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La evolución política siguió, a su vez, una ruta muy diferente de la que cabía esperar en 1983.

Fue de ese movimiento soterrado de donde brotó, con fuerza inesperada, sorprendiendo a
todos, la primera jornada nacional de protesta contra la dictadura (1983) […]. A lo anterior es
preciso agregar que las ‘masas populares’ (que al desclientelizarse, comenzaron a llamarse a sí
mismas ‘actores sociales’) asumieron perfectamente que, frente a una dictadura como la
encabezada por Augusto Pinochet (que practicaba el terrorismo militar con solemnidad de
experto y/o de artista) era absolutamente legítimo combatirla también con la violencia
armada.

Por eso, durante los años ochenta, no uno, sino tres grupos armados salieron a la palestra para
atacarla por todos los medios (el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el Frente Patriótico
Manuel Rodríguez y el Frente Juvenil Lautaro), llegándose incluso a intentar un tiranicidio […].
Fue a partir de esa capacidad ampliada y potenciada de donde se desplegaron las veintidós
jornadas de protesta nacional contra la dictadura, que estallaron durante cinco años
consecutivos (1983-1987).

En el año 1985 –que está marcado por la decadencia de las protestas y la impotencia de los
esfuerzos opositores para montar un paro nacional– el principal acontecimiento democrático
lo constituyó la suscripción por once partidos políticos, que abarcaba desde grupos y
personalidades de derecha hasta los partidos miembros de la Alianza Democrática, del llamado
Acuerdo Nacional para la Transición Plena a la Democracia, promovido por la Iglesia Católica.

En el año 1986 la oposición experimenta los efectos del fracaso del Acuerdo, el decaimiento de
la estrategia de las protestas, su propio descrédito a causa de los actos de un tercero: la
violencia ejercida por la izquierda ultrista y, por último, el acercamiento de los sectores medios
al régimen.

Ello se efectuó conforme a un cronograma de transición que había sido aprobado diez años
antes en un referéndum constitucional. Aunque desde un comienzo el Gobierno militar había
manifestado su intención de restaurar las instituciones democráticas, pocos creyeron que
dicho compromiso fuera a cumplirse de manera tan cabal y pacífica

El plan político del Gobierno militar funcionó al fin, pero, irónicamente, lo hizo para beneficio
de los partidos opositores. Los logros económicos fueron significativos y proporcionaron un
clima de progreso económico estable, crucial para una transición política ordenada y pacífica.

Solamente se habían excluido a sí mismos los partidos y movimientos que estaban por la vía
violenta.

Para llegar al Acuerdo, las distintas tendencias se habían acercado a fórmulas de consenso, que
entrañaban concesiones recíprocas muy importantes. De este modo, el principal agente
opositor, la Alianza Democrática, que sostenía en su programa de transición la renuncia de
Pinochet y el derrumbe del régimen, la formación de un gobierno provisional, la elección de
una Asamblea Constituyente, para aprobar una nueva Constitución y elecciones para elegir al
Presidente de la República y a los parlamentarios, renunciaba a todo ello, para declararse
dispuesta a aceptar la Constitución de 1980, a cambio de algunas reformas constitucionales. La
respuesta del régimen fue una rotunda negativa a cualquier diálogo y negociación en el
contexto del Acuerdo.

Tanto el descubrimiento de un arsenal de armamento del Frente en el norte del país, como el
atentado fallido contra Pinochet, le dieron un nuevo ímpetu al régimen.
Además, el país empezaba a experimentar la salida de la crisis económica y el despliegue de un
nuevo ciclo de crecimiento y bienestar. En estas circunstancias, durante el año 1987, la
oposición empezó a acomodarse en el marco institucional del régimen. La inminencia del
plebiscito, que según la Constitución de 1980 debía realizarse en diciembre de 1988, ejerció un
fuerte ascendiente en la determinación de participar en el proceso político, bajo los términos
impuestos por el gobierno autoritario.

Sin embargo, los votantes no favorecieron al general Pinochet en 1988 ni al candidato


presidencial Hernán Büchi en 1989, quien fuera uno de los arquitectos del modelo económico.

No obstante, la ciudadanía fue lo suficientemente conservadora como para darles a los dos
partidos de centroderecha una importante representación en las elecciones parlamentarias de
1989 (33% de los votos).

En marzo de 1990, después de 16 años y medio, el Gobierno militar entregó el poder a un


Gobierno civil elegido democráticamente y apoyado por una coalición de partidos políticos de
la oposición.

Pese a la creciente unidad, organización y fuerza política de la oposición, el Gobierno militar


permaneció en el poder. Hubo una apertura política gradual, en la que el Gobierno permitió
una creciente actividad. El cronograma de la Constitución de 1980 se cumplió estrictamente y
el general Pinochet se retiró pacíficamente en marzo de 1990, después de perder el plebiscito
de 1988.

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