Luego del tránsito supremo,
la religiosa quedaba rígida, pero sonriente, y un sinnúmero
de fenómenos inexpicables tenían lugar para asombro de
las llorosas compañeras. Música como de ángeles, un per
fume misterioso que emanando del cadáver impregnaba la
La vida cotidiana en los conventos de mujeres \ 445
celda, jaculatorias, rezos y el dolido arrepentimiento de to
das aquellas que en vida de una u otra forma la habían
mortificado.
Acto seguido, se la arreglaba para colocarla en el fére
tro ciñendo de nuevo sobre sus sienes la hermosa corona
de desposada, verdadera mitra de flores, símbolo de su
triunfo final sobre los rigores y sacrificios de la vida religio
sa. Enseguida, se llamaba al pintor de renombre para que
plasmara en el lienzo la semblanza de la santa. De esta cos
tumbre surgieron los espléndidos retratos que conservan
los monasterios y que se destinaban a la Sala Capitular
para servir de ejemplo a las demás religiosas, ya que siem
pre iban acompañados de una leyenda en la que se desta
caban las virtudes que habían hecho ejemplar a la difunta:
Caritativa, humilde, limosnera, mansa, paciente, estricta en
el cumplimiento del oficio, eran algunas de las virtudes se
ñaladas.
Entre aroma de flores y luces de cirios, el féretro se ex
ponía luego en el coro bajo de la iglesia del monasterio; allí
se volcaba la ciudadanía , desde los notables, el cabildo, las
dignidades y los religiosos, hasta el pueblo llano, con el fin
de rendir homenaje a la monja difunta.
Del “Libro de profesiones de religiosas y razón de las
difuntas, sus sufragios y exequias" existente en el monaste
rio de Santa Clara de Santa Fe, extractamos lo siguiente:
“El dos de marzo de 1778, siendo abadesa la Madre Inés
de la Santísima Trinidad, murió la Hermana Francisca de
los Dolores; sacaron para su entierro y honras, 45 pataco
nes y se le hicieron sus exequias que se acostumbran y son
de constitución”. Para ese momento, el precio de las hon
ras corrientes, oscilaba entre los 40 patacones para las
monjas de velo blanco y 150 para las de velo negro.