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ES UN CÍB0RG
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Francisco Leal Quevedo
Mi abuela
ES UN CÍBQRG
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~/
~educar
~
\:_,.,¡ sábado en la tarde fuimos al aeropuerto a
recibirla.
Aguardamos un rato frente al Muelle de Uegadas,
pues el avión venía retrasado.
Por los altavoces, al fin anunciaron el arribo.
Comenzaron a salir los pasajeros.
Como siempre, aparecieron primero los que tenían
limitaciones físicas. Un anciano en silla de ruedas y
máscara de oxígeno, lo ayudaba un enfermero. Luego
un señor con muletas, en compañía de algún pariente.
Una ancianita de andar lento avanzó, paso a paso,
hacia la salida. Finalmente alguien con yesos y vendas
salió en una camilla.
Esperaba verla entre ellos, pero ninguno de esos
pasajeros era ella.
La imaginaba entre los discapacitados, porque mi
mamá siempre mencionaba sus achaques, luego
de hablar con ella, largamente, por teléfono: "Se
está quedando ciega", "Está casi sorda", '·En unos
pocos meses necesitará silla de ruedas".
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~~"'~pá tomó la gran avenida, la vía más directa
hada la casa.. Íbamos muy entretenidos charlando,
no nos importaba el tráfico lento. ni que teníamos
hambre.
Conversar con Lo la siempre fue divertido, en su
vida pasaron muchas cosas que ella cuenta con gracia.
Desde pequeños sabíamos de las competencias
deportivas y de las medallas y trofeos que traía en
cada viaje. En varias oportunidades apareció en el
periódico, en revistas y en la televisión. "La gran
atleta impone marcas'', decían los titulares; "Supera
las distancias y los años", anotó un reportero.
Su fama nos había salpicado varias veces. Una vez
le hicieron un reportaje con muchas fotos, de casi
una página, en el diario del domingo; allí aparecimos
sus dos nietos con ella. Yo estaba orgulloso pues
caían sobre mí muchas miradas, algunas de ellas
importantes. Todo el mundo lo leyó, hasta la
profesora de Matemáticas, que me felicitó, y Marina,
la chica que vive a cuatro casas de la nuestra y que
me encanta, desde ese día me miró con otros ojos.
B
Luego de ese reportaje. Mamá estuvo una semana
recibiendo llamadas de amigos y conocidos que
celebraban las hazañas de Lota.
-De tal palo, tal astilla -le dijo alguien y a ella le
fascinó el comentario.
He de confesar que a ratos le tenía alguna envidia,
como cuando viajaba por países lejanos, como China,
Tailandia e Indonesia; o cuando subía a un podio,
al final de una importante competencia, mientras
sonaba la música del himno de nuestra patria y
alguien le ponía en el cuello la medalla: o cuando
hacía declaraciones a los diarios, ante una docena
de micrófonos y bajo el resplandor de una nube de
cámaras fotográficas.
De cada sitio nos enviaba postales y a veces nos traía
regalos. Pero en los últimos dos años estaba retirada de
las competencias. A mi, y supongo que a mi hermano
también, nos gustaría ser famosos como ella.
Llegamos a casa, subimos las maletas hasta su
habitación. Rápidamente se instaló en el cuarto que
hasta ese momento había sido de mi hermano. Todo
le pareció bien y dirigiéndose a Julián le dijo:
-Discúlpame por incomodarte.
Claro que no sólo lo incomodaba a él, también a
mí, pues había tenido que recibirlo en mi cuarto. con
su cama, la guitarra y varias de sus colecciones. El
espacio resultó justo pero el televisor quedó torcido.
La abuela abrió la maleta más grande. había llega-
do la hora de los regalos. Para cada uno había algo
especial. Me entregó un avión antiguo a escala, me
encantó pues era el mismo modelo del Espíritu de San
Luis, con el que Charles Lindbergh atravesó en un
vuelo en solitario el Atlántico en 1927. Y a Julián una
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mano robótica con control remoto, que tiene cinco
movimientos y además es fluorescente en la noche.
diseñada por la NASA. Con los gustos de ambos ha-
bía acertado. Mi papá recibió una loción y mi mamá
moldes para hornear, que le fascinan.
Ella no paraba, arregló su ropa en el armario.
Husmeó en la cocina. Le dedicó un rato a la gata, la
tenía alzada y le hablaba. Luego la paseó por toda
la casa.
-Quiero que conozca bien el lugar antes de
soltarla.
La comida de bienvenida que mi mamá había pre-
parado resultó exquisita. Luego conversamos y reímos
un rato. Al terminar la cena, invitaron a los vecinos,
Lilia y Mario, a jugar cartas.
No sólo la abuela se veía cómoda, su gata también.
Antes de una hora, el animal ya exploraba los alrede-
dores, donde había otros cuantos gatos e imagino que
algunos ratones. Estaría tan divertida que esa noche
no volvió a casa.
Todo iba bien con la visita, nada nos anunciaba
las cosas que pasarían en esas siguientes semanas.
En especial lo que le ocurriría a Lola.
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~::vra tarde, ya el sueño nos pesaba en los
párpados, cuando Julián y yo, a oscuras, chismeamos
sobre la visita.
-No es besucona como la otra abuela -dijo él
aliviado.
-Ni nos dijo: "¡Cómo han crecido!"
Eran ya dos puntos a favor de Lola. Mientras que la
otra abuela, Ramona, hace muchos aspavientos, nos
da varios besos en cada mejilla y siempre nos mira de
arriba a abajo buscándonos un parecido con alguien
de la familia y exclama: "¡Los ojos del tío Gerardo!",
o "¡La sonrisa de la prima Fabiola!'·. Y no es que el
tío Gerardo sea bizco o la prima Fabiola mueca, pero
a nadie le gusta que lo comparen con otro.
Luego siempre sigue lo peor: Ramona nos
espicha los cachetes y los sacude: "¡Cómo están de
guapos!", nos dice con voz de descubrimiento. Y a
esto invariablemente sigue una expresión de asombro:
"¡Cómo han crecido! ¡Ya casi me alcanzan!".
¡A quién no le molestan esos gestos y comentarios!
Pero toca aguantarlos. Afortunadamente Lola no tiene
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las fotos de todos los parientes en su cabeza ni hace
comparaciones odiosas. ni zarandea los cachetes.
Julián quería seguir conversando, a mí se me
cerraban los ojos.
-Pero Ramona es una gran cocinera, no tiene
igual su tarta de manzanas -me dijo.
-Y teje como una araña, el otro día me hizo un
saco, prácticamente en una tarde -le comenté yo.
