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La Execrable Esencia Humana
La Execrable Esencia Humana
Arik Eindrok
Para Rous,
la única razón para no estar triste
en esta existencia absurda
La execrable esencia humana
torna, una y otra vez, a la existencia
en algo desmesuradamente miserable
Lo mejor que podría ocurrirle a una raza tan despreciable como la humana es
la extinción. De su destrucción podría originarse un nuevo mundo, una vida
hermosa y un bienestar absoluto. Y es que, entregados por completo a lo
absurdo, lo material y lo económico, hambrientos de poder y de dinero, los
títeres han perdido el rumbo y el sentido de cualquier sublimidad.
Por desgracia, me vi obligado a vivir entre humanos; por suerte, logré morir
joven para descansar entre bellos demonios.
Soñar para vivir, vivir para morir, morir para evolucionar, evolucionar para
destruir, destruir para crear, crear para nacer, nacer para soñar.
Era bonito imaginar que, al morir, nunca más tendría que preocuparme por
averiguar quién era yo en esta tétrica ironía llamada vida.
Bastó de una noche para entender que yo no era esa apariencia que el mundo
había creado en mi consciencia, para quemar cada máscara debajo de la cual
se hallaba encarcelada una gota de la sombra y de mi esencia. Y, a la mañana
siguiente, mi percepción ya no era tan sofocante, sino un bello lienzo donde
los ángeles cantaban con un ritmo perfecto y yo me hallaba devorando la
garganta de cada uno de ellos.
Esa comprensión fue rara, pero no conseguía verme más como humano, tal
vez por eso decidí emanciparme y desprenderme para siempre de este pesado
y monótono espejismo idealizado.
Nadie ama tan solo por amor, se necesita una implicación de otros factores que
rebajen dicho concepto al nivel en que el humano pueda experimentarlo más
como un objeto y no como lo que realmente es: una quimérica defunción.
Destino y libre albedrío eran solo conceptos vagos que en el mundo humano
se utilizaban para no vislumbrar la armonía detrás de cada destrucción y la
tristeza de un nuevo amanecer en la construcción de los ciclos eternos.
Casi todos están seguros de existir, es normal. Pero casi nadie intuye lo que
yace debajo del velo de la sombra que no se atreven a liberar con tal de no
hacer a un lado su humanidad; no ser uno mismo parece circunstancial.
Sé que sigo siendo humano, que mis cualidades físicas y mentales me impiden
la trascendencia hacia lo divino; no obstante, forjaré en mi espíritu la fuerza
requerida para evolucionar en la era sibilina.
Pero lo que realmente lamentaba era haber existido, pues sabía, con zozobra,
que ya no había marcha atrás; que, aunque me matase, eso no borraría mi
existencia en el todo universal.
Olvidarme de mí mismo no era una opción estando vivo; pues muy bien
suponía que abandonarse era imposible, que alejarse no era una alternativa en
un sitio donde el tiempo era una trampa de la sempiterna mentira.
II
Así era el mundo en donde había sido obligado a existir sin desearlo, ese
odioso lugar en el cual ya no quería despertar en las mañanas y me molestaba
tener que continuar en una pesadilla ahíta de hipocresía y falsedad, infestada
de absurdos humanos que existían solo por repugnante casualidad.
Han sido alteradas las nociones básicas de nuestra mente para ser
reemplazadas con construcciones absurdas y deplorables de la pseudorealidad,
mismas que fácilmente pueden ser aceptadas en nuestro interior como
verdades hasta nuestra patética muerte.
Otro día más en el contradictorio mundo de los humanos, otra vez soportar sus
conversaciones sin sentido y sus metas banales. De nuevo lo mismo: despertar,
desayunar, trabajar, comer, volver a trabajar, cenar y dormir; de nuevo toda esa
basura absurda tan solo para nada.
Sería ideal nunca haber existido, pero ya es demasiado tarde. Ahora, por lo
menos, debo poner fin a este martirio, debo dejarme caer en el vacío y unirme
al único y verdadero destino.
¿Es realmente una obligación tener que existir en este mundo donde para nada
me hallo contento? Me pregunto quién decidió que yo debía estar aquí, tal vez
yo mismo. Y, si fui yo quien así lo quiso, entonces debería haberme vuelto
loco de remate para atreverme a venir a este vomitivo precipicio.
La felicidad propia solo tiene que ver con el nivel en que uno acepta lo que
otros han impuesto como la supuesta felicidad social.
Entiendo que hay humanos brillantes, muchos más en el pasado que ahora;
pero, aun así, no vale la pena continuar perpetuando esta equivocación sin
sentido en la cual la mayoría solo contribuye a contaminar todavía más esta
triste esfera.
