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La

Execrable Esencia Humana


Arik Eindrok












Para Rous,
la única razón para no estar triste
en esta existencia absurda
































La execrable esencia humana
torna, una y otra vez, a la existencia
en algo desmesuradamente miserable

Lo mejor que podría ocurrirle a una raza tan despreciable como la humana es
la extinción. De su destrucción podría originarse un nuevo mundo, una vida
hermosa y un bienestar absoluto. Y es que, entregados por completo a lo
absurdo, lo material y lo económico, hambrientos de poder y de dinero, los
títeres han perdido el rumbo y el sentido de cualquier sublimidad.

Tornándose cada vez más en meros humanos, en despreciables peones


fácilmente manipulables y con deseos de las cosas más superfluas, aquellos
seres deplorable se han encargado de asesinar el único dios que habitaba en su
alma. Tristemente, de continuar así, el mundo quedará devastado por la
esencia más execrable de todas: la humana.

Por desgracia, me vi obligado a vivir entre humanos; por suerte, logré morir
joven para descansar entre bellos demonios.

Soñar para vivir, vivir para morir, morir para evolucionar, evolucionar para
destruir, destruir para crear, crear para nacer, nacer para soñar.

Una sucesión de infinitas pesadillas atormentaban el melifluo catártico


proveniente de un manantial de belleza inefable que se alimentaba con el
llanto de mi marchitada y somnolienta existencia.

Era bonito imaginar que, al morir, nunca más tendría que preocuparme por
averiguar quién era yo en esta tétrica ironía llamada vida.

El amor no era la culminación de los eones centelleantes en el éxtasis de los


dioses, sino la creación de aquello que existe más allá de la armonía filosófica
en la mente universal de la naturaleza impertérrita.

No sé qué es lo que se ha liberado en mí, pero me ha obligado a mostrar una


siniestra faceta que comienza a angustiarme.

Mantente temeroso de no hallar ni una pizca de tu verdadero yo, de


componerte por completo de lo que otros en ti han arrojado como desecho.

Bastó de una noche para entender que yo no era esa apariencia que el mundo
había creado en mi consciencia, para quemar cada máscara debajo de la cual
se hallaba encarcelada una gota de la sombra y de mi esencia. Y, a la mañana
siguiente, mi percepción ya no era tan sofocante, sino un bello lienzo donde
los ángeles cantaban con un ritmo perfecto y yo me hallaba devorando la
garganta de cada uno de ellos.

Esa comprensión fue rara, pero no conseguía verme más como humano, tal
vez por eso decidí emanciparme y desprenderme para siempre de este pesado
y monótono espejismo idealizado.

Nadie ama tan solo por amor, se necesita una implicación de otros factores que
rebajen dicho concepto al nivel en que el humano pueda experimentarlo más
como un objeto y no como lo que realmente es: una quimérica defunción.

Odio no ser yo mismo, pues cuando retorno de la nada ya no tolero


mantenerme atrapado en este trivial sinapismo donde se supone que existo.

Por los sutiles espejismos de un supuesto destino fue que el sendero se


manchó de sangre y veneno, pero no había ninguna otra vereda en la cual
todas las divisiones de mi ser hubiesen podido hallar espacio suficiente para la
ulterior convergencia. Comprendía que yo no había sido el autor de cada
suceso, pero tampoco una cruel víctima de la telaraña estocástica.

Destino y libre albedrío eran solo conceptos vagos que en el mundo humano
se utilizaban para no vislumbrar la armonía detrás de cada destrucción y la
tristeza de un nuevo amanecer en la construcción de los ciclos eternos.

¿Qué eran aquellos misteriosos e imprescindibles extravíos que dibujaban una


quimérica realidad en la cual podía explorar una sabiduría que me sometía y
desdoblaba? No sé si yo era quien moría o si el caos infinito me transportaba
momentáneamente a la dimensión donde el bien y el mal se reían de la risible
percepción humana.

Lo único que no encajaba en aquellos atemporales vómitos del todo abstraído


era mi naturaleza, misma que me permitía suponer mi existencia y no
desaparecer para siempre de esta inverosímil quintaescencia.

Casi todos están seguros de existir, es normal. Pero casi nadie intuye lo que
yace debajo del velo de la sombra que no se atreven a liberar con tal de no
hacer a un lado su humanidad; no ser uno mismo parece circunstancial.

Ya hemos desperdiciado bastante de un parpadeo que no nos pertenece, ¿no es


tiempo de hacer que la muerte de nosotros se apodere?

Solo un paseo por un inexplicable giro de desgracias y alocadas mentiras, un


tragicómico intercambio de energía cuyo sentido no era posible discernir, un
encomiástico flujo de podredumbre y tenues pensamientos suicidas, un
conjunto de sombras persiguiendo destinos vacíos y mendigando sentimientos
impíos. Al menos eso decía el principio del manuscrito que encontró el primer
dios verdadero que acabó con la humanidad y desterró para siempre la vida.

Lo vi detrás de la montaña, era una criatura de la que jamás había hablado a


nadie, pero ahora no tiene caso ocultarlo. Quisiera dar más detalles, pero su
figura no era de este mundo, tampoco sus colores ni sus sentidos. Lo único que
he de decir, pues lo demás lo imaginarás cuando caiga el imperio del demonio
divino, es que está conectada a la muerte de cada ser que ha pisado este
mundo, al que ya no viene porque al fin la verdad ha conseguido.

Estoy convencido de que no llorarás cuando la sangre caliente se derrame en


las piernas de la amante poseída. Realmente nunca quise que el dolor
consumiera la única cosa bonita que tomaste de mí el día en que abriste la
herida.

Hoy me marcho, le haré el amor a la agonía que ha desprendido de mí la vida,


pero solo para no ocultar la virtud del delirio. A ti, que fuiste siempre tan
fehacientemente sombría, te pido me perdones por haber sido yo quien se
ahorcó la noche de tu partida.

Es el momento, proseguiré la lucha más allá de esta argucia; la muerte me


arrojará sobre la batalla en contra del desequilibrio divino.

Ellos no querían escuchar, tampoco buscaban cambiar sus asquerosas vidas;


así que me vi forzado a arrebatárselas para invocar la amnistía.

La destrucción de la humanidad sería la poesía que cualquier dios verdadero


debería llevar a cabo con esmero.

Sé que sigo siendo humano, que mis cualidades físicas y mentales me impiden
la trascendencia hacia lo divino; no obstante, forjaré en mi espíritu la fuerza
requerida para evolucionar en la era sibilina.

Mientras el humano se aferre a existir sabiendo que su permanencia en este


mundo resulta nociva y ridícula en todo sentido, será imposible recuperar de
los abismos de la desgracia lo que los antiguos construyeron tras su
catastrófico exilio.

Había cierta atracción mística en aquellas noches de embriaguez y delirio


sexual, pero no la suficiente para fraguar una personalidad ficticia ante la que
tantos se habían rendido.

Lo único que anhelaba era la soledad absoluta, la quietud decisiva de la


naturaleza más elevada, la virtud de la poesía menos terrenal que existiera en
esta absurda humanidad contaminada.

Pero lo que realmente lamentaba era haber existido, pues sabía, con zozobra,
que ya no había marcha atrás; que, aunque me matase, eso no borraría mi
existencia en el todo universal.

Ni siquiera podía ser yo mismo en esta ínfima transición donde la muerte me


había sido arrebatada y la vida me había atrapado como a un esclavo.
Tampoco conseguía calmar la imperante ansiedad que ocasionaba los
constantes trastornos de una mente doblegada por sus propios impulsos
indoloros.

Olvidarme de mí mismo no era una opción estando vivo; pues muy bien
suponía que abandonarse era imposible, que alejarse no era una alternativa en
un sitio donde el tiempo era una trampa de la sempiterna mentira.

II

Y es que aquí reinaban bagatelas como el dinero y el materialismo, este era el


infierno donde unos eran ricos y otros ni siquiera podían comer un pedazo de
estiércol, donde unos dormían bajo palacios dorados y otros se refugiaban
debajo de puentes con los ojos apagados.

Así era el mundo en donde había sido obligado a existir sin desearlo, ese
odioso lugar en el cual ya no quería despertar en las mañanas y me molestaba
tener que continuar en una pesadilla ahíta de hipocresía y falsedad, infestada
de absurdos humanos que existían solo por repugnante casualidad.

Si alguna vez estuve convencido de algo es de que la existencia humana en


esta dimensión vomitiva no es, desde ninguna perspectiva, parte de algo
maravilloso, sino todo lo contrario.

Han sido alteradas las nociones básicas de nuestra mente para ser
reemplazadas con construcciones absurdas y deplorables de la pseudorealidad,
mismas que fácilmente pueden ser aceptadas en nuestro interior como
verdades hasta nuestra patética muerte.

Otro día más en el contradictorio mundo de los humanos, otra vez soportar sus
conversaciones sin sentido y sus metas banales. De nuevo lo mismo: despertar,
desayunar, trabajar, comer, volver a trabajar, cenar y dormir; de nuevo toda esa
basura absurda tan solo para nada.

Ya estoy harto de vivir como un títere, ¿sería un pecado si hoy duermo


eternamente y escapo definitivamente de esta adoctrinada raza que se arrodilla
ante un pedazo de papel que se ha establecido como el amo de los mayores
crímenes y deseos?

Sería ideal nunca haber existido, pero ya es demasiado tarde. Ahora, por lo
menos, debo poner fin a este martirio, debo dejarme caer en el vacío y unirme
al único y verdadero destino.

La humanidad parece más una prostituta enorgullecida de su trabajo que una


dama de buen talante avergonzada de su espiritualidad.

¿Es realmente una obligación tener que existir en este mundo donde para nada
me hallo contento? Me pregunto quién decidió que yo debía estar aquí, tal vez
yo mismo. Y, si fui yo quien así lo quiso, entonces debería haberme vuelto
loco de remate para atreverme a venir a este vomitivo precipicio.

Pero no sé, creo que ya es tiempo de apagar las luces y olvidarme de mí


mismo por un pequeño instante, al menos hasta que la muerte me libere de
esta falange de humanos rotos y de espíritus corroídos.