-¿Será que Lola también tiene esas habilidades?
No nos parecía posible que la antigua campeona
deportiva sobresaliera en otras artes. Esperábamos
tener pronto la oportunidad de averiguarlo.
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. pesar de sus achaques. Lola no había venido
para encerrarse en casa. La mañana siguiente era
domingo y quiso ir de paseo. Generalmente ese día
nos quedamos hasta tarde en casa, en pijama, des-
cansando, pero ella nos contagió de su entusiasmo.
-Vamos al Mercado de las Pulgas -nos propuso.
Nunca habíamos ido, sólo sabíamos que la gente
allí sacaba a la venta cosas viejas e inservibles, pero
que en medio de tantos cacharros inútiles aparecían,
de tarde en tarde. algunos objetos fascinantes.
El día era espléndido y el tráfico lucía despejado.
Llegamos pronto. Era interminable la fila de ten-
deretes, parecía nuestro desván multiplicado por
doscientos. Esperábamos sorpresas pero no tantas.
Muchos de los objetos eran interesantes y algunos
resultaron sorprendentes. La abuela estaba aún más
entusiasmada que nosotros en ese encuentro con el
pasado. Durante un rato largo revoloteó de un puesto
a otro. Quería mirarlo todo y enterarse de sus deta!Ies.
Pronto hizo su primer descubrimiento, miraba
afiches de películas viejas y exclamaba:
-¡Eran maravillosas las estrellas de mi generación,
como Elizabeth Taylor y Ava Gardner! Y también los
actores. como Humphrey Bogart y Cary Gran t. ¡Y
eran inolvidables sus películas! -agregó con orgulio.
Mamá también sentía admiración por aquellas
estrellas antiguas:
-Recuerdo que me llevabas con frecuencia al único
cine que había, en el centro de la ciudad. A veces
veíamos una película cinco veces.
-Siete fue el récord. con King Kong.
Al decir esto, la abuela simuló ser un gran simio,
enorme y corpulento, con un diminuto personaje en
su mano abierta.
Papá dijo que prefería las estrellas "más modernas"
y mencionó unos nombres que nosotros no conocía-
mos, como Claudia Cardinale y Jane Fonda.
-Lola y Mamá están hablando de los tiempos del
ruido -me dijo Julián casi en secreto.
-Y Papá se quedó en el siglo pasado-, le comenté
sonriendo.
Y cuando nosotros enumeramos las estrellas de
ahora, como Lady Gaga, Britney Spears o Justin
Bieber, eran ellos los que estaban en la luna, no co-
nocían una sola, aunque en la teJe las muestran a cada
rato y uno puede, en internet, enterarse de sus vidas.
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¡¡.~r'"\.:l.a miraba los viejos televisores, esas enormes
cajas ller v1~, de tubos, que se manejaban con b·:Jtones
y sus in:·nensas antenas, como un pararrayos
Luego siguió con las cámaras fotográficcts que
tem·an lentes manuales.
--Con una de estas tomaron las fotos de rni pri-
mera comunión ---dijo orgullosa-- Todavía las tengo,
pero ya no son en blanco y negro sino e:~ sepia.
Tras un lar~~ o regareo, compró una cámara de ca-
jón, de cerca de cincuenta años, que estaba en buen
estado, a.unq1Je con algunas rayas y peladuras.
Ella quería mirarlo y tocarlo todo, luego acosaba
a los vendedores con preguntas:
- ..-¿Funciona este radio viejo?
----Claro que funciona -dijo el vendedor casi
ofendido. Yo vendo aparatos útiles no cachivaches
inservibles.
-.;.Cuánto vale?
La abuela se estremeció cuando le dijo el precio.
-¿Por qué es tan caro?
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-El precio es apenas justo, pues es un modelo
escaso, que además se conserva en buen estado. Pero
la principal razón de su valor es que no sólo es viejo,
sino antiguo, tiene más de setenta años.
-¿Entonces yo ya no soy vieja. sino antigua?-
dijo ella.
Todos nos reímos, hasta el vendedor.
-¿Y valgo más por ser antigua? -preguntó con
mirada de picardía.
-Los años no son suficientes para ser antiguo
y tener buen precio -le respondió el vendedor,
sonriéndole.
-¿Qué más se necesita? -preguntó ella intrigada.
-El aparato debe funcionar bien y tener al menos
el 90% de sus piezas originales. De lo contrario, es
apenas una antigualla -le agregó.
-Nada de antigualla, funciono muy bien y tengo
todo original -le respondió la abuela.
Imagino que en ese momento ella se acordó de
algo que en su cuerpo había sido cambiado y corrigió:
-Excepto un detalle, estoy igual a como salí de
la fábrica.
Ella siguió mirando emocionada otros aparatos
inservibles, como un teléfono que era una enorme caja
de colgar en la pared, de donde salían, separados, el
micrófono y el auricular.
De pronto tomó un aparato que se veía tan peque-
ño como una cajita de cerillas.
-¿Y esto qué es?
-Un audífono.
-¿Para sordos?
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¡, 'J / ( ,.', { )Jf:'i' , /
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, asamos a un tenderete especializado en dne de
otras épocas. Le interesaban los afiches de películas en
blanco y negro, en especial los de Charlie Chaplin y los
de Buster Keaton, que se veían espectaculares. Regateó
un rato, el vendedor mantenía el precio porque la veía
entusiasmada. Ella entendió la situación y cambió de
estrategia: decidió fingir desinterés y despedirse.
-¡Qué tontería llenarme de más objetos inservi-
bles! -le dijo.
Su nuevo plan fue todo un éxito. Cuando ya ella se
alejaba, el vendedor la llamó para aceptarle la oferta.
Y ella, muy astuta. le sacó otra rebaja:
-Un diez por ciento menos por llevarle varios -le
dijo decidida.
Los enrolló con cuidado y los llevaba en la mano
como quien porta algo valioso. Había mucha gente y
casi no podíamos caminar. Con extrañeza noté que
nos encontrábamos en cada esquina con una señora
de edad que observaba una y otra vez a la abuela,
como si hallara algo intrigante en su figura. Se fue
aproximando hasta ubicarse frente a ella.
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Mi abuela es un cíb01;r; ...
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......... _Francisco Leal Quevedo
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misma tarde estábamos los tres en el sofá
del estudio, viendo la primera película de Supermán,
cuando el malvado Lex Luthor le puso al Hombre
de Acero una piedra verde sobre su pecho y él fue
perdiendo todos sus superpoderes. Pronto Supermán
estaba muy débil y agonizaba.
-Encontró su único punto débil--dije.
--Ha quedado como un vejete -dijo la abuela.
