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TULO XVI - Teoría de la …

EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN


EL ESPIRITISMO
Allan Kardec

CAPÍTULO XVI - Teoría de la Presciencia

Teoría de la presciencia

1. ¿Cómo es posible el conocimiento del futuro? Es lógico


que se prevean los
acontecimientos que habrán de ser consecuencia
del estado presente, pero no los que no
tienen con éste relación
alguna, y menos aún los que se atribuyen al acaso. Se suele decir
que las cosas futuras no existen, que todavía se encuentran en la
nada. ¿Cómo, entonces,
es posible saber que sucederán? Con todo,
son muy numerosos los casos de predicciones
que se cumplen, lo
que nos lleva a la conclusión de que ahí se da un fenómeno para
cuya
explicación falta la clave, visto que no hay efecto sin causa.
Esa causa es la que
intentaremos descubrir, y el espiritismo, que es
de por sí la clave de tantos misterios, nos
la proveerá, mostrándonos
también que el fenómeno de las predicciones no es
incompatible
con las leyes naturales.

Tomemos, a modo de comparación, un ejemplo de las cosas


usuales, que nos ayudará a
comprender el principio que nos proponemos
dilucidar.

2. Supongamos que un hombre ubicado en lo alto de una


montaña contemple la vasta
extensión de planicie que se extiende
delante de él. En esa situación, la distancia de una
legua le resultará
poca cosa, y fácilmente podrá captar, con una sola mirada, todos
los
accidentes del terreno, desde el comienzo hasta el final del camino.
Por su parte, un
viajero que recorra ese camino por primera
vez, sabrá que si avanza llegará a destino, lo
que constituye una simple previsión de la consecuencia que habrá de tener su marcha;
pero los accidentes del terreno, las subidas y bajadas, los ríos que
deberá cruzar, los
bosques que atravesará, los precipicios en que
podría caer, los ladrones que lo acecharán
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para robarle, las casas


hospitalarias donde podrá descansar, todo eso es independiente de
su persona y constituye para él lo desconocido, el futuro, porque
su vista no va más allá
de la pequeña zona que lo rodea. En cuanto
a la duración, la mide por el tiempo que
emplea en recorrer el
camino. Si se suprimieran los puntos de referencia, la duración
desaparecería. En cambio, para el hombre que está en la cima de
la montaña y que sigue al
viajero con la mirada, todo aquello está
presente. Supongamos que ese hombre vaya al
encuentro del viajero
y le diga: “En determinado momento encontrarás ladrones,
serás
atacado, pero recibirás auxilio”. Estará prediciendo el futuro,
pero el futuro del viajero,
puesto que para él, que es el autor de la
previsión, ese futuro es el presente.

3. Ahora, si saliéramos del ámbito de las cosas puramente materiales


y nos introdujéramos
con el pensamiento en el dominio de
la vida espiritual, veríamos que ese fenómeno se
produce en mayor
escala. Los Espíritus desmaterializados son como el hombre de la
montaña: el espacio y la duración no existen para ellos. Pero la extensión
y la penetración
de su vista son proporcionales a la pureza y
a la elevación que han alcanzado en la
jerarquía espiritual. Ellos son,
en relación con los Espíritus inferiores, como hombres
provistos de
poderosos telescopios al lado de otros que apenas disponen de los
ojos. En
los Espíritus inferiores la visión está circunscripta, no sólo
porque ellos difícilmente
pueden alejarse del mundo en el que están
cautivos, sino también porque la densidad de
sus periespíritus actúa
como un velo en relación con las cosas distantes, del mismo modo
que la niebla las oculta para los ojos del cuerpo.

