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Estado de Quito
Estado de Quito
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Estado de Quito
Reino de Quito
Estado desaparecido
1812
Escudo
Capital Quito
Población hist.
Gentilicio Quiteño(a)
ReligiónCatolicismo
Moneda Real
• 15 febrero
Presidente
• 1812
Provincia de Quito ←
El Estado de Quito, también llamado Reino de Quito,3 fue un estado autodeterminado, aunque sin
reconocimiento internacional, ubicado en la América del Sur. Existió entre el 15 de febrero de 1812, en
que un congreso constituyente discutió y promulgó una constitución propia, y el 1 de diciembre del
mismo año, en que los dispersos juntistas quiteños fueron derrotados en la Batalla de Ibarra. Su
territorio efectivo consistía de una fracción del antiguo corregimiento de Quito, en el Reino de Quito,
que formaba parte del Virreinato de la Nueva Granada. El Estado quiteño tuvo un cuerpo de gobierno,
ejército y una constitución propias que le dieron autonomía tanto de la Nueva Granada -ya sea las
distintas provincias insurgentes como de las Provincias Unidas de la Nueva Granada- como del Consejo
de Regencia de España e Indias y, por consecuencia de las Cortes de Cádiz, sin dejar de reconocer a
Fernando VII como rey de Quito. Su existencia fue fugaz, y su vigencia efímera en los lugares donde se lo
reconoció. Fue rápidamente sustituido por el gobierno del presidente de Quito Toribio Montes, quien
restableció el gobierno de la monarquía española en la ciudad de Quito tras la victoria en la Batalla de El
Panecillo y aplicó la Constitución de Cádiz.
Índice
1 Historia
1.1 Antecedentes
2 Gobierno y política
2.1 Estado
2.3 Defensa
3 Demografía
3.2 Ciudades
4.3 Consecuencias
5 Legado
6 Referencias
7 Enlaces externos
Historia
Antecedentes
La invasión napoleónica a España y la abdicación del rey Carlos IV, quien cedió el trono a su hijo
Fernando VII, quien a su vez abdicó a favor del emperador francés Napoleón I, creó una tensa y caótica
situación política en España y sus colonias americanas a partir de 1808. Las abdicaciones no fueron bien
recibidas por los vasallos de la monarquía española, resistiendo la ocupación y rechazando a la nueva
casa dinástica inicida con José Bonaparte. En toda la península se formaron "juntas", que eran gobiernos
locales usualmente de carácter popular que aseguraban luchar por España y por el rey. Las voluntades de
estas juntas se reunieron en la Junta Suprema Central, que gobernaba en nombre de Fernando VII, y que
funcionó a partir de septiembre de 1808 en Aranjuez, aunque debió huir a Sevilla por el avance de las
tropas francesas. A fin de asegurar la sujeción de los territorios americanos a este gobierno, y así evitar
cualquier acercamiento con el gobierno afrancesado de José I de España, declaró el 22 de enero de 1809
que las colonias americanas eran partes integrantes de la monarquía española. Si bien en América ya se
había establecido una junta autónoma en 1808 en Montevideo y otros proyectos habían fracasado en
México y Cuba, esta declaración dio paso a la posibilidad legítima de que en América se formaran juntas
similares, como sucedería en distintos lugares.
El avance de las tropas napoleónicas durante 1809 obligó a que la Junta Suprema Central huyese hacia la
Isla de León y finalmente a Cádiz, disolviéndose y estableciéndose en su lugar un Consejo de Regencia en
enero de 1810, cuya legitimidad fue cuestionada inmediatamente en la misma Cádiz así como en toda la
América española. Del otro lado, en la península se esperaba el pliegue de las provincias americanas y el
reconocimiento tanto de la Junta Central como del Consejo de Regencia recientemente establecido, y se
temía que se estableciesen juntas en América que pudiesen desconocerlos, reconocer a José I o a
Carlota Joaquina de Borbón que estaba en el Brasil, declarar independencia de cualesquier proyecto
foráneo, reconociendo únicamente a Fernando VII, o, si acaso, la independencia absolulta.
Unánimemente varios americanos en distintos territorios resolvieron también establecer juntas propias
como primer y fundamental paso para reconocer al gobierno establecido en la península o negociar
acercamientos con los portugueses. Sin buscarlo plenamente, las Juntas de Gobierno de América
prenderían la mecha de la insurgencia en toda la región.
Primera Junta de Gobierno de Quito
Siguiendo el ejemplo de las juntas establecidas en la península, y ante el avance de las tropas de
ocupación francesas, un grupo de letrados vecinos de Quito resolvieron establecer una Junta Suprema,
como propia Junta Central, buscando atraer a las gobernacioneis vecinas. En la madrugada del 10 de
agosto de 1809 los junteros sorprendieron a los comandantes españoles de la guarnición de Quito y
sitiaron el Palacio Real, obligando al Conde Ruiz de Castilla, presidente de la Real Audiencia, a capitular.