-¿Entonces, la vejez es como una kriptonita?-
preguntó Julián.
-Exactamente -dijo ella. celebrando el
comentario.
Se quedó pensando un momento y de pronto dijo:
-¡Si pudiera quitármela de encima!
Luego seguimos con las del Hombre Nuclear.
-¿No quisieras tener mirada biónica? -Le
pregunté a Lola.
-Una quisiera muchas cosas. como oído
supersónico. mirada infrarroja o piernas superveloces,
pero eso es sólo ciencia ficción.
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Nosotros dos la mirábamos entre maravillados y
sorprendidos.
-No quiero acariciar sueños imposibles ...
Luego Lola se quedó pensativa y agregó:
-Me conformo, por ahora. con volver a oír con
claridad y ver con nitidez.
Pasamos luego a la serie de la Mujer Maravilla. Ella
estaba tan interesada que casi no parpadeaba.
-¿Qué tal tener superpoderes y además una bella
figura, como la protagonista? -·le pregunté.
-Sería lo máximo -dijo entusiasmada.
Como nos imaginábamos, de esos tres superhé-
roes. la favorita de la abuela era la Mujer Maravilla.
Luego entendimos un poco porqué la prefería:
-Hace mucho tiempo la conocí, en Atlanta, cuan-
do fui a un campeonato. Ella me entregó la medalla de
oro que había ganado en una competencia. Además
tengo un afiche con su autógrafo y una dedicatoria
-nos contó con orgullo.
A continuación, Lola se puso un pañuelo plateado
sobre la frente, en forma de tiara telepática, un cin-
turón ancho simbolizando la fuerza y dos pulseras
de plata como si fueran Jos brazaletes protectores,
y ante nosotros dio varias vueltas como un pequeño
tornado. Creo que por un instante ella se sintió la
Abuela Maravilla.
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Mi abuela es un cíborg .... ........................................................................... .
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-Son olígoelementos. unos metales raros que el
cuerpo necesita pero en cantidades mínimas.
-¿Y éstas más pequeñas qué contienen'?
Julián le señaló con el dedo unas tabletas de color
fucsia. tan brillantes y atractivas que parecían un
caramelo.
-Son hormonas.
Teníamos otra vez cara de no saber de qué estaba
hablando.
-Las hormonas llevan mensajes de una parte a
otra del organismo. son el correo del cuerpo -nos
explicó.
---¿Y ésta tan grande, entonces es una carta larga?
¿Y ésta tan pequeña un telegrama?
-Tienes razón. Esta carta larga es calcio, para
los huesos. Los viejos los tenemos frágiles. Y ésta
pequeña, que te parece un telegrama, es un mensaje
para que la glándula tiroides trabaje, pues se ha puesto
perezosa.
-¿Y ésta que parece una delicia'? ¿Puedo probarla?
Sin esperar una respuesta, Julián tomó una de
color frambuesa en su mano e inmediatamente la
acercó a su boca.
--Mira, con estas cosas no se juega.
La voz de la abuela denotaba cierta urgencia.
- Ésa es una hormona que necesitamos sólo las
mujeres.
Mi hermano se detuvo en seco ante esa advertencia
y preguntó ansioso:
-¿Puede hacerme salir senos'?
-Exactamente.
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... .Francisco Leal Quevedo
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Al día siguiente. Julián decidió espiarla de nuevo.
Luego me hizo una descripción detallada:
-Lola se sentó frente al espejo durante media
hora. Primero se aplicó una crema para taparse las
arrugas y luego con muchas pinceladas. se pintó un
arcoíris completo sobre los párpados.
Mi hermano. como buen comediante que es. hacía
una mímica perfecta.
-Se repasó las cejas. se pasó un pincel por las
pestañas, con un lápiz se delineó el borde de los
labios y luego se puso el labial una y otra vez. Y al
final, se untó un poco de carmín sobre las mejillas y
se masajeó los cachetes.
Y finalmente concluyó:
-Después de media hora volvió a ser la abuela
de siempre.
Julián estaba entre sorprendido y fastidiado.
-¡Qué lío tener la cara guardada en una cajita!
-dijo rezongando.
En ese momento debió acordarse del pastillero
pues agregó:
-La vida de la abuela depende de cajitas.
Pensé que era cierto, pero que exageraba un poco.
por eso le dije:
-Maquillarse es un poco disfrazarse, ¿no te
parece?
-Sí, los viejos se disfrazan de jóvenes.
-0 de menos viejos -agregué.
Pero él quería recalcarme la diferencia:
-Lo sorprendente es que aquí la abuela se disfraza
de ella misma.
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indudable que la abuela había decidido tratar
sus achaques. Empezaría por recuperar la visión. Le
habían recomendado un especialista muy famoso. La
gente decía que ese doctor había inventado nuevas
cirugías y ganado varios premios.
-Lo he oído mencionar desde siempre, casi desde
que nací --dijo la abuela-. Debe ser tan viejo como
yo o hasta un poco mayor. ¿No tendrá el pulso tem-
bloroso? Si es así, debemos buscar uno más joven.
Pero él no era viejo, tendría unos cuarenta años.
Era el hijo del doctor que había sido muy famoso. Y
él también ya lo era. Las citas tardaban quince días.
Al fin había llegado la fecha de la primera consul-
ta. Mi mamá la acompañaría, nosotros queríamos ir
con ellas.
-Mejor se quedan en casa, haciendo las tareas
-nos dijo.
-Ya las hicimos -respondimos a coro.
Tocó rogarles pero al fin aceptaron. Siempre las
clínicas me han dado miedo, pero esta no lo parecía.
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.... .Francisco Leal Que•'edo
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Mi abuela es un cibm-st ........... ................. ,................................................... .
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-El doctor va a creer que eres una adicta al juego
-dijo Mamá con un cierto tono de reproche.
Ella se encogió de hombros y le dijo al doctor:
-¿No es ci~rto que usted también juega, en su
casa, algunas veces?
-Claro que sí -dijo él- las cartas entretienen.
Cuando volvieron a casa, Lola se veía asustada:
-¡Puedo quedar ciega! Una cirugía siempre se
puede complicar.
-Mamá, muchas personas de tu edad se han
operado.
-Estás valiente porque no es en tu pellejo -le
dijo y se alejó refunfuñando.
Al rato regresó, estaba más calmada. Entonces
Mamá le dijo para animarla:
-¿Dónde está la mujer valiente que siempre
hemos conocido? ¿Dónde se escondió la atleta que
luchaba una victoria hasta el último aliento?
Ese último empujoncito de valor fue decisivo.