Para que me sintiera feliz tendría que rehacer este mundo un millón de veces.
Además, el requisito principal sería el exterminio de la raza humana y todo lo
que tenga que ver con ella. Desde luego, esto implicaría aniquilarme a mí
también, y eso sería ideal, pero ya no lo contemplaría. Por eso digo que mi
felicidad es a la vez imposible y también bella, porque el sacrificio aliviaría
los dolores de esta era.
Es evidente que todo en esta existencia es una mentira, eso está claro. Lo que
realmente parece sorprendente es la cantidad de gente que parece no verlo, o
tal vez ya ni siquiera les importa descubrirlo.
Una vez llegó una sombra angustiada al final del túnel, y dijo haber conocido
a los extraños habitantes de una supuesta civilización moderna donde todos se
mataban unos a otros eternamente por meros pedazos de papel; ilustró lo
incapaces que eran aquellos imbéciles y decadentes de percatarse que la
felicidad refulgía en un papiro cuyo silogismo versaba sobre ya no desear
nada. Me pregunto si se refería a los humanos…
Las personas son tan torpes y banales que les gusta escuchar mentiras porque
eso las hacer sentirse felices y a gusto; las verdades las atormentan y destruyen
sus ficticias necesidades de consumo solicitadas por sus propios recipientes.
Es realmente triste que el mundo sea solo un error funesto, una barbarie de
hambruna y destrucción sin tregua. Cada mañana me pregunto si alguna vez
cesará este sacrílego tormento llamado vida.
Y cada tarde continúo sin fuerzas, inquiriendo hasta cuándo se callarán todas
esas nauseabundas voces humanas y se hará el laudatorio esfuerzo por
entender que esta existencia es solo una eviterna desgracia; supongo que
nunca, nunca mientras el poder valga más que la sabiduría.
Es un chiste que existan las escuelas sabiendo que nadie puede ser maestro
jamás, pues nadie puede enseñar a otro lo que cree saber.
Es un crimen decir lo que uno piensa en este mundo. A uno lo condenan por
expresarse de manera opuesta a la adoctrinada masa de imbéciles que ni
siquiera podrían realizar el más pequeño acto de razón.
Aunque la nada fuese un engaño también, sería el más sincero al que se podría
recurrir mientras se tenga que permanecer en este asqueroso estado viviente.
No sé, a veces es extraño lo fácil que resulta para las personas creer en un
montón de basura, pero parece ser más que suficiente para darle un sentido a
su vomitiva existencia. Quizá sea reflejo sólo de su decadencia, y es
completamente entendible, pues su ideología se moldeó desde hace miles de
años.
Realmente es difícil discernir que es real y qué no lo es. A veces creemos que
nuestras ideas y las del rebaño son polos opuestos, pero finalmente es parte de
la misma construcción decadente. Aun así, agradecería de cualquier forma la
existencia de un ser como tú, pues en tus ojos observé lo más hermoso: la
inmaculada existencia.
Basta saber que una persona quiere vivir para entender su nivel de imbecilidad
y sinsentido; la muerte parece ser el símbolo de los no corrompidos.
Resulta curioso que la primera reacción de los humanos ante algo que
desconocen y les atemoriza o repugna sea el deseo de matar, ojalá que algún
día se encuentren en el lado opuesto de la situación, pues entonces habrá
comenzado el máximo idilio.
III
Amamos más que nunca la muerte cuando comprendemos que no hay acción
más elevada que el hecho de matarse, aunque en realidad casi nadie lo
merezca.
Si esto es existir, ¿qué será no hacerlo? Algo, sin duda, imposible para seres
como nosotros a quienes la vida ya ha chupado lo más sagrado y verdadero.
Quedaba solo ese remedio para contrarrestar el tedioso pasaje del sinsentido
que impera estando vivo: el suicidio.
Indudablemente el mundo hace, día con día, su mejor esfuerzo por irse al
carajo; eso también hay que agradecerlo.
Solo espero no volver a vivir nunca tras la muerte, pues mientras estoy vivo es
el único consuelo del que me sostengo.
Qué inutilidad fue la creación... eso pensaba mientras veía personas que
preferían mirar un televisor que leer un libro, aunque incluso hasta esto último
era parte de la pseudorealidad, pero al menos en menor medida.
¿A alguien más le parece que el mundo ya debe terminarse? Porque creo que
hasta los mayores errores tiene solución y fin, pero éste parece haber ya
durado más de lo ordinario.
Si algún día conozco a un humano superior o al menos igual a mí, juro que ese
día creeré en dios.
