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Pandemia, un tiempo para descifrar

El tiempo no es algo que pasa, es Alguien que viene, Jesucristo el Señor. 1

¿Cronos o kairós?

Los griegos tenían dos palabras para referirse al tiempo: cronos y kairós. La primera se
refiere al tiempo cronológico o secuencial. La segunda significa el momento
indeterminado donde las cosas especiales suceden. La principal diferencia es que,
mientras kairós es de naturaleza cualitativa, cronos es cuantitativo. El concepto de kairós
aparece en versiones griegas del Nuevo Testamento, por ejemplo en Marcos 1:152, donde
significa “el momento señalado en el propósito de Dios”, “el tiempo necesario para que la
voluntad de Dios se cumpla”.

La cuestión del tiempo está indudablemente ligada a la actual situación de pandemia: ante
el cambio de los hábitos cotidianos, puede ser que no sepamos qué hacer con el tiempo
que tenemos; puede ocurrir también que estemos contando los días que faltan para que
concluya el aislamiento social o que estemos anticipadamente planeando cómo volver a
nuestra vida habitual como si nada hubiera pasado. Éste es el “tiempo cronos”, el que
simplemente dejamos pasar o cronometramos según nuestros intereses. Que todo pase
pronto, que se acabe de una vez, que despertemos lo antes posible de esta pesadilla. Esta
concepción del tiempo puede relacionarse con estos valores: seguridad, eficacia, eficiencia
y productividad. También puede relacionarse con superficialidad, inercia, indiferencia y
cobardía.

El “tiempo kairós”, en cambio, nos sitúa ante la profundidad de los acontecimientos. Apela
a los recursos más puros de nuestra interioridad para estar a la altura de las
circunstancias, para ponernos a la escucha de la realidad y para encontrar allí la voz de
Dios audible en los signos de los tiempos. Nos convoca a la fortaleza, la humildad y la
magnanimidad que requieren los grandes hechos: esos hechos extraordinarios que un día,
finalmente, concluyen para dar lugar a la vida ordinaria. Y es, precisamente aquí, en la
vida que sigue al acontecimiento, donde va a verificarse qué concepción de tiempo ha
primado en nosotros. ¿Un tiempo que contabilizamos sólo en función de intereses
subjetivos? ¿O un tiempo oportuno para descifrar esta crisis y escuchar allí la voz de Dios?

Multifacética y compleja

La pandemia se nos manifiesta con muchos rostros, a través de una globalizada


información que, casi en sincronía con los hechos, recorre rápidamente el mundo. Esta
vorágine informativa, que no siempre guarda los más elementales standars de la ética
comunicacional, hace más difícil vivir la crisis como kairós. Sin pretender mencionar
exhaustivamente los innumerables datos, experiencias y manifestaciones de esta
pandemia, elegí sólo aquellos que logré identificar con claridad y los agrupé en los
siguientes seis tópicos. Esta lectura no es absoluta ni completa y, más que esclarecer

1
Cfr. S.R. Mons. Estanislao Karlic, “Perspectiva teológica en las Conferencias Generales del Episcopado
Latinoamericano. Conferencia en el marco de los 50 años del CELAM,”Lima, 17 de mayo de 2005.
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El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.
1
desde esta única perspectiva, busca alentar otras lecturas y otros aportes que,
colaborativamente, nos ayuden a ponernos a la escucha de este tiempo.

1. La pregunta sobre Dios.

La pregunta sobre Dios aparece reiteradamente en estos días. Se presenta inevitable en


un mundo que, desde hace ya mucho tiempo vive, en gran medida, tratando de prescindir
de Él. A través de distintas autonomías ha intentado ensayar una ilusoria omnipotencia
humana: ciertos avances científicos y tecnológicos que benefician sólo a unos pocos, el
poderío económico y desigual, la manipulación de la vida… En este escenario, desde hace
unos pocos meses la humanidad asiste, entre sorprendida e incrédula, a una crisis inédita
ante la cual los científicos no han encontrado, todavía, una solución.

