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Raymond Williams

SOLOS
EN LA CIUDAD
La novela inglesa de Dickens a D.H. Lawrence

DEBATE
Sumario

Advertencia 7

Introducción 9
I. Charles Dickens 31
II. Charlotte y Emily Brontë 71
III. George Eliot 89
Colección dirigida por Constantino Bértolo
IV. Thomas Hardy 113
Primera edición: noviembre 1997
V. Caminos que se dividen 141
Versión castellana de
NORA CATELLI
VI. Joseph Conrad 165
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares ! VII. Solos en la ciudad
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción
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total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
comprendidas la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución
VIII. D. H. Lawrence 201
de ejemplares de ella, mediante alquiler o préstamo público.
Conclusión 219
© Ilustración de la portada, Alfredo Rosado
© Título original: The English Novel from Dickens to Lawrence
© Raymond Williams, 1970
© De la traducción, Nora Catelli
© De la presente edición, Editorial Debate, S. A.,
O’Donnell, 19, 28009 Madrid.

I.S.B.N.: 84-8306-057-4.
Depósito legal: M-32.573-1997.
Compuesto en Roland Composición, S. L.
Impreso en Unigraf, Arroyomolinos, Móstoles (Madrid).
Impreso en España (Printed in Spain).
II

Charlotte y Emily Brontë

Una señal clara de la originalidad del período comprendi¬


do entre 1847 y 1848 fue que apareciesen dos novelas tan di¬
'
ferentes de la de Dickens como Jane Eyre y Cumbres borrasco¬
1
sas. Debido a que Charlotte y Emily eran hermanas, sus obras
se han visto vinculadas desde su misma aparición, pero exis¬
te además algo específico que las une: el acento puesto en la
intensidad del sentimiento, en una suerte de compromiso ha¬
cia lo que, directamente, podríamos denominar pasión; algo
muy nuevo en la novela inglesa. Finalmente, la crítica insis¬
tirá en la diferencia entre estas obras, en la radical diferencia
de método que muestran. Pero ese primer acento en la inten¬
sidad del sentimiento es decisivo.
Creo que eso tiene que ver con una especie de temblor de
!' tierra, de turbulencia sin precedentes en estos años de la vida
inglesa. Tarde, mucho más tarde, en un proceso que revisare¬
mos, fue posible oponer lo que se llamó crítica social a lo que
i se denominó psicología; o poner de un lado la contestación a
la pobreza y la opresión y del otro la exploración de las difi¬
cultades y profundidades del amor y la madurez. En ese esta¬
dio más tardío, los intereses de las hermanas Brontë se con¬
l traponen abiertamente a los de Dickens y Elizabeth Gaskell;
son como los polos opuestos de la sociedad y la personalidad.
Pero en estas novelas anteriores y en este período de expe¬
riencia tal oposición posterior no aparece todavía. Si quere¬
mos comprender esas relaciones, características de 1840 y de
los años siguientes, debemos tener presente, en cambio, el

