Está en la página 1de 58

Rudolf Kinau

ÍNDICE

PRÓLOGO 3
UNAS PALABRAS ANTES DE NADA 4
PENSAR Y AGRADECER 5
EL VALOR EN LAS PEQUEÑAS COSAS 11
MANDAR Y OBEDECER 16
TENER NOSTALGIA 23
EL MEJOR CAMARADA 30
EL TRABAJO ES FELICIDAD 37
NO TENER MIEDO A TENER MIEDO 42
EL VERDADERO VALOR DE TU VIDA 47
DEJA UNA HUELLA DORADA 53

Für Katrin, die Kameradin

-2-
Camaradas

PRÓLOGO
Corría el año 1943 cuando el autor publicaba este pequeño manuscrito. Se tra-
taba de un libro de bolsillo escrito por un soldado para el resto de soldados. Sol-
dados alemanes, para más inri.

“Qué tiene que decir un soldado al resto de soldados?” – se preguntará el lector -.


O incluso, “¿Qué nos importa hoy” – que tanto nos cuesta volver la vista a la his-
toria, deslumbrados por las luces del futuro – “lo que pudiera decir un soldado
hace casi ochenta años?”. “Nosotros no somos ya soldados, jamás lo seremos”.

Si bien es cierto que no es un texto actual, también lo es el hecho que se trata de


un mensaje universal.

No vea aquí el lector un ideario o apologético. En modo alguno nos encontramos


ante tal cosa. Al contrario, se trata de un manual de buenas maneras, de ética,
estilo y ante todo, moral. Moral en su sentido profundo, religioso, trascendente.

Kinau nos abre la puerta hacia lo intangible, llena de valor las pequeñas cosas y
nos empuja a ser. A través del valor, la entrega, la alegría, la amistad, el trabajo…

Es por todo ello que “Camaradas” es universal. Y esa condición se la reconoce-


mos incluso hoy que nuestros tiempos distan tanto de los suyos.

¡Cuán fácil es aplaudir nuestras propias palabras! Mas la grandeza está en reco-
nocer la verdad, incluso cuando brota de labios ajenos o de líneas enemigas.

E. Sánchez
Barcelona, 2019

-3-
Rudolf Kinau

UNAS PALABRAS ANTES DE NADA


A los camaradas que llevan guerrera:

Si tras largas marchas o entre encarnizados combates tenéis un par de días de


“descanso”, me gustaría participar con este pequeño libro de la calma que os
rodee en ese instante.

No quiero ni adoctrinaros ni tampoco convertiros. No. Como hermano de Gorch


Fock(1), procedo de las orillas del mar y de allí donde se habla Pattdeutsch(2), y
sólo quisiera sentarme junto a vosotros para charlar un rato y contaros cosas de
vuestros seres queridos. Como camarada sólo querría estrecharos la mano con
gozo y firmeza.

Rudolf Kinau
Hamburgo-Finkenwärder, Primavera de 1943

1 - Gorch Fock es el seudónimo de Johann Wilhelm Kinau, hermano del autor de la


presente obra. Escritor alemán, murió en 1916 en la famosa batalla de Skagerrak a
bordo del crucero SMS Wiesbaden.
2 - El plattdeutsch, o niederdeutsch, es una de las variantes lingüísticas del idioma
bajo alemán. De procedencia sajona, engloba a los dialectos que se hablan en el norte
de Alemania, no comprendiendo por tanto, aunque son muy similares, a los dialectos
que se hablan en Flandes o Paises Bajos, por ejemplo.
-4-
Camaradas

PENSAR Y AGRADECER
(Denken und Danken)

“Lo que no podamos hacer por nosotros mismos,


no se lo debemos confiar a Dios”.

Antes de empezar a contaros una pequeña parte de mi juventud, os debo pre-


guntar algo muy seriamente. No me tenéis que responder. Sino simplemente
prestar atención y reflexionar sobre ello.

Os pregunto a todos vosotros: ¿Sabéis aún rezar?

Si, por supuesto que sabéis, sin embargo, ni lo hacéis ni os gusta. Sí, ya nada
queréis saber de la palabra “rezar”.

“Rezar pensáis vosotros, significa “pedir y mendigar”. Y “pedir y mendigar” no


os gusta pues tampoco lo necesitáis.

No. Vosotros sois chicos y chicas alemanes.

Vivís en un presente claro y luminoso, en un mundo libre y justo. Tenéis una


niñez y una juventud diferente a la que nosotros tuvimos hace treinta o cuarenta
años. Casi todos nosotros cuando éramos niños, teníamos que “rezar y mendi-
gar” más a menudo.

Sin embargo, también existe otra manera de rezar. ¿Qué sucede sino con el re-
flexionar y agradecer?

-5-
Rudolf Kinau

También mi primer “rezar” fue sólo un “mendigar”. Con mi madre por ejemplo:
“Mamá dame esto o aquello”… Con mi padre y mis hermanos: “Tráeme esto o lo
otro”. Con Santa Claus: Tráeme todo lo que he pedido y muchas cosas buenas…”

Sí, tenía tanto por lo que mendigar y rezar…

Pero entonces me hice grande y fuerte y de este modo alcancé mi propio y pe-
queño orgullo: ¿Si yo podía obtener esto o aquello por mi mismo, por qué enton-
ces pedírselo a mi madre? ¿Si yo mismo podía atravesar el Elba o trepar hasta la
presa, por qué andar detrás de mi padre o mis hermanos pidiéndoselo? No. Para
tales pequeñeces era mejor no volver a abrir la boca. Al menos para pedírselo a
los demás.

Pero con Dios era todo diferente. Él siempre podía hacer mucho más, él lo podía
todo.

Esto lo supe yo por algo que pasó con mi madre: durante cuatro semanas estuvo
muy enferma y finalmente se recuperó. Un día al atardecer permanecía de pie,
pálida y en silencio, delante de su pequeño jardín. Estaba lleno de malas hierbas
y de ortigas, y apenas se dejaban ver las flores.

- Madre, ¿en qué estás pensando?- pregunté silenciosamente-.


- ¿Yo? Ah mi niño, estoy rezando.
- ¿Tú rezas? ¿Y qué estás rezando? ¿Le pides a Dios para que toda la
mala hierba desaparezca esta noche?

Mi madre agitó suavemente la cabeza: “No, no mi niño. Le agradezco el que pue-


da volver a estar sana. Las malas hierbas las puedo arrancar yo misma mañana.”
Y para cuando yo la respondí sorprendido: “Pero eso no es rezar”, entonces ella
me dijo tranquila y firme: “Hijo mío, lo que puedas hacer por ti mismo no debes
esperarlo de Dios. Él tiene otras cosas que hacer.”
-6-
Camaradas

¿Ah, así que así era?, “agradecer” también significaba “rezar”. Y con “pedir” pa-
saba lo mismo: lo que se pueda hacer por uno mismo no debe llegar de Dios. Él
tiene otras cosas más importantes que hacer. Ya no quise pedirle tantas cosas,
ya no quería mendigar de la forma en que lo hacía todas las mañanas “… cuida
de mi en este día para que nada malo pueda ocurrirme…”

Yo mismo podía estar atento a que nadie me hiciera nada o a que no me pasara
nada malo. Y de este modo lo intenté. A la mañana siguiente no recé ninguna
oración, sino que estuve el doble de atento durante todo el día. Y me fue bien. No
me pasó nada malo. Y tampoco al día siguiente, ni al siguiente tampoco. Pasaron
muchos días y semanas y me fui notando cada vez más libre y seguro, sustitu-
yendo el “pedir” por una atención “más cuidadosa”.

Y así llegó un domingo, un maravilloso domingo entre Semana Santa y la Pascua


de Pentecostés. Las niñas jugaban con las flores y los niños jugaban en la prade-
ra. Y yo, yo quería hacer una cuerda de cortezas. No sé camarada si sabes cómo
se hace: de una rama de un joven sauce se extrae la corteza y se va trazando para
darle más resistencia a la cuerda.

Una cosa así, bestial, la quería hacer yo sólo, y con ello sorprender a mi madre y
a mis hermanos.

A escondidas cogí de la cocina el cuchillo de pelar patatas y corté una rama de


uno de los jóvenes sauces que estaban bajo la presa.

Trepé en silencio a nuestra pequeña barca y me dejé llevar por el Elba gracias a
la corriente y al viento del Sur. Y así, me senté orgulloso y obstinado, solo en la
barca construyendo mi remo.

-7-
Rudolf Kinau

Tal vez fue la deslizante y resbaladiza rama la que se me escapó, o quizás el afi-
lado cuchillo, o a lo mejor ambos, pero de repente el filo del cuchillo me pasó
profundamente por encima del brazo izquierdo. Un hilo de caliente y roja sangre
comenzó a brotar por encima de la mano y por encima de la rodilla. ¡Me había
cortado la arteria!

Lo primero que tenía que hacer era lógico: soltar el cuchillo y la rama, apretar
la herida y la arteria con el pulgar de la mano derecha, y mantenerlo tapado lo
mejor posible. Lo siguiente era… ¿qué era lo siguiente? ¿Qué debía hacer? ¿Qué
podía hacer? ¿Pedir ayuda? Eso no tenía ningún sentido, pues la orilla estaba a
media milla de distancia y tampoco se veía a nadie alrededor.

¿Rezar entonces? ¡Sí, rezar! ¿Pero el qué?

¿Qué el Dios todopoderoso me llevara rápido hacia la presa y después al hospi-


tal? ¿Acaso no podía hacer esto por mi mismo? ¡Sin embargo, no tenía ninguna
mano libre! No podía dejar de apretar la herida ya que la sangre brotaba incluso
bajo mi pulgar.

¿Hacer un torniquete? Sí, eso es. ¿Pero con qué? Sólo tenía una gruesa cuerda
en la barca, y ésta estaba sujeta firmemente tanto al ancla como a la barca. ¿Con
la corteza de la rama? Sí, ¿pero como? Desconozco cuanta sangre tengo en rea-
lidad y cuanta puedo aún perder. Pero no hay otra forma, debe ser así. Y rápido.
Solté el brazo. Mi sangre caliente volvía a fluir sobre mi mano, mis pies… saqué
largas tiras de corteza, di cinco o seis vueltas alrededor de mi brazo, lo anudé
fuerte con los dientes tan bien como pude, mantuve el brazo elevado y alejado
del cuerpo, cogí el remo con la otra mano, y remé de vuelta a casa tan rápido y
tan fuete como podía hacerlo con un solo brazo.

-8-
Camaradas

La sangre todavía goteaba, sin embargo, apreté los dientes y aguanté. Y por fin
pude llegar a la orilla. A toda prisa me dirigí hacia casa:

“¡Madre, me he cortado en el brazo!”

Como un rayo nos dirigimos por toda la presa hacia la casa del médico. Cuando
mi madre, media hora después, pudo entrar en la pequeña casita del médico, ahí
yacía yo, callado y agotado, con un brazo vendado encima de una gran butaca,
mirando de nuevo a las blancas nubes en el cielo y a los cerezos en flor del jardín.
Mi madre se quedó sentada a mi lado durante un largo tiempo. Entonces me co-
gió suavemente la mano y me preguntó: “¿En qué piensas cariño?”. “En nada”,
dije únicamente.

Aún hoy me disgusta haber sido tan cobarde delante de mi madre. ¡No dije la
verdad! ¡No me atreví a confesar libre y abiertamente la verdad!

