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Draft / Versión preliminar

Aparecerá en Panorama actual de la ciencia del lenguaje. Primer sexenio de Zaragoza Lingüística (M.C. Horno, I.
Ibarretxe, J.L. Mendívil, eds.), Prensas Universitarias de Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2016

¿QUÉ ES UNA LENGUA?


BIOLOGÍA, HISTORIA Y CULTURA EN EL LENGUAJE HUMANO

JOSÉ LUIS MENDÍVIL GIRÓ


(Universidad de Zaragoza)
JUAN CARLOS MORENO CABRERA
(Universidad Autónoma de Madrid)

1. Introducción

Para algunos autores el lenguaje humano es un fenómeno natural, mientras que


para otros su naturaleza es social o cultural. Para los primeros, las lenguas son
variaciones superficiales de un sistema de conocimiento común a la especie, están
biológicamente condicionadas y su adquisición es más parecida al desarrollo de los
tejidos que al aprendizaje de normas sociales. Para los segundos, por el contrario, las
lenguas difieren de manera profunda entre sí, son parte de la cultura y sociedad de sus
hablantes, y los niños las extraen, junto con la cultura y la visión del mundo, de su
entorno. Planteamos en la presente contribución que esta aparente contradicción
descansa sobre un malentendido acerca de cuál es la naturaleza de las lenguas humanas.
Mostraremos que toda lengua humana es en realidad un entramado de aspectos
biológicos, históricos y culturales, y también que estos deben ser separados para un
estudio científico coherente. Buena parte de las contradicciones mencionadas son el
resultado de una inadecuada (o inexistente) práctica en esa dirección. Presentaremos una
propuesta explícita para desenredar esa compleja madeja, lo que nos permitirá concluir
que en muchas ocasiones afirmaciones contradictorias son en realidad complementarias.

2. ¿Es la lengua un instrumento?

Lo que entendemos por lengua habitualmente en modo alguno es un objeto


autónomo y separado de las personas y las comunidades en las que se usan. Una
definición muy común de lengua consiste en mantener que es un instrumento de
comunicación del que nos servimos los seres humanos para transmitir y compartir
información y para expresar nuestras ideas, sentimientos, deseos, ensoñaciones o
desvaríos.
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Usamos un lápiz o una pluma como instrumento para escribir. Ese instrumento
está hecho y diseñado para realizar mediante él una determinada actividad que tiene un
resultado físico perfectamente identificable, autónomo y objetivo. Debemos distinguir
tres cosas:
• El instrumento (la pluma o el lápiz)
• La actividad (la acción de escribir llevada a cabo por un agente)
• El resultado de esa actividad (lo escrito, los trazos realizados sobre una
superficie)
Si una lengua es un instrumento, entonces deberíamos ser capaces de enumerar
los tres elementos correspondientes señalados anteriormente en el caso del uso de un
instrumento para escribir.
Tomemos un acto de habla cualquiera. Por ejemplo, el que consiste en emitir
buenos días. ¿Qué instrumento utilizamos para llevar a cabo ese acto? Alguien podría
contestar el órgano del lenguaje humano. Pero, ¿qué órgano es ése? Necesitamos usar el
cerebro, pero este órgano no lo es del lenguaje solo, se utiliza para muchísimas cosas
más. Tenemos que usar los órganos articulatorios, pero, como ocurre en el caso del
cerebro, esos órganos articulatorios no se usan solo para la función lingüística, sino que
tienen otros usos primarios biológicamente prioritarios. Por ejemplo, los órganos
articulatorios implicados en el habla se usan para funciones mucho más básicas que el
habla, tales como la respiración y la masticación; en el caso de las lenguas de señas, las
manos y los brazos tienen funciones biológicamente más básicas tales como agarrar o
desplazarse. Por consiguiente, no podemos identificar ningún elemento autónomo que
pueda ser considerado como el instrumento que usamos para hablar.
Sí podemos identificar como objeto autónomo y aislable el resultado de esa
actividad, que es una emisión sonora en el caso de las lenguas habladas y una señal
visual en el caso de las lenguas señadas. Tenemos, pues, el siguiente esquema:
• Instrumentos (cerebro, órganos respiratorios y masticatorios, extremidades
superiores)
• Actividad (acción de hablar o señar)
• El resultado de esa actividad (las emisiones fónicas o señadas)
Si no podemos concebir una lengua como un instrumento, entonces podemos
intentar sostener que una lengua es una actividad o el resultado de una actividad, que
son los dos elementos de la tríada que parecen exclusivamente lingüísticos: no parece
caber duda de que existe una actividad característicamente lingüística y productos
lingüísticos de dicha actividad. ¿Con cuál de estas dos cosas cabría identificar una
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lengua? Se podría decir que una lengua es un conjunto de productos lingüísticos orales
(o escritos) o señados. De esta manera, la lengua española podría definirse como el
conjunto de los discursos hablados o de textos escritos en español. Cualquier persona
puede darse cuenta fácilmente de lo disparatado de esta idea. Sería tan absurdo como
decir que la escritura romana es el conjunto de textos escritos en alfabeto romano.
Mucho más sensato es identificar una lengua con una actividad para realizar la
cual son necesarios una serie de conocimientos declarativos y procedimentales. Si ese
conjunto de conocimientos y habilidades que posibilitan esa actividad se considera el
elemento central y rector de dicha actividad, entonces podemos definir una lengua como
una serie de competencias y habilidades lingüísticas, que se suelen denominar
competencia lingüística. Cuando decimos que Pedro conoce la lengua rusa lo que
queremos decir es que tiene una competencia lingüística que le permite, hablar,
entender, leer o escribir en esta lengua.
Cuando decimos que Juan, Pedro, María, Eva y otras cien mil personas más saben
islandés, lo que queremos decir es que tienen unas competencias lingüísticas muy
similares o idénticas en la mayor parte de los aspectos. Por ello, cuando hablamos de
español, islandés, inglés francés o alemán nos estamos refiriendo a un conjunto
predominantemente coherente de competencias lingüísticas individuales. Eso es lo que
solemos entender por lengua natural. Pero hay que tener en cuenta que un conjunto de
competencias individuales no constituye una competencia individual.

3. ¿Qué son las lenguas naturales?