No era que yo fuese superior al resto de la humanidad, era solo que incluso mi
patética existencia pertenecía a un orden cósmicamente superior al de sus
creencias.
Odio abrir los ojos por la mañana y saber que sigo vivo. Me choca tener que
soportar otro nuevo día, tener que salir y fingir que me interesa vivir; es
deplorable convencerme de que esta falacia todavía tiene algo de bueno, algo
que extrañaré cuando me cuelgue. Por desgracia, creo que hoy ya no hay
restos de ese algo, solo queda la nada; solo resta mirar la cuerda y ejecutar la
poesía mística de la eterna indolencia.
Ahora entiendo por qué los humanos detestan la muerte, porque es la única
deidad a la que no pueden humanizar con sus creencias decadentes.
Lo que me parece más extraño es que tantos humanos hayan existido y muerto
sin que jamás les haya pasado por la cabeza la carencia de sentido en sus
miserables vidas, así como la inevitable conclusión del suicidio. Más vale que
se tomen medidas drásticas para que los niños sepan a temprana edad lo
adecuado de colgarse o pegarse un tiro.
Para intentar cambiar esta miseria se podría empezar por destruir algunas
cosas: la religión, los gobiernos, las industrias, las compañías, los bancos, los
espectáculos, los deportes, la música, el cine, la televisión, los automóviles, las
cárceles, los dioses y, principalmente, el dinero.
Es como querer ver limpio a un puerco, carece de sentido, pues se ensuciará de
inmediato. Lo mismo pasa aquí, no tiene caso que la gente imbécil y absurda
viva en un mundo diferente, pues lo echará a perder sin importar si ese mundo
es puro. En conclusión: el humano corromperá tarde o temprano cualquier
paraíso o infierno.
La vida tenía demasiadas cosas absurdas como para que valiera la pena
experimentarla. La muerte, al no tener tal vez ninguna conocida, resultaba
mucho más atractiva con su abstención y apatía, pues compensaba todo lo
execrable en este plano con un olvido eviterno.
Sabía que no quería vivir, pero tampoco quería morir. Era complicado lidiar
con una existencia en la cual ningún camino era realmente seguro, y en donde
la idea del suicidio rondaba, noche tras noche, para susurrarme acerca de mi
eterno presidio en este intrascendente mundo carcomido.
El humano es capaz de las más siniestras contrariedades, aunque ello escinda
su personalidad en tan distintas y miserables deformidades.
Sí, solo añoraría repetir el momento en que a ella me entregué el modo más
divino, en que sus acendrados labios rozaron los míos y pude, tan
inhumanamente, desvanecerme para siempre en el manantial perenne del
suicidio. El sueño había finalizado, era el momento de sonreír, de morir en
absoluto misticismo, de averiguar cómo sería lo único que en toda mi vida
tuvo sentido.
Cuando sueño en asesinar a alguien, siempre espero que sea a mí mismo. Pero
no, no tengo tanta suerte. Me preocupa, pues no sé cómo voy a hacerle cuando
llegue la hora de mi suicidio.
IV
Una excelente manera para sentirme muerto consistía en fingir que estaba
vivo, pues vivir y morir se habían convertido en exactamente lo mismo: solo
impedimentos para alcanzar el estado más divino, elementos de un absurdo en
el cual pendía mi destino.
Tus ojos me cautivaban, pues parecían esconder ciertos matices extraños que
solo llegué a contemplar en la pintura de mi suicidio.
Cada vez que moría, era su sombra la que me revivía. Pero cuando ella murió,
mi sombra no pudo hacer nada, sino solo sonreír, porque esta vez nada ni
nadie de la muerte me arrebataría.
Sospecho que hay ciertos indicios de muerte en algunos lapsos de la vida, pero
siempre los ignoramos para someternos al influjo absurdo de un mundo al que
no pertenecemos y donde ni siquiera entendemos para qué existimos.
Qué trastornado debe ser matarse a uno mismo por miedo a perderse en su
propia mente, pero es más común de lo que se piensa.
Qué complicado parece el intento del humano por tener sentido y por sentirse
superior al resto, y cuán banal y nauseabunda es la manera en que finge
conseguirlo, siempre a través del dinero, el materialismo y las mayores
bagatelas que en su vil y pérdida naturaleza pueden satisfacerle.
Una vez el relámpago del amor alborotó el corazón del poeta suicida, y
entonces tuvo éste el valor y la confianza para poner fin a su desdichada vida.
Contigo puedo tolerar ser yo mismo, puedo olvidar todo el sufrimiento que
significa existir sin sentido en este manicomio suicida que es mi mente, y
puedo, sobre todo, recurrir a mi intuición para recoger el último de tus latidos.