¿Dónde está Dios en este momento? Si Dios existe, ¿por qué permanece callado, ausente
e inactivo ante tanto dolor? Éstas y otras preguntas parecidas llevan al distanciamiento de
la fe o intentan justificar un agnosticismo preexistente. Ésta no es una experiencia nueva.
Muchos hermanos nuestros viven hoy y también han vivido, en otros momentos de dolor
en sus vidas, el silencio de Dios y la aridez del desierto. Por otro lado, también está la
pregunta de los creyentes. Para algunos de ellos, el Dios de la pandemia es el del Juicio
Final y las conciencias escrupulosas se debaten entre culpas, apocalípticos finales y el
desolador desconocimiento de la misericordia de Dios.

Las distintas experiencias de Dios, que han marcado nuestras vidas, son hoy las matrices
que configuran nuestra experiencia religiosa actual: acudimos confiadamente a Él o
renegamos de Él, lo buscamos seguros de su presencia en nuestro desierto o lo culpamos
de nuestro dolor, le ofrecemos nuestra fragilidad o creemos que todas las soluciones
están solamente en nuestras manos… Por eso, vale hoy que los agentes de la
evangelización nos preguntemos: ¿Qué concepción de Dios hemos mostrado? ¿Qué
hemos testimoniado? ¿Por qué muchos hoy, en plena pandemia, no quieren o no pueden
encontrarse con el Padre providente que sana, protege y consuela?

Cada alma, cada vida humana busca hoy su modo personalísimo de vincularse con Dios. En
forma de increencia, oposición o de confiada entrega cada uno vive, como puede, su
relación con Él. En este amplio arco de posibilidades, la indiferencia religiosa, tan habitual
en las sociedades occidentales, parece ocupar hoy un lugar más reducido y poco
significativo. Viviendo esta situación como oportunidad, creo que en las crisis es mejor
enseñar más prácticas y no tanto “temas”. Por ejemplo, en estos días, nos ayuda mucho
enseñar a rezar para ponernos confiadamente en manos de Dios.

2. La dimensión humano - existencial.

La crisis desnuda y queda a la intemperie la fragilidad humana. No hay ningún tipo de


poder que quede exento de esta crisis: se enferman ricos y pobres, los miembros de la
nobleza, los jefes de estado y los ciudadanos de a pie, jóvenes y ancianos, académicos y
gente sencilla, famosos y desconocidos… La pandemia nos hace tomar cruda conciencia de
que la condición humana limitada y contingente nos iguala a todos.

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Hay una generalizada añoranza del abrazo, el beso y la caricia que nos hace valorar la
cercanía perdida. Tanto las experiencias de soledad como las de convivencia y compañía
buscan nuevos sentidos y significados en un contexto inédito. Las abrumadoras imágenes
que nos acercan las pantallas nos ponen ante el aspecto más doloroso e inhumano de esta
pandemia: la enfermedad y la muerte en soledad, sin poder mirar por última vez los
rostros amados antes de partir.

Las familias tratan de vivir las mil y una renuncias de la convivencia en los días de
cuarentena y los que vivimos solos tratamos de poner en valor el silencio y la soledad
como oportunidades privilegiadas para el encuentro con Dios, si somos creyentes, y
también para ese postergado encuentro con nosotros mismos. Para casi todos esta crisis
se desencadenó inesperadamente y nos sorprendió en medio de las más variadas
circunstancias: la inminente separación de una pareja, un viaje, la enfermedad propia o de
un miembro de nuestra familia, una mudanza, un nacimiento, aquella esperada y
planificada celebración…

Nuestros grandes y pequeños proyectos se detienen, se demoran o se recrean ante la


elocuencia de una realidad desconocida, que nos lleva a diversas reacciones: un sano
temor, que nos pone en alerta y nos ayuda a cuidarnos, o una fobia desmedida que puede
llegar a paralizarnos; el egoísmo solitario del “sálvese quien pueda” o un poderoso y
creativo movimiento solidario dirigido hacia los más débiles.

3. La dimensión social

La pandemia de coronavirus se expande a todos los países, sin hacer distinciones entre
emergentes, desarrollados, en vías de desarrollo y subdesarrollados. En esta pandemia no
hay salvadores ni salvados y, desde esta inquietante experiencia de vulnerabilidad, se
realizan iniciativas para el cuidado del prójimo. Lo hacen los gobiernos nacionales,
provinciales y municipales; el personal de salud y de seguridad; las ONGs y las iglesias…

Hay quienes fabrican barbijos gratuitos, otros están abocados a la asistencia inmediata en
los barrios más pobres, algunos elaboran máscaras y respiradores artificiales. Los
científicos del mundo están intensamente abocados a la búsqueda de métodos de
prevención y de curación de la enfermedad producida por el coronavirus. De los más
diversos espacios se realizan iniciativas para el cuidado del prójimo. Si se hacen acciones
conjuntas durante la crisis. Así, tal vez, después cuando pase la pandemia, el vínculo ya
habrá quedado establecido y será más posible dar continuidad a esas acciones.

