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ABRAHAM
El amor de Dios es efusivo necesita darse a toda costa. Por eso, a pesar de las continuas
infidelidades humanas Dios busca a un hombre que confíe en Él para empezar un nuevo
pueblo.
En este tema, la palabra de Dios nos dará la respuesta a la pregunta: ¿Qué es la fe?
Por el pecado de Adán, el primer hombre, todas las generaciones tenemos que arrastrar
ese «defecto» que nos hace tender obstinadamente al mal. A pesar de que Dios le
muestra al hombre muchos gestos de misericordia, éste no los supo valorar.
Por último, revisamos el episodio de la torre de Babel, que nos muestra una vez más
cómo el hombre ha estado siempre inclinado al mal. La soberbia le hizo sentir capaz de
hacer muchas cosas sin necesidad de la ayuda divina, pero una vez más Dios arregla las
cosas, para que el hombre advierta su condición de creatura y reconozca que necesita de
Él para todo proyecto que intente.
¿QUÉ ES LA FE?
Dios nunca se cansa de buscar al hombre su creatura predilecta. Por eso, a pesar del
rechazo y de las constantes infidelidades de éste, buscó el modo de relacionarse con él.
El primer hombre Adán, no tuvo confianza en Él y rompió las relaciones de amistad.
Para reanudar nuevamente este diálogo, Dios busca a un hombre que confíe en Él.
Abraham es ese hombre en el que Dios confía para empezar una nueva relación con la
humanidad. Dios le pide: «Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre y anda
a la tierra que yo te mostraré».
Dios llama a Abraham a emprender una experiencia única y maravillosa, pero al mismo
tiempo incierto y riesgoso. No obstante que él ya era viejo de setenta y cinco años
confió en este llamado y partió para atender la promesa. Sabe que Dios es quien se lo
pide y que se lo pide para darle aquello que anheló toda su vida: tierra y descendencia.
En Abraham encontramos la fe auténtica que Dios quiere en el nuevo pueblo que Dios
quiere formar. Conviene que analicemos más detenidamente, puntualizando:
Abraham no partió de su tierra por iniciativa propia sino por responder va la llamada
imperativa y exigente de Dios. No atendió una voz en el vacío, sino a la voz amorosa de
su Creador que le prometía todo lo que él podía anhelar. Abraham tuvo una confianza
muy grande, creyó en las promesas divinas y se abandonó en Dios sabiendo que no
quedaría defraudado.
De ese modo Dios inicia una nueva relación con el hombre; ha encontrado por fin al
hombre dispuesto y confiado, en quien fundamentar al nuevo pueblo. Son precisamente
estas cualidades las que agradarán a Dios, más que cualquier obra buena. La confianza
en Dios es una de las dimensiones más importantes de la fe, pues nos da la posibilidad
de captar el misterio divino. Dice el cincelazo 1107: «La confianza en Dios nos capacita
para entender la verdad». No hay quien pueda entender a Dios ni su voluntad, si antes
no ha depositado en Él toda su confianza; una vez que se ha puesto todo en sus manos,
es más fácil entender sus caminos.
Todo ello revela que la fe nunca puede ser aceptación pasiva de una promesa, sino que
implica ante todo movimiento.
Nunca puede uno quedarse cruzado de brazos después de haber recibido el llamado de
Dios; la misma Palabra hace sentir al hombre el urgente deseo de responder.
La fe nunca puede quedarse como una simple aceptación de las verdades de la Iglesia,
es por esencia, una actitud ante la vida, que nos hace estar en constante diálogo con
Dios para poder realizar esa misión redentora que Él mismo nos participa. Tampoco es
una simple creencia o ese sentimentalismo superficial tan propio de los ingenuos.
Esa respuesta que da el hombre representa la bendición para muchos otros hombres.
Es necesario creer en las promesas divinas: «En ti serán benditas todas las naciones de
la tierra».
Al cristiano y al vocacionado de hoy, Dios les pide también, dejar tantas y tantas cosas
que impiden nuestra relación con Él; esos falsos dioses que nos roban el tiempo que
debemos al Dios verdadero.
Cada uno de nosotros tiene sus propios «diositos» a los que rendimos culto y no
queremos abandonar.
Para unos es el dinero, para otros la fama, la moda, la pereza, los vicios, las diversiones.