No era nada bueno descubrir qué era yo en realidad, pues los primeros indicios
ya me habían advertido de aquello que enloquecería mis sentidos. Fue
entonces cuando tenté mi destino, palpé mi interior y vociferé cual demonio.
Ante la iluminación momentánea sonreí y creí poder tolerar lo que vería, pero
descubrir mi reflejo en las fétidas catacumbas de la misantropía y el delirio me
condujo a la insania, pues fue así como entendí el horrible monstruo que
siempre había sido.
No existe mayor idiota sobre el mundo que aquel quien cree de verdad en la
humanidad y se ilusiona con cada repugnante emanación de tal pestilencia.
Ese era mi mayor temor, que podría pasarme toda mi existencia elucubrando
acerca de las supuestas verdades universales y supremas, pero, en el fondo,
algo me decía que la única verdad por descubrir era la que mantenía oculta en
mi sombra.
El ritual cambió para siempre mi vida, todo cuanto aconteció en los tardíos
albores perdió su significado y me pareció un vano intento del destino para
alejarme de la muerte. Quizás antes hubiese sido bueno intentar engañarme
por completo y fingir ser como el resto, adoctrinados y estúpidos,
conglomerados irremediablemente al rebaño.
Cuando este mundo pudo ofrecerme no significó nada cuando entendí que la
única verdad asequible en mi estado humano es el hecho inevitable al que todo
converge y del que intentamos tan frenéticamente escapar mediante los más
absurdos engaños: el suicidio.
Me parece que quiero estar contigo porque a tu lado puedo intentar no odiarme
a mí mismo.
Aceptar que se puede amar a una persona y, aun así, fornicar con muchas
otras, sería demasiado elevado para una criatura tan desgastada e hipócrita
como el humano.
Mientras que en la humanidad exista el más mínimo deseo por lo que menos
importa, jamás podrá hablarse de una especie superior.
La verdad podría ser tan simple como el hecho de existir en la inutilidad más
absoluta, pero esa sería la verdad de un tonto, o un humano. Cuando la verdad
ha sido concebida sin ningún tipo de reflexión profunda o sufrimiento
existencial, no puede ser otra cosa sino todo lo contrario a lo pregonado; esto
es, se torna en una mentira mucho más difícil de desprender que cualquier
otra.
Este es, por cierto, el estado en el que se hallan los humanos; han vivido tanto
tiempo en sus propias mentiras que las han adoptado como verdades y, por
ello, no hacen ningún tipo de elucubración. Y, en conclusión, la humanidad
vive y muere engañada, sin acercarse lo más mínimo a la ínfima iluminación
de sublimidad.
Quisiera tener más la habilidad de destruir que la de crear, así podría acabar
con todos los malestares de la existencia humana; o sea, con esta misma.
La soledad y el silencio son los senderos del espíritu más elevado, por eso la
mayor parte de la humanidad vive y muere en el sinsentido y las sombras.
Dormir significa una libertad que solo será superada con la primorosa esencia
de la muerte, una conocida solo por los suicidas sublimes.
Lo que más temería al morir sería saber que estoy muerto, pues sé que estoy
vivo y esa es la causa de todo este malestar y desdicha que se transmutan en
agonía bárbara y recalcitrante, en un infinito estado de náusea y melancolía
impertinente.
Hoy es un buen día para suicidarse, pues me siento de humor para cumplir mis
sueños y ser feliz como nunca lo he sido.
Es fantástico no ser real, una ilusión cuya magia, sin embargo, no podemos
eternamente saborear.
Lo que más detestaría sería ser filósofo, pensador, poeta o escritor; realmente
me encantaría acercarme lo más posible a ser nada.
Desear ser como el resto de la humanidad pudiera sonar sensato para los locos,
pero a veces es un respiro en el ilimitado sufrimiento que representa ser
diferente, no ser rebaño, no ser humano... no por completo.
Entonces supe que quería matarme, que ese era el sentido que había decidido
darle a mi vida.
Saber que la muerte también podría ser absurda no es razón suficiente para
permanecer vivo.
Quiero matarme porque esa es la más elevada prueba de amor que puedo
percibir hacia la humanidad y hacia mí mismo.
Quizá los dioses amen a los suicidas, sobre todo a los jóvenes, porque pueden
aceptar tan sublimemente la verdad antes de caer en el absurdo de la
existencia.
Pensar que a veces hubiese deseado haber sido como el resto, una marioneta
más de intrincados acertijos vomitados sobre la decadencia ignominiosa que es
la humanidad. Sí, a veces concluía que yo era un tonto en un mundo donde ser
diferente no servía de nada, donde cuestionarse y reflexionar eran dañinos para
la supuesta felicidad humana. El problema consistía en que yo era un imbécil y
absurdo humano, pero uno que sabía que lo era.
