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¿Cronos o kairós?
Los griegos tenían dos palabras para referirse al tiempo: cronos y kairós. La primera se
refiere al tiempo cronológico o secuencial. La segunda significa el momento
indeterminado donde las cosas especiales suceden. La principal diferencia es que,
mientras kairós es de naturaleza cualitativa, cronos es cuantitativo. El concepto de kairós
aparece en versiones griegas del Nuevo Testamento, por ejemplo en Marcos 1:152, donde
significa “el momento señalado en el propósito de Dios”, “el tiempo necesario para que la
voluntad de Dios se cumpla”.
La cuestión del tiempo está indudablemente ligada a la actual situación de pandemia: ante
el cambio de los hábitos cotidianos, puede ser que no sepamos qué hacer con el tiempo
que tenemos; puede ocurrir también que estemos contando los días que faltan para que
concluya el aislamiento social o que estemos anticipadamente planeando cómo volver a
nuestra vida habitual como si nada hubiera pasado. Éste es el “tiempo cronos”, el que
simplemente dejamos pasar o cronometramos según nuestros intereses. Que todo pase
pronto, que se acabe de una vez, que despertemos lo antes posible de esta pesadilla. Esta
concepción del tiempo puede relacionarse con estos valores: seguridad, eficacia, eficiencia
y productividad. También puede relacionarse con superficialidad, inercia, indiferencia y
cobardía.
El “tiempo kairós”, en cambio, nos sitúa ante la profundidad de los acontecimientos. Apela
a los recursos más puros de nuestra interioridad para estar a la altura de las
circunstancias, para ponernos a la escucha de la realidad y para encontrar allí la voz de
Dios audible en los signos de los tiempos. Nos convoca a la fortaleza, la humildad y la
magnanimidad que requieren los grandes hechos: esos hechos extraordinarios que un día,
finalmente, concluyen para dar lugar a la vida ordinaria. Y es, precisamente aquí, en la
vida que sigue al acontecimiento, donde va a verificarse qué concepción de tiempo ha
primado en nosotros. ¿Un tiempo que contabilizamos sólo en función de intereses
subjetivos? ¿O un tiempo oportuno para descifrar esta crisis y escuchar allí la voz de Dios?
Multifacética y compleja
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Cfr. S.R. Mons. Estanislao Karlic, “Perspectiva teológica en las Conferencias Generales del Episcopado
Latinoamericano. Conferencia en el marco de los 50 años del CELAM,”Lima, 17 de mayo de 2005.
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El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.
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desde esta única perspectiva, busca alentar otras lecturas y otros aportes que,
colaborativamente, nos ayuden a ponernos a la escucha de este tiempo.
¿Dónde está Dios en este momento? Si Dios existe, ¿por qué permanece callado, ausente
e inactivo ante tanto dolor? Éstas y otras preguntas parecidas llevan al distanciamiento de
la fe o intentan justificar un agnosticismo preexistente. Ésta no es una experiencia nueva.
Muchos hermanos nuestros viven hoy y también han vivido, en otros momentos de dolor
en sus vidas, el silencio de Dios y la aridez del desierto. Por otro lado, también está la
pregunta de los creyentes. Para algunos de ellos, el Dios de la pandemia es el del Juicio
Final y las conciencias escrupulosas se debaten entre culpas, apocalípticos finales y el
desolador desconocimiento de la misericordia de Dios.
Las distintas experiencias de Dios, que han marcado nuestras vidas, son hoy las matrices
que configuran nuestra experiencia religiosa actual: acudimos confiadamente a Él o
renegamos de Él, lo buscamos seguros de su presencia en nuestro desierto o lo culpamos
de nuestro dolor, le ofrecemos nuestra fragilidad o creemos que todas las soluciones
están solamente en nuestras manos… Por eso, vale hoy que los agentes de la
evangelización nos preguntemos: ¿Qué concepción de Dios hemos mostrado? ¿Qué
hemos testimoniado? ¿Por qué muchos hoy, en plena pandemia, no quieren o no pueden
encontrarse con el Padre providente que sana, protege y consuela?
Cada alma, cada vida humana busca hoy su modo personalísimo de vincularse con Dios. En
forma de increencia, oposición o de confiada entrega cada uno vive, como puede, su
relación con Él. En este amplio arco de posibilidades, la indiferencia religiosa, tan habitual
en las sociedades occidentales, parece ocupar hoy un lugar más reducido y poco
significativo. Viviendo esta situación como oportunidad, creo que en las crisis es mejor
enseñar más prácticas y no tanto “temas”. Por ejemplo, en estos días, nos ayuda mucho
enseñar a rezar para ponernos confiadamente en manos de Dios.
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Hay una generalizada añoranza del abrazo, el beso y la caricia que nos hace valorar la
cercanía perdida. Tanto las experiencias de soledad como las de convivencia y compañía
buscan nuevos sentidos y significados en un contexto inédito. Las abrumadoras imágenes
que nos acercan las pantallas nos ponen ante el aspecto más doloroso e inhumano de esta
pandemia: la enfermedad y la muerte en soledad, sin poder mirar por última vez los
rostros amados antes de partir.
