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Historia Del Consecto Estdo de Derecho
Historia Del Consecto Estdo de Derecho
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I. INTRODUCCIÓN
«El siglo XIX es el siglo del Estado de derecho o, según la expresión alemana, del
Rechtsstaat » [1]. Si bien el Estado de Derecho como fenómeno político social «se
institucionaliza de modo coherente por primera vez y con un cierto carácter general tras la
Revolución Francesa» [2], su elaboración doctrinal conceptual se produce en Alemania
durante el siglo XIX, en el transcurso del cual los ius publicistas germanos gestan toda una
Teoría del Estado y de su sometimiento al Derecho [3]. Enseguida el término fue aceptado
por la doctrina italiana y la española, aunque con menor entusiasmo y generalidad por la
francesa. Posteriormente, el término se introduce, en todos los sistemas constitucionales
iberoamericanos [4].
1
grandes rasgos los caracteres principales de la sucesión de las etapas históricas del Estado
moderno.[5]
Durante este periodo histórico, la burguesía formada por los nuevos propietarios,
industriales y comerciantes que habitaban en las ciudades, trastocaron el sistema absolutista
para hegemonizar el poder político y asegurar también su dominio económico. De esta
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forma, los grandes dogmas del pensamiento liberal, imperio de la ley, separación de
poderes y reconocimiento de los derechos y libertades del individuo, se convierten en la
base ideológica del Estado de Derecho surgido de las revoluciones burguesas del siglo
XVIII.[8]
A estas alturas, surge una pregunta: si las condiciones materiales (sociales y productivas)
estaban dadas para la transformación del ancient regimen; cuáles fueron las formulaciones
ius-filosóficas o políticas sobre las cuales la burguesía diseñó su modelo de organización
política.
No nos estamos refiriendo a cualquier ordenamiento político. Los filósofos del siglo
XVIII, se esforzaron por legitimizar un orden político que tuviera en cuenta al hombre
como centro gravitante y sólo fue a posteriori de la revolución francesa, que ese nuevo
orden ideado y construido por Francia, Inglaterra y Estados Unidos, se empieza a llamar
Estado de Derecho. Los europeos orgullosos de su creación suelen explicar el surgimiento
de este ordenamiento político como una secuencia natural de su historia económica y
social, obviando que en su construcción hubo formulaciones contradictorias y retrocesos
que siempre hay que tener en cuenta para entender cabalmente el contenido de este
concepto. En mi opinión, lo que sí configura un aporte universal, es que su formulación
política se ha acercado mucho más a la praxis que cualquier otro modelo estadual habido en
la historia.
Suele definirse a las teorías contractualistas como «aquellas construcciones teóricas que
pretenden explicar la existencia de la sociedad y del orden político en base a un contrato o
pacto entre los hombres que estaría en el origen de toda sociedad»[9]. No es que el
contrato realmente existió sino que «es una suposición, hipótesis, ficción o construcción
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teórica» utilizada mayormente para «crear la idea racional o jurídica del Estado, como debe
ser, y de dar así un fundamento a la obligación política en el consenso expreso o tácito de
los individuos a una autoridad que los representa o los encarna» y por otro lado, el objeto
del contractualismo no es explicar la existencia de la sociedad y el Estado sino más bien,
fundamentar una determinada concepción de la sociedad y del orden político. [10]
Reformulado el contractualismo absolutista del siglo XVII y principios del XVIII, ahora
se postula que el individuo sujeto del contrato, no es ya un titular que enajena su libertad y
que la somete al gobierno, sino que aparece como un titular de derechos naturales que
escoge libremente y que atribuye la autoridad a los propios contratantes. Wolff será, entre
los iusnaturalistas racionalistas, el más fiel representante de esa corriente que «atribuye el
imperium a los propios miembros que se unen en el contrato». Estamos ante los
precedentes de la idea de soberanía popular, que actuara en la revolución liberal vinculada a
la idea de Estado de Derecho y derechos humanos.[14]
El consentimiento del pacto se puede identificar con la idea del poder constituyente. El
consentimiento en la acción cotidiana del Gobierno es el poder constituido. En Siéyes, la
Constitución de un cuerpo político supone «darle una organización formal y leyes
apropiadas para llenar aquellas funciones a las cuales se le ha querido destinar». Sostiene
que estas leyes de la Constitución son llamadas fundamentales «porque los cuerpos que
existen y obran gracias a ellas no pueden tocarlas ni violarlas»[16]. Aparece aquí el carácter
normativo de la Constitución y la idea de construcción jerárquica del Ordenamiento que
tiene como norma suprema la Constitución. En ese ámbito surgirán los derechos políticos,
como derechos a participar en la formación del poder constituyente y del poder constituido.