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mundo de William Blake: un orbe de ansia y necesidad, de fríamente Jane Austen; o se lo mostraba como factor suscep¬
rebelión y pálida convención. Ligados por una única dimen¬ tible de ser aislado en el romance 1 ortodoxo. En cambio Blake,
sión de la experiencia, en este mundo se ven conectados los
Keats, y, de modo diferente, Shelley y Byron, expresaron algo
términos de deseo y placer con los de privación y opresión. que existía como corriente subterránea, antes de 1840, en la
Nadie consiguió alcanzar más tarde, respecto de esos tér¬ ficción e incluso en el teatro. De hecho, se trata de algo que
minos, la unidad que se encuentra en Blake; él mismo apenas literalmente aparece representado como subterráneo en las os-
curas imágenes góticas y en las llamativas extravagancias del
si pudo sostenerla. Así, debemos empezar por notar la exis¬
tencia de la convicción, central para la época, de que la in¬ melodrama de la época. El triunfo de las hermanas Brontë
tensidad de la pasión individual constituía una respuesta a la consistió, en primer lugar, en que de muchas maneras ellas
crisis de ese período; una respuesta tan decisiva como el más rehicieron la novela de modo que ese algo —la pasión— pudie¬
se aparecer directamente.
claro radicalismo político. De hecho, atribuir al deseo y a la
necesidad de otro un valor semejante, y enfatizar la idea de Es evidente que existían precedentes y que éstos se con-
una entrega y amor absoluto a ese otro, supone un choque con virtieron en elementos de la nueva forma novelística. Así, el
el sistema social capitalista entonces surgiente. Un choque fuego y la locura propios del romance y las apariciones y los
tan abrupto como si se hubiese planteado una crítica radical
sueños de la novela gótica. Cuando se quería encasillar Jane
de la pobreza material. Lo que estaba en discusión era la di¬ Eyre o Cumbres borrascosas dentro de una tradición ya estable¬
mensión misma de las relaciones humanas: una dimensión cida se mencionaban, y se mencionan todavía hoy, estos ras¬
que se convertía en algo problemático y peligroso debido a gos aislados. Pero, si lo seguimos haciendo aún hoy, nos vere¬
una creciente presión, venida tanto del interior como del ex- mos obligados a preguntarnos qué quedaba fuera de aquellos
terior, que obligaba a rehacer, o a deformar -ésta es la pers- nuevos tonos y estilos sociales dominantes en el período, es¬
pectiva de Blake- las experiencias más humanas y más ab¬ pecialmente si recordamos que en esta nueva y poderosa so¬
solutas. ciedad la nueva forma literaria era, sin duda, masculina. No
me refiero a que fuese universal o genéricamente masculina,
El acento en la afirmación (del mundo y del individuo) se
encuentra en los más grandes poemas románticos del período.
sino a que se ajustaba a un sentido nuevo de lo viril. Es algo
Y el sentido de este acento consiste en que establece una co¬ difícil de comprender e incluso de exponer, pero siempr e me
nexión estructural entre lo que parecen muy diferentes senti¬ ha parecido significativo que en ese preciso período, a media¬
mientos: por un lado, la más intensa afirmación del amor y dos del siglo XIX, los hombres aprendiesen a no llorar: lo hi¬
del deseo; por otro, una también intensa, y muchas veces de¬ cieron a través de un proceso de modificación de sentimien¬
tos antes admisibles o aceptables. Esta modificación tuvo
sesperada, comprensión del aislamiento y la pérdida. Por
buen número de razones estos elementos entraron muy lenta- 1
Dentro de la nomenclatura de géneros anglosajones modernos, romance defi¬
mente en la novela de la época. La visión del amor adolecía
ne las ficciones sentimentales, de imaginación o de pasiones, contraponiéndolas a la
todavía de cierta mundanidad dieciochesca, muy comprensi¬ tradición realista. Serían romance La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, Cumbres
ble en períodos anteriores (aunque nunca fuese tan persuasiva borrascosas de Emily Brontë o Moby Dick de Herman Melville. No lo serían Middle-
como se ha creído). También se insistía en definir el amor como march de George Eliot, Grandes esperanzas de Dickens o Las aventuras de Huckleberry
Finn de Mark Twain. (N. de la T.)
intercambio social y ejercicio del respeto, como muestra tan

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lugar, sobre todo, en las nuevas escuelas privadas, institucio¬ tenores y aun en diferentes condiciones. Desde la perspectiva
nes en las que se delegó la tarea de producir tal cambio. En de la clase media, y especialmente desde la clase media mas¬
realidad, los hombres aprendieron a no exhibirse llorando: has¬ culina, la institutriz constituye una figura represiva, antife¬
ta la palabra que aludía a esa efusión se pronunciaba siempre menina y nada elegante. Vale la pena seguir el derrotero de
en guardia y acompañada de una risa defensiva. En el lapso de esas muchachas, empujadas a desempeñar el único trabajo que
dos generaciones no sólo había cambiado el uso social sino, les era posible, desde Jane Eyre (en Jane Eyre) y Lucy Snowe
quizá, hasta el impulso mismo. Se enseñaba y se aprendía un (en Willette de George Eliot) a Sue Bridehead (en Jude el oscuro
nuevo método de control: de «auto-control». Antes, hombres de Hardy) o a Ursula Brangwen (en Mujeres enamoradas de D.
fuertes y viriles lloraban abiertamente cuando experimenta¬ H. Lawrence). En incluso hasta Tess (en less de Urbervilles de
ban esa necesidad: ahora, hasta los débiles dejaron de llorar y Thomas Hardy o en Miriam (en Retomo al pats natal de D. H.
se sintieron orgullosos de ello. Se trata tan sólo de un nuevo Lawrence). No sé hasta qué punto es hoy necesario insistir en
dato entre otros: se impone una nueva rigidez, una creciente la rupura de esa imagen deformada que oculta -porque fue he¬
sobriedad de atuendos, tanto masculinos como femeninos. cha para eso— la existencia de una represión general y a la vez
En este mundo mucho más contenido, fue significativo el específica. Al menos, hay que señalar que las hermanas Brontë
modo en que tanto la novedad como la vitalidad de la era se se enfrentaron directamente con la totalidad de la estructura
encarnaran en un grupo de mujeres novelistas: Elizabeth Gas- represiva de su tiempo; la conocieron y la fracturaron, a su ma¬ €>
kell, Charlotte, Emily y Anne Brontë. Pero para comprobar nera, con una energía y un valor que, aun en la actualidad, nos
hasta qué punto pesaba la convención, hay que recordar que hace sus deudores. ¡

