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El patrimonio cultural inmaterial y sus categorías

Riveros Quispe, Erick

Universidad Nacional Federico Villareal

Facultad de Humanidades

RESUMEN

El presente artículo busca abordar el esclarecimiento del proceso de


conformación de la noción actual de patrimonio cultural inmaterial, mediante el análisis
de las principales conferencias y declaraciones dadas por la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura a lo largo de los años y el
trabajo de diversos autores. Asimismo, se busca estudiar sus ámbitos de expresión o
categorías y los principales riesgos que suscita el término patrimonio cultural inmaterial.

PALABRAS CLAVE

Patrimonio cultural inmaterial, UNESCO, concepto, evolución, categorías

ABSTRACT

This article seeks to shed light on the process of shaping the current notion of
intangible cultural heritage, by analyzing the main conferences and declarations issued
by the United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization over the years
and the work of various authors. It also seeks to study its fields of expression or
categories and the main risks raised by the term intangible cultural heritage.

KEYWORDS

Intangible cultural heritage, UNESCO, concept, evolution, categories.

A) Introducción

La importancia del patrimonio cultural inmaterial ha sido reconocida


internacionalmente por considerarse una parte insoslayable de la afirmación de la
identidad cultural de los pueblos, de defensa de la diversidad cultural y de promoción de
la creatividad. Pero la noción de lo que hoy conocemos como patrimonio cultural
inmaterial es producto de un proceso que ocurrió a lo largo de los distintas conferencias
y proclamas de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia, y
la Cultura o mejor conocida como UNESCO. Por ello un punto de partida para este
trabajo es esclarecer del proceso de conformación de la noción actual del patrimonio
cultural inmaterial.

Por otro lado, la noción actual de patrimonio cultural inmaterial, acuñada en la


convención de la UNESCO del 2003, a pesar de representar un importante avance para
la comprensión cabal de los legados culturales de los grupos sociales y la conservación
de sus expresiones culturales, tiene implicancias que resultan riesgosas. Por ello otro de
los puntos a tratar consiste en dilucidar los principales riesgos que suscita el término
patrimonio cultural inmaterial.

El último punto a tratar en este trabajo tiene que ver con los ámbitos de
expresión o categorías del patrimonio cultural inmaterial. Al igual que con el concepto
de patrimonio, las categorías del PCI pasaron por un proceso de conformación, que
empieza en 1989, durante la Conferencia General de la UNESCO, celebrado en París, y
que, durante la convención de la UNESCO del 2003, ha quedado finalmente agrupado
en cinco epígrafes.

B) Marco teórico

Desde el punto de vista lingüístico patrimonio cultural es un sintagma


compuesto por la voz y el adjetivo cultural, que lo complementa calificándolo. Según
Palma (2013), “el patrimonio se refiere a aquellos bienes heredados, históricos,
culturales y naturales elaborados en alguna nación” (p. 33). Por el lado de la cultura,
Bonfil (como se citó en Palma, 2013) lo define como “un conjunto más o menos
limitado de conocimientos, habilidades y formas de sensibilidad que les permiten a
ciertos individuos apreciar, entender y (o) producir una clase particular de bienes, que se
agrupan principalmente en las llamadas bellas artes y en algunas otras actividades
intelectuales” (p. 33). Una vez definidos estos dos conceptos, se plantea que el
patrimonio cultural puede considerarse como “el conjunto de manifestaciones,
representaciones, expresiones y bienes culturales, muebles e inmuebles, materiales y no
materiales, que han sido construidos por grupos humanos en el devenir del tiempo para
comunicarse, sustentar su desarrollo y transmitir su conocimiento” (Palma, 2013, p. 34).

Por otro lado, la trascendencia de la UNESCO es de vital importancia, ya que, es


gracias a sus conferencias, declaraciones y recomendaciones dadas a lo largo de los
años que se ha ido configurando el significado de lo que ahora conocemos como
patrimonio cultural inmaterial. La definición actual fue finalmente establecida en la
Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de París (17 de
octubre de 2003) de la UNESCO. La convención la define como “los usos,
representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas – junto con los instrumentos,
objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes– que las comunidades,
los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su
patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación
en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de
su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento
de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad
cultural y la creatividad humana.” (UNESCO, 2003).