“Estoy rezando madre. Le doy gracias a Dios por haberme dado fuerzas para que
me ayudara a mi mismo”, es lo que tenía que haber dicho.

Aún hoy existen para todos nosotros muchos cometidos, grandes y pequeños,
pero también muchos peligros. Mas no debemos querer esquivarlos, sino con
serenidad y firmeza, enfrentarlos a ellos. No queremos “pedir y mendigar”, como
tampoco queremos que Dios nos ayude si estamos alguna vez ante algún apuro
o necesidad.

Primeramente debemos querer siempre intentarlo nosotros mismos, con nues-


tras propias fuerzas (concedidas por Dios).

-9-
Rudolf Kinau

Sólo lo que no podemos hacer por nosotros mismos, eso queremos encomen-
dárselo a Dios. Pues ya es bastante todo lo que él tiene que hacer, y todo lo que
nosotros tenemos que pensar y agradecer.

- 10 -
Camaradas

EL VALOR EN LAS PEQUEÑAS COSAS


(Mut in kleninen Dingen)

“Y si no arriesgáis la propia vida, nunca ganaréis la Vida”

Tendría yo once o doce años cuando una vez salí con mi padre por la orilla del
Elba y nos encontramos con un jornalero. Era bastante viejo y estaba lisiado de
una pierna.

Cuando nos acercamos más mi padre me dijo en voz baja:

“Este es Peter Stülken, es un verdadero héroe, así que mírale atentamente”. Y así
lo hice. Le miré atentamente mientras mi padre hablaba con él. Cuando ya nos
separamos le pregunté a mi padre:

- Padre, ¿es verdad eso, que ese hombre es un héroe?


- Por supuesto hijo mío.
- Pero, por su aspecto no tenía pinta de ello…
- ¿Qué aspecto piensas entonces que debe tener un héroe?
- Pues tiene que ser grande y fuerte, y también otros ojos, y…
- … y una voz profunda – dijo mi padre-, y también una medalla
colgándole del pecho, ¿no?

Me quedé callado y pensativo “Entonces, por qué es un héroe? ¿Qué es lo que ha


hecho entonces? ¿Ha estado en alguna guerra y ha…?

- No, no. Ocurrió hace diez años. Con manos y pies se arrastró cien
metros con su pierna lisiada a través de la delgada capa de hielo del
Elba para sacar del agua a los hijos de su peor enemigo. Los puso a
salvo a pesar de que nunca se había movido en el hielo y de que
tampoco sabía nadar”.

- 11 -
Rudolf Kinau

- ¿De verdad?. – dije yo tímidamente


- , ¿y por eso es…?
- …Y por eso es para mí un héroe, un verdadero héroe, pues arriesgó
su vida para salvar a otros.

Continuamos nuestro camino despacio. Ya después de un rato pregunté: “En-


tonces padre, ¿tú no lo hubieras hecho?”.

Mi padre encogió los hombros: “No lo sé… tras haberlo escuchado, a todos nos
hubiera gustado hacerlo, pero en ese momento… ¿quién sabe?” Estas palabras
me hicieron reflexionar durante largo tiempo.

Como yo también quería conocerme a mí mismo, esperé cualquier oportunidad


a fin de probar mi valor. Pero nada ocurría en casa, nadie pedía ayuda, y tam-
poco nadie me atacó para que me hubiera tenido que defender. Así que yo mis-
mo empecé a buscar pequeñas batallas y peligros, y entonces todo me vino de
golpe: el fino tablón que había colocado sobre las anchas zanjas se partió y sólo
con gran esfuerzo pude volver a salir. Con nuestro pequeño barco y todo el vela-
men desplegado, un día volqué al haber una brisa tormentosa. Desde el pequeño
chopo que había en la presa caí de cabeza en el barro… Todo me venía en contra.

Pero un día, cuando caía la tarde, tuve una buena oportunidad para mostrarme
como un héroe:

Estaba llegando a casa cuando justo se levantó una tormenta con truenos y re-
lámpagos. De repente los caballos del carro del molinero se desbocaron, corrien-
do al galope y sin cochero a lo largo de toda la presa. Era una pequeña presa y
estrecha en la cual estaban jugando un par de niños.

- 12 -
Camaradas

Yo no tenía ni idea de caballos ni de cómo se los podía parar, pero entonces pen-
sé en el viejo jornalero arrastrándose sobre el hielo. Salté sobre uno de los caba-
llos, y agarrando firmemente las correas intenté pararlos. Cuál fue mi sorpresa
cuando el molinero, que estaba sentado detrás de los caballos bajo una capota,
me arreó con el látigo en la cabeza quién, con solo un chasqueo, detuvo a los ca-
ballos para llevarlos de vuelta a casa.

De mi “ser un héroe”, no quedaba ya nada. Solo después fue poco a poco desa-
tándose en mí el sentimiento de que también en las pequeñas e insignificantes
cosas del día a día se puede fraguar y fortalecer el valor. No se tiene que esperar
siempre a cualquier peligro, batalla o llamada de auxilio. No. También hay otras
maneras.

¿Qué a qué me refiero? Prestad atención:

Supongamos que estás en una pequeña y adorable tienda y de repente alguien


comienza a contar un par de chistes sórdidos o a cantar una canción grosera.
Imagino que no te gustaría escuchar cosas así, por tanto habría que levantarse y
decirle alto y claro a esta persona “¡Debería darle vergüenza!, ¡Y a ustedes que le
escuchan también, por encima reírse de tales inmundicias!”.

Para hacer estas cosas no hace falta tener mucho valor, es cierto, pero no todo el
mundo se atrevería a hacerlo.

Supongamos también por ejemplo que has sido invitado a una gran fiesta en
la que se está bebiendo abundante alcohol y en la que incluso se te anima a ti a
probarlo con el viejo truco de ser el “bicho raro” si no lo pruebas. Si es así, ponte
firme y di: “No, yo no bebo estas cosas. Yo solo bebo cuando tengo sed, y enton-
ces lo hago con agua”. Para hacer estas cosas no hace falta tener mucho valor, es
cierto, pero no todo el mundo se atrevería a hacerlo.

- 13 -
Rudolf Kinau

O pongamos otro supuesto: Has ido a dar en un corillo de gente en el que se


blasfema o se habla mal de Dios o sobre cualquier otra religión. Supongo que tú
no serás ningún guasón o blasfemo, así que espétales y diles franca y libremente
a la cara: “¡Guardad vuestra sabiduría para vosotros y dejadme tranquilo!, Yo
creo en Dios tan fuerte como creo en Alemania!”. Para hacer estas cosas no hace
falta tener mucho valor, es cierto, pero no todo el mundo se atrevería a hacerlo.

O este otro: en cualquier lugar algún charlatán fanfarrón está hablando de ma-
nera petulante, despectiva y grosera sobre las mujeres, (de todas las mujeres).
Pienso yo que una cosa así no te gustaría, así que levántate y pregúntale al pre-
sumido difamador si no tiene madre o hermana, y si mentiría o fanfarronearía
de la misma forma en su presencia. Pues para hacer estas cosas no hace falta
tener mucho valor, es cierto, pero no todo el mundo se atrevería a hacerlo.

Y el último supuesto: Estás con tus camaradas jugando al aire libre a algún juego
o deporte divertido, y pasa por delante una pobre anciana no muy agraciada o
un anciano un poco deforme, y tus camaradas empiezan a hacer malignos co-
mentarios o bromas baratas. Pienso yo que tú no les acompañarías en algo así,
por tanto coge a tus amigos, ciérrales el pico y di: “¡Dejad a los mayores en paz!
Ellos también han sido jóvenes como nosotros, y nosotros también estaremos
viejos y torpes como ellos”. Para hacer estas cosas no hace falta tener mucho va-
lor, pero tus camaradas se reirán de ti y no todo el mundo se atrevería a hacerlo.

O supongamos que… No, ya no necesito decir más. Ya sabes a lo que me estoy


refiriendo, y tú mismo te darás cuenta de cada oportunidad en la que probar y
mostrar tu valor. No siempre se puede pensar a posteriori: “Yo querría haber
hecho esto, o hubiera dicho aquello”. ¡Se debe hablar y hacer todo de manera
resuelta y decidida!

- 14 -
Camaradas

También el “ser valiente y osado” debe aprenderse y practicarse, empezando,


como en cualquier cosa, primero con las cosas fáciles y pequeñas, para sólo des-
pués poder ser valiente y osado también en las grandes cosas de más valor y más
serias. Sólo así podremos hacer lo más valioso de este mundo:

¡Utilizar la propia vida para salvar a otros o para proteger al pueblo y a la Patria!

- 15 -
Rudolf Kinau

MANDAR Y OBEDECER
(Befehlen und Gehorchen)

“Sólo quien sabe obedecer sabe después también mandar”

Si hoy debiera decir unas palabras sobre “mandar y obedecer”, entonces debería
decirlo en mi lengua materna y hablar con vosotros en Plattdeutsch, pero por
lástima no todos me entenderíais. ¡Qué claras y sencillas suenan esas dos pala-
bras en Plattdeutsch!

Si nosotros en casa queremos decir: “Él tiene que mandarnos”, entonces deci-
mos: “Él tiene algo que decirnos”. ¿No es esto igual a la noción correcta de un
Führer cuando permanece en el frente y tiene algo que decirnos?

Y cuando queremos decir en Plattdeutsch: “No sabe obedecer bien”, entonces


decimos: “No quiere escuchar convenientemente”.

También esto, pienso yo, queda claro, pues si yo no “quiero escuchar atenta-
mente” lo que mi Führer “tiene que decirme”, entonces tampoco puedo seguirle.

Con los antiguos conceptos de “supervisor” y “subordinado” se complementa


muy bien el término del alto mando alemán “mandar y obedecer”, sin embargo,
con los actuales conceptos de “Führer” y “Seguidores” encajan mucho mejor los
términos del bajo alemán “Querer escuchar correctamente” y “tener algo que
decir”.

Mas yo no quiero aquí pronunciar ningún sermón ni conferencia, sino sólo vol-
ver a contar una pequeña parte de mi juventud, de mis tiempos de recluta:

- 16 -
Camaradas

Tras finalizar mis años escolares me adentré en el mundo del mar durante siete
años. Después hice mi examen de timonel, alistándome en el verano de 1908 en
la división de marina de Kiel como voluntario anual. Y conmigo, el mismo día,
alrededor de otros cien mil marineros, todos con el examen de timonel, de entre
los cuales, cinco o seis de ellos incluso con el examen de capitán.

Enseguida fuimos examinados, uniformados, direccionados a nuestras habita-


ciones, y dispuestos ya a la mañana siguiente – con el nuevo y blanco uniforme
y unas botas pesadas -, como pelotón en el patio del cuartel. Yo estaba en el se-
gundo escuadrón.

Pronto empezamos la instrucción. Al principio comenzamos despacio, pero día


tras día empezó a ser cada vez más pesada y desagradable.

Nuestro sargento, que había sido transferido hacía unas pocas semanas desde
infantería, no estaba contento con nosotros. Para él éramos demasiado torpes,
patitiesos y remolones. Siempre encontraba entre nosotros uno o dos hombres
que se habían dormido, que hacían algo mal, que bostezaban o que se habían
movido. Siempre nos estaba gritando. Nos hacía hacer flexiones en medio de la
mayor suciedad, o permanecer en cuclillas con el fusil estirado hasta caer. Nos
atosigaba desde la mañana hasta la noche. Y de esta manera nos fuimos hacien-
do cada vez más obstinados y remolones.