Las familias tratan de vivir las mil y una renuncias de la convivencia en los días de
cuarentena y los que vivimos solos tratamos de poner en valor el silencio y la soledad
como oportunidades privilegiadas para el encuentro con Dios, si somos creyentes, y
también para ese postergado encuentro con nosotros mismos. Para casi todos esta crisis
se desencadenó inesperadamente y nos sorprendió en medio de las más variadas
circunstancias: la inminente separación de una pareja, un viaje, la enfermedad propia o de
un miembro de nuestra familia, una mudanza, un nacimiento, aquella esperada y
planificada celebración…
3. La dimensión social
La pandemia de coronavirus se expande a todos los países, sin hacer distinciones entre
emergentes, desarrollados, en vías de desarrollo y subdesarrollados. En esta pandemia no
hay salvadores ni salvados y, desde esta inquietante experiencia de vulnerabilidad, se
realizan iniciativas para el cuidado del prójimo. Lo hacen los gobiernos nacionales,
provinciales y municipales; el personal de salud y de seguridad; las ONGs y las iglesias…
Hay quienes fabrican barbijos gratuitos, otros están abocados a la asistencia inmediata en
los barrios más pobres, algunos elaboran máscaras y respiradores artificiales. Los
científicos del mundo están intensamente abocados a la búsqueda de métodos de
prevención y de curación de la enfermedad producida por el coronavirus. De los más
diversos espacios se realizan iniciativas para el cuidado del prójimo. Si se hacen acciones
conjuntas durante la crisis. Así, tal vez, después cuando pase la pandemia, el vínculo ya
habrá quedado establecido y será más posible dar continuidad a esas acciones.
Los líderes políticos de todo el mundo se quedan casi sin palabras y, aun cuando intentan
respuestas, vacilan ante la inexistencia de certezas rotundas. Según los distintos estilos y
la idiosincrasia de sus gobiernos, algunos optan por una inconsciente soberbia; otros se
escudan en decisiones más autoritarias y algunos ensayan estrategias basadas en las
consultas a los científicos y a otros asesores. Algunos alzan voces que plantean una tensa
polaridad entre economía y salud, entre el cuidado de la vida humana y el mercado
financiero. Sube el riesgo país en muchos lugares del mundo, aumenta el número de
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desocupados, se derrumban algunas industrias y, poco a poco, se va extendiendo la lucha
por la consecución de algunos insumos médicos.
Ante la imposibilidad del encuentro físico, las redes y otros espacios digitales se llenaron
de propuestas novedosas o no muy desarrolladas antes de la pandemia: desde el
teletrabajo hasta las compras digitales, pasando por el e- learning, las teleconsultas
médicas y las comunidades virtuales para la evangelización. La idiosincrasia de los pueblos
y sus matrices culturales imprimen su sello a la crisis, desde las diversas concepciones
geopolíticas y económicas hasta las más sencillas formas para hacer cercano lo distante.
Las nuevas experiencias de esta crisis no se vinculan sólo con la tecnología. Hay en todo el
mundo una explosión de creatividad para hacer posible la salida de uno mismo y el
encuentro con los hermanos: los artistas cantan en los balcones, a determinada hora en la
noche las ventanas se llenan de aplausos y el Himno Nacional envuelve el aire, el obelisco
en Buenos Aires se ilumina con los colores de la bandera italiana e inventamos originales
modos para saludarnos sin ponernos en riesgo.
4. La Iglesia en la pandemia.
La Iglesia, como tantas otras instituciones y ámbitos de la vida social, no pre – vio esta
crisis y fue sorprendida sin reservas para mitigar el impacto. No obstante, muchos
creyentes confían y esperan orientación, consuelo y liderazgo. Y hoy es posible, también,
observar en los no creyentes una actitud expectante. Más allá de algunas voces que se
alzaron para esgrimir aquella remanida crítica por “las riquezas del Vaticano,” el liderazgo
espiritual del Papa está vigente. La histórica bendición urbi et orbi, que otorgó desde
Roma al mundo entero el 27 de marzo, fue emitida por distintas señales de radio y
televisión y por muchos otros medios católicos y no católicos.
Los videos de youtube y las propuestas en vivo a través de face – book y de instagram se
convirtieron en espacios nunca tan utilizados como hoy para la evangelización. Hay misas,
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rosarios meditados, reflexiones de obispos, sacerdotes y laicos, adoración al Santísimo,
lectura orante de la Biblia, encuentros de catequesis virtuales…Son todas avenidas que se
abren fuera de la estructura sacramental. La Comisión de Liturgia de la CEA envía
subsidios para realizar las celebraciones en familia, incluso las que corresponden a la
Semana Santa, Triduo Pascual y Domingo de Pascua. Los niños y sus padres también
reciben propuestas catequísticas a través de los grupos de whatsapp y a través de las
diversas vías informáticas.
