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Vimos en el capítulo anterior como es pensado el orden social en El desacuerdo

y en Hegemonía y estrategia socialista: como aquello que se denomina policía en el


texto rancieriano, y como aquello que se nombra como lo social en términos de Laclau
y Mouffe. Podríamos decir que en ambos casos se trata de una distribución de lugares y
funciones en una estructura relacional jerarquizada, esto es, de relaciones de poder (no
necesariamente políticas). Vimos también que para estos autores todo orden social, si
bien es consistente, esto es, es un orden (y no un caos), su consistencia es siempre
precaria dado que está construido sobre una falla insalvable, una incompletud
estructural imposible de completar: la igualdad de cualquiera con cualquiera en
términos rancierianos, la apertura de lo social en términos de Laclau y Mouffe.
Cuando esta falla irrumpe en la cotidianeidad se interrumpe el constante fluir de
los intercambios entre las posiciones y funciones determinadas por la normalidad de la
policía, del espacio social y político. De esta interrupción nos ocuparemos en este
capítulo. Veremos que en El desacuerdo se denomina política, mientras que Hegemonía
y estrategia socialista, se nombra antagonismo.
En ambos casos, la interrupción del orden social puede ser pensada como la
irrupción de la incompletitud, de la pura contingencia, sobre la que está construido el
orden social interrumpido. Esto es, en términos de Ranciere podemos decir que la
política, en tanto interrupción de la policía, es la irrupción de la igualdad de cualquiera
con cualquiera sobre la que está construida esa policía y, en términos de Laclau y
Mouffe, que el antagonismo, en tanto interrupción del espacio social y político, es la
irrupción de la apertura de lo social. Así como en El desacuerdo no hay política sin
igualdad, en Hegemonía y estrategia socialista, no hay antagonismo sin apertura de lo
social.

Comencemos con el texto rancieriano, encontramos en El desacuerdo:


‹‹…la actividad política es siempre un modo de manifestación que deshace
[interrumpe] las divisiones sensibles del orden policial [el orden social, la policía]
mediante la puesta en acto de un supuesto que por principio le es heterogéneo, el de una
parte de los que no tienen parte, la que, en última instancia, manifiesta en sí misma la
pura contingencia del orden, la igualdad de cualquier ser parlante con cualquier otro ser
parlante.›› (Ranciere J., 1996, pp. 45 y 46)

‹‹… rompe [interrumpe] la configuración sensible donde se definen las partes y


sus partes o su ausencia [esto es, la policía, el orden social] por un supuesto que por
definición no tiene lugar en ella: la de una parte de los que no tienen parte. Esta ruptura
se manifiesta por una serie de actos que vuelven a representar el espacio donde se
definían las partes, sus partes y las ausencias de partes.›› (Ranciere J., 1996, p. 45)
En ambas citas encontramos que la política es pensada como aquello que
interrumpe la policía (el orden social). O en todo caso, la política es al menos esa
interrupción, esto es, no es pensable la política sin la interrupción del orden policial.
¿En qué consiste esta interrupción? Una respuesta a esta pregunta la encontramos en el
final de la segunda de estas citas: ‹‹[e]sta ruptura se manifiesta por una serie de actos
que vuelven a representar el espacio donde se definían las partes, sus partes y las
ausencias de partes››. Esto es, dado que la policía es, antes que toda distribución de
lugares y funciones, antes que toda distribución de partes, es la definición de cuáles son
esas partes, cuántas son y cómo se llaman, cuáles existen y cuáles no, una verdadera
interrupción debería actuar justamente sobre esa definición de la existencia, o no, de las
partes. La política es una actividad que pone en cuestión la definición misma de parte.
Veamos otras citas que nos ayuden a seguir pensando cómo es pensada la
interrupción de la policía por la política:
‹‹Hay política en razón de un solo universal, la igualdad, que asume la figura
específica de la distorsión.›› (Ranciere J., 1996, p. 56)

Aquí leemos que la irrupción de la igualdad (incompletitud del orden social,


pura contingencia de la policía) en la que consiste la interrupción del orden policial se
presenta a la manera de una distorsión. O sea, esta distorsión sobre la que leemos es la
interrupción del orden social del que venimos hablando. Hay política cuando la igualdad
sobre la que está construido todo orden policial irrumpe, “sube” a la superficie y
distorsiona la asignación de existencias, de lugares y de funciones. En el lenguaje de El
desacuerdo: lo distorsionado es la definición y distribución de las partes, y la distorsión
consiste en la asignación de una parte a aquellos que no tienen parte.