Ninguno de nosotros gozaba con el servicio. Todos intentábamos evadirnos en


cuanto podíamos, e incluso rebelarnos de la misma forma contra el odiado sar-
gento. Éste mientras tanto notaba esta oposición, y por ello, era cada vez más
duro. Por las tardes estábamos como sacados del agua: mojados por el sudor y la
suciedad. Teníamos una rabia dentro a punto de estallar. El sargento, mientras
tanto, se ciñó el cinturón y se marchó a la ciudad.

- 17 -
Rudolf Kinau

Nosotros aprovechamos la oportunidad, nos sentamos en los taburetes que ha-


bía entre las camas y tramamos un complot. No estábamos dispuestos a aguan-
tar esa situación durante mucho más tiempo. Queríamos hacer algo, pero ni
siquiera lográbamos ponernos de acuerdo.

Dos o tres de nosotros estuvieron enseguida dispuestos: querían esperar por la


noche al sargento para apalearle, sin importarles lo que pasara después. Otros
cuatro o cinco querían que todos nos quejásemos por la mañana de manera con-
junta. Las propuestas correrían de acá para allá.

“Me gustaría tenerlo a bordo como marinero de segunda” dijo uno de nosotros.
“A mi me hubiera gustado ponerlo en la verga durante mi última travesía tor-
mentosa por el Cabo de Hornos” dijo otro de ellos.

“¡Eso es chicos, ahora nada de andarse por las ramas! Debemos estar juntos en
lo que queremos hacer.”

“¿Y tú Hartmann, qué es lo que piensas? Aún no has dicho nada”.

Hartmann era ciertamente el más veterano de nosotros, un tranquilo y serio


marinero de Oldenburg, timonel desde hacía cuatro años en un carguero y con
examen de capitán desde hacía dos.

Hartmann estaba colgando sus calcetines al borde de su cama, cuando entonces


nos vio a todos en hilera.

- 18 -
Camaradas

“¡Quiero deciros algo!”, dijo él. “Quiero contaros una historia, una historia real
que he vivido en mis carnes: Una vez trabajé durante dos años a bordo de un
barco de pesca. Era una flamante embarcación que pertenecía a partes iguales
a dos hermanos muy parecidos, separados sólo por un año de edad. Ambos co-
nocían el mar del Norte, así como su pesca de bajura y altura. Ambos eran fuer-
tes y vivaces y ambos sabían imponer su opinión. Sin embargo, también ambos
habían estado en la Marina y conocían el significado de “mandar” y obedecer”.
Ellos sabían que entre estas dos palabras nunca una está por encima de la otra
como ocurre a la par, a la misma altura, como la bajamar y la pleamar, como el
día y la noche.

Dos barqueros sobre una misma embarcación… eso no podría funcionar. Así que
el hermano más pequeño le dijo al mayor: “Tu te encargarás de dar las órdenes
y yo obedeceré”. “De acuerdo” dijo el mayor, “pero no para siempre. Podemos
evitarlo y echar cada año a suertes quién debe mandar y quién debe obedecer.”

Y así lo sortearon. La suerte se pronunció y dejó al más joven a los mandos y


al más mayor como peón. Ambos rieron y se dieron firmemente la mano. Así
aguantaron el año entero. El más joven supo llevar el mando con calma y segu-
ridad, y el más mayor aprendió rápido y dócil a obedecer.

Cuando el año se hubo cumplido, la suerte se decidió esta vez por el hermano
mayor. El pequeño se alegró: “¡Muy bien, ahora serás tú el que lleve el barco!
¡Estupendo!”

“Sí”, dijo el mayor, “ahora seré yo el timonel y tu serás el peón, y deberías hacer
todo lo que yo te diga”.

- 19 -
Rudolf Kinau

Y de este modo se volvieron a dar fuertemente la mano, y aguantaron. Aún hoy


aguantan de esta manera, pescando y navegando además muy bien, ¡y aún hoy
es un gustazo estar a bordo con ellos y salir a navegar día y noche!

Hartmann calló y entonces miró hacia el reloj: “Creo que ha llegado la hora de
que nos vayamos a la cama”.

“Pero ahora debemos permanecer unidos…”, volvió a decir uno, “…en lo que
queremos hacer con nuestro sargento”. “Yo estoy a favor de que mañana por la
mañana todos juntos nos rebelemos. ¿Estás con nosotros Hartmann?”

“Os diré otra cosa más”, dijo Hartmann, “si aún no os habéis dado cuenta de cuál
es mi opinión, entonces os pregunto: ¿Por qué estáis aquí en realidad? Quere-
mos servir durante un año de manera voluntaria en la Marina. ¿No es cierto?
Bien. ¿Queremos ser marineros torpes y patitiesos? ¿O queremos llegar a ser
marineros despiertos y enérgicos que sepan aprovechar su cuerpo y su fusil, y
que sepan permanecer en sus puestos cuando es debido? Bien, pues para poder
hacer esto es necesario ciertamente aprender y practicar mucho. Y esto podre-
mos hacerlo únicamente si uno manda y los demás obedecen”.

“Si Hartmann, esto ya lo sabemos, pero este Kerl, nuestro sargento, que en rea-
lidad aún no tiene ni idea de la navegación ni de la vida, y que ni siquiera…”

- 20 -
Camaradas

“Tranquilos chicos”, dijo Hartmann, “dejadme terminar. Este Kerl quizá no ten-
ga ni idea de navegación, y quizá tampoco ni idea de la vida, puede ser, pero eso
que nos debe inculcar, es decir, correr y echarnos al suelo, a manejar los puños,
a ejercitarnos, etc., eso sabe hacerlo muy bien y lo entiende diez veces mejor que
nosotros. Ninguno de nosotros podría explicar o hacer eso. ¿O pensáis acaso que
deberíamos tener aquí como jefe de pelotón a un viejo capitán de velero? ¿O a un
instructor de navegación? ¡Vamos! ¿Qué es lo que queremos en realidad? ¿Por
qué no nos sometemos entonces obedientemente a su mando? Sin embargo, lo
único que hacemos es hacerle a él y a nosotros la vida más difícil y quitarnos las
ganas por el servicio.”

“¡Sí Hartmann, pero también tienes que reconocer que esto no se puede sopor-
tar! ¡Que esto no puede continuar!”

“No, esto no puede continuar”, y volvió a mirar a toda la fila. “Y aún os voy a de-
cir algo más: en lugar de ir mañana a quejarnos todos juntos, ¡vamos a hacerlo
todo lo mejor posible! Vamos a prestar atención en todo, vamos a correr tan bien
y rápido como podamos, ¡y vamos a mantener una disciplina de hierro hasta el
final! ¡Veamos lo que dice después! Si después de eso, aún nos quiere seguir gri-
tando y hacernos sudar, entonces yo mismo iré a quejarme con vosotros.

“¡Buenas noches chicos!”

“Buenas noches Hartmann”.

Silenciosamente subimos hasta nuestras camas y, recostados, aguantamos un


largo tiempo despiertos. Cuando el sargento nos pasó la inspección a la mañana
siguiente, no encontró nada que criticar (la primera vez).

- 21 -
Rudolf Kinau

Cuando tras media hora estuvimos haciendo ejercicios con él, finalmente nos
dispuso en formación: “Decidme chicos, ¿Qué es lo que os pasa hoy? ¿Por qué
hoy funciona todo bien? ¿Por qué no ayer y antes de ayer?”

Todos permanecimos de pie rígidos como el acero. Ninguno parpadeó. Pero to-
dos y cada uno de nosotros pensó para sí: Porque esta noche ya nos ha quedado
claro porqué se debe mandar y obedecer.

En una semana nos convertimos en la mejor compañía de todo el pelotón. Es-


tábamos contentos con nuestra vida de soldados y con el servicio. Y… también
teníamos al mejor sargento.

¡Camaradas! Allá donde estéis, ya sea en un buen puesto o en uno malo, tanto
en el servicio militar como en vuestro trabajo, si no podéis estar de acuerdo con
las órdenes que se os den, o si pensáis que aquél que se sitúa delante de vosotros
en el frente es injusto o de miras limitadas, entonces no seáis vosotros igual de
injustos y cortos de miras. Pensad de inmediato en los dos hermanos del barco
de pesca y en mi camarada Hartmann, que sirvió como timonel y que después
voluntariamente(3), volvió a convertirse en un pequeño recluta para poder con-
tarnos en aquel momento de una manera fácil y valiente, lo que significa “man-
dar” y “obedecer”.

“No uno por encima o por debajo del otro como el amo y el criado” dijo él, sino
a una misma altura e importancia, uno al lado del otro, como ocurre con las ma-
reas, como ocurre con el día y la noche.

3 - En la versión en alemán se hace un juego de palabras con “freiwilling”


(voluntariamente), y “frei” (libre) – willing (obediente).
- 22 -
Camaradas

TENER NOSTALGIA
(Heimweh haben)

“La nostalgia es el vínculo sagrado


que existe entre el corazón y la Patria”

Casi siempre que hablamos de viajes, de vacaciones o de un campamento y se


pronuncia la palabra “nostalgia”, todos, o casi todos, os partís de risa.

¿Por qué hacéis esto camaradas? ¿Acaso no conocéis la palabra “nostalgia”? ¿No
la entendéis? ¿Nunca habéis tenido nostalgia? ¡Lástima! Entonces debo suponer
una de dos, o que no habéis pasado mucho tiempo fuera de vuestra casa o que
en realidad no tenéis un verdadero hogar, o incluso, que habéis aplastado y pi-
soteado a propósito la flor maravillosa que había en vuestro interior sólo porque
esta flor os avergonzaba, porque no querías dejarla crecer ni tampoco florecer.

Yo no quiero reprocharos nada camaradas, pues ya sé lo que pasa: cuando un


niño pequeño llora y alarga los brazos hacia su madre, entonces todos nos reí-
mos.

Y cuando un joven muchacho o muchacha de otros pueblos o regiones comien-


zan a hablar silenciosamente y con los ojos brillantes sobre sus padres o sus her-
manos, y de repente paran porque ya no pueden continuar, entonces también
nos reímos. En realidad esto no debiera hacerse, sin embargo nosotros mismos
estamos tan cohibidos que tampoco sabemos hacer otra cosa por ayudar a esas
personas.

Pero si una persona mayor, un adulto, un hombre serio y maduro siente nos-
talgia por su ciudad, por su hogar, por su patria, nadie debe reírse o arrugar el
ceño por ello. ¡Nadie! Tampoco vosotros camaradas. ¡Vosotros los que menos!
- 23 -
Rudolf Kinau

Pues la nostalgia no es ningún gemido o gimoteo desalentador, ni tampoco una


desesperación importante.

La nostalgia nunca es una muestra de debilidad ni una sensiblería. La nostalgia


es siempre la muestra más segura de una gran fuerza anímica, del firme e insolu-
ble vínculo que existe entre la patria y sus gentes. La nostalgia, pienso yo, está al
mismo nivel y tiene el mismo valor que el amor, la confianza, la esperanza y la fe.

Cuando yo por primera vez oí a mi madre hablar de “tener nostalgia” era toda-
vía un niño, por lo que no pude reflexionar mucho sobre ello. Mas pronto me di
cuenta que debía ser algo bonito y poderoso al mismo tiempo, pues cuando mi
madre pronunciaba la palabra “nostalgia”, la decía siempre de manera muy si-
lenciosa y seria, mirándose a sus manos fuertemente endurecidas.