La felicidad propia solo tiene que ver con el nivel en que uno acepta lo que
otros han impuesto como la supuesta felicidad social.

Las creaciones casuales del todo: o son jodidamente falsas o tremendamente


estúpidas. Y ¿si fueran ambas? Solo sal y dime cómo se llaman esos que te
rodean.

Entiendo que hay humanos brillantes, muchos más en el pasado que ahora;
pero, aun así, no vale la pena continuar perpetuando esta equivocación sin
sentido en la cual la mayoría solo contribuye a contaminar todavía más esta
triste esfera.

Para que me sintiera feliz tendría que rehacer este mundo un millón de veces.
Además, el requisito principal sería el exterminio de la raza humana y todo lo
que tenga que ver con ella. Desde luego, esto implicaría aniquilarme a mí
también, y eso sería ideal, pero ya no lo contemplaría. Por eso digo que mi
felicidad es a la vez imposible y también bella, porque el sacrificio aliviaría
los dolores de esta era.

Es evidente que todo en esta existencia es una mentira, eso está claro. Lo que
realmente parece sorprendente es la cantidad de gente que parece no verlo, o
tal vez ya ni siquiera les importa descubrirlo.

Los títeres son felices ignorando lo sublime, consumiendo el engaño y


atiborrándose de lo horrible.

Una vez llegó una sombra angustiada al final del túnel, y dijo haber conocido
a los extraños habitantes de una supuesta civilización moderna donde todos se
mataban unos a otros eternamente por meros pedazos de papel; ilustró lo
incapaces que eran aquellos imbéciles y decadentes de percatarse que la
felicidad refulgía en un papiro cuyo silogismo versaba sobre ya no desear
nada. Me pregunto si se refería a los humanos…


Las personas son tan torpes y banales que les gusta escuchar mentiras porque
eso las hacer sentirse felices y a gusto; las verdades las atormentan y destruyen
sus ficticias necesidades de consumo solicitadas por sus propios recipientes.

Es realmente triste que el mundo sea solo un error funesto, una barbarie de
hambruna y destrucción sin tregua. Cada mañana me pregunto si alguna vez
cesará este sacrílego tormento llamado vida.

Y cada tarde continúo sin fuerzas, inquiriendo hasta cuándo se callarán todas
esas nauseabundas voces humanas y se hará el laudatorio esfuerzo por
entender que esta existencia es solo una eviterna desgracia; supongo que
nunca, nunca mientras el poder valga más que la sabiduría.

Este mundo es falso, la existencia es una miseria adornada por la


pseudorealidad y sus matices superfluos y tan maravillosamente suficientes
para lavar las mentes. El humano no es ninguna iluminación, sino todo lo
contrario, es un conjunto de penumbras asqueroso e insano.

Es un chiste que existan las escuelas sabiendo que nadie puede ser maestro
jamás, pues nadie puede enseñar a otro lo que cree saber.

La belleza de la muerte radica en ya no necesitar nada de esta realidad


inmunda. Y es que en la vida tampoco se necesita nada, solo son ideas que han
sido implantadas al rebaño; y tal vez por eso no exista la felicidad, pues
siempre se busca algo banal qué anhelar.

Es un crimen decir lo que uno piensa en este mundo. A uno lo condenan por
expresarse de manera opuesta a la adoctrinada masa de imbéciles que ni
siquiera podrían realizar el más pequeño acto de razón.

No desear nada es lo más cercano que hay a la felicidad, al menos en este


plano intrascendente, y es exactamente lo contrario a la naturaleza de los
títeres que han plagado este mundo y a los cuáles dudo que les sea adecuada la
existencia.

Aunque la nada fuese un engaño también, sería el más sincero al que se podría
recurrir mientras se tenga que permanecer en este asqueroso estado viviente.

Este mundo nunca cambiará porque sus habitantes no conciben necesario un


cambio, lo único que queda para purificar esta blasfemia es destruirlo todo,
comenzando por el humano.

No sé, a veces es extraño lo fácil que resulta para las personas creer en un
montón de basura, pero parece ser más que suficiente para darle un sentido a
su vomitiva existencia. Quizá sea reflejo sólo de su decadencia, y es
completamente entendible, pues su ideología se moldeó desde hace miles de
años.

Realmente es difícil discernir que es real y qué no lo es. A veces creemos que
nuestras ideas y las del rebaño son polos opuestos, pero finalmente es parte de
la misma construcción decadente. Aun así, agradecería de cualquier forma la
existencia de un ser como tú, pues en tus ojos observé lo más hermoso: la
inmaculada existencia.

Nunca me entregué a la idea de que en este mundo existiese algo de esperanza,


pues un simple humano no puede hacer nada contra la realidad que todos
parecen percibir y en la que incluso se sienten dichosos, esto es, la
pseudorealidad.

Basta saber que una persona quiere vivir para entender su nivel de imbecilidad
y sinsentido; la muerte parece ser el símbolo de los no corrompidos.

El humano siempre quiere matar todo, excepto a sí mismo; esa es la manera en


que se arruina la belleza de la existencia.

Resulta curioso que la primera reacción de los humanos ante algo que
desconocen y les atemoriza o repugna sea el deseo de matar, ojalá que algún
día se encuentren en el lado opuesto de la situación, pues entonces habrá
comenzado el máximo idilio.

III

Amamos más que nunca la muerte cuando comprendemos que no hay acción
más elevada que el hecho de matarse, aunque en realidad casi nadie lo
merezca.

La verdadera agonía no debería experimentarse cuando alguien muere, sino


cuando nace; he ahí el comienzo de un sinsentido del que deberíamos
apesadumbrarnos infinitamente.

Me molesta estar vivo porque, para empezar, no recuerdo nunca haber


solicitado estarlo, o tal vez tengo tan mala memoria que estoy pagando por un
funesto y cómico descuido.


Si esto es existir, ¿qué será no hacerlo? Algo, sin duda, imposible para seres
como nosotros a quienes la vida ya ha chupado lo más sagrado y verdadero.

La única manera de ser un dios en la catastrófica humanidad que impera en


nuestro interior es arrojándose al vacío donde las tinieblas purificarán lo que la
existencia se encargó de ensuciar.

Quedaba solo ese remedio para contrarrestar el tedioso pasaje del sinsentido
que impera estando vivo: el suicidio.

Siempre amé a los suicidas; me parecía tan sublime y hermoso lo que


expresaban con su muerte que hasta la vida los miraba con envidia.

Indudablemente el mundo hace, día con día, su mejor esfuerzo por irse al
carajo; eso también hay que agradecerlo.

Solo espero no volver a vivir nunca tras la muerte, pues mientras estoy vivo es
el único consuelo del que me sostengo.

Qué inutilidad fue la creación... eso pensaba mientras veía personas que
preferían mirar un televisor que leer un libro, aunque incluso hasta esto último
era parte de la pseudorealidad, pero al menos en menor medida.

La naturaleza humana es fascinante... Sí, fascinantemente estúpida y mísera.

¿A alguien más le parece que el mundo ya debe terminarse? Porque creo que
hasta los mayores errores tiene solución y fin, pero éste parece haber ya
durado más de lo ordinario.

Si algún día conozco a un humano superior o al menos igual a mí, juro que ese
día creeré en dios.

No era que yo fuese superior al resto de la humanidad, era solo que incluso mi
patética existencia pertenecía a un orden cósmicamente superior al de sus
creencias.

Preferiría vivir el poco tiempo que me queda solo que en compañía de la


humanidad; ¿eso da alguna idea de la desgracia que me carcome el alma en
cada despertar?

Odio abrir los ojos por la mañana y saber que sigo vivo. Me choca tener que
soportar otro nuevo día, tener que salir y fingir que me interesa vivir; es
deplorable convencerme de que esta falacia todavía tiene algo de bueno, algo
que extrañaré cuando me cuelgue. Por desgracia, creo que hoy ya no hay
restos de ese algo, solo queda la nada; solo resta mirar la cuerda y ejecutar la
poesía mística de la eterna indolencia.

Ahora entiendo por qué los humanos detestan la muerte, porque es la única
deidad a la que no pueden humanizar con sus creencias decadentes.

En fin, apagué el cigarrillo, vacié el trago, cerré el libro y me tiré en la cama.


Una absurda noche me esperaba, tan absurda como el anhelo de proseguir con
vida. Sentía extinguirse la poesía que tantas otras ocasiones me mantenía, la
percepción de un cambio en este infierno. Hoy ya no hay nada más: ningún
libro vendrá en mi auxilio, no habrá poesía que aleje el cuchillo, solo aquella
que mancharé con la sangre del suicidio.

Lo que me parece más extraño es que tantos humanos hayan existido y muerto
sin que jamás les haya pasado por la cabeza la carencia de sentido en sus
miserables vidas, así como la inevitable conclusión del suicidio. Más vale que
se tomen medidas drásticas para que los niños sepan a temprana edad lo
adecuado de colgarse o pegarse un tiro.

No creo en dios, ni me interesa su existencia; prefiero perder mi tiempo


intentando conocer el lado opuesto, me parece más real y sincero, pues al
menos puedo ver sus efectos en el mundo donde transcurre mi encierro.

La gente religiosa siempre es molesta, a veces más molesta que religiosa.

Para intentar cambiar esta miseria se podría empezar por destruir algunas
cosas: la religión, los gobiernos, las industrias, las compañías, los bancos, los
espectáculos, los deportes, la música, el cine, la televisión, los automóviles, las
cárceles, los dioses y, principalmente, el dinero.

Luego, se procedería a averiguar y erradicar el verdadero mal del cual todo lo


anterior son solo sus más superficiales capas, ese que maneja los hilos de los
títeres que el rebaño considera líderes y que han implantado la pseudorealidad
para preservar la agonía más sórdida. Lo único que presiento es que, al fin y al
cabo, nada de lo actual sobreviviría a este proceso de purificación y entierro
del origen recalcitrante de todo lo malsano: el humano.

