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A.

Esa generación no responde a la predicación


del precursor ni a la del Rey celestial
En los versículos 16 y 17 el Señor dijo: “Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos
que se sientan en las plazas y dan voces a los otros, diciendo: Os tocamos la flauta, y no bailasteis; os
endechamos, y no lamentasteis”. Cuando Cristo y Juan el Bautista predicaron el evangelio del reino, “tocaron
la flauta”, pero los judíos fanáticos no “bailaron” por el gozo de la salvación; y cuando Juan y Cristo predicaron
el arrepentimiento, “endecharon”, pero los judíos religiosos no se lamentaron por el pesar de haber pecado.
La justicia de Dios exigía que se arrepintieran, pero no quisieron obedecer; la gracia de Dios les trajo la
salvación, pero no quisieron recibirla.

En los versículos 18 y 19 dice: “Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo
del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de
recaudadores de impuestos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus obras”. Juan, quien vino
para llevar a los hombres al arrepentimiento (Mr. 1:4) y para hacer que se lamentaran por el pecado, no tenía
interés en la comida ni en la bebida (Lc. 1:15-17); mientras que Cristo, quien vino para traer salvación a los
pecadores y lograr que se regocijaran en ella, tenía el gozo de comer y beber con ellos (Mt. 9:10-11). Los
ciudadanos del reino, que no están bajo ninguna regla, siguen la sabiduría divina, centrados en el Cristo que
mora en ellos, quien es su sabiduría (1 Co. 1:30), y no en el modo exterior de vivir.

Debido a que Juan vivió de una manera extraña, sin comer ni beber de la manera habitual, los opositores
dijeron: “Demonio tiene”, o sea, que estaba endemoniado; y a Cristo llamaron un hombre glotón y bebedor de
vino, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores. Cristo no sólo es el Salvador, sino también el amigo
de los pecadores, compadeciéndose de sus problemas y participando de sus penas.

En el versículo 19 el Señor dijo: “Pero la sabiduría es justificada por sus obras”. La sabiduría es Cristo (1 Co.
1:24, 30). Cristo lo hizo todo por la sabiduría de Dios, la cual es Cristo mismo. Esta sabiduría fue justificada y
vindicada por Sus sabias obras, Sus sabios hechos. Algunos manuscritos antiguos dicen “hijos” en vez de
“obras”. Los ciudadanos del reino son hijos de la sabiduría; y como tales justifican a Cristo y Sus obras, y lo
siguen, tomándole como su sabiduría. Los ciudadanos del reino, quienes saben cuándo comer y cuándo no
hacerlo, y reconocen el sonido de la flauta y el de la endecha, sabiendo cuándo regocijarse y cuándo
arrepentirse, son los que justifican a Cristo. Nosotros, los ciudadanos del reino, los hijos de la sabiduría,
tenemos la sabiduría para discernir cuándo arrepentirnos y cuándo regocijarnos. Pero la generación que
rechaza a Cristo es del todo insensata. Si alguien les toca una canción, no responden. Si los guían a lamentarse
por sus pecados, tampoco responden. Son obstinados y carecen de sabiduría.

B. Las ciudades no se arrepienten


En el versículo 20 dice: “Entonces comenzó a reprender a las ciudades en las cuales había hecho la mayoría de
Sus obras poderosas, porque no se habían arrepentido”. El Señor clamó: “¡Hay de ti Corazín! ¡Ay de ti,
Betsaida! ... y tú Capernaum”, porque lo habían rechazado. De Capernaum dijo: “hasta el Hades serás
abatida”. El Hades, que equivale al Seol del Antiguo Testamento (Gn. 37:35; Sal. 6:5), es el lugar donde están
las almas y los espíritus de los muertos (Lc. 16:22-23; Hch. 2:27). Además, dijo de Capernaum: “Será más
tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (v. 24). Esto indica que Capernaum era peor que
Sodoma.

IV. EL SEÑOR RECONOCE LA VOLUNTAD


DEL PADRE CON ALABANZAS
A. Responde al Padre en Su comunión con El, a la vez que reprende a la generación obstinada
El versículo 25 comienza con las palabras: “En aquel tiempo”. Esto se refiere al tiempo en que el Señor
reprendía a las ciudades principales. El versículo 25 dice: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te
enaltezco, Padre, Señor del cielo y de la tierra”. Mientras el Señor reprendía a aquellas ciudades, respondía y
decía: “Te enaltezco, Padre” La palabra “respondía” está llena de significado. ¿A quién contestó el Señor? Al
Padre. Mientras el Señor reprendía a las ciudades, tenía comunión con el Padre. En aquel momento,
respondiendo al Padre, le enalteció.

