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Hace muchísimos años, en un reino que quizá ya no exista, había un rey que se consideraba a
sí mismo un hombre muy inteligente.
Un día decidió que aunque era listo y estaba bien capacitado para gobernar, sería bueno tener
al lado a alguien de confianza para que le ayudara a llevar a cabo las tareas más importantes
del país
El rey frunció el ceño, se levantó de su real asiento y señalándolo con el dedo índice le
preguntó:
– ¡Oye, tú, murciélago! ¡Esta es una reunión de aves! ¿Se puede saber qué demonios estás
haciendo aquí?
Tantas aves juntas montaban mucho jaleo, así que el soberano tuvo que poner orden.
– Señor, nadie me ha invitado a venir, pero me considero ave y por tanto tengo derecho a
asistir a esta asamblea.
El pequeño murciélago se impulsó y comenzó a volar. La luz de los candelabros colgados en los
muros de palacio le cegaba un poco y no se orientaba igual de bien que en la oscuridad total
de la noche; a pesar de ello, voló con maestría y agilidad. Subió muy alto batiendo las alas y
recorrió el techo del salón a gran velocidad, sin chocarse ni una sola vez contra los ventanales.
– ¡Vaya, veo que tenías razón! Te permito que te quedes con nosotros y participes en la
reunión junto al resto de pájaros.
– Querida, convoqué a las aves y fue un fracaso ¿Qué te parece si pruebo con los
cuadrúpedos? ¡Quizá entre ellos esté mi futuro consejero!
– Es muy buena idea, amor mío. Los animales de cuatro patas suelen muy inteligentes y
capaces de superar grandes obstáculos; además, en este reino vas a encontrar un montón de
candidatos locos por conseguir el puesto.
Apoyado por su esposa celebró otra asamblea. Mandó llamar a todos los cuadrúpedos que
vivían en sus extensos dominios y los agrupó en el salón del trono.
Acudieron perros, leones, jirafas, gacelas, cerdos, leopardos y un sinfín de animales más. Eran
tantos y muchos tan grandes, que tuvieron que apretujarse unos contra otros para caber bien
y poder escuchar lo que el rey tenía que comunicarles.
– ¡Silencio, señores! ¡Si -len- cio! Les he reunido aquí porque necesi…
¡El rey se calló de repente! A lo lejos, entre un tigre de bengala y una cabra montesa, vio al
pequeño murciélago que escuchaba muy atento. Asombrado, se levantó y le apuntó otra vez
con su largo dedo índice. Todos los presentes volvieron sus cabezas hacia el animalillo
mientras una voz profunda retumbaba en el aire.
– ¡¿Pero tú qué te has creído?! ¿Acaso me estás tomando el pelo? Me dijiste que eras un ave y
te permití estar en la reunión de aves, pero ahora estamos en una asamblea de cuadrúpedos y
esta vez no pintas nada de nada aquí.
– Señor, sé que no camino a cuatro patas como mis compañeros, pero al igual que muchos de
ellos, tengo dos colmillos ¡Creo que eso me da derecho a participar!
Al rey le sorprendió la astuta respuesta del murciélago y estalló en carcajadas. En ese mismo
momento decidió que no iba a encontrar ni un solo animal más listo que él.
– ¡Ja ja ja! ¡Ay, qué risa! Desde luego eres un sabiondo y tienes respuesta para todo ¡Anda,
acércate a mi lado!
El murciélago se dio prisa por llegar hasta él y se colocó a sus pies mirando a las decenas de
cuadrúpedos que abarrotaban la sala. El rey, muy solemne, levantó las manos y aseguró:
– ¡Doy por terminada la búsqueda de consejero real! A partir de ahora, este ser pequeño pero
espabilado como ninguno, va a ser mi amigo y ayudante más fiel.
– Te confiaré mis más íntimos secretos y las misiones más importantes del estado ¡Espero que
no me falles!
Y entre aplausos y hurras del emocionado público, dobló un ala sobre su pecho, hizo una
reverencia muy pomposa y le juró fidelidad eterna.