Está en la página 1de 7

 

El Nacimiento: ¿Cómo comienza todo?

El nacimiento: ¿Cómo comienza todo?

Excepto para la gente que habita el mundo fantasioso de los cuentos de hadas
y de ciencia ficción, el único modo de entrar en la familia humana es a través
del nacimiento. Debido a que el nacimiento es el método que Dios ha ordenado
para transmitir la vida humana de generación en generación, todo aquél que
conoces tiene un día en el que cumpleaños todos los años.

Lo que resulta cierto en lo físico también lo es en lo espiritual: el único modo de


adquirir la vida de Dios y entrar en la familia de Dios es a través del nacimiento.
Jesús dijo, “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:5).

En la medida en que avancemos en la aventura que nos conducirá a una mejor


comprensión de lo que significa ser hijo de Dios, exploraremos el significado de
esta conocida y, por demás, profunda metáfora del nacimiento espiritual.

NUESTROS PADRES

A semejanza del nacimiento físico, el nacimiento espiritual involucra a dos


padres, y éstos son el Espíritu de Dios y la Palabra de Dios.

Jesús dijo, “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” (Juan 3:5). Cuando creemos en
el evangelio, nos arrepentimos de nuestros pecados y confiamos en Jesucristo,
nacemos inmediatamente y recibimos vida eterna: “El que cree en el Hijo tiene
vida eterna” (Juan 3:36). Primera de Juan agrega que “este es el testimonio:
que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al
Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11-
12). El Espíritu Santo de Dios da vida porque Él es “el Espíritu de vida en Cristo
Jesús” (Romanos 8:2).

El segundo padre espiritual es la Palabra de Dios: “Habiendo sido renacidos,


no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive
y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23); “Él de su voluntad, nos hizo nacer
por la palabra de verdad” (Santiago 1:18). El Espíritu de Dios usa la Palabra de
Dios para transmitir la vida de Dios al creyente pecador que se convierte a
Cristo para salvación.

Jesús prometió que “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida
eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de vida a muerte” (Juan
5:24). La Palabra de Dios puede impartir vida porque tiene vida. Ésta es “la
palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23), y “la
palabra de Dios que es viva y eficaz” (Hebreos 4::12). Poner nuestra fe en la
Palabra de Dios es como enchufarnos en un generador eléctrico. A través del
ministerio del Espíritu Santo, la Palabra de Dios descarga el poder que nos
resucita de la muerte espiritual y nos ubica en la familia de Dios.

Sin importar lo que podamos profesar en materia de nuestra “religión”, si no


poseemos la vida de Dios adentro, nunca hemos de nacer de Dios. Cuando
Arturo era un adolescente, la mayoría de la gente en la iglesia a la que asistía
pensaba que era creyente en Cristo. Siendo confirmado en la iglesia, era leal
en su asistencia y vivía una vida respetable; pero no tenía la vida de Dios
dentro de su corazón. No fue sino hasta un poco antes de la fecha en que
cumplió 19 años que respondió al evangelio y se convirtió en hijo de Dios, y
entonces pudo decir honestamente, “¡Estoy espiritualmente vivo!”.

NUESTRAS VIDAS

Nacimiento implica dos padres, y estos padres imparten vida. Ser creyente en
Cristo no significa simplemente estar de acuerdo intelectualmente con la
doctrina cristiana o participar entusiasmadamente en actividades cristianas. Ser
creyente en Cristo significa poseer la vida de Cristo adentro, ser capaz de decir
vigorosamente, “Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20).

El evangelista y profesor escocés Henry Drummond solía ilustrar esta verdad al


recordar a sus estudiantes universitarios que tenían que distinguir cinco reinos
en este mundo. El menor de éstos, el reino mineral, no posee vida en modo
alguno. El reino vegetal, el reino animal y el reino humano tienen vida; y el
mayor de todos los reinos—el reino de Dios—es la fuente de toda vida. La tesis
que a Drummond le gustaba subrayar es que ningún reino inferior puede
interferir la vida del reino inmediato superior pero que cada reino superior
puede bajar y elevar a los otros reinos.

