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Capitulo 3
Capitulo 3
Aquí leemos aquí que esta distorsión, esta interrupción, lejos de presentarse
armónicamente, sublimadamente como cual acto creativo artístico, se muestra bajo la
forma de un litigio, de un enfrentamiento entre ‹‹dos mundos alojados en uno solo››, de
un desacuerdo (de un antagonismo, en términos de Laclau y Mouffe).
El litigio que provoca la distorsión, provocada a su vez por la irrupción de la
igualdad, es antes que todo ‹‹el conflicto acerca de la existencia de un escenario común,
la existencia y la calidad de quienes están presentes en él. […] Las partes no preexisten
al conflicto que nombran y en el cual se hacen contar como partes›› (Ranciere J., 1996,
p. 41). ‹‹Este escenario de comunidad no existe más que en la relación de un "nosotros"
con un "ellos". Y esa relación es asimismo una no relación›› (Ranciere J., 1996, p. 74).
‹‹La política no está hecha de relaciones de poder, sino de relaciones de mundos.››
(Ranciere J., 1996, p. 60).
Vemos en estas últimas citas cómo el litigio toma la forma de lo que Ranciére
llama desacuerdo: la imposibilidad de llegar a un acuerdo en tanto imposibilidad
estructural que no es sino la incompletitud del orden social de la que venimos hablando,
y que rancierianamente se nombra igualdad. Esta imposibilidad la leemos de manera
explícita cuando Ranciére dice que el litigio consiste en una ‹‹relación de un "nosotros"
con un "ellos"›› que no es sino ‹‹una no relación››.
Esto último nos da el pie exacto para pasar a hablar de cómo Laclau y Mouffe
piensan la interrupción del orden social por la irrupción de la incompletitud
estrucuctural. En Hegemonía y estrategia socialista, esa relación entre un “nosotros” y
un “ellos” que es una no relación se denomina antagonismo.
1
El resaltado es de Laclau y Mouffe.
2
Aquí utilizo el término “elemento” para referirnos a toda porción de un discurso. Hago esta aclaración
dado que el término “elemento” tiene una definición específica en Hegemonía y estrategia socialista
como aquella porción de un discurso que no se articula con otras porciones, y que por ende (dado que un
discurso no es sino una articulación entre porciones) sería una porción que es una no-porción, reservando
el término “momento” para las porciones positivamente articuladas unas con otras. Todo este asunto de
los elementos y los momentos me pareció demasiado técnico como para tratarlo en este trabajo.
la diferencia empezó a primar otra lógica, la de una causa común, la de una
equivalencia. El sentido otorgado por la lógica diferencial patriarcal, aquel que
establecía diferencias tales como “las que algo hicieron para que les peguen”, “las que
habrán usado pollera muy corta”, “las que no supieran callarse cuando les convenía”,
“las que son imbancables”, “las que son unas mentirosas”, etc., este sentido de pronto se
ve subvertido y parasitado por un segundo sentido en torno al cual esas diferencias se
articulan equivalencialmente, esto es, diluyéndose como diferencias: «la equivalencia
crea un sentido segundo que, a la vez que es parasitario del primero, lo subvierte: las
diferencias se anulan en la medida en que son usadas para expresar algo idéntico que
subyace a todas ellas».
¿En qué consiste ese segundo sentido que subvierte el sentido común del espacio
social y político? Ese segundo sentido no es un sentido positivo dentro de la formación
discursiva, puesto que cualquier cosa que se exprese de manera positiva debería hacerlo
en términos del sentido común de la formación, esto es, apoyándose en su lógica
diferencial, con lo que no sería una interrupción de ésta. Entonces, lo que queda es que
ese segundo sentido que introduce la equivalencia es un sentido negativo: «si todos los
rasgos diferenciales de un objeto han pasado a equivalerse, es imposible expresar nada
positivo acerca de dicho objeto; esto sólo puede implicar que a través de la equivalencia
se expresa algo que el objeto no es». Siguiendo con el ejemplo del movimiento Ni Una
Menos, podríamos proponer como el sentido introducido por la equivalencia: “no somos
ni la que algo habrán hecho, ni las que usan la pollera demasiado corta, ni las que no
saben cuándo hacer silencio, ni las que no se bancan, ni las que mienten”. Este sentido
es efectivamente un sentido negativo, esto es, una identidad establecida a partir de lo
que no se es. No obstante, este sentido no interrumpe el sentido primero patriarcal
porque sigue afirmando que es posible justificar una violencia de género en términos de
un “algo habrá hecho” al no negar esta posibilidad de manera explícita. Si quisiéramos
ensayar un posible verdadero segundo sentido equivalencial introducido por el momento
Ni Una Menos en el espacio social y político del patriarcado, este podría ser algo así:
“no somos machos violentos”.
Ahora bien, para el sentido común patriarcal que los términos “macho” y
“violento” sean utilizados con connotaciones negativas es una novedad radical. Esto es
porque en este espacio social y político históricamente se ha resaltado el ser macho
como un valor positivo y la violencia como un modo válido de demostrar que se posee
ese valor. Para este discurso que “macho” y “violento” sean valores negativos es algo
que se ubica en los límites de su comprensión, en los límites de su sentido primero. Es
en este sentido que Laclau y Mouffe dicen que el antagonismo se ubica en los límites de
lo social. La irrupción equivalencial del antagonismo del Ni Una Menos muestra los
límites del sentido primero de la lógica diferencial del espacio social y político del
patriarcado.
Antes de terminar este capítulo digamos algo sobre la relación entre el orden
social dado y la interrupción del mismo por la irrupción imprevista de su incompletitud
estructural. En términos de Ranciére, relación entre la policía y la política. En términos
de Laclau y Mouffe, relación entre un espacio social y político y un antagonismo en ese
espacio. Veamos algunas citas de Ranciére y algunas de Lalclau y Mouffe en donde se
expone esta relación.
Dice Ranciére:
«… si la política pone en acción una lógica completamente heterogénea a la de
la policía, siempre está anudada a ésta. La razón es simple. La política no tiene objetos o
cuestiones que le sean propios. Su único principio, la igualdad, no le es propio y en sí
mismo no tiene nada de político. Todo lo que aquélla hace es darle una actualidad en la
forma de casos, inscribir, en la forma del litigio, la verificación de la igualdad en el
corazón del orden policial. Lo que constituye el carácter político de una acción no es su
objeto o el lugar donde se ejerce sino únicamente su forma, la que inscribe la
verificación de la igualdad en la institución de un litigio, de una comunidad que sólo
existe por la división. La política se topa en todos lados con la policía. No obstante, es
preciso pensar este encuentro como encuentro de los heterogéneos…» (Ranciere J.,
1996, p. 47)
«La política actúa sobre la policía. Lo hace en lugares y con palabras que les
son comunes, aun cuando dé una nueva representación a esos lugares y cambie el
estatuto de esas palabras…» (Ranciere J., 1996, p. 49)