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Alumno: David Muñoz Sánchez.

05/02/21.
Matricula: 2193045584
Grupo: HDD05
La dimensión internacional de la economía mexicana.
En México, las dificultades de balanza de pagos y en las finanzas públicas
empezaron en 1926, y se vieron abruptamente agravadas por el impacto de la
Gran Depresión en la economía de Estados Unidos a partir de 1929. La depresión
se manifestó mediante una fuerte caída en el volumen de exportaciones (40%
entre 1929 y 1932) y en los términos de intercambio (reducción de 22%) (Gráficas
19.1 y 19.2). La caída en el poder de compra de las exportaciones fue la segunda
más severa (después de la de Chile) entre 15 países latinoamericanos con
información disponible.
La fuerte reducción de las exportaciones se transmitió al resto de la economía, no
tanto mediante su impacto directo en la demanda agregada (dada la escasez de
eslabonamientos internos del sector exportador), como por sus efectos en la
cantidad de dinero en circulación y en las finanzas públicas. En efecto, el déficit
comercial generado por la reducción de los ingresos de exportación desencadenó
una salida de plata y principalmente de oro que trajo consigo una contracción de la
oferta monetaria de 60% entre 1929 y 1931, mucho mayor que la ocurrida en
Estados Unidos (27%) y, de hecho, la contracción más severa en un grupo de 12
países latino americanos. Además, el colapso del sector externo redujo 34% los
ingresos gubernamentales entre 1929 y 1932 en la medida en que 50% de los
ingresos fiscales tenían su origen en el comercio exterior, a pesar de los esfuerzos
por aumentar la tributación. Sin acceso al crédito externo (México estaba en
moratoria desde la Revolución) o al crédito doméstico (dada la desconfianza del
público en el papel moneda), el gobierno, en una primera etapa, adoptó una
política de reducción de sus gastos (23% entre 1929 y 1932).
La conducción de la política macroeconómica dio un giro con la devaluación en
marzo de 1932 y la conversión de los superávits fiscales en déficits fiscales a partir
de 1933. Con la adopción de políticas anticíclicas y la extraordinaria recuperación
de los precios internacionales de la plata y el petróleo, la economía reinició su
crecimiento en 1933, y de 1932 a 1940 el PIB creció a una tasa anual de 5.6 por
ciento. La primera oleada de inversiones desde el Porfiriato comenzó en la
industria manufacturera y se concentró en nuevas actividades textiles, elevando
rápidamente la participación de las manufacturas en el PIB.
De 1940 a 1945 el PIB creció a una tasa sin precedente de 6% al año y el PIB per
cápita a una tasa de 3.2%. La industria manufacturera fue el motor de crecimiento,
con una tasa promedio de expansión de 10.2%. Contrariamente a lo que con

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frecuencia se ha afirmado, fue la expansión de la demanda externa, y no la
sustitución de importaciones, la que constituyó el impulso más importante a la
actividad industrial.
A medida que la sustitución de importaciones en bienes de consumo no durable y
bienes intermedios ligeros se completaba a principios de los años sesenta, las
políticas comercial e industrial se enfocaron al desarrollo local de las industrias de
bienes de consumo durable, bienes intermedios pesados y bienes de capital. Para
ello, el régimen de protección recurrió de manera creciente a las licencias de
importación otorgadas esencialmente en función de la disponibilidad de sustitutos
domésticos cercanos y la protección arancelaria se volvió entonces menos
importante de lo que había sido anteriormente. Así, la protección industrial se
mantuvo, e incluso aumentó a medida que la participación de las importaciones
sujetas a licencias en la importación total subió de 18% en 1956 a 68% en 1970.
Este instrumento se combinó con otras políticas para promover la integración
industrial, incluyendo el establecimiento de requisitos de contenido local en la
industria automotriz (1962), la publicación anual de listas de productos industriales
con potencial para la sustitución de importaciones, y “programas de fabricación”
que comprendían incentivos fiscales y licencias de importación específicos a un
sector o empresa.
La estructura de la protección era tal que los niveles de protección aumentaban
significativamente con el grado de manufactura, sobre todo entre los bienes de
consumo durable, y lo hicieron así cada vez más tanto entre el sector
manufacturero y los sectores primarios como en el sector industrial mismo, donde
la posición relativa de los bienes de consumo no durable empeoró y la de los
bienes de consumo durable mejoró. El principal sesgo contra las actividades
primarias no lo sufrió la agricultura debido a la influencia opuesta de los subsidios
a los insumos y precios de garantía en cultivos básicos, excepto desde mediados
de los sesenta a mediados de los setenta, cuando la protección efectiva pasó de
positiva a negativa en este sector y aparentemente contribuyó a la desaceleración
de su crecimiento. Más bien, fueron la minería y el petróleo los sectores que
subsidiaron fuertemente al resto de la economía mediante, en especial, bajos
precios de la energía.
Las tasas de protección de México fueron relativamente moderadas cuando se les
compara con las de muchos países latinoamericanos y con las de otras
economías en desarrollo incluyendo algunas en el este de Asia. Esta característica
ha sido atribuida al hecho de que, a pesar del amplio uso de restricciones
cuantitativas, se ejerció un cierto grado de disciplina doméstica de precios por la
amenaza del contrabando y de la competencia potencial dada la larga frontera con
la economía estadounidense, así como por el papel de los controles de precios en
el sector manufacturero.