Mi madre nos contó sobre mi padre, de cómo con catorce años – justo la prime-
ra vez que quiso marchar de casa y emprender rumbo al mar – perdió a su padre
y a sus hermanos mayores, y de cómo cuando hubo regresado de su primer y
largo viaje por mar, sus dos hermanos menores, de casi siete y diez años le espe-
raron en el muelle para decirle: “Ya no hace falta que vuelvas a casa! Allí ya no
queda nadie. Madre murió ya hace medio año, y nosotros ahora vivimos con el
tío Diet.”

“Vuestro padre sin embargo volvió allí de nuevo solo” dijo mi madre, “perma-
neciendo durante una hora en el cementerio al lado de la tumba, y volviendo
después a marchar al extranjero a bordo de un gran velero durante dos años. ¡Lo
cual probablemente le provocó mucha nostalgia!”

- 24 -
Camaradas

Sobre su hermano nos contó también que con dieciocho años partió hacia Amé-
rica. De eso hacía ya diez años y en todo este tiempo no había sabido casi nada
de él. “Me da lástima” decía mi madre, “pues nunca podrá escribir acerca de una
verdadera nostalgia.” “Quizá las cosas le vayan realmente bien” opinó mi her-
mana. “Quizá no tenga nada de nostalgia”.

“Entonces me da aún más lástima” dijo mi madre tranquilamente, “pues será


realmente pobre”. “Si ya no tiene añoranza, entonces no le queda nada en abso-
luto”.

De su propia época de juventud mi madre nos contó que durante cinco años y
cada dos domingos, tenía que andar a pie y completamente sola a casa de sus
padres.

“Dos horas de ida y tres de vuelta, es decir, toda una tarde para llegar a una po-
bre casa hecha de paja.”

“El camino de ida era siempre el más bonito” decía mi madre, “ahí las piernas
me iban muy rápido. El camino de vuelta se me hacía más largo, no porque ya no
tuviera fuerzas, sino porque caminaba hacía atrás para, mientras me alcanzara
la vista, poder seguir divisando la casa con su viejo álamo. Después apretaba el
paso y me alegraba al pensar en volver el siguiente domingo.

“Quien puede permanecer siempre en su hogar y en su ciudad”, dijo una vez mi


padre, “aquel tiene suerte, pero tampoco aprende nada. Quien se encuentre le-
jos y en el extranjero no conozca la nostalgia, es decir, el bonito sentimiento de
anhelar el hogar, éste es un pobre diablo aunque ni él mismo se dé cuenta. Sólo
son realmente ricos y dichosos aquellos que permaneciendo durante largo tiem-
po fuera y sintiendo una verdadera nostalgia, vuelven de nuevo a casa.”

- 25 -
Rudolf Kinau

Todo esto fue lo que aprendí sobre la nostalgia de niño. Más tarde tuve que ex-
perimentar cómo se sufre. Y camaradas, debo deciros que la he sufrido en más
de una ocasión. Y cada ocasión es dura y bella a la vez, triste y rica a la vez. Y
digo rica, porque rápido me hacía olvidar todo el dolor y el sufrimiento. Podría
contaros muchas cosas sobre las largas y oscuras noches de niebla y tormenta
en el mar, sobre las redes raídas y las velas jironadas, de las malas capturas y los
desoladores viajes, de los pesados silencios y los oscuros temporales en la mar.
También podría hablaros de la nostalgia durante la guerra a bordo de un peque-
ño y siempre solitario buque de avanzadilla, durante el inquietante y agotador
frente de Verdún, o en el tranquilo hospital militar del Palatinado…

¡Pero no quiero que me entendáis mal Camaradas! No debéis pensar que yo, en
medio de la tormenta o de la batalla, o en medio de cualquier otro peligro o ne-
cesidad, gimoteaba por mi madre o quería volver tan rápido como fuera a casa.
¡No, al contrario!

En medio de la tormenta, de la noche más oscura, del ruido más frenético, del
mayor dolor, veía mi hogar, escuchaba la lengua de mi patria y la voz de mis her-
manos, sentía unas manos leales y sabía por qué luchaba y resistía, y me daba
cuenta de que sentía una nostalgia dura y bella, triste y rica a la vez.

Pero de esto no os quiero hablar hoy camaradas. Sólo quiero contaros una his-
toria de una tarde de verano de 1925. Por casualidad encontré a dos muchachos
alemanes de Schleswig-Holstein. Caminé con ellos a través de las interminables
y sombrías calles de negocios de la ciudad. Ambos me mostraron – orgullosos y
casi jactanciosamente – todo lo que era de valor en la gran metrópoli del dinero
y los rascacielos, todo con cifras y comparaciones.

“Todo muy bueno y muy bonito” dije, “pero ya tengo suficiente. Ahora me gusta-
ría estar una hora al aire libre, poder sentarme con vosotros en el dique.”

- 26 -
Camaradas

“¿En el dique?”. Se rieron de mi y sacudían la cabeza: “Aquí en Nueva York…


¿al dique?” Pero yo insistí con mi propuesta: “¡Una ciudad que da al mar y tiene
mareas, y río, debe tener también en alguna parte un dique! O eso, o ¡altas y so-
litarias dunas!

“¿Diques o dunas? No, nosotros no tenemos aquí de eso”, dijo uno de ellos. Y
aquí fue cuando ambos callaron de repente. “Aquí son todo altos edificios. Ace-
ro, piedra y ruido, y nada más.”

“¿Pero aquí no tenéis algún lugar, alguna tranquila y sombrada posada en la que
poder sentaros juntos y charlar?” dije yo. Volvieron a agitar la cabeza: “No, tam-
poco tenemos nada de eso por aquí.” “En la siguiente manzana hay un pequeño
parque”, dijo uno de ellos. “Sí, con dos polvorientos arbustos y tres árboles pela-
dos” respondió amargamente el otro, “y en cada banco veinte personas sentadas
leyendo el periódico”.

“Vamos chicos” dije yo, “buscaremos algún lugar”. Pasamos un par de edificios
más adelante y nos sentamos junto a un muro de piedra. Y allí permanecimos
sentados un largo tiempo, sin decir una palabra. “Casi como si estuviéramos en
el dique”, dijo uno queriendo reír, mas la risa se le ahogó en la garganta.

“Ahora tenéis que contarme algo de vosotros” dije yo, “pero no algo americano,
sino algo alemán”.

- 27 -
Rudolf Kinau

Ellos se dieron cuenta a lo que me estaba refiriendo. Y así muy despacio, empeza-
ron a desembuchar: los dos eran campesinos de Dithmarschen, de veinte y vein-
tidós años. Desde hacía un año y medio habían sido atraídos por el dominante
dólar y conducidos al “gran vivero”. Desde hacía un mes estaban sin trabajo fijo,
y durante todo un año tan sólo habían trabajado en una fábrica de galletas, entre
ruidosos extranjeros, razas extrañas e idiomas extraños, sin entender ni una pa-
labra de la persona que tenían al lado, día tras día durante diez horas a la luz de
una lámpara en una habitación cerrada delante de abrasadores hornos a cuaren-
ta grados de temperatura, y trabajando igual que máquinas, repitiendo siempre
los mismos movimientos: coger las fuentes de las cintas transportadoras, abrir
el horno, partir los pasteles, y después… siguiente bandeja, sacar, abrir el horno,
partir, y a la siguiente bandeja. Diez horas al día, día tras día. Por un sueldo que
apenas llega para vivir.

“Pero chicos…”, dije yo, “¿Qué estáis haciendo? ¿Por qué no os volvéis a casa?”
“Porque nosotros… porque ya nos habían avisado de esto en nuestra casa. Que
más tarde o más temprano sentiríamos nostalgia y que entonces regresaríamos
incluso sin un saco lleno de dinero”. “Y entonces se reirán de vosotros…” dije
yo tranquila y seriamente, “y no queréis pasar por esa humillación”. Ambos de
miraron fijamente a los ojos. “Como mucho medio año más”, dijo uno de ellos,
“después me da igual todo, ya pueden decir en el pueblo lo que quieran. Ninguno
de ellos ha tenido que pasar por esto.”

- 28 -
Camaradas

Nos quedamos un poco más allí, rígidos y en silencio. Se empezaba a hacer de


noche y las calles cada vez más silenciosas. “El sol se esconde ya” dijo uno. El
otro respondió: “¡En nuestro hogar pronto volverá a salir! Hace tanto tiempo
que no oigo el canto de un gallo…” Yo miré el reloj y me levanté, dándoles la
mano: “En dos semanas volveré a Hamburgo, ¿debería ir a visitar y saludar a
vuestros padres y hermanos?” “¡Sí!”, dijeron ambos. “Si fueras tan amable…”
“¿Debiera decirles cómo os va?” pregunté. “No”, dijo uno apretando los puños y
girando la cabeza hacia un lado. “Sí”, dijo el otro. “¡Díselo! ¡Cuéntaselo todo! Y
que mi padre o mi hermano me envíen dinero para el viaje de vuelta. ¡Y ya sea
como peón o jornalero quiero pagarles hasta el último Pfennig, si puedo salir de
aquí y volver a mi casa!”

¡Camaradas! Quiero pediros algo muy importante: si en vuestro círculo volviera


a aparecer la palabra “nostalgia”, escuchadla de manera distinta a como lo ha-
cíais antes, escuchad el profundo sonido de “hogar” y “aflicción”(4), y apartad
esa sonrisa de superioridad y desprecio. Esto no va con vosotros. No encaja con
vuestra manera de hablar, ni con vuestras fiestas, y sobre todo no encaja con
vuestro amor y lealtad a vuestro pueblo y la Patria. Pues todo lo que este amor
y esta lealtad significan para todos los que estáis fuera o lejos de vuestro hogar,
es nostalgia.

“La añoranza es el vínculo sagrado que existe entre el corazón y la Patria”

4 -Aquí se vuelve a hacer un juego de palabras con el término “Heimweh” (nostalgia),


compuesto por “Heim” (hogar) y “weh” (dolor, aflicción).
- 29 -
Rudolf Kinau

EL MEJOR CAMARADA
(Der veste Kamerad)

“La mejor camarada del hombre es su compañera”

No queremos hablar aquí de amor, de ello y por ello se ha hablado, cantado,


reído y maldecido en demasía. Hoy queremos hablar abierta y honestamente
sobre la camaradería. De hecho, sobre la más alta y más bella camaradería, la
que existe entre el chico y la chica, entre el hombre y la mujer.

Creo que por ello debemos mirarnos libre y fijamente a los ojos y decirnos clara
y simplemente lo que pensamos. Debemos pues empezar desde el principio, ya
que así es como entre nosotros todo empieza o empezó: Hasta los trece, catorce
o quince años todos los niños y niñas son para nosotros de igual valor, aunque
diferentes en sí mismos. A esas edades aún no sabemos nada de la amistad y
el amor. Jugamos todos revueltos, y nos gusta bromear, pegarnos y pelearnos.
Pero después ocurre con el tiempo que somos algo distintos hacia las chicas que
hacia los chicos. Y pronto también, que preferimos a una chica que a otras. No
sabemos por qué. Quizá no tenga nada especial en sí, pero preferimos estar cer-
ca suyo, y mirarla, hablarla y oírla reír. Y nos la imaginamos de todas las formas,
y nos sentimos enormemente orgullosos si se hace la simpática con nosotros.