Según hemos visto en la sección anterior, una lengua natural es un conjunto de


competencias lingüísticas similares. Pero un conjunto de competencias lingüísticas no
es en sí misma una competencia lingüística, por lo que no tiene sentido decir que las
competencias lingüísticas individuales son realizaciones concretas más o menos
perfectas o logradas de un objeto lingüístico supraindividual e independiente de las
personas. El concepto de lengua supraindividual o social se construye a partir de las
competencias lingüísticas individuales y no puede tener existencia independientemente
de ellas. Esto es así porque, tal como se ha dicho en la sección anterior, las lenguas no
han de identificarse con los productos de la actividad lingüística, que son
materializaciones observables de modo objetivo a través de un medio
predominantemente sonoro, en el caso de las lenguas orales, o básicamente visual, en el
caso de las lenguas de señas.
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Si las lenguas se entienden como objetos supraindividuales de carácter social
deducidos o construidos a partir de las competencias lingüísticas individuales, entonces
queda claro que el concepto de lengua no es un producto espontáneo ni dado de forma
natural, sino que ha de construirse a través del análisis y la reflexión. El concepto
habitual de lengua es, pues, un producto de la actividad mental reflexiva humana y no
un objeto dado independientemente de ella. Por consiguiente, no existen las lenguas
como objetos supraindividuales espontáneos, ajenos a la reflexión y elaboración mental
humanas.
¿Cómo adquiere de forma espontánea una persona en su infancia una lengua? Es
evidente que no puede adquirir una lengua como objeto supraindividual dado que ese
objeto es un producto mental socialmente reconocido para entender el cual las personas
deben tener ya desarrolladas sus capacidades mentales y lingüísticas, sin las cuales es
inconcebible entender ese producto. Como la lengua en el sentido que la estamos
definiendo no es un objeto autónomo aislable ni perceptible por los sentidos que se
pueda imitar, copiar o asimilar, ¿qué es lo que adquiere una persona en edad infantil
cuando aprende de forma espontánea a hablar o a señar? Lo que percibimos en nuestra
infancia son los productos de la actividad lingüística de las personas adultas y estamos
dotados desde el nacimiento mismo de la capacidad para orientar nuestra atención a
esos productos lingüísticos de las personas adultas. A partir de estos productos sonoros
y visuales, que son perceptibles sensorialmente, los infantes son capaces de construir
una competencia lingüística cuyos productos son similares a los productos lingüísticos
sobre los que la construyen, aunque puede haber -y de hecho suele haber- algunas
diferencias entre esas competencias lingüísticas construidas por ellos y las de las
personas adultas, que no son en modo alguno accesibles sensorialmente. Por tanto, el
proceso de adquisición natural de una o varias lenguas durante la infancia es un proceso
de construcción por parte de los infantes de una competencia gramatical original, no
copiada directamente, sino deducida a partir de los productos de la actividad lingüística
de las personas adultas. Por tanto, las lenguas no se adquieren naturalmente, sino que se
construyen de nuevo en cada generación, a través de las elaboraciones de las distintas
competencias lingüísticas individuales nuevas. Las diferencias entre las competencias
lingüísticas nuevas y las viejas son precisamente las que sirven de base para explicar la
variación lingüística sincrónica, es decir, en un mismo momento, y diacrónica, es decir,
en diversas épocas históricas.
Podemos aprender una pieza musical de dos formas diferentes: una forma
artificial y otra natural. La forma artificial consiste en seguir una partitura previamente
escrita y aprendérnosla. Ese aprendizaje supone la construcción de una competencia
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musical particular para esa pieza que nos permitirá cantarla o tocarla en un instrumento
musical, y también reconocerla, si no sabemos cantarla o no sabemos tocar ningún
instrumento. Una persona puede leer una partitura y aprenderla y luego reconocer una
música determinada como realización de esa partitura tocada por cualquier instrumento
musical, incluida la voz humana. Por ejemplo, si alguien no ha oído nunca el himno
nacional de Francia y estudia la partitura, cuando oiga la música correspondiente sabrá
que se trata del himno de Francia, precisamente porque ha creado una competencia
musical de esa pieza. Esta manera es claramente artificial, dado que para poder llevarla
a cabo antes hay que estudiar solfeo y conocer la notación musical.
Pero hay otra manera de adquirir la competencia de una pieza musical. Se trata de
escuchar una o varias interpretaciones concretas de esa pieza musical y a partir de ellas
construir una partitura mental que es la que nos permite tanto reconocer la pieza como
ser capaces de tararearla o de tocarla en un instrumento si hemos adquirido previamente
esta capacidad. En este caso, hay una partitura mental que tenemos en nuestra mente y
que hemos construido de forma espontánea y sin ningún conocimiento musical ni de
solfeo, mediante un proceso natural e irreflexivo para el que estamos preparados todos
los seres humanos. Esa es la razón por la que cualquier persona puede reconocer el
himno de Francia y cantarlo o, en el peor de los casos, tararearlo sin saber leer una
partitura, ni tener la menor idea de solfeo. Por eso, esta forma de adquirir la
competencia musical de una pieza la caracterizamos como natural, no artificial, que es
lo que ocurre en el caso de la primera manera de adquirir la competencia en una pieza
musical determinada.
La adquisición natural de una lengua en la infancia se produce precisamente
mediante este mismo proceso de construir de una competencia lingüística basada en las
actuaciones lingüísticas de las personas que nos rodean. No existe partitura
preestablecida de antemano y accesible sensorialmente de una lengua natural que el
infante pueda aprender, memorizar o imitar, sino que lo que hay es un conjunto de
actuaciones lingüísticas cuyos resultados se pueden percibir sensorialmente y que
constituye la base de la construcción de una competencia lingüística individual.
Si no hay un modelo lingüístico supraindividual al que el infante pueda acceder
para construir su competencia gramatical ni tampoco le es posible acceder directamente
a la competencia lingüística de las personas adultas, ¿cómo es posible que las personas
en su infancia adquieran una competencia idéntica o muy similar a la de las personas
adultas? Si cada infante tiene que construir su propia competencia gramatical, ¿qué
garantiza que todas las nuevas competencias produzcan actuaciones lingüísticas que
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sean perfectamente entendibles por parte de todas las personas de la comunidad
lingüística concreta en la que se produce la adquisición lingüística?
La clave de todo esto está en que las actuaciones lingüísticas del mundo adulto
guían de forma inexorable el conjunto de conocimientos lingüísticos individuales que
van desarrollando las personas en su infancia. El infante intenta construir una
competencia gramatical cuyos productos lingüísticos sean lo más parecidos posible a los
productos lingüísticos sobre los que construye esa competencia. Esto está determinado
por el fuerte impulso a la integración comunicativa y social del infante con la sociedad
que le rodea. Este impulso se basa en una necesidad vital para la persona en su infancia,
que es una condición fundamental de su desarrollo físico y mental apropiado. Por tanto,
todo este proceso tiene un claro fundamento biológico. Los infantes nacen ya
preparados para construir competencias lingüísticas que les posibiliten llevar a cabo una
actuación lingüística lo más parecida posible a la que observan en su entorno. Esto
garantiza la continuidad de las lenguas, pero también provoca la variación interna de los
idiomas, ya que las nuevas competencias no han de ser necesariamente idénticas en
todos sus aspectos para posibilitar una actuación lingüística que sea eficaz a la hora de
la interacción e integración social. La actividad lingüística humana ha sido desarrollada
en la evolución de nuestra especie como una actividad moldeable, modificable y
adaptable de forma eficaz a muchos usos muy diversos y variados, puesto que esta
flexibilidad es absolutamente esencial para la supervivencia en una especie animal, la
nuestra, que tiene la capacidad, biológicamente determinada, de adaptarse a los
ecosistemas más diversos y cambiantes. La variación y flexibilidad de las competencias
y las actuaciones lingüísticas son, pues, un aspecto más del increíble poder adaptativo
del ser humano, que se sienta sobre una base biológica muy clara.

4 ¿Qué son las lenguas cultivadas?