Esas ideas suponen la exclusión de los privilegios y del papel preponderante de la nobleza y
del clero. La igualdad jurídica supone que sólo por el principio de las mayorías se
manifiesta la voluntad de las instituciones. Dirá Siéyes: «(...) que una nación no ha podido
jamás estatuir que los derechos inherentes a la voluntad común, es decir a la mayoría, pasen
a la minoría. La voluntad común no puede destruirse a si misma. No puede cambiar la
naturaleza de las cosas y hacer que la opinión de la minoría sea la opinión de la mayoría».
En Rousseau la voluntad general también se deduce de cálculo de los votos, es decir del
principio de las mayorías. Pero para él no estamos ante la expresión de la mayoría de los
individuos, de las voluntades particulares, sino que en cada uno de nosotros se puede
reconocer la voluntad general a través del examen racional. Así con el voto mayoritario se
sabe si una ley es conforme a ese querer común que representa la voluntad general, y que
“es inmanente y completo en cada uno de nosotros”. Interesa señalar que el principio de las
mayorías es condición de la validez, pero no puede asegurar la justicia; sólo el fin y el
contenido de las normas validas darán un paso hacia la justicia. En ese sentido los derechos
fundamentales recogidos en normas válidas sí suponen un criterio de justicia.
Esta idea viene a afirmar que el hombre, al ser la realidad fundante, también es el origen
del Estado, pues este «cuerpo político» no es más que la expresión de cada individualidad
quien entrega parte de su libertad y en un pacto entre todos se somete a la voluntad general
representado por el Estado. La teoría se concretiza en el poder soberano del pueblo de
establecer el orden político acorde con su voluntad, orden político que debiera reconocer la
libertad como derecho ya existente. Pero esa libertad no es absoluta, sólo es efectiva como
parte y sometida a la voluntad general del soberano. Esas limitaciones impuestas a la
libertad por el soberano representando por la sociedad política, se concreta en la
Constitución política, dando lugar al surgimiento del Estado de Derecho, pues ese Estado
producto del pacto social «no puede ir mas allá de los derechos que le delegan los
hombres».[17]
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Estas ideas ligadas al derecho natural de libertad y la propiedad que posee el hombre,
fueron las que triunfaron en la revolución francesa y que utilizó la burguesía para justificar
en un primer momento, el nuevo ordenamiento político constitucional que origino Francia
revolucionaria.
Paralelamente a este proceso, Kant desarrolla una teoría del «nuevo Estado», sobre la
base de la libertad, la razón y la ley, notas que fueron la cúspide del desarrollo ius-
filosófico y político del Estado de Derecho en una primera etapa.
Kant afirma la tesis del iusnaturalismo iluminista, de que el Estado es un medio y una
condición para asegurar y garantizar las respectivas esferas de libertad de los ciudadanos,
por medio del derecho, pero ese objetivo del Derecho, no debe asumirse con fines
paternalistas. Kant concibe la libertad política como aquella situación «en la que nadie me
puede obligar a ser feliz a su modo (como él se imagina el bienestar de los otros hombres),
sino que cada uno puede buscar su felicidad personal de los demás a tender a este fin, de
forma que su libertad pueda coexistir con la de cualquier otro según una ley universal (es
decir, la de no lesionar el derecho de los demás».[19] Lo cual es contradictorio con el
gobierno paternalista «(...) cuyos súbditos, como si fueran menores de edad, deben
comportarse pasivamente y esperar del jefe del Estado la determinación del modo en que
deben ser felices [lo cual] constituye el peor despotismo que se puede imaginar»[20]. Por
tanto, para Kant si el derecho sólo debe garantizar la libertad sin otorgarle su contenido, en
un Estado de Derecho la máxima ley que conserva su validez y suprema autoridad, es
aquella constitución política que garantiza a cada uno su libertad mediante la ley.
