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Mi abuela

ES UN CÍB0RG
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Francisco Leal Quevedo

Mi abuela
ES UN CÍBQRG
'\
~/

~educar
~
\:_,.,¡ sábado en la tarde fuimos al aeropuerto a
recibirla.
Aguardamos un rato frente al Muelle de Uegadas,
pues el avión venía retrasado.
Por los altavoces, al fin anunciaron el arribo.
Comenzaron a salir los pasajeros.
Como siempre, aparecieron primero los que tenían
limitaciones físicas. Un anciano en silla de ruedas y
máscara de oxígeno, lo ayudaba un enfermero. Luego
un señor con muletas, en compañía de algún pariente.
Una ancianita de andar lento avanzó, paso a paso,
hacia la salida. Finalmente alguien con yesos y vendas
salió en una camilla.
Esperaba verla entre ellos, pero ninguno de esos
pasajeros era ella.
La imaginaba entre los discapacitados, porque mi
mamá siempre mencionaba sus achaques, luego
de hablar con ella, largamente, por teléfono: "Se
está quedando ciega", "Está casi sorda", '·En unos
pocos meses necesitará silla de ruedas".

5
\Ir ,,/,ul fu 1., un l ihr,,~~

A pesar de esos presagios. ella llegó caminando


por sus propios medios. aunque cojeaba un poco.
Hablaba en un tono alto y a veces debíamos repetir-
le alguna frase. pero era una exageración decir que
estaba sorda. Los ojos sobresalían detrás de unas
gruesas gafas. pero estaba muy lejos de ser ciega.
Era innegable su parecido con otras viejitas y eran
notorios sus quebrantos de salud. Quedaba poco de
la antigua campeona de grandes hazañas.
Traía en la mano, con gran cuidado, una jaula donde
venía su gata y tres maletas grandes que empujaba en
un carrito. Cada uno de nosotros cogió una y Mamá
alzó la mascota. Nuestra visita tenía las manos libres,
como una pequeña reina.
Nunca la mencionábamos como la Abuela o por
su nombre de pila, porque así nos lo había pedido:
''Es mejor que olvidemos el Dolores", nos había dicho
un día. "Es cierto que tengo achaques pero jamás
me quejo. Y la palabra abuela será para cuando esté
mucho más vieja".
Así, el nombre quedó en el mote familiar de Lola.
Debíamos acomodarnos en el auto. Ella insistió en
ir atrás, aunque Mamá le ofreció tres veces el puesto
del copiloto.
-Siempre la gente importante va en el asiento
trasero --dijo riéndose.
Julián y yo nos apretamos un poco para dejarle a
ella un mayor espacio.
-¿Acaso estoy tan gruesa? Juntémonos un po-
quito-, nos sugirió con picardía.
Papá arrancaría en cualquier instante. Entonces
ella dijo adelantándose:
-Estamos listos. En marcha.
El tono de sus palabras sonó como una orden que
nos hizo sentir a los de atrás como los verdaderos
dueños de una limusina de lujo. Los de adelante eran
apenas el chofer y su ayudante.
El auto se inició inmediatamente y los tres nos
sentimos cómplices de una travesura que ocurriría en
instantes. De buena gana nos reímos un rato.

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. -·-~

r"";
~~"'~pá tomó la gran avenida, la vía más directa
hada la casa.. Íbamos muy entretenidos charlando,
no nos importaba el tráfico lento. ni que teníamos
hambre.
Conversar con Lo la siempre fue divertido, en su
vida pasaron muchas cosas que ella cuenta con gracia.
Desde pequeños sabíamos de las competencias
deportivas y de las medallas y trofeos que traía en
cada viaje. En varias oportunidades apareció en el
periódico, en revistas y en la televisión. "La gran
atleta impone marcas'', decían los titulares; "Supera
las distancias y los años", anotó un reportero.
Su fama nos había salpicado varias veces. Una vez
le hicieron un reportaje con muchas fotos, de casi
una página, en el diario del domingo; allí aparecimos
sus dos nietos con ella. Yo estaba orgulloso pues
caían sobre mí muchas miradas, algunas de ellas
importantes. Todo el mundo lo leyó, hasta la
profesora de Matemáticas, que me felicitó, y Marina,
la chica que vive a cuatro casas de la nuestra y que
me encanta, desde ese día me miró con otros ojos.

B
Luego de ese reportaje. Mamá estuvo una semana
recibiendo llamadas de amigos y conocidos que
celebraban las hazañas de Lota.
-De tal palo, tal astilla -le dijo alguien y a ella le
fascinó el comentario.
He de confesar que a ratos le tenía alguna envidia,
como cuando viajaba por países lejanos, como China,
Tailandia e Indonesia; o cuando subía a un podio,
al final de una importante competencia, mientras
sonaba la música del himno de nuestra patria y
alguien le ponía en el cuello la medalla: o cuando
hacía declaraciones a los diarios, ante una docena
de micrófonos y bajo el resplandor de una nube de
cámaras fotográficas.
De cada sitio nos enviaba postales y a veces nos traía
regalos. Pero en los últimos dos años estaba retirada de
las competencias. A mi, y supongo que a mi hermano
también, nos gustaría ser famosos como ella.
Llegamos a casa, subimos las maletas hasta su
habitación. Rápidamente se instaló en el cuarto que
hasta ese momento había sido de mi hermano. Todo
le pareció bien y dirigiéndose a Julián le dijo:
-Discúlpame por incomodarte.
Claro que no sólo lo incomodaba a él, también a
mí, pues había tenido que recibirlo en mi cuarto. con
su cama, la guitarra y varias de sus colecciones. El
espacio resultó justo pero el televisor quedó torcido.
La abuela abrió la maleta más grande. había llega-
do la hora de los regalos. Para cada uno había algo
especial. Me entregó un avión antiguo a escala, me
encantó pues era el mismo modelo del Espíritu de San
Luis, con el que Charles Lindbergh atravesó en un
vuelo en solitario el Atlántico en 1927. Y a Julián una

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mano robótica con control remoto, que tiene cinco
movimientos y además es fluorescente en la noche.
diseñada por la NASA. Con los gustos de ambos ha-
bía acertado. Mi papá recibió una loción y mi mamá
moldes para hornear, que le fascinan.
Ella no paraba, arregló su ropa en el armario.
Husmeó en la cocina. Le dedicó un rato a la gata, la
tenía alzada y le hablaba. Luego la paseó por toda
la casa.
-Quiero que conozca bien el lugar antes de
soltarla.
La comida de bienvenida que mi mamá había pre-
parado resultó exquisita. Luego conversamos y reímos
un rato. Al terminar la cena, invitaron a los vecinos,
Lilia y Mario, a jugar cartas.
No sólo la abuela se veía cómoda, su gata también.
Antes de una hora, el animal ya exploraba los alrede-
dores, donde había otros cuantos gatos e imagino que
algunos ratones. Estaría tan divertida que esa noche
no volvió a casa.
Todo iba bien con la visita, nada nos anunciaba
las cosas que pasarían en esas siguientes semanas.
En especial lo que le ocurriría a Lola.

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1=
~::vra tarde, ya el sueño nos pesaba en los
párpados, cuando Julián y yo, a oscuras, chismeamos
sobre la visita.
-No es besucona como la otra abuela -dijo él
aliviado.
-Ni nos dijo: "¡Cómo han crecido!"
Eran ya dos puntos a favor de Lola. Mientras que la
otra abuela, Ramona, hace muchos aspavientos, nos
da varios besos en cada mejilla y siempre nos mira de
arriba a abajo buscándonos un parecido con alguien
de la familia y exclama: "¡Los ojos del tío Gerardo!",
o "¡La sonrisa de la prima Fabiola!'·. Y no es que el
tío Gerardo sea bizco o la prima Fabiola mueca, pero
a nadie le gusta que lo comparen con otro.
Luego siempre sigue lo peor: Ramona nos
espicha los cachetes y los sacude: "¡Cómo están de
guapos!", nos dice con voz de descubrimiento. Y a
esto invariablemente sigue una expresión de asombro:
"¡Cómo han crecido! ¡Ya casi me alcanzan!".
¡A quién no le molestan esos gestos y comentarios!
Pero toca aguantarlos. Afortunadamente Lola no tiene

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las fotos de todos los parientes en su cabeza ni hace
comparaciones odiosas. ni zarandea los cachetes.
Julián quería seguir conversando, a mí se me
cerraban los ojos.
-Pero Ramona es una gran cocinera, no tiene
igual su tarta de manzanas -me dijo.
-Y teje como una araña, el otro día me hizo un
saco, prácticamente en una tarde -le comenté yo.
-¿Será que Lola también tiene esas habilidades?
No nos parecía posible que la antigua campeona
deportiva sobresaliera en otras artes. Esperábamos
tener pronto la oportunidad de averiguarlo.

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. pesar de sus achaques. Lola no había venido
para encerrarse en casa. La mañana siguiente era
domingo y quiso ir de paseo. Generalmente ese día
nos quedamos hasta tarde en casa, en pijama, des-
cansando, pero ella nos contagió de su entusiasmo.
-Vamos al Mercado de las Pulgas -nos propuso.
Nunca habíamos ido, sólo sabíamos que la gente
allí sacaba a la venta cosas viejas e inservibles, pero
que en medio de tantos cacharros inútiles aparecían,
de tarde en tarde. algunos objetos fascinantes.
El día era espléndido y el tráfico lucía despejado.
Llegamos pronto. Era interminable la fila de ten-
deretes, parecía nuestro desván multiplicado por
doscientos. Esperábamos sorpresas pero no tantas.
Muchos de los objetos eran interesantes y algunos
resultaron sorprendentes. La abuela estaba aún más
entusiasmada que nosotros en ese encuentro con el
pasado. Durante un rato largo revoloteó de un puesto
a otro. Quería mirarlo todo y enterarse de sus deta!Ies.
Pronto hizo su primer descubrimiento, miraba
afiches de películas viejas y exclamaba:
-¡Eran maravillosas las estrellas de mi generación,
como Elizabeth Taylor y Ava Gardner! Y también los
actores. como Humphrey Bogart y Cary Gran t. ¡Y
eran inolvidables sus películas! -agregó con orgulio.
Mamá también sentía admiración por aquellas
estrellas antiguas:
-Recuerdo que me llevabas con frecuencia al único
cine que había, en el centro de la ciudad. A veces
veíamos una película cinco veces.
-Siete fue el récord. con King Kong.
Al decir esto, la abuela simuló ser un gran simio,
enorme y corpulento, con un diminuto personaje en
su mano abierta.
Papá dijo que prefería las estrellas "más modernas"
y mencionó unos nombres que nosotros no conocía-
mos, como Claudia Cardinale y Jane Fonda.
-Lola y Mamá están hablando de los tiempos del
ruido -me dijo Julián casi en secreto.
-Y Papá se quedó en el siglo pasado-, le comenté
sonriendo.
Y cuando nosotros enumeramos las estrellas de
ahora, como Lady Gaga, Britney Spears o Justin
Bieber, eran ellos los que estaban en la luna, no co-
nocían una sola, aunque en la teJe las muestran a cada
rato y uno puede, en internet, enterarse de sus vidas.

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¡¡.~r'"\.:l.a miraba los viejos televisores, esas enormes
cajas ller v1~, de tubos, que se manejaban con b·:Jtones
y sus in:·nensas antenas, como un pararrayos
Luego siguió con las cámaras fotográficcts que
tem·an lentes manuales.
--Con una de estas tomaron las fotos de rni pri-
mera comunión ---dijo orgullosa-- Todavía las tengo,
pero ya no son en blanco y negro sino e:~ sepia.
Tras un lar~~ o regareo, compró una cámara de ca-
jón, de cerca de cincuenta años, que estaba en buen
estado, a.unq1Je con algunas rayas y peladuras.
Ella quería mirarlo y tocarlo todo, luego acosaba
a los vendedores con preguntas:
- ..-¿Funciona este radio viejo?
----Claro que funciona -dijo el vendedor casi
ofendido. Yo vendo aparatos útiles no cachivaches
inservibles.
-.;.Cuánto vale?
La abuela se estremeció cuando le dijo el precio.
-¿Por qué es tan caro?

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-El precio es apenas justo, pues es un modelo
escaso, que además se conserva en buen estado. Pero
la principal razón de su valor es que no sólo es viejo,
sino antiguo, tiene más de setenta años.
-¿Entonces yo ya no soy vieja. sino antigua?-
dijo ella.
Todos nos reímos, hasta el vendedor.
-¿Y valgo más por ser antigua? -preguntó con
mirada de picardía.
-Los años no son suficientes para ser antiguo
y tener buen precio -le respondió el vendedor,
sonriéndole.
-¿Qué más se necesita? -preguntó ella intrigada.
-El aparato debe funcionar bien y tener al menos
el 90% de sus piezas originales. De lo contrario, es
apenas una antigualla -le agregó.
-Nada de antigualla, funciono muy bien y tengo
todo original -le respondió la abuela.
Imagino que en ese momento ella se acordó de
algo que en su cuerpo había sido cambiado y corrigió:
-Excepto un detalle, estoy igual a como salí de
la fábrica.
Ella siguió mirando emocionada otros aparatos
inservibles, como un teléfono que era una enorme caja
de colgar en la pared, de donde salían, separados, el
micrófono y el auricular.
De pronto tomó un aparato que se veía tan peque-
ño como una cajita de cerillas.
-¿Y esto qué es?
-Un audífono.
-¿Para sordos?

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1
¡, 'J / ( ,.', { )Jf:'i' , /

-No hablemos de sordos. sino de limitados audi-


tivos -le corrigió el vendedor.
Lola miró bien ese objeto extraño y el colgandejo
que venía unido a un extremo.
Los cables eran gruesos y oscuros, ocupaba casi
toda la oreja y sobresalía dentro de ella por su color
marrón oscuro. Lola le accionaba la única clavija
para uno y otro lado. Por su gesto. sabíamos que
no escuchaba nada. Quizás no tenía pilas o estaba
descompuesto. Se lo retiró desilusionada. Entonces
dijo. en voz baja. como cavilando:
-Con seguridad hay más modernos.
Ahora comprendo en qué estaba pensando Lola.