Pero no siempre tiene que ser la primera la correcta. La primera quizá tenga la
misma edad que nosotros, y pasemos desapercibidos para ella en beneficio de
chicos mayores.

- 30 -
Camaradas

También puede pasar que con el tiempo nos demos cuenta que existe otra chica
aún más alegre y simpática. Siempre ha sido así, que una para nosotros es siem-
pre la mejor de todas y todos nuestros pensamientos y deseos se dirigen hacia
ella… y de pronto llega el día – quizá tras años de alegrías y anhelos escondidos
– de la felicidad más absoluta: el día en que unimos nuestras manos con esta
persona, con la mejor y la más bella, ante sus padres y ante los nuestros, con la
que presentarnos ante Dios y pedirle su bendición. Es entonces cuando debe-
mos construir nuestro propio hogar y sumergirnos mutuamente en una luz y
una alegría limpias, durante días, semanas, meses e incluso años.

Pero sucede con cada uno de nosotros – o debo decir con casi todos – que llega
un día, un momento, en que ya no podemos sobrellevar la luz. Quien cada día
tiene un mar cristalino y un cielo azul sobre sí, aquel ansía pronto el viento y las
nubes e incluso una tormenta. Quien día tras día sólo recibe pasteles y nada más
que pasteles, a aquel le gustaría tener de vez en cuando un pedazo de pan seco o
incluso no comer nada.

Y así, con prácticamente todos, tanto entre los hombres como entre las mujeres,
llega un día en que todo lo nuestro se desprende, se demacra, y entonces ya no
vemos ninguna belleza en los ojos o en el cuerpo de la otra persona (ya no la ve-
mos porque siempre la hemos tenido delante nuestro), en que ya no oímos una
voz querida (ya no nos suena querida porque siempre la hemos escuchado), en
que ya no queda un caparazón, sino sólo la esencia, sólo el corazón y nada más.
De esta forma, dos personas, desnudas y desapasionadas, se encuentran una
frente a la otra mirándose como extraños y preguntándose: “¿Quién eres tú en
realidad?”

Pensábamos que seríamos uno y que nunca más podríamos separarnos, pero
más bien éramos uno solo en el bendito éxtasis del amor. Aún somos dos perso-
nas muy diferentes que ahora tienen que buscarse y juntos encontrarse.

- 31 -
Rudolf Kinau

“Los labios y los cuerpos se encuentran pronto los unos a los otros” dice Gorch
Fock, “pero el camino de un alma hacia otra es muy largo”. 

Y cuando ya no existe el fingir y el ocultar es cuando el camino del uno hacia el


otro a menudo se vuelve más laborioso y difícil. Poco hay que hacer con un “por
la fuerza”, pero “con bondad y compasión” tampoco se avanza. Un “ser bueno y
amable” tampoco sirve para acercarse. ¡Se debe tener una voluntad y una meta
fijas! Hay que saber – por ambas partes -, que no sólo se debe buscar en el otro,
sino también en uno mismo:

¡Somos nuestros propios camaradas de por vida!

En el libro de invitados de una pareja que acababa de casarse, Gorch Fock es-
cribió una vez: “Un regalo muy grande se os ha concedido: que lleguéis a ser
camaradas. Pues quien ha encontrado un camarada, es como el que alcanza el
sol con la mano”.

Todos sabemos lo que significa la camaradería en la paz y en la patria, en el ser-


vicio, el trabajo, en la marcha. Lo que supone tener a un buen camarada en la
guerra y la necesidad lo hemos experimentado muchos. Lo que significa tener
un buen camarada para toda la vida, muchos lo saben pero no hablan de ello, y
eso está bien. Durante la guerra tampoco se hablaba mucho de “camaradería”
en el campo de batalla, pero sabíamos que estaba allí, la experimentábamos y
la sentíamos. Nos encontrábamos hombro con hombro, cada uno en su puesto,
sabiendo que podíamos confiar los unos en los otros:

“Marcha hacia delante camarada, yo te acompaño. Corre al asalto camarada, yo


te cubro. Camina hacia la muerte, yo voy contigo”.

- 32 -
Camaradas

Exactamente, pues también la camaradería puede ser muy bonita y profunda en


una pareja, cuando tanto el hombre como la mujer no viven el uno al lado del
otro, sino para el otro. Es así como a través del amor y el sufrimiento se puede
encontrar el corazón de alguien.

“Mire quien votos perdurables hace, si con su corazón cuadra el que elige”(5)
Planteemos ahora la gran cuestión que nadie hasta ahora ha sabido solucionar
correctamente: ¿Cómo, dónde y cuándo deberían probarse los jóvenes? ¿Dónde
y cuándo deben conocerse adecuadamente?

“Ahh, eso se puede hacer en cualquier momento y lugar” dirán algunos. Y si se


preguntara a alguna joven pareja de novios “¿Desde hace cuánto os conocéis?”,
nos dirían: “Nos conocemos desde hace mucho, desde hace más de un año. He-
mos estado juntos en cuatro ocasiones en el cine, dos en el teatro y tres veces
en el baile.” O se preguntara: “Os habéis enfrentado juntos ya a algún peligro?
¿O a alguna profunda necesidad anímica? ¿O a alguna pelea realmente seria,
digamos por cuestiones de Fe o de Dios? ¿Habéis incluso pasado hambre por el
otro, luchado por el otro, sacrificado por el otro, sangrado por el otro?” Entonces
niegan con la cabeza y ríen: “No, ¿por qué? ¿Es que debe ser así?”
No, no debía ser así hasta ahora, pero tenéis que saber que todo esto puede lle-
gar después y de hecho llegará, por lo que no debierais decir tan a la ligera lo de:
“Ya nos conocemos suficiente”.

5 - Aquí también se hace un juego de palabras dando a entender un verso de Schiller


en su poema Die Gloke (la campana): Drum prüfe, wer sich weig bindet, Ob sich das
Herz zum Herzen findet!
- 33 -
Rudolf Kinau

En cierta ocasión visité al viejo Jochen Mewes y os pusimos a charlar del pasado
y de su familia. Entonces le pregunté cuándo comenzó a conocer a su mujer en
realidad, a lo que él me respondió despacio y pensativo: “¿Conocer? Pues fue
seis años después de contraer matrimonio, cuando nuestro hijo Klaus murió
ahogado en el Elba. Fue entonces cuando conocí bien a mi mujer”.

Y cuando en cierta ocasión coincidí con Meter Loop y su mujer y les pregun-
té en el mismo sentido, ambos me respondieron: “Sólo llevamos juntos medio
año, por lo que aún no nos conocemos bien”. Ambos se encontraban dados de la
mano, radiando una felicidad pura.

“¿Y así es siempre?” preguntará alguno. No, pero sí muy a menudo. “¿Entonces,
es prácticamente imposible conocerse bien antes?” En mi opinión no, excepto
en casos contados. Si la vida, si el destino no nos pone antes a prueba, nosotros
solos, por nosotros mismos, no podemos lograr el conocernos bien, puesto que
hasta ese momento sólo nos dedicamos a ser felices y a no ver ni defectos ni vir-
tudes. Antes de todo eso debemos al menos saber qué es lo que buscamos y que
es lo que queremos tener en realidad.

¿Buscamos una rebosante y joven hermosura para los ojos y para la envidia de
los demás? La juventud se desvanece y la belleza se marchita, con lo cual ambos
son valores no permanentes. ¿Buscamos acaso una novia para hacer divertidos
viajes y alegres fiestas? Todos los días no son domingos ni festivos. ¿Buscamos
un ama de casa capaz para nuestro hogar? ¿Una madre sana para nuestros hi-
jos? Entonces quizá nos bastaría con examinar sus referencias, su certificado
médico o su certificado hereditario. ¿O buscamos por encima de todo una cama-
rada que nos acompañe en nuestra vida? ¿En toda nuestra vida en las alegrías y
en las penas? Entonces no sólo debemos buscar, sino que también tenemos que
someternos a nosotros mismos a un examen concienzudo.

- 34 -
Camaradas

Pues antes de nada debemos saber que una ceremonia de matrimonio, un enla-
ce, es un juramento ante un Dios que como testigo nos observa. Y nuestro “Sí”
es un voto sagrado para soportar juntos tanto lo bueno como lo malo que pueda
llegar.

Un juramento sagrado para toda la vida. Más adelante no podremos soltar así
por así un: “¡Esto yo no lo sabía!” o un “Ya no puedo más”. ¡No camarada, esto
no es así!

Bien podría decir uno “Sí, pero mi mujer no se ajusta al dinero que hay y conti-
nuamente tiene peleas con los vecinos, y esto es algo que no me gusta”. Espera,
tengo que hacerte una pregunta. ¿Acaso has olvidado tan pronto tu juramento?
¿Es que quieres desistir tan rápido?

Y otro podría decir “Sí, pero mi mujer está casi siempre delicada de salud, y a
menudo se comporta de manera caprichosa e injusta y esto ya no puedo sopor-
tarlo”. A este yo le digo, ¿es que sólo prometiste que únicamente estarías a su
lado mientras estuviera sana, alegre y tuviera cosas buenas?

Y otro tercero dirá “Sí, mi mujer es una buena persona, muy bondadosa, nos
entendemos magníficamente en todos los aspectos, pero no puede darme hijos,
y a mí me gustaría mucho tener cuatro o cinco. ¡Que cuiden de mi granja y de mi
Patria! ¡Eso es importante!”

¡No!, es importante que cada mujer sana le de hijos sanos a nuestro pueblo sí,
pero de ello no eres responsable, y de esta forma lo único que haces es humillar-
te y ofenderte.

- 35 -
Rudolf Kinau

Para ti y para todos los que te conocen es mucho más importante que mantengas
tu “Sí” y tu promesa, y que soportes sobre tus hombros tu destino, el destino en
común que tienes con tu esposa.

Pues esta es la verdadera y auténtica camaradería: “Camina hacia la muerte ca-
marada, yo voy contigo”.

Como hombre que eres, pero también como persona, también esto es heroísmo
para ti. Gorch Fock dice: “El matrimonio es una prueba sin igual” y también: “El
mejor camarada de un hombre es su mujer”.
Si buscáis o si ya os habéis encontrado debéis saber: “Un regalo muy grande se
os ha concedido: que lleguéis a ser camaradas. Pues quien ha encontrado un ca-
marada, es como el que alcanza el sol con la mano”.

- 36 -
Camaradas

EL TRABAJO ES FELICIDAD
(Arbeit ist Glück)

“Benditas sean las obras hechas con tus propias manos”

Si, es justo como Peter Lammermann decía: “¡Qué trabajo hablar de trabajo!”.
En esto el hombre simplemente no puede ponerse de acuerdo: algunos trabajan
sólo para poder vivir. A estos el miedo y las pequeñas preocupaciones les asaltan
constantemente, impidiéndoles ver la verdadera alegría de la vida.

Y otros sin embargo, sólo viven para poder trabajar. Estos no ven problemas en
ningún lado y les asalta una rebosante alegría en todo lo que hacen.

Los unos sobrellevan la vida y el trabajo como una pesada carga y lo ven todo
siempre negro… y los otros se alegran de estar vivos y de poder ayudar o echar
una mano en cualquier cosa, pareciéndoles todo claro y sencillo. Y como ellos
mismos contemplan el mundo con ojos limpios y libres, así también el mundo y
la vida les contempla a ellos, llenando su casa de prosperidad y de luz.