Asimismo, junto a la conceptualización de lo que ahora conocemos como


patrimonio cultural inmaterial, la convención del 2003 propone cinco ámbitos generales
o categorías en los que se manifiesta el PCI. Los ámbitos o categorías del PCI son “los
bienes inmateriales como aquellos conocimientos, técnicas, usos y actividades propios
de una cultura, así como las distintas lenguas” (Irigaray, 2013, p. 122).

1. La evolución del concepto de patrimonio cultural inmaterial

A pesar de que actualmente el término “Patrimonio Cultural Inmaterial” se ha


vuelto familiar, el concepto es relativamente reciente. Fue adoptado por la UNESCO en
la Convención de 2003, reemplazando a distintos términos que la misma institución
internacional había utilizado anteriormente. Lo cual significa que lo que entendemos
ahora como patrimonio cultural inmaterial es producto de una serie de trabajos
realizados en las reuniones internacionales y asambleas generales de la UNESCO a lo
largo de los años (Villaseñor y Zolla, 2012).

El reconocimiento oficial a nivel internacional del contenido e importancia de lo


que hoy conocemos como patrimonio cultural inmaterial tiene sus antecedentes durante
los años setenta y ochenta del siglo XX. Trascurso de tiempo en el que tuvo lugar la
Conferencia Intergubernamental de Yogyakarta en 1973 donde se hace hincapié en la
significación que tienen las artes tradicionales en Asia, porque “conservan virtudes
morales y educativas que ofrecen un testimonio de los valores espirituales de los
pueblos” (UNESCO, 1973, p. 1). Asimismo, durante la Conferencia
Intergubernamental de Accra, en 1975, se producen varias iniciativas para la protección
y el conocimiento de las lenguas africanas y sus tradiciones orales, además, se instó a
los Estado miembros de África que “vayan en búsqueda de las antiguas creencias y
religiones; Recojan y conserven (…) las costumbres, los hábitos y las tradiciones;
registren y pongan al alcance de todos todas las formas de expresión artística”
(UNESCO, 1975, p. 27). En la Conferencia Intergubernamental sobre las Políticas
Culturales en América Latina y el Caribe, celebrada en la ciudad de Bogotá, en 1978, se
aprobó una declaración en cuyas recomendaciones se insiste en la necesidad del rescate
y la salvaguardia del Patrimonio vinculado indisolublemente a la identidad cultural de
los pueblos y a su autenticidad. Además, recomienda dar una “revalorización y
desarrollo cultural de (…) la música y la danza especialmente, [porque] constituyen uno
de los elementos básicos de la defensa y creación de la identidad cultural y de la
integración social” (UNESCO, 1978, p.50). Para Villaseñor y Márquez (2012), todas las
conferencias dadas entre la década del 70 al 80 fueron “intentos por producir un
documento internacional para la protección del Folclor” (p. 77).

La Declaración de México, de 1982, viene a ser una síntesis y una


sistematización de las recomendaciones brindadas en las anteriores conferencias
intergubernamentales sobre políticas culturales. La declaración vino a redefinir el
término cultura, incluyendo en la definición elementos tanto materiales como
intangibles. También insiste en el derecho y deber de los pueblos de conservar sus
patrimonios culturales y de identificar las principales amenazas al patrimonio. (Irigaray,
2013).