-Está bien, no le demos más largas a este asunto,
lo haré cuanto antes.
La operación sería el sábado siguiente. Ese día, mi
hermano y yo nos levantarnos rápido y nos alistamos
de prisa, queríamos acompañarlas pero no imaginá-
bamos que habría problemas.
-Ustedes suponen que es como entrar a mirar una
función en un teatro. A la sala de cirugía nunca dejan
entrar curiosos -rlijo mi mamá-. Además no hay
nada que ver, sino quedarse fuera, en una recepción
fría y esperar -agregó mi mamá en un tono que no
admitía réplica.
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........... .Francisco Leal Quevedo
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atro horas más tarde estaban ya de regreso.
En mi imaginación esperaba su llegada en una
ambulancia, de esas de luces parpadeantes y sirena
poderosa, y que la bajaran dos enfermeros en camilla.
Pero llegó caminando por sus propios pies. Ella
protestaba:
-Coja y con el ojo vendado, debo parecer un
veterano mutilado en una batalla.
El resto del día permaneció en su habitación des-
cansando y oyendo música suave. Mamá le llevó la
comida a su habitación.
Al tercer día le quitarían "el parche de pirata",
como ella decía. Aceptaron, sin mayor resistencia,
que nosotros dos fuéramos con ellas.
-¿Está lista? -le dijo el doctor.
-Completamente.
-Uno, dos, tres, fuera -dijo el Doctor.
Y sin más preámbulos le quitó la venda.
La cara maravillada de la abuela nos confirmó que
la cirugía había sido un éxito. Una semana más tarde
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El doctor y la paciente hacían chistes sobre los miedos
que ella había tenido en la primera consulta. Nos
reímos un rato. De pronto ella le preguntó:
-Doctor, ¿puedo volver a trotar?
El se sorprendió un poco. pero mi mamá le explicó:
-Toda la vida ha sido atleta. Hace apenas dos
años. era la campeona nacional de triatlón en la ca-
tegoría Gran Master D.
-Con trotar no hay problema, aunque sería mejor
nadar.
-¿Y puedo boxear?
El doctor movió la cabeza para decirle que ni lo
pensara.
-¿Ni siquiera de vez en cuando? --dijo Lola.
-No sería conveniente que le golpearan el ojo.
-Me puedo conformar con golpear el saco. No
quiero ser una de esas ancianas de brazos escurridos.
Quizás exageraba, la blusa de mangas cortas que
usaba ella ese día, dejaba ver sus brazos contornea-
dos y firmes. De pronto dijo algo extraño y todos la
miramos sorprendidos:
-Detesto el "doble adiós··.
-¿El "doble adiós"?
El doctor estaba tan intrigado como nosotros.
-Sí. algunas de las personas de mi generación
tienen tan flácidos los brazos que cuando hacen el
gesto del adiós, la mano va para un lado y el brazo
flácido va para el otro.
Mi hermano y yo nos reímos pues nos acordamos
de que a nuestra vecina Lilia, la que viene a jugar
cartas. los brazos le bailan en .. doble adiós.. todos
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los días. La piel se escurre tanto que casi parece una
aleta voladora.
-Para tonificar los brazos pueden ser suficientes
las pesas de repetición. Y muy de vez en cuando el
saco de boxeo --dijo el doctor.
Esa noche la abuela yolvió a jugar cartas con mis
papás y los vecinos. Su risa altisonante destacaba en
el grupo. Y quizás porque veía más que antes, en esa
ocasión iba ganando casi todo.
-¿Qué voy a hacer con tantos fríjoles y arvejas?
-dijo, señalando las apuestas.
-Se los vendes a Mamá para hacer un puchero
-le dijo Julián con voz de negociante-. Desde ahora,
soy el manager de mi abuela -nos dijo como quien
comunica algo inapelable.
Ella le hizo un gesto de aprobación y él tomó aire
de magnate.
Lilia, la del "doble adiós", tenía una mala racha.
Mario, su esposo, pasaba trabajos para salvar los
cases. Mis padres iban apenas a ras, sobreviviendo.
Nosotros dos nos fuimos a acostar porque era tarde.
Ellos continuaron jugando un largo rato, sin que ter-
minara la buena racha de la abuela.
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,¿U!'J .t~PARA.-rO'?
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Mi abuela es 1111 cíhmg .... .... .
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ola se sentó frente al computador y buscó en
Internet los distintos modelos. Al inicio de un catálogo,
apareció la gran corneta que habían usado los sordos
hace siglos.
-¡Qué horror! -dijo Lola con ojos de espanto.
Se veía enorme, casi como el altavoz de las antiguas
vitrolas, de esas de cuerda y discos gruesos.
Entonces Mamá intervino:
-Ése ya no se usa, sólo está en los museos.
-Ya lo sé. Pero todos esos otros aparatos se le
parecen, son horribles.
-Mira los más modernos, son tan diminutos que que-
dan dentro de la oreja y casi no se notan -le dijo Papá.
-Pero algo se notan, y además esos cables que
llegan hasta la batería, me harán ver como un muñeco
que alguien maneja a control remoto.
-Mamá, exageras, esos aparatos son casi invisibles.
-Seguiré buscando, hasta que el sueño me venza
-dijo con obstinación.
Todos nos fuimos a dormir y ella se quedó frente
a la pantalla durante horas buscando el aparato ideal.
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. . . . ......................................................... .Francisco Leal Quevedo
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TRAS EL APARATO
PERFECTO
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......................................... .Francisco Leal Quevedo
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PREGUf,ITAS
PENDIEI~TES
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....... .. .Francisco Leal Quevedo
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2.3
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-Esto sí es música. una música perfecta.
Los días siguientes ya no hubo necesidad de repe-
tirle nada, bajó el tono de la voz y canturreaba todo el
tiempo. A la semana, la citaron en el consultorio para
un último chequeo y revisar con ella los comandos.
No había sido necesario corregir ni agregar nada.
Dejó de quejarse de los ruidos ambientales. Se había
acostumbrado de nuevo al bullicio del mundo.
-Sólo ahora descubro que en los últimos años
estuve encerrada en mi sordera, como si fuera una
cárcel, pero no me daba cuenta -dijo en ese mo-
mento con toda naturalidad-. Ahora escucho mejor
que hace treinta años.
Esa noche, ya en nuestro cuarto, Julián me
comentó:
-La abuela ha recuperado sus dos poderes perdi-
dos, oye muy bien y tiene ojos de águila. ¿Irá ahora
por los superpoderes?
Al principio yo me reía del cuento de ser corPo
los viejos héroes, luego empecé a hacerme ilusiones.
