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Que Es Una Lengua Biologia Historia y C
Que Es Una Lengua Biologia Historia y C
Aparecerá en Panorama actual de la ciencia del lenguaje. Primer sexenio de Zaragoza Lingüística (M.C. Horno, I.
Ibarretxe, J.L. Mendívil, eds.), Prensas Universitarias de Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2016
1. Introducción
Los productos de las lenguas naturales, es decir, las expresiones lingüísticas tal
como son emitidas por las personas que tienen una competencia gramatical natural,
pueden ser sometidos a diversas manipulaciones realizadas de forma intencionada con
determinados fines explícitos. Por ejemplo, podemos eliminar de ella determinados
elementos y sustituirlos por otros y podemos modificar algunos aspectos fonéticos,
morfológicos, gramaticales, léxicos o semánticos con el fin de conseguir unos
determinados objetivos: de esta manera obtenemos unos productos lingüísticos
artificialmente modificados sobre la base de los cuales se pueden establecer algunas
reglas gramaticales nuevas que podemos obtener a partir de las reglas gramaticales
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originales (aspectos de las competencias lingüísticas naturales); estas nuevas reglas
pueden compilarse para conformar lo que se conceptúa como una gramática escrita de
una lengua. Esta gramática se puede imprimir en papel o digitalmente y puede ser
objeto de aprendizaje y estudio por parte de quienes desean obtener productos
lingüísticos que sigan las reglas gramaticales nuevas ocasionadas por las modificaciones
intencionadas y explícitas de las que hemos hablado antes. Lo que obtenemos en este
caso es algo parecido a una partitura musical escrita, que las personas pueden seguir
para realizar determinadas producciones lingüísticas con unas determinadas
características intencionalmente perseguidas. Este conjunto de reglas gramaticales
obtenidas a partir de determinadas modificaciones de los productos lingüísticos de las
lenguas naturales es lo que denominamos lengua cultivada.
Una lengua cultivada se obtiene, pues, a partir de una serie de modificaciones
intencionalmente realizadas de los productos de las lenguas naturales, que pueden
ocasionar unas reglas fonéticas, morfológicas y sintácticas ligeramente diferentes (o
muy diferentes) de las que operan en la competencia gramatical natural de las personas.
Por tanto, las lenguas cultivadas se producen sobre la base de las lenguas naturales
a través de una serie de modificaciones de los productos lingüísticos de éstas últimas.
Esas modificaciones son parciales, nunca son totales. Es decir, se modifican unos pocos
aspectos de las lenguas naturales y, por tanto, las nuevas reglas gramaticales que
caracterizan las lenguas cultivadas son relativamente pocas. El resto de las reglas
gramaticales de las lenguas naturales quedan inalteradas en las lenguas cultivadas y,
para obtener una lengua más completa se asumen sin más. Por tanto, las lenguas
cultivadas surgen de modificaciones muy parciales de las lenguas naturales y, por
consiguiente, necesitan de ellas para poder ser utilizables y utilizadas. Las lenguas
cultivadas tienen respecto de las lenguas naturales un carácter parasitario, viven de ellas
y sin ellas se convierten en un remedo fantasmagórico muy pobre que no puede ser
utilizado de modo eficiente como lengua.
Para entender las diferencias profundas en relación a cómo funcionan las lenguas
naturales y las lenguas cultivadas, podemos describir brevemente cómo cambian las
lenguas naturales y cómo lo hacen las cultivadas.
En su devenir temporal, y tal como hemos dicho, las lenguas naturales, como
conjunto interactivo complejo de competencias gramaticales individuales, van
transformándose paulatinamente conforme las nuevas competencias lingüísticas que se
van construyendo sobre la base de la actuación de las personas adultas hablantes, van
difiriendo de éstas de modo a veces sutil y a veces más radical. El paso del latín vulgar a
las lenguas romances supone un conjunto de transformaciones graduales de estas
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características. Hay que reparar en que estas transformaciones se llevan a cabo de forma
inconsciente y no dirigida intencionalmente por los hablantes. Por ejemplo, si las
lenguas romances perdieron las terminaciones de caso del latín, no fue porque las
personas que hablaban latín vulgar decidieran conscientemente que era mejor abandonar
las terminaciones de caso y sustituirlas enteramente por preposiciones. Ninguna persona
ni institución tomó ninguna decisión de este tipo, sino que esta sustitución se fue
realizado a través de generaciones a partir de la creación de nuevas competencias
gramaticales diferentes de las anteriores que, a su vez, interactuaban entre sí, a través de
la actuación lingüística, para producir una serie de cambios estructurales más o menos
coherente. No hubo ninguna institución o persona de autoridad que regularizara o
controlara estas transformaciones, sino que se realizaron de forma inconsciente y
estaban controladas automáticamente por las leyes naturales de cambio lingüístico, que
los especialistas llevan siglos estudiando e intentando formular con el mejor acierto
posible.