Los productos de las lenguas naturales, es decir, las expresiones lingüísticas tal
como son emitidas por las personas que tienen una competencia gramatical natural,
pueden ser sometidos a diversas manipulaciones realizadas de forma intencionada con
determinados fines explícitos. Por ejemplo, podemos eliminar de ella determinados
elementos y sustituirlos por otros y podemos modificar algunos aspectos fonéticos,
morfológicos, gramaticales, léxicos o semánticos con el fin de conseguir unos
determinados objetivos: de esta manera obtenemos unos productos lingüísticos
artificialmente modificados sobre la base de los cuales se pueden establecer algunas
reglas gramaticales nuevas que podemos obtener a partir de las reglas gramaticales
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originales (aspectos de las competencias lingüísticas naturales); estas nuevas reglas
pueden compilarse para conformar lo que se conceptúa como una gramática escrita de
una lengua. Esta gramática se puede imprimir en papel o digitalmente y puede ser
objeto de aprendizaje y estudio por parte de quienes desean obtener productos
lingüísticos que sigan las reglas gramaticales nuevas ocasionadas por las modificaciones
intencionadas y explícitas de las que hemos hablado antes. Lo que obtenemos en este
caso es algo parecido a una partitura musical escrita, que las personas pueden seguir
para realizar determinadas producciones lingüísticas con unas determinadas
características intencionalmente perseguidas. Este conjunto de reglas gramaticales
obtenidas a partir de determinadas modificaciones de los productos lingüísticos de las
lenguas naturales es lo que denominamos lengua cultivada.
Una lengua cultivada se obtiene, pues, a partir de una serie de modificaciones
intencionalmente realizadas de los productos de las lenguas naturales, que pueden
ocasionar unas reglas fonéticas, morfológicas y sintácticas ligeramente diferentes (o
muy diferentes) de las que operan en la competencia gramatical natural de las personas.
Por tanto, las lenguas cultivadas se producen sobre la base de las lenguas naturales
a través de una serie de modificaciones de los productos lingüísticos de éstas últimas.
Esas modificaciones son parciales, nunca son totales. Es decir, se modifican unos pocos
aspectos de las lenguas naturales y, por tanto, las nuevas reglas gramaticales que
caracterizan las lenguas cultivadas son relativamente pocas. El resto de las reglas
gramaticales de las lenguas naturales quedan inalteradas en las lenguas cultivadas y,
para obtener una lengua más completa se asumen sin más. Por tanto, las lenguas
cultivadas surgen de modificaciones muy parciales de las lenguas naturales y, por
consiguiente, necesitan de ellas para poder ser utilizables y utilizadas. Las lenguas
cultivadas tienen respecto de las lenguas naturales un carácter parasitario, viven de ellas
y sin ellas se convierten en un remedo fantasmagórico muy pobre que no puede ser
utilizado de modo eficiente como lengua.
Para entender las diferencias profundas en relación a cómo funcionan las lenguas
naturales y las lenguas cultivadas, podemos describir brevemente cómo cambian las
lenguas naturales y cómo lo hacen las cultivadas.
En su devenir temporal, y tal como hemos dicho, las lenguas naturales, como
conjunto interactivo complejo de competencias gramaticales individuales, van
transformándose paulatinamente conforme las nuevas competencias lingüísticas que se
van construyendo sobre la base de la actuación de las personas adultas hablantes, van
difiriendo de éstas de modo a veces sutil y a veces más radical. El paso del latín vulgar a
las lenguas romances supone un conjunto de transformaciones graduales de estas
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características. Hay que reparar en que estas transformaciones se llevan a cabo de forma
inconsciente y no dirigida intencionalmente por los hablantes. Por ejemplo, si las
lenguas romances perdieron las terminaciones de caso del latín, no fue porque las
personas que hablaban latín vulgar decidieran conscientemente que era mejor abandonar
las terminaciones de caso y sustituirlas enteramente por preposiciones. Ninguna persona
ni institución tomó ninguna decisión de este tipo, sino que esta sustitución se fue
realizado a través de generaciones a partir de la creación de nuevas competencias
gramaticales diferentes de las anteriores que, a su vez, interactuaban entre sí, a través de
la actuación lingüística, para producir una serie de cambios estructurales más o menos
coherente. No hubo ninguna institución o persona de autoridad que regularizara o
controlara estas transformaciones, sino que se realizaron de forma inconsciente y
estaban controladas automáticamente por las leyes naturales de cambio lingüístico, que
los especialistas llevan siglos estudiando e intentando formular con el mejor acierto
posible.
Cuando los neutros latinos plurales acabados en la vocal –a pasaron en castellano
a femeninos singulares, como es el caso de boda, arma, alimaña, hoja, impedimenta,
dicha, voces que eran originariamente neutras plurales en latín, se produjo la actuación
de una de los factores fundamentales del cambio lingüístico: la analogía. La analogía
actúa independientemente de la voluntad de las personas hablantes y produce resultados
como el que señalamos. A veces se achacan fenómenos de transformación como el
señalado a la ignorancia e ineptitud del vulgo, pero quien así opina lo único que muestra
es una clamorosa ignorancia sobre las reglas naturales del cambio lingüístico.
Las modificaciones intencionales y dirigidas que se llevan a cabo de forma
explícita por parte de personas e instituciones con una autoridad lingüística reconocida
socialmente, y que constituyen una lengua cultivada, son muy diferentes de las que
acabamos de mencionar. Estas autoridades lingüísticas pueden dictaminar, por ejemplo,
que la forma habían muchos, que coexiste en la lengua natural con había muchos, ha de
ser calificada como incorrecta, para lo cual la eliminan de la lengua culta (un ejemplo
concreto de lengua cultivada) y, por tanto, también la posibilidad de que en la gramática
correspondiente a esa lengua cultivada la regla de concordancia pueda aplicarse al caso
de las oraciones existenciales con el verbo haber como había mucha gente o había
muchas personas. También pueden dictaminar que la secuencia me se, que coexiste en
la lengua natural como la secuencia se me es agramatical y, por tanto, que en la lengua
culta la regla de la lengua natural que permite las dos ordenaciones sea restringida para
permitir solo la segunda de ellas.
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En ambos casos, se ha eliminado una variación existente en la lengua natural, es
decir, en el conjunto natural de competencias lingüísticas en el que coexisten diversas
formulaciones de las reglas gramaticales, haciendo que la lengua cultivada
correspondiente sea mucho más fija y homogénea. Con eso, aunque, aparentemente, la
lengua cultivada que se obtiene es de la misma naturaleza que la lengua natural en la
que se basa, aquella carece en gran medida de una de las características definitorias y
fundamentales de las lenguas naturales: su carácter variable, que es el que propicia la
variación sincrónica y diacrónica y el que le da a la lengua natural un carácter
moldeable y flexible, absolutamente esencial para que pueda adaptarse a un conjunto de
situaciones muy amplio y que van cambiando de forma permanente, unas veces más
rápido y otras más lento. No importa cuántos cambios biológicos, geográficos, sociales,
antropológicos, espirituales, culturales, económicos o demográficos experimente una
comunidad humana: las lenguas naturales que usan tienen la suficiente capacidad de
variación y adaptación para adecuarse a todos los cambios que una comunidad humana
pueda experimentar, por radicales que puedan ser. Esa increíble capacidad de
adaptación hace posible que en las sociedades tecnológicamente avanzadas actuales, en
las que los cambios tecnológicos van a velocidad de vértigo, nunca antes experimentada
por las comunidades humanas, lenguas que proceden del período de la Europa medieval
como el inglés, el francés, el alemán o el italiano, puedan seguir adaptándose sin
problemas. La variación lingüística está en el origen de esta impresionante capacidad de
adaptación de las lenguas humanas.
Las lenguas cultivadas, en general, surgen de una reducción drástica de la
variabilidad de las lenguas naturales en las que se basan, que las hace difícilmente
adaptables a cambios temporales profundos. Por eso no es posible utilizar el griego
clásico o el sánscrito sin modificarlo para hablar de muchas cuestiones actuales; sin
embargo, el griego moderno, procedente del griego vulgar antiguo, o el hindi moderno,
como lenguas naturales, son idiomas perfectamente aptos para el mundo actual y lo
serán para el mundo futuro, porque seguirán adaptándose y modificándose de forma
natural para los tiempos venideros.