Se comprende, por lo tanto, que de conformidad con el grado


de perfección, un Espíritu
pueda abarcar un período de algunos años, de algunos siglos e incluso de muchos miles de
años. En
efecto, ¿qué es un siglo en relación con el infinito? Los acontecimientos
no se
desarrollan en sucesión delante de él, como las
irregularidades del camino delante del
viajero: él ve simultáneamente
el comienzo y el fin del período. Todos los sucesos que en
ese lapso constituyen el porvenir para el hombre de la Tierra, son el
presente para él, de
modo que podría venir a decirnos con certeza:
“determinada cosa ocurrirá en tal
momento”, porque él ve esa cosa
como el hombre desde la montaña ve lo que le espera al
viajero
en el transcurso de su viaje. Si así no lo hace, se debe a que el conocimiento
del
futuro podría resultar perjudicial para el hombre;
obstaculizaría su libre albedrío; lo
paralizaría en el trabajo que le
corresponde cumplir a favor de su progreso. El bien y el mal
con
que el hombre se enfrentará en el futuro, al mantenerse como una
incógnita,
constituyen una prueba para él.

Si esa facultad, aunque restringida, puede incluirse entre los


atributos de la criatura
humana, ¿con qué grado de potencialidad
no existirá en el Creador, que abarca el infinito?
Para Dios, el tiempo
no existe: el comienzo y el fin de los mundos constituyen el
presente.
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Dentro de ese inmenso panorama, ¿qué representa la duración


de la vida de un hombre,
de una generación, de un pueblo?

4. No obstante, como el hombre debe cooperar al progreso


general, pues ciertos
acontecimientos tienen que ser el resultado de
su colaboración, es conveniente que en
casos especiales presienta
esos acontecimientos, a fin de que haga sus planes y esté listo
para
actuar cuando llegue el momento propicio. Por eso Dios permite,
en ocasiones, que
se levante una punta del velo; pero siempre con
un fin útil, nunca para satisfacer una
curiosidad vana. Esa misión
no puede ser confiada a todos los Espíritus, dado que muchos
no
conocen acerca del futuro más que los hombres, sino a Espíritus
suficientemente
adelantados para cumplirla. Ahora bien, es oportuno
observar que las revelaciones de ese
orden siempre se hacen espontáneamente y nunca, o al menos muy raramente, en
respuesta
a una pregunta directa.

5. Esa misión puede también ser confiada a determinados


hombres, de la siguiente
manera:

Aquel a quien se le ha confiado el encargo de revelar algo


oculto recibe, sin proponérselo,
la inspiración de los Espíritus
que saben de qué se trata, y entonces la transmite
automáticamente,
sin comprender lo que hace. Se sabe además que, tanto
durante el
sueño como en el estado de vigilia, en los éxtasis de
la doble vista, el alma se desprende y
adquiere en un grado más
o menos elevado las facultades del Espíritu libre. Si se trata de
un Espíritu adelantado y, sobre todo, si ha recibido como los
profetas una misión especial
en ese sentido, gozará en los momentos
de emancipación del alma de la facultad de
abarcar por sí
mismo un período más o menos extenso, y verá como presentes
los
acontecimientos de ese período. Puede entonces revelarlos en
ese mismo instante o
conservar el recuerdo de ellos al despertar.
Si esos acontecimientos deben permanecer en
secreto, él los olvidará
o sólo conservará una vaga intuición de lo que se le ha
revelado,
suficiente para guiarlo instintivamente.

6. Ocurre, de ese modo, que en ciertas ocasiones esa facultad


se desarrolla
providencialmente, ante la inminencia de situaciones
peligrosas, durante los grandes
cataclismos, en las revoluciones; y
es así también que la mayoría de las sectas perseguidas
ha tenido
numerosos videntes. Incluso a eso se debe que los arrojados capitanes
avancen
resueltamente contra el enemigo, convencidos de la victoria;
que hombres de genio, como
Cristóbal Colón por ejemplo, se
dirijan hacia una meta prediciendo anticipadamente, por
así decirlo,
el momento en que habrán de alcanzarla. Eso se debe a que ellos han
visto el
objetivo, que no era desconocido para sus Espíritus.