El contractualismo de Kant se basa en que la idea del contrato que da origen al Estado y
a su autoridad jurídica coactiva no es un hecho histórico, sino que se entiende como una
idea racional que consiste en obligar a cualquier legislador a hacer sus leyes «como si éstas
hubieran surgido de la voluntad conjunta de todo el pueblo, y en considerar a todo súbdito,
en cuanto pretende ser ciudadano, como a su dicha voluntad él hubiera prestado su
consentimiento»[23]. Por tanto el Estado debe basarse en la participación o consenso de los
ciudadanos pues de ello depende la legitimidad de las leyes. A través del contrato «todos
(omnes et singuli) confieren al pueblo su libertad externa, para recuperarla nuevamente de
inmediato, como miembros de un ente común, es decir, del pueblo en cuanto Estado. No se
puede afirmar que el hombre en el Estado haya sacrificado a un cierto fin una parte de su
libertad externa innata, aunque haya abandonado completamente la libertad salvaje y sin
ley para reencontrar nuevamente su libertad general no disminuida en la sumisión a la ley, o
sea en su estatuto jurídico, porque esa sumisión deriva de su propia voluntad legisladora»
[24].
En Kant la libertad se asume como fundamento del Estado, no tanto como un concepto
empírico, sino principalmente como «una idea de la razón». Kant sostiene que la situación
de los ciudadanos, considerada como situación puramente jurídica, se funda en los
siguientes principios a priori: la libertad de cada miembro de la sociedad, como hombre, la
igualdad de él mismo frente a cualquier otro, como súbdito, y la independencia de cada
miembro de la comunidad, como ciudadano. «Estos principios –explica Kant- no son leyes
ya dadas por un Estado instaurado, sino leyes que por sí hacen posible la constitución del
Estado según los principios de la pura razón que emanan del derecho externo del hombre».
Por tanto conceptualiza al Estado de Derecho como Estado de razón, esto es, como la
condición a priori (exigencia universal de la razón) para un coexistencia libre a través del
derecho, entendido este, a su vez, como normatividad racional, «porque la razón constituye
el único fundamento de cualquier posible legislación positiva». Con ello el Estado es, al
mismo tiempo, Estado de Derecho y Estado de justicia y «no existe entre uno y otro no sólo
antítesis, sino ni tan siquiera distinción».[25]
Esta posición formal-racional de Kant conlleva una justificación del poder omnipotente
del soberano, un culto a la legalidad, a la negación del derecho de resistencia cuando esa
legalidad carece de legitimidad. En consecuencia en el marco de estos postulados,
constituyen una consecuencia lógica, la necesaria y racional existencia del Estado para la
realización del derecho. Si con la abstracción del mundo fenoménico se parte de la
identidad nouménica entre el Estado y el derecho, desaparece cualquier posible
contradicción entre ambos términos: el Estado ya no puede negar al derecho porque se
negaría a si mismo, ergo, a su vez, tampoco el derecho puede “resistir” al Estado porque
ello equivaldría a negar su propia fuente de validez.
