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GRANDES JUICIOS
El filósofo rechazó el arrepentimiento y la huida y acató la sentencia de la justicia
ateniense, que lo había condenado a muerte
LOS ANTECEDENTES
Así fue cómo en el 399 a.C. Sócrates, que ya superaba los 70 años, recibió la
visita del sicofonte, notificador de las denuncias presentadas ante el arconte o juez
instructor de las causas abiertas contra ciudadanos atenienses. La denuncia había
sido presentada por el poeta Meleto, aunque también formaban parte de la
acusación Ánito, hijo del ilustre Antemión, y Licón. El acusado fue requerido
para presentar su alegato de defensa en el plazo de dos días, personalmente o
mediante un representante o defensor.
La denuncia rezaba literalmente, según coinciden las fuentes: “Ha sido registrada
y jurada la siguiente acusación de Meleto, hijo de Meleto de Pito, contra
Sócrates, hijo de Sofronisco de Alopece: Socrates comete un crimen al no adorar a
los dioses que la ciudad tiene registrados. Igualmente quebranta las leyes al
corromper a la juventud. La pena que le corresponde es la de muerte”.
EL JUICIO
Tras una primera vista con el arconte en la que Sócrates defendió su inocencia y
rechazó la posibilidad de alcanzar un acuerdo con la parte acusadora, el caso llegó
a juicio, como marcaban los usos procesales de la polis. La causa se celebró con el
tradicional jurado de 500 ciudadanos designados por sorteo. La popularidad
del reo, así como su admiración y odio ciudadano, hizo que el proceso estuviese
polarizado desde el inicio.
No acabó ahí lo que a todas luces fue la impropia e ineficaz defensa que el
propio Sócrates realizó de su causa. A la hora de plantear una alternativa a su
condena reseñó mordaz que lo más apropiado sería una invitación a los banquetes
comunales, dejando en evidencia a los gobernadores de la polis, para después
plantear una multa irrisoria en señal de su pobreza que también se consideró
como una burla.
EL FALLO