Lo mismo le ocurrió al viejo jornalero Heinrich Blohm, que durante 52 años


estuvo trabajando para el mismo granjero. Primero empezó como guardián,
después como mozo y luego se convirtió en capataz, para continuar durante 30
buenos años como jornalero. Vivía simplemente en una habitación encalada, y
últimamente en una pequeña cabaña torcida. Todos los días trabajaba, ya fuera
invierno o verano, desde temprano por la mañana hasta bien entrada la tarde,
no teniendo más que justo algo para comer y beber, y ganando en sus mejores
años 60 pfennings al día, o lo que es lo mismo, 18 marcos al mes. Nunca asistió
a ningún viaje o a alguna gran fiesta. Sólo trabajaba, y así un día, trabajando, se
desplomó y falleció.

- 37 -
Rudolf Kinau

Cuando lo llevamos al cementerio – era un claro día de primavera -, tras el coche


fúnebre caminábamos despacio diez o doce hombres, pero no lo hacíamos tan
tristes o callados como se debiera ir tras un féretro.

Klaus Niebuhr, que había recorrido mucho mundo, pensaba que era una ver-
dadera pena que el viejo Heinrich Blohm no hubiera visto nada más allá de su
terruño, sin nada más que vida llena de trabajo y monotonía… Pero entonces
el granjero, que iba el primero de la fila, se giró para decir alto y claro de forma
que todos le oyeran: “No, estás muy equivocado. Este Heinrich Blohm, mi viejo
Heini, el que no sabía nada de la vida, pero para el que todos los días eran fiesta,
era el hombre más feliz, dichoso y rico de todos los que he conocido en nuestra
región. Pues supo saborear la vida poco a poco y de manera correcta, y la vida así
le correspondió, mejor que a ti, a mi o a todos nosotros”.

“Sí bueno, es cierto” dijo Klaus Niebuhr, “siempre estaba sano y contento, pero
¿rico? Eso no puedes decirlo”

“Pues sí, era muy rico” dijo el granjero, “pues tenía un humor exquisito y un co-
razón bondadoso. Para cada persona y para cada animal tenía siempre una pa-
labra amable. Toda la granja le perteneció durante más de 40 años. Cada caballo
era su caballo. Cada vaca, cada ternero, cada polluelo, cada árbol, cada arbusto
le pertenecía. No sobre el papel sino gracias al trabajo de sus manos. En toda la
granja, en todos nuestros senderos y zanjas no habrá un puente o una valla que
no haya revisado. Ningún manzano o peral que él mismo no haya plantado. Nin-
guna pala o pieza de vajilla que no haya dejado blanca y limpia”. 

“Si, era muy trabajador y concienzudo” dijo Klaus Niebuhr, “y amable y agrada-
ble también, pero no rico. Si como tú lo quieres interpretar, pero no en bienes y
en dinero”.

- 38 -
Camaradas

“Te voy a contar una cosa” dijo el granjero, “ayer dentro de su pequeña cabaña
buscamos sus cosas, y ¿sabes lo que allí encontramos? 22 antiguos empréstitos
de guerra por valor de 8000 marcos, una cartilla de ahorros del año 1921 con
más de 700 marcos, y una carta de su hermana – la cual tenía seis hijos – fecha-
da el 15 de octubre de 1937, en la que le daba las gracias a su hermano Heini por
los más de 1000 marcos que en secreto le había metido en el bolso.

“’¡Caramba, no puede ser!” dijo Klaus, y ya no pudo continuar, pues las campa-
nas comenzaron a repicar y empezamos a entrar en silencio y pensativos por la
gran puerta del cementerio.

Por lástima no pude oír gran cosa de la oración que allí se le dedicó, tan sólo
retuve las siguiente palabras: “Todo lo que cuesta conlleva esfuerzo y trabajo”.
Y yo además añadiría: “Si ha habido alegría en el trabajo, este habrá sido bello y
gratificante”.

A menudo pienso en el viejo Heini y en las palabras que el granjero pronunció


acerca de su vida y su riqueza.

En otra ocasión cuando estuvimos en Hamburgo, conocimos a un comerciante,


un gran industrial de la industria pesquera que acabó por demostrarnos “el úl-
timo honor”.

Había empezado de joven desde abajo, pero también de joven ya se le había me-
tido en la cabeza que quería hacerse rico tan rápido como fuera posible.

Primero empezó como mozo, y después, por su propia cuenta, se convirtió en


pescador y más adelante, en capitán de barco. Era muy bueno navegando y pes-
cando, y ganaba mucho, pero para él estos ahorros no eran suficientes, ya que
quería tener lo bastante como para poder retirarse a los 50 años.
- 39 -
Rudolf Kinau

Se compró su propio barco, se juntó con más gente de dinero y juntos funda-
ron una compañía naviera…Construyó también un gran ahumador, una lonja de
venta, un instituto de marina… y siempre ¡más y más! No tenía nunca suficiente.
No tenía para nadie un saludo afectivo o una palabra amable, porque en realidad
dentro de sí no había alegría ni luz. ¡Sólo negocios y ganar dinero!

Finalmente llegó su hora. Tenía sólo 60 años y los podría haber disfrutado si se
hubiera retirado pero… Nunca tenía tiempo. Tan poco tiempo, que con su Mer-
cedes-Benz adelantó a otro coche a 100km/h y se estrelló contra un árbol… Aho-
ra reposa bajo grandes coronas de flores y más de 200 personas permanecen de
pie junto a un féretro carísimo…

“El suyo fue un ascenso insólito desacostumbrado”, dijo uno de sus colegas de
negocios. “¡De pobre mozo de pesca pasó a famoso comerciante y líder de los
negocios!”

“Un lamentable y triste ascenso”, pensé yo. De un pescador que libre y orgulloso
conducía su propio barco, pasó a ser un agitado y apresurado esclavo de su codi-
cia, siempre con la misma incierta meta en frente: “Ahorrar y llegar a ser rico”.
¿Y después qué?, ¿Sabéis lo que dijo nuestro viejo profesor el último día que
estuvimos en la escuela? “No se debe olvidar el camino caminado. Ni tampoco
la alegría en el camino y al caminar. Marchando siempre hacia adelante, por
supuesto, pero sin pasar por alto lo bello del camino y sin precipitarse, desde la
lejanía, por una brillante meta que está por llegar!”

- 40 -
Camaradas

¿Y como dice Gorch Fock en su libro “Estrellas sobre el mar”?... “No hay que
pensar en la insignificancia de las labores, sino irradiarlas e inflamarlas de tal
forma que aparezcan como llaves doradas para abrir altas puertas”.
Y de los pescadores de Finkenwärder, los cuales a menudo tienen mal tiempo y
malas capturas, pensó una vez: “No sólo son los amos del mar, son también los
reyes de sus vidas, pues no pescan y navegan para llegar a ser ricos, sino que lo
hacen para poder seguir siendo libres y afortunados”.

Y esta, pienso yo, es la verdadera y auténtica bendición del trabajo: alegría en el


propio crear; placer y afecto por los actos y las obras propias.

Todos sabemos cuán duro puede resultar un año o un mes sin trabajo ni res-
ponsabilidades. Y todos sabemos también que en cada puesto y en cada oficio,
siempre se depende de lo mismo: de la alegría por el obrar y el crear; pues la vida
es trabajo y el trabajo es felicidad.

- 41 -
Rudolf Kinau

NO TENER MIEDO A TENER MIEDO


(Nicht fürchten vor dem Bangewerden)

“Sólo quien supera sus miedos encuentra el verdadero valor”

“No estoy asustado” es lo que muchos de nosotros decíamos cuando siendo pe-
queños veíamos algo que parecía peligroso, para decir después una vez que todo
había acabado: “No, en realidad no tenía miedo, simplemente me quise alejar
para poder observar de lejos”. Y ahora que ya somos más maduros y juiciosos,
nos reímos de aquello. Sin embargo, es normal haberse sentido así en alguna
ocasión. Esto lo sabemos todos bien pues la mayoría de nosotros ha estado en la
guerra. Ninguno de nosotros diría cual niño: “Nunca he tenido miedo de nada”.

“Quien se encuentre en primera línea del frente y tenga miedo, aquel no tiene
de qué avergonzarse” fueron las palabras que en el verano de 1916 un antiguo
reservista me dirigió en el tren durante mi primer desplazamiento a Verdún.
“Sólo debiera avergonzarse aquel que fuera un absoluto cobarde” continuó. “¿Y
qué es para ti ser un absoluto cobarde?” Preguntó otro. “Quién tenga miedo a
tener miedo”. Sus camaradas rieron y yo con ellos, pues todos lo consideramos
una graciosa palabrería.

- 42 -
Camaradas

A la mañana siguiente, sin embargo, descendí del ferrocarril de campaña y total-


mente solo me dirigí al bosque de Haumont para montar un puesto de observa-
ción que sirviera de protección al cañón de gran calibre. Fue entonces cuando,
bajo el ininterrumpido estruendo de la matanza de Verdún, mis pasos, sin que
yo lo quisiera, comenzaron a ser más lentos y mi macuto cada vez más pesado.
Me intenté convencer a mí mismo de que debía parar un rato a tomar aliento
en medio de aquel claro lleno de socavones hechos por las granadas. Deteni-
damente, más detenidamente de lo necesario, empecé a mirar los mapas y el
paraje. No tenía miedo, tan sólo estaba algo angustiado. Conforme me acercaba
al frente todo a mí alrededor estaba más desolado y sospechosamente desierto.
Y entonces, a menos de 50 metros de mí, un árbol de humo y fuego surgió de la
tierra. Un estallido estridente, una onda que me tiró al suelo. Crujidos, silbidos
y tintineos a mi alrededor, después… de nuevo, la desolación y el silencio. El
árbol de fuego, dejando tras de sí una nube de polvo, se deslizó hacia el bosque
acribillado.

Allí estaba yo entre el humo, mirando agazapado. Me di cuenta de que el corazón


me había subido hasta la garganta y que las manos y las rodillas me temblaban.
Quise hacer un esfuerzo para levantarme, y de pronto, una segunda explosión
por la derecha. Y de nuevo los crujidos, los silbidos y el tintineo a mi alrededor,
y también… ese horrible silencio.

- 43 -
Rudolf Kinau

Ahí estaba yo de nuevo, rígido e inmóvil. Me temblaba todo el cuerpo. Entonces


me imaginé gritando a mi sargento en el patio del cuartel “¡A cubierto!”. Duran-
te una semana habíamos ensayado lo suficiente, pero ahora, donde había que
hacerlo, no hice nada. Yo quería pero no podía. No podía moverme por lo que
sólo me quedaba pensar. “El primer disparo cayó a la izquierda” pensé yo, “y el
segundo a la derecha. ¿De dónde vendrá el tercero? ¿Y cuándo?” Había que bus-
car abrigo, pero ¿dónde? “Saltar lo más rápido posible donde cayó el último dis-
paro es lo más seguro, ya que es poco probable que vuelva a caer ahí el siguiente”
dijo uno en el tren. De nuevo la tercera andanada, esta vez desde la izquierda.
Tres pasos delante de mío había un pequeño montículo de tierra. Al agacharme
a mirar vi que era una tumba, una insignificante tumba con una cruz diminuta
hecha con un trozo de madera y un tenedor.

