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SÓCRATES: UNA PÉSIMA DEFENSA Y UN FINAL ACEPTADO

GRANDES JUICIOS
El filósofo rechazó el arrepentimiento y la huida y acató la sentencia de la justicia
ateniense, que lo había condenado a muerte

Breve historia del veneno, el protagonista más silencioso

‘La muerte de Sócrates’, de Jacques-Louis David (1787), expuesto en el Museo


Metropolitano de Nueva York

LOS ANTECEDENTES

Hijo de Sofronisco de Alopece, nacido en el 470 a.C. en esta misma población


ática de la polis de Atenas, Sócrates fue un ejemplar y popular ciudadano
ateniense que había combatido en la guerra
del Peloponeso contra Esparta como hoplita, destacando por su arrojo en las
batallas de Potidea, Delio y Anfípolis. Formado en el oficio paterno de la
escultura, se le atribuye al menos el conjunto escultórico de las Tres Gracias que
presidieron el acceso principal a la Acrópolis , aunque la mayor parte de su vida
la dedicó a la retórica y la educación de diversas generaciones de jóvenes
atenienses, entre ellos Platón y Jenofonte, principales fuentes de su vida –en
especial de su juicio– y su pensamiento, ya que no dejó ninguna obra escrita.

De aspecto desgarbado, Sócrates fue tanto objeto de admiración como de burlas,


y su ingenioso y mordaz discurso le valió tanto elogios como odios, según recogen
diversas fuentes coetáneas. Aunque su papel como mentor y defensor de Critias,
quien encabezó el gobierno aliado con Esparta de los Treinta Tiranos, que
derogó la democracia ateniense durante su breve mandato, lo llevó a ser
considerado enemigo de la polis por importantes familias atenienses.
Su cuestionamiento absoluto de cualquier dogma, incluida la religión, sus
referencias a ese alma o deimon  que le dictaba el camino correcto –decisiva en el
desarrollo de la filosofía platónica– y su estrecha relación con Critias
y Alcibíades , miembro de una noble familia ateniense tenido como un traidor por
sus complicidades con los lacedemonios, le llevaron a ser acusado de los delitos de
impiedad y corrupción de la juventud.

Así fue cómo en el 399 a.C. Sócrates, que ya superaba los 70 años, recibió la
visita del sicofonte, notificador de las denuncias presentadas ante el arconte o juez
instructor de las causas abiertas contra ciudadanos atenienses. La denuncia había
sido presentada por el poeta Meleto, aunque también formaban parte de la
acusación Ánito, hijo del ilustre Antemión, y Licón. El acusado fue requerido
para presentar su alegato de defensa en el plazo de dos días, personalmente o
mediante un representante o defensor.

La denuncia rezaba literalmente, según coinciden las fuentes: “Ha sido registrada
y jurada la siguiente acusación de Meleto, hijo de Meleto de Pito, contra
Sócrates, hijo de Sofronisco de Alopece: Socrates comete un crimen al no adorar a
los dioses que la ciudad tiene registrados. Igualmente quebranta las leyes al
corromper a la juventud. La pena que le corresponde es la de muerte”.

EL JUICIO

Tras una primera vista con el arconte en la que Sócrates defendió su inocencia y
rechazó la posibilidad de alcanzar un acuerdo con la parte acusadora, el caso llegó
a juicio, como marcaban los usos procesales de la polis. La causa se celebró con el
tradicional jurado de 500 ciudadanos designados por sorteo. La popularidad
del reo, así como su admiración y odio ciudadano, hizo que el proceso estuviese
polarizado desde el inicio.

Sobre la acusación de impiedad, Sócrates, que rehusó en todo momento


mostrar cualquier atisbo de arrepentimiento, argumentó que los dioses
“saben lo que va a suceder y lo anuncia con señales a quien consideran. Los que
unos denominas augurios, voces o señales, yo lo llamo genio divino”, según
recoge Platón, presente en el juicio, en su Apología de Sócrates.
En cuanto a la corrupción que habría llevado a algunos de sus discípulos a atentar
contra los principios de la democracia ateniense, Sócrates se limitó a seguir su
pensamiento, y si era conocida su sentencia de que sólo sabía no saber nada pese
a haber sido el hombre más sabio de la polis, en esta ocasión declaró que
nunca había tenido ningún discípulo, una afirmación impropia para un juicio
que buena parte del jurado entendió como un sarcasmo.

No acabó ahí lo que a todas luces fue la impropia e ineficaz defensa que el
propio Sócrates realizó de su causa. A la hora de plantear una alternativa a su
condena reseñó mordaz que lo más apropiado sería una invitación a los banquetes
comunales, dejando en evidencia a los gobernadores de la polis, para después
plantear una multa irrisoria en señal de su pobreza que también se consideró
como una burla.

EL FALLO

Por un margen de 280 votos a favor y 220 en contra, el jurado aceptó la


condena a muerte que proponía la acusación sin poder votar ninguna otra
alternativa. Los intentos del joven Platón por defender a su maestro durante el
juicio resultaron infructuosos y apenas pudo exponer su argumentación.

La costumbre marcaba que la pena debía cumplirse en un plazo de 24 horas, que


el arconte demoró para dar una nueva oportunidad de arrepentimiento al reo. Era
una práctica habitual, en diversas polis, que el condenado solicitase el
destierro como alternativa a su ejecución, pero el ya condenado Sócrates no lo
hizo, dispuesto a cumplir una sentencia que si bien consideraba injusta era la que
la justicia de Atenas le había impuesto.

Fue, según las fuentes coetáneas, un período en el que la división creció en la


ciudad y en el que Sócrates renunció incluso a la huida que le facilitaron
algunos de sus acólitos. Un mes después, el reo bebió voluntariamente la cicuta
que le debía proporcionar una muerte rápida. Fue, según recoge Platón en
su Fedón  a partir de fuentes presenciales, una muerte tranquila, en la que
Sócrates sólo se preocupó de que los suyos saldasen la deuda de un
gallo que tenía con un ciudadano ateniense.

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