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LAS AGUADORAS

Andrés González Novoa, 2017

DRAMATIS PERSONAE

Calima (Madre Calamidad)


Zaina (Aguadora)
Sakif (Aguador)
Badra (Aguadora)
Rasul (Hakawati)

INTRODUCCIÓN
En un mercado de algún pueblo del África árabe arriban dos aguadoras y su fiel hermano Sakif, un perezoso
de buen corazón y amante del silencio, asegura escuchar al desierto contar historias increíbles, también
confiesa que lo ha escuchado llorar. Ellas visten túnicas «saidi» coloridas y calzan floreadas babuchas, se
cubre el cabello con «shailas» y cargan jarras sobre sus cabezas. Sakif carga pesados cubos de agua con
cazuelitas de cobre para repartir el agua entre la clientela. En un mundo donde el agua vale más que el oro,
las palabras del pasado evocan los tiempos en los que las comunidades recordaban, de ancianos a jóvenes, el
valor de la vida y su profunda dependencia con el líquido transparente que la originó. El agua será también
la senda y el muro de los sueños y de las pesadillas; será fuente de esperanza y de profundas lágrimas. Dos
viajeros y una anciana mostrarán sus cicatrices, como tres faros iluminarán las oscuras costas del océano de
fuego, guiando a las palabras por historias que tejen un tapiz de dolor y esperanza, entre espejismos con sed
de oasis.

(Las aguadoras Zaina y Badra, zalameras y alegres, coloridas flores con curvas de dunas, invitan a los
turistas a probar el agua del paraíso, el elixir que extraen del corazón del desierto, arrastran con ellas al
bueno y lacónico Sakif)

Zaina: ¡Agua!
Badra: (Bajando la jarra) Sakif, aquí.
Zaina: (Zigzagueando) Fresca y saludable. ¿Agua señor?
Badra: (Amenazando con la cazuelita) ¡Vamos gandul! No tiene sangre sino arena en las venas.
Sakif: (Arrastrando los cubos) Ya voy.
Zaina: ¿Agua señora? Fortalece los glúteos.
Badra: (Llenando la cazuelita) ¡Agua! Extraída del corazón del desierto.
Zaina: (Ofreciéndola a una niña) ¿Agua pequeño? Bebe y crecerás como una palmera.
Badra: ¿Agua caballero? Lluvia filtrada por la arena que enciende pasiones. Si la prueba no dormirá en toda
la noche. Y ella tampoco.
Zaina: ¿Agua Madame? Si la bebe agitada… le borra las arrugas de la cara.
Badra: (A Sakif) Más agua, gandul.
Sakif: (Apurado, cargando el cubo tras las dos mujeres) ¿Gandul? Me llamo Sakif.
Zaina: ¿Agua pequeña? Si la pruebas tendrás sueños dignos de una princesa.
Badra: (Entre un grupo de turistas) El agua que ofrezco la bebió el profeta y de su boca nacieron palabras
que inundaron el desierto… de esperanza.
Zaina: (A una pareja) Si la bebes antes de besar descubrirás el sabor de la pasión.
Badra: (Mostrándose) Mírenme, ni las dunas poseen estas curvas ni el sol resplandece como esta piel de miel.
Ni la leche de burra hidrata como el agua del desierto.
Zaina: No hagan como el primer cocodrilo. (Deja la cazuela en el cubo y acompaña la narración con el
cuerpo) Hermoso reptil dorado, envidia de todos los animales, abandonó su charca para exhibirse y bañarse
en elogios. El sol lo secó como un dátil maduro. No soportó las burlas y ahora se avergüenza de su vanidad
pasada. Cada vez que alguien lo encuentra sobre la arena, corre a esconderse en el agua.
Badra: ¿Quiere probar Gentleman? Previene la caída del pelo de abajo y de arriba.
Zaina: ¡Agua bendita! Te lava por fuera y por dentro los pecados quita.

(Mientras las aguadoras ofrecen y venden su agua y el pobre Sakif las sigue de un lado al otro con los
cubos, un misterioso hombre, ataviado con prendas del desierto, las observa desde una suave atalaya)

Rasul: Agua, por favor.