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, asamos a un tenderete especializado en dne de
otras épocas. Le interesaban los afiches de películas en
blanco y negro, en especial los de Charlie Chaplin y los
de Buster Keaton, que se veían espectaculares. Regateó
un rato, el vendedor mantenía el precio porque la veía
entusiasmada. Ella entendió la situación y cambió de
estrategia: decidió fingir desinterés y despedirse.
-¡Qué tontería llenarme de más objetos inservi-
bles! -le dijo.
Su nuevo plan fue todo un éxito. Cuando ya ella se
alejaba, el vendedor la llamó para aceptarle la oferta.
Y ella, muy astuta. le sacó otra rebaja:
-Un diez por ciento menos por llevarle varios -le
dijo decidida.
Los enrolló con cuidado y los llevaba en la mano
como quien porta algo valioso. Había mucha gente y
casi no podíamos caminar. Con extrañeza noté que
nos encontrábamos en cada esquina con una señora
de edad que observaba una y otra vez a la abuela,
como si hallara algo intrigante en su figura. Se fue
aproximando hasta ubicarse frente a ella.

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.............................................................. .Francisco Leal Quel'edo

Entonces ocurrió algo que nos dejó maravillados,


se quedó mirándola y le dijo:
-¿No es usted Lola Quevedo?
La abuela estaba sorprendida y no le respondía.
-¿La mejor atleta en los Suramericanos de Cali? ¿Y
nuestra única medalla de oro en los Panamericanos de
Atlanta?
La cara resplandeciente de la abuela le confirmó
que estaba en lo cierto. Quería un autógrafo de la
antigua "campeona". La señora buscó en su cartera
la libreta y un bolígrafo. Mientras ella le firmaba, las
dos estaban sonriendo. La admiradora sacó su cámara
de una gran cartera y nos pidió que les tomáramos
una foto.
-Será la preferida de mi álbum -nos dijo.
Estábamos gratamente sorprendidos, pero aún
faltaba otra noticia.
-En mi barrio, el club de la tercera edad lleva su
nombre -le dijo la señora.
La abuela no se lo esperaba. Vi que sus ojos, tras
las gruesas gafas, brillaban más intensamente.
-No lo sabía, es todo un honor.
-Si la invitamos, ¿aceptaría compartir una tarde
con nosotros?
La abuela le dijo que sí, que por teléfono acordañan
los detalles.
Solamente una persona la había reconocido, pero
fue suficiente. Sentí que en ese instante ella había
recibido toda una descarga de energía positiva. Ahora
creo que ese momento fue el detonante de todos
los cambios que luego se sucedieron, como en una

19
Mi abuela es un cíb01;r; ...

cadena, ha~ta lograr transformarla, no en una joven


atleta, lo que sería imposible, pero sí en la que era
antes de que aparecieran los achaques.

20
......... _Francisco Leal Quevedo

ntinuamos nuestro paseo por el Mercado


de las Pulgas. Lola estaba de excelente humor y
nosotros también. Llegamos a un tenderete que
vendía películas viejas. Ella casi no podía creer que
tenía en sus manos las de Greta Garbo y las de
Vivien Leigh, completas.
-Las veía en mi juventud -nos dijo-. En un
viejo teatro que quedaba muy lejos. Ahora las veré
en formato digital y televisor de leds, en el sofá de la
casa. ¡Qué maravilla!
Las compró sin dudar, luego que el vendedor
le aseguró que eran originales y no copias piratas.
Continuamos explorando, cuando de pronto, al ver
en el estante las de Tarzán, preguntó:
-¿Tiene películas de los viejos héroes?
-Claro que sí. Ahora, de nuevo, están de moda.
Le ofreció las de Supermán. Estuvimos de acuerdo
con la abuela en comprar todas las cuatro que allí había.
-¿Y de los otros?
El vendedor buscó en el fondo de un baúl. De allí
sacó una tras otra las películas de Batman, la abuela
las miró sin entusiasmo. Con mi hermano nos mira-
mos sorprendidos.
-¡Pero si son maravillosas! -le dije.
21
Mi abuela es un cíbo1g ...... .

-Es entretenido, pero algo desabrido, porque no


tiene superpoderes -nos respondió.
Ya que ella no quiso comprarlas, lo hicimos noso-
tros tras lograr un buen precio.
Luego se detuvo en otro tenderete muy parecido.
-¿Tiene las películas del Hombre Nuclear1? -
preguntó ella.
Le mostraron la serie completa. Las compró des-
pués de regatear un poco.
-¿Y las de la Mujer Maravilla 2? -preguntó con
cierta ansiedad.
Estaban todas, en empaques relucientes, con el
celofán intacto. Con seguridad eran nuevas. Compró
los seis DVD, casi sin pedir rebaja.
-Vale la pena mirarlas varias veces, son fascinan-
tes -nos dijo.
-Adoraría tener superpoderes -dijo ella casi
como en una confidencia-. ¡Qué lástima que eso
sólo ocurre en las películas! -agregó después de un
largo suspiro.
La miramos con cara de pregunta. Entonces nos
dijo:
-Quisiera vencer estos achaques y recuperar los
poderes que tenía hace veinte años.
1 El Hombre Nuclear, (conocido también como El Hombre de Jos Seis
Millones de Dólare5¡ es una serie de televisión norteamericana basada en la
novela Cyborg de Martín Caidin. Un astronauta y piloto de pruebas (Lee
Mayors), sufre un terrible accidente durante un vuelo experimental. Los
médicos deciden incrustar en su cuerpo avanzados equipos tecnológicos para
reponer sus miembros y darle visión telescópica e infrarroja.
2 La Mujer Maravilla (interpretada por Lynda Carter) es una de las pri-
meras super heroínas. Sus armas son: el cinturón de fuerza, la tiara telepática,
los brazaletes a prueba de balas y el lazo dorado mágico. Utiliza un mistelioso
avión invisible del cual no se sabe nunca cómo despega ni cómo aterriza.

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misma tarde estábamos los tres en el sofá
del estudio, viendo la primera película de Supermán,
cuando el malvado Lex Luthor le puso al Hombre
de Acero una piedra verde sobre su pecho y él fue
perdiendo todos sus superpoderes. Pronto Supermán
estaba muy débil y agonizaba.
-Encontró su único punto débil--dije.
--Ha quedado como un vejete -dijo la abuela.
-¿Entonces, la vejez es como una kriptonita?-
preguntó Julián.
-Exactamente -dijo ella. celebrando el
comentario.
Se quedó pensando un momento y de pronto dijo:
-¡Si pudiera quitármela de encima!
Luego seguimos con las del Hombre Nuclear.
-¿No quisieras tener mirada biónica? -Le
pregunté a Lola.
-Una quisiera muchas cosas. como oído
supersónico. mirada infrarroja o piernas superveloces,
pero eso es sólo ciencia ficción.

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Nosotros dos la mirábamos entre maravillados y
sorprendidos.
-No quiero acariciar sueños imposibles ...
Luego Lola se quedó pensativa y agregó:
-Me conformo, por ahora. con volver a oír con
claridad y ver con nitidez.
Pasamos luego a la serie de la Mujer Maravilla. Ella
estaba tan interesada que casi no parpadeaba.
-¿Qué tal tener superpoderes y además una bella
figura, como la protagonista? -·le pregunté.
-Sería lo máximo -dijo entusiasmada.
Como nos imaginábamos, de esos tres superhé-
roes. la favorita de la abuela era la Mujer Maravilla.
Luego entendimos un poco porqué la prefería:
-Hace mucho tiempo la conocí, en Atlanta, cuan-
do fui a un campeonato. Ella me entregó la medalla de
oro que había ganado en una competencia. Además
tengo un afiche con su autógrafo y una dedicatoria
-nos contó con orgullo.
A continuación, Lola se puso un pañuelo plateado
sobre la frente, en forma de tiara telepática, un cin-
turón ancho simbolizando la fuerza y dos pulseras
de plata como si fueran Jos brazaletes protectores,
y ante nosotros dio varias vueltas como un pequeño
tornado. Creo que por un instante ella se sintió la
Abuela Maravilla.

24
Ll

1 día siguiente, el lunes, como de costumbre


mi papá salió muy temprano hacia la revista, donde
trabaja. Mamá también se alistaba para ir a la oficina.
Nos sentamos a desayunar con Lola. Cuando a Julián
se le ocurrió preguntarle:
-¿Lola, tú cuántos años tienes?
Mamá, que ya estaba en la puerta, lo miró como
diciéndole "Hijo, eso no se pregunta".
Pero ya lo había hecho. Y ella respondió con algo
de vergüenza:
-Setenta y cuatro.
Julián y yo nos miramos. ¡Era una cantidad enorme
de años!
La abuela es una de esas tortugas que han vivido
por siglos y no aparentan la edad, pensé en silencio
cuando la miré de nuevo.
-¿Después de tantos años, el cuerpo está cansado?
-le preguntó mi hermano.
-Un poco, pero no demasiado. El mío todavía
tiene deseos de vivir, por un buen rato.

25
Mi abuela es un cíborg .... ........................................................................... .

Ya terminábamos de desayunar cuando la abuela


sacó de su bolso una cajita que nos produjo curiosidad.
Como la mirábamos con ojos grandes, nos dijo:
-Es un pastillero. Contiene mis medicinas.
Era largo y tenía siete gavetas, cada una con la
inicial de un día de la semana. Cada gaveta estaba
dividida en tres casillas, una para la mañana, otra para
la tarde y la última para la noche, que tenían dentro
varias pastillas de diferentes tamaños y colores. Las
había grandes como un frijol, medianas como un
maní y hasta pequeñas como una lenteja, todas ellas
de colores variados y brillantes. Nunca imaginé que
una persona sana tomara tantas medicinas.
La abuela escogió una cápsula grande y otra pe-
queña y se las tragó, con grandes sorbos de agua.
-¿Abuela, esas pastillas son para tener superpo-
deres? -le preguntó Julián.
Ella sonrió y con algo de picardía le dijo:
-¿Acaso me ves superpoderosa?
Y acompañó su frase con una flexión de los brazos,
como Supermán surcando los cielos.
Todos nos reímos. Yo estaba esperando que
Julián, quien no tiene pelos en la lengua, dijera una
barbaridad. Y la dijo:
-Quizás ahora no, pero creo que antes lo fuiste.
Al oír esto, el semblante de la abuela cambió, tomó
una mirada triste.
-Aún no se han inventado pastillas para tener
superpoderes -dijo ella con desilusión.
-Entonces, ¿Para qué son todas esas medicinas?
-Para que no se vayan tan rápido los poderes
naturales -nos contó con desparpajo.
26
esotros conocíamos muy poco de remedios.
Casi nunca nos enfermamos y cuando tenemos tos o
algún resfriado, Mamá prepara en casa algún jarabe
a base de plantas medicinales. Por eso, ante esa va-
riedad de pastillas teníamos mil preguntas:
-¿Y las más grandes son las más poderosas?
Ante esa pregunta de mi hermano la abuela lució
de nuevo una sonrisa divertida.
-No creo. Algunas píldoras diminutas son muy
buenas. Estas grandes contienen antioxidantes.
La miramos con expresión de ignorancia total, por
ello agregó:
-Son unas sustancias que protegen las células del
envejecimiento prematuro.
-Entonces, ¿quieres envejecer más lentamente?
-le dijo Julián.
-Así es. Muy despacio y disfrutando la vida.
Volví a mirar las pastillas, eran piedritas relucientes.
lustrosas como espejos.
-¿Y estas medianas para qué sirven? -le pregunté.

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-Son olígoelementos. unos metales raros que el
cuerpo necesita pero en cantidades mínimas.
-¿Y éstas más pequeñas qué contienen'?
Julián le señaló con el dedo unas tabletas de color
fucsia. tan brillantes y atractivas que parecían un
caramelo.
-Son hormonas.
Teníamos otra vez cara de no saber de qué estaba
hablando.
-Las hormonas llevan mensajes de una parte a
otra del organismo. son el correo del cuerpo -nos
explicó.
---¿Y ésta tan grande, entonces es una carta larga?
¿Y ésta tan pequeña un telegrama?
-Tienes razón. Esta carta larga es calcio, para
los huesos. Los viejos los tenemos frágiles. Y ésta
pequeña, que te parece un telegrama, es un mensaje
para que la glándula tiroides trabaje, pues se ha puesto
perezosa.
-¿Y ésta que parece una delicia'? ¿Puedo probarla?
Sin esperar una respuesta, Julián tomó una de
color frambuesa en su mano e inmediatamente la
acercó a su boca.
--Mira, con estas cosas no se juega.
La voz de la abuela denotaba cierta urgencia.
- Ésa es una hormona que necesitamos sólo las
mujeres.
Mi hermano se detuvo en seco ante esa advertencia
y preguntó ansioso:
-¿Puede hacerme salir senos'?
-Exactamente.

28
... .Francisco Leal Quevedo

Julián soltó inmediatamente aquella pastilla como


si fuera una piedra caliente. Y se limpió varias veces
la boca pues la había tocado ligeramente con la
lengua. La abuela y yo nos reímos de su reacción
exagerada.
-Tranquilo, para que eso ocurra, se necesita to-
marla cada día, durante muchos meses.
Al oír esto, Julián respiró aliviado.
El pastillero seguía abierto. Calculé que la abuela
tomaba cada día, unas ocho pastillas. Ella sacó una
grande de color naranja y la puso en un vaso de agua.
Pronto aparecieron oleadas de burbujas.
-Es vitamina C, que ayuda a disminuir los
resfriados.
Algunas casillas habían quedado vacías. Ella fue
a su habitación y regresó con varios envases llenos
de medicinas y mientras conversaba con nosotros,
comenzó a llenar de nuevo las gavetas.
Yo la miraba entretenido, cuando en ese momento
el autobús del colegio pasó frente a la casa. Salimos
corriendo sin terminar el desayuno. El paradero
queda a cincuenta metros. El conductor impaciente
pitaba, el vehículo ya estaba andando. Ese chofer es
un desalmado, le tenemos miedo, porque varias veces
nos ha dejado aunque nos vea corriendo detrás del
bus y nuestros compañeros le estén suplicando que
se detenga.
-Usemos nuestros poderes -le dije a mi hermano.
Entonces tomamos impulso y nos montamos de
un salto.