El que ve más allá es capaz de desfragmentar la sombra de la dualidad,


comprende los esbozos de la verdad inhumana que solo se revela ante los ojos
de los inmarcesibles buscadores.


Es como querer ver limpio a un puerco, carece de sentido, pues se ensuciará de
inmediato. Lo mismo pasa aquí, no tiene caso que la gente imbécil y absurda
viva en un mundo diferente, pues lo echará a perder sin importar si ese mundo
es puro. En conclusión: el humano corromperá tarde o temprano cualquier
paraíso o infierno.

La vida tenía demasiadas cosas absurdas como para que valiera la pena
experimentarla. La muerte, al no tener tal vez ninguna conocida, resultaba
mucho más atractiva con su abstención y apatía, pues compensaba todo lo
execrable en este plano con un olvido eviterno.

En la existencia del humano solo hay verdaderamente sufrimiento y tristeza,


nostalgia y desasosiego, ¿pero es que acaso podría esperarse algo más de esta
condición insana y mísera llamada vida? ¿No deberíamos saber, de antemano,
que solo la muerte es la única asesina de esta atroz y vil mentira? ¿O es que
acaso esperamos abrazar eternamente este intrascendente ciclo de supuesta
evolución insana?

Es fácil suicidarse cuando sinceramente se está dispuesto a morir, pero he


llegado a colegir que los suicidas siempre conservan, hasta el último
momento, una sutil chispa de esperanza y arrepentimiento en aquello que
pregonan rechazar con tal atrevimiento. Si se les concediese la oportunidad de
retractarse a estos dioses, ¿con qué se solazaría la muerte en su trono azaroso,
con qué satisfaría sus inagotables goces?

Sabía que no quería vivir, pero tampoco quería morir. Era complicado lidiar
con una existencia en la cual ningún camino era realmente seguro, y en donde
la idea del suicidio rondaba, noche tras noche, para susurrarme acerca de mi
eterno presidio en este intrascendente mundo carcomido.


El humano es capaz de las más siniestras contrariedades, aunque ello escinda
su personalidad en tan distintas y miserables deformidades.

Al final de este irrelevante pasaje donde reinaban la miseria y la estupidez


entre los humanos consumidos por la pseudorealidad y desterrados de la
perfección, solo me restaba una cosa que extrañar mientras estuve vivo: la
inefable y catártica sensación experimentada al haber exprimido mi sangre y
con ella haber encontrado mi única amante verdadera, la que jamás se alejó de
mi lado y siempre me perteneció desde el principio del martirio.

Sí, solo añoraría repetir el momento en que a ella me entregué el modo más
divino, en que sus acendrados labios rozaron los míos y pude, tan
inhumanamente, desvanecerme para siempre en el manantial perenne del
suicidio. El sueño había finalizado, era el momento de sonreír, de morir en
absoluto misticismo, de averiguar cómo sería lo único que en toda mi vida
tuvo sentido.

Cuando sueño en asesinar a alguien, siempre espero que sea a mí mismo. Pero
no, no tengo tanta suerte. Me preocupa, pues no sé cómo voy a hacerle cuando
llegue la hora de mi suicidio.

IV

No quería estar en este mundo y tampoco toleraba ser yo mismo. Entonces


debía matarme lo más pronto posible, extirpar cada parte de humanidad que
contaminaba mi destino. ¿Qué era yo en realidad: un monstruo o un demente?
¿Cuándo y cómo podría averiguarlo? Es extraño, pues comienzo a tener más
miedo de mi mente que de mi muerte.

Una excelente manera para sentirme muerto consistía en fingir que estaba
vivo, pues vivir y morir se habían convertido en exactamente lo mismo: solo
impedimentos para alcanzar el estado más divino, elementos de un absurdo en
el cual pendía mi destino.

Tus ojos me cautivaban, pues parecían esconder ciertos matices extraños que
solo llegué a contemplar en la pintura de mi suicidio.

Cada vez que moría, era su sombra la que me revivía. Pero cuando ella murió,
mi sombra no pudo hacer nada, sino solo sonreír, porque esta vez nada ni
nadie de la muerte me arrebataría.

Sospecho que hay ciertos indicios de muerte en algunos lapsos de la vida, pero
siempre los ignoramos para someternos al influjo absurdo de un mundo al que
no pertenecemos y donde ni siquiera entendemos para qué existimos.

En realidad, nunca existe un camino distinto. Incluso lo que se cree estar en


contra del sistema y acercar a la espiritualidad termina por ser parte del mismo
delirio. Pero es también común que los humanos no lo noten y se vean
arrastrados por supuestas verdades más grandes, aunque solo sean sagradas
mentiras.

Un humano, por naturaleza, es miserable, absurdo y banal. La verdadera


misión, antes del suicidio sublime y encantador, es evolucionar y superar esa
asquerosa humanidad. De otra manera, la muerte es tan patética y ridícula
como la vida.

Qué trastornado debe ser matarse a uno mismo por miedo a perderse en su
propia mente, pero es más común de lo que se piensa.

No sé de qué estar más asqueado y decepcionado, si de la existencia de la raza


humana o de haber nacido siendo parte de ella. En cualquier caso, lo más
adecuado y hermoso sería el inefable fulgor obsequiado por el suicidio
sublime.

El amor es lo más cercano a la muerte, pero mucho menos verdadero y mucho


más corrosivo para el espíritu.

Qué complicado parece el intento del humano por tener sentido y por sentirse
superior al resto, y cuán banal y nauseabunda es la manera en que finge
conseguirlo, siempre a través del dinero, el materialismo y las mayores
bagatelas que en su vil y pérdida naturaleza pueden satisfacerle.

El incisivo malestar de existir ya no podía ser contenido mediante la poesía, el


arte o la música. Las fantasías consideradas como beldades de la humanidad
no hacían sino divertirme. Lo más sagrado e importante era una estupidez en
la sordidez de una raza tan pestilente y aciaga cuya reproducción aborrecía.

Los grandes hombres y sus supuestas y geniales contribuciones solo


representan el desesperado intento de lo que está destinado a perecer en la
agonía de su miseria y en el absurdo de su existencia. ¿Cómo tolerar a la
humanidad cuando ni siquiera se acepta dicho concepto en uno mismo?
¿Cómo amar a los humanos cuando no hago sino detestarme todo el tiempo?

Qué irónico... Las personas constantemente se aferran a sus absurdas


vidas, aunque no sepan para qué y por qué; y la vida, al final de todo, solo les
destina la muerte, como si anhelase verse purificada de tan repugnantes
criaturas en el éxtasis de la destrucción.

Cuando el amor más puro se torna eterno es entonces el momento para
glorificar el último encuentro.

Una vez el relámpago del amor alborotó el corazón del poeta suicida, y
entonces tuvo éste el valor y la confianza para poner fin a su desdichada vida.

Inconsciente de su inutilidad, adorador de la banalidad, buscador de vicios y


mundanidad, conspirador de sueños rotos y profeta de la destrucción masiva,
he ahí lo que se persigue viviendo en las actuales mentiras.

Contigo puedo tolerar ser yo mismo, puedo olvidar todo el sufrimiento que
significa existir sin sentido en este manicomio suicida que es mi mente, y
puedo, sobre todo, recurrir a mi intuición para recoger el último de tus latidos.

Los sonidos de las sombras retumbaban en las cavernas de la inmanencia


putrefacta en que se había tornado mi alma. Cada nueva melodía estaba
destinada a oscurecer aún más el complejo enmarañado de diversas
percepciones que se mezclaban hasta fracturar mi vida.

No era nada bueno descubrir qué era yo en realidad, pues los primeros indicios
ya me habían advertido de aquello que enloquecería mis sentidos. Fue
entonces cuando tenté mi destino, palpé mi interior y vociferé cual demonio.

Ante la iluminación momentánea sonreí y creí poder tolerar lo que vería, pero
descubrir mi reflejo en las fétidas catacumbas de la misantropía y el delirio me
condujo a la insania, pues fue así como entendí el horrible monstruo que
siempre había sido.

No existe mayor idiota sobre el mundo que aquel quien cree de verdad en la
humanidad y se ilusiona con cada repugnante emanación de tal pestilencia.

Ese era mi mayor temor, que podría pasarme toda mi existencia elucubrando
acerca de las supuestas verdades universales y supremas, pero, en el fondo,
algo me decía que la única verdad por descubrir era la que mantenía oculta en
mi sombra.

El ritual cambió para siempre mi vida, todo cuanto aconteció en los tardíos
albores perdió su significado y me pareció un vano intento del destino para
alejarme de la muerte. Quizás antes hubiese sido bueno intentar engañarme
por completo y fingir ser como el resto, adoctrinados y estúpidos,
conglomerados irremediablemente al rebaño.

Pero ahora estaría en mí la concepción de una divinidad que, en mi limitada y


patética humanidad, solo podría contemplar para apaciguar los feroces
llamados del suicidio que me atormentaban cuando despertaba y aspiraba todo
ese aroma a mundanidad.

Cuando este mundo pudo ofrecerme no significó nada cuando entendí que la
única verdad asequible en mi estado humano es el hecho inevitable al que todo
converge y del que intentamos tan frenéticamente escapar mediante los más
absurdos engaños: el suicidio.

Me parece que quiero estar contigo porque a tu lado puedo intentar no odiarme
a mí mismo.

Aceptar que se puede amar a una persona y, aun así, fornicar con muchas
otras, sería demasiado elevado para una criatura tan desgastada e hipócrita
como el humano.

Mientras que en la humanidad exista el más mínimo deseo por lo que menos
importa, jamás podrá hablarse de una especie superior.

Tan solo deseaba destruirme a mí mismo de una manera definitiva, de un


modo tan impecable y excelso a través del cual mi alma no pudiese volver a
mí nunca.

Libros, teorías y creencias hay demasiadas y han sido leídas, estudiadas y


defendidas por infinidad de personas, pero realmente esto no significa nada.
La suprema verdad solo se puede hallar dentro de uno mismo, no en las
emanaciones absurdas que el exterior intenta incrustarnos.

