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La Guerra de los Mil Días

Fue la más larga y sangrienta de las guerras civiles. Desde 1899 hasta 1902 se
combatió́ en casi todo el país, exceptuadas las regiones despobladas de la
Amazonia y el departamento de Antioquia, casi homogéneamente conservador,
en donde el alzamiento liberal fue aplastado en dos semanas. Se combatió́ en
las montañas y en los ríos, en los dos mares, en las selvas del Chocó y en los
desiertos de la Guajira. Los muertos fueron más de cien mil: más que en todas
las guerras del siglo XIX sumadas, para una población total de unos cuatro
millones de habitantes. Participaron en apoyo de los insurrectos, con armas y
ocasionalmente con tropas, los países vecinos con gobiernos liberales:
Venezuela (Cipriano Castro), el Ecuador (Eloy Alfaro) y Nicaragua (José́
Santos Zelaya). Y en apoyo del gobierno conservador intervinieron los Estados
Unidos (Teodoro Roosevelt), que en Panamá́ frustraron las acciones del ejército
liberal con el pretexto de defender el ferrocarril y las instalaciones del futuro
Canal, entonces en construcción por una compañía francesa.

Mediada la guerra, el vicepresidente Marroquín dio un incruento golpe de


Estado contra el senil Sanclemente y, de contera, contra Caro. Pero sus
conservadores históricos (ahora con sueldo) tampoco pusieron fin a las
hostilidades, sino que, por el contrario, las recrudecieron bajo un fanático
ministro de Guerra, el general Arístides Fernández, que buscaba la aniquilación
definitiva del Partido Liberal mediante el fusilamiento de los prisioneros. Y los
liberales, desorganizados y dispersos, mal armados pese a la ayuda extranjera y
casi incomunicados entre sí, acabaron por ser derrotados en lo que ya eran casi
tres guerras separadas, cobijadas las tres bajo la inoperante “dirección suprema”
del viejo jefe liberal Gabriel Vargas Santos, a las que se puso fin en tres tratados
de paz distintos: el de Chinácota en Santander con las fuerzas de Foción Soto,
el de Neerlandia en el Magdalena con las de Rafael Uribe Uribe y el del
Wisconsin en Panamá́ con las de Benjamín Herrera. Este último, firmado a
bordo de un acorazado de la escuadra norteamericana, pudo servir de paradójica
advertencia: menos de un año después vendría el zarpazo de los Estados Unidos
sobre Panamá́ para adueñarse del futuro Canal interoceánico.

Al país, devastado por tres años de guerra civil, arruinado por la desaforada
inflación provocada por las emisiones de moneda sin respaldo lanzadas por el
gobierno para costear la guerra (los liberales se sostenían con el saqueo), le
faltaba todavía un tercer golpe para entrar con mal pie en el siglo XX. Ese golpe
fue la separación de Panamá́ .
Se trataba del departamento (antes Estado) más remoto de Colombia, separado
del resto del país por selvas infranqueables y conectado con él sólo por vía
marítima con Cartagena y con Tumaco. Había sido el Estado de la Federación
con más constituciones y más golpes de Estado locales y alzamientos armados,
y era visto por los gobiernos centrales sólo como fuente de recursos aduaneros
por los puertos de Panamá́ y Colón y por el ferrocarril interoceánico que los
unía.
Este era construido y operado bajo concesión por una empresa norteamericana,
la Panamá Railroad Company, desde mediados del siglo, cuando el paso de mar
a mar por el istmo se hizo popular a raíz del descubrimiento del oro de
California (que acababa de ser anexada por los Estados Unidos tras su guerra
con México). Desde entonces fueron frecuentes los desembarcos de tropas
norteamericanas en Panamá́ o en Colón con el pretexto de cuidar la línea férrea,
que, en la práctica, fue la primera en unir la costa Este con la costa Oeste de los
Estados Unidos.

“I took Panama”
El istmo era además el lugar más adecuado para abrir una vía acuática entre el
Atlántico y el Pacifico. Así́ lo habían sonado los españoles desde los primeros
tiempos de la Conquista, en el siglo XVI; y a finales del XIX la empresa había
sido por último iniciada por una compañía francesa, la Compagnie Universelle
du Canal Interocéanique de Panama, que durante dos decenios adelantó las
obras con grandes costos y dificultades y en medio de una inmensa mortandad
de trabajadores a causa de la fiebre amarilla. La Compagnie terminó
hundiéndose en una escandalosa bancarrota, y en ese momento el gobierno
norteamericano entró en danza.
Al cabo de muchos ires y venires políticos, económicos y diplomáticos, logró
en 1903 la firma de un Tratado con Colombia, el llamado Herrán-Hay, por el
cual los derechos de la construcción del Canal pasaban a los Estados Unidos.
Pero tanto el Congreso norteamericano como el presidente Teodoro Roosevelt
exigían la concesión de la soberanía sobre la faja de territorio adyacente al
Canal. Tras grandes discusiones en el Congreso colombiano, encabezadas por
Miguel Antonio Caro, que de jefe del gobierno con su títere Sanclemente había
pasado a ser jefe de la oposición, el Tratado fue rechazado unánimemente —
con una abstención por enfermedad: la del senador panameño José́ Domingo de
Obaldía Gallego (sobrino de la primera esposa de Rafael Núñez). Quien a
continuación, de modo incomprensible, fue nombrado gobernador del
departamento por el presidente Marroquín.
En previsión del rechazo colombiano al Tratado Herrán-Hay se había venido
preparando en Panamá una sublevación, pagada por los Estados Unidos con la
modesta suma de cien mil dólares, con el propósito de que el nuevo gobierno
local se mostrara más dócil. Pero en Washington el presidente Roosevelt perdió́
la paciencia ante el remoloneo de “esas despreciables criaturas de Bogot á́ ”, y
envió́ sus buques de guerra a respaldar a los insurrectos con sus cañones y sus
infantes de marina. Al final, sin embargo, no fue necesaria la revolución: la
separación se dio en forma de comedia y de farsa. El gobernador Obaldía cerró
los ojos, el comandante militar de la plaza, general Huertas, se prestó́ por
veinticinco mil dólares a poner presos a los jefes de las tropas enviadas por
Bogotá́ para sofocar la sublevación inminente, y al cabo de tres días el gobierno
norteamericano reconoció́ como soberana a la nueva república. Un ingeniero
francés de la antigua y quebrada Compagnie Universelle, Philippe-Jean Bunau-
Varilla, firmó en nombre del nuevo gobierno la entrega a perpetuidad de la zona
del Canal. El nuevo gobierno de Panamá recibió́ a cambio diez millones de
dólares: cifra inmensa para el presupuesto de un departamento colombiano de
la época.
Roosevelt resumió el episodio en una frase: “I took Panama, and let the
Congress debate” (“Yo tomé Panamá, y que el Congreso discuta”).

Referencia.
Caballero, A. (2018). Historia de Colombia y sus oligarquías. Editorial: crítica
Recuperado de: http://bibliotecanacional.gov.co/es-co/proyectos-digitales/historia-d e-
colombia/libro/capitulo12.html

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