29
11

a el martes en la noche, cuarto día con la


visita. Cuando mi hermano llegó a la habitación, yo
estaba más dormido que despierto.
-He visto algo que no te imaginas.
-¿Qué? -dije entre sueños.
-La abuela se ha quedado sin rostro.
-La viste recién desmaquillada -dije, pidiéndole
que no exagerara.
-Claro, pero lo sorprendente es que al pasarse
ese paño húmedo sobre el rostro, no había quedado
nada.
-¿Nada?
-Nada es nada, salió sin cejas, sin el lunar, sin
pestañas y además sin las mejillas sonrosadas. Y los
labios rojos y brillantes, eran apenas unas delgadas
líneas moradas.
Tenía cierta razón para estar impresionado, Mamá
nunca se maquilla, sólo se pone un brillo labial rosado,
que casi no se nota, y en las uñas se aplica un esmalte
transparente.

30
Al día siguiente. Julián decidió espiarla de nuevo.
Luego me hizo una descripción detallada:
-Lola se sentó frente al espejo durante media
hora. Primero se aplicó una crema para taparse las
arrugas y luego con muchas pinceladas. se pintó un
arcoíris completo sobre los párpados.
Mi hermano. como buen comediante que es. hacía
una mímica perfecta.
-Se repasó las cejas. se pasó un pincel por las
pestañas, con un lápiz se delineó el borde de los
labios y luego se puso el labial una y otra vez. Y al
final, se untó un poco de carmín sobre las mejillas y
se masajeó los cachetes.
Y finalmente concluyó:
-Después de media hora volvió a ser la abuela
de siempre.
Julián estaba entre sorprendido y fastidiado.
-¡Qué lío tener la cara guardada en una cajita!
-dijo rezongando.
En ese momento debió acordarse del pastillero
pues agregó:
-La vida de la abuela depende de cajitas.
Pensé que era cierto, pero que exageraba un poco.
por eso le dije:
-Maquillarse es un poco disfrazarse, ¿no te
parece?
-Sí, los viejos se disfrazan de jóvenes.
-0 de menos viejos -agregué.
Pero él quería recalcarme la diferencia:
-Lo sorprendente es que aquí la abuela se disfraza
de ella misma.

31
:__..):

ra la hora de la cena, nuestros padres


tardarían. La abuela dispuso la mesa para nosotros
tres. Luego trajo un asado maravílloso que había
preparado, con ensalada de vegetales verdes y papas
horneadas con crema agria. Por un rato sólo nos
ocupamos en comer.
-¿Cuál fue tu mayor victoria deportiva? -le
preguntó Julián.
-Una vez fui campeona panamericana de triatlón.
- ¿Triatlón? ¿Qué es eso?
-Son tres pruebas en una, comienzas con nata-
ción, sigues con ciclismo y finalmente carrera a pie y
todo eso sin tomar descanso -le expliqué tomando
aire de hermano mayor.
-¡Uff, toca ser un atleta muy completo y fuerte!
-dijo él asombrado.
-Exactamente. Es necesario estar en plena for-
ma, tener velocidad y también resistencia -agregó
la abuela.
Nuestra admiración por la historia de la abuela
crecía a cada instante.

32
.Frunciscu Leal Que!'edo

-¿Hiciste algún récord? -le pregunté.


-Tuve varios, cinco nacionales y tres latino-
americanos.
--¿Y están vigentes?
-Las nuevas atletas los han ido superando. Pero
aún tengo uno, que impuse cuando ya no era joven,
sino atleta Gran Master.
No sabíamos de qué estaba hablando, ella lo com-
prendió con solo vernos la cara.
-Cuando se cumple treinta años, se pasa a la ca-
tegoría Senior, y de los cuarenta se pasa a la categoría
Master, y luego de los cincuenta a la Gran Master.
-¿Entonces los de cincuenta compiten con los de
setenta? -preguntó Julián.
-No. Hay varios grupos en esa categoría, de la A
a la D según la edad. A partir de los sesenta y cinco
es la Gran Master D, en la que estoy ahora. Bueno,
en la que estaba hasta hace dos años -Agregó con
cierto tono de nostalgia.
-¿Y no quisieras volver a las competencias? -le
pregunté.
-Una cosa es querer, otra muy distinta poder.
-claro que para poder se necesita querer -dijo
mi hermano, repitiendo una de las frases favoritas
de mi papá.
-claro que quiero y haré el intento. Voy a comen-
zar por superar los achaques.
-¿Y luego?
-Entonces, analizaré mis fuerzas y veré hasta
dónde puedo llegar.

33
13
!',lO ES PRCJP
SLJ SCJI'JRISlA

~ noche siguiente fue mi turno de hacer un


pequeño descubrimiento. Lola se había retirado a su
habitación. En ese momento, la gata volvía de uno de
sus paseos nocturnos por la vecindad. La gata insistió
en entrar, unas tres veces, recostándose contra la
puerta, seguramente buscaba su lugar favorito para ·
dormir. De pronto la puerta se abrió y ella se escurrió
rápidamente, dejándola entreabierta.
Por ese espacio pude ver que la abuela, sentada en
la cama, sacó de su boca un objeto rosado y blanco.
Realmente eran dos partes, la de la arriba y la de
abajo. Era extraña la sensación de ver los dientes y el
paladar flotando en ese vaso de agua sobre la mesita
de luz. Las dos mandíbulas se separaron un poco y
por un instante se formó una mueca.
-No es propia su sonrisa -me dije.
Ella nunca notó que la estaba observando, pues
no tenía puestos sus anteojos y sin ellos no veía a
dos metros. Nunca había imaginado que la abuela
usaba dientes postizos, pues su aspecto era natural,
aunque quizás eran demasiado simétricos. Cuando
llegué a la habitación, no pude menos que contarle
a mi hermano.
34
1 ¡ ({1 ·: :\ •. 'J 1 \ 'iíÍ tJ:it 1! ·,/,¡

-¿Y cómo perdería sus dientes? -me preguntó.


Me encogí de hombros y le dije:
-Eso tocará preguntárselo a ella.
Lo dije por decir, pero Julián lo tomó al pie de la
letra. Al día siguiente estábamos de nuevo desayunando
y Lola comenzaba a tragarse sus pastillas. cuando él
le dijo:
-¿Cómo perdiste todos tus dientes?
Le sorprendió un poco que conociéramos esa
intimidad, pero respondió sin alterarse:
-Cuando era niña me enfermé gravemente, me
administraron un medicamento que acababa de ser
inventado. Me salvaron la vida pero se dañó el esmalte
dental. Y sin esa cubierta, los dientes se deterioran
en los primeros años.
-Abuela, ahora le hacen a la gente dientes fijos,
que incrustan en el hueso y parecen auténticos -le
dije recordando un programa de televisión, donde
operan a la gente y le modifican casi todo el cuerpo.
-Sí, me he enterado.
-Y además le diseñan a cada persona una linda
sonrisa.
-Lo voy a pensar, de pronto me animo, me res-
pondió con un gesto amable pero sin darle demasiada
importancia.
Corrimos a tomar el autobús, el chofer estaba deses-
perado a causa de nuestro retardo, ya el vehículo se
deslizaba calle abajo. Marina le rogaba que nos espera-
ra, pero él parecía estar sordo. Julián volvió a mostrar
sus poderes subiéndose de un salto. Y entonces yo
hice otro tanto.

35
indudable que la abuela había decidido tratar
sus achaques. Empezaría por recuperar la visión. Le
habían recomendado un especialista muy famoso. La
gente decía que ese doctor había inventado nuevas
cirugías y ganado varios premios.
-Lo he oído mencionar desde siempre, casi desde
que nací --dijo la abuela-. Debe ser tan viejo como
yo o hasta un poco mayor. ¿No tendrá el pulso tem-
bloroso? Si es así, debemos buscar uno más joven.
Pero él no era viejo, tendría unos cuarenta años.
Era el hijo del doctor que había sido muy famoso. Y
él también ya lo era. Las citas tardaban quince días.
Al fin había llegado la fecha de la primera consul-
ta. Mi mamá la acompañaría, nosotros queríamos ir
con ellas.
-Mejor se quedan en casa, haciendo las tareas
-nos dijo.
-Ya las hicimos -respondimos a coro.
Tocó rogarles pero al fin aceptaron. Siempre las
clínicas me han dado miedo, pero esta no lo parecía.

36
.... .Francisco Leal Que•'edo

Los consultorios eran luminosos y bien decorados,


la secretaria bonita y maquillada, y se escuchaba una
suave música ambiental. Además, todo el personal,
desde la recepcionista hasta el doctor, sonreía.
La abuela casi no necesitó contar sus males, el
doctor se los imaginaba. Uegó el momento de exami-
narla. Le hizo acercar la barbilla a un enorme aparato.
Todo el consultorio estaba a oscuras, únicamente
brillaba una estrecha barra de luz poderosa, que
caía directamente sobre sus ojos abiertos. La abuela
miraba aquel aparato fijamente, como hipnotizada.
El examen duró unos diez minutos. El doctor famoso
se volvió a nosotros y nos comunicó el diagnóstico
que ya sabíamos:
-Tiene cataratas en ambos ojos.
-¿Y cuál es el remedio? -preguntó ella.
-Operarla.
-¿Exactamente qué es lo que me haría? -pre-
guntó ella.
-El cristalino, que es una lente natural y transpa-
rente, que está dentro de cada ojo, se ha vuelto opaca.
Las sacaré y pondré una lente artificial en su lugar.
Por la expresión de su rostro comprendí que a
la abuela, aquello de que le abrieran los ojos para
ponerles dentro una especie de lupa, no le había
agradado. A mí tampoco, pues en clase habíamos
abierto un ojo de buey como si fuera una papa y me
había impresionado.
Regresamos a casa. Lola estaba en silencio, pen-
sativa. Ella quería operarse pero tenía miedo.
-¿No hay un tratamiento en vez de la cirugía?
-preguntó.

37
Mi abuela es un cibm-st ........... ................. ,................................................... .

Papá, que en cosas de la salud vive muy informado,


pues es el responsable de esa sección en la revista en
la que trabaja, le dijo:
-No creo, además la operación es muy sencilla.
La abuela se tomó la cara con ambas manos, pa-
recía estar indecisa.
--Si no te operas, pronto vas a tener que usar
bastón para ciegos -le dijo Mamá.
-Hija, no exageres.
-Es apenas lo que veo, te golpeas con los muebles
cuando caminas -le dijo.
Lola la miró pidiéndole que no siguiera con el tema.
Pero ella agregó con una cierta ironía:
-¿0 preferirías un perro lazarillo?
-¿Uno de esos que anuncian los peligros y te
esperan para cruzar el semáforo? -preguntó Julián
entusiasmado.
-Valen diez mil dólares y los entrenan durante
tres años, tendrías que encargarlo y esperar mucho
tiempo -agregué.
-Por favor, no exageren, reconozco que debo
operarme, sólo que da algo de susto.

38
-~'
~-, '
··-~- -~·-

gresaron a los dos días con unos análisis que


el doctor había solicitado. Esta vez nos quedamos mi
hermano y yo en casa haciendo las tareas. El miedo
de Lola no había sido vencido completamente.
-Doctor, ¿no hay otra solución? -preguntó ella.
-La única solución es esta: una cirugía rápida y
además sencilla.
Y luego añadió:
--Serán dos cirugías pues operaremos un ojo a
la vez.
La abuela se llevó las manos a la cabeza.
-¡Dos cirugías! ¡Doble tormento!
El doctor quería disiparle los temores:
--Es una intervención para gente mayor. Además
usted está aún llena de vida.
Ella se sintió halagada pero seguía preocupada.
-Volverá a ver las estrellas de la noche con todas
sus puntas -le dijo.
-Me conformo con volver a ver todos los números
y pintas de las cartas de la baraja.

39
-El doctor va a creer que eres una adicta al juego
-dijo Mamá con un cierto tono de reproche.
Ella se encogió de hombros y le dijo al doctor:
-¿No es ci~rto que usted también juega, en su
casa, algunas veces?
-Claro que sí -dijo él- las cartas entretienen.
Cuando volvieron a casa, Lola se veía asustada:
-¡Puedo quedar ciega! Una cirugía siempre se
puede complicar.
-Mamá, muchas personas de tu edad se han
operado.
-Estás valiente porque no es en tu pellejo -le
dijo y se alejó refunfuñando.
Al rato regresó, estaba más calmada. Entonces
Mamá le dijo para animarla:
-¿Dónde está la mujer valiente que siempre
hemos conocido? ¿Dónde se escondió la atleta que
luchaba una victoria hasta el último aliento?
Ese último empujoncito de valor fue decisivo.
-Está bien, no le demos más largas a este asunto,
lo haré cuanto antes.
La operación sería el sábado siguiente. Ese día, mi
hermano y yo nos levantarnos rápido y nos alistamos
de prisa, queríamos acompañarlas pero no imaginá-
bamos que habría problemas.
-Ustedes suponen que es como entrar a mirar una
función en un teatro. A la sala de cirugía nunca dejan
entrar curiosos -rlijo mi mamá-. Además no hay
nada que ver, sino quedarse fuera, en una recepción
fría y esperar -agregó mi mamá en un tono que no
admitía réplica.