‹‹La política es la práctica en la cual la lógica del rasgo igualitario asume la


forma del tratamiento de una distorsión, donde se convierte en el argumento de una
distorsión principal que viene a anudarse con tal litigio determinado en la distribución
de las ocupaciones, las funciones y los lugares.›› (Ranciere J., 1996, p. 51)

‹‹la distorsión […] no es otra cosa que el enfrentamiento mismo, la


contradicción de dos mundos alojados en uno solo: el mundo en que son y aquel en que
no son, el mundo donde hay algo "entre" ellos y quienes no los conocen como seres
parlantes y contabilizabies y el mundo donde no hay nada.›› (Ranciere J., 1996, p. 42)

Aquí leemos aquí que esta distorsión, esta interrupción, lejos de presentarse
armónicamente, sublimadamente como cual acto creativo artístico, se muestra bajo la
forma de un litigio, de un enfrentamiento entre ‹‹dos mundos alojados en uno solo››, de
un desacuerdo (de un antagonismo, en términos de Laclau y Mouffe).
El litigio que provoca la distorsión, provocada a su vez por la irrupción de la
igualdad, es antes que todo ‹‹el conflicto acerca de la existencia de un escenario común,
la existencia y la calidad de quienes están presentes en él. […] Las partes no preexisten
al conflicto que nombran y en el cual se hacen contar como partes›› (Ranciere J., 1996,
p. 41). ‹‹Este escenario de comunidad no existe más que en la relación de un "nosotros"
con un "ellos". Y esa relación es asimismo una no relación›› (Ranciere J., 1996, p. 74).
‹‹La política no está hecha de relaciones de poder, sino de relaciones de mundos.››
(Ranciere J., 1996, p. 60).
Vemos en estas últimas citas cómo el litigio toma la forma de lo que Ranciére
llama desacuerdo: la imposibilidad de llegar a un acuerdo en tanto imposibilidad
estructural que no es sino la incompletitud del orden social de la que venimos hablando,
y que rancierianamente se nombra igualdad. Esta imposibilidad la leemos de manera
explícita cuando Ranciére dice que el litigio consiste en una ‹‹relación de un "nosotros"
con un "ellos"›› que no es sino ‹‹una no relación››.

Esto último nos da el pie exacto para pasar a hablar de cómo Laclau y Mouffe
piensan la interrupción del orden social por la irrupción de la incompletitud
estrucuctural. En Hegemonía y estrategia socialista, esa relación entre un “nosotros” y
un “ellos” que es una no relación se denomina antagonismo.

Pasemos entonces a Laclau y Mouffe. En Hegemonía y estrategia socialista


encontramos:
«…lo social sólo existe como esfuerzo parcial por instituir la sociedad —esto
es, un sistema objetivo y cerrado de diferencias— el antagonismo, como testigo de la
imposibilidad de una sutura última, es la “experiencia” del límite de lo social.» (Laclau
y Mouffe, 1987, p. 215)

«Si la lengua es un sistema de diferencias, el antagonismo es el fracaso de la


diferencia y, en tal sentido, se ubica en los límites del lenguaje y sólo puede existir
como disrupción del mismo —es decir, como metáfora—.» (Laclau y Mouffe, 1987, p.
215)