Cuando los neutros latinos plurales acabados en la vocal –a pasaron en castellano
a femeninos singulares, como es el caso de boda, arma, alimaña, hoja, impedimenta,
dicha, voces que eran originariamente neutras plurales en latín, se produjo la actuación
de una de los factores fundamentales del cambio lingüístico: la analogía. La analogía
actúa independientemente de la voluntad de las personas hablantes y produce resultados
como el que señalamos. A veces se achacan fenómenos de transformación como el
señalado a la ignorancia e ineptitud del vulgo, pero quien así opina lo único que muestra
es una clamorosa ignorancia sobre las reglas naturales del cambio lingüístico.
Las modificaciones intencionales y dirigidas que se llevan a cabo de forma
explícita por parte de personas e instituciones con una autoridad lingüística reconocida
socialmente, y que constituyen una lengua cultivada, son muy diferentes de las que
acabamos de mencionar. Estas autoridades lingüísticas pueden dictaminar, por ejemplo,
que la forma habían muchos, que coexiste en la lengua natural con había muchos, ha de
ser calificada como incorrecta, para lo cual la eliminan de la lengua culta (un ejemplo
concreto de lengua cultivada) y, por tanto, también la posibilidad de que en la gramática
correspondiente a esa lengua cultivada la regla de concordancia pueda aplicarse al caso
de las oraciones existenciales con el verbo haber como había mucha gente o había
muchas personas. También pueden dictaminar que la secuencia me se, que coexiste en
la lengua natural como la secuencia se me es agramatical y, por tanto, que en la lengua
culta la regla de la lengua natural que permite las dos ordenaciones sea restringida para
permitir solo la segunda de ellas.
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En ambos casos, se ha eliminado una variación existente en la lengua natural, es
decir, en el conjunto natural de competencias lingüísticas en el que coexisten diversas
formulaciones de las reglas gramaticales, haciendo que la lengua cultivada
correspondiente sea mucho más fija y homogénea. Con eso, aunque, aparentemente, la
lengua cultivada que se obtiene es de la misma naturaleza que la lengua natural en la
que se basa, aquella carece en gran medida de una de las características definitorias y
fundamentales de las lenguas naturales: su carácter variable, que es el que propicia la
variación sincrónica y diacrónica y el que le da a la lengua natural un carácter
moldeable y flexible, absolutamente esencial para que pueda adaptarse a un conjunto de
situaciones muy amplio y que van cambiando de forma permanente, unas veces más
rápido y otras más lento. No importa cuántos cambios biológicos, geográficos, sociales,
antropológicos, espirituales, culturales, económicos o demográficos experimente una
comunidad humana: las lenguas naturales que usan tienen la suficiente capacidad de
variación y adaptación para adecuarse a todos los cambios que una comunidad humana
pueda experimentar, por radicales que puedan ser. Esa increíble capacidad de
adaptación hace posible que en las sociedades tecnológicamente avanzadas actuales, en
las que los cambios tecnológicos van a velocidad de vértigo, nunca antes experimentada
por las comunidades humanas, lenguas que proceden del período de la Europa medieval
como el inglés, el francés, el alemán o el italiano, puedan seguir adaptándose sin
problemas. La variación lingüística está en el origen de esta impresionante capacidad de
adaptación de las lenguas humanas.