Los líderes políticos de todo el mundo se quedan casi sin palabras y, aun cuando intentan
respuestas, vacilan ante la inexistencia de certezas rotundas. Según los distintos estilos y
la idiosincrasia de sus gobiernos, algunos optan por una inconsciente soberbia; otros se
escudan en decisiones más autoritarias y algunos ensayan estrategias basadas en las
consultas a los científicos y a otros asesores. Algunos alzan voces que plantean una tensa
polaridad entre economía y salud, entre el cuidado de la vida humana y el mercado
financiero. Sube el riesgo país en muchos lugares del mundo, aumenta el número de

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desocupados, se derrumban algunas industrias y, poco a poco, se va extendiendo la lucha
por la consecución de algunos insumos médicos.

Ante la imposibilidad del encuentro físico, las redes y otros espacios digitales se llenaron
de propuestas novedosas o no muy desarrolladas antes de la pandemia: desde el
teletrabajo hasta las compras digitales, pasando por el e- learning, las teleconsultas
médicas y las comunidades virtuales para la evangelización. La idiosincrasia de los pueblos
y sus matrices culturales imprimen su sello a la crisis, desde las diversas concepciones
geopolíticas y económicas hasta las más sencillas formas para hacer cercano lo distante.

Las nuevas experiencias de esta crisis no se vinculan sólo con la tecnología. Hay en todo el
mundo una explosión de creatividad para hacer posible la salida de uno mismo y el
encuentro con los hermanos: los artistas cantan en los balcones, a determinada hora en la
noche las ventanas se llenan de aplausos y el Himno Nacional envuelve el aire, el obelisco
en Buenos Aires se ilumina con los colores de la bandera italiana e inventamos originales
modos para saludarnos sin ponernos en riesgo.

4. La Iglesia en la pandemia.

La Iglesia, como tantas otras instituciones y ámbitos de la vida social, no pre – vio esta
crisis y fue sorprendida sin reservas para mitigar el impacto. No obstante, muchos
creyentes confían y esperan orientación, consuelo y liderazgo. Y hoy es posible, también,
observar en los no creyentes una actitud expectante. Más allá de algunas voces que se
alzaron para esgrimir aquella remanida crítica por “las riquezas del Vaticano,” el liderazgo
espiritual del Papa está vigente. La histórica bendición urbi et orbi, que otorgó desde
Roma al mundo entero el 27 de marzo, fue emitida por distintas señales de radio y
televisión y por muchos otros medios católicos y no católicos.

Poco a poco, la jerarquía eclesiástica, los religiosos y laicos comprometidos fuimos


reaccionando. En nuestro país las autoridades civiles se fueron conectando con sacerdotes
y obispos a nivel nacional y municipal para lograr la sinergia de voluntades, recursos,
agentes y espacios. Como suele ocurrir en las crisis, las comunidades cristianas se
plantearon acciones solidarias para los que menos tienen. Lo hicieron no sólo con caridad,
sino con también con heroica valentía, aunque a veces sin cuidar debidamente los
procedimientos sanitarios para evitar la propagación del virus. Todo esto implicó nuevas
organizaciones y enmiendas.

Siguiendo las indicaciones de las autoridades civiles se cerraron los templos, se


interrumpió la catequesis y otras actividades de los grupos parroquiales…En este aspecto
también la reacción fue paulatina. Hay sacerdotes que recorren solos las calles, llevando a
Jesús en la custodia o bendiciendo los ramos que, en el primer día de la Semana Santa, se
colgaron en las puertas y ventanas de las casas y la imagen de María con los brazos
extendidos espera en la puerta de algunos templos cerrados…

Los videos de youtube y las propuestas en vivo a través de face – book y de instagram se
convirtieron en espacios nunca tan utilizados como hoy para la evangelización. Hay misas,

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rosarios meditados, reflexiones de obispos, sacerdotes y laicos, adoración al Santísimo,
lectura orante de la Biblia, encuentros de catequesis virtuales…Son todas avenidas que se
abren fuera de la estructura sacramental. La Comisión de Liturgia de la CEA envía
subsidios para realizar las celebraciones en familia, incluso las que corresponden a la
Semana Santa, Triduo Pascual y Domingo de Pascua. Los niños y sus padres también
reciben propuestas catequísticas a través de los grupos de whatsapp y a través de las
diversas vías informáticas.