40
........... .Francisco Leal Quevedo

-Son unas anticuadas -les dije-, ahora hay


cámaras, en circuito cerrado, en un pequeño auditorio.
Entonces aceptaron. Resultó igual a lo planeado.
Nos enteramos de todo y estuvimos cómodamente
sentados. Ella se quedó en recuperación y nosotros
nos adelantamos en el regreso a casa.
Quizás porque nos acordábamos todo el tiempo de
la abuela, dedicamos la mañana a ver las películas de
los viejos héroes. Era tanta la curiosidad por conocer
el desenlace de la operación que las veíamos a medias,
sin mayor concentración.

41
atro horas más tarde estaban ya de regreso.
En mi imaginación esperaba su llegada en una
ambulancia, de esas de luces parpadeantes y sirena
poderosa, y que la bajaran dos enfermeros en camilla.
Pero llegó caminando por sus propios pies. Ella
protestaba:
-Coja y con el ojo vendado, debo parecer un
veterano mutilado en una batalla.
El resto del día permaneció en su habitación des-
cansando y oyendo música suave. Mamá le llevó la
comida a su habitación.
Al tercer día le quitarían "el parche de pirata",
como ella decía. Aceptaron, sin mayor resistencia,
que nosotros dos fuéramos con ellas.
-¿Está lista? -le dijo el doctor.
-Completamente.
-Uno, dos, tres, fuera -dijo el Doctor.
Y sin más preámbulos le quitó la venda.
La cara maravillada de la abuela nos confirmó que
la cirugía había sido un éxito. Una semana más tarde

42
........... _Francisco Leal QuePedo

volvió a la clínica para la segunda operación, iba muy


animada y libre de temores. Nuevamente, unas pocas
horas más tarde ya estaba, por sus propios medios,
de regreso en casa.
Los días de convalecencia pasaron muy pronto,
nos entreteníamos con ella en largas conversaciones.
A veces nos pedía que le leyéramos un rato. Casi
siempre escogía relatos de ciencia ficción, que a mí
me parecían fascinantes.
Había llegado el momento de volver donde el doc-
tor para que le retirara el parche. Esta vez el destape
fue aún más rápido. Lola tenía los ojos bien abiertos
y la boca sonriente. Nos miraba como si nos estuviera
descubriendo. Ahora su expresión era radiante.
-¿Qué voy a hacer con estas gafas anticuadas?
-nos preguntó.
-Hacer un museo -le dijo Mamá riéndose.
-Se llamará El Museo de la Abuela Poderosa
-dijo Julián.
-Y allí pondrás las medallas, las copas y trofeos,
las fotos y el afiche firmado por la Mujer Maravilla
-le agregué.
-Y como una completa antigualla, inútil e inser-
vible, estarán estas gafas -remató ella.

43
1

~abuela se veía mucho más joven. Los ojos


ya no parecían de batracio. El cambio no había
ocurrido sólo en la mirada, toda ella se veía más ágil
y despierta.
Al regresar a casa, se instaló en el sofá a leer el ·
periódico.
-¿Ahora tienes visión infrarroja? -le preguntó
Julián.
-No -dijo la abuela riéndose-. No tengo visión
de superhéroe.
Luego agregó con algo de burla:
-Claro que ahora sí puedo leer tus pensamientos,
aún sin ponerme la tiara telepática.
-¿Entonces, ves mis genialidades?
-No hay ninguna. Tu mente está en blanco, cabeza
hueca.
Lola se detenía embelesada ante muchos objetos
de la casa.
-Había olvidado cómo son los bordes de las cosas.
Ahora veo mejor que cuando tenía cuarenta años.
A la semana fuimos al último control del oftalmólogo.

44
El doctor y la paciente hacían chistes sobre los miedos
que ella había tenido en la primera consulta. Nos
reímos un rato. De pronto ella le preguntó:
-Doctor, ¿puedo volver a trotar?
El se sorprendió un poco. pero mi mamá le explicó:
-Toda la vida ha sido atleta. Hace apenas dos
años. era la campeona nacional de triatlón en la ca-
tegoría Gran Master D.
-Con trotar no hay problema, aunque sería mejor
nadar.
-¿Y puedo boxear?
El doctor movió la cabeza para decirle que ni lo
pensara.
-¿Ni siquiera de vez en cuando? --dijo Lola.
-No sería conveniente que le golpearan el ojo.
-Me puedo conformar con golpear el saco. No
quiero ser una de esas ancianas de brazos escurridos.
Quizás exageraba, la blusa de mangas cortas que
usaba ella ese día, dejaba ver sus brazos contornea-
dos y firmes. De pronto dijo algo extraño y todos la
miramos sorprendidos:
-Detesto el "doble adiós··.
-¿El "doble adiós"?
El doctor estaba tan intrigado como nosotros.
-Sí. algunas de las personas de mi generación
tienen tan flácidos los brazos que cuando hacen el
gesto del adiós, la mano va para un lado y el brazo
flácido va para el otro.
Mi hermano y yo nos reímos pues nos acordamos
de que a nuestra vecina Lilia, la que viene a jugar
cartas. los brazos le bailan en .. doble adiós.. todos

45
los días. La piel se escurre tanto que casi parece una
aleta voladora.
-Para tonificar los brazos pueden ser suficientes
las pesas de repetición. Y muy de vez en cuando el
saco de boxeo --dijo el doctor.
Esa noche la abuela yolvió a jugar cartas con mis
papás y los vecinos. Su risa altisonante destacaba en
el grupo. Y quizás porque veía más que antes, en esa
ocasión iba ganando casi todo.
-¿Qué voy a hacer con tantos fríjoles y arvejas?
-dijo, señalando las apuestas.
-Se los vendes a Mamá para hacer un puchero
-le dijo Julián con voz de negociante-. Desde ahora,
soy el manager de mi abuela -nos dijo como quien
comunica algo inapelable.
Ella le hizo un gesto de aprobación y él tomó aire
de magnate.
Lilia, la del "doble adiós", tenía una mala racha.
Mario, su esposo, pasaba trabajos para salvar los
cases. Mis padres iban apenas a ras, sobreviviendo.
Nosotros dos nos fuimos a acostar porque era tarde.
Ellos continuaron jugando un largo rato, sin que ter-
minara la buena racha de la abuela.

46
18
,¿U!'J .t~PARA.-rO'?

a recuperación de la visión había sido un


completo éxito. Unos días más tarde, ella nos anunció
lo que esperábamos:
-Ahora debo seguir con los oídos.
Pidieron cita con un especialista. Ésta tardó menos.
El doctor le ordenó varios análisis. Uno de los exáme-
nes especiales, la audiometría, se practicaba en una
cámara a prueba de ruidos. Tenía doble puerta y las
paredes estaban cubiertas de corcho. A mi hermano
y a mí ese sitio nos pareció fantástico. Uno se sentía
en el estudio de grabación de un cantante de rock.
Lola estuvo de acuerdo.
-De haberlo sabido, habría traído la guitarra
eléctrica -dijo mientras rasgaba un instrumento
imaginario.
Con esos audífonos puestos, parecía lista para
hacer karaoke. Cuando terminó el examen estaba
preocupada:
-¿Será que el aparato está dañado? -no oí casi nada.
Al día siguiente llevó el resultado al especialista

47
Mi abuela es 1111 cíhmg .... .... .

para que lo revisara. Él no dijo nada, se notaba sor-


prendido, posiblemente la pérdida de la audición era
grave. Él no decidiría solo, quería consultar la opinión
de otros colegas.
-En una junta médica, varios especialistas toma-
remos una decisión -le comunicó.
Ella entró y estuvo un largo rato hablando con
ellos. De esa reunión la abuela regresó malhumorada.
Todos queríamos saber qué cosa tan seria le había
pasado. Pero no desataba palabra. Como nos vio
curiosos e intrigados, al fin dijo:
-¡Me parece fatal! ¡Me parece fatal! -repetía
como una cantilena.
La mirábamos animándola a continuar.
-Yo esperaba un tratamiento o una operación.
-¿Otra operación? -preguntó Mamá.
-Sí, ya comprendí que tras unas cuantas horas,
un problema puede acabarse de una sola vez y para
siempre, como pasó con los ojos -recalcó la abuela-.
Les propuse un implante en el cerebro, como el del
Hombre Nuclear.
Los doctores le habían explicado que esa cirugía
no era el tratamiento indicado para ella, que su
solución sería más sencilla pues no se necesitaba
abrir el cráneo e incrustar un aparato en el cerebro,
sólo le colocarían en la oreja unos audífonos espe-
ciales. Pero en vez de alegrarse, ella estaba muy
decepcionada.
-A mí me da vergüenza utilizar uno de esos
aparatos que se ven desde lejos. Todos me mirarán
como a un vejete.
-Tranquila, usar audífonos es ahora como usar
anteojos -le dijo mi mamá.
48
-Hija, estás muy equivocada. Ahora la gente ni
siquiera acepta usar anteojos. Se acabó la época de
"los cuatro ojos''. Se operan la córnea, usan lentes
de contacto, o intraoculares, fíjate en mí.
Nosotros simplemente la escuchábamos, un poco
divertidos y curiosos. La letanía no paraba:
-Todos, hasta los viejos como yo, quieren verse
llenos de vida, saludables. Se cambian los dientes, se
operan los ojos, se desmanchan la piel, se eliminan los
kilos sobrantes. Y yo, con todos estos años encima,
cojeando y además con un aparato en la oreja, me
veré como una viejita inválida.
-Ahora hay audífonos de alta tecnología, dimi-
nutos -le dijo mi papá-. Además, esa tecnología
avanzada está a precios razonables -agregó para
animarla.
-El precio es lo de menos, si ·una gasta en una
joya, puede gastar eso o más en su salud. Pero no
en un aparato obsoleto sino en tecnología moderna.

49
ola se sentó frente al computador y buscó en
Internet los distintos modelos. Al inicio de un catálogo,
apareció la gran corneta que habían usado los sordos
hace siglos.
-¡Qué horror! -dijo Lola con ojos de espanto.
Se veía enorme, casi como el altavoz de las antiguas
vitrolas, de esas de cuerda y discos gruesos.
Entonces Mamá intervino:
-Ése ya no se usa, sólo está en los museos.
-Ya lo sé. Pero todos esos otros aparatos se le
parecen, son horribles.
-Mira los más modernos, son tan diminutos que que-
dan dentro de la oreja y casi no se notan -le dijo Papá.
-Pero algo se notan, y además esos cables que
llegan hasta la batería, me harán ver como un muñeco
que alguien maneja a control remoto.
-Mamá, exageras, esos aparatos son casi invisibles.
-Seguiré buscando, hasta que el sueño me venza
-dijo con obstinación.
Todos nos fuimos a dormir y ella se quedó frente
a la pantalla durante horas buscando el aparato ideal.

50
. . . . ......................................................... .Francisco Leal Quevedo

Mientras salía de una página y entraba en otra,


protestaba al mirar cada uno de los audífonos:
-Adefesios, espantajos, trastos, cachivaches,
porquerías.
La retahíla de palabras descriptivas de su enojo era
interminable. Nada le gustaba.
A la mañana siguiente, aceptó mirar el último
catálogo que yo le había encontrado en Internet.
-Voy a mirar por mirar, pues nada de lo que he
visto hasta ahora vale la pena.
Analizó cada equipo, uno por uno, eran cada vez de
un menor tamaño, algunos llegaban a unos milímetros
apenas. Escogió uno, el más pequeño; quería saber
el precio, pero estaba agotado.
-Te fijas, si una quiere un modelo moderno, pre-
cisamente ése no se consigue.
Seleccionó otros tres. Ahora había que ver cuál de
esos se podía conseguir en la ciudad. Ella insistió en
que era mejor verlos y tocarlos, que no era suficiente
con ese catálogo.
-Las fotos para vender por Internet siempre son
espectaculares, pero pueden ser una trampa.
No le faltaba razón, a veces uno se ilusiona dema-
siado con las fotos de publicidad y al llegar el pedido,
nos defrauda. Así me pasó a mí con un cohete Apolo
11 a escala. La foto era estupenda, pero la pintura
se desconchaba.
Nos fuimos con la abuela al sitio donde vendían los
audífonos para que ella no sólo los viera, los tocara.
Había insistido en que fuéramos todos, pues quería
oír diversas opiniones.
-Imposible que diez ojos juntos se equivoquen
-había dicho.

51
20
TRAS EL APARATO
PERFECTO

L-.e mostraron unos treinta aparatos. Los


miró por todos lados. Se probó unos cuantos.
Invariablemente les hacía reparos, algunos reales,
muchos otros imaginarios. De pronto ella le preguntó
a la vendedora:
-¿Cuál es el último, pero en verdad el último
modelo que les ha llegado?
Le sacaron unos diminutos, dentro del oído queda-
ban totalmente escondidos, los cables eran finísimos
hilos de nylon. Además con los crespos rebeldes de
la abuela, se escondían con facilidad. Se los probó,
dudaba, volvió a probárselos, a los demás nos pa-
recieron excelentes. Pero cuando esperábamos su
aprobación final, dijo:
-Quiero que sean inalámbricos.
La vendedora se dio por vencida. En su ayuda
vino el dueño del establecimiento. El señor le mostró
un catálogo especial de novedades. Allí había uno
pequeño, casi invisible, que no usaba cables.
-Quisiera probarme éste -le dijo.
-Ése no lo tenemos todavía.

52
......................................... .Francisco Leal Quevedo

-Pero lo podrán encargar, me imagino.