Quizá la vida existencia no era absurda por sí misma, pero la humanidad había
hecho todo para llevarla al estado más putrefacto y decadente.
VI
Te quería a ti, pero en este mundo resulta dañino enamorarse mientras se odia
uno mismo.
Recuerdo cuando me importaban cosas de este mundo, cuando era tan ingenuo
para creer que se podía ser feliz aquí. Por suerte, la corriente absurda por la
que tanto tiempo me dejé llevar finalmente se ha evaporado.
Quizá sea natural que las personas sean miserables y patéticas, quizá sea esa la
verdad que la estupidez humana se empeña en no discernir.
Pelear y fornicar... he ahí los dos impulsos sin los cuáles el humano no podría
vivir, y que le son todavía más necesarios que comer y dormir.
No entiendo por qué vivir de este manera, por qué aferrarse a esta decadencia
imperante, a esta putrefacción inmanente, a esta carencia de sentido y de
espíritu. Realmente, no entiendo el porqué de este mundo humano donde
despertar es solo un martirio.
Había algo en los humanos que los hacía ser únicos, que los diferenciaba de
cualquier otra especie, que les impulsaba a seguir adelante en la vida... ese
algo se llamaba estupidez preñada de miseria.
Despertar y saber que esta miseria proseguirá un día más. Esa es la condena
para los suicidas que no aceptan su destino.
En las más odiosas noches donde la pesadez del insomnio abarcaba cualquier
perspectiva, me figuraba si no me sentiría más dichoso siendo como todos
ellos, como el pintoresco rebaño al que tanto detestaba. Sí, aunque me
repugnaba lo miserable que era la sociedad, también sabía que así era mucho
más fácil y soportable existir en este absurdo.
Fue entonces cuando supe que no era necesario sentirse bien para continuar
viviendo, fue ese el momento en donde comprendí que la vida no debía ser
hermosa ni el mundo un lugar espléndido. Es más, era todo lo contrario: vivir
era horrible y el mundo asqueroso, pero aún más intolerable que lo anterior
eran los seres que habitaban tan plácidamente esa consagración suprema de
ignorancia y podredumbre en la que se suspendía mi existencia.
Qué absurdas eran todas las actividades humanas, y qué miserable era la
percepción de los humanos cuyos únicos placeres eran el sexo y el dinero.
Pero esto era la humanidad, esto era existir en este mundo pestilente, esto era,
supuestamente, vivir...
Toda esta falacia caerá algún día, y entonces se revelará la verdad suprema en
cada uno de los corazones maltrechos. Los símbolos se apoderarán de la
realidad, la sangre hervirá hasta evaporar la maldad y el amor vendrá para
abrir el cerrojo que a la muerte nos conducirá.
Me pregunto si el hecho querer matarse es una enfermedad, porque para mí se
ha vuelto más como un vicio, al menos en mi imaginación.
Me cansé y me asqueé de los humanos, todos son tan similares, tan banales e
idiotas. Creo que este es el punto donde requiero de una nueva definición de lo
que significa existir sin ser mundano.
Estoy estresado, ya no puedo salir a las calles ni tolero estar encerrado. ¿Qué
opción tengo? Si abandono mi habitación tendré que ver humanos, pero si me
quedo la única cosa que me restaría por hacer sería quitarme la vida.
VII
Siempre decían que había que vivir, pero nunca estaba claro el para qué.
Paradójicamente, eso era lo que menos parecía importarles a los humanos que
se solazaban con las zarandajas de una existencia miserable y nauseabunda
donde el dinero y el sexo significaban todo.
Era una locura intentar cambiar el mundo, pues éste no quería ni necesitaba ser
cambiado. Dejar que se pudriera en su miseria era misericordioso y mejor aún
era retirarse entre las sombras de un suicidio hermoso.
Vivir sin aceptar unas cuántas mentiras era inaceptable... he ahí el gran
problema para este suicida loco de poesía irrazonable.
Parecía ser que todo me fastidiaba y me incomodaba en este mundo, que todas
las personas se tornaban banales y absurdas, que todo por lo que debía luchar
no era sino materialismo, dinero o sexo; en fin, que yo, aunque era humano, ya
no pertenecía aquí.
Me bastó de poco tiempo para comprender que vivir sería una absoluta tortura.
Y aun menos tiempo requerí para solucionar este tétrico dilema, pues todo
aconteció esa noche cuando mi corazón, entre poemas y tristeza, se esfumó.