La verdad podría ser tan simple como el hecho de existir en la inutilidad más
absoluta, pero esa sería la verdad de un tonto, o un humano. Cuando la verdad
ha sido concebida sin ningún tipo de reflexión profunda o sufrimiento
existencial, no puede ser otra cosa sino todo lo contrario a lo pregonado; esto
es, se torna en una mentira mucho más difícil de desprender que cualquier
otra.

Este es, por cierto, el estado en el que se hallan los humanos; han vivido tanto
tiempo en sus propias mentiras que las han adoptado como verdades y, por
ello, no hacen ningún tipo de elucubración. Y, en conclusión, la humanidad
vive y muere engañada, sin acercarse lo más mínimo a la ínfima iluminación
de sublimidad.

La única pelea que se pierde es la de abandonarse a sí mismo y despreciar la


verdad personal para adoptar la estupidez y la insulsez que imperan en el
rebaño.

Para intentar un verdadero despertar lo primero que debe hacerse es eliminar


las religiones, los gobiernos, las corporaciones, las ideologías implantadas, los
bancos, el dinero, los sistemas educativos y, en general, todo lo que la
humanidad cree como existencia.

Quisiera tener más la habilidad de destruir que la de crear, así podría acabar
con todos los malestares de la existencia humana; o sea, con esta misma.

La soledad y el silencio son los senderos del espíritu más elevado, por eso la
mayor parte de la humanidad vive y muere en el sinsentido y las sombras.

Dejé de interesarme por la existencia cuando entendí lo banal y patético de


cualquier logro o meta, pero pareciera que estos engaños funcionan
majestuosamente en la repugnante esencia humana.

Prefiero destruir que crear. Lo primero me resultaría glorioso y un acto divino,


lo segundo ya ha demostrado ser solo un error asqueroso y miserable...
Extinguir a la humanidad sería compasivo sobremanera, debería torturársele
por su inherente adoración e inclinación hacia lo banal y lo absurdo.

La ciencia y la literatura no son para nada ningún indicativo de superioridad o


intelectualidad en las personas, tan solo son representaciones fútiles de un
sinsentido más considerado de manera más razonable.

Mi felicidad sería la destrucción de la humanidad, incluida, desde luego, la


mía.

Dormir significa una libertad que solo será superada con la primorosa esencia
de la muerte, una conocida solo por los suicidas sublimes.

Lo que más temería al morir sería saber que estoy muerto, pues sé que estoy
vivo y esa es la causa de todo este malestar y desdicha que se transmutan en
agonía bárbara y recalcitrante, en un infinito estado de náusea y melancolía
impertinente.

Posiblemente sea cierto: el amor siempre conserva de los corazones aquello


que los pensamientos no alcanzan a conquistar.

Que la humanidad no es ni será nunca la culminación de la creación, sino el


principio de aquello que la destrucción debería envolver con presteza para
purificar el absurdo de la existencia.

Sostenía algunas querellas internas, pero jamás conseguí convencerme de estar


vivo.

Combinar la filosofía con la poesía tiene cierta belleza, pero nunca la


suficiente para iluminar mi tristeza.

Veía con lamentación y nostalgia cómo los días pasaban y mi inutilidad no


menguaba, pero sabía que mi muerte se acercaba y que ella podría aliviar tan
nefanda carga.

Hoy es un buen día para suicidarse, pues me siento de humor para cumplir mis
sueños y ser feliz como nunca lo he sido.

Es fantástico no ser real, una ilusión cuya magia, sin embargo, no podemos
eternamente saborear.

Lo que más detestaría sería ser filósofo, pensador, poeta o escritor; realmente
me encantaría acercarme lo más posible a ser nada.

Ese es el verdadero error, el creer que el sentido que asignamos a nuestras


vidas es verdadero. No obstante, resulta imprescindible para poder vivir; sin
esa estupidez nada sería tolerable, solo la muerte.

Desear ser como el resto de la humanidad pudiera sonar sensato para los locos,
pero a veces es un respiro en el ilimitado sufrimiento que representa ser
diferente, no ser rebaño, no ser humano... no por completo.

Entonces supe que quería matarme, que ese era el sentido que había decidido
darle a mi vida.

Entre la inimaginable cantidad de ideologías, teorías y creencias que existen


en el mundo la mentira parece ser la más aceptada como verdad.

La banalidad es la magnífica forma en que el absurdo de la existencia intenta


alejarnos del resplandor inefable producido por el inmarcesible encanto del
suicidio.

En la soledad de las penumbras esparcida por la esencia de mi sombría


consciencia pensaba cuán hermoso, poético y perfecto sería el siguiente
momento, cuando perdiese el conocimiento por completo y de mi alma se
apoderase el divino placer del suicidio eterno.

Suicidarse es la más pureza devuelta al ser que la vida le ha arrebatado.

Saber que la muerte también podría ser absurda no es razón suficiente para
permanecer vivo.

Quiero matarme porque esa es la más elevada prueba de amor que puedo
percibir hacia la humanidad y hacia mí mismo.

Quizá los dioses amen a los suicidas, sobre todo a los jóvenes, porque pueden
aceptar tan sublimemente la verdad antes de caer en el absurdo de la
existencia.

Pensar que a veces hubiese deseado haber sido como el resto, una marioneta
más de intrincados acertijos vomitados sobre la decadencia ignominiosa que es
la humanidad. Sí, a veces concluía que yo era un tonto en un mundo donde ser
diferente no servía de nada, donde cuestionarse y reflexionar eran dañinos para
la supuesta felicidad humana. El problema consistía en que yo era un imbécil y
absurdo humano, pero uno que sabía que lo era.

Cuando lo descubrí, ya era demasiado tarde… pero muy probablemente fue


siempre mi destino haber detestado a la humanidad, al mundo y a mí mismo
por encima de todo; por lo tanto, el más sublime acto de amor no pudo ser otro
que el suicidio.

Quizá la vida existencia no era absurda por sí misma, pero la humanidad había
hecho todo para llevarla al estado más putrefacto y decadente.

Realmente, no comprendo el porqué de todas estas blasfemias que me rodean,


pero no queda sino suplicar por el valor para que esta noche sea la última, para
convertirse en el sublime suicida de la poesía divina.

Pobre humanidad, no se da cuenta de la estupidez que impera en sus venas. Y,


más aún, proclama ser la especie más evolucionada sin percatarse de su
miseria y su adoración por la banalidad y el dinero.

VI

Si hay algo que detesto es este mundo y sus habitantes, principalmente en el


que me encuentro conminado a existir.

La muerte no es un suceso por el que haya que lamentarse; al contrario,


debería agradecerse que la estupidez y la miseria de un humano al fin ha
culminado.

Te quería a ti, pero en este mundo resulta dañino enamorarse mientras se odia
uno mismo.

Recuerdo cuando me importaban cosas de este mundo, cuando era tan ingenuo
para creer que se podía ser feliz aquí. Por suerte, la corriente absurda por la
que tanto tiempo me dejé llevar finalmente se ha evaporado.

Esta vez no habrá marcha atrás... En cuanto deje mi habitación y tome la


navaja, se proclamará la más elevada de mis hazañas.

Probablemente podría querer vivir, mas no siendo humano, ni tampoco en este


mundo asqueroso, ni tampoco sabiendo que lo hago.

Quizá sea natural que las personas sean miserables y patéticas, quizá sea esa la
verdad que la estupidez humana se empeña en no discernir.

Por más que me esfuerce me resulta imposible soportar la estolidez y la


banalidad de los humanos, pues siempre superan sus límites más
insospechados de lo absurdo.

Pelear y fornicar... he ahí los dos impulsos sin los cuáles el humano no podría
vivir, y que le son todavía más necesarios que comer y dormir.

Era una inutilidad de la peor calaña, un sacrilegio inconcebible, una


podredumbre sempiterna, una mentira suprema; pero era real, al menos en este
plano, que la humanidad existía y había contaminado este mundo.

No entiendo por qué vivir de este manera, por qué aferrarse a esta decadencia
imperante, a esta putrefacción inmanente, a esta carencia de sentido y de
espíritu. Realmente, no entiendo el porqué de este mundo humano donde
despertar es solo un martirio.

Había algo en los humanos que los hacía ser únicos, que los diferenciaba de
cualquier otra especie, que les impulsaba a seguir adelante en la vida... ese
algo se llamaba estupidez preñada de miseria.

El humano, aunque absurdo, preferiría vivir infinitamente a matarse y


extinguir su blasfemia de una vez por todas.

Existir, no conozco un desperdicio mayor arrojado a los humanos. Debe haber


sido un milagro tal acto, pues solo así puede entenderse tal abundancia de
sinsentido e impureza.

Despertar y saber que esta miseria proseguirá un día más. Esa es la condena
para los suicidas que no aceptan su destino.

Mi pesimismo era la cosa más hermosa que tenía para regocijarme en la


desdicha que significaba existir. Entre más me sumergía en aquel pantano de
depresión y angustia, más tentación sentía por desgarrar la cortina detrás de la
cual se hallaba el suicidio.

Qué poco consiguen razonar y reflexionar los humanos durante su estancia en


este mundo infame. No cabe duda de que para vivir lo único que se requiere es
ser un tonto dispuesto a cegarse; y, entre más pronto, mejor.

En las más odiosas noches donde la pesadez del insomnio abarcaba cualquier
perspectiva, me figuraba si no me sentiría más dichoso siendo como todos
ellos, como el pintoresco rebaño al que tanto detestaba. Sí, aunque me
repugnaba lo miserable que era la sociedad, también sabía que así era mucho
más fácil y soportable existir en este absurdo.

Ahora me desternillo, mientras imagino mi suicidio, al rememorar esas


desesperadas acometidas de una humanidad no extinguida por completo en mi
ser. Por suerte, entendí la estupidez que significaba anhelar volver a la
repugnancia de la que tanto trabajo me costó librarme, y ahora, aturdido y
compungido, solo tengo la opción de morir para salvarme.