A partir de estas citas, lo primero que queremos ver es cómo el antagonismo


ocupa en el pensamiento de Laclau y Mouffe el lugar de la “experiencia” de la
incompletitud de todo orden social, lugar análogo al que ocupa la política (o al menos lo
esencial de ella) en el pensamiento de Ranciére. Efectivamente, antes de decir en qué
consiste el antagonismo encontramos que es «el testigo de la imposibilidad de una
sutura última [del orden social], es la “experiencia” del límite de lo social», y que sólo
existe «como disrupción» del lenguaje (del orden social), como subversión del sistema
de diferencias, dirán también Laclau y Mouffe. ¿Qué es este sistema de diferencias? Es
la lógica de construcción de sentido con la que se construye el discurso de un espacio
social y político (recordemos que un espacio es una formación discursiva). Tomando lo
que vimos de Ranciére sobre la policía, podríamos decir que el sistema de diferencias de
un espacio social y político es antes que todo la definición de qué diferencias (partes)
existen y cuáles no, y luego, en segunda instancia, la jerarquización de las diferencias
(partes) existentes. Por ejemplo, en el espacio social y político del patriarcado, el
sistema de diferencias consiste primero en establecer la existencia de dos lugares
diferentes, hombre y mujer, y luego, en un segundo momento jerarquizar esa diferencia
de lugares a través de múltiples diferencias: el hombre es más fuerte que la mujer, el
hombre es más inteligente que la mujer, el hombre es más racional que la mujer, el
hombre trabaja mejor que la mujer, etc. Pero en este sistema de diferencias de lo que se
trata antes que todo es que hay solamente dos lugares diferentes (esto es lo se llama el
sistema binario sexo-género). Pues bien, un antagonismo interrumpe el sistema de
diferencias, lo subvierte. Siguiendo con el ejemplo del patriarcado podríamos pensar al
movimiento Ni Una Menos como un antagonismo de ese espacio social y político, en
tanto que al irrumpir en escena el 3 de junio del 2015 interrumpe el continuo
funcionamiento del sistema de diferencias patriarcales al poner en cuestión todas esas
diferencias, en especial aquella que podríamos enunciar como “el hombre es dueño, es
el sujeto (por antonomasia) / la mujer es posesión, es un objeto (entre muchos otros)”.
En términos de lo que hemos visto de Ranciére, diríamos que hay una distorsión en este
sistema de diferencias que se expresa en la asignación de una parte a aquellas mujeres
que hasta ese momento no la tenían, a aquellas que hasta ese momento no eran tenidas
en cuenta en el reparto de las diferencias.
Entonces, hemos visto hasta ahora que un antagonismo es la irrupción de la
imposibilidad de completitud de todo orden social, Vimos que, en términos un poco
más técnicos, lo que se interrumpe es el sistema de diferencias del espacio social y
político en el que tiene lugar el antagonismo. Veamos ahora en qué consiste esta
interrupción de las diferencias, esto es, veamos la noción de equivalencia. Dicen Laclau
y Mouffe:
«… la equivalencia crea un sentido segundo que, a la vez que es parasitario del
primero, lo subvierte: las diferencias se anulan en la medida en que son usadas para
expresar algo idéntico que subyace a todas ellas […] si todos1 los rasgos diferenciales
de un objeto han pasado a equivalerse, es imposible expresar nada positivo acerca de
dicho objeto; esto sólo puede implicar que a través de la equivalencia se expresa algo
que el objeto no es. […] Es decir, que la identidad ha pasado a ser puramente negativa.
Es porque una identidad negativa no puede ser representada en forma directa —es decir,
positivamente— que sólo puede hacerlo de modo indirecto a través de una equivalencia
entre sus momentos diferenciales. De ahí la ambigüedad que penetra a toda relación de
equivalencia: dos términos, para equivalerse, deben ser diferentes (de lo contrario se
trataría de una simple identidad). Pero, por otro lado, la equivalencia sólo existe en el
acto de subvertir el carácter diferencial de esos términos […]. Esta no constitutividad —
o contingencia— del sistema de diferencia se muestra en la no fijación que las
equivalencias introducen. El carácter final de esta no fijación, la precariedad final de
toda diferencia, habrá pues de mostrarse en una relación de equivalencia total en la que
se disuelva la positividad diferencial de todos sus términos. Esta es precisamente la
fórmula del antagonismo, que así establece su carácter de límite de lo social.
Observemos que en esta fórmula no se trata de que un polo definido como positividad
se enfrente a un polo negativo: puesto que todos los rasgos diferenciales de un polo se
han disuelto a través de su referencia negativo–equivalencial al otro polo, cada uno de
ellos muestra exclusivamente lo que no es [todo antagonismo implica dos cadenas de
equivalencias antagónicas entre sí]. (Laclau y Mouffe, 1987, pp. 119 y 120)

Vayamos por partes. Primero, ¿qué es la equivalencia? La equivalencia es un


tipo de relación entre elementos2 de una formación discursiva, esto es, es una forma de
articulación. Otra forma de articulación es la ya mencionada diferencia. La lógica de la
diferencia es la que permite la construcción de sentido dentro de un espacio social y
político posibilitando que no sea todo lo mismo, sino que haya diferencias
(desigualdades, diríamos con Ranciére), que haya, por ejemplo en el caso del discurso
del patriarcado, juguetes “para nenes” y juguetes “para nenas”, o trabajos “de hombre”
y trabajos “de mujer”, pero también que haya “diferentes tipos de mujeres”, las “más
femeninas y las menos femeninas”, las “más problemáticas” y las “más copadas”, etc.,
etc. La lógica de la equivalencia rompe con la lógica diferencial. Lo que sucedió el 3 de
junio del 2015 es que las diferencias que el discurso del espacio político patriarcal podía
establecer entre las mujeres que participaron de la primera marcha del movimiento Ni
Una Menos fueron desdibujadas, se tornaron opacas, o, al menos, por sobre la lógica de