Badra: (Aproximándose al extranjero) Sakif, date prisa.
Sakif: (Arrastrándose) Estoy más cansado que un camello de las moscas.
Zaina: (Animándolo) Vamos hermanito, tenemos un cliente.
Badra: (Llenando la cazuelita del cubo que acaba de traer Sakif a los pies del extranjero) 2 dirhams.
Rasul: No tengo dinero.
Badra: Pues bebe aire.
Zaina: ¡Badra!
Badra: No tiene dinero.
Zaina: Pero tiene sed. Acuérdate de Madre.
Badra: (Pensando) Murió pobre.
Sakir: (Sentándose entre los cubos) No hables así de mamá. Ayudaba a todo el mundo.
Zaina: No tiene dinero. Pero algo tendrá para darnos a cambio.
Rasul: Palabras…
Badra: (Vaciando la cazuelita en el cubo) … eso no llena el estómago…
Rasul: … historias…
Badra: (Dándole la espalda, encontrándose con su hermano) … tampoco quitan la sed…
Rasul: … leyendas robadas al olvido…
Sakir: (Esquivando a su hermana) ¿Eres kakawati?
Rasul: En efecto. Portador de las memorias del desierto. Os cambio un cuento por agua.
Badra: ¡Y un pedo de camello!
Zaina: ¡Hermana!
Rasul: (Llenando la cazuelita se la ofrece al extranjero) Tomad, la hospitalidad del desierto obliga (mirando
hacia Badra) a dar agua al sediento.
Badra: Espero que sea una buena historia…
Zaina: (Acomodándose para escuchar)… contad.
Rasul: (Terminando de beber, se seca con la manga de su túnica y se prepara para narrar) El día que nació
el desierto el gran lago sintió un pinchazo de sed. Una sed diferente, profunda, insaciable. Era pequeña y no
quiso darle importancia. De sus inagotables aguas bebían los animales y los humanos, sumergían sus cuerpos
y bailaban dentro de él. Palmeras y toda clase de plantas nacían de sus orillas y las aves trinaban loas en su
honor. Sintió otro pinchazo más, tan insignificante como árido, no le dio importancia. Las comunidades de
hombres se reunían en torno a sus aguas para narrar historias donde aparecía como una princesa cuyos besos
inundaban el corazón de los hombres más poderosos. Las mujeres cantaban, lavaban y reflejaban su belleza
sobre su espejo líquido. Le susurraban sus secretos más íntimos, sus deseos inconfesables. Otro pinchazo y
la sed le arrugó la lengua. La lluvia tardo en calmarla pero sus cosquillas la desbordaron y extasiado, el gran
lago lamió toda la tierra que pudo, penetró en las casas y abrazó las montañas. Esta vez el pinchazo se sintió
como un seco puñal. Más profundo y áspero. (Se detiene y se refiere a las aguadoras) Y vuestra historia…
en vuestros ojos se esconde una historia… en vuestras lágrimas se ha secado un cuento…
Badra: (Sin dar crédito) ¡No vas a terminar la historia!
Zaina: (Tranquilizadora) ¿Se refiere a nosotras?
Badra: (Cargando su jarra) A mí no me toma el pelo. Ni dinero ni cuento. Piojoso del desierto.
Zaina: (Siguiéndola) Se refiere a nosotras.
Badra: (Ignorándola) ¡Agua! Fresco elixir, transparente, saludable… sin cuentos ni falsas esperanzas.
Sakir: (Cargando los cubos detrás de las hermanas, hacia el nuevo escenario) No me puede dejar con esta
intriga… (Contando con los dedos) Van cuatro pinchazos…
Rasul: (Elevando la voz) ¿Dónde están los hombres? ¿Los has enterrado en la arena del silencio?
Badra: (Se detiene, deja la jarra y accede a la tercera atalaya) ¿Los ves por algún lado?
Zaina: (A los pies de la Atalaya) ¡Badra! No le sigas el juego…
Rasul: El olvido es la única muerte.
Badra: (Retirándose la shaila) Nuestro silencio es vuestro miedo. Pero ya no tengo miedo sino rabia. Cuarenta
lunas llevamos inundando el desierto para traer a nuestros amados a casa pero el desierto es insaciable.
Zaina: (Subiéndose a la Atalaya) Hermana, no podemos, aquí no.
Badra: Las piedras no duelen más que la ausencia. Las piedras no hacen más daño que la soledad.
Sakir: (Dejando los cubos y estirando la espalda) No entiendo nada. ¿De que habláis?
Zaina: (Situándose al lado de su hermana) De la verdad, Sakir, de la verdad que escuchas cada noche
escondido tras la celosía del patio.
Sakir: (Sorprendido) ¿Lo sabéis?
Badra: (Sonriendo) No eres un gato, hermanito, más bien un elefante.
Zaina: Pero mereces saber la verdad, todos, ustedes también. Hace cuarenta lunas que todas las noches nos
reunimos en el patio interior. Pintamos nuestros cuerpos con henna, escribimos sobre nuestra piel sus
nombres.
Badra: Preparamos el té y lo servimos en las tazas que ellos antes besaban con sus labios. Nos descalzamos y
enterramos nuestros pies en la arena.