Fue entonces cuando supe que no era necesario sentirse bien para continuar
viviendo, fue ese el momento en donde comprendí que la vida no debía ser
hermosa ni el mundo un lugar espléndido. Es más, era todo lo contrario: vivir
era horrible y el mundo asqueroso, pero aún más intolerable que lo anterior
eran los seres que habitaban tan plácidamente esa consagración suprema de
ignorancia y podredumbre en la que se suspendía mi existencia.

Después de todo, no hay algo a lo que no terminase por acostumbrarme...


inclusive acepté el hecho de vivir miserablemente, pues el suicidio era un acto
tan sublime para alguien como yo, tan vil y cobarde.

¿Qué podía hacer, al fin y al cabo? No había otra alternativa sino la


resignación, al menos para mí. Odiaba este mundo, a las personas y a mí
mismo, pero aún no podía morir. Debía vivir, aunque no supiera para qué, pues
mientras no lo descubriese tampoco sabría para qué me mataría.

Si vivir no tenía sentido, ¿cómo podía mantener tan ardientes esperanzas en la


muerte? Debía ser yo un loco o un mendigo, o solamente alguien para quien
vivir se había tornado en un inexplicable martirio.

No esperaba nada de la vida, por eso mismo no me explicaba por qué


permanecía en ella. Quizá porque así somos los humanos: nos acostumbramos
a vivir, aunque no sirva para nada...

Qué absurdas eran todas las actividades humanas, y qué miserable era la
percepción de los humanos cuyos únicos placeres eran el sexo y el dinero.
Pero esto era la humanidad, esto era existir en este mundo pestilente, esto era,
supuestamente, vivir...

Toda esta falacia caerá algún día, y entonces se revelará la verdad suprema en
cada uno de los corazones maltrechos. Los símbolos se apoderarán de la
realidad, la sangre hervirá hasta evaporar la maldad y el amor vendrá para
abrir el cerrojo que a la muerte nos conducirá.

Me pregunto si el hecho querer matarse es una enfermedad, porque para mí se
ha vuelto más como un vicio, al menos en mi imaginación.

Me cansé y me asqueé de los humanos, todos son tan similares, tan banales e
idiotas. Creo que este es el punto donde requiero de una nueva definición de lo
que significa existir sin ser mundano.

La verdad es que me cansé de buscar algo más allá de la esencia humana,


porque entendía que cualquier sendero conducía a la misma miseria mientras
no me suicidase. Además, sería absurdo pretender que seres tan banales y
mediocres como los humanos tuviesen alma o espíritu; por lo tanto, lo mejor
sería olvidarse de ser uno mismo hasta caer en el abismo eterno, hasta
participar en el ritual de la muerte y la justicia.

Estoy estresado, ya no puedo salir a las calles ni tolero estar encerrado. ¿Qué
opción tengo? Si abandono mi habitación tendré que ver humanos, pero si me
quedo la única cosa que me restaría por hacer sería quitarme la vida.

En conclusión, ese era mi problema: no podía seguir existiendo sin una


verdad, sin esa certidumbre que aliviase mi sufrimiento. Incluso si se me
dijese que todo era absurdo como sospechaba, si eso fuese absolutamente
cierto, ya sería algo.

No obstante, la incomodidad de la vida era que ardía en numerosas mentiras y


en máscaras debajo de las cuales solo se refugiaba el vacío y la ironía, pero
nunca la armonía de la verdad ni la más mínima posibilidad de poesía suicida.

Quien ha llevado una existencia absurda, como la mayor parte de la


humanidad, no puede albergar ninguna esperanza en la muerte, no es capaz de
atisbar esa belleza mística y poética que se alcanza únicamente mediante el
suicidio, pues la vida mundana le ha contaminado tanto que se aferra a ella,
aunque se trate de un desperdicio.

VII

Siempre decían que había que vivir, pero nunca estaba claro el para qué.
Paradójicamente, eso era lo que menos parecía importarles a los humanos que
se solazaban con las zarandajas de una existencia miserable y nauseabunda
donde el dinero y el sexo significaban todo.

Era una locura intentar cambiar el mundo, pues éste no quería ni necesitaba ser
cambiado. Dejar que se pudriera en su miseria era misericordioso y mejor aún
era retirarse entre las sombras de un suicidio hermoso.

La habilidad de hablar en la mayor parte de las personas era más bien un


tormento; sí, un verdadero pesar para los que debíamos soportar sus torpes
comentarios y sus vomitivos cuentos.

El asco hacia la humanidad es, inevitablemente, el destino de los espíritus más


enigmáticos.

Lo que verdaderamente me molestaría de morir es la idea de la reencarnación.


Nada más triste y funesto podría concebir que el hecho de retornar a este
mundo patético siendo como todos esos humanos a quienes desprecio y cuya
simple existencia me provoca náuseas y un infinito malestar.

Vivir sin aceptar unas cuántas mentiras era inaceptable... he ahí el gran
problema para este suicida loco de poesía irrazonable.

Parecía ser que todo me fastidiaba y me incomodaba en este mundo, que todas
las personas se tornaban banales y absurdas, que todo por lo que debía luchar
no era sino materialismo, dinero o sexo; en fin, que yo, aunque era humano, ya
no pertenecía aquí.

Me bastó de poco tiempo para comprender que vivir sería una absoluta tortura.
Y aun menos tiempo requerí para solucionar este tétrico dilema, pues todo
aconteció esa noche cuando mi corazón, entre poemas y tristeza, se esfumó.

No sé cuándo se atreverá la muerte a venir y poner fin a esta vida de miseria y


falsedad; pero sé que no estoy dispuesto a esperar hasta su excepcional
llegada, prefiero atravesar la puerta en esta melancólica y definitiva decisión
suicida.

A donde sea que vaya, con quien sea que esté, lo que sea que acontezca...
siempre pensaré lo mismo: vivir es absurdo.

La verdadera miseria, según me parecía durante esta embriaguez de poesía


suicida, era el hecho de no poder rechazar mi existencia, pues entonces sí que
sería inmensamente feliz.

Es inútil intentar cambiar este mundo, y todavía más fútil resulta conocer a sus
habitantes, humanos cuyas mentiras eran tan recalcitrantes que ya ni siquiera
se acordaban de que existía la verdad. Y, en su patética miseria, se sentían
especiales y evolucionados, siendo que todo cuanto anhelaban era banalidad,
vileza, sexo y pedazos de papel con el poder de trastornar la realidad.

No me interesaba ya la humanidad, pero no podía evitar sentirme sumamente


miserable y absurdo por pertenecer a ella.

Los humanos son seres asquerosos y triviales, en verdad es imprescindible


acabar con todos ellos para impedir que su vomitiva esencia permanezca.

Cada vez que intentaba vivir, había algo que me mostraba lo ridículo y
superfluo de tal propósito; ese algo se llamaba verdad.

Posiblemente, comparado con el enamoramiento y el sufrimiento que de él se


deriva, la infidelidad no es algo en absoluto inmoral; por el contrario, hasta
podría ser la cura para la infinita cantidad de corazones destrozados que por
culpa del amor mantienen a sus poseedores muertos en vida.

No importa si me rechazas toda la vida, si te empeñas en lacerar mi agobiado


corazón inflamado por esta pasión siniestra que hacia ti siento. Debes saber,
mujer de labios excitantes y tentadores, que yo te desearé hasta el día de mi
muerte.

Solo quisiera que la última sensación que experimentase antes de ser un


homicida y un suicida fuese la de tu cuerpo y el mío amalgamados por la
eternidad y condenados por esta poética infidelidad.

No quiero decirte de qué manera me enciendes, porque mi imaginación


contigo no tiene parangón. Y es que tus caderas, tus piernas, tus nalgas, tus
senos y tu boca me parecen los más perfectos entre todas las mujeres; no
obstante, tienes ese no sé qué cuya esencia me hace querer devorarte esta
misma noche.

Me dejé llevar por mis sentimientos, ignoré mis instintos; me cegué porque
creía que a tu lado era feliz, que te amaba más de lo que me odiaba, pero, de
nuevo, me equivoqué. No puedo culparte por haberte entregado a tu
naturaleza, por haber deseado estar en otros brazos y probar otros labios. Al
fin y al cabo, esta tumba es ahora solo mía.

Y aunque después de besarte tuviera que renunciar a ti para siempre, lo


toleraría, pues sabría que con ese beso a la muerte mi alma entregaría, porque
permanecer con vida ya no tendría sentido, no querría existir sin anhelar
ninguna otra boca más que el recuerdo de la tuya.

La atracción fue inmediata, inevitable la forma en la cual ambos nos


mirábamos con vibrante deseo. Sabíamos que éramos ajenos, que nuestros
caminos habían estado separados durante mucho tiempo. Pero ahora,
finalmente, nos encontrábamos, ahora podíamos tener un motivo para soportar
la agonía de vivir, para creer que, en otro universo quizás, el destino con
nosotros no había jugado.

Las fantasías del amor distraían mi mente por unos instantes, pero no lo
suficiente como para evitar mi muerte.

Así culmina una pequeña porción de las inquietudes de un espíritu


atormentado por la existencia y sus diversas vertientes cuya convergencia no
es otra sino el sufrimiento.

Ya no quería hacer nada, tan solo mantenerme alejado del mundo y sus
habitantes, de todo este caos blasfemo para el cual no tengo otra cosa más que
predicciones decepcionantes.

¿Sería mucho pedir que el suicidio llegase hoy? En verdad no podía saberlo,
no dependía de mí la elección, pero estaba ya muy cerca, tanto que hasta
toleraba seguir viviendo.

El suicida no tiene razón más elevada para matarse que el amor hacia una
existencia que aparentemente cree odiar, y que, por ello mismo, a través de su
muerte, se aferra en purificar, pues comprende lo banal y absurdo de la esencia
humana.

¿Qué era entonces la verdad? ¿No era acaso lo que yo quisiera que fuera?
Acaso amor, infidelidad, adulterio, homosexualidad, lesbianismo, incesto,
homicidio, odio, suicidio, vida, muerte, destino, incertidumbre y,
humanamente, mentira.

El posible sentido de la vida, de existir, no es otro que la muerte, pero es


posible que incluso esto último tampoco tenga realmente sentido.