Las lenguas cultivadas, en general, surgen de una reducción drástica de la
variabilidad de las lenguas naturales en las que se basan, que las hace difícilmente
adaptables a cambios temporales profundos. Por eso no es posible utilizar el griego
clásico o el sánscrito sin modificarlo para hablar de muchas cuestiones actuales; sin
embargo, el griego moderno, procedente del griego vulgar antiguo, o el hindi moderno,
como lenguas naturales, son idiomas perfectamente aptos para el mundo actual y lo
serán para el mundo futuro, porque seguirán adaptándose y modificándose de forma
natural para los tiempos venideros.
El gran poeta Dante Alighieri escribió un ensayo en latín a principios del siglo
XIV titulado De vulgari eloquentia que estaba dedicado al estudio de la lengua vulgar,
algo inusitado en aquella época. Nada más comenzar ese ensayo, Dante dice lo
siguiente:
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Pero puesto que a cada ciencia conviene no sólo probar, sino evidenciar su propio objeto,
para que se conozca todo lo que existe sobre su contenido, afirmamos, tomando rápidamente una
postura, que llamamos lengua común a aquella que los niños aprenden de los que les cuidan, en
cuanto empiezan a distinguir los sonidos; o bien, lo que puede decirse con menos palabras,
declaramos como lengua común la que aprendimos sin regla alguna (Dante, De vulgari eloquentia:
55).
Dante caracteriza aquí lo que denominamos lenguas naturales, que son adquiridas
por las personas en su infancia sin ningún tipo de instrucción específica ni ningún tipo
de acción educativa intencionada, es decir, sin regla alguna, como dice el autor. Pero,
además, Dante observa que hay otro tipo de lengua elaborada a partir de unas
determinadas reglas explícitas, que los romanos denominan gramática:
Tenemos también nosotros otra segunda forma de hablar, a la que los romanos llamaron
gramática. Por cierto que esta segunda lengua la poseen también los griegos y otros pueblos, pero
no todos; realmente pocos llegan a su uso habitual, porque sólo con el paso del tiempo y la
perseverancia en su estudio nos formamos en sus reglas y aprendemos sus principios (Dante, De
vulgari eloquentia: 55).
Esta explicación es muy interesante. El excelso poeta nos habla aquí de una
segunda forma de hablar regida por reglas explícitamente enunciadas en una gramática
escrita conocida por griegos y romanos, pero desconocida por otros pueblos. Está
hablando aquí de lo que nosotros hemos denominado lengua cultivada, concretamente
de la lengua escrita clásica de griegos y romanos. A continuación Dante afirma que son
pocos los que dominan esta forma de hablar, dado que dicho dominio conlleva un largo
período de aprendizaje de las reglas y principios explícitos que las rigen. En efecto, es
difícil utilizar una lengua escrita culta totalmente sujeta a las reglas gramaticales
normativas como lengua normal de comunicación diaria. Como dice Dante, solo unos
pocos consiguen algo parecido a esto. Ello se debe a que estamos ante una lengua no
natural sino artificial, una lengua cultivada a partir de una lengua natural.
Dante tenía muy clara la relación entre ambos tipos de lengua: la natural y la
cultivada, la gramática de los romanos. Lo expresa palmariamente en el siguiente
pasaje:
Además, de estas dos lenguas la común o vulgar es la más noble bien porque fue la primera
que usó el género humano, o porque todo el mundo se sirve de ella aunque esté dividida en
diferentes pronunciaciones o vocablos o bien porque es la natural entre nosotros, mientras que
aquella otra se presenta como más artificial (Dante, De vulgari eloquentia: 55).
En efecto, la lengua natural es previa a la lengua artificial, la lengua cultivada.
Primero, por una relación lógica entre la una y la otra. Si la lengua cultivada se origina a
través de una serie de modificaciones de la natural, es claro que la segunda ha de ser
anterior a la primera. También lo es ontogenéticamente: las personas aprenden antes a
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usar la lengua natural que las lenguas cultivadas, por ejemplo, la lengua escrita; de
hecho, en general, es necesario conocer la lengua natural en la que se basa la cultivada
para aprender ésta última. Igualmente existe una relación de anterioridad filogenética de
la lengua natural sobre la cultivada. Tal como dice Dante, aquella fue la primera que usó
el género humano y además es la única que es universal para todo el género humano. Es
evidente que ha habido muchas culturas a lo largo de la historia de la humanidad que no
han conocido la escritura, una elaboración de la lengua natural, y que la cultura oral es
predominante incluso dentro de las sociedades que hacen un uso muy amplio de la
lengua escrita. En nuestras sociedades industrializadas y occidentalizadas cosas como
las reuniones presenciales para acordar, planificar o desarrollar proyectos o estrategias,
las entrevistas de trabajo, los discursos y mítines políticos y la comunicación a través de
los medios audiovisuales hacen que hoy por hoy las sociedades que conocen y usan de
modo sistemático la escritura sean comunidades predominantemente orales en las que
domina la lengua natural sobre la cultivada.