5. ¿Qué relación hay entre lenguas naturales y lenguas cultivadas?

El gran poeta Dante Alighieri escribió un ensayo en latín a principios del siglo
XIV titulado De vulgari eloquentia que estaba dedicado al estudio de la lengua vulgar,
algo inusitado en aquella época. Nada más comenzar ese ensayo, Dante dice lo
siguiente:
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Pero puesto que a cada ciencia conviene no sólo probar, sino evidenciar su propio objeto,
para que se conozca todo lo que existe sobre su contenido, afirmamos, tomando rápidamente una
postura, que llamamos lengua común a aquella que los niños aprenden de los que les cuidan, en
cuanto empiezan a distinguir los sonidos; o bien, lo que puede decirse con menos palabras,
declaramos como lengua común la que aprendimos sin regla alguna (Dante, De vulgari eloquentia:
55).
Dante caracteriza aquí lo que denominamos lenguas naturales, que son adquiridas
por las personas en su infancia sin ningún tipo de instrucción específica ni ningún tipo
de acción educativa intencionada, es decir, sin regla alguna, como dice el autor. Pero,
además, Dante observa que hay otro tipo de lengua elaborada a partir de unas
determinadas reglas explícitas, que los romanos denominan gramática:
Tenemos también nosotros otra segunda forma de hablar, a la que los romanos llamaron
gramática. Por cierto que esta segunda lengua la poseen también los griegos y otros pueblos, pero
no todos; realmente pocos llegan a su uso habitual, porque sólo con el paso del tiempo y la
perseverancia en su estudio nos formamos en sus reglas y aprendemos sus principios (Dante, De
vulgari eloquentia: 55).
Esta explicación es muy interesante. El excelso poeta nos habla aquí de una
segunda forma de hablar regida por reglas explícitamente enunciadas en una gramática
escrita conocida por griegos y romanos, pero desconocida por otros pueblos. Está
hablando aquí de lo que nosotros hemos denominado lengua cultivada, concretamente
de la lengua escrita clásica de griegos y romanos. A continuación Dante afirma que son
pocos los que dominan esta forma de hablar, dado que dicho dominio conlleva un largo
período de aprendizaje de las reglas y principios explícitos que las rigen. En efecto, es
difícil utilizar una lengua escrita culta totalmente sujeta a las reglas gramaticales
normativas como lengua normal de comunicación diaria. Como dice Dante, solo unos
pocos consiguen algo parecido a esto. Ello se debe a que estamos ante una lengua no
natural sino artificial, una lengua cultivada a partir de una lengua natural.
Dante tenía muy clara la relación entre ambos tipos de lengua: la natural y la
cultivada, la gramática de los romanos. Lo expresa palmariamente en el siguiente
pasaje:
Además, de estas dos lenguas la común o vulgar es la más noble bien porque fue la primera
que usó el género humano, o porque todo el mundo se sirve de ella aunque esté dividida en
diferentes pronunciaciones o vocablos o bien porque es la natural entre nosotros, mientras que
aquella otra se presenta como más artificial (Dante, De vulgari eloquentia: 55).
En efecto, la lengua natural es previa a la lengua artificial, la lengua cultivada.
Primero, por una relación lógica entre la una y la otra. Si la lengua cultivada se origina a
través de una serie de modificaciones de la natural, es claro que la segunda ha de ser
anterior a la primera. También lo es ontogenéticamente: las personas aprenden antes a
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usar la lengua natural que las lenguas cultivadas, por ejemplo, la lengua escrita; de
hecho, en general, es necesario conocer la lengua natural en la que se basa la cultivada
para aprender ésta última. Igualmente existe una relación de anterioridad filogenética de
la lengua natural sobre la cultivada. Tal como dice Dante, aquella fue la primera que usó
el género humano y además es la única que es universal para todo el género humano. Es
evidente que ha habido muchas culturas a lo largo de la historia de la humanidad que no
han conocido la escritura, una elaboración de la lengua natural, y que la cultura oral es
predominante incluso dentro de las sociedades que hacen un uso muy amplio de la
lengua escrita. En nuestras sociedades industrializadas y occidentalizadas cosas como
las reuniones presenciales para acordar, planificar o desarrollar proyectos o estrategias,
las entrevistas de trabajo, los discursos y mítines políticos y la comunicación a través de
los medios audiovisuales hacen que hoy por hoy las sociedades que conocen y usan de
modo sistemático la escritura sean comunidades predominantemente orales en las que
domina la lengua natural sobre la cultivada.
Otra característica que notó Dante es que la lengua cultivada se asienta sobre la
lengua natural y no puede prescindir de ella en ningún momento. Lo que él denominó
vulgar ilustre es una lengua cultivada cuyo basamento y apoyo fundamental es una
lengua natural vulgar. Esta idea de que se pueden cultivar las lenguas vulgares para
obtener lenguas cultas que hacen posible usos excelsos y elevados fue revolucionaria en
una época en la que se pensaba generalizadamente que las lenguas vernáculas, vulgares,
del pueblo inculto, eran instrumentos de comunicación imperfectos, defectivos,
incoherentes, llenos de variación y poco sistematizables y regulares. Dante abogó por la
posibilidad de ilustrar la lengua vulgar, convirtiéndola en una lengua apta para expresar
las ideas más excelsas y elevadas y precisamente pensó dedicar la mayor parte de su
tratado inconcluso a describir cómo llevar a esto a cabo.
A partir de estas ideas de Dante se puede plantear la relación entre las lenguas
naturales y las cultivadas de una manera razonable y adecuada. Sin embargo, la idea
tradicional de la relación entre unas y otras, que, por desgracia, sigue vigente hoy en
día, consiste en mantener que las lenguas naturales vulgares, las utilizadas en la
comunicación espontánea diaria, son una especie de degeneración, degradación,
empobrecimiento o realización imperfecta y defectiva de las correspondientes lenguas
cultivadas usadas en determinadas circunstancias por las personas de buena cultura, en
especial las lenguas escritas generadas por las gramática normativas. De esta manera, se
habla de un español correcto, que sería aquel español que se atiene a las reglas de la
gramática normativa establecida por las instituciones y las personas que se dedican a
este tipo de lengua, y de un español incorrecto, que se identifica con la forma cotidiana
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del hablar espontáneo por parte de las personas corrientes. Se argumenta que ese
español cotidiano espontáneo es una lengua más pobre, menos perfecta, menos
desarrollada, menos rica, menos apta para hablar de temas profundos e importantes.
Pero esta actitud es exactamente la misma que se tenía en la Edad Media respecto del
latín o el griego y las lenguas cotidianas del vulgo. Las lenguas vulgares del pueblo
eran, se decía, mucho más variables, menos regulares, menos ricas, menos exactas y
menos aptas para tratar temas importantes o excelsos. El progresivo desarrollo de la
literatura, la filosofía, la historia o la ciencia en esas lenguas vulgares mostró que eran
tan susceptibles de ser desarrolladas para esos usos como el latín o el griego. Todavía en
la época de Leibniz se consideraba que el alemán, lengua del vulgo, era una lengua poco
apropiada para la filosofía, la lógica o la matemática: la historia ha venido a desmentir
esa idea falsa. Hoy en día se considera que el alemán es una de las lenguas filosóficas
por excelencia.
No tiene el menor sentido afirmar que la lengua vulgar es una especie de
degeneración de la correspondiente lengua culta, una lengua cultivada. Sí lo tiene decir
que la lengua cultivada es una elaboración de la lengua natural y, por tanto, dicha
lengua posee unas características diferentes de la lengua natural en la que se basa.
Si realizamos una modificación de A para obtener B, tiene todo el sentido decir
que B surge de una elaboración de A, pero no tiene el menor sentido decir que A es una
degeneración o realización imperfecta o no elaborada de B. Podemos utilizar huevos y
patatas para elaborar una tortilla y podemos decir que la tortilla de patatas es una
elaboración culinaria de patatas y huevos. Pero no tiene el menor sentido decir que las
patatas y los huevos son realizaciones degeneradas o imperfectas de las tortillas. Por eso
es absurdo decir que las lenguas naturales son realizaciones imperfectas o degeneradas
de las correspondientes lenguas cultivadas y, por tanto, decir que el español coloquial
hablado espontáneo es incorrecto, defectivo o imperfecto. Sería tanto como decir que las
patatas y los huevos son incorrectos, defectivos o imperfectos como tortillas.
Pero recordemos ahora lo que decía Dante a propósito de la lengua cultivada.
Decía que pocos llegan al uso de las reglas escritas de la gramática, porque su
asimilación requiere mucho tiempo y esfuerzo. Y así es, en efecto, porque si bien todos
los seres humanos estamos preparados para adquirir en la infancia una lengua natural de
modo espontáneo, no lo estamos para realizar un aprendizaje similar de las lenguas
cultivadas, que no son lenguas naturales, sino artificiales. Precisamente por esta razón,
cuando los hablantes de una lengua natural intentan seguir de forma explícita y
consecuente las normas de la gramática de una lengua cultivada, si no la dominan
totalmente o no la han automatizado completamente, realizarán esa lengua cultivada de
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forma más o menos defectiva o incompleta y con continuas interferencias de las reglas
propias de la lengua natural correspondiente. Por tanto, no solo es posible realizar de
modo defectuoso, incoherente o incompleto esa lengua cultivada, sino que es lo más
frecuente, pues estamos ante una lengua artificial y no natural. De ahí procede el mito
de que la gente inculta habla mal o incorrectamente. En efecto, mucha gente que no ha
tenido la posibilidad de dominar y automatizar las reglas de la gramática normativa, al
intentar comportarse lingüísticamente tal como dictan esas reglas, puede tener una
actuación defectuosa o inapropiada respecto de ellas. Pero esto se produce no porque
hablen mal o defectivamente su lengua natural cotidiana, sino porque intentan producir
un habla que se atiene a unas reglas gramaticales artificialmente establecidas. La
interferencia constante de sus habilidades lingüísticas naturales hace que el habla
producida no sea ni realización de la lengua natural ni tampoco realización pura y
perfecta de la lengua cultivada correspondiente. De este modo, se produce una gran
cantidad de variedades semicultas o semivulgares que es precisamente la base sobre la
que actúan los censores lingüísticos que se quejan amargamente de lo mal que habla la
gente corriente y la gran cantidad de errores que comete.