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Así entendido, el Estado de Derecho ha representado históricamente uno de los
elementos básicos de las concepciones constitucionales liberales, aunque no es en absoluto
evidente que ser incompatible con otras orientaciones político-constitucionales. Antes por
el contrario, en su origen, la fórmula fue acuñada para expresar el «Estado de razón» (Staat
der Vernunft) o «Estado gobernado según la voluntad general de la razón y orientado sólo a
la consecución del mayor bien general», idea perfectamente acorde con el despotismo
ilustrado.[26]
Sin embargo PÉREZ LUÑO, entiende que este formalismo Kantiano no necesariamente
conlleva a conceptualizar al Estado de Derecho sin contenidos materiales, pues éste fue
asumido «como un tipo de Estado con exigencias de contenido o materiales que se cifraban
en a) La necesidad de una organización y regulación de la actividad estatal guiada por
principios racionales, que deben traducirse en un orden político justo. El Estado de Derecho
es concebido como un Estado racional bajo la terminología de Estado de la racionalidad; b)
El rechazo de cualquier tipo de transpersonalismo en la definición de los objetivos del
poder. El Estado no es una institución puesta al servicio de fines trascendentes de carácter
divino, ni de los intereses de quienes gobiernan, sino que se halla en función del beneficio
de todos los individuos que lo integran; c) Limitación de las tareas del Estado a la garantía
de la libertad, la seguridad y la propiedad de sus ciudadanos a través de la ley, concebida
como norma general emanada de los representantes de la voluntad popular »[27].
En el sustrato de estas teorías, el profesor Pérez Luño, encuentra una definición del
Estado de Derecho entendido como aquel Estado que «nació, por tanto, como una formula
de compromiso que implicaba aunar diversas garantías formales, proclamadas por una
Constitución que consagrara la división de poderes y el principio de legalidad, con una
serie de garantías materiales, ya que el primado de la ley reposaba en su carácter de
expresión de la voluntad general y en su inmediata orientación a la defensa de los derechos
y libertades de los ciudadanos. Incluso se ha llegado a afirmar que, en estas formulaciones
iniciales del Estado de Derecho, la noción de legalidad suponía una síntesis de la idea
liberal manifiesta en la defensa de los derechos individuales, con la idea democrática
concretada en la concepción de la ley como producto de la voluntad general »[29].
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Estado ‘etico-formal’, el estatalismo contrario al contractualismo
Ahora bien, las formulaciones racionalistas de Kant acerca del Estado de Derecho
alimentaron una definición exclusivamente del Estado de Derecho vinculada a la autoridad
estatal como tal y completamente indiferente a los contenidos y fines de la acción del
Estado.
Se produce, por esta vía, una transformación del Estado de Derecho en ‘Estado ético’, en
la medida en que lo que era racionalidad formal a priori pasa a identificarse con la
concepción del Estado como un valor metafísico y absoluto. El Estado ético aparece así al
igual que en el planteamiento kantiano, como producto de una racionalidad universal, que
responde a una racionalidad diferente: la supeditación de las libertadas individuales a los
fines del Estado. Con lo cual la relación individuo y Estado se invierte, ya no es el
individuo la razón del Estado, sino éste es el interés supremo del individuo.
Hegel, sublimando la idea del Estado, replantea, sobre premisas mucho más radicales
que Kant, la necesidad de una legitimación absoluta y universal del Estado, concibiéndolo
como si fuera la prueba del «paso de Dios por el mundo» y que tiene su fundamento en «la
fuerza de la razón que se realiza como voluntad». Hegel parte de la idea de que el Estado es
un fin en si mismo y la condición necesaria para la realización de la libertad, de lo que se
infiere que el Estado tiene un derecho supremo frente a sus componentes, los súbditos o
ciudadanos, «cuyo deber básico es el de ser miembros del Estado»[30] .
Por ello el Estado no puede ser definido por un contrato y su esencia no consiste en la
protección de la vida y la propiedad de sus individuos, antes bien el Estado es algo superior
que reclama para sí esa vida y esa propiedad y exige el sacrificio de ellas. En función de
esas premisas Hegel opone a la idea democrática de la soberanía popular, que, a su entender
reposa en una imagen confusa y vacua del pueblo, la idea de una soberanía estatal que
concibe al pueblo como totalidad orgánica y se realiza en la persona del monarca, quien a
su vez personifica a la nación, a la tradición a la idea universal del Estado ético.
En ese marco, si para Stahl el fin del Estado consiste en la realización del reino moral,
ya no puede ser Estado de Derecho aquél que tienda a realizar el derecho, sino Estado que
alcanza sus fines legalmente. Para este autor germano, no existe otro derecho que el
positivo, por tanto la idea de los derechos inalienables, naturales e inviolables, es una
afirmación peligrosa que crea inseguridad al Estado, por ello el Estado de Derecho consiste
solamente en la superioridad de la ley o en la legalidad de la administración y de la justicia.