Poco a poco van tomando fuerza dos conceptos que le suman eclesialidad a todas estas
propuestas: la familia como Iglesia doméstica donde se reza, se celebra, se comparte y se
aprende a vivir cristianamente y la comunidad virtual con todo su potencial para
convertirse en un espacio eclesial. Resulta alentador y profético, en este sentido, la
interactividad que se produce en las misas y otros encuentros virtuales en vivo. Al
comienzo de la experiencia, los comentarios tenían un sentido unidireccional y sólo iban
dirigidos al sacerdote que presidía la celebración o a quien guiaba el espacio en cuestión.
Poco a poco, los comentarios comenzaron a hacerse comunitarios y nos fuimos haciendo
conscientes de que, desde nuestras casas, podemos integrar una comunidad virtual
mucho más amplia.
Todavía nos quedan muchas cuestiones para mejorar en estos ámbitos. Tendremos que
seguir buscando los modos para hacer que el lenguaje visual y auditivamente genere más
confianza y cercanía: los gestos, las palabras acogedoras, las peticiones compartidas, que
nadie se sienta extranjero en ninguna celebración y que nadie piense que está celebrando
solo en su casa a través de una pantalla. La otra cuestión no menos importante es que
todavía hay sacerdotes y fieles para quienes los recursos digitales son extraños e
inalcanzables. No los comprenden, no los aceptaron en su momento y ahora se sienten
afuera de todas estas posibilidades. Tendremos que acercarnos a ellos: llamarlos, rezar
con ellos por teléfono, informarles los horarios de las misas televisivas, ponernos a la
escucha de sus reflexiones, pedidos, alegrías y tristezas.
5. La dimensión ecológica.
Desde hace tiempo la escuela, el estado, la ciencia y la Iglesia nos han alertado acerca del
cuidado de nuestro planeta, el uso abusivo de los recursos naturales no renovables y los
perjuicios del calentamiento global y del cambio climático. Se han realizado encuentros
internacionales con la presencia de los máximos líderes mundiales. Hace unos pocos años
el Papa Francisco nos entregó la encíclica Laudato si, donde realiza un llamado a nuestra
conciencia de hijos de Dios convocados al cuidado de la casa común.
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respiratorias; se produce la extinción de animales y plantas y aumenta el calentamiento
global.
Esta pandemia, como tantas otras crisis, es una situación extraordinaria. Un día las crisis
terminan y dejan paso a la vida ordinaria. Pueden ser largas o breves, fuertes o débiles…,
pero un día indefectiblemente concluyen y llega la hora de empezar a vivir el “después”.
Sería ingenuo pensar que ese “después” será igual al “antes”. Es un hecho
suficientemente comprobado que, cuando ocurren esos hechos extraordinarios, los
cambios de paradigmas, que ya se venían gestando y emergían de a poco, se aceleran
porque las crisis ponen en evidencia lo obsoleto de las estructuras existentes. Nos
hacemos así capaces de hacer aprendizajes profundos y duraderos que se concretan en la
aceleración de los cambios.
Sin duda, esta pandemia es tiempo para aprender. Además de resolver el “hoy” y de
entregar nuestra ayuda a los más débiles alcanzando la estatura de la caridad cristiana, la
crisis nos convoca a aprender. Esta pandemia, que nos iguala y nos hermana, puede
ayudarnos a vivir aprendizajes profundos que nos transformen. Dios nos está dando la
oportunidad de empezar de nuevo.
Hay un amanecer a punto de despuntar en esta nueva década del tercer milenio. También
es tiempo para pensar en el “después.” Y esto no vale sólo para los jefes de estado, los
economistas, los intelectuales, los líderes y expertos de los diversos ámbitos de la vida
humana… En todos los órdenes: la familia, la educación, la Iglesia…, tendrán que surgir
grupos que se pongan a pensar en el mañana. Para ello tendremos que ser capaces de una
mirada larga cargada de esperanza, mirada que no se deje aprisionar por la contingencia
ni por el temor o la angustia. Sólo en un estado de consciente y feliz filialidad podremos
ponernos a pensar confiadamente en un incierto mañana.
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dos décadas, con su correlato de confusión en la ambigüedad de paradigmas coexistentes.
Un mundo en el que no aprendimos nada o en el que aprendimos muy poco. Después de
la pandemia crecerá, entonces, más cizaña que trigo. La pobreza reinante no encontrará
alivio en la fraterna solidaridad. La violencia y la corrupción pretenderán imperar en un
resguardo injusto e individualista.
Ambos escenarios pueden construirse hoy no sólo en la acción, que siempre es necesaria y
valiosa, sino fundamentalmente en el pensamiento que prevé, planifica, proyecta y se
anticipa. Y todas las claves han sido ya pronunciadas en los signos de los tiempos que hoy
estamos viviendo. Por eso, no es suficiente aquella concepción del tiempo cronos a la que
hacíamos referencia en el comienzo de esta reflexión.
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Cfr. S.R. Mons. Estanislao Karlic, “Perspectiva teológica en las Conferencias Generales del Episcopado
Latinoamericano. Conferencia en el marco de los 50 años del CELAM,”Lima, 17 de mayo de 2005.
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Cfr. Mt. 25, 1 – 7.
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