6. ¿En qué sentido son naturales las lenguas naturales?

Ya hemos visto que es crucial distinguir entre lenguas naturales y lenguas


cultivadas, y también que la indistinción entre ellas puede estar detrás de muchos
malentendidos en la lingüística contemporánea y en las propias actitudes de los
hablantes. Consideraremos ahora en qué sentido decimos que son naturales las lenguas
naturales y cómo podemos hacer compatible ese carácter natural (biológico en última
instancia) con el hecho evidente de que las lenguas cambian y se diversifican entre sí.
De hecho, podríamos preguntarnos si no es contradictorio afirmar que las lenguas
humanas son objetos naturales o que están naturalmente condicionados siendo un hecho
evidente que las lenguas cambian con el tiempo y que son tan diversas entre sí. Sin
embargo, no es nada raro si pensamos que nosotros mismos, como organismos
naturales, somos a la vez objetos naturales y objetos históricos. Los organismos
naturales están (estamos) sometidos a cambio y diversificación, pero no por ello nos
sentimos tentados de afirmar que los organismos biológicos no son objetos naturales,
sino que son puramente culturales.
De hecho, ya el propio Darwin había mencionado esa semejanza:
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La formación de las diferentes lenguas y de las diferentes especies, y las pruebas de que
ambas se han desarrollado gradualmente, son curiosamente paralelas (Darwin, 1871, traducción
nuestra)
¿En qué se basa la semejanza entre lenguas y especies? En que, como las especies
naturales, las lenguas (eso que llamamos ruso o alemán) no son sino agrupaciones de
«individuos» semejantes (las competencias lingüísticas de las personas). Para evitar
equívocos en este punto necesitamos distinguir dos sentidos de la palabra lengua (uno
como equivalente del individuo orgánico y otro como equivalente de la especie natural).
Puede ser útil la célebre terminología chomskiana que distingue la lengua interiorizada
(lengua-i) de la lengua exteriorizada (lengua-e). Para los efectos de nuestra discusión, la
lengua-i debe entenderse como una competencia lingüística, esto es, como un estado o
propiedad de la mente y del cerebro de una persona que le permite hablar y entender una
lengua (una dimensión cognitiva). Usaremos el término lengua-e como equivalente de la
especie natural, en el sentido de que una lengua-e no es sino el conjunto de lenguas-i
semejantes entre sí, al igual que la especie de los elefantes no es sino el conjunto de los
organismos, similares entre sí, que llamamos elefantes (una dimensión colectiva). Como
veíamos en los apartados anteriores, una lengua natural es, pues, un conjunto de
lenguas-i semejantes entre sí (el resto de usos habituales en la bibliografía de la
expresión lengua-e se subsumen en el concepto que hemos descrito de lengua
cultivada).
Desde este punto de vista, hay al menos tantas lenguas-i como personas; de hecho,
hay más, dado que muchas personas hablan más de una lengua. Lo único real, existente,
desde el punto de vista de una lingüística cognitiva serían esos miles de millones de
lenguas-i. Todo lo demás (dialectos, variedades, lenguas) son entidades colectivas,
abstracciones que hacemos agrupando las lenguas-i por su semejanza o su origen
histórico. Y lo mismo sucede en el ámbito biológico: lo único que existe son los estados
emergentes de la materia que llamamos organismos (animales, plantas, hongos, etc.),
mientras que los clados, especies, reinos, etc. son constructos que hacemos basándonos
en la semejanza y en la filogenia de los organismos.
Por supuesto, la lengua-i es entonces un objeto histórico: la lengua-i de una
persona que habla francés, la de una persona que habla español y la de una que habla
ruso son diferentes, como son diferentes un orangután, una persona y una vaca. Pero no
nos sentimos tentados de decir que el orangután, la persona y la vaca no son por ello
objetos naturales. En ambos casos (en biología y en lingüística) nos encontramos ante
objetos naturales históricamente modificados, por mucho que en el caso de las lenguas
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estemos hablando de órganos mentales o cognitivos (encarnados en el cerebro, en todo
caso) y en el otro de objetos hechos de moléculas, células y tejidos.
De hecho, sabemos que el francés y el español son más semejantes entre sí que
ambas lenguas con respecto al ruso porque el ancestro común de las dos primeras
lenguas es más reciente (de unos 1.500 años de antigüedad) que el ancestro común de
las tres (de unos 6.000 años de antigüedad), del mismo modo que el ancestro común de
personas y orangutanes es más reciente (de unos 7 millones de años) que el mamífero
anterior del que todos ellos derivan (unos 160 millones de años para el primer
placentario).
El siguiente esquema (veáse la figura 1) representa este estado de cosas. Cada uno
de los puntos representa las lenguas-i existentes en los cerebros de las personas. La
cercanía entre los puntos es proporcional a la semejanza entre ellos (normalmente
medible en términos de grado de inteligibilidad mutua entre los usuarios de las mismas).
Las líneas divisorias superpuestas representan la segmentación arbitraria (aunque
motivada en el grado de semejanza) que hacemos entre lo que denominamos distintas
lenguas naturales o lenguas-e (el español, el francés, el ruso, etc.), de la misma manera
que los naturalistas clasifican los organismos en especies basándose en la semejanza
(normalmente medible por la capacidad de reproducción fértil entre sus individuos).