Otra característica que notó Dante es que la lengua cultivada se asienta sobre la
lengua natural y no puede prescindir de ella en ningún momento. Lo que él denominó
vulgar ilustre es una lengua cultivada cuyo basamento y apoyo fundamental es una
lengua natural vulgar. Esta idea de que se pueden cultivar las lenguas vulgares para
obtener lenguas cultas que hacen posible usos excelsos y elevados fue revolucionaria en
una época en la que se pensaba generalizadamente que las lenguas vernáculas, vulgares,
del pueblo inculto, eran instrumentos de comunicación imperfectos, defectivos,
incoherentes, llenos de variación y poco sistematizables y regulares. Dante abogó por la
posibilidad de ilustrar la lengua vulgar, convirtiéndola en una lengua apta para expresar
las ideas más excelsas y elevadas y precisamente pensó dedicar la mayor parte de su
tratado inconcluso a describir cómo llevar a esto a cabo.
A partir de estas ideas de Dante se puede plantear la relación entre las lenguas
naturales y las cultivadas de una manera razonable y adecuada. Sin embargo, la idea
tradicional de la relación entre unas y otras, que, por desgracia, sigue vigente hoy en
día, consiste en mantener que las lenguas naturales vulgares, las utilizadas en la
comunicación espontánea diaria, son una especie de degeneración, degradación,
empobrecimiento o realización imperfecta y defectiva de las correspondientes lenguas
cultivadas usadas en determinadas circunstancias por las personas de buena cultura, en
especial las lenguas escritas generadas por las gramática normativas. De esta manera, se
habla de un español correcto, que sería aquel español que se atiene a las reglas de la
gramática normativa establecida por las instituciones y las personas que se dedican a
este tipo de lengua, y de un español incorrecto, que se identifica con la forma cotidiana
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del hablar espontáneo por parte de las personas corrientes. Se argumenta que ese
español cotidiano espontáneo es una lengua más pobre, menos perfecta, menos
desarrollada, menos rica, menos apta para hablar de temas profundos e importantes.
Pero esta actitud es exactamente la misma que se tenía en la Edad Media respecto del
latín o el griego y las lenguas cotidianas del vulgo. Las lenguas vulgares del pueblo
eran, se decía, mucho más variables, menos regulares, menos ricas, menos exactas y
menos aptas para tratar temas importantes o excelsos. El progresivo desarrollo de la
literatura, la filosofía, la historia o la ciencia en esas lenguas vulgares mostró que eran
tan susceptibles de ser desarrolladas para esos usos como el latín o el griego. Todavía en
la época de Leibniz se consideraba que el alemán, lengua del vulgo, era una lengua poco
apropiada para la filosofía, la lógica o la matemática: la historia ha venido a desmentir
esa idea falsa. Hoy en día se considera que el alemán es una de las lenguas filosóficas
por excelencia.
No tiene el menor sentido afirmar que la lengua vulgar es una especie de
degeneración de la correspondiente lengua culta, una lengua cultivada. Sí lo tiene decir
que la lengua cultivada es una elaboración de la lengua natural y, por tanto, dicha
lengua posee unas características diferentes de la lengua natural en la que se basa.
Si realizamos una modificación de A para obtener B, tiene todo el sentido decir
que B surge de una elaboración de A, pero no tiene el menor sentido decir que A es una
degeneración o realización imperfecta o no elaborada de B. Podemos utilizar huevos y
patatas para elaborar una tortilla y podemos decir que la tortilla de patatas es una
elaboración culinaria de patatas y huevos. Pero no tiene el menor sentido decir que las
patatas y los huevos son realizaciones degeneradas o imperfectas de las tortillas. Por eso
es absurdo decir que las lenguas naturales son realizaciones imperfectas o degeneradas
de las correspondientes lenguas cultivadas y, por tanto, decir que el español coloquial
hablado espontáneo es incorrecto, defectivo o imperfecto. Sería tanto como decir que las
patatas y los huevos son incorrectos, defectivos o imperfectos como tortillas.