1
El resaltado es de Laclau y Mouffe.
2
Aquí utilizo el término “elemento” para referirnos a toda porción de un discurso. Hago esta aclaración
dado que el término “elemento” tiene una definición específica en Hegemonía y estrategia socialista
como aquella porción de un discurso que no se articula con otras porciones, y que por ende (dado que un
discurso no es sino una articulación entre porciones) sería una porción que es una no-porción, reservando
el término “momento” para las porciones positivamente articuladas unas con otras. Todo este asunto de
los elementos y los momentos me pareció demasiado técnico como para tratarlo en este trabajo.
la diferencia empezó a primar otra lógica, la de una causa común, la de una
equivalencia. El sentido otorgado por la lógica diferencial patriarcal, aquel que
establecía diferencias tales como “las que algo hicieron para que les peguen”, “las que
habrán usado pollera muy corta”, “las que no supieran callarse cuando les convenía”,
“las que son imbancables”, “las que son unas mentirosas”, etc., este sentido de pronto se
ve subvertido y parasitado por un segundo sentido en torno al cual esas diferencias se
articulan equivalencialmente, esto es, diluyéndose como diferencias: «la equivalencia
crea un sentido segundo que, a la vez que es parasitario del primero, lo subvierte: las
diferencias se anulan en la medida en que son usadas para expresar algo idéntico que
subyace a todas ellas».
¿En qué consiste ese segundo sentido que subvierte el sentido común del espacio
social y político? Ese segundo sentido no es un sentido positivo dentro de la formación
discursiva, puesto que cualquier cosa que se exprese de manera positiva debería hacerlo
en términos del sentido común de la formación, esto es, apoyándose en su lógica
diferencial, con lo que no sería una interrupción de ésta. Entonces, lo que queda es que
ese segundo sentido que introduce la equivalencia es un sentido negativo: «si todos los
rasgos diferenciales de un objeto han pasado a equivalerse, es imposible expresar nada
positivo acerca de dicho objeto; esto sólo puede implicar que a través de la equivalencia
se expresa algo que el objeto no es». Siguiendo con el ejemplo del movimiento Ni Una
Menos, podríamos proponer como el sentido introducido por la equivalencia: “no somos
ni la que algo habrán hecho, ni las que usan la pollera demasiado corta, ni las que no
saben cuándo hacer silencio, ni las que no se bancan, ni las que mienten”. Este sentido
es efectivamente un sentido negativo, esto es, una identidad establecida a partir de lo
que no se es. No obstante, este sentido no interrumpe el sentido primero patriarcal
porque sigue afirmando que es posible justificar una violencia de género en términos de
un “algo habrá hecho” al no negar esta posibilidad de manera explícita. Si quisiéramos
ensayar un posible verdadero segundo sentido equivalencial introducido por el momento
Ni Una Menos en el espacio social y político del patriarcado, este podría ser algo así:
“no somos machos violentos”.
Ahora bien, para el sentido común patriarcal que los términos “macho” y
“violento” sean utilizados con connotaciones negativas es una novedad radical. Esto es
porque en este espacio social y político históricamente se ha resaltado el ser macho
como un valor positivo y la violencia como un modo válido de demostrar que se posee
ese valor. Para este discurso que “macho” y “violento” sean valores negativos es algo
que se ubica en los límites de su comprensión, en los límites de su sentido primero. Es
en este sentido que Laclau y Mouffe dicen que el antagonismo se ubica en los límites de
lo social. La irrupción equivalencial del antagonismo del Ni Una Menos muestra los
límites del sentido primero de la lógica diferencial del espacio social y político del
patriarcado.