Etc. Son muchas las cosas que nos atan y nos impiden que sigamos el llamado de Dios a
una vida de fe.
No obstante que Dios le hace promesas difíciles de creer, él sabe que Dios no puede
equivocarse o engañarlo; Él le ha prometido una descendencia tan numerosa como las
estrellas del cielo y como las arenas de las playas.
Pasados veinticinco años de peregrinar por el desierto, Dios por medio de tres ángeles
revela a Abraham que por fin se cumplirán sus promesas. Tal es la sorpresa de Sara, que
se hecha a reír no creyendo que siendo tan vieja aún pueda tener un hijo.
¡Y es que no era para menos! Si veinticinco años antes, que se dice fácil, era difícil que
se pudiera tener un hijo, ahora se antoja imposible, pero como nos dice la misma
Palabra: ¿Hay algo imposible para Dios? (v.14).
Este texto viene a hacernos reflexionar sobre una idea importante:
Cualquier mujer al igual que Sara se hubiera reído de tal anuncio; cualquiera se hubiera
cansado de esperar inútilmente confiando en una promesa dicha hace tanto tiempo.
Sin embargo, Abraham nunca se desesperó pues sabía en quien había puesto su
confianza.
En muchas ocasiones nosotros queremos que pronto se realicen las promesas divinas;
llegamos incluso a lanzar expresiones: «A mí Dios no me escucha; no se acuerda de
mí».
El silencio y las pruebas sufridas son proporcionales a las bendiciones esperadas. San
Francisco de Asís exclamaba: ¡Tanto bien espero, que las dificultades, el silencio y las
pruebas son para mí, una alegría!
Esta cita nos narra cómo Abraham es capaz de pedir por dos ciudades perdidas
irremediablemente en la maldad.
Abraham ruega, suplica, insiste sin conseguir lo que desea; Dios está decidido a acabar
con estas ciudades por no encontrar en ellas siquiera diez justos que pudieran ser el
objeto de salvación.
En apariencia la oración de Abraham fue inútil e infructuosa, pero fue de tal modo
insistente que acabó conformando su voluntad con la voluntad divina. La oración de
Abraham fue un prepararse para aceptar mejor la voluntad de Dios de intervenir
drásticamente para acabar con la maldad.
La humildad. El poder de la oración está en cuán humilde y confiada sea ésta: Los
grandes ante Dios son aquellos que piden con humildad y con fe, son ellos los que
logran los favores de Dios, pues con la oración abrimos las puertas a la gracia divina
que quiere actuar en el hombre.
Pero Abraham supera todas estas dudas por la fe tan grande que ha depositado en Dios.
Sabe que a pesar de todo y contra todo lo que parezca oscurecer las promesas divinas,
éstas nunca dejaron de cumplirse; Dios, siendo el autor de la vida, sin duda podrá
restituirle a ese hijo y darle muchos más. Con el corazón destrozado está dispuesto a
hacer lo que Dios le pide.
Al ver Dios a Abraham dispuesto a tan grande sacrificio con tal de desobedecerlo lo
liberará de tal prueba. Dicha prueba no tenía la intención de ver cuánto amor profesaba
Abraham, Dios bien sabía que era muy grande, lo que quería era amacizar su fe firme y
sólida, por eso, a lo largo de estos años posteriores al llamado, lo entrena a través de
pruebas constantes hasta hacerlo un «campeón de la fe».
«Las pruebas no son para que nos desesperemos perdiendo la fe sino para potenciar
nuestra confianza en el Señor» (czo. 440).
Isaac tuvo dos hijos, Esaú y Jacob. Por ser el mayor a Esaú le correspondía la bendición
paterna, pero tanto la desdeñaba, que llegó a cambiarla a su hermano por un plato de
comida.
Esta historia nos pone a pensar, cuántas veces y con cuánta facilidad desperdiciamos las
bendiciones divinas, cambiándolas por cosas materiales.
La mayoría de los hombres abandonan las fuentes que pueden alimentarnos de gracias
espirituales, para gozar de las cosas materiales; poco se acercan a los sacramentos y a la
palabra de Dios y de la oración sólo se acuerdan cuando tienen una necesidad urgente,
prefieren mejor la televisión y los videos, que nos presentan otros modelos de vida en
los que le dinero, el poder y el sexo son más importantes.