A donde sea que vaya, con quien sea que esté, lo que sea que acontezca...
siempre pensaré lo mismo: vivir es absurdo.
Es inútil intentar cambiar este mundo, y todavía más fútil resulta conocer a sus
habitantes, humanos cuyas mentiras eran tan recalcitrantes que ya ni siquiera
se acordaban de que existía la verdad. Y, en su patética miseria, se sentían
especiales y evolucionados, siendo que todo cuanto anhelaban era banalidad,
vileza, sexo y pedazos de papel con el poder de trastornar la realidad.
Cada vez que intentaba vivir, había algo que me mostraba lo ridículo y
superfluo de tal propósito; ese algo se llamaba verdad.
Me dejé llevar por mis sentimientos, ignoré mis instintos; me cegué porque
creía que a tu lado era feliz, que te amaba más de lo que me odiaba, pero, de
nuevo, me equivoqué. No puedo culparte por haberte entregado a tu
naturaleza, por haber deseado estar en otros brazos y probar otros labios. Al
fin y al cabo, esta tumba es ahora solo mía.
Las fantasías del amor distraían mi mente por unos instantes, pero no lo
suficiente como para evitar mi muerte.
Ya no quería hacer nada, tan solo mantenerme alejado del mundo y sus
habitantes, de todo este caos blasfemo para el cual no tengo otra cosa más que
predicciones decepcionantes.
¿Sería mucho pedir que el suicidio llegase hoy? En verdad no podía saberlo,
no dependía de mí la elección, pero estaba ya muy cerca, tanto que hasta
toleraba seguir viviendo.
El suicida no tiene razón más elevada para matarse que el amor hacia una
existencia que aparentemente cree odiar, y que, por ello mismo, a través de su
muerte, se aferra en purificar, pues comprende lo banal y absurdo de la esencia
humana.
¿Qué era entonces la verdad? ¿No era acaso lo que yo quisiera que fuera?
Acaso amor, infidelidad, adulterio, homosexualidad, lesbianismo, incesto,
homicidio, odio, suicidio, vida, muerte, destino, incertidumbre y,
humanamente, mentira.
Preferiría haber sido nada en vez de existir, si tan solo hubiese tenido la opción
de elegir...
VIII
Aceptaré que el mundo es un lugar hermoso para vivir el día que no existan
religiones, gobiernos, multinacionales, mafias, bancos y demás basura. Y
también cuando deportistas, cantantes, actores y demás ridículos no sean
alabados ni ganen millones. Pero sé que ese día jamás llegará, porque este
mundo es solo la culminación de un sistema nefando que busca únicamente el
control de las masas para el enriquecimiento de los poderosos y sus perros.
Este mundo es el nuevo orden donde los ricos serán eternamente reyes
mientras los pobres acepten ser eternamente esclavos.
No hay mejor método de control social que una mentira mundial propagada
por todos los gobiernos, medios de comunicación, instituciones, entre otros, y
que, además, es considerada como una verdad absoluta. Y que mejor si esa
mentira causa miedo, tanto como para que las personas renuncien a su libertad
y crean que aquellos mismos quienes han orquestado tan siniestro plan son
quienes luchan para ayudarlos.
Lo más irónico de todo es la facilidad con que las personas aceptan que estos
gobiernos absurdos decidan por ellos y les priven de su libertad. En fin, no
quedará más sino observar con tristeza como ellos ordenan y la mayor parte
del rebaño obedece. Ellos dirán, al final de todo, que salvaron a la población y
que merecen reconocimiento; así es como consiguen perpetuar su poder.
Lo que debería hacerse, según veo, es salir a las calles a protestar, a luchar por
la libertad y decir absolutamente no a todo aquello que el gobierno orqueste.
Hay una agenda, de eso no me cabe duda, que busca a como dé lugar el
control absoluto sobre las masas para perpetuar este sistema absurdo que tan
erróneamente se ha llamado hasta ahora civilización.
Así como ningún gobierno es adecuado, pues todos son únicamente títeres de
gente poderosa, ningún sistema económico-social resulta bueno en el fondo.
Veamos: socialismo, capitalismo, comunismo, entre otros, no son sino parte de
esta pútrida y repugnante argucia. El nombre es lo que cambia, pero los
resultados siguen siendo horripilantes.
Hasta que no luche por una auténtica libertad y por un mundo sin religiones,
gobiernos, bancos, multinacionales y élites que busquen enriquecerse a costa
de cualquier cosa jamás se podrá decir contundentemente que se ha
evolucionado como sociedad.