Los minerales no pueden transformarse a sí mismos en plantas, pero las


plantas pueden afectar al reino mineral y transformar mineral en vegetal. Los
animales comen plantas y transforman vegetales en animales, y los humanos
comen carne animal y la transforman en carne humana. Mediante la salvación,
Dios baja al reino humano y eleva a Su divino reino a los pecadores que creen
en Él.

Esto fue lo que Jesús hizo cuando vino a la tierra y murió en la cruz: “Nadie
subió al cielo, sino él que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en
el cielo” (Juan 3:13); “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en
que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan
4:9).

Muchos tienen la noción de que pueden “elevarse a sí mismos” a la familia de


Dios mediante devotas prácticas religiosas y buenas obras antes de que
puedan entrar al reino de Dios; pero esta idea es incorrecta. La verdad es que
“nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por
su misericordia” (Tito 3:5). Los pecadores no pueden trabajar más en su
camino hacia la familia de Dios que lo que los robots pueden trabajar en su
camino hacia la familia humana.

El apóstol escribe treinta y seis veces acerca de la vida en el Evangelio de


Juan; la vida es el tema central de este libro. Al profundizar en este tema, el
propósito de Juan era que pudiéramos creer “que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31). Cuando
confiamos en Jesucristo, no estamos más en tinieblas porque Él es la luz de la
vida (Juan 8:12). No estamos mas hambrientos ni sedientos internamente
porque Jesús nos satisface con el agua de vida (Juan 4:13-14) y nos nutre con
el pan de vida (Juan 6:48-51). De hecho, Él es la vida (Juan 14:6).

NUESTRA NATURALEZA

Nacimiento implica dos padres que nos imparten vida, y este acto de dar vida
por el nacer determina nuestra naturaleza. Aquéllos que han nacido de nuevo
son participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que
hay en el mundo a causa de la concupiscencia (1 Pedro 1:4). Por cuanto los
humanos eventualmente morimos y nuestros cuerpos se transforman en polvo,
la primera vez nacimos de “simiente corruptible” (1 Pedro 1:23). Mas los
auténticos creyentes en Cristo son personas que han renacido de simiente
incorruptible (1 Pedro 1:23); poseen la naturaleza de Dios y han de ser hijos de
Dios para siempre.

Juan y María González tienen cuatro hijos que tienen una estructura genética
que proviene de ellos. Si los conocieras, estarías de acuerdo que estos
muchachos pertenecen a la familia González. Sus dos yernos y dos nueras
también son de la familia González pero no tienen la misma naturaleza que sus
consortes. Las nueras adoptaron el apellido González, pero ellas no tienen la
misma naturaleza de los González. Los yernos les llaman “Mamá y “Papá”
aunque Juan y María no les dieron vida. Si estas ocho personas se alinearan,
probablemente no tendrías dificultad alguna al separar los hijos naturales de los
adoptados por la vía afectiva; simplemente, porque, para bien o mal, los hijos
naturales tienen la naturaleza González.

Juan tiene una perra trampera que debe creerse gata. Siempre que la
acaricias, se acuesta y se pone a chillar tanto como es posible para un perro.
Pero su “maullido” no nos engaña: ella nació perra y tiene la naturaleza de una
perra. Los gatos actúan como gatos porque tienen naturaleza gatuna; los
perros actúan como perros tienen naturaleza perruna; y los creyentes en Cristo
actuamos como tales porque tenemos la naturaleza divina de Dios adentro.
Seamos más específicos acerca de lo que significa tener la naturaleza divina
internamente.

En principio, la naturaleza determina el apetito. Aunque observen a los pájaros


ávidamente, los gatos nunca invaden el comedero de los pájaros; pero las
ardillas sí. ¿Por qué? Porque está en la naturaleza de las ardillas comer
nueces y semillas. Los zorros cazan conejos, los osos pescan salmones, los
leones persiguen a los antílopes y las jirafas comen las espinosas hojas de las
acacias que crecen en los llanos africanos (¡Es impresionante que las espinas
no las maten!). Ahora bien, si profesamos ser hijos de Dios, con la naturaleza
divina dentro de nosotros, ¿no sería de esperarse que tuviéramos apetito por
las cosas de Dios?