Con las dos manos me agarré a la tierra y apreté la cabeza contra el brazo. Estaba
furioso conmigo mismo. ¡Así que aquel era el valor del que presumía cuando me
embarqué en Kiel…! Aquellos mis nervios de acero con los que como voluntario
me alisté en el frente! ¡Un miedo lamentable y nada más!

Como un desgraciado permanecí tendido. De nuevo otro estallido, esta vez más
cerca. Al elevar la cabeza observé a un soldado que dando saltos se aproximaba
desde la orilla del bosque hacia el claro. “¿Qué te pasa? ¿Estás herido?” me gritó.
“No” dije con señas, y me levanté. “Sólo estaba mirando la tumba”. “¿La tumba?
¿En campo abierto? Tienes que estar completamente loco. ¡Avanza! ¡O hacia el
bosque o hacia delante!” dijo él. ¡Sí, hacia delante! Levanté la cabeza, hice un es-
fuerzo y caminé hacia delante, hacia el barranco, hacia el puesto de observación
del cañón del 38 cm.

- 44 -
Camaradas

“¿Has tenido miedo durante el viaje?” preguntó otro. Y yo, que era un comple-
to niñato espeté: “¿Por qué? ¿Por unos pocos disparos?”. Tranquilamente debí
haber dicho la verdad, pues pronto escuché a muchos decir como también tu-
vieron que superar ese miedo pétreo para poder alcanzar después la verdadera
y calmada valentía.

También se lo escuché a Mertens, ¡el más grande y fuerte de mis camaradas!


¡Andreas Mertens. Yo te saludo! ¿Recuerdas cómo fueron tus primeros días en
Verdún? Llegaste directo desde Willemshaven como reemplazo de un camarada
gravemente herido. Realmente eras un tipo inquieto, no un charlatán o un fan-
farrón, sino un verdadero valiente, con la cabeza amueblada y músculos como el
acero, sin arredrarte ante la visión de la muerte. Sin embargo, cuando al atarde-
cer del segundo día empezamos a recibir fuego de artillería durante más de una
hora, cuando nuestro refugio se empezó a resquebrajar, y cuando por último
cayó a medio metro nuestro una granada que no llegó a estallar, allí te sentaste
tú, con los puños apretados, en aquella oscura esquina, gimoteando como un pe-
rrillo y no queriendo decir nada a mis preguntas, tan sólo diciendo: “¡No puedo
parar este estúpido temblor! ¡Soy un gallina! ¿Qué vas a pensar si no de mí?”.

No pensé nada Andreas, ni tampoco dije nada, tan sólo te di la mano con calma
y firmeza. Pero a la mañana siguiente yo te conté lo de mi “estúpido temblor”. Y
tus ojos volvieron a reír de nuevo. Y tres días después ya eras el mejor soldado,
el más tranquilo y valiente, con unos nervios de acero y una fe inquebrantable
en la victoria!

- 45 -
Rudolf Kinau

¡Camaradas! A nosotros ya nos llegó, y a vosotros también os llegará, un mo-


mento en el que tengáis un miedo terrible pero en parte normal. Ya sea ante un
gran peligro o ante una inaudita y dura batalla, os pido que “no tengáis miedo a
tener miedo”, que no desesperéis u os aflijáis ante vuestro primer temblor, pues
este, las más de las veces solo afecta al cuerpo y en nada tiene que ver con la co-
bardía. Tan pronto como se pueda, huid de ese miedo lamentable y paralizador.
Sólo un par de pasos más allá, sólo detrás de dos profundas respiraciones se
encuentra el verdadero valor, la orgullosa valentía que siempre trae consigo la
gloriosa y honorable ruina o la radiante y brillante victoria.

- 46 -
Camaradas

EL VERDADERO VALOR DE TU VIDA


(Der wahre deines Lebens)

“Lo que haces por los demás determina la valía de tu vida”

“Cada uno se preocupa de sí mismo y Dios de todos nosotros”. No sólo es este


un antiguo y corriente refrán. Durante años fue para muchos una insolente de-
claración que lamentablemente aún hoy algunos pocos pronuncian. Bastante a
menudo se suele pensar: “Qué hacen los demás por mí? Cada uno debiera pro-
curar abrirse camino por sí mismo y progresar en la vida. ¿Quién me ha ayudado
a mí? ¡Nadie!”

¿No? ¿De verdad? ¿Nunca nadie te ha ayudado?

“Sí bueno, un poco sí, de vez en cuando… pero siempre ha sucedido cuando la
persona que me ayudaba también podía sacar beneficio… Así que en mi caso
nunca he tenido una ayuda que no escondiera segundas intenciones.”

¿No? ¿De verdad? ¿Nunca nadie te ha ayudado desinteresadamente? ¡Reflexio-


na un poco! Vuelve a pensar de nuevo y si no encuentras nada, vuelve a pensar
otra vez.

Cuando eras aún muy pequeño y no podías valerte por ti mismo, ¿acaso no cui-
dó tu madre de ti? ¿no te dio de comer y de bebe, no te protegió y cuidó día y
noche? ¿No te enseñó con interminable amor y paciencia a caminar y a hablar?
¿No fue esta ayuda “sólo para ti”? ¿Pensó tu madre primero en sí misma al hacer
esto? ¿Procuró acaso que la mejor porción siempre quedara para ella? “No, por
supuesto que no” pensarás tú, “pero ella es mi madre y madre sólo hay una, en
cambio el resto de personas…”

- 47 -
Rudolf Kinau

Todos los demás tienen o tenían también una madre igual que tú. Y como hijos,
todos han experimentado ese amor y esa ayuda inmensa e inmerecida, igual que
tú, olvidando lentamente todo esto a medida que se van haciendo mayores, igual
que tú.

“Oh no”, piensas tú, “Yo no lo he olvidado. La he correspondido con amor y bon-
dad, así que yo ya he liquidado mis deudas, las he saldado hace tiempo.”

“¡No, no lo has hecho!” digo yo. Con tu madre al menos no has solventado ni
pagado nada. Pues esta primera gran ayuda desinteresada no venía sólo de tu
madre, venía de tus parientes a través de tu madre, de tu estirpe, de todo tu pue-
blo. Venía desde muy lejos, tanto en el tiempo como en el espacio. Y esta ayuda
ha sido tan inmensa y tan preciada que nunca podrás enmendarla por completo.

Ciertamente podrás devolver algo a tu madre, si es que tienes la gran suerte de


que aún permanezca a tu lado. Podrás transmitir muchísimo a tus hijos o a tus
nietos, sin embargo, aún queda un gran remanente, una alta montaña de deudas
hacia tu estirpe y hacia tu pueblo que sólo podrás saldar – sin pensar en ti mis-
mo – si cada día haces algo bueno por los demás.

“Todos somos deudores de la humanidad” dice Gorch Fock, “pero nadie hace
nada porque la humanidad tampoco lo reclama”. Y cuando en 1915 partió hacia
el frente dijo: “No puedo llevar la suficiente carga de mi patria sobre los hom-
bros. Sé que participo profundamente de la obligación de Alemania, y cargo so-
bre mi honor pagar esta deuda tan pronto como pueda”.

- 48 -
Camaradas

No a todos se nos ha concedido el poder pagar las deudas de una forma tan bue-
na y rotunda como a Gorch Fock, el cual a través de sus escritos, especialmente
a través de su libro “Navegar es necesario”, apasionó de nuevo a innumerables
jóvenes alemanes por el mar y llevó a miles y miles de hombres a una brillante
alegría y un firme valor.

Jóvenes que después entregarían sus vidas en la batalla de Skagerrak al servicio


de la Patria.

No, no te librarás de tus deudas de una manera tan efectiva y rotunda, pero cual-
quier cosa que hagas estará bien hecha. No tiene porque ser algo grande, algo
espectacular. Sólo será bueno si lo haces gozosamente y sin pensar en tu propio
beneficio, sino sólo en el del prójimo y en tu pueblo.

Lo que debes hacer no puedo decírtelo, pues no conozco ni tu vida ni tu esfera


de acción. Pero pronto conocerás algo o encontrarás algo en lo que poder probar
hacia otro tu ayuda. No tiene que ser algo que “valga dinero” ni tampoco una
limosna, sino que tiene que ser algo como asistir o echarle una mano a alguien y
dispensar siempre alegría.

“Quien me da alegría” dice Gorch Fock, “quien me da lo mejor de sí, me da mu-


cho más que dinero, pues algo mejor que le alegría no puede obtenerse con dine-
ro. ¡Sólo quien da, es verdaderamente feliz!” Así que, ¡vamos camarada! Busca a
tu mejor y más preciado amigo y ofrécele tanto como puedas.

Si te despiertas en un pequeño lugar en el campo descubrirías el verdadero sen-


timiento que existe entre la comunidad de la siguiente manera: si es primavera,
deja inesperadamente unos cuantos lenguados delante de su puerta; si es vera-
no, un cesto lleno de peras; y si es invierno, unas salchichas recién hechas.

- 49 -
Rudolf Kinau

Sí, es gracioso no saber dónde o a quién hay que dar las gracias, o cómo poder
devolver el favor. Sin embargo, no tiene por qué saberse. Basta simplemente con
hacer algo similar o mejor y devolver en secreto esta “misteriosa alegría”.

Así pasó con el pescador Willem Hustedt. Un día de verano mientras estaba
pescando se desgarró la mano con un clavo oxidado. Debido a la septicemia
tuvo que salir disparado hacia el hospital y permanecer allí dos semanas. Du-
rante ese tiempo, junto a los dolores tuvo otro tipo de preocupaciones como por
ejemplo por su mujer, quien le había dado un segundo hijo, o por su vehículo, o
por sus redes y aparejos, “que se pudrirían en la presa”, pensaba él. Cuando sin
embargo, quince días después volvió a casa, allí encontró su coche, limpio como
una patena, encerado y engrasado, esperándole con los aparejos recogidos y las
redes secas y limpias. Nadie en la zona sabía, o quiso saber, quién fue el que le
recogió todo aquello a Willem Hustedt. Tampoco Willem preguntó o investigó
tiempo después. Volvió de nuevo a navegar y a pescar, ayudando no sólo en lo
suyo, sino dondequiera que estaba. De esta forma cuando en otoño el viejo Ges-
chen Harms, el cual vivía solo en su pequeña cabaña, no tuvo carbón que poder
quemar, Willem Hustedt taló el enorme peral que tenía en el jardín de su casa
hasta no dejar más que las astillas. Secretamente le dejó por la noche al viejo
Geschen un montón de leña frente a su puerta, tan grande que apenas le dejaba
ver y que le duró varias semanas.

Si Willem Hustedt hubiera pensado que nadie se enteraría de donde venía la


madera se habría equivocado, pues tan sólo tres días después alguien le plantó
en el jardín dos nuevos perales.

A veces este escondido “Dar y ayudar” es casi como un juego de niños, pero es
tan enormemente gratificante, ¡y trae tanta Luz!

- 50 -
Camaradas

A veces también pienso en Peter Niemann, el cazador de patos, Un sábado de


invierno llegó muy tarde a casa, hambriento, helado de frío y cansado, y se en-
contró en su puerta, clavada, una postal escrita por una persona a la que no co-
nocía. Peter llevó la postal a la luz de la lámpara, la leyó tres veces y ni aun así
pudo adivinar por quién estaba escrita.