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Por consiguiente, el don de la predicción no tiene nada que


sea más sobrenatural que una
infinidad de fenómenos. Se basa en las propiedades del alma y en la ley que rige las
relaciones del
mundo visible con el mundo invisible, a las que el espiritismo ha
venido a
dar a conocer.

Es probable que esta teoría de la presciencia no resuelva de


un modo absoluto todos los
casos de revelaciones del porvenir que
se puedan presentar, pero no es posible dejar de
reconocer que
establece el principio fundamental.

7. A menudo, las personas dotadas de la facultad de predecir,


sea en el estado de éxtasis o
en el de sonambulismo, ven los acontecimientos
como si estos estuvieran dibujados en un
cuadro, lo que
también se podría explicar mediante la fotografía del pensamiento.
Sabemos que el pensamiento atraviesa el espacio así como los sonidos
atraviesan el aire.
Ahora bien, un hecho que esté en el pensamiento
de los Espíritus encargados de que ese
hecho se realice, o
en el de los hombres cuyos actos deben provocarlo, puede atravesar
el
espacio y formar una imagen para el vidente; no obstante, como
existe la posibilidad de
que su realización sea anticipada o retrasada
por un conjunto de circunstancias, el vidente
percibe el hecho sin
que por ello pueda determinar el momento en que ocurrirá. A veces,
incluso, ese pensamiento es apenas un proyecto, un deseo que
tal vez no tenga
consecuencias; de ahí los errores frecuentes acerca
de los hechos y las fechas en los
pronósticos. (Véase el Capítulo
XIV, § 13 y siguientes.)

8. Para la comprensión de las cosas espirituales, es decir, para


que nos hagamos de ellas
una idea tan clara como la que nos formamos
de un paisaje que tenemos delante de los
ojos, nos falta en
realidad un sentido, exactamente como al ciego de nacimiento le
falta el
sentido necesario que le permita comprender los efectos
de la luz, de los colores y de la
visión prescindiendo del contacto.
A eso se debe que solamente lleguemos a conseguirlo
por un esfuerzo
de la imaginación y por medio de comparaciones con cosas
materiales
que nos sean familiares. Las cosas materiales, sin embargo, no nos pueden dar de las cosas
espirituales más que ideas
muy imperfectas, razón por la cual no se debería tomar al pie
de
la letra esas comparaciones y creer, por ejemplo, que la amplitud
de las facultades
perceptivas de los Espíritus depende de la efectiva
elevación de ellos, ni que precisen
estar sobre una montaña o por
encima de las nubes para abarcar el tiempo y el espacio.

Esa facultad es inherente al estado de espiritualización o, si


se quiere, de
desmaterialización del Espíritu. Esto significa que la
espiritualización produce un efecto
que se puede comparar, aunque
muy imperfectamente, con el de la visión de conjunto que
tiene el hombre en lo alto de la montaña. Esta comparación tendía
simplemente a mostrar
que acontecimientos que para algunos todavía
pertenecen al futuro, para otros están en el
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presente y, por
lo tanto, se pueden predecir, lo que no implica que el efecto se
produzca
de la misma manera.

Por consiguiente, para gozar de esa percepción, el Espíritu


no precisa transportarse a un
punto cualquiera del espacio. Aquel
que se encuentra en la Tierra, a nuestro lado, puede
poseerla en
toda su plenitud, tanto como si se hallase a mil leguas de distancia,
mientras
que nosotros no vemos nada más allá de nuestro
horizonte visual. Como la visión de los
Espíritus no se produce
del mismo modo ni con los mismos elementos que la del hombre,
el horizonte visual de aquellos es muy distinto. Ahora bien,
precisamente ese es el sentido
que nos falta para que podamos
concebirlo. El Espíritu, comparado con el encarnado, es
como el
vidente comparado con el ciego.