En 1989, la Conferencia General de la UNESCO, celebrado en París, elabora un


documento en el que reúne todos los contenidos apuntados en las anteriores
conferencias y utiliza el término de “traditional culture and folklore” en inglés, sin
embargo, en la versión en español aparece como “Cultura Tradicional y Popular” para
designarlo. En 1992 este mismo organismo comenzó con el programa de Patrimonio
Cultural Intangible. Algunos de los aspectos que se enfatizaron desde ese entonces
fueron la revitalización y la transmisión de las prácticas culturales como estrategias
centrales para asegurar la protección de las expresiones, la necesidad de emplear
aproximaciones distintas a la conservación del patrimonio material, y el evitar el
congelamiento y la folclorización de las prácticas culturales. En 1997 comenzó el
programa de Proclamación de Obras Maestras del Patrimonio Oral e Intangible de la
Humanidad, con lo que se dio inicio a la inscripción de las expresiones que se
consideraban como las más destacadas de cada país. Este programa tenía como finalidad
subsanar las carencias de la Lista del Patrimonio Mundial, en tanto éste era concebido
únicamente como patrimonio material cultural o natural. (Villaseñor y Zolla, 2012).

Al final de la década de los 90, durante la conferencia de Washington, se


empieza a cuestionar los términos utilizados hasta entonces para designar a ese nuevo
sector del patrimonio. El término folclor fue acusado de tener una connotación negativa,
poque, según se alegaba, respondía actitudes colonialistas pues se aplicaba
fundamentalmente a las costumbres y tradiciones indígenas y no por parte de ellos, sino
por los europeos. También aparece en la discusión una crítica al término “intangible”,
basada en el argumento de que no es posible separar el patrimonio tangible del
intangible y tampoco el término “tradicional” es aceptable porque implica negar o dejar
de apreciar las innovaciones. Ni el término “popular” puesto que no refleja
suficientemente la relevancia que tiene en cuanto a la expresión de las identidades
culturales. (Velasco, 2012).

En el año 2002 se llevó a cabo la Reunión Internacional de Expertos de la


UNESCO en Río de Janeiro, en donde se recalcó la relevancia de adoptar un concepto
flexible del patrimonio no-material. Un año después, en el 2003, fue establecida por
unanimidad la “Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial”,
celebrada en París. Acuñándose definitivamente el actual término “Patrimonio Cultural
Inmaterial”. La Convención de 2003 entiende por patrimonio cultural inmaterial los
siguiente:

“Los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas – junto con


los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes– que
las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte
integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se
transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades
y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia,
infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a
promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana.” (UNESCO,
2003).

No obstante, la noción de “inmaterial”, como afirma Velasco (2012), no deja de


tener trabas, ya que, los elementos así proclamados poseen componentes materiales para
su operación, por ejemplo, la artesanía, la música, las fiestas, etc. Asimismo, los
elementos, reconocidos como Patrimonio Mundial, pertenecientes a la cultura material
se encuentran cargados de significados y valores que lo conectan con identidades
culturales.

2. Los riesgos del término patrimonio cultural inmaterial

La acuñación del termino patrimonio cultural inmaterial, en la convención del


2003, ha representado un avance importante para la comprensión cabal de los legados
culturales de los grupos sociales. No obstante, esta nueva conceptualización también
tiene implicancias que resultan riesgosas.

Las implicancias comienzan desde el mismo uso del lenguaje. El uso de un


término como, por ejemplo, “el patrimonio cultural inmaterial del Perú” nos transmite
implícitamente la idea de la homogeneidad del legado cultural inmaterial peruano y no
de un conjunto de manifestaciones diversas creado por los distintos pueblos del Perú.

Otro de los inconvenientes con el término “patrimonio cultural inmaterial del


Perú” es que expresa una noción de propiedad, en este caso la propiedad de un bagaje
cultural que le pertenece a un determinado país, el Perú. Esto choca con la idea
subrayada por la misma UNESCO, en la Convención de 2003, de que los “portadores de
la cultura”, es decir, las comunidades de origen, son responsables de la definición de los
valores y las estrategias de salvaguarda de sus expresiones. Generando así una
ambigüedad en el sentido de propiedad de dichas expresiones.