Pero recordemos ahora lo que decía Dante a propósito de la lengua cultivada.
Decía que pocos llegan al uso de las reglas escritas de la gramática, porque su
asimilación requiere mucho tiempo y esfuerzo. Y así es, en efecto, porque si bien todos
los seres humanos estamos preparados para adquirir en la infancia una lengua natural de
modo espontáneo, no lo estamos para realizar un aprendizaje similar de las lenguas
cultivadas, que no son lenguas naturales, sino artificiales. Precisamente por esta razón,
cuando los hablantes de una lengua natural intentan seguir de forma explícita y
consecuente las normas de la gramática de una lengua cultivada, si no la dominan
totalmente o no la han automatizado completamente, realizarán esa lengua cultivada de
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forma más o menos defectiva o incompleta y con continuas interferencias de las reglas
propias de la lengua natural correspondiente. Por tanto, no solo es posible realizar de
modo defectuoso, incoherente o incompleto esa lengua cultivada, sino que es lo más
frecuente, pues estamos ante una lengua artificial y no natural. De ahí procede el mito
de que la gente inculta habla mal o incorrectamente. En efecto, mucha gente que no ha
tenido la posibilidad de dominar y automatizar las reglas de la gramática normativa, al
intentar comportarse lingüísticamente tal como dictan esas reglas, puede tener una
actuación defectuosa o inapropiada respecto de ellas. Pero esto se produce no porque
hablen mal o defectivamente su lengua natural cotidiana, sino porque intentan producir
un habla que se atiene a unas reglas gramaticales artificialmente establecidas. La
interferencia constante de sus habilidades lingüísticas naturales hace que el habla
producida no sea ni realización de la lengua natural ni tampoco realización pura y
perfecta de la lengua cultivada correspondiente. De este modo, se produce una gran
cantidad de variedades semicultas o semivulgares que es precisamente la base sobre la
que actúan los censores lingüísticos que se quejan amargamente de lo mal que habla la
gente corriente y la gran cantidad de errores que comete.
Fig. 1 Las lenguas-i como objetos existentes y las lenguas-e como agrupaciones de lenguas-i. Los puntos
representan las lenguas-i y las líneas entre ellos su grado de semejanza. Los cuadrados segmentados por
las líneas superpuestas representan las lenguas-e.
Nótese que cuando decimos que dos personas hablan la misma lengua ya no
estamos hablando de la lengua-i, sino de la lengua-e (en el sentido definido), esto es,
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estamos afirmado que sus lenguas-i están incluidas en el mismo grupo (en la misma
«especie») que hemos segmentado basándonos en el mayor o menor grado de
semejanza. Como esa segmentación es arbitraria, no es extraño que la frontera entre
lenguas sea difusa (a veces nos medio entendemos con los hablantes de lenguas
vecinas), como lo es, de hecho, la frontera entre especies (a veces individuos de
especies diferentes, como caballos y burros, o tigres y leones, se pueden reproducir
entre sí, aunque limitadamente).
Lo que esto implica en realidad es que lo que constituye el objeto de estudio de
una lingüística que plantee una aproximación cognitiva y naturalista, esto es, una
lingüística que aborde el estudio del lenguaje como un atributo cognitivo natural (no
puramente cultural) de la especie humana, es la lengua-i, un sistema de conocimiento
encarnado en el cerebro, una parte de la estructura del cerebro, en realidad.
La tradicional paradoja, que se basa en que de una gallina solo puede salir de un
huevo de gallina y de que solo las gallinas ponen huevos de gallina, vino a resolverse (al
menos conceptualmente) gracias a la teoría de la evolución, dado que las especies
naturales dejaban de tener una existencia platónica absoluta y procedían gradualmente
unas de otras. Esa gradualidad biológica nos permite decidir, más o menos
aproximadamente, si en un momento dado tal o cual organismo es o no es una gallina.