Mientras el Señor reprendía a las ciudades, un tercer participante estaba presente. El Señor era el primer
participante, las ciudades eran el segundo y el Padre, quien estaba con El, era el tercero. Mientras el Señor
estaba reprendiendo a Corazín, Betsaida y Capernaum, el Padre pudo haberle preguntado: “¿Estás conforme
acerca de esto?” Entonces el Señor respondió y dijo: “Te enaltezco, Padre”. El Padre pudo haber dicho al Hijo:
“Tú estás reprendiendo a estas ciudades porque te han rechazado: “¿Te sientes bien acerca de esto?” El Señor
inmediatamente respondió y enalteció al Padre, Señor del cielo y de la tierra.

En ocasiones, un tercer participante está presente cuando usted está hablando con su esposa. Usted es el
primer participante, su esposa es el segundo y el Señor es el tercero. Tal vez usted le diga a su esposa: “Ayer
no me trataste muy bien; tu actitud fue inadecuada”. Mientras está diciendo estas palabras, el tercer
participante, el Señor tal vez pregunte: “¿Y qué acerca de esto? ¿Te parece bien? Sí, es verdad que tu esposa
no te trató bien ayer”. En tal momento, ¿podría usted decir: “Te enaltezco, Padre”? No es tan fácil para
nosotros hacer esto. Sin embargo, el Señor Jesús sí pudo decir: “Te enaltezco, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, reconozco Tu autoridad. Si esto no fuera permitido por Ti, ninguna de estas ciudades me hubiera
rechazado. Aun su rechazo es permitido por Ti. Padre, estoy de acuerdo contigo, esta situación es muy
beneficiosa; en verdad me siento bien acerca de esto, y puedo enaltecerte por ello”.

B. Reconoce la voluntad del Padre con alabanzas


La palabra griega traducida “enaltezco” en el versículo 25, significa expresar reconocimiento con alabanzas. El
Señor reconoció con alabanzas la manera en que el Padre llevaba a cabo Su economía. A pesar de que la gente
en vez de responder a Su ministerio le calumnió (vs. 16-19), y pese a que las principales ciudades le rechazaron
(vs. 20-24), El enalteció al Padre, reconociendo Su voluntad. No buscó la prosperidad de Su obra sino la
voluntad del Padre; Su satisfacción y descanso no dependían de que el hombre lo comprendiera y lo recibiera,
sino de que el Padre lo conociera (vs. 26-27). Cristo reconoció que el rechazo de las ciudades había sido
permitido por el Padre. ¿Qué podemos decir acerca de nuestra situación actual? Cuando somos rechazados y
enfrentamos oposición, críticas, ataques y condena, ¿podemos aún alabar al Padre? ¿Hemos dicho alguna vez:
“Padre, te alabo por el rechazo y la oposición de mis parientes y amigos”? Debemos reconocer que nuestro
soberano Señor ha permitido tal rechazo y debemos alabarle por ello.

En las alabanzas ofrecidas por el Señor, al dirigirse al “Padre” alude a la relación que Dios el Padre tiene con El,
Su Hijo; mientras que al llamarlo “Señor del cielo y de la tierra” alude a la relación que Dios tiene con el
universo. Cuando el pueblo de Dios era derrotado por Su enemigo, Dios era llamado “el Dios del cielo” (Esd.
5:11-12; Dn. 2:18, 37). Pero cuando había un hombre que se había entregado a los intereses del Señor, Dios
era llamado “dueño del cielo y de la tierra” (Gn. 14: 19, 22). Aquí el Señor como Hijo del Hombre llamó al
Padre “Señor del cielo y de la tierra”, lo cual indica que el Señor estaba en la tierra cuidando de los intereses
de Dios.

El Padre esconde el conocimiento del Hijo


y del Padre de los sabios y entendidos
El versículo 25 dice además que el Padre escondió “estas cosas de los sabios y entendidos”. La expresión
“estas cosas” se refiere a todo lo relacionado con el conocimiento del Hijo y del Padre (v. 27); los “sabios y
entendidos” se refiere a los habitantes de las tres ciudades condenadas en los versículos del 20 al 24, quienes
eran sabios y entendidos según su propio parecer. Era la voluntad del Padre esconder de tales personas el
conocimiento del Hijo y del Padre.