Fig. 1 Las lenguas-i como objetos existentes y las lenguas-e como agrupaciones de lenguas-i. Los puntos
representan las lenguas-i y las líneas entre ellos su grado de semejanza. Los cuadrados segmentados por
las líneas superpuestas representan las lenguas-e.

Nótese que cuando decimos que dos personas hablan la misma lengua ya no
estamos hablando de la lengua-i, sino de la lengua-e (en el sentido definido), esto es,
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estamos afirmado que sus lenguas-i están incluidas en el mismo grupo (en la misma
«especie») que hemos segmentado basándonos en el mayor o menor grado de
semejanza. Como esa segmentación es arbitraria, no es extraño que la frontera entre
lenguas sea difusa (a veces nos medio entendemos con los hablantes de lenguas
vecinas), como lo es, de hecho, la frontera entre especies (a veces individuos de
especies diferentes, como caballos y burros, o tigres y leones, se pueden reproducir
entre sí, aunque limitadamente).
Lo que esto implica en realidad es que lo que constituye el objeto de estudio de
una lingüística que plantee una aproximación cognitiva y naturalista, esto es, una
lingüística que aborde el estudio del lenguaje como un atributo cognitivo natural (no
puramente cultural) de la especie humana, es la lengua-i, un sistema de conocimiento
encarnado en el cerebro, una parte de la estructura del cerebro, en realidad.

7. ¿Qué existió antes, el huevo (lengua-i) o la gallina (lengua-e)?

La tradicional paradoja, que se basa en que de una gallina solo puede salir de un
huevo de gallina y de que solo las gallinas ponen huevos de gallina, vino a resolverse (al
menos conceptualmente) gracias a la teoría de la evolución, dado que las especies
naturales dejaban de tener una existencia platónica absoluta y procedían gradualmente
unas de otras. Esa gradualidad biológica nos permite decidir, más o menos
aproximadamente, si en un momento dado tal o cual organismo es o no es una gallina.
En lo que respecta a las lenguas, hemos afirmado la preeminencia ontológica de la
lengua-i sobre la lengua-e. Afirmamos que lo que existe primariamente son las lenguas-i
en los cerebros de las personas, mientras que las lenguas-e son constructos basados en
su semejanza, como las especies naturales. Nos atendremos a ello, pero nótese que eso
no explica de dónde proceden las lenguas-i. Quizá por ello muchos lingüistas y filósofos
rechazan abiertamente que la primacía ontológica sea de las lenguas-i frente a las
lenguas-e. Tal es el caso bien conocido de uno de los padres de la lingüística moderna,
Ferdinand de Saussure, para quien la lengua (la langue) es esencialmente un objeto
social, externo, colectivo y la lengua-i (en el caso de haber usado esa terminología) sería
un reflejo imperfecto e incompleto de la langue en el cerebro de las personas:
Si pudiéramos abarcar la suma de las imágenes verbales almacenadas en todos los
individuos, encontraríamos el vínculo social que constituye la lengua. Es un tesoro depositado por
la práctica del habla en los sujetos pertenecientes a una misma comunidad, un sistema gramatical
virtualmente existente en cada cerebro o, más exactamente, en los cerebros de un conjunto de
individuos, puesto que la lengua no está completa en ninguno, solo existe perfectamente en la
masa (Saussure 1916: 30, traducción nuestra, cursiva añadida).
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Pero nótese que esto sería lo mismo que decir que lo que realmente existe es la
especie de los caballos y no los propios caballos, que entonces serían realizaciones o
manifestaciones de la especie. La especie tendría entonces una suerte de existencia
platónica ahí fuera, más allá de la materia orgánica. Del mismo modo, las lenguas
serían entonces externas a los cerebros, existirían ahí fuera, y la lengua-i sería una
concreción, una realización de la lengua-e en la mente de los hablantes. Pero esto no
tiene sentido, salvo que se piense que el lenguaje no es parte de la biología humana, que
es la concepción que, en efecto, subyace a esta visión, en parte por no considerarse la
distinción entre lengua natural y lengua cultivada que hemos propuesto. Puede parecer
una idea anticuada, pero nada más lejos de la realidad:
En cierto modo es útil imaginar el lenguaje como una forma de vida independiente que
coloniza y parasita los cerebros humanos usándolos para reproducirse (Deacon 1997: 111,
traducción nuestra).
La postura de Deacon está muy extendida en la lingüística funcional y cognitiva
moderna y no deja de reflejar una visión externa de las lenguas, como objetos culturales
o sociales que, por así decirlo, se «posan» en los cerebros (en algunos modelos
contribuyendo así además a su organización). Esto encaja en una visión empiricista de
la mente y del cerebro, frente al punto de vista racionalista, que asegura que la
estructura íntima de las lenguas procede de la estructura del cerebro y de la mente, y no
al revés. Esto explica también por qué desde este punto de vista empiricista se insiste
tanto en la profundidad de la diversidad de las lenguas y se minimiza el efecto
unificador en las lenguas que tendría una posible facultad del lenguaje biológicamente
condicionada, cuya existencia tiende a rechazarse. En tal modelo, las lenguas-i son
manifestaciones de las lenguas-e y las lenguas-e se asume que han aparecido
externamente, como constructos culturales colectivos o instituciones sociales.
Hemos contrapuesto a esa perspectiva la preeminencia ontológica de las lenguas-i,
pero ello no nos libera directamente de la paradoja pues, en efecto, para que en la mente
y en el cerebro humanos se desarrolle una lengua-i (al menos una que sirva para algo),
debe existir en el ambiente una lengua-e, en el sentido de que debe existir interacción
lingüística de usuarios de lenguas-i similares que genere el estímulo adecuado. Para
salir del círculo vicioso hay, pues, que examinar con más detalle la estructura íntima de
una lengua-i cualquiera, lo que nos permitirá apreciar que esa entidad interna al cerebro
ni es enteramente una estructura biológicamente determinada, ni es enteramente un
reflejo o representación de un objeto externo.
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8. ¿De qué están hechas las lenguas-i?