Tan pronto se conocieron los sucesos del 10 de agosto, las autoridades de Guayaquil, Cuenca, Popayán, y
Panamá, de los gobernadores a los ayuntamientos, respondieron rechazando la junta y reiterando su
lealtad a la Junta Central. En Popayán, el alférez real Gabriel de Santacruz contestó lo siguiente:4
"Considerando que arbitrariamente se han sometido los revoltosos quiteños a establecer una Junta sin el
previo consentimiento de la de España, y como se nos exige una obediencia independiente de nuestro
Rey Don Fernando VII, por tan execrable atentado y en defensa de nuestro monarca decretamos: Art.
único. Toda persona de toda clase, edad y condición, inclusos los dos sexos, que se adhiriese o mezclase
por hechos, sediciones o comunicaciones en favor del Consejo central, negando la obediencia al Rey,
será castigado con la pena del delito de lesa majestad".
Solo las ciudades más cercanas, como Ibarra, Ambato y Riobamba, se sumaron inicialmente al
movimiento quiteño, pero prontamente se organizó una contrarrevolución desde Riobamba. En cuestión
de semanas la junta perdía total credibilidad tanto en el interior de la gobernación de Quito. Mientras,
las ciudades vecinas como Guayaquil, Cuenca, y Popayán organizaban fuerzas militares para frenar el
avance de los quiteños. Adicionalmente, desde Bogotá y Lima, los virreyes de Lima y Santafé
despacharon con suma urgencia tropas para sofocar a la Junta Soberana, por lo cual los junteros
negociaron la entrega del gobierno a cambio de la subsistencia de una junta, independiente de Santafé
de Bogotá, pero que reconocería a la Junta Central, a lo cual accedió el antiguo presidente. Finalmente,
aislada y bloqueada, el 24 de octubre de 1809 la Junta restituyó al conde Ruiz de Castilla, permitiendo el
ingreso a la ciudad sin resistir de las tropas coloniales de Lima y Bogotá. El conde retornó a su Palacio el
25 de octubre, entre los vítores de sus simpatizantes. En total, el gobierno de la monarquía en Quito
tuvo a disposición una fuerza miliciana de cerca de 3500 hombres sitiando Quito, por lo que Ruiz de
Castilla simplemente disolvió la Junta, y restableció solemnemente la Real Audiencia de Quito, faltando a
su palabra de manera escandalosa.
Masacre del 2 de agosto de 1810
Restituido en el gobierno, el presidente Ruiz de Castilla persiguió y encarceló a los cabecillas del 10 de
agosto, obligando a los otros miembros a huir y esconderse. Tal y como obró en la Conspiración del
Cuzco de 1805, cuando fue presidente de aquella Real Audiencia, ordenó rápidamente el inicio de
procesos penales contra todos los juntistas, o al menos los que no tenían títulos nobiliarios. La
arbitrariedad de los procesos tenía intranquilo al pueblo de la ciudad pues el conde, Arechaga, y Fuertes
y Amar buscaban sentencias rápidas, que habrían implicado la pena capital de muchos.
Ruiz de Castilla tenía noticias del avance hacia Quito del comisionado Montúfar, y circulaba el rumor de
que venía autorizado por el gobierno para aprobar el establecimiento de la junta quiteña.
Adicionalmente, poseía noticias de una conspiración para liberar a los presos, por lo que redobló
esfuerzos de vigilancia. No obstante, en un intento desesperado y poco articulado se orquestó el Motín
del 2 de agosto de 1810 con la intención de liberar a los presos.Los quiteños atacaron dos cuarteles: el
Real de Lima, el de Santa Fe y una casa conocida como el Presidio, donde estaban detenidos los presos
del pueblo. Los soldados respondieron asesinando a los presos en los calabozos del piso alto, y luego
salieron a la calle García Moreno a enfrentarse con la turba. Durante la tarde, se produjeron choques en
los barrios de San Blas, San Sebastián y San Roque, mientras los soldados saqueaban las casas más ricas
del centro. Entre 200 y 300 muertos y por los menos medio millón de pesos en pérdidas dejó la criminal
represalia ordenada por Ruiz de Castilla y Arredondo.
Tras conocerse en Cádiz los eventos del 25 de mayo de Chuquisaca y La Paz y los del 10 de agosto en
Quito, la Junta Central comisionó a varios americanos para apaciguar los ánimos y confirmar la
subsistencia del gobierno. Después de una travesía de cuatro meses desde España, el 9 de septiembre de
1810 entró en Quito el coronel Carlos de Montúfar, en su calidad de Comisionado Regio, recibido con
honores por el conde Ruiz de Castilla pero con algo de recelo por el resto de autoridades españolas, que
veían descontentas el hecho por tratarse del hijo de Juan Pío Montúfar, II Marqués de Selva Alegre, y
quien había presidido la Suprema Junta de Gobierno (tachada de independentista) en 1809 con su
respectiva persecución por disidencia.5 Sobre Carlos Montúfar, dice Pedro Fermín Cevallos:6
"Don Carlos Montúfar, mancebo de buen sentido y de valor, regularmente disciplinado en la famosa
escuela de la guerra contra los franceses, metidos en España, y de los vencedores en Bailén; era, a no
dudar, el más a propósito que entonces podía apetecer la patria para defender su causa. Llegó en
circunstancias en que gobernantes y gobernados se miraban, más que con desconfianza, con airado
encono, y en las de que, aun cuando se habían despedido las tropas de Lima, todavía conservaba el
presidente mil hombres de guarnición, y esperaba que le llegarían bien pronto las pedidas a los
gobernadores de Cuenca y Guayaquil."