Zaina: Cansadas de tanto trabajar, de tanto esperar, de tanto llorar.
Badra: Cada una cuenta su historia. Historias que nunca habéis escuchado. Que tú, hakawati jamás has
narrado.
Zaina: Nuestras historias. Sin héroes con espadas mágicas ni armaduras de oro. Sin princesas que piden
auxilio desde torres de marfil.
Badra: Nuestras historias. Cuentos sobre mujeres que sufren, se sacrifican, resisten y hacen lo imposible por
que sus seres queridos lleguen a la última página del libro.
Zaina: Las aguadoras vertimos nuestras palabras para detener al desierto del olvido. Todas menos la abuela.
Badra: Ella es el silencio.
Zaina: Ella nos abandona todas las noches.
Badra: Desde hace cuarenta lunas.
Zaina: (Mirando a su hermano) Por eso no están, hermanito. Porque hace cuarenta lunas se marcharon.
Badra: Buscando fortuna. Hacia el desierto azul.
Zaina: Y el desierto azul se los bebió. A todos.
Badra: A nuestro padre, a tus tíos, al abuelo.
Zaina: Solo nos quedaste tú.
Sakir: ¿Y a dónde iban?
Rasul: (Bajando de su Atalaya, avanzando entre la gente) Hacia las islas afortunadas, las hespérides… Las
Islas Canarias. Hermosa y verde tierra, besada por la lluvia, coronada por un volcán vestido de árboles
mágicos. (Se sube a la atalaya junto a las aguadoras) No puedo traeros a los hombres pero si una historia
de aquel mágico lugar.
Badra: (Exasperada) A falta de dinero…
Zaina: (Sentándose al borde de la atalaya, acariciando el cabello de su hermano) Una historia que quite la
sed.
Sakir: (Con el índice en los labios) ¡Shhhhhh!
Nasim: Cuentan que en aquellas islas existió un árbol mágico. Tenía un grueso tronco, rugoso y retorcido, y
su copa parecía perderse entre la niebla. Las ramas eran copiosas, llenas de hojas lustrosas, verdes, brillantes.
Aquel árbol regalaba el agua a la Isla. Del frondoso follaje caían gotas constantemente. Enredada a él crecía
una zarza, de tal forma que se podría decir que formaban un mismo vegetal. Muchos dirían que eran
inseparables como esos seres que se aman y que no resisten vivir uno sin el otro. En aquel árbol residía el
poder del pueblo bimbache. Los conquistadores habían reducido a los isleños, que se agruparon e hicieron
fuertes en el centro de la isla. No podrían resistir sin agua mucho tiempo, pensaban los españoles. Ganaremos
fácilmente. Mas el tiempo pasaba y los rebeldes no se rendían. Nadie sabía el secreto del árbol. Los isleños lo
habían recubierto de zarzas y de ramas secas, para que los soldados no supieran dónde podían encontrar el
agua. Guarazoca era la hija del bimbache más poderoso de la isla. Quería encontrar el amor. Bella como los
atardeceres. Soñadora como las nubes que van en busca de lugares mágicos. Lo vio una tarde en la playa. Lo
reconoció nada más verlo, era igual al que había visto en sus sueños. Un día él se perdió en los bosques del
interior. Ella lo vio al lado de un acantilado. Se acercó y lo llevó hasta el camino que lo conduciría con los
suyos. Gonzalo, como se llamaba el capitán, volvió muchas veces al acantilado. Tenía la certeza de que un
día ella volvería. Guarazoca lo miraba desde lejos. Escondida entre los brezos. Un día no resistió y le salió al
encuentro. Aunque las lenguas no hablaban el mismo idioma, los ojos se juraron amor. Ella le enseñó las
palabras de los bimbaches. Él le prometió estar siempre a su lado. Se encontraban en los bosques de sabinas
retorcidas. Jugaban. Reían. Soñaban con ser felices el día en que hubiera paz en la isla de las nubes y el
viento. Nadie podía saber que se veían. Una tarde, mientras el sol se ponía en el horizonte, ella le contó el
secreto de los bimbaches. Le habló del árbol sagrado. El mágico Garoé que regalaba el agua a su pueblo. Unos
días después los castellanos llegaron al lugar sagrado. El bosque era inquietante, la niebla era densa. Los
soldados apenas podían ver. Cuando la brisa fue llevándose las nubes apareció ante los ojos atónitos de los
conquistadores un árbol. Los isleños bailaban a su alrededor y decían palabras invocando al dios. El pueblo
no perdonó a Guarazoca y fue ajusticiada frente al árbol. Lloró cuando oyó los gritos, los insultos. Su corazón
se partía en dos pedazos. Uno, lloraba por su pueblo. Otro, buscaba a su amor. Las gotas que caían de las
hojas, parecía que reflejaban la mirada triste de la hermosa princesa.
Badra: (Aplaudiendo) Eso si es una buena historia.