esas mujeres novelistas llevaban nombres masculinos: Char¬ A su manera: en esa manera debemos concentrarnos ahora.
lotte, Emily y Anne eran Currer, Ellis y Acton Bell; Marian No se necesita insistir en la fuerza e intensidad de Cumbres bo¬
Evans fue George Eliot. No podremos olvidar nunca del todo rrascosas. Tampoco necesita reconocimiento; los ha tenido to¬
la tensión que eso provocaba. Y no sólo en términos de la épo¬ dos. Hoy se suele admitir también el igualmente admirable
ca, para que pudiese seguir vivo el mundo propio de la mu¬ control de Emily Brontë en la composición. Ni requiere tam¬
jer. Al contrario: en ciertos aspectos vitales se trataba senci¬ poco más elogios la potencia de Jane Eyre o la de Willette. To¬
llamente de la supervivencia del mundo humano. davía hoy estas obras encuentran el fervor de los lectores y el
Que estas novelas fuesen escritas por mujeres tuvo además interés de los críticos; sucede que a veces los críticos y los lec¬
otra consecuencia. Para acceder al conocimiento de las herma¬ tores se sienten un poco incómodos en la misma piel. Lo que
nas Brontë la gente todavía tenía que pasar por la institutriz. quiero sobre todo subrayar se refiere a diferencias entre las
Me refiero a la imagen, la deprimente imagen femenina que novelistas: diferencias que son de radical importancia en el
por entonces se daba por sentada. Antes de que las mujeres ac¬ desarrollo posterior. Para ello tengo que tratar primero Cum¬
cedieran a la educación en términos igualitarios a los de los bres borrascosas, porque se nos presenta como una novela sin
hombres, las jóvenes que querían tener ese acceso y no dispo¬ historia: sin antecedentes ni descendientes.
nían de una renta suficiente tenían que convertirse en institu¬ De hecho, hasta su estructura es única, aunque el espíritu
trices: tanto las maestras como las intelectuales. No dudo de que la anima no lo sea, porque pertenece a una tradición in¬
que siguió siendo así para muchas otras mujeres en épocas pos¬ glesa que cuenta entre sus representantes a Blake, a Lawrence,

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y dentro de ciertas coordenadas específicas, a Thomas Hardy. la desolación rural de los páramos y una nueva y agitada área
Sin embargo, lo más llamativo en su forma es la excepcional industrial. Charlotte utilizó esta experiencia directamente en
fusión entre intensidad y control. No existe novela en la li¬ Shirley, aunque hiciera retroceder la acción hasta la época de
teratura inglesa que contenga tal intensidad y dimensión en los luditas. Se ha dicho también que esa misma inquietud —el
los sentimientos. Aunque el problema con mi anterior propo¬ desajuste producido por la industrialización, el nacimiento de
sición es el término «contener». Porque lo más memorable de una clase social de desplazados, desposeídos y sin arraigo— se
la novela -la pasión de Cathy y Heathcliff- muestra, en su rea¬ encuentra en la base misma de Cumbres borrascosas . Hasta se ha
lización concreta, un esquema estratificado, modulado, muy afirmado alguna vez que Heathcliff representa el proletaria¬
preciso y consciente en su desarrollo. Por un lado, está la ma¬ do. Lo que no se comprende es que la experiencia social, jus¬
teria prima de unos lenguajes deliberadamente diferenciados, tamente porque es social, no necesita mostrarse exclusiva¬
con toda una gama que se mueve entre la dureza y la sencillez, mente' en formas abiertas y públicas. Debido a su carácter de
tanto en la representación del habla como en la de la vida. Por realidad social, está en la base y penetra todo tipo de relación,
otro, está la narración múltiple a través de los personajes se¬ de cualquier clase que sea. Comprender las transformaciones
cundarios, las complicaciones temporales y la compleja intri¬ históricas no significa ponerse a buscar hechos públicos di¬
ga con su ajuste entre herencias y generaciones, con un ritmo rectos y reacciones a ellos. Cuando existe una ruptura históri¬
tan pautado que experimentaremos, en la lectura, el senti¬ ca real no tiene por qué mostrarse en una huelga o en un epi¬
miento de una extraordinaria e intricada tensión. Aun cuando sodio de revueltas luditas, en el que un artesano destroce una
advirtamos todo esto, no deja de sorprendernos el descubrir, máquina. Puede surgir, tan radical y auténtica como en ésas,
retrospectivamente, hasta qué punto, en cantidad y en énfasis, en todo aquello que, aparentemente, alude sólo a experiencias
esta novela se apoya en una narración causal, medida y sopesa¬ personales o familiares. Por esa misma razón, en Cumbres bo¬
da. Sólo en el caso de que reduzcamos Cumbres borrascosas a una rrascosas las referencias directas a las crisis que en ese período
versión abstracta del único e intenso tema de la pasión amoro¬ transformaban la sociedad me parecen un desplazamiento: si
sa, podríamos adherir a la todavía hoy corriente opinión -fa¬ así se hubiese hecho, la experiencia social real dentro de la no¬
vorable o adversa, tanto da— acerca su extravagancia. Aunque vela se vería explícitamente reducida.
hay que reconocer que ese tema es tan insistente y profundo Lo mismo sucede en el caso de que se realice una lectura
que la novela se resiste a ser reducida a la suma de todo lo otro atenta, en que se dejen de lado los desplazamientos simbólicos
que contiene. La extraordinaria e inextricable interacción en¬ y en cambio se practique una suerte de extensión de sus resor¬
tre sentimientos opuestos y moderados (pero, a pesar de todo, tes naturalistas. En la novela es claro que el contraste entre las
absolutos) se resuelve en un proceso activo y dinámico. No hay cumbres (los Heights) y la granja (la Grange) constituye una
equilibrio sino dialéctica: juego de contrarios. oposición consciente entre dos tipos de vida. En los Heights,
De acuerdo con estas consideraciones, con bastante razón, una arriesgada y dura existencia a duras penas arrancada al
algunos críticos han llevado el debate desde el campo co¬ brezo y, en la Grange, un afincamiento refinado y cómodo,
rriente del romance -con sus acentos extremos en lo místico y sustentado en rentas, propio del valle. Ni siquiera hay que for¬
lo melodramático— al ámbito de la historia social. De hecho, zar esta oposición: se muestra de modo explícito cuando Hea¬
es verdad que las Brontë vivían en una tierra fronteriza, entre thcliff y Cathy observan a los Linton, y se ve también en otros