Esta situación sumerge a los “portadores de la cultura” en una posición


secundaria, producto de la homogenización y la falta de reconocimiento directo como
dueños legítimos de sus expresiones culturales Por otra parte, la inclusión de prácticas
culturales específicas como parte del patrimonio inmaterial “tiene el efecto de situar a
éstas dentro de otros discursos y formas de representación, asignándoles nuevas
significaciones y valores, y jerarquizándolas de acuerdo con criterios distintos a los que
tienen en el ámbito local” (Villareal y Zolla, 2012, p. 80). Esto desarraiga a las
expresiones culturales de los criterios que le son propios, es decir, los valores y
significados dados por su comunidad de origen, y los relocaliza dentro de categorías
construidas con criterios ajenos, generalmente definida por grupos de “expertos”, que se
valen de procedimientos que no siempre reflejan las preocupaciones de los actores
locales, sino las normas y preceptos de instituciones culturales.
Lo anterior nos lleva a reflexionar sobre los otros riesgos que acarrea la
inclusión de las manifestaciones culturales especificas como parte del patrimonio
inmaterial. Uno de esos riesgos es transformar las expresiones culturales locales en
productos netamente comerciales, sujetos a la demanda de la industria turística o a las
necesidades de representación de los medios de comunicación de masas. Esto convierte
a las expresiones culturales en meros estereotipos que satisfacen la imagen externa, a
expensas de su sentido social y significado cultural. Otro de los riesgos que acarrea es
que la decisión sobre cómo tratar las manifestaciones culturales y qué aspectos deben
salvaguardarse sea tomadas por gestores externos o “expertos”, aun cuando la misma
UNESCO, en la Convención de 2003, estipuló que las comunidades de origen, son
responsables de la definición de los valores y las estrategias de salvaguarda de sus
expresiones. Por ejemplo, la inclusión de la vida ritual como parte del patrimonio
cultural inmaterial implica la posibilidad de generar conflictos entre los valores
culturales conferidos por los individuos e instituciones externas y el sentido religioso de
quienes lo practican. Lo anterior ha sido criticado duramente por Villaseñor y Zolla
(2012), quienes afirman que en el ámbito de la conservación del patrimonio cultural
predomina el discurso objetivista, ya sea científico o retórico, en el que los gestores
externos constituyen una “zona de expertos” que inhibe la participación social en la
toma de decisiones. También critican que las preocupaciones de esta zona de expertos
se centren en la conservación del patrimonio cultural inmaterial por sí mismo a partir de
una visión esencialista que pone en segundo plano a los actores sociales que confieren
valores y significados a las prácticas culturales.

En esa misma línea, la visión esencialista del PCI, constituye otro riesgo, ya que,
concibe que la conservación del PCI consiste en mantener su “autenticidad”, ésta
definida por gestores e instituciones externas, condenando la modificación de las
expresiones culturales, sin entender las razones del cambio cultural. Esta visión
esencialista del PCI se funda en un simplismo, que concibe a las comunidades a las
comunidades de artesanías, bailes, música, entre otras expresiones aparentemente
amenazadas como sociedades cerradas, cuya identidad y cohesión identitaria depende
de no tener contacto con el exterior y que considera a la innovación y la transformación
como una degeneración de su pulcra “autenticidad”.

El problema de la autoridad en la proclamación de los patrimonios es otro de los


riesgos latentes. Como afirma Prats (2009), existen diversas formas de activación
patrimonial, o sea, diversas formas para legitimar el valor asociado a las prácticas
culturales para que estás sean reconocidas como patrimonio. Estas activaciones se dan
en dos ámbitos: En primer lugar, de manera macro, que incluye a los organismos
estatales o internacionales, y, en segundo lugar, de manera micro, que incluye las
iniciativas locales o comunitarias. No obstante, el ámbito macro tiene mayor influencia
para lograr que sus activaciones patrimoniales tengan un mayor alcance que las
activaciones emitidas desde el ámbito micro. Por ello Villaseñor y Zolla (2012) afirman
que “existe jerarquía de facto en la autoridad para la definición de aquello que es digno
de considerarse patrimonio” (p. 86).