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Una segunda razón tiene que ver con el tamaño relativamente grande del mercado
interno. México era el segundo país más poblado de América Latina, que en 1970
tenía una población similar a la de Italia y mayor que la de los demás países de
Europa del sur o que la de los países de reciente industrialización del este de Asia.
A pesar del bajo nivel de ingreso per cápita y de su desigual distribución, el
tamaño del mercado interno fue suficiente para que sectores industriales con altos
costos fijos asociados con su intensidad de capital y, como resultado, fuertes
economías de escala, pudieran establecerse. También atrajo la inversión
extranjera necesaria para desarrollar estas industrias intensivas en capital y
tecnología.
La explotación de los recién descubiertos recursos petroleros en el sur de México
y su venta en el mercado internacional habrían de traer una rápida y fuerte
recuperación. En efecto, de 1978 a 1981 el crecimiento económico se recuperó
fuertemente, llevando a un periodo de expansión a tasas muy por encima de la
norma histórica. Impulsado por la producción de petróleo, con un crecimiento
anual de 19% y las exportaciones del mismo cuyo crecimiento anual fue de 53%,
el PIB aumentó aproximadamente 9% al año, y el ingreso nacional real que se
benefició del vuelco favorable de los términos de intercambio a raíz del aumento
del precio del petróleo en 1979-1980 creció incluso a una tasa mayor. El patrón de
crecimiento presentó algunos síntomas de “enfermedad holandesa” que tuvieron
su papel en la creciente vulnerabilidad y fragilidad financiera de la economía. En
efecto, aunque la inversión fue muy dinámica, su estructura sectorial estuvo
fuertemente sesgada a favor de la industria petrolera y de los sectores de
comercio y servicios.
Un logro importante de la transformación económica de México es el auge de las
exportaciones, sobre todo las no petroleras y el renovado acceso al flujo de capital
externo, incluyendo la inversión directa. Desde el principio de la década de 1980 la
expansión de las exportaciones mexicanas fue notable, y con el TLCAN se ha
acelerado más. En efecto, como se muestra en el cuadro 19.3, durante 1993-2006
las exportaciones crecieron a una tasa media de 11%, que, si bien inferior a la de
China, se coloca entre las más altas del mundo, superando a las de otras
economías de América Latina y del este de Asia. Otra muestra de su dinamismo
es que, mientras que en 1994 las exportaciones representaron apenas 16% del
PIB de México, hoy alcanzan una proporción superior a 33%. Al respecto, dado
que el alza de las importaciones fue todavía más aguda, la suma de las
importaciones y las exportaciones medida como proporción del PIB se elevó cerca
de 35 puntos porcentuales, ubicándose en un promedio de 63% para 1993-2006
frente a 27% durante el periodo 1982-1993.
En síntesis, en cerca de dos décadas, el auge exportador basado en las
manufacturas cambió por completo la inserción de México en el comercio mundial.
De hecho, mientras que tradicionalmente sus principales exportaciones eran
productos primarios (camarón, café, algodón y tomates), a comienzos de los años

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ochenta México era una economía fundamentalmente exportadora de petróleo. Sin
embargo, antes de que terminara dicha década, la manufactura proporcionaba
más de 50% de las exportaciones totales de México. Hoy en día su participación
excede 85%. No está demás señalar que Pemex continúa siendo uno de los
primeros 10 exportadores de crudo en el mundo, y vende al exterior cerca de la
mitad del petróleo que produce, fundamentalmente a Estados Unidos.

Bibliografía:
19. “La dimensión internacional de la economía mexicana”
Juan Carlos Moreno-Brid Comisión Económica para América Latina y el Caribe
https://hecomexii.files.wordpress.com/2013/08/19-la-dimensic3b3n-internacional-
de-la-economc3ada-mexicana.pdf

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