Como había actuado desde su arribo a la costa caribeña de la Nueva Granada, fomentando el
establecimiento de distintas juntas que reconocían al Consejo de Regencia y juraban fidelidad a
Fernando VII, el joven Montúfar decidió establecer una junta superior en Quito, presidida por un
triunvirado conformado por Ruiz de Castilla, el obispo de Quito Cuero y Caicedo y el propio Carlos
Montúfar. La junta superior de Quito, establecida entre el 19 y 22 de septiembre de 1810 de la mano del
comisionado regio Carlos Montúfar y el presidente de Quito Conde Ruiz de Castilla, reconoció como su
rey a Fernando VII y reconoció al Consejo de Regencia, para entonces ya bien atrincherado en Cádiz.7 No
obstante, dado que el virrey del Perú nombró a Joaquín Molina y Zulueta como presidente en reemplazo
de Ruiz de Castilla, la reticencia de los junteros a reconocer al nuevo presidente, entonces instalado en
Cuenca, dio lugar a la coexistencia de una doble jurisdicción: mientras que la Junta Superior de Quito
controlaba algunas zonas del antiguo corregimiento de Quito, Molina ejercía como presidente, y mandó
establecer la Real Audiencia de Quito, en Cuenca (Ecuador). Mientras que la Regencia había confirmado
el nombramiento de Molina en abril de 1810, los junteros quiteños solicitaron la aprobación real por su
establecimiento el 6 de octubre de ese mismo año, que sería aprobada en Cádiz el 14 de mayo de 1811,
por ser su naturaleza similar a la de las juntas que existían en la península.
Cuando Carlos Montúfar quiso visitar las ciudades de Guayaquil y Cuenca tras establecer la junta en
Quito y en su calidad de Comisionado Regio, estas no le quisieron recibir. Adicionalmente, Abascal
aseguro la separación de Guayaquil y de Cuenca del virreinato de la Nueva Granada, incorporando
ambas gobernaciones al Virreinato del Perú. En efecto, el virrey Abascal no veía con buenos ojos el
accionar de Montúfar, y le escribía una misiva que rezaba: «(...) desconociéndole como Comisionado del
Rey, pues no he recibido ninguna comunicación al respecto. Y aún en el supuesto de que fuere tal
Comisionado no se puede extender demasiado las facultades que se la ha concedido, hasta el extremo
de dictar leyes y organizar Juntas que turban la paz y tranquilidad de estos pueblos».8
Para el 9 de octubre de 1811, la Junta de Gobierno, resolvió atribuirse el rango de capitanía general, y
volvió a declarar que no obedecería al virrey de la Nueva Granada, reivindicando los valores de la Junta
del 10 de agosto de 1809.9 La inutilidad de mantener al presidente Manuel Ruiz Urriés de Castilla hizo
que se le obligase a renunciar a la presidencia de la Junta, siendo sustituido por el obispo de Quito Cuero
y Caicedo, quien pasaría a firmar sus decretos como «Joseph, por la gracia de Dios, Obispo y por la
voluntad de los pueblos Presidente del Estado de Quito». De manera similar, la Regencia comprendió
que Molina era incapaz de recuperar Quito o de entablar diálogos con los junteros, y por tanto resolvió
nombrar a Toribio Montes, a la sazón en Lima, en su reemplazo el 1 de noviembre de 1811. Montes
organizó una expedición militar desde el virreinato peruano para apaciguar los ánimos y restablecer el
gobierno de la monarquía española en Quito.
Por otra parte, dadas las presiones existentes desde las Provincias Unidas de la Nueva Granada, que
querían incorporar Quito a su proyecto político, y principalmente dado que las Cortes de Cádiz, que
redactaban la Constitución española de 1812, no llegaron a establecer una representación de las
provincias americanas equiparable con la de las peninsulares en las sesiones (aunque Quito sí escogió
como diputado propietario al Conde de Puñonrrostro y el quiteño José Mejía Lequerica participó como
diputado suplente por la Virreinato de Nueva Granada) y que la naturaleza de los debates de las Cortes
afectaban las instituciones de la monarquía -como la nobleza, la soberanía nacional, y la Inquisición- la
junta resolvió convocar un congreso con representantes de la ciudad de Quito y las provincias que
eligiesen diputados para discutir el reconocimiento no de la regencia gaditana y las Cortes de Cádiz. En
su primera reunión, el 11 de diciembre, la junta resolvió desconocer a las Cortes y jurar lealtad y
reconocimiento únicamente a Fernando VII, invitando a las demás corporaciones de la ciudad a hacer lo
mismo, y formar un congreso que debía iniciar sesiones el 1 de enero de 1812, y que tendría 45 días para
discutir y promulgar una constitución. Sería este congreso, agobiado por divisiones internas y diezmado
por la ausencia de más de la mitad de sus representantes, el que el 15 de febrero de 1812 establecería
efectivamente el Estado de Quito, reconociendo únicamente a Fernando VII como rey de Quito.1011
El acta de instalación del Congreso Constituyente del Estado de Quito fue suscrita el 11 de diciembre de
1811 en el Palacio Real, por las siguientes personas, quienes además repartieron los cargos dentro del
nuevo Gobierno que empezaba aquel día:12
Poder Ejecutivo
José de Cuero y Caicedo
Vocal
Vocal
Representantes de la Nobleza
Manuel Larrea
Vocal
Calixto Miranda Suárez de Figueroa Diputado por la ciudad de Ibarra