Zaina: Preciosa…
Sakir: (Sonándose los mocos)… y triste.
Calima: (Desde la cuarta atalaya) ¡Más sufrimiento! ¡Más dolor! ¡Más sed!
Rasul: (Descubriendo a la anciana que lo observa desde la cuarta atalaya) ¿Quién es?
Zaina: Un alma en pena. La llaman (bajando la voz) la madre calamidad. Lo perdió todo y se secó.
Rasul: Pobre mujer. Tiene en los ojos agua ensalitrada.
Badra: (Interrumpiendo) Es la madre de los Mukhtar
Zaina: (Invocando al profeta) Era hermosísima.
Badra: (Bebiendo un poco de agua y limpiándose con la manga de su saidi) Se enamoró del hombre
equivocado. Un griot negro…. Tocaba la Cora, narraba historias del sur y estaba muy bien dotado…
Zaina: (Ocupando la tercera atalaya) Luego conoció a un hakavati árabe… tocaba el laud, narraba leyendas
de oriente y estaba muy bien dotado…
Badra: (Dejándose ayudar por su hermana; sube a la tercera atalaya) Por su amor los dos hombres se retaron
a un duelo de palabras… en el desierto… sin agua…
Zaina: La Cora frente al Laud, como un duelo de espadas que bailaban por las escalas, se atacaban y se
defendían entre arpegios y melodías…
Badra: Las historias se sucedían bajo la casa del sol y de la luna hasta que sus voces se secaron… y sus manos
se arrugaron…
Zaina: Se los tragó el desierto y ella enloqueció. La echaron del pueblo y se perdió entre las dunas.
Badra: (Sentándose en el borde de la atalaya) Hasta que un día regresó… como un mal presagio…
Rasul: (Subiendo por un lateral de la atalaya) La historia no termina ahí…
Sakir: (Sorprendido) ¿No?
Rasul: Tuvo dos hijos, gemelos, sola, en el desierto. Los alimentó con leche de camello y los abandonó en el
zaguán de una mezquita. Crecieron altos como palmeras y hermosos como el agua. Aprendieron a leer en la
madrasa y luego en un colegio francés. Se llenaron de sueños y fueron a buscarlos más allá de esta tierra de
penurias y Europa se los tragó.
Calima: (Desde la cuarta Atalaya, negra y vieja como una aceituna) ¡Mentiras! No sabéis nada. (Todos se
vuelven hacia ella sorprendidos) Cuentos para niños. La verdad duele. La verdad sangra. La verdad es un
desierto. (Se van acercando) Era joven, tenía el corazón caliente. Nadie me advirtió del veneno del amor.
Cuando los encontré en el desierto me arranqué los cabellos de rabia. Juré que no volvería a amar hasta que
sentí la vida nadar en mi vientre. (Avanza lentamente por el escenario) ¡Agua! (Sakir llena una cazuelita y
se la da a Badra que se la acerca con prudencia. La anciana bebe lentamente y se limpia con la manga de
su negra túnica) Luché contra la sed hasta que la sed me venció. Sentada en medio de la nada esperé la
muerte cuando unos pastores se apiadaron. Me acogieron y me cuidaron hasta que nacieron mis pequeños.
Uno blanco como el marfil y el otro negro como el ébano. Abyad y Ñul. No quería que fuesen pastores y por
eso los llevé a la madrasa, para que mendigasen y aprendiesen a escuchar y pintar las palabras. Yo permanecí
entre las cabras, escuchando al desierto, esperándolos. Crecían hermosos y sabios, escuchaba sus historias
que humedecían mis ojos hasta que sus palabras buscaban más allá del horizonte. ¡Malditos mentirosos!
¡Lenguas venenosas del norte! Me robaron a mis pequeños con sus mentiras. Primero nos robaron el agua y
luego a nuestros hombres. Ellos son el verdadero desierto. (Vuelve a beber y a limpiarse con la manga) Abyad
marchó hacia el norte. Ñul hacia el oeste. Me dejaron dos besos como dos oasis en la frente. Recé por ellos
pero nadie me escuchó. Abyad se desangró en una telaraña de metal. Ñul terminó sin aire en un cementerio
de agua. ¡Les mintieron! ¡Nos engañan! Pero esto no acabará así. Soy Calima, la que vive entre los vencedores
para vengar a los vencidos. No soy el dolor pero duelo, no soy la muerte pero mato. Soy la voz del desierto
que avanza para sepultarlos. ¡Los maldigo con la arena! ¡Los condeno a la sed! (Se detiene y contempla al
auditorio) No sabéis nada. Solo cuentos para niños. (Se marcha entre la multitud lenta y silenciosamente)
Badra: Como una jaima.
Zaina: Menuda historia.
Sakir: (Comprobando los cubos) No queda agua.
Badra: (Poniéndose la jarra sobre la cabeza) Y ni un solo dimhar.
Zaina: (Seductora) ¿Tienes dónde dormir?
Rasul: (Ayudándola con la jarra) No.
Sakir: ¿Terminarás el cuento del desierto?
Badra: (Furiosa, abriendo la comitiva) Esta noche cenáis palabras…