[31] Por tanto el fundamento del Estado de Derecho reside en la exigencia de que el propio
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Estado «fije y determine exactamente los cauces y límites de su actividad, así como la
esfera de libertad de los ciudadanos, conforme a derecho»[32], consecuentemente esto no
suponía en absoluto que el Estado renunciase a su poder o que se redujese a mero
ordenamiento jurídico a fines administrativos propios o la simple defensa de los derechos
de los individuos, con lo cual sus postulados no se alejaban de la idea del Estado de policía,
aunque se trasladaba el acento desde la acción libre del Soberano a la predeterminación
legislativa.
Resulta evidente, en todo caso, que a partir de ese proceso de conversión de lo que en
Kant había sido exigencia absoluta de racionalidad como parámetro para la legitimación del
Estado, en la idea hegeliana del Estado ético se hacía muy difícil, prácticamente imposible,
avanzar en la construcción del Estado de Derecho. En efecto, la concepción del Estado
como totalidad objetiva resultaba incompatible con los requisitos del Rechsttaat tendentes a
hacer de la legalidad un límite de la acción estatal y a reconocer unos derechos empíricos
en pro de los ciudadanos.
Esta concepción del Estado de Derecho ha sido utilizada por diversas doctrinas políticas
autoritarias, las mismas que, inclusive, aceptan el término de Estado de Derecho para
legitimar sus propios regímenes estatales[33].
Los liberales centran su crítica en dos aspectos: por un lado, una critica a la constitución
como programa, como norma directiva fundamental pues ésta evocaba el espectro jacobino
de la soberanía popular y de la democracia directa; a lo que unía la imagen, igualmente
inquietante, de un poder constituyente permanentemente movilizado, de una sociedad civil
unificada en la perspectiva de una común voluntad política. Por otro lado, la burguesía
liberal ya en el poder requería de un diseño político que permitiera satisfacer su necesidad
de estabilidad, la búsqueda de un desarrolló gradual, tranquilo y ordenado, capaz de
satisfacer en primer lugar la generalizada aspiración al bienestar individual y capaz, por
ello, de relegar decididamente al pasado las llamadas revoluciones a la virtud de los
ciudadanos y por tanto, su crítica va dirigida a la inestabilidad política y social que originó
la revolución francesa y que trataron de impedir a toda costa[34].
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En primer lugar la polémica se dirige contra el constructivismo racionalista, contra la
idea de que la sociedad pueda ser gobernada, dirigida o programada a partir de principios
directivos contenidos en una constitución creada por el cuerpo soberano constituyente,
libremente querida y pactada.
Con ello cuestionan de raíz la revolución francesa no porque critique la idea de los
derechos individuales, que por el contrario el liberalismo entiende representar, sino porque
piensa que la revolución está gravemente comprometida por su vocación política
voluntarista, que conduce inevitablemente a un ilimitado poder del pueblo o de su
representantes para cambiar la constitución y las reglas del juego. Desde el punto de vista
liberal, el pecado original de la revolución es precisamente éste: haber querido crear
artificialmente una esfera autónoma de la voluntad política denominada constituyente, a
partir de la cual se pretendía gobernar racionalmente toda la sociedad acabando
inevitablemente por aplastar su infinita complejidad, sus múltiples articulaciones.[35]
Sobre esta base, parece posible una primera y breve conclusión: el liberalismo
decimonónico sólo repudia, en realidad, la versión jacobina y voluntarista de la revolución;
pero una vez realizada tal operación de sustracción, se ponen en relación de perfecta
continuidad con los principios de 1789, revalorizando la vertiente de garantía y
descubriendo a este fin al necesario contribución de las doctrinas históricas británicas. En
primer lugar, hay que decir que la constitución, como norma directiva fundamental de la
revolución francesa desaparecerá del horizonte del liberalismo europeo del siglo pasado,