Poco a poco van tomando fuerza dos conceptos que le suman eclesialidad a todas estas
propuestas: la familia como Iglesia doméstica donde se reza, se celebra, se comparte y se
aprende a vivir cristianamente y la comunidad virtual con todo su potencial para
convertirse en un espacio eclesial. Resulta alentador y profético, en este sentido, la
interactividad que se produce en las misas y otros encuentros virtuales en vivo. Al
comienzo de la experiencia, los comentarios tenían un sentido unidireccional y sólo iban
dirigidos al sacerdote que presidía la celebración o a quien guiaba el espacio en cuestión.
Poco a poco, los comentarios comenzaron a hacerse comunitarios y nos fuimos haciendo
conscientes de que, desde nuestras casas, podemos integrar una comunidad virtual
mucho más amplia.

Todavía nos quedan muchas cuestiones para mejorar en estos ámbitos. Tendremos que
seguir buscando los modos para hacer que el lenguaje visual y auditivamente genere más
confianza y cercanía: los gestos, las palabras acogedoras, las peticiones compartidas, que
nadie se sienta extranjero en ninguna celebración y que nadie piense que está celebrando
solo en su casa a través de una pantalla. La otra cuestión no menos importante es que
todavía hay sacerdotes y fieles para quienes los recursos digitales son extraños e
inalcanzables. No los comprenden, no los aceptaron en su momento y ahora se sienten
afuera de todas estas posibilidades. Tendremos que acercarnos a ellos: llamarlos, rezar
con ellos por teléfono, informarles los horarios de las misas televisivas, ponernos a la
escucha de sus reflexiones, pedidos, alegrías y tristezas.

5. La dimensión ecológica.

Desde hace tiempo la escuela, el estado, la ciencia y la Iglesia nos han alertado acerca del
cuidado de nuestro planeta, el uso abusivo de los recursos naturales no renovables y los
perjuicios del calentamiento global y del cambio climático. Se han realizado encuentros
internacionales con la presencia de los máximos líderes mundiales. Hace unos pocos años
el Papa Francisco nos entregó la encíclica Laudato si, donde realiza un llamado a nuestra
conciencia de hijos de Dios convocados al cuidado de la casa común.

A pesar de éstas y de otras acciones orientadas al mismo propósito en todo el mundo, el


daño al planeta se incrementa más a medida que la humanidad crece. El agujero de la
capa de ozono se hace cada vez más  grande, ya que muchas industrias, utilizan
sustancias que ocasionan daños en la capa de ozono y también daños a todos los que
habitamos el planeta tierra. Poco a poco, se incrementan las lluvias, los huracanes y
tornados; los suelos se vuelven muy desérticos; aumentan las enfermedades en las vías

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respiratorias; se produce la extinción de animales y plantas y aumenta el calentamiento
global.

La actual situación de pandemia con su correlato de confinamiento y de interrupción de


muchas actividades industriales nos pone de cara ante una paradoja: mientras la
economía se derrumba a ritmos alarmantes, la tierra parece resurgir de una larga
enfermedad provocada por la humanidad. El cielo aparece más límpido y libre de smoke
en las urbes del mundo, las aguas se tornan cristalinas y vuelven a albergar especies de
peces que ya no veíamos habitualmente, algunos animales van ganando las calles de las
ciudades ante la poca presencia de seres humanos… Esta paradoja se suma a otros tantos
misterios de esta crisis. Será preciso aquí también descifrar qué nos está diciendo la
naturaleza y su Creador acerca de todo esto.