-Usted misma puede pedirlo por correo. Y junto
al envío, encontrará los datos de un especialista que,
aquí en la ciudad, le enseñará a utilizarlo.
Le pareció una muy buena noticia. El dueño del
local le dio la dirección electrónica. Esa noche, ella
misma hizo el pedido por Internet. No protestó por
el precio. Había cuatro variedades del mismo modelo,
sólo cambiaba el color. Se buscaba que el audífono
fuera del mismo tono de la piel de la oreja de quien
iba a usarlo. Pagó con su tarjeta de crédito, sin pedirle
ayuda a nadie y a continuación imprimió el recibo que
apareció en la pantalla.
Durante esos días estuvo ansiosa, revisaba el buzón
con frecuencia. A la semana apareció con el correo.
El paquete era pequeño y el aparato sólo ocupaba una
mínima parte, casi toda la caja estaba llena de material
de protección, como si se tratara de un pequeño te-
soro. Y casi lo era, a juzgar por el precio. En la carta
remisoria aparecía el consultorio de un médico que
le enseñaría cómo manejarlo.
Ella misma llamó, le dieron la cita para el día
siguiente. Era un doctor muy simpático, de una risa
sonora y bigotes de gato. La abuela inmediatamente
le tomó confianza.
-Es el mejor aparato sin duda -le dijo-. La
inversión está muy bien justificada.
En un instante armó las tres partes, que venían
separadas. No hubo necesidad de palabras para
enteramos de la maravilla. Los ojos de la abuela lo
habían dicho todo. Había redescubierto el mundo de
los sonidos. Todos nos contagiamos de su alegría.

53
PREGUf,ITAS
PENDIEI~TES

e-l aparato se controlaba fácilmente.


-Es a prueba de golpes -dijo el doctor-. Y a
prueba de agua. Además resiste que un carro, incluso
una tractomula, le pase por encima.
Sin embargo, tanta seguridad no le pareció sufi-
ciente, Lola tenía un temor:
-¿No se lo llevará el viento?
-¿Ventea mucho dónde vive? ¿Acaso vive en zona
de huracanes?
El doctor la miraba con evidente simpatía. Entonces
ella miró para otro lado y dijo como si le diera
vergüenza:
-Lo que pasa es que a veces corro en moto.
-¿Y va muy rápido? -preguntó el doctor
riéndose.
-En ocasiones, si la autopista que bordea el mar
está despejada.
Mamá abrió los ojos, redondos como platos, estaba
alarmada.
El doctor se sorprendió de que una anciana de esa
edad hablara de correr en moto con tanto fervor. El
54
quería hacerse una idea más precisa de la fuerza del
viento.
-¿Qué tan rápido va? -le preguntó a Lola.
La abuela no se atrevía a responder. miraba a
Mamá de reojo. Al fin dijo como quien confiesa un
pequeño delito:
-A ciento treinta. a veces un poco más.
-¿Y cuánto es ese ""poco más"?
-A veces, a toda máquina.
-Wow -dijo Julián fascinado.
Mamá movía la cabeza hacia los lados. Por ese
gesto comprendí el misterio de la abuela al confesarlo.
Pero Lola tenía su argumento de defensa ante la
mirada sorprendida de todos nosotros.
-Ir despacio sería un desperdicio teniendo una
Harley Oyna de mil quinientos centímetros cúbicos.
El doctor no la regañó, antes bien esbozó una
amplia sonrisa. Le dijo que también él había tenido
una de esas motos, pero con una gran diferencia:
-La tuve cuando era joven. Quizás ahora no lo
haría.
Mamá asintió a las palabras del doctor, pero la
abuela no se dio por enterada.
-Para evitar esas corrientes de aires debe usar un
protector de orejas -le dijo el doctor.
La abuela parecía no estar convencida.
-No creo que luzca muy bien. Pareceré un pin-
güino extraviado.
-Aunque no tenga el audífono, de todas maneras
debe usarlo, si va tan rápido.
Ella hizo un gesto de resignación que significaba
¡Tocará aceptarlo!
55
22
S~I'JCFOER
UN Á~P~CE

Vuando volvimos al auto comenzó el regaño,


pero de hija a madre.
-Cuando era niña me decías que no debía correr
riesgos innecesarios. Ahora fíjate el mal ej~mplo que
les das a tus nietos.
Lola nos miró a escondidas de Mamá, el gesto de su
cara decía: "muchachos, ¿no es cierto que exagera?".
El sermón de la hija, profundamente indignada,
no paraba:
--¿Quién te cuidará si quedas inválida? ¡Qué teme-
raria! Si te caes, tus huesos saltarán en mil pedazos.
-Según tú, si me caigo, me volveré polvo de me-
rengue. Para que te enteres, no tengo osteoporosis
-le respondió Lola en actitud retadora.
-Algo debes de tener. Todas las mujeres tienen
algo después de los cincuenta años y tú tienes casi
ochenta.
-No exageres, son setenta y cuatro apenas.
-Según mis cuentas, creo que tienes unos cuantos
más. Pero no me cambies de tema, un accidente de
moto siempre es muy peligroso.

56
....... .. .Francisco Leal Quevedo

-Uso todos las protecciones exigidas, la moto


tiene ojos de gato, me pongo el chaleco con núme-
ros fluorescentes, mi casco es excelente, el mejor del
mercado, y obedezco todas las señales de tráfico.
Además tengo una experiencia de motociclista de
quince años, sin un solo accidente.
Discutieron largo rato y ninguna cedió un ápice.
-Tú crees que una vieja como yo es una porce-
lana, que tiene que quedarse quieta y nada la puede
rozar -le dijo la abuela un poco contrariada.
-Nadie dice que debes quedarte sentada en un
sillón. Pero te expones a un riesgo excesivo -res-
pondió Mamá.
-Aún a esta edad, la vida necesita emociones.
Adoro sentir la adrenalina.
Quizás mi abuela había perdido puntos con su
hija, pero con Julián y conmigo los había ganado, y
muchos, sin duda. Por eso comentamos cuando ya
estábamos solos:
-Ciento treinta kilómetros, ¡qué barbaridad!
--dije.
-A toda máquina. Esa moto levanta hasta
ciento setenta -agregó mi hermano visiblemente
emocionado.

57
2.3

i padre quería que Lola estrenara la audición


recién recobrada con unas grabaciones alemanas de
música barroca, que según él son perfectas. Pero la
abuela le dijo:
-Los sonidos son impecables. Me gustan pero
no soy tan clásica. Mis favoritos son los músicos de
los sesenta.
Entonces él buscó en su colección de viejos acetatos
y vinilos y puso a girar el tomamesa. Ella estuvo un
rato escuchando, feliz, a los Beatles y a los Rolling
Stones, en sus discos originales. A ratos mi abuela y
mi papá cantaban al unísono. Se oían algo desafinados
pero lucían felices.
Nosotros dos queríamos que escuchara reggae
y rap. Se la arrebatamos a mi papá y la llevamos a
nuestra habitación.
-No están mal-nos dijo-, pero no entiendo la
letra, ahí hablan muy rápido. Me gustan los versos,
no los trabalenguas.
De pronto comenzó a llover. La abuela se concentró
en oír el golpeteo de las gotas sobre los cristales.

58
-Esto sí es música. una música perfecta.
Los días siguientes ya no hubo necesidad de repe-
tirle nada, bajó el tono de la voz y canturreaba todo el
tiempo. A la semana, la citaron en el consultorio para
un último chequeo y revisar con ella los comandos.
No había sido necesario corregir ni agregar nada.
Dejó de quejarse de los ruidos ambientales. Se había
acostumbrado de nuevo al bullicio del mundo.
-Sólo ahora descubro que en los últimos años
estuve encerrada en mi sordera, como si fuera una
cárcel, pero no me daba cuenta -dijo en ese mo-
mento con toda naturalidad-. Ahora escucho mejor
que hace treinta años.
Esa noche, ya en nuestro cuarto, Julián me
comentó:
-La abuela ha recuperado sus dos poderes perdi-
dos, oye muy bien y tiene ojos de águila. ¿Irá ahora
por los superpoderes?
Al principio yo me reía del cuento de ser corPo
los viejos héroes, luego empecé a hacerme ilusiones.
Lola entrenaba en la piscina olímpica todos los días
durante dos horas. A veces la acompañamos; los re-
gistros semana a semana, mejoran, pero aún estaban
lejos de sus mejores marcas.
La abuela no necesitaba que nadie la animara, pero
recibió un nuevo estímulo. Un día la llamó la señora
que le había pedido el autógrafo en el Mercado de las
Pulgas. Luego vinieron a recogerla para que pasara
la tarde con la gente del Club Lola Quevedo. Regresó
resplandeciente.
-Parece que te hubieras bañado en agua de rosas.
estás radiante -le dijo Mamá.

59
~' -~, -~-··. -·· ~ ""<
.,_ •• ,·>nc '•

1 día siguiente Lola nos comunicó su nuevo


propósito.
-Quiero averiguar lo del diseño de sonrisa.
Puso un aviso en su blog de Internet. Le respon-
dieron veintitrés amigos, muchos se habían hecho
blanqueamientos, otros ortodoncia, varios lucían im-
plantes dentales y unos cuantos el diseño de sonrisa
completo. Casi todos coincidían en que debía ir donde
un do.ctor que tenía aire de poeta y pelo ensortijado.
cuya clínica era muy famosa.
Hizo una cita, sería esa misma tarde. Le pidió a
Mamá que la acompañara. Esta vez fue fácil que
aceptaran nuestra compañía. El consultorio era muy
moderno y agradable, con verdaderas obras de arte
en las paredes.
~Su sonrisa debe reflejar sus sueños, sus gustos,
las.cosas que la inspiran -le dijo el doctor.
La abuela se veía interesada.
-La sonrisa es muy importante, no sólo ilumina
la cara, la transforma -:-continuó el doctor.
La abuela ahora estaba casi decidida. Entonces él
le dio otro argumento:
-La sonrisa es también un arma de guerra.

(,()
............... ................. Francisco Leal Quevedo

-¿De guerra?- preguntó Lola.


-Sí, las personas como usted siempre quieren con-
quistar el mundo. Una bella sonrisa derriba murallas.
La abuela se decidió por los implantes con el diseño
completo de sonrisa. El doctor le tomó fotos y la citó
al día siguiente, pues dijo que iba a estudiar su caso.
Luego, ellos dos, frente al computador, debían tomar
las decisiones:
-Su sonrisa debe reflejar que es un ser único, no
será estereotipada.
-De acuerdo, quiero que mi sonrisa sea diferente
a todas.
-Me imagino su rostro con una sonrisa grande,
llena de música, como un entrechocar de cristales
movidos por el viento -le dijo el doctor.
A la abuela le brillaron los ojos. Aquel doctor era
muy hábil, no paró ahí, continuó el análisis:
-La sonrisa es el lenguaje de los seres felices. Y
siento que usted está contenta con su vida, con lo que
ha logrado y con lo que logrará en un futuro.
Entonces, ya sin dudas, ella tomó la decisión. Al día
siguiente, el especialista le presentó varias propuestas.
Lola fue escogiendo la forma de los dientes, su tamaño
y el color. Luego fueron cinco largas sesiones, de
tardes completas, en la silla odontológica. La abuela
se burlaba de sí misma:
-He estado boquiabierta otra vez cuatro horas.
Ese último día, Lola regresó riéndose por todo. Ya
no volvería a quitarse su sonrisa cada noche. Ésta era
propia, pues había quedado para siempre pegada a su
boca. Entonces observé una cosa extraña y maravillosa:
todo había cambiado y a la vez no había cambiado
nada, todo en esa cara armonizaba.

61
TODO TIENE
LJ N LÍ ~vHTE

~a abuela lucía mejor, era innegable.


Habían pasado unas dos semanas, conversábamos
en la sala, cuando Mamá le preguntó a Lola:
-¿Te harías una liposucción?
-De ninguna manera, controlo mi peso con una
dieta saludable, ahora me sobran unos cuantos kilos
porque he estado inactiva, pero cuando vuelva a
los entrenamientos los puedo perder en unas pocas
semanas.
Yo estaba entretenido en armar el modelo de
avión, El Espíritu de San Luis, de 1312 piezas. Julián
jugaba con la mano robótica, intentaba transportar
una supuesta gelatina radioactiva, de una manera
segura "sin riesgo para los humanos", de una silla a
otra. Papá escribía un artículo para la revista. Aunque
cada uno hacía sus cosas, no perdíamos detalles de la
conversación que Mamá y Lota sostenían.

62
... .. Francisco Leal Quevedo

1\n\c' b boca Dbi12rta de mi madre, Lola continuó:


---Esa.:-> E;.;téticas no indispensables pueden
ser peligrosas. una puede enfermarse, aún morir. Y
he vbtc coe;sv:; q:_K c;uedan peor que antes.
'. (rS lt<:ó<~ segu.:arno.Y-3 atentos, aunque simulábamos
(~~-i-dr di·::tra.fctci:i.
--T::cdo Jc, ·.-:ue he hecho hasta ahorro sta r:e-
m8
, C'~;;:;,.-r_, rvJró. Saludable, para ver y oír rr:.pior :,
'jSt:37'
s.::::xcjr :::,)í! naurniiclad. Además estas interveno0 ,e,::~
t~:"·;:\<.;n r!c';•}JS •azo.n.ables, casi sin peligro de !r:crr e
·::¡w::d~r ::c,n ck:fedos.
Tcdos esti:'íb:::tmos en silencio, cuando de r.JronLo

(. nc1nc!rás senos de silícona? -le pr;::g'JL t(.


JulL~n.
Al d~'-jr esto hizo un gesto sobre sus pcc;c.rak·:;
dibu:j:mdc un volumen excesivo. No podíarno·; co;>
':ene·~ la rba.
----l''l"1 pensarlo, y menos de ese tamaño, p;:m:>c.:;ría
el pscho de una paloma. Y antes de que me lo ·1::•' ·
gunte·::. tamp,xc me subiré los glúteos. No pret.:~nd •
lucir Sf:Xy ni competir con las mujeres jóver-:?.s L:::
ningunc' manera quiero ser una cuchibarbie.
--·-¿Cuchibarbie? -preguntó Papá con cara de
sorp :·endido.
-·-Esa palabra debería estar en todos los dicciona-
rios. Es una nueva realidad: Muchas personas de edad
quieren lucir jóvenes a cualquier precio. Significa una
vieja cuchita que quiere verse como una barbie.
-,~Y qué harás con tus arrugas? -preguntó
Iv'lc:;···n;:L

63
Imaginábamos que Lola era partidaria de las in-
yecciones d~ botox o de colágeno, pero estábamos
muy equivoccdos.
-Las arrugas son para lucirlas -respondió ella
sin dudarlo.
La miramos sorprendidos.
-Adoro mis arrugas. Estos surcos profundos en
rni J.Jiel, son partEo de la hLlotia de esta larga vida. Me
he ganado cada una de eiias luchando por algo. Son
tambi{m mis trofeos.