Una vez establecido el congreso el 1 de enero de 1812, las divisiones internas de los junteros por el
manejo militar de las campañas hacia el norte (Popayán) y hacia el sur (Cuenca), entre los bandos
sanchistas y montufaristas así como por las discusiones de los tres proyectos constitucionales
presentados (cuyos autores fueron Manuel Antonio Rodríguez, Calixto Miranda, y Manuel Guisado
-aunque el proyecto constitucional de este último hasta hoy no se ha encontrado-), el gobierno de la
junta se veía criticado por muchos flancos. Un congreso constituido por menos de la mitad de los
representantes electos promulgó, el 15 de febrero de 1812, el Pacto solemnte de sociedad y unión de las
provincias que forman el Estado de Quito, confirmando la división de poderes, la primacía del
catolicismo, y la lealtad al rey Fernando VII.13
Este estatuto político consagraba una forma de gobierno popular y representativa, cuya autoridad
máxima sería un Supremo Congreso de Diputados formado por representantes de las Provincias Libres,
en el que debía radicar la Representación Nacional y la autoridad soberana del Estado. Para la
administración del país, este Supremo Congreso debía nombrar a la autoridad gubernamental, que
estaría dividida en tres poderes diferentes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, a ser ejercidos por cuerpos o
personas diferentes. El Poder Ejecutivo estaría integrado por un Presidente del Estado, tres Asistentes y
dos Secretarios con voto informativo. El Poder Legislativo, por un Consejo o Senado compuesto de tantos
miembros como provincias tuviere el país. Y el Poder Judicial, por cinco jueces que ejercerían una
presidencia rotativa, y un fiscal. Al Supremo Congreso, que debía renovarse cada dos años, quedaba
asignada la función de ser Tribunal de censura y vigilancia constitucional, proteger y defender los
derechos del pueblo, y actuar como Juez en el juicio de residencia que indefectiblemente debía abrirse
contra los miembros de los poderes ejecutivo y judicial al término de su mando.12
Uno de los principales argumentos para la identificación clara de la declaratoria de independencia puede
ser encontrado en el artículo 2 del documento, en donde se especifica que el nuevo Estado es
independiente de otros similares y sus gobiernos, llamando a una integración de otros pueblos de la
América colonial:12
“El Estado de Quito es y será independiente de otro Estado y Gobierno en cuanto a su administración y
economía interior, reservándola a la disposición y acuerdo del Congreso General todo lo que tiene
trascendencia general al interés público de toda la América, o de los Estados de ella que quieran
confederarse.”
Este último artículo responde a la necesidad imperante de pactar con los granadinos, cuyas Juntas eran
las únicas de las que Quito podía esperar cierta aceptación, y de esa manera concentrarse en los ataques
que recibía desde el sur y Guayaquil, y por ello se dispuso que la nueva Constitución además separara
totalmente a Quito del Consejo de Regencia y de las Cortes de Cádiz, debiendo permanecer también
libres de toda dependencia, sujeción y arbitrio de cualquier otro gobierno extraño, garantizando así la
buena vecindad sin poner en riesgo la soberanía. Este paso era decisivo, pues no escondía el rechazo a la
injerencia extranjera, ya sea de los dos virreinatos que rodeaban a Quito, o del mismo Rey de España en
asuntos internos.13
Según el Congreso Constituyente, si bien las potestades políticas de sus mandatarios y diputados son un
encargo del "pueblo soberano", el origen del poder y el correlativo deber de obediencia de los
ciudadanos, nace finalmente de Dios. La Providencia Divina es, según ellos plasman claramente en la
carta constitucional, la que determina los acontecimientos y coloca a los pueblos en condiciones de
elegir su destino. Es entonces que, habiéndose puesto en cuestión la autoridad del rey español y
habiendo desaparecido su soberanía real por efecto de la invasión napoleónica a España, el poder y la
soberanía que fueron transitorio encargo divino a la realeza, volvieron a radicarse en el pueblo, en quien
originariamente reside tal potestad. Y es esa soberanía política reasumida la que legitima la expedición
de la nueva Constitución y la fundación del Estado de Quito.14
El documento de la Constitución quiteña de 1812 está firmada solo por parte de los miembros del
Congreso Constituyente original; a saber:12
Gobierno y política
Estado
Según la Constitución de 1812, el gobierno de Quito estaba conformado por tres funciones estatales:
Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Función Ejecutiva
La función ejecutiva estaba conformada por el Presidente del Estado, tres Asistentes y dos Secretarios
con voto informativo que nombraba el Congreso. Su duración en el cargo no podía pasar de los daños y
no eran reelegibles sino hasta haber pasado dos turnos. Era el responsable del cumplimiento, guarda y
ejecución en todos los artículos de la Constitución en primer lugar, y todas las leyes que no estén
reformadas o abolidas por ella, como también de todos los Reglamentos, Leyes o providencias que la
Legislatura sancione.