9. Además, debemos considerar que esa percepción no se limita


a la dimensión, sino que
abarca la penetración de todas las cosas.
Es, reiteramos, una facultad inherente y
proporcional al estado
de desmaterialización. La encarnación la amortigua, sin que llegue
a
anularla por completo, porque el alma no queda encerrada en el
cuerpo como en una caja.
El encarnado la posee, aunque siempre en un grado menor que cuando se halla
completamente desprendido;
eso es lo que confiere a ciertos hombres un poder de
penetración que
a otros les falta totalmente; una mayor agudeza de la visión moral;
una
comprensión más fácil de las cosas extramateriales.

El Espíritu encarnado no solamente percibe, sino que también


conserva el recuerdo de lo
que ha visto en el estado de Espí-
ritu libre, y ese recuerdo es como un cuadro que se
proyecta en su
mente. Durante la encarnación el Espíritu ve, aunque vagamente,
como a
través de un velo; en el estado de libertad, ve y comprende
claramente. El principio de la
visión no es exterior a él, sino que está
en él; por eso no necesita la luz exterior. Por efecto
del desarrollo
moral, el círculo de las ideas y las concepciones se amplía; por efecto
de la
desmaterialización gradual del periespíritu, éste se depura
de los elementos densos que
alteraban la delicadeza de las percepciones.
De ese modo, resulta fácil entender que la
ampliación de
todas las facultades acompaña el progreso del Espíritu.

10. El grado de extensión de las facultades del Espíritu es el


que durante la encarnación
determina su mayor o menor aptitud
para comprender las cosas espirituales. No obstante,
esa aptitud no
resulta forzosamente del desarrollo de la inteligencia; no la confiere
la
ciencia vulgar; y es por eso que se ve a hombres de gran saber tan
ciegos para las cosas
espirituales como otros lo son para las cosas
materiales; son refractarios a ellas porque no
las comprenden, lo
que significa que todavía no han progresado en ese sentido, mientras
que otros, de instrucción e inteligencia comunes, las captan
con la mayor facilidad, lo que
prueba que ya tenían de tales cosas
una intuición previa. Para estos, se trata de un
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recuerdo retrospectivo
de lo que han visto y aprendido, ya sea en la erraticidad o en
sus
existencias anteriores, como otros tienen la intuición de las
lenguas y de las ciencias que
conocieron.

11. En cuanto al porvenir del espiritismo, como se sabe, los


Espíritus son unánimes en
afirmar que su triunfo está próximo, a pesar de los obstáculos que se le oponen. Esta
predicción les
resulta fácil, en principio, porque su propagación es obra personal
de ellos.
Como colaboran con el movimiento o lo dirigen, saben
lo que deben hacer; en segundo
lugar, les basta con vislumbrar un
período de corta duración, en el cual ven los poderosos
auxiliares
que Dios promueve, y que no tardarán en ponerse de manifiesto.

Aunque no sean Espíritus desencarnados, transpórtense los


espíritas apenas treinta años
hacia delante, al seno de la generación
que surge, y consideren desde ahí lo que sucede
con el espiritismo
en la actualidad; sigan su marcha progresiva y verán consumirse
en
vanos esfuerzos a quienes se consideran destinados a derribarlo.
Verán cómo estos
desaparecen poco a poco de la escena, mientras
el árbol crece y extiende cada vez más
sus raíces.

12. La mayoría de las veces, los acontecimientos comunes de


la vida privada son
consecuencia de la manera de proceder de cada
persona. Algunas, de acuerdo con su
capacidad, su habilidad, su perseverancia,
su prudencia y su energía, tendrán éxito en
aquello en lo
que otras fracasarán por efecto de su ineptitud. Podemos decir, pues,
que
cada uno es el artífice de su propio futuro, un futuro que jamás
está sujeto a una ciega
fatalidad, independientemente de su persona.
Si se conoce el carácter de un individuo, se
puede con facilidad predecir
la suerte que lo espera en el camino que ha elegido.