La idea relevante es que las lenguas-i emergen de la interacción entre, de un lado,


componentes fijos de la mente y del cerebro humano (quizá determinados
biológicamente) y, de otro, los estímulos lingüísticos del entorno. Determinar el peso
relativo de cada uno de esos dos grandes tipos de factores es, de hecho, el objetivo
esencial de la actual ciencia del lenguaje, a la que le queda mucho camino por recorrer
para ofrecer respuestas precisas, por lo que nos tendremos que limitar a ofrecer un
posible modelo de dicha interacción.
Para situar la discusión puede ser interesante partir del influyente modelo de la
Facultad Humana del Lenguaje (FL en lo sucesivo) planteado por Hauser, Chomsky y
Fitch (2002), que se refleja en la figura 2.

Figura 2. La arquitectura de la Facultad del Lenguaje. Esquema adaptado de Hauser, Chomsky y Fitch
(2002)

Hemos sugerido que una lengua-i es en realidad la FL de una persona, de manera


que asumiremos que cada lengua-i es un estado posible de la FL, representada por el
círculo mayor en el esquema de la figura 2. Como se aprecia en el mismo, la FL incluye,
mínimamente, tres grandes componentes: (i) un sistema conceptual-intencional,
relacionado con la interpretación semántica de las expresiones lingüísticas, (ii) un
sistema sensorio-motor relacionado con la producción y percepción de señales
lingüísticas (sonidos y/o señas visuales) y (iii) un sistema computacional, la sintaxis en
sentido estricto, responsable de la estructura composicional y productiva que subyace a
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las expresiones lingüísticas. Según la perspectiva chomskiana, el sistema computacional
sería el componente central y característico del lenguaje humano, puesto que sería el
responsable último de la flexibilidad y creatividad del lenguaje humano que,
aparentemente al menos, lo singulariza frente a los sistemas de comunicación de otras
especies. Sin necesidad de aceptar ese punto de vista, es obvio que un sistema
computacional tiene que formar parte de la FL humana, dado que en todas las lenguas
conocidas se pueden crear un número potencialmente infinito de expresiones
lingüísticas nuevas partiendo de la recombinación de elementos discretos.
En cualquier caso, el esquema de la figura 2 sigue siendo demasiado general como
para servir de representación de las lenguas-i, en el sentido de que no capta su evidente
naturaleza histórica y, por tanto, su diversidad. Por decirlo en términos más claros: el
esquema nos proporciona una visión de la arquitectura esencial de la FL, pero no nos
permite captar lo que singulariza a cada lengua natural y que obviamente procede del
entorno lingüístico y cultural en el que se desarrolla cada persona. Por supuesto, el
estímulo externo podría determinar en buena medida el contenido y la organización
interna de cada uno de esos componentes. El modelo que vamos a sugerir, más de
raigambre racionalista, parte de la visión de que el grado de influencia de la información
del entorno es limitado, bajo el supuesto de que la FL es globalmente un atributo natural
de nuestra especie, como lo son la capacidad de visión, la memoria o las emociones,
esencialmente uniformes en la especie.
Nótese que una interesante cuestión abierta es cómo se relacionan entre sí los
diversos componentes de la FL y, si realmente son el resultado de la evolución biológica
de la especie, si emergieron simultáneamente o lo hicieron en momentos diferentes. En
trabajos posteriores (p.e. Chomsky 2007), Chomsky ha sugerido que la relación entre el
sistema computacional y los sistemas conceptual-intencional (CI) y sensorio-motor
(SM) es asimétrica, en el sentido de que el sistema computacional habría evolucionado
adaptándose al sistema CI, formando lo que sería (y seguiría siendo) una especie de
«lenguaje interno» destinado esencialmente a la representación de la realidad y a la
creación del pensamiento. Ese lenguaje interno, común en lo esencial a la especie, se
habría conectado posteriormente al sistema SM para la externalización y, por tanto, para
la comunicación. Según esta visión (muy controvertida pero ciertamente plausible), la
externalización sería ancilar y secundaria, esto es, un proceso expuesto a la fluctuación
en el ambiente y, por tanto, susceptible de cambio y de diversificación.
Lo que este escenario implica, entonces, es que la FL debe incluir también un
componente procedente del entorno (esto es, internalizado), cuya misión sería la de
conectar sistemáticamente las derivaciones generadas por el lenguaje interno
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(resultantes de la interacción entre el sistema conceptual y el computacional) con los
sistemas sensorio-motores. La idea crucial es que ese componente, que está expuesto a
la interiorización del entorno, es el que realmente diferencia entre sí a las lenguas-i.
Por pura conveniencia expositiva, y aun siendo conscientes de que implica una
simplificación, denominaremos interfaz léxico a dicho componente. El uso de la
expresión interfaz léxico se basa en la idea tradicional de que el léxico de una lengua es
el que empareja sistemática y arbitrariamente sentidos y significados, pero debe evitarse
ahora la lectura según la cual el léxico es el conjunto de palabras o unidades que la
sintaxis combina para crear oraciones. En el uso del término que hacemos en el
esquema de la figura 3, interfaz léxico debe interpretarse como un ámbito de la memoria
a largo plazo que proporciona una conexión estable entre, de una parte, los elementos
puramente conceptuales (semánticos) tal y como los construye el sistema computacional
(la sintaxis) y, de otra, los sistemas sensorio-motores que procesan y producen las
señales lingüísticas materiales que perciben y producen los seres humanos cuando usan
el lenguaje para la comunicación.

Figura 3. Anatomía de una lengua-i

Según el esquema de la figura 3, una lengua-i cualquiera, en tanto en cuanto es la