pero volverá a ser indispensable cuando se trate de reconstruir las democracias europeas
occidentales después de la caída de los regímenes totalitarios.[36]
Estamos frente a la segunda cara de la crítica liberal a la revolución. Esta había sido, por
una parte, demasiado estatatalista y dirigista, demasiada propensa a reformar la sociedad
sobre la base de la norma fundamental elegida, pero asimismo demasiado contractualista,
dispuesta a configurar los poderes públicos en función de las necesidades y de las
voluntades de los individuos y de las fuerzas sociales. De manera sintética: demasiado
Estado en la sociedad, pero también demasiada sociedad en el Estado. [38]
Este viraje produce unas consecuencias trascendentales, porque sobre esta base, todos
los discursos decimonónicos liberales sobre los derechos y libertades tienden a asentarse
más sobre el Estado y su derecho que sobre la constitución, como sucedía en sus tiempos de
las revoluciones. Es decir que el primer intento del liberalismo fue precisamente abandonar
la supremacía de la constitución -tanto la Constitución como norma directiva fundamental
como la constitución como norma fundamental de garantía- del pasado, considerándola
como fruto especifico del tiempo de las revoluciones que debe ser superado en nombre de
nuevas exigencias. Ese renovado protagonismo del Estado en lugar de la constitución, se
manifiesta en pleno siglo XIX en dos direcciones fundamentales: la idea del Estado de
Derecho y su derecho: el Código Civil y la administración publica.[41]
Este proceso de formalización se inicia con F. J. Stahl para quien el Estado debe ser
Estado de Derecho. «Ello supone que el Estado debe delimitar y garantizar a través del
derecho su actuación, así como realizar la idea ética del Estado, que no vienen entendida
como un fin o contenido trascendente a la realidad estatal, sino como la propia
sacralización de la autoridad estatal, o sea del poder del monarca.». [43]
El profesor PÉREZ LUÑO[44] precisa que la teoría del Estado de Derecho elaborada
por Otto Mayer, Thomas Gerber, Laband y Jellinek que alcanza su pleno desarrollo, en su
orientación positivista formalista, en la obra de Hans Kelsen constituye la expresión más
acabada del Estado liberal de Derecho. Sus rasgos definitorios pueden cifrarse en:
III. DEFINICIÓN
Por ejemplo de Hayek define que: «Nada distingue con más claridad las condiciones de
un país libre de las que rigen en un país bajo un gobierno arbitrario que la observancia, en
aquél de los grandes principios conocidos bajo la expresión Estado de Derecho. Despojada
de todo su tecnicismo, significa que el Estado esta sometido en todas sus actuaciones a
normas fijas y conocidas de antemano, normas que permiten a cada uno prever con
suficiente certidumbre cómo usar la autoridad en cada circunstancia sus poderes
coercitivos, y disponer los propios asuntos individuales sobre la base de este
conocimiento»[46]
Por otro lado un concepto moderno, lo encontramos con el profesor Elías Díaz para
quien el Estado de Derecho es «el Estado sometido al Derecho; es decir, el Estado cuyo
poder y actividad vienen regulados y controlados por la ley. El Estado de Derecho consiste
así fundamentalmente en el ‘imperio de la ley’: Derecho y ley entendidos en este contexto
como expresión de la voluntad general»[47]. Para nuestro autor la constitución del Estado
de Derecho se caracteriza por un alto grado de formalización, circunstancia que permite
disociar los elementos constitutivos de dicho Estado de la base sociológica sobre la que
ellos surgieron.
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En esta realidad se funda la posibilidad y la existencia del Estado de Derecho en las
condiciones presentes, tan distintas a las del siglo XIX. El alto grado de formalización de la
constitución del Estado de Derecho se manifiesta en que sus principales elementos
estructurales como la división de poderes, el concepto de ley como norma general y
abstracta, el principio de legalidad de la Administración, la garantía de los derechos
fundamentales y la independencia de los tribunales llevan en sí mismos las condiciones de
su eficacia. «Si dichos elementos estructurales se dan, se da al mismo tiempo sus eficacia».