13. Los acontecimientos relacionados con los intereses generales


de la humanidad son
regulados por la Providencia. Cuando
algo está en los designios de Dios, se cumple pese a
todo, de una
manera o de otra. Los hombres contribuyen a que se ejecute, pero
ninguno
es indispensable, pues de lo contrario Dios estaría a merced
de sus criaturas. Si alguien
deja de cumplir la misión que le corresponde,
otro se encargará de ella. No existe una
misión forzosa;
el hombre tiene siempre la libertad de cumplir o no la que se le ha
confiado y que voluntariamente aceptó. Si no lo hace, pierde los
beneficios que de ahí
resultarían para él y asume la responsabilidad de los retrasos que podrían derivar de su
negligencia o su mala
voluntad. Si se convierte en un obstáculo para que esta se cumpla,
Dios podrá apartarlo con un soplido.

14. El resultado final de un acontecimiento puede, por lo tanto,


ser seguro, porque se halla
en los designios de Dios. No obstante,
como la mayoría de las veces los detalles y el modo
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de ejecución están
subordinados a las circunstancias y al libre albedrío de los hombres,
los
métodos y los recursos pueden ser eventuales. Los Espíritus
podrían hacer que
presintamos algo en relación con el conjunto, si
fuera conveniente que se nos avisara;
pero para la determinación del
lugar y la fecha, sería preciso que conociesen previamente
la decisión
que adoptará este o aquel individuo. Ahora bien, si esa decisión todavía
no está
en su mente, ese individuo podrá anticipar o postergar
la realización del hecho, según cuál
llegue a ser esa decisión, o bien
modificar los medios secundarios de acción, aunque se
llegue siempre
a producir el mismo resultado. Así, por ejemplo, los Espíritu
pueden, en
razón de las circunstancias, prever que una guerra está
relativamente próxima, que es
inevitable, sin que por eso estén en
condiciones de predecir el día en que comenzará, ni
los incidentes
pormenorizados que dependan de la voluntad de los hombres.

15. Para la determinación de la época de los acontecimientos


futuros es necesario,
además, tomar en cuenta una circunstancia
inherente a la naturaleza misma de los
Espíritus.

El tiempo, tanto como el espacio, sólo se puede evaluar con


el auxilio de puntos de
comparación o de referencia que lo dividan
en períodos que puedan ser contados. En la
Tierra, la división natural
del tiempo en días y años está subordinada a la salida y puesta
del Sol, así como a la duración del movimiento de traslación de la
Tierra. Las unidades para
la medición del tiempo deben variar de
acuerdo con los planetas, puesto que los períodos
astronómicos
son diferentes. En Júpiter, por ejemplo, el día equivale a diez de
nuestras
horas, y los años a más de doce años terrestres.

Hay, por lo tanto, para cada mundo, un modo diferente de


computar la duración, de
acuerdo con la naturaleza de las revoluciones
astrales que en él se efectúan. Eso
constituye una dificultad
para los Espíritus que, sin conocer nuestro mundo, determinan
fechas relacionadas con nosotros. Además, fuera de los mundos
no existen esos medios
de apreciación. Para un Espíritu en el espacio,
no hay nacimiento ni puesta de sol que
indique los días,
ni revolución periódica que establezca los años. Sólo existe, para
él, la
duración y el espacio infinitos. (Véase el Capítulo VI, § 1 y
siguientes.) Por lo tanto, quien
nunca haya venido a la Tierra, no
poseerá ningún conocimiento de nuestros cálculos, que
por otra
parte le resultarían completamente inútiles. Más aún: quien nunca
haya
encarnado en un mundo, carecerá de todas las nociones relativas
a las fracciones de la
duración. Cuando un Espíritu extraño a
la Tierra viene a manifestarse entre nosotros, no
puede precisar las
fechas de los acontecimientos de otro modo que identificándose
con
nuestros hábitos, lo que sin duda le es factible, aunque la mayoría
de las veces no le
reporte ninguna utilidad.