Lola entrenaba en la piscina olímpica todos los días
durante dos horas. A veces la acompañamos; los re-
gistros semana a semana, mejoran, pero aún estaban
lejos de sus mejores marcas.
La abuela no necesitaba que nadie la animara, pero
recibió un nuevo estímulo. Un día la llamó la señora
que le había pedido el autógrafo en el Mercado de las
Pulgas. Luego vinieron a recogerla para que pasara
la tarde con la gente del Club Lola Quevedo. Regresó
resplandeciente.
-Parece que te hubieras bañado en agua de rosas.
estás radiante -le dijo Mamá.
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~' -~, -~-··. -·· ~ ""<
.,_ •• ,·>nc '•
(,()
............... ................. Francisco Leal Quevedo
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TODO TIENE
LJ N LÍ ~vHTE
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... .. Francisco Leal Quevedo
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Imaginábamos que Lola era partidaria de las in-
yecciones d~ botox o de colágeno, pero estábamos
muy equivoccdos.
-Las arrugas son para lucirlas -respondió ella
sin dudarlo.
La miramos sorprendidos.
-Adoro mis arrugas. Estos surcos profundos en
rni J.Jiel, son partEo de la hLlotia de esta larga vida. Me
he ganado cada una de eiias luchando por algo. Son
tambi{m mis trofeos.
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'hapá escribió, entonces, un artículo para la revista
r
que contaba la transformación que había visto en Lola.
El título era: ·'Cómo vivir mejor en la tercera edad, sin
ser una cuchibarbie". El escrito, a dos columnas, fue
todo un éxito, la publicación vendió tantos ejemplares
que fue necesario un nuevo tiraje.
Ella publi~ó en su blog las opiniones propias sobre
los viejos que quieren lucir jóvenes. Le llovieron las
felicitaciones. Una amiga virtual le sugirió que se hi-
ciera además un maquillaje permanente: "He visto que
tus cejas son pintadas porque hace tiempo cometiste
la tontería de depilarlas del todo y nunca vuelven a
crecer completas. El maquillaje permanente es muy
práctíco", le decía en la nota; "A la larga, resulta en
una economía de tiempo y dinero", así terminaba el
mensaje.
A Lola le pareció convincente ese argumento:
-Es la ocasión de corregir un antiguo error. Nunca
volvieron a crecer de una buena manera. Está decidido.
dejaré de tener esta cara lavada.
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Le recomendaron una señora de origen europeo
que. aunque llevaba veinte años en el país, aún ha-
blaba con la lengua pesada. Pidió una cita con ella.
Mi hermano y yo aprovechamos para hacerle algunos
chistes:
-Con esos aparatos pueden escribirte en la frente:
"Campeona".
-Serás una abuela punk con esos tatuajes.
Y en verdad eran tatuajes. El aparato metía tinta
dentro de la piel. Y luego nada podía borrarlos.
En tres sesiones le dibujó las cejas. Luego, en dos
sesiones más, le marcó el borde de los párpados.
Era apenas una delgada línea oscura. Pero de un
gran efecto, sus ojos se veían más profundos y más
grandes.
Finalmente, se concentró en lo más difícil: mejo-
rar el contorno de los labios. Ya no eran esas finas
líneas moradas, que una noche habían impresionado
a Julián, ahora se veían bien definidos y rozagantes.
-Ahora tendré más tiempo libre, no tendré que
maquillarme durante media hora cada mañana. Ni
desmaquillarme por la noche -comentó Lola.
Ése había sido otro cambio exitoso, pero nos pre-
guntábamos "¿Será, ahora sí el último?"
Entonces mi hermano hizo una de sus preguntas
desconcertantes:
-¿Has cambiado tu aspecto externo, ahora cam-
biarás algo de adentro?
La expresión de la abuela era de completa sorpre-
sa. Como no respondía, él agregó:
-¿Has hecho muchos cambios afuera, pero aden-
tro no será necesario cambiar algo?
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U!'-J DOLOR
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Cronometramos el tiempo: cuarenta y seis minutos.
Toda una hazaña para una atleta Gran Master D. Pero
un mal registro para dos muchachos de casi trece y
once años. Luego bajamos todos por el camino de
piedra, claro que bajar era fácil.
Esa noche Lola empezó a quejarse de dolores muy
fuertes en las caderas.
-Para tu edad, ese esfuerzo fue excesivo. Y ade-
más hacía rato que no entrenabas.
Mamá, como siempre, la sermoneaba.
-No exageres, me pasará con un poco de descanso
-le respondió muy convencida la abuela.
Se dio un largo baño caliente en la tina y se acos-
tó. Durante la noche, los dolores se hicieron más
intensos. Se levantó de la cama, quería buscar algún
calmante en su pastillero. Pero luego de tres pasos
se volvió a acostar.
-Mamá, ¿qué te pasa?
-No puedo tenerme en pie.
Tomó unos analgésicos potentes, se aplicó com-
presas frías y calientes, se puso un rato la lámpara
infrarroja, pero todo era en vano. Al fin se quedó
dormida, pero en sueños se quejaba.
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.......................... .Francisco Leal Quevedo
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2q
,
\ bamos de vuelta a casa, como siempre en nuestros
puestos en la parte trasera, la abuela no hacía los
chistes de siempre, estaba pensativa. Cuando de
pronto le dijo a Mamá:
-Hija, todos los males me han venido al tiem-
po. ¿Será que setenta y ocho es un número de mal
agüero?
-No lo creo. La acumulación de males ha sido
una coincidencia -le respondió.
De pronto las dos callaron. Ese silencio duraría
muy poco tiempo.
-¿Setenta y ocho años? ¿No me dijiste que eran
setenta y cuatro? -preguntó sorprendido Julián.
-Bueno, sólo me estaba quitando unos pocos
años.
-¿Te daba pena con nosotros? -le preguntó él.
-No es por pena que uno, a estas alturas de la
vida, oculte unos cuantos años.
·-¿Si no es esa la razón, entonces por qué se
miente sobre la edad? -volvió a preguntar Julián.
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-Porque la gente se asusta con los números que
se acercan a ochenta.
-¿Por qué?
-Porque suele ser el último piso que una vive.
Esta vez el silencio fue apenas de diez segundos.
La mente de mi hermano nunca se queda quieta. Yo
esperaba una nueva ola de preguntas.
-¿Cómo así que el último piso?
-La gente habla de cada década de la vida como
si fuera un piso -explicó Mamá.
-Y es el último piso completo que se vive pues
casi nadie pasa de los 90 -agregó Lo la.