64
'hapá escribió, entonces, un artículo para la revista
r
que contaba la transformación que había visto en Lola.
El título era: ·'Cómo vivir mejor en la tercera edad, sin
ser una cuchibarbie". El escrito, a dos columnas, fue
todo un éxito, la publicación vendió tantos ejemplares
que fue necesario un nuevo tiraje.
Ella publi~ó en su blog las opiniones propias sobre
los viejos que quieren lucir jóvenes. Le llovieron las
felicitaciones. Una amiga virtual le sugirió que se hi-
ciera además un maquillaje permanente: "He visto que
tus cejas son pintadas porque hace tiempo cometiste
la tontería de depilarlas del todo y nunca vuelven a
crecer completas. El maquillaje permanente es muy
práctíco", le decía en la nota; "A la larga, resulta en
una economía de tiempo y dinero", así terminaba el
mensaje.
A Lola le pareció convincente ese argumento:
-Es la ocasión de corregir un antiguo error. Nunca
volvieron a crecer de una buena manera. Está decidido.
dejaré de tener esta cara lavada.

65
Le recomendaron una señora de origen europeo
que. aunque llevaba veinte años en el país, aún ha-
blaba con la lengua pesada. Pidió una cita con ella.
Mi hermano y yo aprovechamos para hacerle algunos
chistes:
-Con esos aparatos pueden escribirte en la frente:
"Campeona".
-Serás una abuela punk con esos tatuajes.
Y en verdad eran tatuajes. El aparato metía tinta
dentro de la piel. Y luego nada podía borrarlos.
En tres sesiones le dibujó las cejas. Luego, en dos
sesiones más, le marcó el borde de los párpados.
Era apenas una delgada línea oscura. Pero de un
gran efecto, sus ojos se veían más profundos y más
grandes.
Finalmente, se concentró en lo más difícil: mejo-
rar el contorno de los labios. Ya no eran esas finas
líneas moradas, que una noche habían impresionado
a Julián, ahora se veían bien definidos y rozagantes.
-Ahora tendré más tiempo libre, no tendré que
maquillarme durante media hora cada mañana. Ni
desmaquillarme por la noche -comentó Lola.
Ése había sido otro cambio exitoso, pero nos pre-
guntábamos "¿Será, ahora sí el último?"
Entonces mi hermano hizo una de sus preguntas
desconcertantes:
-¿Has cambiado tu aspecto externo, ahora cam-
biarás algo de adentro?
La expresión de la abuela era de completa sorpre-
sa. Como no respondía, él agregó:
-¿Has hecho muchos cambios afuera, pero aden-
tro no será necesario cambiar algo?

66
··----··-····--···---······················ .................................... Francisco J:eal Quevedo

Lola pensó durante unos instantes, finalmente le


dijo:
-Ojalá no, al menos eso espero.
Aquella pregunta de Julián resultó ser el anuncio
de algo grave, que llegaría sin aviso.

67
21
U!'-J DOLOR
lf'-IESPERADO

l,..ola lucía saludable, sin embargo cojeaba un


poco. Pero eso no le impedía caminar todo el día con
un ritmo intenso.
El siguiente domingo decidió cumplir una promesa
que había hecho a un santo de su devoción si recu-
peraba sus poderes naturales: subiría al santuario de
Monserrate a pie, una empinada cuesta que en tan
sólo cuatro kilómetros asciende 600 metros.
Nosotros fuimos dos veces a ese santuario pero
habíamos ascendido en el teleférico y descendido
en el funicular. Esta vez haríamos la peregrinación
acompañando a la abuela, caminando a su lado.
Muy temprano iniciamos el ascenso. Muchos de-
votos hacían el mismo recorrido. Sudábamos a mares
y casi no podíamos seguir su paso. Ella no paraba un
instante ni respiraba con dificultad. Sobrepasábamos
a muchos caminantes, que con seguridad hacían su
mejor intento.
Mis papás, antes de iniciar el ascenso, dijeron que
ese esfuerzo era demasiado para ellos y decidieron
subir por el teleférico. Nos encontraríamos en la cima.

68
Cronometramos el tiempo: cuarenta y seis minutos.
Toda una hazaña para una atleta Gran Master D. Pero
un mal registro para dos muchachos de casi trece y
once años. Luego bajamos todos por el camino de
piedra, claro que bajar era fácil.
Esa noche Lola empezó a quejarse de dolores muy
fuertes en las caderas.
-Para tu edad, ese esfuerzo fue excesivo. Y ade-
más hacía rato que no entrenabas.
Mamá, como siempre, la sermoneaba.
-No exageres, me pasará con un poco de descanso
-le respondió muy convencida la abuela.
Se dio un largo baño caliente en la tina y se acos-
tó. Durante la noche, los dolores se hicieron más
intensos. Se levantó de la cama, quería buscar algún
calmante en su pastillero. Pero luego de tres pasos
se volvió a acostar.
-Mamá, ¿qué te pasa?
-No puedo tenerme en pie.
Tomó unos analgésicos potentes, se aplicó com-
presas frías y calientes, se puso un rato la lámpara
infrarroja, pero todo era en vano. Al fin se quedó
dormida, pero en sueños se quejaba.

69
---~ ·' ....:

día siguiente fueron de urgencia al ortopedista.


-Va a levantar la pierna hasta esta altura -le dijo
el doctor estirando el brazo.
La abuela no podía hacerlo, el dolor era insopor-
table. El doctor ordenó unas radiografías urgentes.
La metieron de cuerpo entero en un escanógra-
fo. Le tomaron muchas radiografías especiales. El
ortopedista miraba una y otra vez esas placas, su
gesto era de preocupación. Iba a consultar con otros
colegas de mucha experiencia. Esa misma tarde nos
citaron a los familiares para explicarnos la condición
de la abuela. El doctor puso todas esas placas en una
lámpara especial. Los huesos blancos sobresalían
sobre el fondo oscuro. Él comenzó diciendo:
-Su esqueleto es fuerte. no tiene osteoporosis.
Lola miró a Mamá como quien reclama tener la
razón en una vieja disputa.
Era evidente que había algo extraño en sus caderas.
-Las cabezas de los dos fémures están muy des-
gastadas. No nos explicamos cómo ha podido caminar
durante los últimos años.

70
.......................... .Francisco Leal Quevedo

-¿Por qué se gastaron?


-Señora, todo se gasta de tanto usarlo.
-Es verdad, en tantas maratones y entrenamien-
tos debo haber ido y vuelto varias veces hasta la
Patagonia.
-Se trata de reemplazar, en una misma operación,
ambas caderas. Aconsejó el médico.
La abuela tenía justificados temores.
-Doctor -le dijo- ¿Qué tan riesgosa es esa
cirugía?
-Es un procedimiento largo, quizás nos tome unas
cuatro horas.
-¿Y es peligrosa?
-Toda operación tiene sus riesgos y usted es libre
de asumirlos. Pero creo que todo puede salir bien, si
no hay un imprevisto.

71
2q

,
\ bamos de vuelta a casa, como siempre en nuestros
puestos en la parte trasera, la abuela no hacía los
chistes de siempre, estaba pensativa. Cuando de
pronto le dijo a Mamá:
-Hija, todos los males me han venido al tiem-
po. ¿Será que setenta y ocho es un número de mal
agüero?
-No lo creo. La acumulación de males ha sido
una coincidencia -le respondió.
De pronto las dos callaron. Ese silencio duraría
muy poco tiempo.
-¿Setenta y ocho años? ¿No me dijiste que eran
setenta y cuatro? -preguntó sorprendido Julián.
-Bueno, sólo me estaba quitando unos pocos
años.
-¿Te daba pena con nosotros? -le preguntó él.
-No es por pena que uno, a estas alturas de la
vida, oculte unos cuantos años.
·-¿Si no es esa la razón, entonces por qué se
miente sobre la edad? -volvió a preguntar Julián.

72
-Porque la gente se asusta con los números que
se acercan a ochenta.
-¿Por qué?
-Porque suele ser el último piso que una vive.
Esta vez el silencio fue apenas de diez segundos.
La mente de mi hermano nunca se queda quieta. Yo
esperaba una nueva ola de preguntas.
-¿Cómo así que el último piso?
-La gente habla de cada década de la vida como
si fuera un piso -explicó Mamá.
-Y es el último piso completo que se vive pues
casi nadie pasa de los 90 -agregó Lo la.
Pero Mamá no estaba de acuerdo con lo que había
dicho la abuela. O de pronto quería darle ánimo, por
eso dijo:
-No siempre es así, tú sabes que la abuela Adelina
vivió hasta los noventa y cuatro, valiéndose por sí
misma.
-Y dos de sus hermanos casi logran otro tanto
-agregó Lo la.
-Espero que tú vivas al menos otra década.
¿Acaso cuando era pequeña, no me hablabas de "la
fuerza del linaje"?
-Espero que así sea --dijo finalmente la abuela.
Luego se quedó en silencio y miraba por la venta-
na, lucía un poco sombría, como quien tiene muchas
dudas sobre el futuro.
.-~- '""""'~ ~:.:,

,,__,.

ería una cirugía grande, pero ¿cómo la harían?


Me preguntaba con gran curiosidad. En esa reunión
no nos habían dado detalles. Ya en casa era inevitable
seguir hablando de eso. La abuela estaba descansando
en su habitación, podíamos conversar con franqueza.
-¿Le van a hacer un transplante? -preguntó
Julián.
-¿En ese caso, quien va a ser el donante?
-agregué.
-Nadie dona las caderas a otro porque entonces
no podría caminar -continuó Papá.
--Entonces, ¿las sacarán de un cadáver? -pre-
guntó Julián.
-¿O de un animal? -agregué.
-No será un trasplante, sino un implante. Se las
van a poner de titanio -nos respondió.
-¿De titanio, cómo los robots? -pregunté.
-¿Tendremos un robot en la familia? -agregó
Julián.
-No hables así de tu abuela -dijo mi mamá.

i4
................................. .Frcmcis<.:o Leal Quevedo

-¿Acaso es malo que se parezca a el Hombre


Nuclear? -agregué.
-¡Estos muchachos han visto demasiadas películas
de viejos héroes! -dijo Mamá como lamentándose
consigo misma.
En ese momento la abuela bajó por la escalera,
cojeaba. Cada paso era un nuevo dolor. Ella misma
alistó la bolsa de agua caliente que había traído en su
maleta y se la cambiaba a cada rato.
-Me ayudaré con estas pastillas.
Tomó varias. Y luego se aplicó unos ungüentos que
también había traído. Como no mejoraba, se untó un
linimento, una fórmula secreta que había aprendido
de un entrenador coreano, que olía a diablos, pero
que según ella arreglaba "en un santiamén, las peores
contusiones y desgarros".
A pesar de todos esos medicamentos y mejunjes,
los dolores no pasaban.
Me metí en Internet, no podía dejar de pensar en
las caderas de titanio que le irán a poner a la abuela.
Consulté en un buscador: "Reemplazo de cadera".
En unos pocos segundos aparecieron 11.234
páginas. Comencé a leer las primeras. Así me enteré
que el titanio era un metal rarísimo y costoso que
se usaba en las naves espaciales, junto con otros
materiales extraños, como cerámicas, polietileno y
cromo-cobalto.
-La abuela entra en la era del espacio -me dije
con algo de asombro.
Una palabra que había leído varias veces en esos
informes quedó dando vueltas en mi cabeza: "próte-
sis". Eso será lo que le pondrán a la abuela.

75
lvfi abuela es un cíborg ............... ..

-¿Acaso una prótesis no es algo que va afuera,


como una mano artificial, o una pierna nueva o hasta
un ojo de vidrio? -me pregunté.
Continué leyendo, las había externas e internas.
Las nuevas caderas serán una prótesis interna. La
abuela recibirá algo comparable a una pierna o un
brazo artificial, la diferencia es que esa pieza nueva
estará debajo de la piel, será un aparato invisible, de
un material ultramoderno.
Había además un video de cómo realizaban la
operación. Todo se veía muy sencillo y claro. Sin
embargo, era una cirugía grande y larga. Eran varios
los doctores que operaban y la paciente, durante el
procedimiento, recibía una transfusión de sangre.
En ese momento me acordé de la frase de la
abuela: "Toda cirugía se puede complicar".
Entonces se me encogió el corazón y descarté esos
malos presagios.

76
t:
''\.,.,sta vez era ella quien apuraba a los doctores,
quería la cirugía cuanto antes. Sería en dos días.
Cuando algo vino a cambiar los planes. Primero fue
Mamá quien comenzó a estornudar. A la mañana
siguiente, Lola también lo hacía a cada rato y su nariz
parecía una fábrica de mocos.
Acudieron a la cita con el anestesista. No la ope-
rarían hasta que se curara totalmente de ese virus.
Regresó a la casa muy contrariada.
-Tengo que ponerme bien muy pronto. Me voy
a cuidar porque estos resfriados pueden complicarse
hasta llegar con una neumonía. Claro que yo estoy
vacunada, lo hago todos los años.
Mamá preparó un jarabe de tilo según las instruccio-
nes de la misma Lola y a la infusión le agregó varias
cucharadas de miel con jengibre. Quién sabe si será
efectivo, pero al menos huele bien, pensé.
-No hay que abrigarse tanto -le dijo Mamá.
-Hija, en esto si soy antigua. Estar bien abrigada
ayuda, sin duda. Y quiero mejorarme rápido.