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momentos, dentro de los complicados viajes entre las dos ca¬ to escuchamos y seguimos la acción comprendemos que no
sas, en los movimientos personales y sociales de relación entre hay razón para esos motes. Esta especie de vínculo, de pre¬
sus miembros. Esta experiencia social es la condición dentro sencia absoluta, de existencia absoluta en otro —y de uno en
de la cual tiene lugar una acción mucho más precisa y con un otro— es, de hecho, algo ordinario, aunque siempre sea una
objetivo mucho más concreto. En ningún caso el contexto experiencia transformadora. En las vidas reales de las gentes
—que sería la descripción de la realidad social— anula de modo constituye la realidad central de todo otro acontecer imagi¬
convincente la dimensión problemática de las relaciones di¬ nable. Muchas veces no necesita que se insista en ello: la rea¬
rectas entre las personas. De nuevo hemos de insistir en que la lidad del vínculo existe y es indestructible.
experiencia social es una experiencia de la totalidad. Sus per¬ En Cumbres borrascosas, la afirmación de Cathy es una cues¬
files descriptivos o analíticos no dominan sobre la plasmación tión de puro realismo. Sin embargo, en el momento en que se
directa de sentimientos y acciones en términos peculiares y fí¬ formula, en ese punto exacto de la acción, al mismo tiempo
sicos. Sin la centralidad de estas relaciones, y a pesar de todos que algo se afirma, algo necesariamente se niega. Lo que se
sus detalles específicos, el paisaje físico y social de Cumbres bo¬ afirma no es el deseo del otro sino el deseo en el otro, lo cual
rrascosas sería únicamente un trozo de tierra todavía no traba¬ supone una profundidad de sentimiento tal que implica una
jado ni comprendido. Lo que hace que un paisaje sea humano conciencia absoluta de la propia identidad y, literalmente,
es que ciertas gentes que experimentan deseos específicos vi¬ también de la forma del universo. Y lo que en realidad suce¬
van y se relacionen allí los unos con los otros. de es que, en el momento de ser proferida, esta afirmación es
No podemos entonces retroceder y alejarnos de esa expe¬ dada por sentado: segundo movimiento, éste, que es un error,
riencia inmediata y a la vez complicada, como nos lo permi¬ un error que produce una dislocación. «Fuente de muy poco
tiría hacerlo el simbolismo por un lado y el naturalismo por deleite para los ojos; pero necesarias»: dice Cathy de las rocas
otro. Pero la experiencia central es, a primera vista, tan ex¬ al compararlas con el amor que siente por Heathcliff. Si ne¬
traña, que produce, al menos desde una posición convencio¬ cesario, no es cuestión de ser aceptado o de darlo por sentado.
nal, cierta angustia: Hay que vivirlo. Bajo esta luz, todo, literalmente todo, debe
ser vivido. Constituye un sentimiento recíproco. De hecho, es
Si todo lo demás pereciese y él permaneciera, yo también una relación: un tipo de vínculo que no se recibe sino que más
seguiría existiendo; y si todo lo demás permaneciera y él fue¬ bien se da, como algo absoluto, anterior a todo, anterior in¬
ra aniquilado, el universo se convertiría en algo temible y ex¬ cluso a la palabra. En eso dado —en Cumbres borrascosas lo dado
traño; yo ya no parecería parte de él. Mi amor por Linton es es el lugar y la infancia compartida por Catherine y Heath¬
como el follaje de los bosques; el tiempo lo mudará, soy cons¬ cliff— reside también lo social y lo personal, el yo propio y el
ciente de ello, como el invierno muda los árboles. Mi amor de los otros, que crece de una misma raíz.
por Heathcliff recuerda las rocas eternas debajo; fuente de Por eso es una terrible blasfemia, aunque suceda realmen¬
muy poco deleite para los ojos; pero necesarias. te, como sucede, en la sociedad y en la historia, en una vida y
en un momento cualquiera: es blasfemia suponer que, puesto
Se ha dicho que el discurso de Cathy es místico; también que es profundo, lo necesario sea inamovible, aun ante las peo¬
se lo ha calificado de extravagancia romántica. Pero en cuan- res presiones que sufra. Porque es una terrible blasfemia apar-