Antes de terminar este capítulo digamos algo sobre la relación entre el orden
social dado y la interrupción del mismo por la irrupción imprevista de su incompletitud
estructural. En términos de Ranciére, relación entre la policía y la política. En términos
de Laclau y Mouffe, relación entre un espacio social y político y un antagonismo en ese
espacio. Veamos algunas citas de Ranciére y algunas de Lalclau y Mouffe en donde se
expone esta relación.
Dice Ranciére:
«… si la política pone en acción una lógica completamente heterogénea a la de
la policía, siempre está anudada a ésta. La razón es simple. La política no tiene objetos o
cuestiones que le sean propios. Su único principio, la igualdad, no le es propio y en sí
mismo no tiene nada de político. Todo lo que aquélla hace es darle una actualidad en la
forma de casos, inscribir, en la forma del litigio, la verificación de la igualdad en el
corazón del orden policial. Lo que constituye el carácter político de una acción no es su
objeto o el lugar donde se ejerce sino únicamente su forma, la que inscribe la
verificación de la igualdad en la institución de un litigio, de una comunidad que sólo
existe por la división. La política se topa en todos lados con la policía. No obstante, es
preciso pensar este encuentro como encuentro de los heterogéneos…» (Ranciere J.,
1996, p. 47)

«La política actúa sobre la policía. Lo hace en lugares y con palabras que les
son comunes, aun cuando dé una nueva representación a esos lugares y cambie el
estatuto de esas palabras…» (Ranciere J., 1996, p. 49)

Dicen Laclau y Mouffe:


«Incluso para diferir, para subvertir el sentido, tiene que haber un sentido.»
(Laclau y Mouffe, 1987, p. 191)

«Toda lucha democrática emerge en el interior de un conjunto de posiciones, de


un espacio político relativamente suturado […]. El cierre relativo de dicho espacio es
necesario para la construcción discursiva del antagonismo, ya que una cierta
interioridad excluyente es requerida para constituir una totalidad que permita dividir a
ese espacio en dos campos.» (Laclau y Mouffe, 1987, p. 226)

Entonces, ¿cómo se piensa la relación entre el orden social (policía, espacio) y la


irrupción de la incompletitud estructural (política, antagonismo)? Es la relación entre la
interrupción y su interrumpido. Esto es, lo primero es que para que haya interrupción
debe haber algo a lo que interrumpir, dice Ranciére: «[l]a política no tiene objetos o
cuestiones que le sean propios», «[l]a política actúa sobre la policía», dicen Laclau y
Mouffe: «para subvertir el sentido, tiene que haber un sentido», «[e]l cierre relativo de
[un] espacio es necesario para la construcción discursiva del antagonismo».
Lo segundo es lo que ya vimos, la interrupción subvierte el orden interrumpido
bajo la forma de una división. En términos rancierianos: «[la] comunidad [política] sólo
existe por la división». En términos de Laclau y Mouffe: «la construcción discursiva del
antagonismo [requiere] dividir [al] espacio en dos campos».
Y podemos postular un tercer aspecto de la relación entre la policía y la política,
y entre un espacio y un antagonismo. Este es, la interrupción produce su interrumpido.
En efecto, podemos pensar que una subversión de un orden dado solo es una verdadera
subversión si los cambios que introduce en el campo intervenido son de tal magnitud
que podamos decir que algo nuevo ha ocurrido, que hay nuevas voces, nuevos sujetos,
nuevos derechos, etc. Y, al haber cambios de tal magnitud no sería incorrecto pensar
una no continuidad entre el orden viejo, anterior a la irrupción del antagonismo, de la
política, y el orden nuevo, aquel en el que se inscribe la división producto de la
irrupción de su incompletitud estructural. Volviendo al ejemplo del Ni Una Menos, el
espacio-policía-patriarcal-del-3-de-junio-del-2015-en-adelante no es el espacio-policía-
patriarcal-previo-al-3-de-junio-del-2015 interferido ese día por una marcha más como
tantas otras, en efecto, si hablamos desde esa fecha es que en todos lados se está
anoticiado con mayor o menor precisión del movimiento Ni Una Menos esto significa
que el espacio-policía ha cambiado en tal magnitud que es otro espacio-policía. Aquí
siguiendo a Ranciére podemos decir que si bien la policía patriarcal posterior al 3 de
junio del 2015 no deja de ser eso, una policía (patriarcal), es una policía un poco más
igualitaria en tanto que reconoce, al menos en tanto disputa, una parte para aquellas que
no tenían ninguna.