6. El carácter extraordinario de la pandemia.

Esta pandemia, como tantas otras crisis, es una situación extraordinaria. Un día las crisis
terminan y dejan paso a la vida ordinaria. Pueden ser largas o breves, fuertes o débiles…,
pero un día indefectiblemente concluyen y llega la hora de empezar a vivir el “después”.
Sería ingenuo pensar que ese “después” será igual al “antes”. Es un hecho
suficientemente comprobado que, cuando ocurren esos hechos extraordinarios, los
cambios de paradigmas, que ya se venían gestando y emergían de a poco, se aceleran
porque las crisis ponen en evidencia lo obsoleto de las estructuras existentes. Nos
hacemos así capaces de hacer aprendizajes profundos y duraderos que se concretan en la
aceleración de los cambios.

Sin duda, esta pandemia es tiempo para aprender. Además de resolver el “hoy” y de
entregar nuestra ayuda a los más débiles alcanzando la estatura de la caridad cristiana, la
crisis nos convoca a aprender. Esta pandemia, que nos iguala y nos hermana, puede
ayudarnos a vivir aprendizajes profundos que nos transformen. Dios nos está dando la
oportunidad de empezar de nuevo.

Hay un amanecer a punto de despuntar en esta nueva década del tercer milenio. También
es tiempo para pensar en el “después.” Y esto no vale sólo para los jefes de estado, los
economistas, los intelectuales, los líderes y expertos de los diversos ámbitos de la vida
humana… En todos los órdenes: la familia, la educación, la Iglesia…, tendrán que surgir
grupos que se pongan a pensar en el mañana. Para ello tendremos que ser capaces de una
mirada larga cargada de esperanza, mirada que no se deje aprisionar por la contingencia
ni por el temor o la angustia. Sólo en un estado de consciente y feliz filialidad podremos
ponernos a pensar confiadamente en un incierto mañana.

7. El tiempo es Alguien que viene

Desconocemos cuáles serán los escenarios futuros. Podemos imaginar fundamentalmente


dos y, entre ambos, una multitud de matices. Un escenario en el cual no nos decidimos a
poner término al larguísimo cambio epocal, que nos viene acompañando durante más de

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dos décadas, con su correlato de confusión en la ambigüedad de paradigmas coexistentes.
Un mundo en el que no aprendimos nada o en el que aprendimos muy poco. Después de
la pandemia crecerá, entonces, más cizaña que trigo. La pobreza reinante no encontrará
alivio en la fraterna solidaridad. La violencia y la corrupción pretenderán imperar en un
resguardo injusto e individualista.

Felizmente, también podemos pensar en un escenario diferente. Un mundo en el que, por


fin, optemos por vivir más humanamente y establezcamos relaciones de encuentro y no
de mero utilitarismo. Un mundo en el cual el Evangelio se proclame, silenciosamente, más
allá de las distintas creencias, a través de la vida de todos los hombres y mujeres de buena
voluntad. El ocaso del largo cambio de época irá concluyendo para dar lugar a un nuevo
amanecer.

Ambos escenarios pueden construirse hoy no sólo en la acción, que siempre es necesaria y
valiosa, sino fundamentalmente en el pensamiento que prevé, planifica, proyecta y se
anticipa. Y todas las claves han sido ya pronunciadas en los signos de los tiempos que hoy
estamos viviendo. Por eso, no es suficiente aquella concepción del tiempo cronos a la que
hacíamos referencia en el comienzo de esta reflexión.

No es suficiente dejar correr estos días contabilizando un tiempo cuantitativo. Esta


pandemia es un kairós, un tiempo para descifrar e interpretar los innumerables e inefables
signos que Dios está realizando. Porque el tiempo no es, simplemente, algo que pasa. El
tiempo es Alguien que viene, Jesucristo el Señor. Él es el Señor de la historia que se acerca
a cada persona, con la profundidad de su gracia que toca cada corazón y la majestad de
su Pascua, que invita a conmorir y a co-resucitar con El. La escatología hace de todo
tiempo un kairós para la esperanza.”3

Seamos prudentes y no malgastemos el aceite de nuestras lámparas 4, cronometrando


instantes vacíos. Si estamos atentos y mantenemos nuestras lámparas encendidas,
podremos descifrar este tiempo oportuno de Dios y preparar un futuro mejor.

Pbro. José Luis Quijano


cote@fibertel.com.ar

3
Cfr. S.R. Mons. Estanislao Karlic, “Perspectiva teológica en las Conferencias Generales del Episcopado
Latinoamericano. Conferencia en el marco de los 50 años del CELAM,”Lima, 17 de mayo de 2005.
4
Cfr. Mt. 25, 1 – 7.
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