El punto de vista, el punto desde el cual el observador percibe, hace de lo


estocástico algo determinístico, limita a la consciencia del espectador los
sucesos. Por ello, tanto la vida como la muerte no existen en realidad, solo son
consecuencias de nuestra percepción mental. Así, la muerte de un ser es real
para todos, menos para él.

Finalmente, creo que entiendo mi sufrimiento, y estoy dispuesto a aceptarlo.


Sé que en el actual estado de evolución humano no podré nunca saber si la
existencia tiene o no un sentido, puesto que muy probablemente solo estoy
aquí y ahora para existir sin cuestionar. Pero mi percepción me indica que tal y
como vive actualmente la humanidad lo más seguro es que nos estemos
alejando del punto medio entre el sinsentido y el sentido.

Hoy quise ser yo mismo, quise olvidarme por un momento de tantas


cavilaciones y enigmas que a nada me han llevado sino a la locura y a la
placentera idea del suicidio. Hoy, pues, quise ser humano, quise existir
estúpidamente y tener una prueba de cómo es estar muerto, y, por ello, aunque
sea lo más banal y ridículo de este mundo, por ello solamente es que decidí
enamorarme.

Preferiría haber sido nada en vez de existir, si tan solo hubiese tenido la opción
de elegir...

VIII

Quien nunca se haya enamorado realmente no conoce la sensación más


cercana a estar atrapado entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, entre
el cielo y el infiero. La incertidumbre y la desesperación que se apoderan del
alma en tal estado, estoy seguro, no tienen nada que ver con algo de este
insulso mundo.

Solo la destrucción podrá purificar la repugnante manera en que la humanidad


ha sido adoctrinada para abandonar la inefable búsqueda del conocimiento que
tan olvidada está hoy a cambio de la mayor falacia conocida como dinero.

Sí, era un hecho: el nivel de adoctrinamiento que abundaba en la sociedad


había sobrepasado los límites, tanto que las personas adoraban y defendían a
aquellos mismos quienes los esclavizaban y corrompían.

Aceptaré que el mundo es un lugar hermoso para vivir el día que no existan
religiones, gobiernos, multinacionales, mafias, bancos y demás basura. Y
también cuando deportistas, cantantes, actores y demás ridículos no sean
alabados ni ganen millones. Pero sé que ese día jamás llegará, porque este
mundo es solo la culminación de un sistema nefando que busca únicamente el
control de las masas para el enriquecimiento de los poderosos y sus perros.

Este mundo es el nuevo orden donde los ricos serán eternamente reyes
mientras los pobres acepten ser eternamente esclavos.

No hay mejor método de control social que una mentira mundial propagada
por todos los gobiernos, medios de comunicación, instituciones, entre otros, y
que, además, es considerada como una verdad absoluta. Y que mejor si esa
mentira causa miedo, tanto como para que las personas renuncien a su libertad
y crean que aquellos mismos quienes han orquestado tan siniestro plan son
quienes luchan para ayudarlos.

La manipulación y el miedo, en conjunto, son el instrumento perfecto de los


gobiernos y los amos del mundo para hacer fehaciente su poder sobre la
población. Ahora ellos pueden privar a las personas de su libertad cuando lo
deseen utilizando como pretexto cualquier mentira esparcida por los medios y
encasquetada en el inconsciente colectivo por la fuerza.

Lo más irónico de todo es la facilidad con que las personas aceptan que estos
gobiernos absurdos decidan por ellos y les priven de su libertad. En fin, no
quedará más sino observar con tristeza como ellos ordenan y la mayor parte
del rebaño obedece. Ellos dirán, al final de todo, que salvaron a la población y
que merecen reconocimiento; así es como consiguen perpetuar su poder.

Lo que debería hacerse, según veo, es salir a las calles a protestar, a luchar por
la libertad y decir absolutamente no a todo aquello que el gobierno orqueste.

Ningún gobierno es bueno, eso debe saberse de antemano. Todos tienen el


mismo origen sin importar si son de izquierda, derecha o cualquier variación.
Todos, en el fondo, provienen de la misma raíz y son solamente títeres de
banqueros, empresarios, sectas y demás personas quienes dictan lo que debe
ocurrir en el mundo.

Hay una agenda, de eso no me cabe duda, que busca a como dé lugar el
control absoluto sobre las masas para perpetuar este sistema absurdo que tan
erróneamente se ha llamado hasta ahora civilización.

Así como ningún gobierno es adecuado, pues todos son únicamente títeres de
gente poderosa, ningún sistema económico-social resulta bueno en el fondo.
Veamos: socialismo, capitalismo, comunismo, entre otros, no son sino parte de
esta pútrida y repugnante argucia. El nombre es lo que cambia, pero los
resultados siguen siendo horripilantes.

¿Acaso se ha conseguido eliminar el hambre, la pobreza, la explotación, la


trata de personas, los asesinatos, el narcotráfico o las violaciones? ¿De algo
han servido estos sistemas impuestos por la élite para regir sobre el pueblo?
¿No sería sensato que el humano despertase de una buena vez y se percatase
de que lo quieren mantener dominado a como dé lugar?

Hasta que no luche por una auténtica libertad y por un mundo sin religiones,
gobiernos, bancos, multinacionales y élites que busquen enriquecerse a costa
de cualquier cosa jamás se podrá decir contundentemente que se ha
evolucionado como sociedad.

Sé que somos cada vez más los que despertamos, los que nos oponemos a que
las élites y sectas que controlan este mundo mediante los gobiernos, las
multinacionales, los bancos y las religiones se fortalezcan. Constantemente
somos atacados por aquellos a quienes intentamos despertar, pero seguimos
firmes. El camino hacia la auténtica libertad y la concepción suprema no es
fácil, pero no estamos solos.

Pareciera que somos pocos, que nuestra voz no es escuchada, que pueden
desaparecernos cuando se les antoje. Sin embargo, tenemos algo que ellos no
tienen, algo aún más poderoso que el dinero, la manipulación, el miedo, el
materialismo y la avaricia, tenemos lo único que permanecerá cuando,
finalmente, los funestos y asquerosos muros de esta realidad ficticia se hayan
derrumbado.

Sí, nosotros tenemos las tres cosas que nos harán triunfar en el apocalipsis de
la última revelación: amor, espíritu y, sobre todo, la gran verdad.

El cambio verdadero significa renunciar a todo lo que conocemos como


civilización y derribar, de una vez por todas, desde la base, esta asquerosa y
corrupta realidad que nos han obligado a aceptar desde que nacemos. Sé que
ha pasado bastante tiempo desde que ellos han reinado, pero ya es momento de
despertar, de entender que el dinero y lo material no significan nada.

Es tiempo de escuchar la voz de nuestro interior, de seguir la divinidad de


nuestro corazón y de entender que no habrá otra manera de obtener nuestra
libertad sino únicamente destruyendo todo lo que es el mundo actual. Y, una
vez enterrado todo lo que hoy es, vendrá la purificación y la construcción de
un mundo nuevo a nuestro modo, donde no exista el dinero ni la
manipulación, donde todos podamos ser auténticamente libres y disfrutar del
amor, la paz y, sobre todo, de la verdadera razón por la cual estamos aquí: la
evolución.

Si no destruimos antes todo lo que hoy existe, no servirá crear un nuevo


mundo, pues las mismas raíces siniestras que hoy han contaminado la vida
volverán a envenenarlo todo, y reinará nuevamente la avaricia, la absurda
necesidad de gobernar a otros y el dinero.

Seremos menos los que habitaremos ese nuevo mundo ahíto de paz, amor y
dulzura, pero seremos suficientes, seremos los que estemos dispuestos a
purificar nuestro ser de esta vomitiva y actual humanidad.

Crear un mundo perfecto está muy cerca de nuestras posibilidades, lo único


que debemos hacer es decidirnos y seguir la voz de nuestra alma, que suplica
hambrienta por amor y esperanza.

En cuanto aceptemos que queremos evolucionar y edificar un paraíso en


donde podamos vivir pacíficamente, entenderemos asimismo que antes de
lograrlo debemos primero destruir a todos los gobiernos, las religiones, las
multinacionales, los bancos y, principalmente, a las élites que controlan todo
lo antes mencionado.

Por supuesto, el dinero también debe desaparecer para no sembrar la avaricia


en la mente humana. Y, una vez que esto se haya conseguido, puedes estar
seguro de que el mundo perfecto estará frente a tus ojos.

Luchemos ahora por nuestra libertad, o vivamos eternos siglos más de


esclavitud mental y control social. Somos más, pero tenemos miedo. Somos
quizá pocos, pero tenemos amor. Somos algo más que dinero y materialismo,
pero nos hemos olvidado cuál es nuestro verdadero destino en esta realidad: la
evolución.

No dejes que se apague el brillo de tu alma, mejor comienza a visualizar un


mundo perfecto donde todos nos amemos entre sí. Si te gustaría pertenecer a
él, despréndete de tu dinero, quédate solo con lo elemental y ayuda a quien lo
necesite. Si haces eso, quizá sientas que no obtienes una recompensa en este
mundo, pero habrás evolucionado en un sentido mejor: en el magnificente
mundo que habita en el fondo de tu corazón.

Es cierto que un cambio absoluto no se conseguirá hasta que la mayor parte de
la humanidad haya despertado. Pero se puede reducir considerablemente el
tiempo si se elimina a quienes se opongan a hacerlo junto con el sistema que
intentarán proteger mientras nosotros lucharemos por destruirlo.

A veces creo que me amo demasiado como para no odiarme también en igual
grado. He ahí la contradicción que me limita y me trastorna, la que me acerca
al suicidio para buscar la divinidad que en vida se torna improbable.

Constantemente me pregunto cómo seré sin este cuerpo… ¿qué clase de


apariencia tendré? Quizá sea un monstruo, o puede ser que sea… un dios,
incluso ambos. Solo estoy seguro de que, más allá de lo terrenal, debe haber
algo en mí que no es como en el resto. Sí, algo así como un tinte de locura
maravillosa y suicida que me parece lo más cercano al amor.