(La aguadoras se marchan y se queda entre el público Sakif, arrastrando los cubos y Rasul, que entre el
público regala la última o la primera historia, quién sabe)
Rasul: En la sabana africana cayó una semilla desde una nube y de ella nació un árbol tan hermoso que hacía
sombra a todos árboles del mundo. Los habitantes de África estaban muy orgullosos de él. Los dioses lo
colmaron de alabanzas y le concedieron la virtud de vivir muchos años. Las personas estaban tan contentas
con sus dones y su belleza que lo llamaron "árbol botella", "árbol farmacia" o "pan de mono" pues su
forma no era como los troncos de otros árboles, sus frutos y savia curaban a hombres, mujeres o animales y
además alimentaba a los hambrientos. No había un árbol como aquel. Muchos comenzaron a llamarlo baobab
y decían que era el rey del continente. El baobad empezó a sentir vanidad por su tamaño y por sus
propiedades. Comenzó a crecer, crecer, crecer. Traspasó las nubes y perforó con sus ramas la delicada capa
azul en la que vivían los seres sobrenaturales. Fue entonces cuando los habitantes del cielo se extrañaron y
se enfadaron. ¿Cómo vamos a permitir que un simple árbol rompa nuestro mundo de dioses? -gritaron muy
enojados. El baobab ni siquiera oyó lo que los dioses decían, no comprendió su enfado y siguió hacia arriba.
Quería ser el más grande, sin importarle lo que decían. Esto es un insulto -gritó otro dios desde las nubes.
No puede un simple árbol superar todo lo que hemos creado -dijo una diosa con tristeza. ¡Para! No sigas. No
puedes hacer lo que quieras. Hay leyes. ¡No sigas creciendo! Le gritaban indignados desde las nubes. Pero el
baobab creció sin parar, cada vez más alto, orgulloso, fuerte, sordo a las palabras de los dioses. (Detiene la
narración al contemplar al sol acostándose sobre la arena, se va alejando del gentío, en silencio hasta que
se gira por última vez) ¿Qué creen que le pasó al Baobab? ¿Dejará de crecer el desierto? ¿Cumplirá su
venganza la anciana? ¿Cuánto tiempo falta para que seáis los protagonistas de estas historias de dolor y
miseria? ¿Advertiréis a vuestros hijos? ¿Cuánto vale el agua? (Despidiéndose, ayuda a Sakif con los cubos)
Una cosa más. Badra tenía razón. Nunca terminamos las historias... porqué las historias, como el desierto…
como el océano… no tienen…. FIN.

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