El cuerpo ejecutivo era, además, encargado del gobierno económico en todos los ramos de la
Administración Pública, Hacienda y de Guerra; al igual que los ramos de industria, educación,
prosperidad pública y todos los establecimientos dirigidos a esos fines. Era potestad exclusiva del
Presidente el nombrar empleados civiles, militares, económicos y de Hacienda dentro del aparato
estatal. Le correspondía también velar sobre la recaudación de los caudales públicos, custodia y
adelantamiento del Tesoro Nacional y su inversión; debiendo presentar un informe minuciosamente
detallado y entendible de estas actividades en un folleto impreso que circulase por todas las Provincias
cada año.
El Presidente del Estado tenía los honores de Capitán General de Quito, y era él solo el Comandante
General de toda la fuerza armada; pero no podía hacer leva de gente, reunir tropas, ni trasladar de un
lugar a otro los Destacamentos o las Milicias sin consentimiento del Poder Legislativo y Ejecutivo.
El Presidente podía convocar y presidir sin voto en sesiones extraordinarias, la Sala o Salas de la
Representación Nacional cuando lo estimase necesario para la utilidad común; y aunque no podía
mezclarse en lo legislativo y judicial, velaba sobre cada uno de estos poderes, a fin de que cumplan y
desempeñen su cargo a cabalidad, imponiendo si fuese necesario una penalidad económica a los
negligentes. El poder ejecutivo tenía derecho de proponer a la Legislatura todo aquello que estime digno
de su atención, y también de suspender la promulgación de una ley sancionada, dando las causas que
para ello tuviere al Poder Legislativo, dentro del preciso término de ocho días.
Finalmente, la Constitución aclaraba que durante el tiempo que durase en sus funciones, el Presidente
del Estado recibiría un sueldo de cuatro mil pesos, los Asistentes mil quinientos pesos y los dos
Secretarios mil pesos en cada año, que se les contribuirían del Erario o fondo público.
Función Legislativa
La función legislativa del Estado de Quito recaía sobre los miembros del Supremo Congreso de los
Diputados Representantes de sus Provincias libres, y en los Cuerpos que éste señale para el ejercicio del
poder y autoridad soberana. Era ejercido por un Consejo o Senado, compuesto de tantos miembros
como número fuesen las provincias constituyentes al momento de la firma (ocho), y mientras calculada
su población resultaba los que corresponden a cada cincuenta mil habitantes; estos miembros de la
legislatura debían ser elegidos por el Supremo Congreso.
El Supremo Congreso era el Tribunal de censura y vigilancia para la guarda de la Constitución, protección
y defensa de los derechos del pueblo y de la enmienda y castigo de los defectos en que resultasen
culpables los miembros de los poderes Ejecutivo y Judicial. Debía renovarse cada dos años en el mes de
noviembre, para anunciar a las Provincias el término de sus funciones, señalar el día de las elecciones
parroquiales, y el de la elección de Diputados que debía ser uniforme en todo el Estado, y el de su
comparendo en la Capital que deberá ser siempre antes del primero de enero.
Cada Provincia no podía elegir para el Congreso más de un Diputado, excepto la de Quito a la que le
correspondía el derecho de designar dos en atención a que su población doblaba la de las demás. La
duración de sus funcionarios nunca pasaría de dos años ni existía reelección hasta pasados dos turnos;
se exceptuaba el caso en que la totalidad de los votos del Congreso aclamasen el mérito y la necesidad
de algún individuo, pero solo para el ejercicio del mismo poder que había ejercido anteriormente, sin
que puedan volver a ser aclamados por segunda vez sin haber pasado al menos un turno.
Entre sus funciones estaba la de reformar la práctica de los juicios civiles y criminales en todos los
Tribunales del Estado, la formación de reglamentos útiles tanto en lo político, económico y militar, la
corrección y enmienda de las Leyes perjudiciales a la libertad y derecho de los quiteños, y la formación
de otras análogas a la situación y circunstancias que se fuesen presentando, reservándose de manera
exclusiva la interpretación de las dudosas.
Era peculiar y privativo del Legislativo el arreglar toda especie de tasas, contribuciones y derechos que
debían exigirse, tanto en la cantidad como en el monto de su recaudación. Sin el consentimiento y
permiso de la Legislatura, ningún particular ni corporación podía imponer o exigir contribución alguna.
Le tocaba también señalar las pensiones y sueldos que debían gozar los empleados y funcionarios
públicos, y aumentar o disminuirlos en proporción al trabajo y utilidad que de él resulte al bien común
del Estado.
Cualquier miembro de la Legislatura tenía derecho a proponer reglamentos o proyectos de Ley que
juzgase convenientes a la felicidad pública; al Cuerpo le tocaba entonces acordar si era admisible, y si
debía traerse a discusión. Estas discusiones debían públicas, y sin esta cualidad cualquiera sanción era
nula; debía fijarse en público una copia del proyecto y las reformas propuestas, otorgando tres días para
que todos los ciudadanos que quisieran presentar sus memorias u observaciones y reflexiones, lo
hiciesen por medio del Secretario.