Pero Mamá no estaba de acuerdo con lo que había
dicho la abuela. O de pronto quería darle ánimo, por
eso dijo:
-No siempre es así, tú sabes que la abuela Adelina
vivió hasta los noventa y cuatro, valiéndose por sí
misma.
-Y dos de sus hermanos casi logran otro tanto
-agregó Lo la.
-Espero que tú vivas al menos otra década.
¿Acaso cuando era pequeña, no me hablabas de "la
fuerza del linaje"?
-Espero que así sea --dijo finalmente la abuela.
Luego se quedó en silencio y miraba por la venta-
na, lucía un poco sombría, como quien tiene muchas
dudas sobre el futuro.
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''\.,.,sta vez era ella quien apuraba a los doctores,
quería la cirugía cuanto antes. Sería en dos días.
Cuando algo vino a cambiar los planes. Primero fue
Mamá quien comenzó a estornudar. A la mañana
siguiente, Lola también lo hacía a cada rato y su nariz
parecía una fábrica de mocos.
Acudieron a la cita con el anestesista. No la ope-
rarían hasta que se curara totalmente de ese virus.
Regresó a la casa muy contrariada.
-Tengo que ponerme bien muy pronto. Me voy
a cuidar porque estos resfriados pueden complicarse
hasta llegar con una neumonía. Claro que yo estoy
vacunada, lo hago todos los años.
Mamá preparó un jarabe de tilo según las instruccio-
nes de la misma Lola y a la infusión le agregó varias
cucharadas de miel con jengibre. Quién sabe si será
efectivo, pero al menos huele bien, pensé.
-No hay que abrigarse tanto -le dijo Mamá.
-Hija, en esto si soy antigua. Estar bien abrigada
ayuda, sin duda. Y quiero mejorarme rápido.
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Lola se recuperaba. Pero algo había cambiado
dentro de ella. por primera vez la veíamos silenciosa.
Permanecía en su cuarto.
-¿En qué se ocupa la abuela? -pregunté.
Todo era un misterio. Mi hermano. como siempre.
tenía una explicación:
-Ella está haciendo su testamento.
-¿Cómo se hace un testamento? -pregunté.
Según lo que me explicaron, se trataba de declarar
la última voluntad acerca de qué harían con sus bienes
después de la muerte, ante un notario que velaría
porque eso se cumpliera sin un solo cambio.
Entonces, de ser cierto que elaboraba el testamento,
ella temía por su vida. Como no podía caminar, el
funcionario vino a casa y durante horas hablaron a
puerta cerrada.
Una semana después volvió al hospital y la progra-
maron de nuevo. La cirugía sería tres días más tarde.
Antes de hospitalizarse, ella quiso que fuéramos de
paseo al campo. Íbamos, como siempre, nosotros
tres en el asiento de atrás, pero no reíamos como
antes. Lola habló menos que otras veces. Llegamos
a un pueblito blanco que queda a orillas de una gran
laguna. Caminábamos lentamente por sus largas ca-
lles. Lola iba del brazo de Mamá, cojeaba un poco,
lo hacía paso a paso.
-A veces me imagino que no despierto de la
anestesia -alcancé a oír que la abuela le decía.
-Mamá. no pienses en esas cosas.
-Hija, en eso hay que pensar, tengo un montón
de años, ¡qué barbaridad!
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.................................................. ... F'rancísco Leal Quevedo
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ra sábado, después de la cena, habían jugado
su habitual partida de cartas. Hacia la medianoche
habían terminado. Ya debía ser de madrugada, cuando
un terrible ruido nos despertó. Algo caía por la esca-
lera dando tumbos. Había sido tal el estruendo que
todos nos levantamos de prisa.
En medio de la oscuridad procurábamos localizar a
la abuela que se quejaba. Encendimos todas las luces.
Lola yacía al final de la escalera, en el vestíbulo. La
gata estaba junto a ella, no se le despegaba un segundo
y chillaba todo el tiempo, pidiendo auxilio.
Seguramente esa noche Lola necesitó ir al baño,
debió dar un mal paso y rodó por la escalera. No
podía pararse ni mover el brazo derecho. Y se tocaba
el tórax. Le dolía al respirar.
-No me muevan -nos pidió- Llamen a una
ambulancia.
Rápidamente llegaron los paramédicos. Le aplica-
ron una inyección para el dolor. Le pusieron un cuello
ortopédico, la pasaron a una camilla y la subieron a
la ambulancia. Ya en el servicio de emergencias le
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/ 1\ ¡' ¡! t 1\ ( 1 > / ~ 1 ! J ~ )¡' ', \ , ( /r '
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, 1día siguiente nos levantamos pensando en
la abuela.
A la hora del desayuno, su silla vacía nos la recor-
daba todo el tiempo.
-¡Ojalá le vaya bien! -Ése era nuestro deseo
permanente.
No podía atender en clase, mi mente estaba en
ese quirófano. Cuando regresamos del colegio, aún
no se tenían noticias. Pero al rato Mamá ya estaba
en la casa.
-Fue una cirugía más larga de lo esperado, unas
seis horas, nos dijo.
--Estará en cuidados intensivos hasta mañana. Los
doctores me han advertido que la recuperación puede
ser larga y complicada.
Al día siguiente la trasladaron a una habitación,
pues se recuperaba satisfactoriamente. Mamá volvió
al hospital en la noche para acompañarla de nuevo.
Nosotros nos resignamos a quedarnos en casa.
Nos acordábamos de ella to@o el tiempo. Pero al
tercer día sentimos más su ausencia.
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............... Francisco Leal Quevedo
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Mi abuela es un cíborg, ........... .
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má se fue a casa, regresaría luego al
hospital pues había olvidado algo que debía traerle
a la abuela. Ingresaríamos solos.
Nosotros dos avanzábamos hacia un mundo
desconocido. Caminábamos con un poco de miedo
por esos largos corredores. Mirábamos para todos
lados, como si las enfermedades fueran duendes
que pudieran salir de sus escondites a asustarnos o a
contagiarnos. Sentíamos que detrás de cada puerta
podía estar aguardándonos una sorpresa peligrosa.
La gente nos miraba con extrañeza. A todos se les
hacía raro que hubiera niños husmeando por ahí, y
además en horas de la noche. Buscábamos el servicio
de ortopedia.
-Tercer piso, izquierda -nos dijo, sin mirarnos
a la cara, un vigilante que pasaba.
Los ascensores eran enormes y se movían con
lenta suavidad, como si trasportaran huevos o por-
celanas. Llegamos al piso. Ahora faltaba encontrar
la habitación. Leíamos todos los avisos. Pasamos
por pediatría; muchos niños estaban bajo cámaras
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Mi abuela es w1 cíhmg ........ .............................................................. .