Sé que somos cada vez más los que despertamos, los que nos oponemos a que
las élites y sectas que controlan este mundo mediante los gobiernos, las
multinacionales, los bancos y las religiones se fortalezcan. Constantemente
somos atacados por aquellos a quienes intentamos despertar, pero seguimos
firmes. El camino hacia la auténtica libertad y la concepción suprema no es
fácil, pero no estamos solos.
Pareciera que somos pocos, que nuestra voz no es escuchada, que pueden
desaparecernos cuando se les antoje. Sin embargo, tenemos algo que ellos no
tienen, algo aún más poderoso que el dinero, la manipulación, el miedo, el
materialismo y la avaricia, tenemos lo único que permanecerá cuando,
finalmente, los funestos y asquerosos muros de esta realidad ficticia se hayan
derrumbado.
Sí, nosotros tenemos las tres cosas que nos harán triunfar en el apocalipsis de
la última revelación: amor, espíritu y, sobre todo, la gran verdad.
Seremos menos los que habitaremos ese nuevo mundo ahíto de paz, amor y
dulzura, pero seremos suficientes, seremos los que estemos dispuestos a
purificar nuestro ser de esta vomitiva y actual humanidad.
A veces creo que me amo demasiado como para no odiarme también en igual
grado. He ahí la contradicción que me limita y me trastorna, la que me acerca
al suicidio para buscar la divinidad que en vida se torna improbable.
IX
Tantas cosas había cuestionado, de tanto me había asqueado con el paso del
tiempo. Y ahora, cuando creía haberme desprendido de las inmundicias que
habían contaminado mi mente desde que creo existir, al fin el suicidio me
llama y se apiada de mí.
Lo único que yo sabía era que, si había más días como este, si había más días
en los cuáles esta sensación asfixiante crecía sin cesar desde el interior de mi
ser, si había más días en los cuáles este vacío y asco no menguasen ni un
momento, entonces no me quedaría de otra sino suicidarme.
Todo lo que ahora experimentaba era mera estupidez. Al fin y al cabo, sabía, y
esto me proporcionaba una felicidad espiritual, que toda la agonía y le
hartazgo, el desamor y la desesperación en mi interior se tornarían tan triviales
cuando en el agua ahogase mi alma.
Era tan simple como eso: una bala en mi cabeza haría que toda la basura que
conocí como mi existencia se tornase irrelevante.
Quizás ese era el destino de todos los seres de este mundo: la absurdidad. No
obstante, muy pocos conseguían reflexionar a un nivel tan etéreo como para
aceptarlo.
Quizá todo sea solo azar simplemente, pero los humanos tienden a creer que
sus existencias son de algún modo especiales. Al final, solo basta contemplar
este mundo para saber lo absurdo y patético que es toda esta infame creación.
Se que las personas piensan que yo estoy mal por pensar como lo hago, por no
apreciar la vida y lo que me rodea. Pero ellos nunca lo entenderían, nunca
sabrían lo que significa ese vacío al final de la intensa búsqueda en el desierto
del espíritu.
¿Por qué había de serme tan difícil existir del modo absurdo en que lo hacían
todos? Yo no era diferente, ni siquiera quería vivir. Era solo que había en mí
una sensación de profunda desesperación y hartazgo que me atosigaban a cada
instante y que me hacían imposible continuar respirando.
Varias veces ocurrió que las garras del olvido me apretujaban más de lo
normal, y el único auxilio al que podía recurrir era el dulce sabor del suicidio.
Nada más aburrido y patético que la existencia, y nadie más torpe que el
humano para aferrarse a su propia miseria y sinsentido.
Y, en una de esas ocasiones donde el asco de existir superó todos los límites,
decidí tomar al fin la navaja y rasgar con absoluta felicidad y por amor propio
mi acongojada garganta.
Muchas teorías, creencias y dogmas, pero nunca nada certero que reavive la
llama casi extinta en mi lastimado corazón.
Entender que nada tiene sentido es solo el principio del verdadero tormento.
Pues la máxima aflicción viene cuando se reflexiona sobre la continuación de
este pésimo viaje.
Y, con todo lo que se ha dicho, la vida continúa sin tener una razón
lógicamente convincente por el cual deba ser experimentada. De hecho, entre
más se permanece en ella, más triviales y aburridos de tornan los sucesos que
la conforman y a los que se ve sometido el ser.
Detesto pensar que algo o alguien más eligió acerca de mi existencia. Pero no
puedo evitar sentirme peor cuando considero que yo mismo fui el culpable de
esta tragedia. Se menciona comúnmente que cada uno eligió venir aquí en las
circunstancia actuales. Yo creo que debí haber estado ebrio en ese estado
previo como para tomar tan mala decisión. Pues, indudablemente, ¿qué
motivos habría para existir aquí y ahora?