[48]
Desde 1904, el famoso ius publicista alemán Otto Mayer[49] explicaba que la idea del
Rechtsstaat, en el sentido de Estado liberal, se caracteriza por la concepción de la ley como
acto deliberado de un Parlamento representativo y se concreta en: a) la supremacía de la ley
sobre la Administración; b) la subordinación a la ley, y sólo a la ley, de los derechos de los
ciudadanos, con exclusión, por tanto, de que poderes autónomos de la Administración
puedan incidir sobre ellos; c) la presencia de jueces independientes con competencias
exclusivas para aplicar la ley, y sólo la ley, a las controversias surgidas entre los ciudadanos
y entre éstos y la Administración del Estado. De este modo, el Estado de Derecho asumía
un significado que comprendía la representación electiva, los derechos de los ciudadanos y
la separación de poderes; un significado particularmente orientado a la protección de los
ciudadanos frente a la arbitrariedad de la Administración.
a. Primacía de la ley, que regula toda la actividad estatal, tanto la esfera ejecutiva
como jurisdiccional, pero que se concreta especialmente en el principio de legalidad de la
Administración.
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c. Principio de legalidad de la administración.
Por principio de legalidad debe entenderse la vinculación de los diferentes poderes del
Estado a la ley; a esa ley que ha sido elaborada por la representación popular asentada en el
Parlamento. Sólo en su referencia a dicha norma encuentran pues tales poderes la condición
–entendida aquí, según veremos de inmediato, en su doble acepción, a la vez como
fundamento y como condicionamiento- de su capacidad de actuar.
Pero el autor precisa que «no todo imperio de ley, da como resultado Estado de
Derecho». Lo que en definitiva diferencia, pues, de manera más tradicional y sustancial al
Estado de Derecho es su concepción del «imperio de ley como expresión de la voluntad
popular»; es decir, creada desde la libre participación y representación de todos los
ciudadanos. Sin la ley, el ordenamiento jurídico, no posee ese origen democrático, podrá
haber después imperio de la ley (de esa ley no democrática) pero nunca Estado de Derecho.
Desde luego que cuanto mayor y mejor, en cantidad y calidad, sea dicha participación en
las decisiones, mayor legitimación y mejor legitimidad tendrán esa democracia y ese
Estado de Derecho. [53]
Las implicaciones teóricas y prácticas que se desprenden de tal concepto son decisivas
pues el Estado entonces se fundamenta, en y desde los valores y exigencias éticas que
constituyen el núcleo de su misma coherencia interna y de su justa legitimidad. Su raíz está
precisamente en el valor de la libertad personal, de la autonomía moral y de todo aquello
que la hacen más real y universal. [54] Si el Estado de Derecho imperio de la ley en
18
democracia, entonces «resulta evidente que aquél es y habrá de ser por encima de todo
imperio de la ley fundamental, imperio de la Constitución. Desde este punto de vista resulta
obvio (casi tautológico) que todo Estado de Derecho es Estado constitucional de
Derecho»[55].
Esa es, en el fondo, la matriz original de la división de poderes, matriz que la vida y la
historia han complicado después en gran medida, pero que la Constitución sigue recogiendo
con innegable nitidez. Y cada día se admite que la idea germinal de Estado de Derecho es
precisamente la distinción entre el poder judicial y los demás poderes, lo que sigue
constituyendo un principio fundamental de garantía para la convivencia pues el sistema de
partidos hace que la distinción entre el Ejecutivo y el Legislativo juegue cada vez menos
ese papel, por esencial que sea para otros.
19
En la tradición iuspublicista occidental, no ha habido una única forma de entender este
principio, sino dos formas distintas. Una aparece vinculada al origen del concepto de
Estado de Derecho, es decir en la doctrina iuspública alemana del siglo XIX. El dualismo
germánico se sustenta en la teoría de los regímenes montados sobre el deseo de fortalecer al
Ejecutivo y, consecuente, reconocedores de una legitimidad dual: la legitimidad histórica
autónoma del rey y la legitimidad soberana del parlamento. Estamos frente a una
concepción relacional, un poder legitimo que gobierna el Rey y una comunidad cuya
representación legítima limita o condiciona.[57]
20
BIBLIOGRAFÍA
2. DÍAZ DÍAZ, Elías.: Estado de Derecho y Sociedad Democrática, 9ª, edic., Taurus
Pensamiento, Madrid, 1998.