2. El Padre revela estas cosas a los niños


El Señor alabó al Padre por revelar estas cosas a los niños. La palabra “niños” se refiere a los discípulos,
quienes eran hijos de la sabiduría. Al Padre le agradó revelarles tanto el Hijo como el Padre. El soberano Padre
es el que permite que conozcamos al Hijo y al Padre. En Mateo 16:17, después de que Pedro recibió la
revelación de que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Señor Jesús le dijo: “Bienaventurado eres,
Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos”. De manera que,
conocer al Hijo es un asunto que depende de la revelación que el Padre nos dé.

3. Al Padre le agrada dar la


revelación a los niños
El versículo 26 dice: “Sí, Padre, porque así te agradó”. Le agradó al Padre que el Hijo fuera rechazado. El Padre
estaba contento de ver esto, pero esto nos es difícil creer. Si nuestros familiares estuvieran de acuerdo con
nosotros respecto al recobro del Señor, nos emocionaríamos y alabaríamos al Señor; pero si somos
rechazados, debemos alabarlo de igual manera, y decir: “Te alabo, Padre, porque Tú eres el Señor de los cielos
y de la tierra; toda circunstancia proviene de Ti. Tú eres soberano, y te alabo por esta situación”.

4. El Padre entrega todo el remanente


del pueblo al Hijo
En el versículo 27 dice: “Todas las cosas me fueron entregadas por Mi Padre”. La expresión “todas las cosas”
se refiere al remanente del pueblo que el Padre dio al Hijo (Jn. 3:27; 6:37, 44, 65; 18:9), lo cual implica que los
sabios y entendidos rechazaron al Hijo porque al Padre no le agradó dárselos al Hijo, pero sí le agradó
entregarle todo el remanente. Pedro, Juan, Jacobo y Andrés formaban parte del remanente que el Padre le
había entregado al Hijo. El Señor Jesús dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a Mí viene, por
ningún motivo le echaré fuera” (Jn. 6:37). Todos nosotros estamos en el recobro del Señor únicamente por la
misericordia del soberano Padre. Debemos adorar al Padre por esto, pues nos escogió de entre todos los
cristianos del mundo para estar en Su recobro. Profundamente siento que durante los años en que el recobro
del Señor ha estado en este país, el Señor ha estado levantando una cosecha y reuniendo un remanente de
entre el pueblo cristiano. Durante los años que estuvimos reuniéndonos en el salón de Elden, en Los Angeles,
el Señor estuvo reuniendo Su remanente. Mes tras mes el Señor traía Su remanente de diferentes ciudades,
estados y países. Ese fue un tiempo de gran cosecha del remanente. Todos los que estuvimos en aquellas
reuniones podemos dar testimonio de que fuimos entregados al Hijo por el Padre. El recobro del Señor no es
una obra cristiana cualquiera; es la cosecha del remanente del Señor, para recobrar el reino de Dios mediante
la vida de la iglesia; y hasta el día de hoy el Señor sigue cosechando Su remanente.

5. Nadie conoce al Hijo, sino el Padre,


y nadie conoce al Padre, sino el Hijo,
y aquel que recibe la revelación
de parte del Hijo
En el versículo 27 el Señor dice: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”. En este versículo, la palabra griega traducida “conoce”, significa
conocimiento cabal, y no simplemente familiaridad objetiva. Con respecto al Hijo, sólo el Padre tiene tal
conocimiento, y con respecto al Padre, sólo el Hijo lo tiene. Así que, para conocer al Hijo se requiere que el
Padre lo revele (16:17), y para conocer al Padre, que el Hijo lo revele (Jn. 17:6, 26). La palabra traducida
“quiera” significa ejercitar deliberadamente la voluntad mediante un consejo. En el versículo 25 “estas cosas”
son difíciles de entender para el hombre natural. El recobro del Señor se opone por completo al reino de
tinieblas del enemigo. No cabe duda que este maligno no está dispuesto a permitir que la gente conozca las
cosas del Padre, del Hijo y del recobro del Señor. De manera que se necesita la misericordia del soberano
Padre. El Señor nos ha permitido que veamos “estas cosas” y que seamos introducidos en ellas. A pesar de que
otros condenan “estas cosas”, nosotros nos regocijamos en ellas, porque las hemos visto, y si las hemos visto,
no es por nuestra inteligencia, sino por la misericordia del Padre, quien nos ha mostrado todas estas cosas.