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~
~
'Vn el momento de nuestra llegada la abuela
dormía.
Recibía oxígeno con una mascarita y de un frasco
goteaba suero que iba conectado a un brazo. Estuvimos
un rato observándola, lucía muy cansada. Las enfer-
meras se habían ido, quedamos solos con ella. En
ese instante la abuela expandió su pecho, tomó una
enorme bocanada de aire, como si fuera a lanzarse
desde el trampolín a una profunda piscina, pero luego
no lo exhaló, se quedó quieta y dejó de respirar.
Como un relámpago me llegó un terrible pensa-
miento: ¿Tras esa bocanada gigante de aire, se ha
lanzado a la piscina de la muerte?
Julián y yo nos miramos, en nuestra mente estaba
la misma idea. Pasaban los segundos y su pecho no
se movía. Llevaba más de un minuto sin tomar aire y
sin mover un solo músculo.
-¿Acaso se acababa de morir, bajo nuestras nari-
ces? -me pregunté.
Un aparato que había sobre la mesa comenzó a
sonar. Era una alarma para llamar a los paramédicos.
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Pasaban los segundos y nadie acudía. Sentí que la
situación era grave. Teníamos que hacer algo de
forma inmediata. Sobre la cama había un timbre
rojo. Me quedé pegado a él, sin soltarlo. Sonaba tan
fuerte como un ejército de chicharras, como cinco
vuvuzelas juntas.
Pasaban los segundos lentamente. Aún nadie acu-
día a pesar del ruido.
Luego de un largo momento aparecieron dos
enfermeras.
-No respira -les dijimos.
La movieron un poco y le colocaron de nuevo la
mascarita con el oxígeno. Pero aún no respondía. La
sacudieron de nuevo, varias veces.
Lentamente volvió a oírse un leve jadeo, que poco
a poco se hizo más frecuente.
-No era nada, sólo una apnea -le dijo una en-
fermera a la otra.
-¿Qué es una apnea? --les preguntó Julián.
-Es ... es algo difícil de explicar.
Y se fueron sin ni siquiera intentarlo. Eso era lo
malo en ese hospital, a los que no éramos adultos no
nos daban importancia.
Con tanto revuelo alrededor, la abuela se despertó
del todo. Abrió completamente sus grandes ojos y se
dio cuenta de nuestra presencia.
-¡Qué bien que hayan venido! --dijo mirándonos.
Nosotros no respondimos nada, apenas sonreímos.
Nos quedamos así, un rato más, junto a su cama,
acompañándola. Mamá regresó en ese momento,
cuando ya el peligro había pasado. Lola le preguntó:
-Dime hija, ¿cómo salió todo?
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-Muy bien, ha dicho el doctor que te operó -
respondió Mamá.
-Yo sabía que este viejo cuerpo resistiría sin
problemas.
Y mientras decía esto se palmoteaba el pecho
con la única mano que podía mover. Era evidente
que estaba animada y se sentía fuerte. La abuela no
era una enferma cualquiera, era excepcional. A pe-
sar de estar suspendida en esa telaraña, y de haber
regresado recientemente de la piscina de la muerte,
lucía contenta.
-Cuatro o cinco semanas se pasarán volando
-nos dijo de muy buen humor.
Por un instante la abuela se olvidó de nosotros y se
perdió en sus pensamientos. Tenía los ojos cerrados
y respiraba tranquila. Parecía dormida. En su cara se
dibujó una sonrisa. Seguramente se imaginaba que
volvía a las competencias, a ganar como siempre. En
ese momento feliz se imaginaba que con su pecho
rompía otra cinta de llegada, en medio de fotos y de
aplausos.
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s. jt--
90
su rápida recuperación. En otra ocasión trajeron unos
aparatos, como una sierra eléctrica y unas grandes
tenazas. cortaron el yeso, como cuando uno abre
el pan para hacer un sándwich, y de ese sarcófago
blanco salió Lola. Dejaba de ser momia.
Ella se miraba las piernas. se tocaba las caderas.
--Esto es un milagro, esto es un milagro- repetía.
Estaba muy emocionada. Las cicatrices eran míni-
mas, como unos largos hilos rojos en los muslos. Le
autorizaron a que caminara.
-Despacio, un poco más cada día, sin exagerar
-había dicho el doctor.
Nos turnábamos para acompañarla, al comienzo
usaba un pequeño andamio con ruedas, que ella
llamaba "el caminador". Luego se apoyó en muletas
y en unos cuantos días las dejó. Llevaba un bastón
que usaba poco. La siguiente semana comenzó a dar
paseos lentos, acompañada por alguno de nosotros.
Inició las sesiones de fisioterapia y continuaba con
pesas y bandas elásticas. Le dedicaba a sus ejercicios
largas horas, con gran disciplina. Luego volvieron los
señores del hospital y la felicitaron de nuevo.
Ya llevaba seis semanas de convalecencia y ca-
minaba como si nada hubiera pasado, veloz y con
seguridad. Un día encontré el bastón en la caneca
de la basura, sin decirle nada a nadie, lo recogí y lo
guardé en mi armario.
-Puede ser otra pieza importante cuando arme-
mos el Museo de la Abuela Poderosa -me dije.
Al verla tan animosa y dispuesta, mi hermano y yo
de nuevo nos preguntábamos ¿Hasta dónde llegará?
¿Hasta competir de nuevo? ¿Y si compite, tendrá
fuerzas para ganar la competencia?
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La abuela volvió a llevar su vida normal. Hasta
se vinculó a un grupo de la tercera edad, eran unos
veinte "maduros··, así los llamaba ella, entre hombres
y mujeres, que hacían gimnasia juntos y se iban de
excursión. El ortopedista le había recomendado cam-
biar de deporte.
-Como usted ha sido atleta, ciclista y nadadora,
creo que será mejor que ahora se dedique sólo a la
natación.
Ella estuvo de acuerdo. Además esa competencia
era su mayor fortaleza. Lo hacía tres veces por semana,
en una piscina olímpica y sus registros mejoraban día
a día.
No sólo nosotros estábamos sorprendidos de su
renovado vigor, veíamos la misma emoción en la cara
de sus médicos. Por ello comenzamos a preguntarnos:
¿Será Lola de una raza especial? ¿acaso existe lo que
ella llama "la fuerza del linaje"?
Como si nos leyera el pensamiento con sus nuevos
ojos, nos dijo:
-No soy especial.
-¿Heredamos tu fortaleza? -le preguntamos.
-No tengo una fuerza fuera de lo común. El se-
creto es haber llevado siempre una vida saludable y
hacer ejercicio con regularidad.