Por eso, a veces fuera y otras dentro de mi humanidad, me he detestado tanto


que ya estoy cansado de este absurdo divagar entre el olvido y el hastío de una
existencia tan banal.

Podía escuchar las voces de los iluminados y los oscuros retumbar en mi


cabeza, solicitando atención y luchando por imponer sus designios. ¿Quién era
yo para negarles el cromático poder? ¿Acaso no estaba ya extinto mi auténtico
ser interno? Sería más sensato dejarse llevar, alimentar sus deseos y renacer
para aniquilar la última parte de mí que continuase perteneciendo a lo que fui
desde mi nacimiento.

Aprovechaba de esos instantes en que descendía hacia los abismos de la


muerte, pues en las cumbres de la vida me resbalaba ante el menor intento de
avanzar.

La desesperación de existir es, sin embargo, solo equiparable a la tortura que
implica el constante pensamiento del suicidio para librarse de ella.

IX

El mundo, la humanidad y todo lo derivado de ella, incluyéndome, no hacían


otra cosa sino asquearme hasta el punto de pensar solo en la muerte como el
único remedio a tan atroz desvarío.

¿Hasta cuándo seguiría resistiéndome y soportando esta agonía? ¿Hasta


cuándo aceptaría, finalmente, que la existencia humana no tenía ningún
sentido y que mi alma solo era una vil patraña?

Tantas cosas había cuestionado, de tanto me había asqueado con el paso del
tiempo. Y ahora, cuando creía haberme desprendido de las inmundicias que
habían contaminado mi mente desde que creo existir, al fin el suicidio me
llama y se apiada de mí.

Cuánta falsedad imperaba en la absurda sociedad humana, cuánta estupidez


abundaba en las frágiles mentes de las personas, quienes aceptaban todo
cuanto los gobiernos, las religiones y las empresas multinacionales les
dictaban.

Lo más patético en el humano no es el sinsentido de su existencia, sino la atroz


forma en la que se aferra a su estupidez e ignorancia.

Si tan solo hubiera un motivo para existir, si únicamente tuviera el deseo de


luchar. Pero ¿para qué? ¿Cuál sería el objetivo? La humanidad estaba acabada,
pues ninguno de esos humanos quería aceptar que la única cosa sublime en
esta mentira sistematizada era la fragancia sublime de la muerte alada.

Y es que, aunque hubiese miles de motivos por los cuáles vivir, la


desesperación y la angustia de existir habían ya marchitado mis esperanzas en
esta patética danza de tercera llamada vida.

Lo único que yo sabía era que, si había más días como este, si había más días
en los cuáles esta sensación asfixiante crecía sin cesar desde el interior de mi
ser, si había más días en los cuáles este vacío y asco no menguasen ni un
momento, entonces no me quedaría de otra sino suicidarme.

Todo lo que ahora experimentaba era mera estupidez. Al fin y al cabo, sabía, y
esto me proporcionaba una felicidad espiritual, que toda la agonía y le
hartazgo, el desamor y la desesperación en mi interior se tornarían tan triviales
cuando en el agua ahogase mi alma.

Era tan simple como eso: una bala en mi cabeza haría que toda la basura que
conocí como mi existencia se tornase irrelevante.

Quizás ese era el destino de todos los seres de este mundo: la absurdidad. No
obstante, muy pocos conseguían reflexionar a un nivel tan etéreo como para
aceptarlo.

Y, aunque aquel era el sendero para horadar en la perdición más absoluta,


también sabía que no quedaba otra alternativa para un ser hastiado de existir
como yo. Muchas fueron las contradicciones que dilapidaron mi infame
destino, pero ahora he soltado todo lo que siempre amé y odié. Una vida joven
y absurda que se termina pronto es lo que expira en este lúgubre poema, y una
nueva fantasía para recordar que no he muerto todavía.

Quizá todo sea solo azar simplemente, pero los humanos tienden a creer que
sus existencias son de algún modo especiales. Al final, solo basta contemplar
este mundo para saber lo absurdo y patético que es toda esta infame creación.

Ahora ya me despreocupo, creo que hasta acepto mi miseria, porque sé que, en


el fondo, ese es mi triste destino. Y no solo el mío, sino el de todos los
execrables seres de este planeta. Ahora solo me divierte ver como las personas
intentan tan frenéticamente luchar por algo, cómo se aferran tan
desquiciadamente a una vida que ni siquiera les pertenece y que solamente
tiene por simple casualidad.

Se que las personas piensan que yo estoy mal por pensar como lo hago, por no
apreciar la vida y lo que me rodea. Pero ellos nunca lo entenderían, nunca
sabrían lo que significa ese vacío al final de la intensa búsqueda en el desierto
del espíritu.

La humanidad es solo un gran error, y su existencia una mera insensatez.


Maldita sea la hora en que el cúmulo de casualidades convergió en esta
supuesta realidad que parece más bien una prisión eterna de inmundicia y
miseria.

¿Por qué había de serme tan difícil existir del modo absurdo en que lo hacían
todos? Yo no era diferente, ni siquiera quería vivir. Era solo que había en mí
una sensación de profunda desesperación y hartazgo que me atosigaban a cada
instante y que me hacían imposible continuar respirando.

Varias veces ocurrió que las garras del olvido me apretujaban más de lo
normal, y el único auxilio al que podía recurrir era el dulce sabor del suicidio.

Las venas ensangrentadas eran solo una mínima prueba de la angustia y la


locura que reinaron en su ser, pues el verdadero tormento al fin había
culminado cuando se entregó tan placenteramente al suicidio.

Nada más aburrido y patético que la existencia, y nadie más torpe que el
humano para aferrarse a su propia miseria y sinsentido.

Pareciera desolador en primera estancia, pero al final es tan liberador y natural


como la muerte misma el que toda esta argucia llamada existencia no sirva de
nada.

Más allá de las banales concepciones humanas, ¿qué sentido tiene la


existencia? Quitando todos los elementos que el exterior nos impregna, todas
las personas que creemos importantes, todos los sucesos casuales que creemos
especiales y, en especial, si no existiera el sexo, ¿qué habría entonces que
impidiera el suicidio masivo de toda esta raza de humanos? Si aun con eso
resulta ideal matarse, creo que la respuesta es obvia.

Los días seguían su curso, pero yo ya no esperaba nada de nadie, menos de la


existencia. No creía en nada, mucho menos en mí, y no me hacía falta. Estaba
raro, harto de todo y sin deseos de siquiera despertar. Pasaba los días tirado en
la cama, contemplando el vacío al cual me entregaba cada vez con mayor
placidez.

Y, en una de esas ocasiones donde el asco de existir superó todos los límites,
decidí tomar al fin la navaja y rasgar con absoluta felicidad y por amor propio
mi acongojada garganta.

No tengo la concepción de algo más divino que el hecho de suicidarse, eso sí


que resulta puro y ajeno a la humanidad tan sórdida que nos envuelve. Porque
suicidarse es aceptar el sinsentido de la existencia y la imposibilidad de un
entendimiento supremo en el actual estado del ser. Entonces, si no ha de
conseguirse la tan anhelada sabiduría, ¿qué sentido tiene continuar viviendo?

Muchas teorías, creencias y dogmas, pero nunca nada certero que reavive la
llama casi extinta en mi lastimado corazón.

Decepción es la cara de la verdad cuando se han explorado las tediosas facetas


de una vida absurda donde la repugnancia interna ha conquistado el temor a la
muerte.

Entender que nada tiene sentido es solo el principio del verdadero tormento.
Pues la máxima aflicción viene cuando se reflexiona sobre la continuación de
este pésimo viaje.

Ni siquiera el suicidio podía ya desprenderme del fastidio ocasionado por la


desesperante condición de la existencia humana.

Y, con todo lo que se ha dicho, la vida continúa sin tener una razón
lógicamente convincente por el cual deba ser experimentada. De hecho, entre
más se permanece en ella, más triviales y aburridos de tornan los sucesos que
la conforman y a los que se ve sometido el ser.

La incertidumbre consume el espíritu más profundo y corroe la felicidad


menos humana. Irremediablemente, siempre se ha de llegar al vacío donde
ningún engaño resulta ya aceptable. Es entonces cuando solo resta una cosa
por hacer: dejar de existir.

Entre todas la combinación de infinitas probabilidades, aún sigo lamentando


aquella que hizo posible mi vida. Y es que podría ser soportable que existiera
la humanidad, el mundo y toda esta miseria, siempre y cuando yo no hubiese
existido nunca para conocerla.

Detesto pensar que algo o alguien más eligió acerca de mi existencia. Pero no
puedo evitar sentirme peor cuando considero que yo mismo fui el culpable de
esta tragedia. Se menciona comúnmente que cada uno eligió venir aquí en las
circunstancia actuales. Yo creo que debí haber estado ebrio en ese estado
previo como para tomar tan mala decisión. Pues, indudablemente, ¿qué
motivos habría para existir aquí y ahora?

La destrucción de este mundo no podría ser más oportuna, solo así emergerá
de las profundidades una especie de existencia auténticamente divina.

Había salido esta noche con la esperanza de no volver nunca a esta deplorable
habitación donde me podría entre el tabaco y el alcohol, y es que solo así
podía mitigar un poco la intrínseca necesidad de quitarme la vida. Y había
salido para entregarme al vicio, a la locura y a mis más hermosos y sublimes
deseos, los del suicidio.

Abandonar cualquier esperanza, no creer en nadie, no esperar ya nada; pero,


sobre todo, no anhelar un futuro. Esa es la manera de vivir menos dolorosa que
pueda existir.

No oponerse al flujo, permitir que el río siga su dirección natural. Esa es la


verdadera sabiduría que tantos se niegan a aceptar.

Enamorarse de quien ya es feliz con otra persona es para un poeta suicida el


más complejo y absurdo enmarañado de emociones y sentimientos, pues no
hay otro final que la locura y la desgracia.

Bien sé que no hay otra puerta por cruzar, pero aún me aferro ilusamente a las
etéreas divagaciones a través de las cuales alucino con un estado inefable en
mi atropellado destino.