La naturaleza no sólo determina el apetito sino también determina el ambiente.


Está en la naturaleza de los peces vivir en el agua y en la de los pájaros volar
en el aire. Las cabras, por lo general, prefieren las montañas altas, mientras
que los calamares y las anémonas prefieren vivir en las profundidades del
océano. Los cerdos disfrutan el cieno mientras las ovejas prefieren el pasto
verde. La gente que no tiene salvación vive “siguiendo la corriente de este
mundo” (Efesios 2:2) y disfrutan esto, pero los hijos de Dios buscan “guardarse
sin mancha del mundo”. La gente perdida “ama más las tinieblas que la luz”
(Juan 3:19) pero los hijos de Dios escogen andar en la luz (1 Juan 1:7) porque
“Dios es luz” (1 Juan 1:5).

La naturaleza determina nuestras asociaciones. Las cebras no tienen amistad


con los leones ni los petirrojos con los gatos. Los leones se congregan en
grupo con otros leones, las ovejas en manadas, el ganado en rebaños y los
creyentes en Cristo en el compañerismo de otros creyentes en Cristo. Esto no
significa aislarnos del mundo perdido porque los creyentes en Cristo tenemos
importantes ministerios en ese mundo, como “la sal de la tierra” y “la luz del
mundo” (Mateo 5:13-16). Sin embargo, está en la naturaleza del pueblo de Dios
reunirse para brindarse compañerismo y mutuo estímulo. Leemos sobre la
iglesia primigenia que: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían
en común todas las cosas” (Hechos 2:44

Naturaleza determina peligro. El agua no es peligrosa para los peces pero


puede ahogar a la gente. Un basurero es casi inofensivo para una rata pero
pudiera infectar a un niño y enfermarlo. Los gérmenes que pueden postrar a un
fornido jugador de fútbol no representan problema alguno para un pequeño
roedor. Debido a que los auténticos creyentes en Cristo poseen la naturaleza
divina dentro de sí, están sujetos a peligros y enemigos contra los que tienen
que pelear.

Un viejo tratado conocido como “Otros pueden, tú no” puede ser de gran
ayuda. Su mensaje es simple: No te dejes guiar por lo que otros hacen; más
bien, busca la voluntad de Dios para tu vida y dirección. Lo que es seguro para
otros puede ser nocivo para ti, entonces está alerta; y no uses el
comportamiento de los otros como excusa para pecar.

Pudiéramos continuar el estudio de lo que significa poseer la naturaleza divina;


sin embargo, agregaremos sólo una idea más: La naturaleza determina las
habilidades. Por cuanto nacimos con naturaleza humana, no podemos imitar a
la ballena y vivir debajo del agua sin aire por un largo tiempo ni podemos correr
a cien kilómetros por hora como un leopardo. No podemos tener la visión
telescópica de un águila o el radar del murciélago o la brújula interna de la
paloma mensajera.

No obstante, el creyente en Cristo tiene la naturaleza de Dios adentro, todo lo


que Él es y lo que Él puede hacer está disponible para el auténtico creyente en
Cristo. Hay pasajes a lo largo de la Biblia que refuerzan este concepto: “Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13); “Todas las cosas que
pertenecen a la vida y la piedad nos han sido dadas por su divino poder” (2
Pedro 1:3). Esto no nos hace pequeños dioses, por supuesto, porque sólo Dios
es Dios, pero nos hace, hijos de Dios, equipados para enfrentar la vida con sus
retos y tener éxito en ésta para la gloria de Dios.

NUESTRO PARTO
Nacimiento implica esfuerzo. Los profesionales de la obstetricia
constantemente son llamados para que traigan niños al mundo. Sea que el
nacimiento ocurra en el hogar o en una sala de partos de algún moderno
hospital, el parto implica dolor y esfuerzo para la madre. Para que naciéramos
en la familia de Dios, Jesucristo tuvo que sufrir y morir en la cruz: “Él verá el
fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11).