77
Lola se recuperaba. Pero algo había cambiado
dentro de ella. por primera vez la veíamos silenciosa.
Permanecía en su cuarto.
-¿En qué se ocupa la abuela? -pregunté.
Todo era un misterio. Mi hermano. como siempre.
tenía una explicación:
-Ella está haciendo su testamento.
-¿Cómo se hace un testamento? -pregunté.
Según lo que me explicaron, se trataba de declarar
la última voluntad acerca de qué harían con sus bienes
después de la muerte, ante un notario que velaría
porque eso se cumpliera sin un solo cambio.
Entonces, de ser cierto que elaboraba el testamento,
ella temía por su vida. Como no podía caminar, el
funcionario vino a casa y durante horas hablaron a
puerta cerrada.
Una semana después volvió al hospital y la progra-
maron de nuevo. La cirugía sería tres días más tarde.
Antes de hospitalizarse, ella quiso que fuéramos de
paseo al campo. Íbamos, como siempre, nosotros
tres en el asiento de atrás, pero no reíamos como
antes. Lola habló menos que otras veces. Llegamos
a un pueblito blanco que queda a orillas de una gran
laguna. Caminábamos lentamente por sus largas ca-
lles. Lola iba del brazo de Mamá, cojeaba un poco,
lo hacía paso a paso.
-A veces me imagino que no despierto de la
anestesia -alcancé a oír que la abuela le decía.
-Mamá. no pienses en esas cosas.
-Hija, en eso hay que pensar, tengo un montón
de años, ¡qué barbaridad!

78
.................................................. ... F'rancísco Leal Quevedo

-Pero eres aún fuerte y estás llena de vida. Ya


verás que todo va a salir bien.
-claro que si me muero, ya dejé todo arreglado.
Luego te muestro el testamento -le dijo Lola.
-Mamá, no exageres. Me vas a hacer llorar y
preocupar.
Esa noche le conté a Julián lo que había oído. Él
también estaba atemorizado. A Lola podía pasarle
algo. El gusanito del miedo también me mordió el
corazón.

79
ra sábado, después de la cena, habían jugado
su habitual partida de cartas. Hacia la medianoche
habían terminado. Ya debía ser de madrugada, cuando
un terrible ruido nos despertó. Algo caía por la esca-
lera dando tumbos. Había sido tal el estruendo que
todos nos levantamos de prisa.
En medio de la oscuridad procurábamos localizar a
la abuela que se quejaba. Encendimos todas las luces.
Lola yacía al final de la escalera, en el vestíbulo. La
gata estaba junto a ella, no se le despegaba un segundo
y chillaba todo el tiempo, pidiendo auxilio.
Seguramente esa noche Lola necesitó ir al baño,
debió dar un mal paso y rodó por la escalera. No
podía pararse ni mover el brazo derecho. Y se tocaba
el tórax. Le dolía al respirar.
-No me muevan -nos pidió- Llamen a una
ambulancia.
Rápidamente llegaron los paramédicos. Le aplica-
ron una inyección para el dolor. Le pusieron un cuello
ortopédico, la pasaron a una camilla y la subieron a
la ambulancia. Ya en el servicio de emergencias le

80
/ 1\ ¡' ¡! t 1\ ( 1 > / ~ 1 ! J ~ )¡' ', \ , ( /r '

tomaron varias radiografías. Esperamos durante dos


horas a que apareciera el resultado. La abuela se
había dormido.
Más tarde. el médico llegó con las placas. su cara
era seria.
-Ahora, además de las caderas gastadas. tiene el
cúbito y el radio derechos fracturados en tres pedazos.
Y cuatro costillas rotas -nos dijo-. La cirugía será
larga y riesgosa.
Esta última frase me sonó como una advertencia de
un peligro probable. La abuela tenía razón en haber
elaborado su testamento, pensé pero no se lo dije
a nadie. Todos teníamos suficiente con los miedos
propios, no era conveniente aumentarlos.
La operación sería al día siguiente, pues debían
prepararla antes. Al mediodía sólo le dieron un caldito
transparente. Y en la noche absolutamente nada. La
abuela, como siempre. refunfuñaba:
-No me voy a morir por las fracturas, en esta
Clínica me van a matar de hambre.
Del servicio de emergencias la pasaron a otro piso.
Allí no nos dejaban ingresar, según los carteles. por
ser niños. Mamá se quedó sola con ella en el hospital.
-Quiero acompañarla -nos dijo-, esta noche
es muy importante para ella.
Mientras íbamos de regreso a casa, me puse a
pensar en varias cosas: ¿Resistirá la abuela? ¿no es-
tará, ahora sí, demasiado cansado todo su cuerpo?
¿deberá, entonces, despedirse de sus planes de volver
a las competencias?

81
, 1día siguiente nos levantamos pensando en
la abuela.
A la hora del desayuno, su silla vacía nos la recor-
daba todo el tiempo.
-¡Ojalá le vaya bien! -Ése era nuestro deseo
permanente.
No podía atender en clase, mi mente estaba en
ese quirófano. Cuando regresamos del colegio, aún
no se tenían noticias. Pero al rato Mamá ya estaba
en la casa.
-Fue una cirugía más larga de lo esperado, unas
seis horas, nos dijo.
--Estará en cuidados intensivos hasta mañana. Los
doctores me han advertido que la recuperación puede
ser larga y complicada.
Al día siguiente la trasladaron a una habitación,
pues se recuperaba satisfactoriamente. Mamá volvió
al hospital en la noche para acompañarla de nuevo.
Nosotros nos resignamos a quedarnos en casa.
Nos acordábamos de ella to@o el tiempo. Pero al
tercer día sentimos más su ausencia.

82
............... Francisco Leal Quevedo

-Tenemos que verla hoy -dijo Julián.


-Aunque tengamos que insistir muchas veces
-le dije.
Posiblemente no lo lograríamos. Recordábamos
los múltiples avisos que había en esas paredes acerca
de no llevar niños al hospital.
-¿Acaso somos niños? -le dije.
La verdad es que no soy muy alto y aún no me ha
salido ese lanugo oscuro en la cara que ya tienen mis
compañeros. Y para complicar las cosas, mi hermano
aparenta menos años de los que tiene. No sería fácil
ingresar, pero queríamos intentarlo.
Mamá ingresó al hospital como de costumbre, iba a
pedir un permiso especial para nosotros. Llevábamos
una hora ante esa puerta y ella no regresaba. Ante
nuestra insistencia, el portero repetía que no podía-
mos entrar y nos mostraba, de nuevo, el cartel de
letras rojas.
-Ya no somos niños, tenemos casi trece años
-le dijimos los dos en coro.
Seguramente el portero tenía una amplia experien-
cia en calcular edades, pues nos dijo:
-Les rebajaría hasta seis meses, pero todavía les
falta bastante por crecer.
Tanto insistimos que nos pidió los documentos de
identidad. Vio que yo tenía doce años, dos meses y
tres días. De mi hermano no dijo nada, pero cualquiera
nota que no llega a los once, aunque le falta poco.
Volvimos a insistir. El tipo no escuchaba razones,
entonces intentamos conmoverlo:
-Es nuestra abuela quien está hospitalizada. Y
hace tres días que no la vemos.

83
Mi abuela es un cíborg, ........... .

Y como tampoco reaccionaba, le dijimos:


-Su cirugía era de alto riesgo. Tememos que esté
grave.
Una persona normal se hubiera conmovido. Pero
con él todo fue inútil. Su negativa era una muralla y
a la vez un reto. Entonces sacó otro argumento:
-En este momento se ha acabado el horario de
visitas.
El creyó que desistiríamos. Pero desde el comienzo
estaba decidido: No volveríamos a casa sin verla, úni-
camente para eso habíamos venido. Mamá regresó.
No tenía buena cara.
-El director viene más tarde. Ustedes deciden si
esperamos.
-Aquí estaremos sin retroceder, hasta la misma
madrugada -le dije, y Julián asintió con la cabeza.
Ella también perdió la paciencia con ese portero
intransigente. Decidió ir a hablar con el jefe del por-
tero. Algo debía ir mal porque también ahora tardaba
demasiado. Regresó con cara compungida, ese señor
no podía decidir nada.
Entonces nos enteramos de que el director, al fin,
había llegado. Pedimos hablar con él. Era un señor
muy serio pero al menos parecía que escuchaba. Al
fin lo logramos. Nos concedió un permiso especial
por tres horas y pudimos ingresar. Claro que antes
nos advirtió, muchas veces, que no debíamos hacer
alboroto.
-Los enfermos necesitan paz y tranquilidad.
Nos pusimos serios y formales, y le prometimos
que seríamos totalmente silenciosos.

84
má se fue a casa, regresaría luego al
hospital pues había olvidado algo que debía traerle
a la abuela. Ingresaríamos solos.
Nosotros dos avanzábamos hacia un mundo
desconocido. Caminábamos con un poco de miedo
por esos largos corredores. Mirábamos para todos
lados, como si las enfermedades fueran duendes
que pudieran salir de sus escondites a asustarnos o a
contagiarnos. Sentíamos que detrás de cada puerta
podía estar aguardándonos una sorpresa peligrosa.
La gente nos miraba con extrañeza. A todos se les
hacía raro que hubiera niños husmeando por ahí, y
además en horas de la noche. Buscábamos el servicio
de ortopedia.
-Tercer piso, izquierda -nos dijo, sin mirarnos
a la cara, un vigilante que pasaba.
Los ascensores eran enormes y se movían con
lenta suavidad, como si trasportaran huevos o por-
celanas. Llegamos al piso. Ahora faltaba encontrar
la habitación. Leíamos todos los avisos. Pasamos
por pediatría; muchos niños estaban bajo cámaras

85
Mi abuela es w1 cíhmg ........ .............................................................. .

de oxígeno. Luego por Cardiología; la mayoría eran


ancianos que caminaban lentamente.
Cada cosa que veíamos nos deslumbraba, desde los
pisos relucientes como espejos, hasta ese silencio que
sobrecogía un poco. Los doctores de batas blancas
caminaban con prisa, las camillas pasaban veloces
llevando enfermos. A nuestro alrededor cruzaban
unas cuantas personas en silla de ruedas y veíamos
muchas frentes fruncidas y serias.
Cuando llegamos a la puerta del307, la encontra-
mos cerrada. Tendríamos que esperar. Era el cambio
de turno. Primero salió un doctor muy serio. Nos miró
sin vernos. No le dijimos nada porque no sabíamos si
era el médico de la abuela. Luego supimos que sí lo
era. Al rato salieron las enfermeras y se nos permitió
entrar. Allá en el fondo había una persona metida
entre muchos vendajes que le cubrían el cuerpo de
la cintura hacia abajo y el brazo derecho.
-¿Será la abuela? -dijo Julián asustado.
Era ella, estaba en una cama especial, con una
especie de andamio encima. Su cuerpo era sostenido
por unas poleas y en el pecho tenía pegadas varias
franjas de anchos esparadrapos. Parecía una mosca
atrapada en una telaraña.
-Así le duelen menos las cuatro costillas rotas,
fue la explicación de la enfermera.

86
.'-~·:
, ··~- ·...........·

~
~
'Vn el momento de nuestra llegada la abuela
dormía.
Recibía oxígeno con una mascarita y de un frasco
goteaba suero que iba conectado a un brazo. Estuvimos
un rato observándola, lucía muy cansada. Las enfer-
meras se habían ido, quedamos solos con ella. En
ese instante la abuela expandió su pecho, tomó una
enorme bocanada de aire, como si fuera a lanzarse
desde el trampolín a una profunda piscina, pero luego
no lo exhaló, se quedó quieta y dejó de respirar.
Como un relámpago me llegó un terrible pensa-
miento: ¿Tras esa bocanada gigante de aire, se ha
lanzado a la piscina de la muerte?
Julián y yo nos miramos, en nuestra mente estaba
la misma idea. Pasaban los segundos y su pecho no
se movía. Llevaba más de un minuto sin tomar aire y
sin mover un solo músculo.
-¿Acaso se acababa de morir, bajo nuestras nari-
ces? -me pregunté.
Un aparato que había sobre la mesa comenzó a
sonar. Era una alarma para llamar a los paramédicos.

87
Pasaban los segundos y nadie acudía. Sentí que la
situación era grave. Teníamos que hacer algo de
forma inmediata. Sobre la cama había un timbre
rojo. Me quedé pegado a él, sin soltarlo. Sonaba tan
fuerte como un ejército de chicharras, como cinco
vuvuzelas juntas.
Pasaban los segundos lentamente. Aún nadie acu-
día a pesar del ruido.
Luego de un largo momento aparecieron dos
enfermeras.
-No respira -les dijimos.
La movieron un poco y le colocaron de nuevo la
mascarita con el oxígeno. Pero aún no respondía. La
sacudieron de nuevo, varias veces.
Lentamente volvió a oírse un leve jadeo, que poco
a poco se hizo más frecuente.
-No era nada, sólo una apnea -le dijo una en-
fermera a la otra.
-¿Qué es una apnea? --les preguntó Julián.
-Es ... es algo difícil de explicar.
Y se fueron sin ni siquiera intentarlo. Eso era lo
malo en ese hospital, a los que no éramos adultos no
nos daban importancia.
Con tanto revuelo alrededor, la abuela se despertó
del todo. Abrió completamente sus grandes ojos y se
dio cuenta de nuestra presencia.
-¡Qué bien que hayan venido! --dijo mirándonos.
Nosotros no respondimos nada, apenas sonreímos.
Nos quedamos así, un rato más, junto a su cama,
acompañándola. Mamá regresó en ese momento,
cuando ya el peligro había pasado. Lola le preguntó:
-Dime hija, ¿cómo salió todo?