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tar lo necesario (Heathcliff) para que se puedan alcanzar y expresa es tan corriente que carecemos de términos especiales
cumplir otros intereses u otros matices o incluso otra clase de para él. Tiene lugar cuando un sujeto funda su identidad en
realidades; hasta realidades aparentemente deseables (Linton). la necesidad y la realidad del ser de otro: cuando la identidad
Por ejemplo, Cathy se casa con Linton por todo aquello que de lo humano viene de otro, más allá de la criatura, y también
Heathcliff no posee: comodidades, posición, dinero; los ele¬ procede de otro la identidad de la relación de la cual surge la
mentos visibles de la sociedad. Piensa que podrá retener dos vida. Privado el sujeto de esta realidad, sólo queda la «ima¬
identidades: la indestructible, profunda y necesaria, pero tam¬ gen» y la «semejanza»: se trata del momento exacto en que
bién la contingente, temporal, superficial y agradable. No hay hasta la vida física se detiene o en que hay que hacerla fun¬
nada de raro en este tipo de traición, en este error característi¬ cionar a fuerza de voluntad:
co, que puede ser interpretado desde fuera de muchas maneras,
dada la variedad de nuestros términos alternativos para la des¬ Tengo que recordarme a mí mismo que debo respirar; casi
cripción de lo necesario y lo permanente y para todas las espe¬ recordar a mi corazón que debe latir.
cies posibles de negaciones y rechazos. Sin embargo, la acción
es específica. Cathy da por suyo a Heathcliff y se casa con Lin¬ Entre lo dado y lo querido, entre lo necesario y ese mun¬
ton, a lo que sigue, inevitablemente, una real dislocación: la do verosímil que se nos presenta como algo susceptible de se¬
disrupción, la salvajada, la tormenta. Cuando se abre una grie¬ pararse de nosotros, la acción se dirige hacia su conclusión.
ta tan profunda en relaciones indestructibles, sólo la generación Una experiencia básica de lo humano —el deseo de vida, el
siguiente, pasado mucho tiempo, es capaz de restañar la heri¬ vínculo dado— se ve frustrada, desplazada, extraviada en sus
da. Porque lo afirmativo persiste sólo porque era necesario; por dificultades específicas. Aunque de un modo profundamente
eso existe más allá de la vida, en la vida de otro y en la realidad auténtico -debido a su misma necesidad—, ese deseo recibe
de un sitio antes compartido. Negado allí donde debió existir, una respuesta, un eco, un reflejo proveniente de un lugar
permanece como experiencia de la trascendencia: permanece en donde ahora sólo queda en espíritu. Recibe el reflejo, la ima¬
lo que los otros ven. Hacia el final de la novela, Heathcliff to¬ gen de lo necesario, de algo que se mueve bajo la superficie
davía intenta vivir en la misma realidad, pero ahora en terrible de la vida normal, convencional. Se trata de la realidad últi¬
aislamiento a causa de aquella negación primera: ma de lo necesario; se trata de la necesidad humana, que vuel¬
ve otra vez a hacerse presente y asediar ese mundo a escala li¬
En cada nube, en cada árbol —llenando el aire y la noche, mitada donde transcurre la historia de Emily Brontë.
y entrevista en cada objeto durante el día—, estoy rodeado de Al sostener que Cumbres borrascosas es central en la época,
su imagen. Los rostros más corrientes de hombres y mujeres no me refiero a la importancia de lo documental o a los ele¬
—mi propia silueta— me sugieren burlones una semejanza. El mentos simbolistas, como se los ha denominado, dentro de la
mundo entero es un aborrecible recordatorio de que ella exis¬ novela: se trata de otra experiencia, tan directa que no nece¬
te de veras, y de que yo la he perdido. sita ser traducida. Es la experiencia inmediata de algo que en
otros sitios se ha vertido por términos negativos: alienación.
«Imagen», «semejanza»: en esas palabras reside el despla¬ El proceso que subyace a esta palabra clave es indudablemen¬
zamiento, el duelo por la pérdida. El sentimiento que allí se te real. Debido a esto, la experiencia que organiza la novela