FL de una persona, está formada por todos los componentes, que estarían naturalmente
condicionados al ser esencialmente internos al organismo, con excepción del interfaz
entre el «lenguaje interno» y el sistema sensorio-motor (destacado en un tono más
oscuro) que, al resultar interiorizado del entorno, está sujeto a variación y, por tanto, a
cambio histórico.
Nótese que hemos señalado en cada componente el ámbito de la gramática
tradicional con el que estaría centralmente asociado. De esta manera, el sistema CI se
relaciona con la interpretación (semántica y pragmática). No queremos dar a entender
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que no haya variación lingüística y cultural a ese respecto, sino que subyace una
uniformidad característica de la especie. Nótese que podemos, por ejemplo, preguntar a
alguien en qué lengua habla, en qué lengua piensa o en qué lengua sueña, pero resulta
extraño preguntarle en qué lengua significa. El hecho mismo de que podamos
considerar si dos expresiones lingüísticas (de la misma o de lenguas distintas) significan
lo mismo o no, evidencia que hay una capa de significado más profunda que las formas
lingüísticas que lo exteriorizan. Igualmente hemos asumido que la sintaxis es uniforme,
pero en este caso nos referimos a los mecanismos básicos de computación y a los
principios formales que rigen la derivación sintáctica (ensamble de unidades,
binariedad, endocentrismo, etc.) y no a la sintaxis aparente de las lenguas, que es
notoriamente diversa (tal y como sucede con el orden básico de palabras o las
estrategias de formación de oraciones pasivas). De hecho, la hipótesis de buena parte de
la lingüística formal moderna es precisamente que esas diferencias en la sintaxis
«visible» son consecuencia de diferencias en el repertorio de formantes lingüísticos que
cada lengua emplea para externalizar (para materializar, de hecho) las derivaciones
sintácticas producidas por el sistema computacional interno. Por usar términos
tradicionales, la hipótesis que subyace es que toda diferencia entre la estructura de las
lenguas es de naturaleza morfológica y fonológica.
Tal modelo predice una situación de semejanza en un nivel abstracto y de
variación superficial (aunque muy aparente). Un escenario similar podemos observarlo,
por ejemplo, en el controvertido asunto de las razas humanas. La observación
superficial de rasgos externos, como el color del pelo, la forma de la nariz, la estatura
media o el tono de la piel invita a una clasificación relativamente parcelada y estanca de
las personas en grupos naturales (llamados razas en el pasado). Sin embargo, analizados
los seres humanos a la luz de la genética y de su estructura interna, se muestran como
una continuidad sin fronteras naturales entre ellos, como una misma entidad biológica
con expresiones superficialmente diferentes. El concepto tradicional de raza no tiene un
trasunto biológico real (razón por la cual, junto con consideraciones éticas, ha caído en
desuso). Lo relevante ahora de la comparación es que según el modelo propuesto, las
diferentes lenguas no serían sino manifestaciones superficialmente (notoriamente)
diferentes de un mismo sistema de conocimiento.

9. Confundiendo las lenguas-i con sus interfaces léxicos

Partiendo ahora del modelo de la estructura interna mínima de una lengua-i


presentado en la figura 3, podríamos comprender mejor la disparidad de opiniones que
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la lingüística actual acoge sobre el grado de diversidad de las lenguas o sobre la
existencia o no de un substrato cognitivo común a todas ellas. La idea fundamental sería
que cuando los lingüistas no se ponen de acuerdo sobre esos asuntos (negando, por
ejemplo, la existencia de universales lingüísticos o afirmando que hay lenguas más
sofisticadas estructuralmente que otras), es muy probable que en realidad estén
hablando de cosas diferentes cuando emplean la palabra lengua.
Nótese el contraste entre estas dos célebres citas en relación con el grado de
profundidad de la diversidad de las lenguas:
Las lenguas pueden diferir unas de otras sin límite y de maneras impredecibles (Joos 1957:
96, traducción nuestra).
De acuerdo con Chomsky, un científico marciano visitante seguramente concluiría que,
aparte de los léxicos mutuamente ininteligibles, todos lo terrícolas hablan una única lengua (Pinker
1994: 232, traducción nuestra).
No se pueden formular opiniones menos compatibles. Sin embargo, parte de la
estupefacción que dicho contraste produce (si las consideramos afirmaciones
científicas) se puede aclarar si tenemos en cuenta que en realidad ambas tradiciones
están empleando lengua en sentidos diferentes. Queremos sugerir que una diferencia
crucial en ese uso procede de que en la tradición representada por la cita de Martin Joos
se produce una (en nuestra opinión) inadecuada identificación entre la lengua-i y uno de
sus componentes, el que hemos denominado el interfaz léxico (y que viene a coincidir
con la morfología y fonología tradicionales). En otras palabras, que afirmaciones como
que las lenguas son externas a la mente y se interiorizan, que pueden variar
profundamente, que se aprenden usando recursos generales de aprendizaje o que deben
su estructura a los procesos históricos de cambio y no a una facultad del lenguaje, serían
esencialmente correctas si se refirieran al interfaz léxico, esto es, a la zona sombreada
del esquema de la figura 3, pero no si se refieren a todo el conjunto, a la lengua-i
completa. Nuestra conclusión es que es probable que esas discrepancias tan arraigadas
en la lingüística moderna sean simplemente consecuencia de una visión sesgada,
incompleta, de qué es realmente una lengua humana natural, una visión basada en la
identificación de las lenguas con sus componentes expuestos a aprendizaje e
históricamente modificados.
Nótese que estamos de acuerdo en que en buena medida ese sector más oscuro de
la figura 3 es algo externo y cultural, pero no estamos de acuerdo en que eso sea una
lengua. Una lengua implica todo el conjunto, no solamente su parte derivada del
entorno. Pretender lo contrario sería lo mismo que afirmar que un ser humano consiste
únicamente en el menos del 1% del ADN que los seres humanos tenemos de diferente
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con respecto a otros primates como los chimpancés. Pero es no tiene sentido, pues no se
puede hacer un ser humano con el 1% del genoma, hace falta el cien por cien.

10. Conclusiones

Como señaló Saussure en las primeras páginas de su célebre Curso de lingüística


general, el lenguaje en sí mismo es inabordable científicamente por ser un objeto
«multiforme y heteróclito», un complejo de aspectos físicos, fisiológicos, mentales,
sociales y culturales. Hemos propuesto una distinción fundamental entre, de una parte,
las lenguas naturales, entendidas como grupos homogéneos de sistemas de
conocimiento lingüístico, y, de otra, las lenguas cultivadas, entendidas como
elaboraciones sociales y culturales de los productos del uso de las lenguas naturales.
Además, hemos diseccionado la naturaleza interna de las lenguas naturales (lenguas-i) y
hemos propuesto que, a su vez, ellas mismas son el resultado de la interacción, durante
el desarrollo de la facultad del lenguaje de cada persona, entre factores biológica o
naturalmente condicionados e información interiorizada del entorno. Hemos sugerido
además que la inadecuada identificación de este componente sensible al estímulo
externo con la lengua completa conduce a una concepción sesgada e inadecuada de cuál
es la naturaleza de las lenguas humanas en algunas tradiciones recientes. Ello tiene
además como consecuencia la visión de la lingüística teórica actual como un ámbito
fragmentado e incoherente, un obstáculo para el desarrollo de la ciencia del lenguaje
que las generaciones futuras deberán sortear.

Referencias

CHOMSKY, N. (2007): «Approaching UG from below», en U. Sauerland y H-M. Gärtner


(eds.), Interfaces + recursion = language? Chomsky’s minimalism and the view
from semantics. Berlín, Mouton de Gruyter: 1-30.
DANTE ALIGHIERI (c. 1305) De Vulgari Eloquentia (citado por la edición y traducción
de M. Gil Esteve y M. Rovira Soler, Madrid, Palas Atenea, 1997).
DARWIN, C. (1871): The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex. Londres,
John Murray.
DEACON, T. W. (1997): The Symbolic Species: the Co-Evolution of Language and the
Brain. Nueva York: W.W. Norton.
HAUSER, M. D., N. CHOMSKY y W. T. FITCH (2002) «The Faculty of Language: What Is
It, Who Has It, and How It Evolved?», Science, 298: 1569-1579.
Draft / Versión preliminar Mendívil & Moreno
JOOS, M. (ed.) (1957): Readings in Linguistics, Washington, American Council of
Learned Societies.
PINKER, S. (1994): The Language Instinct. How the Mind Creates Language,
Cambridge (MA), The MIT Press.
SAUSSURE, F. de (1916): Cours de linguistique générale, París: Payot.

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