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El Vendedor de Yuyos
El Vendedor de Yuyos
Caracas, Venezuela
El vendedor de yuyos
Si hubiese sido una estrella de cine o algú n personaje famoso, esa tragedia no
hubiera pasado desapercibida, pero le pasó a él, José Soldini. Cualquier persona
que se encontrara con ese indigente, de andar realengo, sucio, cabello largo, de
ojos apagados, no podría imaginar que su historia parecía casi un cuento de
hadas.
José en sus días libres, los lunes y martes, exploraba la montañ a. Conoció sus
rutas, descubrió las pequeñ as cascadas y las cuevas; no se cansaba de subir y
bajar, hasta que, con muchos sacrificios construyó , primero una habitació n y
luego ladrillo a ladrillo una casa, pequeñ a, con dos habitaciones, un bañ o, una
sala y una amplia terraza. Cultivó sus propias hierbas en el terreno adyacente y
descubrió nuevas recetas, que escribió minuciosamente.
En la terraza secaba las hierbas, las seleccionaba cuidadosamente, las ordenaba y
ademá s las agrupaba por aroma. La belleza y frescura de la casa del apuesto
yerbatero, atrajeron muchas visitas, especialmente de chicas.
Deanna Albano
Caracas, Venezuela
Un día luminoso, con el sol filtrá ndose por las ventanas, una voz cantarina
interrumpió su faena:
— ¡Buenos días! — Una muchacha, alta, de rizos castañ o oscuro recogidos en
largas y finas trenzas con cintas multicolores, ojos acaramelados y tez canela,
sorprendió a José, quien contestó :
—Ahora son mejores, ¿Qué se le ofrece señ orita?
—Me han contado que usted hace pó cimas para fortalecer el cabello y retardar
la aparició n de arrugas—, contestó ella frunciendo los labios carnosos, en un
gracioso mohín.
—Usted no necesita eso, tiene un cutis muy bonito—, dijo con la mirada fija en
las trenzas multicolores.
—¿Le gustan mis yuyos?
El levantó las cejas, arrugando la boca y ella riéndose, le repitió : —Sí, sí, mis
yuyos, como le decimos aquí, —señ alando sus trenzas.
—En mi país le dicen yuyos a las hierbas medicinales.
Ambos se rieron y sentados en el frente de la casa pasaron toda la tarde juntos.
Las visitas de la chica se repitieron, hasta que se enamoraron y ella se fue a vivir
a esa casa que le había encantado, desde que entró por primera vez. Ella trajo
una pareja de cabras, que les proporcionaría la leche y el queso, para el
desayuno. José les construyó un corral fuera de la casa y lejos de las plantas,
seguro estímulo para esos animalitos.
Los bucles de José se volvieron grises, luego blancos, ahora le llegan casi al suelo,
la parte derecha de su cuerpo inmovilizada, perdió el habla, permanece en
cuclillas, en la puerta de la casa, ahora desvencijada.
Deanna Albano
Caracas, Venezuela