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El fin de un mundo

Hombre de celuloide

La lucha de clases, el conflicto entre sociedad tradicional y mundo moderno y en última instancia el
enfrentamiento entre diversos proyectos de vida se ven expresados en Hacia la libertad, del marroquí Nabil
Ayouch. Hijo de padre musulmán y madre judía, Ayouch consigue en esta película transmitir la
importancia que en su vida ha tenido el contraste cultural. Además, el director está nominado a la Palma de
Oro de Cannes con su última obra (Casablanca Beats) de modo que vale la pena revisar su filmografía y
volver a ver Hasta la libertad. Lo primero que salta a la vista es el guion. Realizado junto a su esposa, la
actriz Maryam Touzani (quien interpreta aquí un papel protagónico) Hacia la libertad es un ensamble coral
de diversas historias que, en un espacio de treinta años, confluyen finalmente en las protestas del 2011.
Probablemente la más entrañable de las cinco historias que Ayouch nos propone sea la de un maestro rural
que, en la década de 1980, se ha empeñado en enseñar a sus alumnos de primaria en su idioma materno: el
bereber. Y es que justo con base en esta batalla cultural, comienzan a desarrollarse los proyectos en pugna
en un país como Marruecos, microcosmos de los estertores políticos que en los últimos treinta años ha
sufrido la humanidad. En efecto, no es casual que, de entrada, el primer conflicto de Hacia la libertad sea
lingüístico. La imposición de un idioma sobre otro es siempre un hecho violento, pero además debería
resultarnos muy oportuno en tanto mexicanos, toda vez que en nuestro país también se creyó durante algún
tiempo que, para modernizarnos, era necesario acabar con los idiomas originales. Este personaje ofrece,
además, al director una suerte de mirada distante que de modo poético (y en bereber) comenta sucesos muy
lejanos en el espacio y el tiempo. Es como si la poesía de este hombre humillado fuese el Marruecos que,
aún en el 2011, se niega a perecer. Como se sabe, aquel año, una serie de disturbios sociales llegó hasta las
calles de Rabat y Casablanca. Hubo ciudadanos que querían la sariá y otros que, en oposición, pedían la
reducción del sistema monárquico y pedían más democracia e igualdad. En los deseos contrastantes en uno
y otro bando, uno esperaría lo peor, pero Ayouch tiene la inteligencia de evitar el juicio sumario y presentar
las posturas en juego independientemente de su propia filiación. Al bereber se suman los marroquíes que
hablan francés (las clases empoderadas) y los enamorados del inglés (los que buscan modernidad). Como
las historias, todos estos idiomas forman una suerte de música que poco a poco nos revela lo mejor del arte
de Ayouch: su capacidad para retratar el mundo interior de todos estos personajes. Así, con ellos, sentimos
lo que significa el deseo de volverse el Freddie Mercury de Marruecos, podemos entrar en la piel de una
chica de quince años que, enamorada de una joven y hermosa sirvienta, desea fervientemente perder la
virginidad con un muchacho de su escuela. Creemos vivir la melancolía de un hombre judío que ve morir a
su padre y que sobrevive en este mundo desigual gracias a que es dueño de un bar en Casablanca. Sí. Todos
estos sentimientos confluyen también en esta palabra “Casablanca” palabra que evoca el clásico de Michael
Curtiz en 1942. En ella también había un bar, el bar de Rick. Y Rick, como Joe, luchaba por olvidar un
amor mientras que afuera su mundo se estaba acabando.

Hacia la libertad puede verse a través de Cinepolis Klic.

Hacia la libertad. Nabil Ayouch. Marruecos, Bélgica, Francia, 2017.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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