-Y ahora también la ciencia ayuda -agregó con
una sonrisa.
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? or esos días el grupo de caminantes al que
pertenecía la abuela organizó una excursión. Ella
estaría afuera cuatro días.
-No vayas a abusar -le dijo Mamá.
-Puedes estar tranquila, no vamos a escalar -le
respondió-. Y las caminatas serán cortas y en te-
rreno plano.
Su ausencia nos permitió hablar abiertamente de su
recuperación, que había sido casi una transformación.
A mi inquieto hermano le surgió una pregunta:
-¿En qué se ha convertido Lola? Con todos esos
cambios ¿sigue siendo mi abuela?
Cada uno de nosotros sugería una posibilidad:
-¿Es ahora una mujer nuclear? -preguntó Julián.
Evidentemente no llegaba a tanto.
-¿Es la Abuela Maravilla? -dije.
A ella le hubiera gustado pero no era el caso.
-Es simplemente el mismo ser humano que era
antes, pero ahora con unas pocas modificaciones.
Algo ha cambiado, pero lo esencial continúa igual.
--dijo mamá queriendo acabar de una vez por todas
con nuestras especulaciones.
Yo no estaba de acuerdo. Habían sido muchas las
modificaciones y además ahora tenía aparatos, fuera y
dentro de su cuerpo. Busqué en Internet "Ser humano
con aparatos y modificaciones".
Había 137.865 páginas sobre el tema. Y en varias
apareció un nombre extraño: cíborg.
Al principio pensé que era un nombre técnico al
que no debía darle importancia. Pero seguía apare-
ciendo. Busqué en un diccionario: "Clborg: palabra
que resulta de la unión de cibernética y organismo.
Se dice de un ser vivo que ha sido modificado amplia-
mente por medio de la tecnología".
No había duda, mi abuela cumplía todos los requi-
sitos para serlo.
-Lola es un cíborg. Dije en voz alta para celebrar
mi descubrimiento
-¿Qué es eso? --preguntó intrigada mi mamá.
-Es una palabra nueva. Es un organismo vivo al
que le hacen modificaciones cibernéticas.
-Mamá no es un robot -agregó algo molesta-.
¿No ves que ella tiene cerebro y sentimientos?
Yo no había dicho eso, sólo había afirmado que
mi abuela era un ser humano con modificaciones.
-Ella no es un robot, es un cíborg -le insistí.
Y para que no quedara ninguna duda, agregué:
-Tiene los poderosos aparatos de los robots, pero
también tiene cerebro, emociones y sentimientos,
como un ser humano.
94
·~. amá parecía difícil de convencer:
-Ella no es un híbrido entre máquina y ser viviente
--dijo.
Julián. en cambio, estaba completamente de acuer-
do con mi descubrimiento. Papá dudó al comienzo.
luego comenzó a mostrarse partidario. Esa tarde se
encerró en el estudio y escribió sin parar durante
horas. Al día siguiente apareció un nuevo artículo en
la revista, esta vez a tres columnas: "La abuela es un
cíborg ., , se titulaba.
Desde la dirección de la revista, luego de tres días
de la publicación, felicitaron a Papá:
-Su artículo es el que ha recibido más cartas de
los lectores en este año. Diez publicaciones de otros
países lo han reproducido.
Estoy muy emocionado, él ha puesto en el artículo
que la teoría la inventé yo. Y Marina, la vecina que
tanto me gusta y que cada día está más bonita, otra
vez lo ha leído. Ahora me mira con ojos llenos de
admiración. como si yo fuera muy inteligente.
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El artículo llegó a las manos de la abuela durante su
viaje. Uno de sus amigos lo encontró en Internet en la
página de la revista y se lo envió al blog, pero nosotros
no sabíamos. Ella regresó el domingo en la mañana y
ese mismo día, a la hora del almuerzo nos dijo:
-He leído el artículo.
Todos nos sorprendimos, estábamos ansiosos por
conocer su opinión.
-Cuando empecé a leerlo me causó extrañeza
que mi familia me viera como un engendro lleno de
aparatos.
Al oír esto dejamos las cucharas quietas. Estábamos
pendientes de sus palabras:
-Luego me pareció divertido.
Respiramos aliviados y sonreímos, ella continuó
diciéndonos:
-Según ustedes, soy casi una abuela nuclear, un
viejo cíborg.
Calló un instante, nos miró uno a uno.
-Es cierto, lo soy.
Su conclusión logró serenarnos. Pero ella nos tenía
una sorpresa.
-Pero no sólo yo, todos nosotros somos cíborgs
-nos dijo con una seguridad irrefutable.
Nos miramos unos a otros, desconcertados.
-¿Pero dónde están nuestros aparatos? -le dijo
mi papá.
-Olvidas que hay muchas clases de aparatos. Tú
usas anteojos, zapatos, vestidos, cubiertos, computa-
dor y montas en bicicleta, en automóvil y en avión.
Papá la miró sin responderle, se había quedado
pensando.
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Y dirigiéndose a Julián le dijo:
-Tú usas un morral, varias linternas, equipo de
explorador, arnés, tenis, la mano robótica que se te
ha vuelto inseparable hasta para cortar un filete. Y
hace poco has comprado un GPS.
Luego me tocó el turno a mí:
-Si pudieras ponerte alas lo harías pues sueñas
con ser aviador y ojalá astronauta. Usas computador.
calculadora, lupas, televisor, equipo de sonido. Y últi-
mamente no puedes vivir sin tu teléfono celular, para
llamar a Marina, ¿acaso crees que no me doy cuenta?
De ese discurso sólo se había salvado Mamá, pero
por poco tiempo:
-Tú utilizas anteojos, computadora, lavadora,
batidora. ayudante de cocina, herramientas en tu
jardín y mucho, de pronto demasiado, el teléfono.
Sus argumentos nos habían dejado mudos.
Entonces ella continuó con su discurso:
-Lo único que parece distinto es que algunos de
mis aparatos están dentro de mi cuerpo.
-¿Y te parece poca la diferencia? -le dijo Papá.
-Esa diferencia es apenas aparente. Todos, no
sólo yo. usamos aparatos internos.
No nos imaginábamos hacia donde iba ella:
-¿Cuáles? No me veo ninguno -Preguntó Papá.
-No te los ves pero los tienes. El pensamiento y el
lenguaje son aparatos, los seres humanos no nacemos
con ellos, los adquirimos. Saber un idioma o conocer
un oficio es como tener un chip extra en la cabeza.
No nos damos cuenta porque no se pueden tocar,
pero son aparatos.
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