Otro de los problemas que acarrea la nueva conceptualización de PCI es su


obsesión por las listas. Las listas conllevan una valoración y jerarquización de
determinadas expresiones a expensas de otras. Por lo cual la actividad patrimonial
centra su atención y dirige los recursos hacía una selección de manifestaciones,
necesariamente excluyendo y privando de recursos a otra. Pero reconocer que la
exclusión es una práctica inherente a la patrimonialización no es suficiente, también es
necesario reflexionar acerca de quién posee la autoridad legal o moral para seleccionar y
jerarquizar bienes, así como de los impactos de dicha jerarquización. Para ilustrar este
problema, Villareal y Zolla (2012) citan la lista del Inventario del Patrimonio Cultural
Inmaterial del Sistema de Información Cultural de Conaculta de México, donde están
enlistadas 249 expresiones culturales de todo ese país, pero dentro de esa lista no
incluyen proveniente del Distrito Federal que posee numerosas representaciones que se
llevan a cabo en la ciudad, así como las fiestas de barrio, entre muchas otras prácticas.
Por lo cual aducen que los criterios que norman las activaciones patrimoniales son
inadecuados, porque quienes confeccionan las listas privilegian a aquellas expresiones
producidas en ámbitos rurales e indígenas, sobre todo por movidos por un afán
folclórico, para ser considerados patrimonio cultural inmaterial, y dejan de lado las
expresiones producidas en el ámbito urbano.

3. Las Categorías del patrimonio cultural inmaterial

En 1989, la Conferencia General de la UNESCO, celebrado en París, elabora un


documento en el que se utiliza el término de “traditional culture and folklore”. Dicho
documento expresa una definición de folklore, en la cual como ámbitos de expresión de
él se consideran la lengua, la literatura, la música, la danza, los juegos, la mitología, los
rituales, las costumbres, las artesanías, la arquitectura y otras artes. Sin embargo, no se
trata de una enumeración sistemática de los dominios inmateriales de la cultura. Más
bien son grandes ámbitos, indefinidos por sus límites. Por tanto, guardan una calculada
ambigüedad y asistematicidad. (Velasco, 2012).

En el 2001, la Proclamación de las Obras Maestras del Patrimonio Oral e


Intangible proporcionó una nueva definición del patrimonio oral e intangible. La
convocatoria solo diferenciaba entre espacios culturales y formas expresivas.
Definiendo a los espacios culturales como lugares donde se concentran las actividades
tradicionales y a las formas de expresión como performances musicales o teatrales

En el 2003, la Convención de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial


de la UNESCO propone cinco ámbitos o categorías generales en los que se manifiesta el
patrimonio cultural inmaterial:

a) Tradiciones y expresiones orales

El ámbito “tradiciones y expresiones orales” abarca una inmensa variedad de


formas habladas, como proverbios, adivinanzas, cuentos, canciones infantiles, leyendas,
mitos, etc. Para la UNESCO (2003), las tradiciones y expresiones orales sirven para
transmitir conocimientos, valores culturales y sociales, y una memoria colectiva. Por lo
cual, son fundamentales para mantener vivas las culturas.

Algunos tipos de expresiones orales son de uso corriente para la comunidad,


mientras que otras estás insertas en determinado grupo dentro de la comunidad. Estos
grupos son tenidos en gran estima por la comunidad y la UNESCO (2003) los considera
“guardianes de la memoria colectiva”.

b) Artes del espectáculo

Las artes del espectáculo abarcan desde la música vocal o instrumental, la danza
y el teatro hasta la pantomima, y otras formas de expresión. Entre todas ellas destaca la
música, porque es el arte del espectáculo más universal, está casi presente en todas las
sociedades. Asimismo, está presente en los contextos más variados, ya sean sagrados o
profanos, clásicos o populares. También posee una condición política y económica:
puede contar la historia de la comunidad, ensalzar a un personaje prominente o
desempeñar un papel decisivo en algunas transacciones económicas. Aunque no se
limita solo a ello, puede cumplir una gran variedad de funciones sociales.