De igual manera, también hay esfuerzo de parte del pueblo de Dios cuando ora
para que los pecadores perdidos se salven: “Pues en cuanto Sion estuvo de
parto, dio a luz sus hijos” (Isaías 66:8). Comentando este versículo, el
predicador británico Charles Haddon Spurgeon indicó, “La iglesia debe dar a
luz hijos de Dios o morir de consunción; no tiene ninguna otra alternativa. Una
iglesia debe ser fructífera o se pudre. De todo lo que pueda existir, una iglesia
putrefacta es la cosa más ofensiva”.

Aunque no le hablara al respecto sino hasta unos años después, durante el


período en que Jacobo asistió a las clases de confirmación, el pastor supo que
éste realmente no había nacido de nuevo. Cada semana después de que la
clase terminaba, el pastor se postraba en el suelo de su estudio y oraba por él
con lagrimas en sus ojos. Este esfuerzo, eventualmente apoyaría la conversión
de a Cristo y su posterior llamado a ministrar.

NUESTRO FUTURO
Nacimiento implica futuro. Probablemente nunca veremos un policía en la sala
de partos aguardando para arrestar a un recién nacido; los bebés no tienen
responsabilidad sobre el pasado (Romanos 9:11). ¡Todo lo que tiene el bebé es
futuro! Nuestro amoroso Padre celestial “nos hizo renacer una esperanza viva,
por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pedro 1:3). ¡Tenemos
esperanza de vida porque tenemos un Salvador vivo!

Los creyentes en Cristo somos personas que vivimos en el futuro. Nuestros


pecados han sido perdonados, de manera que nuestro pasado no nos persiga
más; y Dios dice sobre nosotros que, “nunca más me acordaré de sus pecados
y transgresiones” (Hebreos 10:17). Sin importar cuán duro pueda ser el día o
cuán deprimentes sean las noticias que pudiéramos recibir, los hijos de Dios
tenemos un futuro brillante en la medida en que caminemos con Cristo,
obedezcamos Su voluntad y esperemos por Su venida. Esta promesa tenemos:
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros dice Jehová,
pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías
29:11).

Más adelante hablaremos sobre cómo la bendita esperanza de ver a Cristo y


de estar con Él en el cielo para siempre tiene el gran poder de otorgarnos
victoria sobre el pecado. Para los creyentes en Cristo, el cielo no es un simple
destino; es una motivación.

NUESTRO NACIMIENTO ES DEFINITIVO

Una última idea, por ahora, sobre el tema del nacimiento espiritual: El
nacimiento es definitivo. Ciertamente que sería bien raro que los bebés
nacieran con partes faltantes y que los padres tuvieran que regresar al hospital
periódicamente para que sus cuerpos se completasen. Sin embargo, el bebé
nace con todo lo que necesita para crecer y convertirse en adulto. Muchos de
los que tienen hijos quizás todavía puedan recordar el momento en que vieron
su primer hijo justo después de que naciera. Se veía tan pequeño y frágil—
“¡deberías verlo hoy!”, parecieras decirme. Dentro del cuerpo del bebé está
todo lo que necesita para convertirse en un adulto maduro. ¡Todo lo que
necesita es crecer!

Al ser concebido, recibimos la estructura genética que determinaría las


características y habilidades que habíamos de llevar a lo largo de nuestras
vidas. Seguramente a muchos de nosotros, de los que fuimos a la escuela
durante nuestros años mozos, nos turbó el hecho de no poseer la habilidad
atlética y las destrezas manuales que otros estudiantes tenían; y nos
preguntábamos por qué Dios nos castigaba así. Sin embargo, una vez que
descubrimos que Dios nos había dado otras destrezas y habilidades que Él, en
su voluntad, quiso que desarrollásemos y usásemos para Su obra, dejó de
importarnos si otros fueron más hábiles que nosotros a la hora de patear o
lanzar pelotas.