88
-Muy bien, ha dicho el doctor que te operó -
respondió Mamá.
-Yo sabía que este viejo cuerpo resistiría sin
problemas.
Y mientras decía esto se palmoteaba el pecho
con la única mano que podía mover. Era evidente
que estaba animada y se sentía fuerte. La abuela no
era una enferma cualquiera, era excepcional. A pe-
sar de estar suspendida en esa telaraña, y de haber
regresado recientemente de la piscina de la muerte,
lucía contenta.
-Cuatro o cinco semanas se pasarán volando
-nos dijo de muy buen humor.
Por un instante la abuela se olvidó de nosotros y se
perdió en sus pensamientos. Tenía los ojos cerrados
y respiraba tranquila. Parecía dormida. En su cara se
dibujó una sonrisa. Seguramente se imaginaba que
volvía a las competencias, a ganar como siempre. En
ese momento feliz se imaginaba que con su pecho
rompía otra cinta de llegada, en medio de fotos y de
aplausos.

89
s. jt--

biez días después ya estaba en casa. Trajeron


una cama especial, parecida a la del hospital pero
un poco más sencilla, que casi no cabía en el cuarto
y con unas poleas la mantenían levantada. Cuando
entré a su habitación estaba viendo un programa de
vuelos espaciales.
-Abuela, si algún día se pudiera, ¿irías en un viaje
intergaláctico? -le pregunté.
-Me fascinaría, pero no los alcanzaré a ver. Faltan
muchos años. Y primero viajarían los jóvenes.
Aún tenía que estar tres semanas inmovilizada.
Pero ella no quería aburrirse, me pidió que tomara
un libro que tenía guardado en su maleta. Sueños de
robot de Isaac Asimov.
-Léeme un rato -me dijo-. Es maravilloso.
La abuela parecía una momia en medio de yesos
y vendas. Oía. su música de los sesenta. Escuchaba lo
que le leíamos a ratos .. A veces volvía a ver sus amadas
películas sobre los viejos superhéroes. Un día vinieron
unos señores del hospital a verla y la felicitaron por

90
su rápida recuperación. En otra ocasión trajeron unos
aparatos, como una sierra eléctrica y unas grandes
tenazas. cortaron el yeso, como cuando uno abre
el pan para hacer un sándwich, y de ese sarcófago
blanco salió Lola. Dejaba de ser momia.
Ella se miraba las piernas. se tocaba las caderas.
--Esto es un milagro, esto es un milagro- repetía.
Estaba muy emocionada. Las cicatrices eran míni-
mas, como unos largos hilos rojos en los muslos. Le
autorizaron a que caminara.
-Despacio, un poco más cada día, sin exagerar
-había dicho el doctor.
Nos turnábamos para acompañarla, al comienzo
usaba un pequeño andamio con ruedas, que ella
llamaba "el caminador". Luego se apoyó en muletas
y en unos cuantos días las dejó. Llevaba un bastón
que usaba poco. La siguiente semana comenzó a dar
paseos lentos, acompañada por alguno de nosotros.
Inició las sesiones de fisioterapia y continuaba con
pesas y bandas elásticas. Le dedicaba a sus ejercicios
largas horas, con gran disciplina. Luego volvieron los
señores del hospital y la felicitaron de nuevo.
Ya llevaba seis semanas de convalecencia y ca-
minaba como si nada hubiera pasado, veloz y con
seguridad. Un día encontré el bastón en la caneca
de la basura, sin decirle nada a nadie, lo recogí y lo
guardé en mi armario.
-Puede ser otra pieza importante cuando arme-
mos el Museo de la Abuela Poderosa -me dije.
Al verla tan animosa y dispuesta, mi hermano y yo
de nuevo nos preguntábamos ¿Hasta dónde llegará?
¿Hasta competir de nuevo? ¿Y si compite, tendrá
fuerzas para ganar la competencia?

91
La abuela volvió a llevar su vida normal. Hasta
se vinculó a un grupo de la tercera edad, eran unos
veinte "maduros··, así los llamaba ella, entre hombres
y mujeres, que hacían gimnasia juntos y se iban de
excursión. El ortopedista le había recomendado cam-
biar de deporte.
-Como usted ha sido atleta, ciclista y nadadora,
creo que será mejor que ahora se dedique sólo a la
natación.
Ella estuvo de acuerdo. Además esa competencia
era su mayor fortaleza. Lo hacía tres veces por semana,
en una piscina olímpica y sus registros mejoraban día
a día.
No sólo nosotros estábamos sorprendidos de su
renovado vigor, veíamos la misma emoción en la cara
de sus médicos. Por ello comenzamos a preguntarnos:
¿Será Lola de una raza especial? ¿acaso existe lo que
ella llama "la fuerza del linaje"?
Como si nos leyera el pensamiento con sus nuevos
ojos, nos dijo:
-No soy especial.
-¿Heredamos tu fortaleza? -le preguntamos.
-No tengo una fuerza fuera de lo común. El se-
creto es haber llevado siempre una vida saludable y
hacer ejercicio con regularidad.
-Y ahora también la ciencia ayuda -agregó con
una sonrisa.

92
? or esos días el grupo de caminantes al que
pertenecía la abuela organizó una excursión. Ella
estaría afuera cuatro días.
-No vayas a abusar -le dijo Mamá.
-Puedes estar tranquila, no vamos a escalar -le
respondió-. Y las caminatas serán cortas y en te-
rreno plano.
Su ausencia nos permitió hablar abiertamente de su
recuperación, que había sido casi una transformación.
A mi inquieto hermano le surgió una pregunta:
-¿En qué se ha convertido Lola? Con todos esos
cambios ¿sigue siendo mi abuela?
Cada uno de nosotros sugería una posibilidad:
-¿Es ahora una mujer nuclear? -preguntó Julián.
Evidentemente no llegaba a tanto.
-¿Es la Abuela Maravilla? -dije.
A ella le hubiera gustado pero no era el caso.
-Es simplemente el mismo ser humano que era
antes, pero ahora con unas pocas modificaciones.
Algo ha cambiado, pero lo esencial continúa igual.
--dijo mamá queriendo acabar de una vez por todas
con nuestras especulaciones.
Yo no estaba de acuerdo. Habían sido muchas las
modificaciones y además ahora tenía aparatos, fuera y
dentro de su cuerpo. Busqué en Internet "Ser humano
con aparatos y modificaciones".
Había 137.865 páginas sobre el tema. Y en varias
apareció un nombre extraño: cíborg.
Al principio pensé que era un nombre técnico al
que no debía darle importancia. Pero seguía apare-
ciendo. Busqué en un diccionario: "Clborg: palabra
que resulta de la unión de cibernética y organismo.
Se dice de un ser vivo que ha sido modificado amplia-
mente por medio de la tecnología".
No había duda, mi abuela cumplía todos los requi-
sitos para serlo.
-Lola es un cíborg. Dije en voz alta para celebrar
mi descubrimiento
-¿Qué es eso? --preguntó intrigada mi mamá.
-Es una palabra nueva. Es un organismo vivo al
que le hacen modificaciones cibernéticas.
-Mamá no es un robot -agregó algo molesta-.
¿No ves que ella tiene cerebro y sentimientos?
Yo no había dicho eso, sólo había afirmado que
mi abuela era un ser humano con modificaciones.
-Ella no es un robot, es un cíborg -le insistí.
Y para que no quedara ninguna duda, agregué:
-Tiene los poderosos aparatos de los robots, pero
también tiene cerebro, emociones y sentimientos,
como un ser humano.

94
·~. amá parecía difícil de convencer:
-Ella no es un híbrido entre máquina y ser viviente
--dijo.
Julián. en cambio, estaba completamente de acuer-
do con mi descubrimiento. Papá dudó al comienzo.
luego comenzó a mostrarse partidario. Esa tarde se
encerró en el estudio y escribió sin parar durante
horas. Al día siguiente apareció un nuevo artículo en
la revista, esta vez a tres columnas: "La abuela es un
cíborg ., , se titulaba.
Desde la dirección de la revista, luego de tres días
de la publicación, felicitaron a Papá:
-Su artículo es el que ha recibido más cartas de
los lectores en este año. Diez publicaciones de otros
países lo han reproducido.
Estoy muy emocionado, él ha puesto en el artículo
que la teoría la inventé yo. Y Marina, la vecina que
tanto me gusta y que cada día está más bonita, otra
vez lo ha leído. Ahora me mira con ojos llenos de
admiración. como si yo fuera muy inteligente.

95
El artículo llegó a las manos de la abuela durante su
viaje. Uno de sus amigos lo encontró en Internet en la
página de la revista y se lo envió al blog, pero nosotros
no sabíamos. Ella regresó el domingo en la mañana y
ese mismo día, a la hora del almuerzo nos dijo:
-He leído el artículo.
Todos nos sorprendimos, estábamos ansiosos por
conocer su opinión.
-Cuando empecé a leerlo me causó extrañeza
que mi familia me viera como un engendro lleno de
aparatos.
Al oír esto dejamos las cucharas quietas. Estábamos
pendientes de sus palabras:
-Luego me pareció divertido.
Respiramos aliviados y sonreímos, ella continuó
diciéndonos:
-Según ustedes, soy casi una abuela nuclear, un
viejo cíborg.
Calló un instante, nos miró uno a uno.
-Es cierto, lo soy.
Su conclusión logró serenarnos. Pero ella nos tenía
una sorpresa.
-Pero no sólo yo, todos nosotros somos cíborgs
-nos dijo con una seguridad irrefutable.
Nos miramos unos a otros, desconcertados.
-¿Pero dónde están nuestros aparatos? -le dijo
mi papá.
-Olvidas que hay muchas clases de aparatos. Tú
usas anteojos, zapatos, vestidos, cubiertos, computa-
dor y montas en bicicleta, en automóvil y en avión.
Papá la miró sin responderle, se había quedado
pensando.

96
Y dirigiéndose a Julián le dijo:
-Tú usas un morral, varias linternas, equipo de
explorador, arnés, tenis, la mano robótica que se te
ha vuelto inseparable hasta para cortar un filete. Y
hace poco has comprado un GPS.
Luego me tocó el turno a mí:
-Si pudieras ponerte alas lo harías pues sueñas
con ser aviador y ojalá astronauta. Usas computador.
calculadora, lupas, televisor, equipo de sonido. Y últi-
mamente no puedes vivir sin tu teléfono celular, para
llamar a Marina, ¿acaso crees que no me doy cuenta?
De ese discurso sólo se había salvado Mamá, pero
por poco tiempo:
-Tú utilizas anteojos, computadora, lavadora,
batidora. ayudante de cocina, herramientas en tu
jardín y mucho, de pronto demasiado, el teléfono.
Sus argumentos nos habían dejado mudos.
Entonces ella continuó con su discurso:
-Lo único que parece distinto es que algunos de
mis aparatos están dentro de mi cuerpo.
-¿Y te parece poca la diferencia? -le dijo Papá.
-Esa diferencia es apenas aparente. Todos, no
sólo yo. usamos aparatos internos.
No nos imaginábamos hacia donde iba ella:
-¿Cuáles? No me veo ninguno -Preguntó Papá.
-No te los ves pero los tienes. El pensamiento y el
lenguaje son aparatos, los seres humanos no nacemos
con ellos, los adquirimos. Saber un idioma o conocer
un oficio es como tener un chip extra en la cabeza.
No nos damos cuenta porque no se pueden tocar,
pero son aparatos.

97
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La escuchábamos en silencio, hasta Julián había


quedado mudo. No encontrábamos argumentos para
contradecirla. Pero ella aún no estaba contenta con
todo Jo que había dicho, no quería dejar duda alguna:
-No conozco un solo ser humano, dentro y fuera
de esta casa. que no use aparatos, afuera y adentro
de su cuerpo.
La abuela tenía razón. En ese momento
comprendimos que, aunque unos más que otros,
todos somos un poco cíborgs, sin darnos cuenta. Sin
dejar de ser seres humanos, naturalmente.
Papá escribió un nuevo artículo en la revista, a
cuatro columnas. que causó aún más revuelo que los
dos anteriores: .. Todos somos cíborgs··. era el título.
Estábamos sentados en la sala. cuando nos leyó
un fragmento:
··Todas los seres humanos somos cíborgs pues
tenemos en nuestro cuerpo algo mecánico o
electrónico: dientes. audífonos. lentes. válvulas,
caderas, rodillas, arterias. o prótesis de silicona ... O
tenemos dentro máquinas que no podemos tocar,
como el lenguaje o un oficio ...
Algún día. no muy lejano. será posible cambiarlo
todo. o casi. en un ser humano, y en lugar de ciertos
órganos que hayan enfermado. tendremos aparatos.
¿Con esos cambios. acaso dejaremos de ser
humanos?
Creo que no. Lo importante será que continuemos
siendo seres con emociones, sentimientos. creatividad
y pensamientos. Y que los aparatos estén a nuestro
servicio para tener una vida más plena y poder realizar
nuestros sueños."
Las cartas de los lectores rompieron el récord para
la revista. Treinta y nueve publicaciones extranjeras
lo reprodujeron. Y a Papá le dieron un premio de
periodismo.
Después de su completa recuperación, la abuela
regresó a su ciudad y continuó sus entrenamientos.
Seis meses más tarde, cuando sintió que estaba lista,
compitió en la categoría Gran Master D, en natación,
800 metros en estilo libre, en los Juegos Nacionales.
Había logrado hacer el registro mínimo, en el primer
intento. Viajamos a Barranquilla para acompañarla.
No hace falta decirlo: era la mayor de todas las
participantes. El locutor la anunció desde mucho
antes. Su competencia sería la atracción central del
evento. El público la recibió con un cerrado aplauso.
A mí, el corazón quería salírseme del pecho.
-¿Podrá vencer a sus rivales, a esa edad y luego de
tres años fuera de las competencias? --era la pregunta
que salía a cada rato de los altavoces.
Sonó el disparo. La zambullida de la abuela fue
perfecta. Sus brazadas eran firmes. Desde la primera
piscina había tomado ventaja. En ningún momento su
triunfo estuvo amenazado. Yo. por dentro, confiaba
en "la fuerza del linaje''.
Y ocurrió lo que soñábamos: se colgó de nuevo la
medalla dorada. Volvió a aparecer en los periódicos
como "la Abuela Campeona". En un noticiero de la

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