El Poder Legislativo tenía sesiones ordinarias tres días en cada semana, de tres horas cada una; y se
juntaría en sesión extraordinaria siempre y cuando el Presidente del Estado lo mande. La Presidencia de
las Salas en sus sesiones ordinarias, sería por turno entre sus individuos, siendo en la Primera Sala cada
semana, y en la Segunda cada tres meses; y por igual término se turnarían la Secretaría en el Legislativo.
Los funcionarios de este Poder, tenían un sueldo de mil pesos por año para compensar los perjuicios de
sus negociaciones en el tiempo que estaban en el servicio del público.
Función Judicial
El Poder Judicial del Estado de Quito era ejercido por la Corte de Justicia, presidida por cinco individuos,
de los cuales cuatro eran jueces que se turnaban la Presidencia de la Sala, y un Fiscal; todos nombrados
todos por el Supremo Congreso. Ejercía su poder sobre todos los casos o cosas que las leyes dispusiesen
con respecto a las extinguidas Audiencias sobre las materias civiles y criminales contenciosas, salvo las
reservadas a los Poderes Ejecutivo y Legislativo.
Los demás Tribunales inferiores de primera instancia, los de los Corregidores, Alcaldes ordinarios, Jueces
de Policía y los Pedáneos no eran parte de l Poder Judicial, aunque no podían actuar fuera de sus
dictámenes; ni tampoco las Municipalidades que al momento de la firma de la Constitución existiecen o
se establecieren adelante.
Los miembros del poder judicial recibían un sueldo de mil quinientos pesos al año, salidos del Erario
Nacional o fondo público.
División administrativa
El 15 de febrero de 1812 se firma el llamado "Pacto solemne de sociedad y unión entre las Provincias
que forman el Estado de Quito", que constituía una clara reafirmación del Reino de Quito, según lo había
descrito el padre Juan de Velasco, de aquellos territorios como reino integrante de la monarquía
española, y de la identidad local en efervescencia, distinta de Lima y de Bogotá.15 Se reservó además a
la disposición y acuerdo del Congreso General, «en el que estuvieran completas las provincias, todo lo
que tiene trascendencia al interés público de toda la América, y de los Estados de ella que quieran
confederarse».1213 En efecto, a inicios de abril de 1812 se discutió la confederación entre el Estado de
Quito y el Estado de Popayán. Las negociaciones dieron sus frutos cuando el 20 de abril el vicepresidente
Mariano Guillermo Valdivieso y el presidente de Popayán Joaquín de Cayzedo firmaron un tratado
confederal entre ambos estados.16
El siguiente cuadro presenta datos de las provincias, como sus nombres, capitales, número de
subdivisiones territoriales y población. Algunas cifras corresponden a un estimado basado en el Censo
del año 1784, la fecha más próxima al nacimiento del Estado de Quito:17
2 AmbatoAmbato10 52.300
Las provincias a su vez se dividían, en orden descendente, en localidades, parroquias y barrios. En todos
los casos se respetó la distribución establecida durante la administración española previa al Estado de
Quito.
Defensa
La defensa del Estado de Quito estaba a cargo del Ejército Nacional. Se dividía en tres Destacamentos
principales, comandados por el coronel Carlos de Montúfar en Quito, Pedro de Montúfar en Ibarra y el
capitán Francisco García-Calderón en Riobamba y Alausí.
El Estado de Quito
Durante esta etapa, y con un pueblo que guardaba la memoria de la crueldad ejercida por el gobierno
del anciano Conde Ruiz de Castilla y sus tropas el 2 de agosto de 1810, la ciudadanía enardecida cobró
venganza y asesinó al asesino cruel el 15 de junio de 1812. Este hecho fue llevado a cabo por mestizos e
indígenas del barrio de San Roque que asaltaron el Convento de La Merced, donde se había refugiado
Ruiz Urriés de Castilla después de renunciar a la Junta de Gobierno.18 También fueron ejecutados el
oidor Fuertes y Amar, uno de los más crueles perseguidores de los quiteños, y los monárquicos Pedro y
Nicolás Calixto.
Guerras y batallas
En febrero de 1811 Carlos Montúfar se enfrentó con las fuerzas del general Arredondo en las
inmediaciones de la ciudad de Guaranda; de igual manera intentó someter a a ciudad de Cuenca (que se
había agregado al Virreinato del Perú), pero cuando se encontraba por entrar a la ciudad, en las
inmediaciones de Cañar, ordenó una repentina retirada debido a la dificultad creada por la lluvia y la
escasez de víveres.13
A mediados de año una fuerza del ejército quiteño, liderada por Pedro de Montúfar (tío de Carlos) es
enviada desde Tulcán hacia Pasto para tomar la ciudad e incorporarla a Quito; al mismo tiempo recibió la
orden de incorporar Barbacoas. había que agotar las oportunidades expansionistas en el norte «a fin de
que, haciendo publicar el auto de reunión e incorporación de dicha Provincia de los Pastos a la
jurisdicción de este Gobierno (de Quito), los declare por súbditos que gozan de su legítima protección».