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16. Los Espíritus que componen la población invisible de


nuestro globo, que ya han vivido
aquí y que continuarán viviendo
junto a nosotros, se hallan naturalmente identificados con
nuestros
hábitos, de los que guardan el recuerdo en la erraticidad. Podrían,
por
consiguiente, determinar con mayor facilidad las fechas de los
acontecimientos futuros,
siempre que los conozcan. No obstante,
sin contar con que eso no siempre les está
permitido, se ven impedidos
de hacerlo por el hecho de que, puesto que las circunstancias
detalladas están subordinadas al libre albedrío y a la decisión eventual
del hombre, la
fecha exacta sólo puede conocerse realmente
después de que el acontecimiento ha tenido
lugar.

Por esa razón, las predicciones circunstanciadas no pueden


ofrecer ninguna certeza, y sólo
deben ser admitidas como probables,
aun cuando no lleven consigo ningún indicio que las
haga legítimamente sospechosas. Por eso, los Espíritus verdaderamente
sabios nunca
hacen predicciones para fechas determinadas, y se
limitan a hacer que presintamos las
consecuencias de las cosas cuyo
conocimiento nos es útil. Insistir para obtener detalles
precisos
equivale a exponerse a las mistificaciones de los Espíritus frívolos,
que predicen
todo lo que se les ocurre sin preocuparse por la verdad,
divirtiéndose con los temores y las
decepciones que causan.

17. La forma que en general se ha empleado hasta ahora en


las predicciones hace que
estas sean auténticos enigmas, a menudo
indescifrables. Esa forma misteriosa y
cabalística, de la que Nostradamus
nos ofrece el tipo más completo, les confiere un cierto
prestigio ante el vulgo, que tanto más valor les atribuye cuanto más
incomprensibles
parecen. Por su ambigüedad, las predicciones se
prestan a interpretaciones muy
diferentes, de tal modo que, según
el sentido que se atribuya a ciertas palabras alegóricas
o convencionales,
conforme con la manera en que se realice el cálculo –singularmente
complicado– de las fechas, y con un poco de buena
voluntad, se encuentra en ellas casi
todo lo que se desea.

Sea como fuere, no se puede dejar de convenir en que algunas


predicciones presentan un
carácter serio, y sorprenden con su
veracidad. Es probable que la forma velada haya
tenido, en alguna
época, su razón de ser e incluso su necesidad.

Hoy las circunstancias son otras; el positivismo de este siglo


no sería compatible con el
lenguaje sibilino. Por eso, en la actualidad,
las predicciones ya no están revestidas de esas
formas extravagantes;
las que hacen los Espíritus no tienen nada de místico; emplean
el
lenguaje común, tal como lo habrían hecho cuando vivían
en la Tierra, porque no han
dejado de pertenecer a la humanidad.
Hacen que presintamos las cosas futuras, sean
personales o generales,
cuando eso puede ser útil, en la medida de la perspicacia de
que
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están dotados, como lo harían nuestros consejeros y amigos.


Por consiguiente, sus
previsiones son más bien advertencias que nada quitan al libre albedrío, antes que
predicciones propiamente
dichas que implicarían una fatalidad absoluta. Por otra parte, la
opinión de los Espíritus está casi siempre fundamentada en que no
desean que el hombre
anule su razón sometiéndola a una fe ciega,
sino que desean que éste aprecie su
exactitud.

18. La humanidad contemporánea también tiene sus profetas.


Más de un escritor, poeta,
literato, historiador o filósofo, ha volcado
en sus escritos el presentimiento de la marcha
futura de los acontecimientos,
de cuyo cumplimiento somos testigos en el presente.

Muchas veces esa aptitud proviene, sin duda, de la rectitud


del juicio, que deduce las
consecuencias lógicas del presente; pero
otras veces también es el resultado de una
clarividencia especial
inconsciente, o de una inspiración ajena. Lo que esos hombres
hicieron cuando estaban vivos, pueden hacerlo con mayor razón y
exactitud en el estado
de Espíritu, pues su visión espiritual ya no
está velada por la materia.

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