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trasciende el plano del deseo y del anhelo personal. Debe ver¬ privado de la confidencia, que es una forma de confesión. Se
se aquí la intensidad individual como resultado de un des¬ trata de un relato ofrecido como si fuese parte de una carta,
plazamiento y, después, de un movimiento de observación, de una confidencia o de un diario privado. Y, además, el acto
evaluación e interpretación de la alienación. De vez en cuan¬ de la escritura incluye —de modo aparentemente involuntario,
do varía la distancia y la perspectiva, lo cual hace que todo sea aunque se trate de un recurso deliberado y consciente— la
convincente y, al tiempo, esté en necesaria oposición a otras conciencia del amigo, de alguien próximo, de un lector des¬
versiones persuasivas de la realidad. Esta oscilación funda la conocido y al mismo tiempo íntimo: mientras dura la tensión
diferencia crítica de Cumbres borrascosas respecto de otras no¬ de la voz, el lector como escritor.
velas afines en las que es también central el despliegue de in¬ Dado el despliegue de la acción, que en Jane Eyre es com¬
tensos sentimientos individuales. pletamente dramático, existe al mismo tiempo un tironeo
Por ejemplo, Jane Eyre está mucho más cercana al mundo entre acción y conciencia: una tensión y una energía que la
de Cumbres borrascosas de lo que ahora habitualmente se ad¬ emparentan con Cumbres borrascosas. Pero para apreciar cabal¬
mite. Constituye una presentación estructurada de algunos mente la diferencia entre la novela de Emily y Jane Eyre, hay
de sus temas más importantes, aunque con una diferencia ta¬ que volverse un momento hacia otra novela de Charlotte, Vi-
jante: que su principio organizador, su punto específico de llette. El carácter multipersonal y la variación en los focos de
gravedad, proviene directamente de una sola individualidad. conciencia son elementos decisivos en Cimbres borrascosas y
Desde luego, esta diferencia no es sólo técnica, aunque se re¬ tienen que ver, como he señalado antes, con la existencia de
fleje con claridad en ella: jane Eyre es una novela abiertamen¬ relaciones intensas y con alternativas a esas relaciones. Se pue¬
te en primera persona, mientras que Cumbres borrascosas es de sugerir también que el impulso rector de todas las obras de
multipersonal, lo cual incluso antes de convertirse en método Charlotte es el problema de la existencia de una relación de¬
constituye también un efecto de la experiencia. La proximi¬ seada, incluso más abiertamente deseada en Jane Eyre o en V¿-
dad de la obra de Charlotte Brontë reposa en esa capacidad de llette que en Cumbres borrascosas. Quiero decir con ello que el
la primera persona para establecer una relación íntima con el deseo se abre paso y que las relaciones parecen lograr su obje¬
lector. Desde el franco y amistoso comienzo —«Me alegré de tivo por sí mismas. Y quiero decir, asimismo, que no se trata
ello; nunca me gustaron los paseos largos»— hasta el secreto del mismo deseo o de la misma especie de deseo. Es este un
final y compartido: «Guardo estas cosas entonces; y las sope¬ punto difícil de comprender, porque la palabra «deseo» cubre
so en mi corazón». Cosas que el lector conoce pero que des¬ ampliamente ambos significados: por eso he tratado de dis¬
conocen los otros: los otros personajes y el mundo exterior. tinguir entre deseo de otro y deseo en otro, distingo que la
«Lector, me casé con él.» Esta apelación al lector, funda¬ misma Cumbres borrascosas establece con toda nitidez. El deseo
mental y pública, constituye tan sólo un movimiento tardío del otro puede ser muy intenso y, desde luego, está sujeto a
de apartamiento del yo del narrador, mientras la trama se los accidentes del mundo: muerte, pérdida, conflicto, malen¬
funde con la reconstrucción, con el relato ya dado. Mientras tendido, todos ellos en continua acción. Existen experiencias
la experiencia dura, el «Yo» de la novela y la posición subje¬ más duras: el lazo con otro, el compromiso con otro; cuando
tiva, única posición accesible del lector, se encuentran muy la costumbre, la ley y la propiedad se interponen. Y existen
próximas. Lo que cuenta a lo largo del proceso es el carácter otras experiencias aún más duras y nada corrientes: el deseo