Pobre humanidad, tan hipócritas y endebles son las bases sobre las cuales ha
constituido su existencia, tan pútrida es la manera en que ha sido dominada
por sus propios vicios y delirios. Su destrucción es indispensable para labrar
un mundo donde reine la paz, el amor y el bienestar.

Este estado tan extraño en el que se ha sumergido la tenue luz de mi alma no


podría ser mitigado por otra cosa que no sea el suicidio.

Presiento que se acerca el apocalipsis donde el fénix sublime encenderá la


hoguera con su resplandeciente halo de magnificencia. Y yo me arrojaré en su
búsqueda, aunque bien sé que el resultado será desastroso, pero eso es
exactamente lo que quiero.

Consumirme al máximo, despedazar cada parte que conforma el falso


engranaje que ahora me mantiene vivo, ser yo de una vez por todas… ¡Eso es
exactamente lo único que jamás conseguiré, y lo único que quisiera!

Irritantes son las noches donde la agónica pesadilla de suicidarme no se


consuma, pero continúo firme en mi propósito, pues la insensata marea de la
existencia no me acerca ya a ninguna isla donde poder reposar hasta apaciguar
este tremebundo malestar.

Hoy en día no existe término medio: están aquellos que luchan por
incrementar su terrenal fortuna y aquellos que luchan por no morirse de
hambre.

Tanto buscamos el sentido de la vida que, quizá cuando finalmente creamos


haberlo hallado, éste desaparecerá por completo.

Humanos tratando de amar son tan carentes de sentido como lo es el estar aquí
y ahora, descifrando si es real el pensamiento más adyacente a los
sentimientos.

Muy probablemente para las personas comunes enamorarse sea una necesidad,
pero para aquellos que aún conservan sus almas enamorarse es el mayor
peligro al que deban enfrentarse.

Si las personas que ostentan poder y riqueza quisieran, podrían terminar con la
pobreza y los males terrenales del mundo el mismo número de veces que las
grandes compañías y los gobiernos corruptos han contaminado la existencia de
la humanidad y la naturaleza.

El mundo es ahora un mejor lugar, aunque solo para los que pueden pagarlo.

Tal vez cuando creamos finalmente haber encontrado el sentido de la


existencia, careceremos instantáneamente de nuestro anhelado reflejo.

La miseria humana no es comparable a la que debe sentir cualquiera que


quisiera alojarse en nuestro planeta.

Me sentía sorprendido al saber que, por el periodo de tiempo más ínfimo,


todos podríamos ser reales por una vez en nuestras vidas… pero solamente en
la muerte.

El problema no es si dios existe, el problema es si a dios le interesa existir.


Cualquier intento de cambiar el mundo, por banal que parezca, vale más que
todo el dinero que hay en él.

Ha llegado ese cruento momento en que todo pierde su sabor: las flores se
marchitan, el sol se oscurece, las montañas se empequeñecen, los pájaros
callan, los planetas se detienen, el universo colapsa, pero mi alma al fin es
libre…

Hay momentos inciertos en los cuales estoy aterrado de mi mente, son


amargos y sutiles momentos de oscuridad, esquizofrenia y soledad; me
consumen, me muerden, me espantan, y, paradójicamente, solazan este extraño
sentimiento cada vez que imagino no ser yo mismo.

Me da gusto haberte conocido, al menos eso puedo llevarme con mi muerte: tu


eviterno recuerdo y la sensación de una dulce fragancia que tus labios
impregnaron en mi alma la primera vez que te besé.

Y, aunque comparado con tantas cosas, nuestro encuentro será solo un suspiro,
será el más profundo que haya existido.

La noche con mi muerte acaecía, dejándome finalmente escapar de esta


luctuosa fantasía denominada vida.

El humano no está diseñado para permanecer en un estado tan miserable. El


problema es que la sociedad misma le envuelve dentro de un capullo
execrable, el cual le aporta un efímero bienestar, pero nada se compara a la
grandeza de ver más allá.

Por supuesto que este mundo es un lugar hermoso, el más bucólico de todos…
Si tan solo no existieran los humanos.

Entre más se intente crear consciencia en los despojados de auténticos sueños,


más cerca se estará de perder la razón.

Sin importar qué color intentase para matizar la existencia, ésta siempre se
tornaba gris y aciaga, como un demonio al que le molestase ser perturbado.

Me pregunto si elegimos la vida, porque creo que he hecho la más absurda e


insensata elección al aparecer en esta famélica mentira matizada de
experiencia.

Pensé que quería vivir, luego supe la verdad sobre la vida.


XI

Supongo que la existencia humana, sin importar cuánto se le intente adornar,


siempre será una agónica tristeza, una irremediable broma de mal gusto, una
trágica ofensa para el cosmos.

Parecía que había sido un día exactamente como este cuando nacía, pero esta
vez solo cerraba los ojos y, entre los aleteos misteriosos de una naturaleza
oculta, mi esencia finalmente consumaba la sublime entelequia.

Mi humanidad se tambaleaba cuando tus ojos resplandecían con ese poder


embriagador, mismo que me hacía terminar entre tus símbolos y devorando
algo más que tu mensajero.

No había otra elección cuando al fin creía haber despertado: si no me


suicidaba, enloquecería tan pronto como aceptara estar vivo.

Te amo con una extraña locura, tan inhumana y sublime que desfragmenta mi
propia naturaleza.

Lo que más desprecio en mí es mi humanidad y la inutilidad con que devora


mis ideas.

La idea de morir me embelesaba, pero también me hacía estremecer con


infinito terror, pues detestaría tener que vivir de nuevo tras haberme ilusionado
con la hermosa despedida que tanto añoraba conocer.

Por salud he creído que el humano no es real, por enfermedad he sabido que su
trivialidad ha trascendido mi imaginación.

La muerte, para la mayoría, es solo el fin del inmenso cúmulo de estupidez


que esparcieron en su inmunda y patética existencia, pues en realidad no son
dignos de ella. Sin embargo, para una minoría, tal vez de uno, la muerte es la
consagración de la verdadera libertad.

La miseria del humano ha evolucionado a tal grado que hasta lo más virtuoso
resulta en él solo una triste y absurda ironía.

Esta existencia es solo una tragedia; demasiado frágil para exigir mucho de
ella y demasiado insignificante para que algo valioso pueda subsistir en su
contorno.

Estoy desesperado por morir, la vida me asfixia, pero no me deja ir.


Lo único que me hace seguir vivo es el delicioso sabor que tiene para mí la
afrodisiaca y exquisita adulación del suicidio.

¿Puede haber algo más incongruente, trivial y aciago que la insoportable


verdad acerca de la pestilencia infinita que denota la existencia humana?

Parecía un tonto mientras me hallaba al borde de aquel edificio, elucubrando si


saltar o no, aunque ya me hallaba cayendo y a la vez atisbando la hipocresía y
la mentira, símbolos de la corrompida y aciaga humanidad, la cual se hundía
plácidamente en la fatalidad de una moral ficticia y en la adulación de un
materialismo enfermizo, en un falso sentido de todo lo ilusoriamente existente.

El silencio, catarsis que pasó a ser un mito en un mundo preñado de


estruendosos humanos, donde los más vociferantes sonidos delataban la
pobreza de la existencia trastornada.

Sabía que el malestar ocasionado por el sinsentido de la existencia y la


decadencia de la humanidad progresaría hasta fundirme entre sus matices
embriagantes.

Quizá vivimos como suicidas, pero, de otro modo, estaríamos muertos en vida.

Conforme comprendía la sofocante condición de esta insulsa prisión y


asimilaba la repulsión que los humanos acondicionados a mi alrededor me
producían, me recostaba y me hundía en el eterno mar de la ensoñación, uno
tal que imposible me sería poder nadar hasta el impaciente final.

La única esperanza que aún mantengo en este anodino mundo es despertar de


esta fatídica pesadilla impuesta como vida.

Llegué a considerar que el verdadero milagro era que las personas pudieran ser
tan estúpidas como quisieran, pues de ese modo el vacío y el absurdo que
imperaban en sus vidas aciagas jamás por ellas podría ser dilucidado.

Al fin podría decir adiós a una sociedad donde la libertad era un pecado y la
felicidad una antigualla, adiós para siempre a mi triste humanidad.

Preferiría nunca haber existido que estar consciente de pertenecer a una


ridícula y adoctrinada raza de seres cuyos espíritus han sido extirpados, y
cuyas vidas son la insignificancia y la intrascendencia llevadas al extremo.

¿Qué era la humanidad sino solo la expresión de una equivocación divina, con
su evidente e impresionante carencia de talento, ausencia de intelecto, falta de
intuición, omisión de sentido común, escasez de raciocinio, estrechez de
genialidad y depravación de la sublimidad?

Desprecio a la raza humana a causa de su despampanante estupidez, y lo


confieso: hubiera preferido no existir nunca que ser humano, tan maldita y
asquerosamente humano.

Era simplemente que no quería seguir viviendo, aun si se me proporcionase la


locura como remedio.

Toda criatura en esta falaz existencia, por muy nefanda que parezca, me
regocija, excepto el humano; ese es grotescamente miserable y absurdo se le
mire por donde se le mire.

De todos los humanos, ninguno es realmente digno de su muerte; sería


preferible que se quedaran por siempre en este infierno tan adecuado para ellos
y su estupidez viviente.

Afortunadamente la belleza también se ha inculcado como apariencia y


adoración externa, pues evidentemente nadie se enamoraría de nadie si se
intentase apreciar la inexistente belleza interna.

Si pudiera elegir a un humano para que el mundo comenzara de nuevo,


elegiría a aquel que quisiera morir más rápidamente.

Y es que tal vez la miseria humana y su efímera duración sean las pruebas
contundentes de que algo divino existe, pues a nadie se le ha otorgado la
agonía de vivir eternamente en tal sacrilegio.

La muerte: única faceta realmente preciosa y diferente a la insípida banalidad


del humano.

La raza humana, pese a sus estúpidos y absurdos intentos por tener sentido, no
está destinada a grandes cosas.

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