Así, el 11 de septiembre de 1811 entraban los quiteños triunfantes a la ciudad de Pasto, con lo que
lograban una primera e importante incorporación.13
Previamente, el 16 de julio, Pedro de Montúfar había oficiado el Cabildo de Barbacoas, para reclamar en
el nombre de Quito, que también se entregara a la misma protección payinesa en el plazo de diez días,
así como la entrega de la isla de Tumaco y su importante puerto, buscando así suplir la falta que hacía
Guayaquil en los planes del Estado quiteño. Más, el intento fracasó pues el territorio se incorporó a la
Confederación del Cauca el 8 de octubre. De igual manera el Gobierno quiteño tuvo que entregar Pasto a
los granadinos más adelante13
Demografía
La población del Estado de Quito era de aproximadamente 305.020 habitantes según el Censo más
próximo a la época, realizado 20 años antes en 1784.17 Basados en estos datos podemos calcular que las
regiones más pobladas estaban en las provincias de Quito al norte y Riobamba al sur, que sumaban
juntas más del 40% del total nacional. Mientras que las zonas menos pobladas se encontraban en la zona
costera de Esmeraldas y oriental de Otavalo, con menos del 1% del total.
Caso especial merecen las provincias de Ambato y Latacunga, cuya población bordeaba los cincuenta mil
habitantes cada una. Mientras que las provincias menos poblada eran Alausí y Guaranda, con cerca de
solo diez mil habitantes cada una. Otavalo por su parte, se encontraba en un punto medio. No se tienen
datos de la provincia de los Pastos, debido a que solo perteneció a Quito por pocos meses.
Composición étnica
Provincia Blancos y
Ambato16.713 35.509 41
Como se puede observar, la presencia de la sociedad mestiza estaba ligada al color predominante de piel
y de las posibilidades económicas. Es decir que si el mestizo era de piel clara y poseía recursos, era
considerado blanco dentro del Censo, estos generalmente eran castizos o harnizos; mientras que si
presentaba un tono de piel más oscura y no tenía dinero, era considerado indígena (cholos y chamizos) .
El Estado de Quito contaba además con un bajo porcentaje de habitantes de raza negra, que se
concentraban principalmente en el Valle del Chota de la provincia de Otavalo y, en menor medida, en la
ciudad de Quito.
La clase dominante siguieron siendo los blancos (aunque los peninsulares quedaron relegados del
aparato estatal, manejado ahora por los criollos) y, en menor medida, los mestizos blancos, que por
primera vez accedían a cargos públicos importantes. La clase dominada seguían siendo los indígenas y
mestizos indígenas; mientras que los negros eran en su mayoría esclavos o libres con pago. En este
sentido el Estado de Quito mantuvo la sociedad de castas que se había manejado bajo el régimen
español.
Ciudades
Riobamba era la segunda ciudad más poblada del Estado de Quito en 1812.
En el Estado de Quito existía una red de ciudades similar a las de otros estados de la época, condicionada
por la densidad de población, la industrialización y los condicionantes históricos. Así, las principales
ciudades eran las capitales de las provincias que conformaban la nación, tradicionales centros del poder
político.
A la cabeza de todas estaba Quito, la capital, con cerca de veinticuatro mil habitantes, doblando la
población de la siguiente en la lista: Riobamba, con trece mil quinientos habitantes, seguida muy de
cerca por Ambato, con trece mil trescientos habitantes. Es importante señalar que estas tres ciudades,
además, concentraban en sus respectivas provincias a la mayor parte de la población quiteña en 1812. A
continuación una lista de las 30 más pobladas:17
Es importante notar como, a pesar de ser las ciudades más pobladas de sus respectivas provincias, y por
tanto el centro de poder de ellas, muchas de las capitales no eran precisamente las más poblados del
país; tal es el caso de Ibarra, que demográficamente ocupa el duodécimo lugar nacional, por debajo de
varias localidades de las provincias de Ambato, Latacunga, Otavalo y Riobamba que no eran cabeceras
jurisdiccionales. Otras, por ejemplo, ni siquiera eran la urbe más poblada de su propia provincia, pero
mantenían una hegemonía histórica y cultural importante; tal como es el caso de Guaranda, que se
encuentra en la 30va posición nacional, aún por debajo de una localidad subordinada a su control:
Guanujo.
Las ciudades mayoritariamente indígenas como Saquisilí, Pujilí, Cotacachi y Píllaro, se encontraban entre
las más pobladas del Estado De Quito; remarcando la importancia que debían haberle dado a las
nacionalidades quechuas para contar con su apoyo en el proceso estatal.
Crisis interna
Descontentos con la legislatura de los montufaristas, quienes eran mayoría en el Congreso, los sanchistas
se retiran a Latacunga el 24 de febrero de 1812, donde instalan un Congreso paralelo. Convocaron a las
tropas capitaneadas por Francisco García-Calderón, y que se encontraban en Alausí, para marchar sobre
la ciudad de Quito y deponer a los Montúfar. Finalmente, los montufaristas arreglaron las disputas con
los sanchistas y juntos se propusieron una campaña militar sobre Cuenca que brindara los laureles
necesarios a la nueva situación.13
La marcha hacia Cuenca tuvo que terminar en retirada por las condiciones climáticas, la falta de víveres y
el encuentro de resistencia indígena comandada por los hacendados blancos del Azuay. De igual manera
por el norte, las fuerzas dirigidas por Pedro de Montúfar empezaban a replegarse de a poco frente a los
ejércitos granadinos.13 Estas derrotas repercutieron negativamente en la imagen del Estado ante el
pueblo.