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no correspondido, no recíproco y que sin embargo se obstina cualidad diferente de la prosa de Cumbres borrascosas se debe a
dolorosamente en permanecer. que la composición básica —la estructura narrativa— es distin¬
Pero el deseo en otro es distinto a todo lo anterior: no digo ta a cualquier otra cosa. No es variada y multipersonal, con
que sea mejor, cuestión que ni siquiera se discute, porque esta jerarquías y matices temporales, sino subjetiva, única e in¬
forma del deseo acaece tan temprana y profundamente que no mediata. Veamos de nuevo Willette:
suscita ese tipo de calificación. La diferencia reside en que
este deseo se encarna en una relación cerrada, sellada, anterior ¿Qué debo hacer? ¡Oh! ¿Qué debo hacer, ahora que la espe¬
a cualquier otra cosa. Una relación necesaria, que hace que un ranza de mi vida ha sido desgarrada por mi ultrajado corazón?
yo o un mundo encuentren allí su fundación y su confirma¬
ción. Por supuesto, el vínculo puede romperse —cosa que su¬ Este es el movimiento exacto: la pregunta a uno mismo
cede con cierta frecuencia— y de allí vienen la violencia y el que se recrea y que se convierte en la pregunta que compro¬
desastre. Se trata de un lazo y una ruptura radicalmente dife¬ mete al lector, o a ése que comparte la circunstancia con la
rentes de toda otra búsqueda, de todo otro fracaso, ya en la primera persona. Después viene la extensión retórica que in¬
búsqueda de otro, ya en encontrar el objeto deseado, ya en tenta dar nombre a la emoción compartida:
la pérdida de la posesión o en la pérdida del deseo de pose¬
sión. Estos fracasos y pérdidas son tan desgarradores que es fᬠNo conocí ni me atreví a conocer las esperanzas que aca¬
cil compararlos. Pero lo esencial del proceso es siempre dife¬ ricia la juventud, que la sostienen y la guían. Cuando a veces
rente, porque lo que allí se mide es cuán profundas y golpeaban las puertas de mi corazón, encontraban siempre al¬
necesarias son las conexiones vitales. Así, en Willette: zada una hostil barrera que vedaba el acceso. Cuando, así re¬
chazadas, se alejaban de mí, lágrimas amargas solían brotar;
¿Lo veré antes de que se vaya? ¿Pensará en mí? ¿Tiene el pero no había remedio; nunca me atreví a dar posada a hués¬
propósito de venir? ¿Lo traerá este día, lo traerá la próxima pedes semejantes. Tan mortalmente temía el pecado y la de¬
hora, o debo prepararme para sufrir ese dolor que corroe, el bilidad de la presunción. Lector religioso: me endilgarías un
dolor de la larga espera, esa ardua agonía de ruptura al final, largo sermón acerca de lo que acabo de escribir; lo mismo ha¬
esa torsión silenciosa y mortal que, a la vez alumbrando espe¬ rías tú, moralista; y tú, sabio riguroso; tú, estoico, te estre¬
ranza y duda, estremece la vida, mientras que la mano que mecerías; cínico, tú te mofarías; tú, epicúreo, te reirías. Bien
ejerce la violencia no es alcanzada por la caricia de la piedad haría cada uno en tomarlo a su modo. Acepto el sermón, el es¬
porque la ausencia impone su barrera? tremecimiento, la mofa y la risa; quizá todos tengáis razón: y
quizá, en mis circunstancias, como yo, todos os hubierais
En pasajes como éste, Charlotte aprehende una experien¬ equivocado.
cia —de espera y frustración— que está estrechamente vincula¬
da con lo que yo llamo secreto compartido: no se trata del Repito: esto es conciencia artística. El lector real que sien¬
proceso público, aunque pueda abarcárselo bajo esta genera¬ te que todas esas reacciones se suscitan en él, al oírse interpe¬
lización —«esa torsión silenciosa y mortal»—, sino de una ex¬ lado, se distancia. O para decirlo de otra manera: todas esas
periencia particular e inmediata. Aquí reside su fuerza. La respuestas que vienen de posturas críticas distintas se alejan.