c) Usos sociales, rituales y actos festivos


Para la UNESCO (2003), los usos sociales, rituales y afectivos constituyen
costumbres que estructuran la vida de comunidades y grupos, siendo compartidos y
estimados por muchos de sus miembros. Y su importancia radica en reafirmar un
sentimiento de identidad y continuidad con el pasado de quienes lo practican en cuanto
grupo o sociedad.

d) Conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo

Para la UNESCO (2003), los conocimientos y usos relacionados con la


naturaleza y el universo abarcan una serie saberes, técnicas, competencias, prácticas y
representaciones que las comunidades han creado en su interacción con el medio con el
medio natural. Estos modos de pensar el universo y la naturaleza influyen muy
considerablemente en los valores y creencias y constituyen el fundamento de muchos
usos sociales y tradiciones culturales. A su vez, esos modos de pensamiento son
configurados por el entorno natural y el mundo más amplio de la comunidad.

e) Técnicas artesanales tradicionales

La Convención del 2003 se ocupa sobre todo de las técnicas y conocimientos


utilizados en las actividades artesanales, más que de los productos de la artesanía. Las
técnicas necesarias para la creación de artesanías son tan variadas como los propios
objetos y pueden ir desde trabajos delicados y minuciosos hasta faenas rudas. Por ello,
la labor de salvaguarda se concentra sobre todo en alentar a los artesanos a que sigan
Fabricando sus productos y transmitiendo sus conocimientos y técnicas a otras personas.

Sin embargo, todas las categorías presentadas, no son una enumeración


sistemática de los dominios inmateriales de la cultura. Más bien son grandes ámbitos,
indefinidos por sus límites. Por tanto, guardan una calculada ambigüedad y
asistematicidad (Velasco, 2012).

A modo de conclusión

El concepto de lo que hoy conocemos como patrimonio cultural inmaterial es


producto de un proceso que ocurrió a lo largo de las distintas conferencias y proclamas
de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia, y la Cultura
(UNESCO). Proceso que iniciaría con la Conferencia Intergubernamental de
Yogyakarta en 1973, seguido de la Conferencia Intergubernamental de Accra, en 1975.
Luego la Conferencia Intergubernamental sobre las Políticas Culturales en América
Latina y el Caribe, celebrada en la ciudad de Bogotá, en 1978. Hasta ese momento las
conferencias solo habían brindado recomendaciones dispersas, que serían recogidas y
sintetizadas en la Conferencia de México, de 1982. Hasta que, en el año de 2003,
durante la “Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial”,
celebrada en París, se acuña definitivamente el actual término de patrimonio cultural
inmaterial.

El concepto actual de patrimonio cultural inmaterial, acuñada en la convención


de la UNESCO del 2003, a pesar de representar un valioso progreso para la
comprensión cabal de los legados culturales de las diversas comunidades y la
conservación de sus expresiones culturales, tiene implicancias que resultan riesgosas.
Riesgos que van desde la homogeneidad del legado cultural inmaterial, el desarraigo de
las expresiones culturales de los criterios que le son propios, es decir, los valores y
significados dados por su comunidad de origen, la falta de reconocimiento directo de las
comunidades como dueños legítimos de sus expresiones culturales, y muchos otros
inconvenientes más que nos incitan a reflexionar críticamente sobre la adecuación y las
trabas de nuestro actual concepto de patrimonio cultural inmaterial.

Los ámbitos de expresión o categorías del patrimonio cultural inmaterial, al


igual que con el concepto de patrimonio, es fruto de un proceso que acaeció a lo largo
de los distintas conferencias y proclamas de la UNESCO. Iniciando en 1985 con la
Conferencia General de la UNESCO, celebrada en París, que sienta las bases para que
las futuras conferencias fueran configurando ámbitos de expresión, siendo en la
conferencia de 2003 la que finalmente establecería cinco categorías, pero dichas
categorías seguían poseyendo las mismas taras que sus antecesores, porque era
asistemático e indefinido en sus limites categoriales.

 Referencias bibliográficas

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