6. LUCAS VERDÚ, P.: La lucha por el Estado de Derecho, Publicaciones del Real
Colegio de España, Bolonia, 1975.
NOTAS:
21
[1] ZAGREBELSKY, G.: El Derecho dúctil. Ley, Derechos, Justicia, trad. de
Marina Gascón, 4ª edic., Trotta, 2002, p. 21.
[2] DÍAZ DÍAZ, E.: Estado de Derecho y Sociedad Democrática, 9ª, edic.,
Taurus Pensamiento, Madrid, 1998, p.35
[6] LUCAS VERDÚ, P.: La lucha por el Estado de Derecho, op. cit. p.16.
22
[12] Ibídem.
[14] Ver.: VARIOS: Historia de los Derechos Fundamentales, Tomo II, Siglo
XVIII, Vol I., op.cit. p. 83 y siguientes.
[19] KANT, I. citado por PÉREZ LUÑO, A. E.: Derechos Humanos: Estado de
Derecho y Constitución, op. cit., p. 215.
[20] Ibídem.
[21] LOCKE, J.: Two treatises of government, II, IV, p. 22, citado por Pérez
Luño: Derechos Humanos, Estado de Derecho y Constitución, op.cit, p. 215.
[22] KANT, I.: citado por PÉREZ LUÑO, A.E. en: Derechos Humanos, Estado
de Derecho y Constitución, op. cit. p. 216.
23
[23] KANT, I., ídem p. 216.
[24] Ibídem.
[28] LUCAS VERDÚ, P.: La lucha por el Estado de Derecho, op.cit. p. 21.
[30] HEGEL, G.W.F: citado por PÉREZ LUÑO., A.E, en: Derechos Humanos,
Estado de Derecho y Constitución, op. cit., p. 221.
[31] Ver LUCAS VERDÚ, P. : La lucha por el Estado de Derecho, op. cit. p. 21.
[34] Ver por ejemplo, las opiniones de J. Mill (On Liberty) o de Constant (De la
Libertad de los antiguos comparada con los Modernos) o la de Tocqueville, sobre la
inestabilidad, los errores cometidos durante la revolución . Por ejemplo dice Mill: “La idea
de que los pueblos no tienen necesidad de limitar su poder sobre si mismos podía parecer
un axioma cuando el gobierno popular era una cosa acerca de la cual no se hacia más que
sonar o cuya existencia se leía tan sólo en la historia de alguna época remota. Ni hubo de
ser turbada esta noción por aberraciones temporales tales como la de la Revolución
francesa, de las cuales las peores fueron obra de una minoría usurpadora y que, en todo
caso, no se debieron a la acción permanente de las instituciones populares, sino a una
explosión repentina y convulsiva contra el despotismo monárquico y aristocrático.” MILL.
24
J.: Sobre la Libertad, trad. P. Azcárate y Ensayo Prel. de Berlín I., Alianza Editorial,
Madrid,1997, p. 85.
[44] Ibídem.
[45] VARIOS: Historia de los Derechos Fundamentales, Tomo II, Siglo XVII,
Vol. 1, op cit. p. 79
[47] DÍAZ DÍAZ, E.: Estado de Derecho y Sociedad Democrática. 9na. edic.,
Taurus Pensamiento, Madrid, 1998, p. 29.
25
[50] Véase, LUCAS VERDÚ. P.: Curso de Derecho Político, Vol. II, 3ª edic.,
Tecnos. Madrid, 1986 pp: 238-239 y DÍAZ DÍAZ, E.: Estado de Derecho y Sociedad
Democrática, 9ª edic., Taurus, Madrid, 1998, p. 44.
[53] DÍAZ DÍAZ, E.: Estado de Derecho y Sociedad Democrática, op.cit., pp. 12
y 13.
[58] DÍAZ DÍAZ, E.: Estado de Derecho y Sociedad Democrática, op. cit, p. 49
26