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Así, la relación efectiva con el lector —el único lector que voz alta Willette, qué difícil leerla en público. Porque ése no es
cuenta— se abre paso enérgicamente: «en mis circunstan¬ su mundo:
cias...» —el «quizá» ha caído en el olvido de la distancia—,
«como yo, todos os hubierais», «¿equivocado?». Esta última La pobre maestra inglesa en el desván helado, leyendo a la
palabra no podría surgir en los términos del moralista o del luz mortecina de la vela que tiembla en el aire glacial... Para
sabio. «Equivocarse» tiene que ver con el ámbito de la confe¬ mi anhelante y desvalido pensamiento...
sión, íntima e interior: apenas una falta dentro de una expe¬
riencia revelada y aceptada en su totalidad. Se trata de una suerte de proximidad o de reconocimien¬
Considerado este ejemplo temprano, ya se comprueba en to similares a la anotación al margen de un libro de la biblio¬
él un notable oficio en el proceso de lograr un movimiento de teca: la participación secreta, la aceptación. Y es muy fácil de
simpatía. Las preguntas antes citadas {«¿Qué debo hacer? ¡Oh! destruir, peligrosamente fácil, tan fácil como no comprender
¿Qué debo hacer...?») se presentan y a continuación se sus¬ el significado de la marca en el libro, como no hacerse cargo
penden, casi concediendo una pausa para responder, antes de de ese secreto compartido, esa referencia y ese reconocimien¬
que el relato se mueva, abierto a muchas posibilidades, hacia to ocultos.
Sólo quiero definirla y mostrar su diferencia respecto de
lo que hubiera debido hacer, no lo sé, cuando una niña muy pe¬ Cumbres borrascosas. En ésta, la luz viene de multitud de fuen¬
queña —la más pequeña del colegio— irrumpió, con su senci¬ tes, con multitud de matices, con una intensidad fija que de¬
llez y su inconsciencia, en el centro silencioso pero furioso del fine la relación y que es examinada, que permanece y persis¬
conflicto interior. te a través de los intrincados nudos de la observación y del
tiempo.
Esto es lo que se oye en Willette: «el centro silencioso pero Por último, quiero señalar que Charlotte está evidente¬
furioso». Se trata de un sentimiento aislado e inexpresado mente situada a la cabeza de una tradición de un modo que
que ahora ha encontrado una voz. Como cuando Lucy Sno- su hermana no comparte. Cuando llegamos a reflejar esta di¬
we, la protagonista, aguarda desesperadamente una carta y ferencia nos encontramos con una historia, una historia signi¬
busca un sitio tranquilo para leerla, por sobre el ruido de las ficativa. Porque el método de Willette constituye lo que cierta
clases: vez yo llamé, fríamente, la ficción de un alegato especial: me
refiero a esa ficción cuya emoción dominante, que marca tam¬
¿Sería larga; sería corta?... Era larga. bién la relación con el lector, es esa insistencia exacta en la
¿Sería fría; sería amable?... Era amable. primera persona: «en mis circunstancias, como yo...»
En qué consiste esta insistencia: en que el mundo me juz¬
El efecto es instantáneo: no hay un autor que se adelante; gará de una manera si ve lo que yo hago, pero me juzgaría
y como la carta misma, el texto está pensado para la lectura de manera muy diferente si supiera cómo siento. Después de
solitaria, en algún rincón sosegado donde la relación y la par¬ Charlotte Brontë, se hizo evidente la debilidad de esta forma
ticipación sean inmediatos. Lo he advertido una y otra vez novelística. Porque los personajes que caen fuera de esta
—probablemente todos lo han notado— qué difícil es leer en conciencia en primera persona que moldea, anhela y exige,

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Solos en la ciudad

tienen realidad sólo cuando contribuyen a poblar el paisaje III


emocional del personaje central que formula su alegato y su
súplica. Eso es todo lo que sabemos de ellos, todo lo que sa¬
bemos de ella en realidad. En su nombre, en el nombre de esa George Eliot
primera persona, se han llevado a cabo algunas cosas extraor¬
dinarias, como el uso y abuso de los otros. También ha teni¬
do lugar en su nombre una crisis del discurso; y junto con el
discurso una crisis respecto de muchas cosas, de muchas ne¬
cesidades y realidades distintas. Así surgió esa voz omnicom-
prensiva, que irrumpe y crea su propio mundo abogando úni¬ En cierta ocasión George Eliot dijo que Villette de Char¬
camente por su experiencia, por la comprensión de esa lotte Brontë era un libro aun «más maravilloso que Jane Eyre».
experiencia y por la exclusión de alternativas: tanto de voces «Hay —dijo— algo casi preternatural en su poder.» No se tra¬
como de perspectivas alternativas. Creo que esto hace que al ta de una expresión de admiración que se ajuste a nuestra ma¬
recordar Villette lo hagamos con cierto temor y cautela. A su nera habitual de leer el desarrollo de la novela en Inglaterra,
lado, Cumbres borrascosas es una bocanada de aire fresco. Pero pero es una afirmación importante y significativa. Si se pasa de
el poder reside ahí: en Charlotte Brontë. El poder original Lucy Snowe (protagonista de Villette) a Maggie Tuiliver
está en su forma inmediata, personal y creadora. Una forma (protagonista de El molino Junto al Floss), se comprueba, sin
que, con su inclusividad, invita a compartir el sonido de lo que duda ninguna, que existe una semejanza de familia en los dos
antes había sido una voz no oída, opuesta a la afirmación de
retratos de soledad y frustración de una joven solitaria. Y lo
ese otro mundo que, paralelamente, crecía y se fracturaba. «casi preternatural» es la confesión exaltada e intensa dentro
de la cual se elabora esa emoción privada; es decir, secreta:

Maggie suspiró largamente y se apartó la pesada cabelle¬


ra, como si quisiese fijarse con claridad en una visión súbita.

Pero este sentido de la «visión», experimentada en inten¬


sidad y soledad, se conecta profundamente con la necesidad
de comprender el mundo cotidiano en términos realistas:

Quería explicarse de algún modo esta dura vida: esta vida


real.

Lo cual no constituye una paradoja. Es la emergencia, en


la novela, de esa estructura de sentimiento característica de la
gran poesía romántica, que supone, a la vez, el compromiso
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