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A la memoria de Pedro Huerta – Arnoldo Diaz

Estuve buscando las palabras adecuadas para escribir esto, finalmente me di cuenta de que nunca las
iba a encontrar, pero la memoria y la amistad me exigen escribir.

Conocí a Pedro Huerta Gallegos alrededor del 2011, primero lo conocí de vista en la marcha del 10 de
junio dentro de la UANL que daría pasa a la creación de la Asamblea Estudiantil UANL. A los pocos días,
tratando de afianzar las alianzas de la organización estudiantil, llegué a una reunión de personas que
buscaban replicar las protestas que en ese momento se registraban en todo el mundo, pues el 2011-
2012 fue un momento de explosión social con el movimiento indignado en España, el
#OccupyWallStreet EUA, la primavera árabe del norte de África, el movimiento estudiantil en Chile, etc.,
México no fue la excepción e incluso antes del #YoSoy132 se sentía en el ambiente la necesidad de salir
a las calles a cambiarlo todo.

Entre estas personas estaba Pedro -psicólogo, maestro de la prepa Emiliano Zapata y comunista. Pedro
supo leer la situación del mundo y, como pocas personas de su generación, decidió unirse a los
movimientos de jóvenes y estudiantes. Nuestra adicción al tabaco y lo llamativo de su playera con la hoz
y el martillo, símbolo del socialismo soviético, nos hizo conocernos más íntimamente.

Al saber que estudiaba para convertirme en historiador rápidamente se encargó de transmitir la


memoria que poseía sobre los movimientos locales. Pedro se enteró de la masacre del 2 de octubre
mientras estudiaba la preparatoria en el Colegio Civil, pero no se unió a los movimientos hasta que en
1976 la policía asesina a vecinos de la colonia Granja Sanitaria mientras que él hacía sus prácticas como
psicólogo estudiando el problema de las adicciones en la zona de Tierra y Libertad.

Contaba Pedro que al día siguiente se presentó a sus prácticas, pero le comentaron lo ocurrido y
rápidamente se trasladó a la Granja donde pudo observar a miles de personas dispuestas a salir a
protestar exigiendo justicia para las familias fracturadas por la represión policiaca. Fue aquí, según decía,
cuando terminó de comprender lo que era la fuerza de la gente organizada. Desde entonces y hasta el
día de su muerte, Pedro fue fiel a esta idea y siempre se preocupó por mantener viva la memoria de la
matanza de la granja. De hecho, gracias a su apoyo fue posible realizar el evento en conmemoración que
la revista Av. Aztlán realizó en el 2018, pues Pedro resguardaba un amplio archivo de periódicos sobre
ese hecho, los convirtió en pancartas y poster para poder mantener la memoria viva.

Pedro no era un comunista común y corriente, su teórico de cabecera no era Marx, ni Lenin, ni Mao, ni
el Che, sino el psiquiatra Wilhelm Reich quien propuso que la cura de la neurosis no es otra más que la
transformación de la realidad y para que ello fuera posible había que crear una nueva cultura entre las
personas. Esta teoría le valió a Reich la expulsión del Partido Comunista, entró en polémica con Trotsky y
Hitler lo censuró. De ahí que Pedro no encajara en las organizaciones comunistas tradicionales y se
dedicara a la creación de un colectivo de psicólogos llamado Colectivo Wilhelm Reich.

La transmisión de las historias de lucha en la ciudad era una gran preocupación para Pedro. Una noche
entre el 2011 y 2012, decidimos acampar en la Explanada de los Héroes a modo de protesta –sobre qué
o para qué, honestamente no recuerdo- pero Pedro estaba ahí a pesar de sus cada vez más graves
problemas de salud. Ahí nos contaba como el movimiento Tierra y Libertad cuando acampaba construía
pequeñas casas en la explanada con maderas, lonas y demás, por lo que él iba muy preparado para
replicarlo, pero la policía y la juventud temerosa se lo impidieron.
A propósito de esta juventud temerosa Pedro siempre la veía con un poco de decepción, pero al mismo
tiempo entendía la situación y criticaba toda romantización de los movimientos del pasado. Cuando se
impuso la tarjeta feria y se desarrolló el movimiento #NoTenemosFeria muchos nos sentíamos
impotentes al no poder realizar las famosas acciones de los setentas, la toma de los camiones y la
quema de los mismos, “eran más prendidos antes” decíamos decepcionados. Para tranquilizar este
ímpetu nos contaba como ellos llenaban de camiones la plaza de Colegio Civil y con ello se sentían muy
radicales, pero luego llegaban los comunistas de los cincuentas a decirles que cuando a ellos les
aumentaban el camión, los tomaban y los aventaban al río Santa Catarina, siendo pérdidas totales con lo
que los empresarios ya no se arriesgaban a aumentar las tarifas, es decir, eran todavía más radicales.

Su preocupación por el rescate de la memoria de las luchas sociales lo llevó a ser parte del proyecto
OIDMO, a cargo de Abraham Nuncio, que se encargaba de resguardar archivos del Partido Comunista en
Monterrey, de algunos sindicatos combativos y que generó más de un estudio sobre el movimiento
obrero en la historia de Monterrey. Actualmente este archivo puede consultarse en la biblioteca “Raúl
Rangel Frías” de la UANL.

Pero la lucha no era lo único que compartíamos, las fiestas y la música eran algo que nos gustaba a
ambos. Pedro era muy feliz compartiendo sobre los inicios de la distribución del rock n roll inglés en
nuestra ciudad, sobretodo de sus bandas favoritas: Led Zeppelin, Black Sabbath y a los Rolling Stones.
Siendo siempre muy discreto y crítico de las actitudes tomadas por él y sus compañeros, recordaba con
nostalgia la liberación sexual y las experiencias psicotrópicas de las fiestas setenteras que guardaba con
cariño en su memoria.

Ya hacia el final de sus días, Pedro ejercía como maestro en la preparatoria Emiliano Zapata y aunque
nunca le gustó del todo la relación entre el PT y esta escuela, para él dar clases ahí era sinónimo de
continuar con su compromiso de transformación social transmitiendo el sentido crítico a las jóvenes
generaciones que pronto se convertirían en fuerza de trabajo. Sus problemas de salud fueron
empeorando, pero siempre resistió las duras diálisis y aunque tuvo que ir abandonando poco a poco su
presencia en las calles, era normal verlo cenando en el Gargantúa Espacio Cultural, lugar al que ambos le
tenemos un cariño especial y donde nos encontramos por última vez unas semanas antes de su partida.

Yo sé que hay gente que lo conoció mucho más que yo, y que seguramente hay mil anécdotas, buenas y
malas, sobre Pedro que no conozco. Pero el cariño que le tengo personalmente, así como las
contribuciones que él hizo en varios de mis desvaríos me obligan a escribir este pequeño resumen a
modo de obituario. No me queda más que terminar con las primeras palabras que le escuché decir:
¡Hasta la victoria siempre, Pedro! Siempre estarás en nuestros pensamientos.

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