Los hijos de Dios nacemos en Su familia con todo lo que necesitamos para
convertirnos en creyentes maduros en Cristo que puedan servir a Dios y
glorificarle.

“Vosotros estáis completos en Él” (Colosenses 2:10) simplemente significa que


“todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad” (2 Pedro 1:3) se hicieron
nuestras en el instante que entramos en la familia de Dios a través de la fe en
Jesucristo. Nuestro nacimiento espiritual es definitivo, y nada más tenemos que
buscar para completar nuestra integridad en Cristo. Sólo necesitamos
apropiarnos de lo qué ya tenemos y “crecer en la gracia y el conocimiento de
nuestro Señor” (2 Pedro 3:18).

El día que aprendamos esta verdad, podría ser el más feliz de nuestras vidas.
El nuevo creyente, apasionadamente, quiere más y más de lo que Dios tiene
para él, y ciertamente que no hay nada malo en estos deseos de santidad. Lo
que está malo es el modo en que trata de satisfacer sus anhelos. En lugar de
permitir que un creyente experimentado le instruya, lee todo libro que se cruza
en su camino sobre “la vida profunda”, “la vida victoriosa” y “la plenitud del
Espíritu”; e investiga ese “algo extra” que necesita que le permita saltar por
encima de la infancia espiritual a la gloriosa madurez. En realidad, lo que
quiere es una teología de “pronto arreglo” que le convierta de la noche a la
mañana en el Dr. Santo Exitoso.

Bueno, afortunadamente, el auténtico creyente en Cristo llega a desechar tales


teologías. No obstante, éstas existen y puede creer en ellas si quiere; pero, al
final, encontrará que estas fulanas teologías, simplemente, no funcionan. De la
misma manera que un niño nace completo y tiene que crecer, así también el
creyente nace completo en Cristo y debe madurar en Él; y la madurez lleva su
tiempo.
Todos los creyentes en Cristo somos diferentes en nuestros dones espirituales
y habilidades personales, intereses y personalidades; pero sabemos que la
meta de Dios para cada uno de nosotros es la misma: “Para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29).
 
En cada aspecto del carácter y de la conducta, el Padre quiere que lleguemos
a ser como Jesucristo. Eso es todo lo que el nacimiento indica. El nacimiento
es sólo el comienzo, la crisis; conformarnos a Su imagen es el proceso; ser
como Cristo es la meta.

Cuando Juan y Luisa eran jóvenes, el hermano Méndez, encargado de la


escuela dominical, con frecuencia abría la asamblea general pidiéndoles que
cantaran dos o tres himnos de un viejo himnario, “Más sobre Jesús quisiera yo”
o “Quisiera ser como Jesús”. En aquel entonces no habían oído o cantado esos
himnos muchas veces, pero ahora saben por qué aquel hermano escogió tales
himnos: Éstos resumían lo que la escuela dominical trataba. Estaban allí para
aprender más sobre Jesús de modo que se hicieran más como Él, “conforme a
la imagen de Su Hijo”.

Empero, antes de que pudieran dedicarse al proceso de hacerse más como


Cristo, debían estar seguros de que verdaderamente eran hijos de Dios.
Debían tomar en cuenta esta admonición: “Examinaos a vosotros mismos si
estáis en la fe” (2 Corintios 13:5).

Honestamente, debemos descubrir nuestros corazones ante Dios para ver si


llevamos las llevamos las marcas de nacimiento de los verdaderos creyentes
en Cristo. Acerca de esto, precisamente, trataremos en una próxima entrega. 

CARLOS RIVERA (Sacerdote).


 
 
!Tenga a bien el Senor bendecirles con gran abundancia!
 
____________________
"Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida
eterna; y no pereceran jamas, ni nadie las arrebatara de mi mano".   Juan
10:26-28
 
 
"Y ahora que el Senor te bendiga y te guarde, haga Dios  resplandecer su
rostro sobre ti; tenga de ti misericordia y ponga en ti paz".  Amen.
 
 
Fil 4:8:..todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo
puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud
alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. 

También podría gustarte