La política es la institución del litigio entre clases que no lo son


verdaderamente. "Verdaderas" clases: esto quiere decir -querría decir- partes reales de la
sociedad, categorías correspondientes a sus funciones. 33
La familia pudo convertirse en un lugar político, no por el mero hecho de que en
ella se ejerzan relaciones de poder, sino porque resultó puesta en discusión en un litigio
sobre la capacidad de las mujeres a la comunidad 48

Toda lucha democrática emerge en el interior de un conjunto de posiciones, de


un espacio político relativamente suturado, formado por una multiplicidad de prácticas
que no agotan, sin embargo, la realidad referencial y empírica de los agentes que
forman parte de las mismas– El cierre relativo de dicho espacio es necesario para la
construcción discursiva del antagonismo [un antagonismo se construye, al menos en
parte, discursivamente], ya que una cierta interioridad excluyente es requerida para
constituir una totalidad que permita dividir a ese espacio en dos campos. […] El espacio
político de la lucha feminista es el conjunto de prácticas y discursos que crean las
diferentes formas de subordinación de la mujer [el espacio político de la lucha
feminista. ¿Por qué se distingue entre prácticas y discursos?]; el espacio de la lucha
antirracista tiene lugar en el interior del conjunto sobrédeterminado de prácticas y
discursos que constituyen la discriminación racial. 226 [la política actúa sobre la policía
= un antagonismo se construye en un espacio político]

Un espacio social y político relativamente unificado a través de la institución de


puntos nodales y de la constitución de identidades tendencialmente relacionales, es lo
que Gramsci denominará bloque histórico. El tipo de lazo que une a los distintos
elementos del bloque histórico —no la unidad en alguna forma de a priori histórico sino
la regularidad en la dispersión— coincide con el correspondiente a nuestro concepto de
formación discursiva. En la medida en que consideremos al bloque histórico desde el
punto de vista del campo antagónico en el que se constituye, lo denominaremos
formación hegemónica. [formación hegemónica = formación discursiva = bloque
histórico = espacio político (y social) = policía ¡!!] 232

Una formación hegemónica abarca también lo que se le opone, en la medida en


que la fuerza opositora acepta el sistema de articulaciones básicas de dicha formación
como aquello que ella niega, pero el lugar de la negación es definido por los parámetros
internos de la propia formación 236 [formación hegemónica = policía ¡!!!]

… para hablar de hegemonía, no es suficiente el momento articulatorio; es


preciso, además, que la articulación se verifique a través de un enfrentamiento con
prácticas articulatorias antagónicas. Es decir, que la hegemonía se constituye en un
campo surcado por antagonismos y supone, por tanto, fenómenos de equivalencia y
efectos de frontera. 231 [¿cómo se relacionan la equivalencia y la frontera?]

Hegemonía es, simplemente, un tipo de relación política; una forma, si se


quiere, de la política 237

Para hablar de formación hegemónica, tenemos que introducir otra condición


provista por nuestro análisis anterior: es decir, la continua redefinición de los espacios
sociales y políticos, y aquellos constantes procesos de desplazamiento de los límites que
construyen la división social que son propios de las sociedades contemporáneas. 244
245
… cualquiera sea la orientación política a través de la cual el antagonismo
cristalice —ésta dependerá de las cadenas de equivalencia que lo construyan— la forma
del antagonismo en cuanto tal es idéntica en todos los casos. Es decir, que se trata
siempre de la construcción de una identidad social —de una posición sobredeterminada
de sujeto— [un antagonismo es la construcción de una identidad!!!! Y una
identidad es una posición sobredeterminada de sujeto!!!] sobre la base de la
equivalencia entre un conjunto de elementos o valores que expulsan y exteriorizan
aquellos otros a los que se oponen. Nuevamente, nos encontramos con la división del
espacio social. 273 274 [acá se habla de división del espacio social, efectivamente,
un espacio social puede dividirse, eso lo hace un espacio político, un espacio social
dividido es un espacio político]

hay una multiplicidad de posibles antagonismos en lo social, muchos de ellos de


signo contrario 224

Cuando hemos hablado de antagonismo lo hemos hecho hasta este punto en


singular, para simplificar nuestro argumento. Pero está claro que el antagonismo no
surge necesariamente en un sólo punto. Cualquier posición en un sistema de diferencias,
en la medida en que es negada [¿este ser negada refiere a la negatividad de un
antagonismo?], puede constituirse en sede de un antagonismo. Con esto está claro que
hay una multiplicidad de posibles antagonismos en lo social, muchos de ellos de signo
contrario. El problema importante es que las cadenas de equivalencia que habrán de
constituirse a partir de cada uno de ellos, serán radicalmente distintas. Y, también, que
ellas pueden afectar y penetrar contradictoriamente la identidad del propio sujeto.223
224

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