En lo que respecta a las lenguas, hemos afirmado la preeminencia ontológica de la
lengua-i sobre la lengua-e. Afirmamos que lo que existe primariamente son las lenguas-i
en los cerebros de las personas, mientras que las lenguas-e son constructos basados en
su semejanza, como las especies naturales. Nos atendremos a ello, pero nótese que eso
no explica de dónde proceden las lenguas-i. Quizá por ello muchos lingüistas y filósofos
rechazan abiertamente que la primacía ontológica sea de las lenguas-i frente a las
lenguas-e. Tal es el caso bien conocido de uno de los padres de la lingüística moderna,
Ferdinand de Saussure, para quien la lengua (la langue) es esencialmente un objeto
social, externo, colectivo y la lengua-i (en el caso de haber usado esa terminología) sería
un reflejo imperfecto e incompleto de la langue en el cerebro de las personas:
Si pudiéramos abarcar la suma de las imágenes verbales almacenadas en todos los
individuos, encontraríamos el vínculo social que constituye la lengua. Es un tesoro depositado por
la práctica del habla en los sujetos pertenecientes a una misma comunidad, un sistema gramatical
virtualmente existente en cada cerebro o, más exactamente, en los cerebros de un conjunto de
individuos, puesto que la lengua no está completa en ninguno, solo existe perfectamente en la
masa (Saussure 1916: 30, traducción nuestra, cursiva añadida).
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Pero nótese que esto sería lo mismo que decir que lo que realmente existe es la
especie de los caballos y no los propios caballos, que entonces serían realizaciones o
manifestaciones de la especie. La especie tendría entonces una suerte de existencia
platónica ahí fuera, más allá de la materia orgánica. Del mismo modo, las lenguas
serían entonces externas a los cerebros, existirían ahí fuera, y la lengua-i sería una
concreción, una realización de la lengua-e en la mente de los hablantes. Pero esto no
tiene sentido, salvo que se piense que el lenguaje no es parte de la biología humana, que
es la concepción que, en efecto, subyace a esta visión, en parte por no considerarse la
distinción entre lengua natural y lengua cultivada que hemos propuesto. Puede parecer
una idea anticuada, pero nada más lejos de la realidad:
En cierto modo es útil imaginar el lenguaje como una forma de vida independiente que
coloniza y parasita los cerebros humanos usándolos para reproducirse (Deacon 1997: 111,
traducción nuestra).
La postura de Deacon está muy extendida en la lingüística funcional y cognitiva
moderna y no deja de reflejar una visión externa de las lenguas, como objetos culturales
o sociales que, por así decirlo, se «posan» en los cerebros (en algunos modelos
contribuyendo así además a su organización). Esto encaja en una visión empiricista de
la mente y del cerebro, frente al punto de vista racionalista, que asegura que la
estructura íntima de las lenguas procede de la estructura del cerebro y de la mente, y no
al revés. Esto explica también por qué desde este punto de vista empiricista se insiste
tanto en la profundidad de la diversidad de las lenguas y se minimiza el efecto
unificador en las lenguas que tendría una posible facultad del lenguaje biológicamente
condicionada, cuya existencia tiende a rechazarse. En tal modelo, las lenguas-i son
manifestaciones de las lenguas-e y las lenguas-e se asume que han aparecido
externamente, como constructos culturales colectivos o instituciones sociales.
Hemos contrapuesto a esa perspectiva la preeminencia ontológica de las lenguas-i,
pero ello no nos libera directamente de la paradoja pues, en efecto, para que en la mente
y en el cerebro humanos se desarrolle una lengua-i (al menos una que sirva para algo),
debe existir en el ambiente una lengua-e, en el sentido de que debe existir interacción
lingüística de usuarios de lenguas-i similares que genere el estímulo adecuado. Para
salir del círculo vicioso hay, pues, que examinar con más detalle la estructura íntima de
una lengua-i cualquiera, lo que nos permitirá apreciar que esa entidad interna al cerebro
ni es enteramente una estructura biológicamente determinada, ni es enteramente un
reflejo o representación de un objeto externo.
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8. ¿De qué están hechas las lenguas-i?
Figura 2. La arquitectura de la Facultad del Lenguaje. Esquema adaptado de Hauser, Chomsky y Fitch
(2002)
10. Conclusiones
Referencias