La destrucción de este mundo no podría ser más oportuna, solo así emergerá
de las profundidades una especie de existencia auténticamente divina.
Había salido esta noche con la esperanza de no volver nunca a esta deplorable
habitación donde me podría entre el tabaco y el alcohol, y es que solo así
podía mitigar un poco la intrínseca necesidad de quitarme la vida. Y había
salido para entregarme al vicio, a la locura y a mis más hermosos y sublimes
deseos, los del suicidio.
Bien sé que no hay otra puerta por cruzar, pero aún me aferro ilusamente a las
etéreas divagaciones a través de las cuales alucino con un estado inefable en
mi atropellado destino.
Pobre humanidad, tan hipócritas y endebles son las bases sobre las cuales ha
constituido su existencia, tan pútrida es la manera en que ha sido dominada
por sus propios vicios y delirios. Su destrucción es indispensable para labrar
un mundo donde reine la paz, el amor y el bienestar.
Hoy en día no existe término medio: están aquellos que luchan por
incrementar su terrenal fortuna y aquellos que luchan por no morirse de
hambre.
Humanos tratando de amar son tan carentes de sentido como lo es el estar aquí
y ahora, descifrando si es real el pensamiento más adyacente a los
sentimientos.
Muy probablemente para las personas comunes enamorarse sea una necesidad,
pero para aquellos que aún conservan sus almas enamorarse es el mayor
peligro al que deban enfrentarse.
Si las personas que ostentan poder y riqueza quisieran, podrían terminar con la
pobreza y los males terrenales del mundo el mismo número de veces que las
grandes compañías y los gobiernos corruptos han contaminado la existencia de
la humanidad y la naturaleza.
El mundo es ahora un mejor lugar, aunque solo para los que pueden pagarlo.
Cualquier intento de cambiar el mundo, por banal que parezca, vale más que
todo el dinero que hay en él.
Ha llegado ese cruento momento en que todo pierde su sabor: las flores se
marchitan, el sol se oscurece, las montañas se empequeñecen, los pájaros
callan, los planetas se detienen, el universo colapsa, pero mi alma al fin es
libre…
Y, aunque comparado con tantas cosas, nuestro encuentro será solo un suspiro,
será el más profundo que haya existido.
Por supuesto que este mundo es un lugar hermoso, el más bucólico de todos…
Si tan solo no existieran los humanos.
Sin importar qué color intentase para matizar la existencia, ésta siempre se
tornaba gris y aciaga, como un demonio al que le molestase ser perturbado.
XI
Parecía que había sido un día exactamente como este cuando nacía, pero esta
vez solo cerraba los ojos y, entre los aleteos misteriosos de una naturaleza
oculta, mi esencia finalmente consumaba la sublime entelequia.
Te amo con una extraña locura, tan inhumana y sublime que desfragmenta mi
propia naturaleza.
Por salud he creído que el humano no es real, por enfermedad he sabido que su
trivialidad ha trascendido mi imaginación.
La miseria del humano ha evolucionado a tal grado que hasta lo más virtuoso
resulta en él solo una triste y absurda ironía.
Esta existencia es solo una tragedia; demasiado frágil para exigir mucho de
ella y demasiado insignificante para que algo valioso pueda subsistir en su
contorno.
Lo único que me hace seguir vivo es el delicioso sabor que tiene para mí la
afrodisiaca y exquisita adulación del suicidio.
Quizá vivimos como suicidas, pero, de otro modo, estaríamos muertos en vida.
Llegué a considerar que el verdadero milagro era que las personas pudieran ser
tan estúpidas como quisieran, pues de ese modo el vacío y el absurdo que
imperaban en sus vidas aciagas jamás por ellas podría ser dilucidado.
Al fin podría decir adiós a una sociedad donde la libertad era un pecado y la
felicidad una antigualla, adiós para siempre a mi triste humanidad.
¿Qué era la humanidad sino solo la expresión de una equivocación divina, con
su evidente e impresionante carencia de talento, ausencia de intelecto, falta de
intuición, omisión de sentido común, escasez de raciocinio, estrechez de
genialidad y depravación de la sublimidad?
Toda criatura en esta falaz existencia, por muy nefanda que parezca, me
regocija, excepto el humano; ese es grotescamente miserable y absurdo se le
mire por donde se le mire.
Y es que tal vez la miseria humana y su efímera duración sean las pruebas
contundentes de que algo divino existe, pues a nadie se le ha otorgado la
agonía de vivir eternamente en tal sacrilegio.
La raza humana, pese a sus estúpidos y absurdos intentos por tener sentido, no
está destinada a grandes cosas.