Últimos días
El Panecillo, último lugar de resistencia quiteña en la ciudad. Óleo de Rafael Salas, siglo XIX.
El nombramiento en noviembre de 1811 de Toribio Montes como presidente de Quito por parte de la
Regencia y la organización de un ejército dirigido por él desde Lima durante los primeros meses de 1812
motivó a que la Junta reorganice un ejército con varios batallones para enfrentarlo y, en primer lugar,
detener la marcha del Coronel Arredondo contra Quito e impedir el acercamiento de Montes a la
ciudad.19
Así, en julio de 1812 en San Miguel de Chimbo, se encontraron los ejércitos de Francisco Calderón
(Quito) y Arredondo (Lima) en la Batalla de Chimbo, con un final positivo para el ejército quiteño que
obligó a la retirada de Arredondo y sus tropas.19 Mientras tanto, un contingente enviado desde la ciudad
de Quito al mando del general Checa, avanzaba hacia el sur para apoyar la campaña de Calderón, pero
fueron interceptados por las tropas de Toribio Montes el 2 de septiembre en Mocha, donde ambos
bandos se enfrentaron en la Batalla de Mocha, y el ejército quiteño se vio obligado a replegarse hacia el
Valle de Los Chillos.1319
Montes avanzó sin problemas por la cordillera Occidental hasta Quito. El 7 de noviembre, las fuerzas de
Montes sitiaron la ciudad y los soldados quiteños comandados por Carlos de Montúfar resistieron en el
fortín del cerro de El Panecillo, ubicado en el centro mismo de la urbe; sin embargo, tras la llamada
Batalla de El Panecillo, el contingente español tomó Quito el 8 de noviembre.19 Por temor a la barbarie
española, buena parte de la población abandonó la capital hacia el norte, buscando refugio en la ciudad
de Ibarra.
Los restos del Ejército patriota fueron finalmente derrotados en la Batalla de Ibarra, en las cercanías de
la milenaria laguna de Yaguarcocha, el 1 de diciembre de 1812. En el mismo lugar ejecutaron al patriota
Francisco García-Calderón, cuyo hijo Abdón Calderón, lucharía por la libertad en la Batalla del Pichincha,
en la que tuvo destacada actuación.20
Llega así a su final el Estado de Quito, sostenido casi por dos años sin recursos, y presionado
militarmente por los flancos norte y sur, tras una casi milagrosa supervivencia lograda a base de una fina
habilidad política y diplomática que, lamentablemente, fue opacada por ese juego sutil que se vieron
obligados a llevar a cabo frente a los dos poderosos Virreinatos españoles que lo rodeaban y la falta de
apoyo de las provincias de Guayaquil y Azuay.13
El presidente Toribio Montes pacificó la región y prontamente hizo jurar la Constitución de Cádiz en el
Reino de Quito, que según decreto del 23 de mayo de 1812 le constituía en Provincia constitucional de
Quito. Mandó realizar un censo y realizó elecciones entre 1813 y 1814 para la Diputación Provincial de
Quito y Cortes. El gobierno constitucional de la monarquía le concedió a Quito la autonomía que
anhelaba de la Nueva Granada. Montes apaciguó los ánimos y evitó la insurgencia en la región.
Consecuencias
Al anciano obispo Cuero y Caicedo, presidente del Estado de Quito, se le quitó su dignidad eclesiástica y
se le confiscaron su biblioteca y bienes. Fue condenado al destierro y se le remitió preso a Lima, en
donde murió antes de ser enviado a España para ser juzgado por insurrección y traición a la Corona.
El Marqués de Selva Alegre, vicepresidente del Estado, fue apresado y acusado de ser «heredero de los
proyectos sediciosos de un antiguo vecino nombrado Espejo que hace años falleció»,21 por lo que fue
enviado preso a Cádiz en 1816, donde murió dos años más tarde. Al final de sus días, el Marqués declaró
su republicanismo abiertamente y renunció al título nobiliario que el rey Fernando VI había concedido a
su familia el siglo anterior.
Por otro lado, el Marqués de Villa Orellana, que había sido representante de la Alta Nobleza en el
Gobierno quiteño, fue acusado de ser criollo insurgente, seductor y entusiasta de la causa republicana,
por lo que se dispuso su apresamiento y envío a España para ser juzgado en 1816, pero falleció poco
antes.21
Nicolás de la Peña y su esposa, Rosa Zárate, intentaron fugar de la represión de Toribio Montes que en
1813 los acusó de «graves, atroces y públicos delitos», por lo que fueron condenados a muerte.
Capturados en Tumaco, fueron ejecutados el 17 de junio de ese año, y sus cabezas remitidas a Quito
para ser exhibidas en la Plaza Mayor como un medio para amedrentar a la población simpatizante de la
causa independentista.21
Carlos de Montúfar, que luego de ser desterrado tras estos acontecimientos y haber logrado huir de la
prisión para sumarse al ejército independentista de la Nueva Granada, en donde alcanzó el grado de
coronel, fue finalmente ejecutado por los españoles en 1816. El resto de dirigentes a quienes no
ejecutaron fueron enviados desterrados a remotos rincones del Imperio español, como las Filipinas,
Ceuta, La Habana, Puerto Rico y la propia España.
Legado
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