Pronto se dio cuenta que la carta en realidad no estaba dirigida a él, sino más
bien al otro Peter Niemann, el jornalero que vivía al final del pueblo, a más de
una hora a pie. Y como la carta estaba escrita por su hijo, y este decía que llega-
ría al día siguiente justo para el almuerzo con su joven esposa, el viejo cazador
se encaminó en mitad de la noche para llevar la carta a su destinatario. Como
no quería llegar allí con las manos vacías cogió dos de sus patos y los colgó en
el picaporte del jornalero, y a ellos les sujetó la postal para que no se perdiera.
Después, satisfecho emprendió paso a paso el largo camino de vuelta a casa.

En la mañana del domingo volvió a sentarse solo frente a su sopa de guisantes,


más lleno de alegría al pensar en la inesperada pero feliz visita que recibiría el
otro Peter Niemann.

“¡Cuánta alegría duerme dentro de nosotros”, dice Gorch Fock, “y no la desper-


tamos!”.

“Todos nosotros somos deudores. Todos tenemos la deuda de devolver cada día
al mundo una cara alegre o una palabra amable”.

- 51 -
Rudolf Kinau

“Y también una buena acción” queremos nosotros añadir, pues también esto
debemos tener presente, que casi todo lo que hacemos en la vida, en el trabajo,
en nuestro tiempo libre, lo hacemos siempre por nosotros mismos a fin de reci-
bir una sonora recompensa o un reconocimiento. Cada día debemos hacer algo,
sólo por los demás, ya sea una buena acción o una palabra de ayuda, sin pensar
en un gracias o en el aplauso. Debemos por tanto repetir todos los días:

“Lo que hacemos por los demás, determina la valía de nuestra vida.”

- 52 -
Camaradas

DEJA UNA HUELLA DORADA


(Lass eine goldne Spur zurück)

“No puedes ni alargar ni dilatar tu vida,


sólo la puedes profundizar amigo mío”

El ser humano es algo particular: todos sabemos que algún día moriremos, pero
a ninguno nos gusta pensar o hablar de ello. “Viene cuando tiene que venir, y
siempre lo hace demasiado pronto” dicen algunos, o: “es bueno que no se sepa
de antemano” dicen otros. “Simplemente no hay que pensar en ello todo el rato”.

Todos sabemos que la muerte se encuentra en alguna parte del camino espe-
rándonos, quizás aún muy lejos, o quizá tras aquella montaña o ese árbol. Pero
también sabemos que ninguno hasta ahora la ha vencido ni nadie lo hará. Y sin
embargo, todos vamos por nuestro camino y hablamos de la vida y de la luz,
de la alegría y del trabajo, y somos como niños pequeños, que en la oscuridad
y para darse ánimos a sí mismos, se ponen a cantar o a gritar; como niños que
ante cualquier hombre malvado o ante un perro enorme piensan: “Si no le miro
quizá no me vea y así no me hará nada.”

Todos sabemos que no se puede desandar un día, ni tampoco quedarnos pa-


rados, pues nuestro camino y nuestro tiempo continúan irrefrenablemente, y
sin embargo, no queremos crecer, no queremos darnos cuenta, de que cada vez
nos acercamos más al final. Nos persuadimos siempre de que podemos alejar la
muerte de nuestro lado. En completo secreto esperamos incluso poder de algu-
na manera dejarla atrás.

“Nadie hasta ahora lo ha conseguido, nadie, pero quién sabe, antes sucedían mi-
lagros y como yo soy el centro del mundo quizá me suceda a mí”.

- 53 -
Rudolf Kinau

Sí camarada, así somos todos lamentablemente. Cada uno de nosotros es, visto
por sí mismo, el centro del mundo. Y a casi todos nos gustaría alejar la muerte
de nosotros un poco más. Ninguno de nosotros quiere morir hoy. No, ¡aún no!
No antes de haber alcanzado la felicidad, o de haber realizado este o aquel plan.
Todos estamos en el mejor momento de nuestra vida. Todos tenemos algo gran-
de o una meta elevada a la que simplemente no podemos renunciar. Cada uno de
nosotros tiene un motivo, un verdadero motivo por el que no poder renunciar y
apartarse. Y cada uno intenta a su manera, luchar contra la muerte o correr más
rápido que ella.

Me acuerdo ahora de Amandus Strohsal, el pequeño tendero que vivía en el pue-


blo. “Nuestra vida ya está de antemano escrita en las estrellas” decía siempre.
Una vez al mes se dirigía a la ciudad a visitar a un astrólogo para que le anotara
qué días y qué horas del siguiente mes serían las más críticas y peligrosas. En
esos días, los cuales podían ser hasta cinco o seis al mes, Amandus ni salía de
casa ni bajaba al sótano, pues las escaleras estaban oscuras y empinadas. Si en
esos días los pescadores o conductores necesitaban brea o pintura entonces po-
dían, o bien arrastrarse ellos mismos por el sótano, o bien esperar a que la hora
crítica hubiera pasado.

En el pueblo la gente se reía y hablaba mucho de él, sin embargo, también hay
que admitir que en sus sesenta años nunca se puso enfermo. También decía sa-
ber perfectamente lo que le ocurriría en el futuro. Decía que llegaría hasta los
98 años y 4 meses, que se acostaría una noche sin enfermedades ni dolores, y
se despertaría a la mañana siguiente convertido en un joven roble, cumpliendo
más años ya entonces como un árbol.

Realmente a todos nos sorprendía la seguridad con que afirmaba esas cosas.
Consiguió incluso que otros cuatro o cinco vecinos acudieran para tal fin al mis-
mo astrólogo.
- 54 -
Camaradas

Pero un día el viejo el viejo Amandus cayó de repente gravemente enfermo y a


los diez días murió de neumonía. Ni había llegado a los sesenta años, ni había
ocurrido en uno de sus días críticos.

No siempre se cumple todo lo que está escrito en las estrellas. La muerte se en-
cuentra en cualquier parte del camino, y a todos nosotros, uno tras otro, nos ve
acercarnos.

También a ti camarada.

Tampoco regresarás de nuevo tras la muerte convertido en otra forma diferente,


como un pájaro, un árbol o una flor. Si no puedes demostrar y ni siquiera creer
que hace cien o mil años ya estuviste aquí, entonces supongo que tampoco cree-
rás que dentro de cien o mil años estarás aquí de nuevo. Ciertamente una vez
que hayas muerto seguirán creciendo árboles y flores en los bosques y que en
el mar seguirán volando las gaviotas, pero ni tendrán que ver contigo ni sabrán
nada de ti.

No, como todos sólo vives una vez. No se puede alargar la vida ni un día ni una
hora.

Hay muchas personas que piensan que tienen que tomar parte en todo, que tie-
nen que visitar todos los pueblos y todos los países, que tienen que experimen-
tar cada más mínimo acontecimiento, que tienen que meter las narices en toda
disputa, a fin de poder hablar siempre de todo. Y también hay mucha gente que
piensa que tiene que ser conocida en todas partes y querida por todos y para ello
utilizan diversas canciones, palabrerías o risas escandalosas.

- 55 -
Rudolf Kinau

Así le pasaba al viejo Julius Lüdders, que había viajado, cantado y reído por todo
el mundo, y por eso vivía en la ilusión de que en todas partes, en todo el mundo,
era bien conocido y querido. Pero ocurrió una tarde en Cuxhaven, que se cayó
del embarcadero y murió ahogado. Nadie lo echó de menos y nadie lo buscó. Sólo
se le encontró tres semanas después cuando la marea lo arrojó al otro lado de la
desembocadura del Elba. Como un desconocido fue enterrado en el cementerio
de los “sin hogar”. Y sin embargo pensaba que era conocido en todas partes.

No, es tal y como dice Gorch Fock: “Sólo podemos intensificar nuestra vida”. Y
para intensificarla, tan sólo tenemos que reflexionar una vez, más de manera co-
rrecta, acerca de nuestra vida. Quizá nos vaya mejor si, en una noche clara, nos
recostamos al aire libre a observar las estrellas.

“¡Cien mil estrellas, billones, trillones de estrellas hay allí arriba!” decíamos
cuando éramos críos. “Muchas de ellas se encuentran tan lejos” nos contó una
vez nuestro maestro, “que su luz tarda mil años en llegar hasta nosotros. Y la luz
recorre 300000 kilómetros en un segundo. Pensadlo de nuevo: ¡mil años! Y de-
trás de esa estrella el espacio se extiende cien veces más, mil veces más en todas
direcciones no encontrando fin”. ¡Ni fin ni principio! No, no podemos llegar a
imaginar cuán grande es el universo, qué pequeña la tierra y que diminutos so-
mos nosotros mismos.

¿Y nuestro tiempo, y nuestra vida? Sí, imagina… Cuando tengamos ochenta o


noventa años piensa que es el tiempo que tarda esa estrella de ahí arriba en ha-
cernos llegar su luz. Sólo un momento. Somos un parpadeo de Dios. Nada más.
¡Así de corta es nuestra vida!

Pero como dice Gorch Fock: “Si hemos vivido mucho o poco, eso no importa. El
círculo, nuestro círculo vital siempre se cierra. ¡Tan sólo importa el cómo hemos
llenado ese círculo!
- 56 -
Camaradas

Si, eso es. Llenar el círculo. Con todo lo mejor y lo más bello, con todo lo que
tenemos y todo lo que sabemos.

“Eso es justo lo que hago” pensará alguno. “Cumplo con mis obligaciones, siem-
pre lo he hecho”.

¡Oh camarada!, si no haces más que tus obligaciones entonces no haces nada
más que lo que un caballo o una máquina puedan hacer. Más allá de tu trabajo
y tus obligaciones debes hacer algo más, algo mejor. Debieras realizar algo que
tuviera un significado, un valor elevado y permanente, algo que quede en el re-
cuerdo. Tu también puedes dejar una huella dorada.

“El fin último de la vida no es acabar en el ataúd”, dice Gorch Fock. Sí, tu eres de
la misma opinión, pero no sabes cómo ni por dónde empezar. “Llena tu círculo
igual que Napoleón hizo con sus reinos y estarás a su misma altura” dice Gorch
Fock.

¡Camarada! ¡Empieza! No mañana o pasado mañana pues quizá pueda ser ya


demasiado tarde. ¡Hoy mismo. Ahora mismo! Sólo hay que tener determinación.
En primer lugar: libera tu vida de todos tus defectos. Quizá haya un vacío: que
un camarada espere desde hace semanas unas palabras de ti. ¡Concédeselas, hoy
mismo. Mañana podrían no tener valor!

Quizá haya una grieta: una fea pelea con tu hermano por una tontería, por nada.
Ve donde él, de inmediato y dale la mano. Aquí el que gana serás tú.

Y si todo en ti está bien y tienes unas horas o unos días libres, entonces deja a
tu vida otra vez brillar. ¡Simplemente dedícate a llenar tu círculo de luz, amor y
alegría! ¡No para deleite de la gente, sino sólo para el tuyo propio y el de Dios!

- 57 -
Rudolf Kinau

De esta manera habrás intensificado tu vida, habrás hecho algo más que conti-
nuar por tu camino lleno de alegría y libertad hasta que la muerte, silenciosa y
sonriente, te coja de la mano y te diga: “Camarada. Me alegro por ti. Quién así
alcanza su final, aquel siempre ha vencido”.

FIN

- 58 -

También podría gustarte