EL SEÑOR LLAMA A LOS QUE ESTAN


CARGADOS PARA QUE DESCANSEN,
Y LES DA LA MANERA DE HACERLO
A. El llamado
En el versículo 28 el Señor hizo un llamado: “Venid a Mí todos los que trabajáis arduamente y estáis cargados,
y Yo os haré descansar”. El Señor parecía estar diciendo: “Todos vosotros que trabajáis arduamente y estáis
cargados, venid a Mí y descansad. Todos los religiosos y todos los mundanos, quienes laboráis y tenéis cargas,
venid a Mí y Yo os daré descanso”. ¡Qué palabra tan llena de gracia! El trabajo mencionado en el versículo 28
se refiere no sólo al duro esfuerzo por guardar los mandamientos de la ley y los preceptos religiosos, sino
también al duro esfuerzo por tener éxito en cualquier obra. Todo aquel que labore así está siempre agobiado.
El Señor, después de ensalzar al Padre, reconociendo el camino que el Padre había escogido y declarando la
economía divina, llamó a tales personas a que vinieran a El para descansar. Esto no sólo se refiere a ser librado
del trabajo y de la carga bajo la ley o la religión o bajo cualquier otra clase de trabajo o responsabilidad, sino
también a tener perfecta paz y plena satisfacción.

B. La manera de obtener el descanso


1. Llevar el yugo del Rey celestial
En los versículos 29 y 30 encontramos la manera de obtener el descanso: “Tomad sobre vosotros Mi yugo, y
aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque Mi
yugo es fácil, y ligera Mi carga”. Tomar el yugo del Señor es aceptar la voluntad del Padre. No consiste en ser
regulado ni controlado por alguna obligación de la ley o de la religión, ni tampoco en ser esclavizado por
alguna obra; sino en ser constreñido por la voluntad del Padre. El Señor vivió esta vida, sin ocuparse de otra
cosa que no fuese la voluntad de Su Padre (Jn. 4:34; 5:30; 6:38). Se sometió plenamente a la voluntad del
Padre (Mt. 26:39, 42). Por lo tanto, nos pide que aprendamos de El. La voluntad de Dios es que tomemos el
yugo. Así que, no somos libres de hacer lo que queramos; por el contrario, debemos llevar Su yugo. Jóvenes,
no piensen que son tan libres. En el recobro del Señor todos hemos recibido Su yugo. ¡Cuán bueno es llevar
este yugo! El yugo del Señor es fácil, y Su carga es ligera. El yugo del Señor es la voluntad del Padre, y Su carga
es la obra que llevamos a cabo para cumplir Su voluntad. Tal yugo es agradable y nada amargo; y tal carga es
ligera y nada pesada. La palabra griega traducida “fácil” significa adecuado para su uso; por lo tanto, es bueno,
agradable, suave y fácil, esto se contrapone a lo que es duro, severo, gravoso y amargo.

2. Aprender de El
Finalmente, en el versículo 29 el Señor nos dice que aprendamos de El, porque El es manso y humilde de
corazón. Ser manso, o dócil, significa no ofrecer resistencia, y ser humilde significa no tener amor propio.
Durante toda la oposición que el Señor enfrentó, El fue manso, y durante todo el rechazo, fue humilde de
corazón. Se sometió completamente a la voluntad de Su Padre sin desear hacer nada para Su propio bien y sin
esperar ganar algo para Sí. Así que, no importa cuál fuera la situación, El tenía descanso en Su corazón y
estaba plenamente satisfecho con la voluntad de Su Padre.

El Señor dijo que si tomamos Su yEugo sobre nosotros y aprendemos de El, encontraremos descanso para
nuestras almas. El descanso que encontramos al tomar el yugo del Señor y aprender de El, es descanso para
nuestras almas. Es un descanso interior y no es algo meramente externo en nuestra naturaleza.

Si cuando ministramos encontramos oposición y nos resistimos, no tendremos paz. Pero si en lugar de
resistirnos nos sometemos a la voluntad del Padre, dando testimonio de que tal oposición es permitida por El,
encontraremos descanso para nuestras almas. Juan el Bautista no consideró su encarcelamiento como algo
permitido por el Padre; por lo tanto, no tenía descanso. Si hubiera comprendido que su encarcelamiento se
debía a la voluntad del Padre, habría tenido descanso aún en la prisión. Cristo, el Rey celestial, siempre se
sometió a la voluntad del Padre, tomando esta voluntad como Su porción sin resistirse a nada. Por esto, El
estaba siempre descansando. Debemos aprender de El y ver las cosas como El las ve. Si hacemos esto
tendremos descanso en nuestras almas.

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