Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Cuestion Del Arte en El Siglo XXI - Elena Oliveras
La Cuestion Del Arte en El Siglo XXI - Elena Oliveras
Elena Oliveras
Portadilla
Legales
Introducción
Capítulo 1. Timotheus Vermeulen y Robin Van Den Akker.
Metamodernismo, el nombre de nuestra época
Capítulo 2. Boris Groys. Internet como productora de arte
Capítulo 3. Nicolas Bourriaud. Un presente radicante y exformal
Capítulo 4. Jean-luc Nancy. El vestigio y el wink
Capítulo 5. Michel Onfray. Una estética cínica
Capítulo 6. Jacques Rancière. Arte y política
Capítulo 7. Giorgio Agamben. Elogio de la profanación
Fragmentos seleccionados
Bibliografía
Conclusión
Índice de imágenes
Oliveras, Elena
La cuestión del arte en el siglo XXI / Elena Oliveras. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Paidós, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-950-12-9861-1
1. Teoría del Arte. I. Título.
CDD 701
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Tan importante como el interés por el arte en sectores cada vez más
vastos y heterogéneos, resulta el interés por las teorías del arte. Es parte de
un mismo fenómeno: la disolución epistemológica que Duchamp produjo
hace más de un siglo y que no ha hecho más que acentuarse.
Hoy en el arte todo se ha hecho posible. Cada vez más, el espectador
queda perplejo al ver cómo ámbitos tradicionalmente separados del campo
del arte —la naturaleza, la cocina, el kitsch, lo descartable, el producto
gestado y distribuido en Internet, y hasta la vida misma— ingresan en él.
La célebre frase de Theodor Adorno: “Ha llegado a ser evidente que
nada referente al arte es evidente”, con la que comienza su Teoría estética
(1970), ha aumentado su vigencia, al igual que lo que observa luego, “La
reflexión tiene que enfrentarse con ello”.
El desconcierto frente a la ampliación del abarque del concepto de arte
mueve a filósofos de distintas tendencias a dar cuenta de las rupturas,
legitimándolas no como arbitrarias, sino como un signo de época. Ellos
apuntan a comprender el modo en que el arte hoy muestra la estructura
inestable de un mundo ambiguo y hasta contradictorio que pone en juego
nuestra supervivencia y defensa elementales.
Para comprender el carácter fluido y polémico del arte consideramos
ineludible analizar el pensamiento de autores que —como Agamben,
Rancière, Nancy, Groys, Onfray, Bourriaud, Vermeulen y van den Akker—
suscitan gran interés por sus ideas y tienen, además, una fuerte presencia en
el debate contemporáneo. Pertenecen a distintas generaciones y si bien
algunos, como Vermeulen y van den Akker, comienzan a ser reconocidos en
nuestro nuevo siglo, otros, como Rancière o Nancy, tuvieron ya amplio
reconocimiento en las últimas décadas del siglo pasado y continúan
teniéndolo por sus contribuciones más recientes, que son las que tendremos
en cuenta en esta oportunidad. Todas muestran, una vez más, la importancia
del arte en su dimensión filosófica.
La cuestión del arte en el siglo XXI. Nuevas perspectivas teóricas
continúa con los objetivos de Estética. La cuestión del arte (2004),
elaborado en el transcurso de mis clases teóricas de Estética en el
Departamento de Artes de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA, con la
valiosa participación de los docentes de esa cátedra. Nuevamente
intentamos acercar al lector a las ideas estéticas, esta vez a las desarrolladas
en las últimas décadas. Para facilitar la lectura, hemos incorporado y
analizado obras de arte que permiten visualizar contenidos, muchas veces
de difícil comprensión. Es por eso que agradezco a los artistas que
contribuyeron a cumplir con ese objetivo aportando imágenes de sus obras,
así como también a los fotógrafos de esas obras.
Reconocemos especialmente el eficiente trabajo de Emilia van Raap
quien, con especial aptitud para la investigación, colaboró en todas las
etapas de este libro como también lo hizo en la actualización de Estética. La
cuestión del arte. El estímulo de su entusiasmo y su mirada crítica
contribuyeron a llevar a buen término el inagotable trabajo que supone la
concreción de un libro. Asimismo agradezco a mi hijo, Andrés Fayó, por
colaborar nuevamente en mis trabajos aportando sugerencias e
interviniendo en la digitalización de imágenes.
Vaya también mi agradecimiento a Ignacio Iraola por su interés en mis
investigaciones, a Alberto Díaz por su sensibilidad, idoneidad y apoyo
constante, y a Ana Ojeda por su eficiente desempeño en la tarea de edición
de este libro.
E.O.
Agosto de 2019
CAPÍTULO 1
TIMOTHEUS VERMEULEN Y ROBIN
VAN DEN AKKER.
METAMODERNISMO, EL NOMBRE DE
NUESTRA ÉPOCA
Modernidad Posmodernidad
Fundamentación Desfundamentación
Metanarrativas Micronarrativas
Profundidad Diseminación
Razón (proyecto moderno) Contrafinalidad de la razón
Utopía Distopía
Gran parte de la producción de van der Werve juega con los opuestos y
revela su amplio dominio de un in between estético. En el video Nummer
twee. Just because I’m standing here doesn’t mean I want to (Número dos.
Solo porque estoy aquí no quiere decir que lo quiera), realizado en 2003,
vemos el accidente que sufre el protagonista (el mismo artista) cuando lo
atropella un auto y cae al suelo. La carga del drama se corta, de pronto,
cuando aparece un grupo de bailarinas clásicas que, indiferentes a quien
yace en el suelo, despliegan toda su belleza acompañadas por la sublimidad
de la música. Nuestros sentimientos oscilan entre el desasosiego por la
brutalidad del imprevisible accidente y el placer por la pura belleza. Se
mantienen, en otras palabras, en un in beetween cargado de contenidos
contradictorios.
El retorno a lo sublime, una de las opciones más significativas de la
estética metamoderna, adopta múltiples variantes, como se ve en las
instalaciones de Olafur Eliasson o Anish Kapoor y en las fotografías de
Matilde Marín y de Juan Cabrera.
Marín —artista viajera— concibe escenas de gran intensidad en las que
la naturaleza se presenta como zona desprotegida y alterada, como lugar de
catástrofes producidas por la civilización. El humo, en algunos de sus
trabajos, podría verse como el efecto no deseado del progreso industrial que
invade el paisaje hasta hacerlo desaparecer. Pero, como nada está
absolutamente determinado, la representación del humo hace que
permanezcamos en una zona oscilante entre la tragedia ecológica y lo
imponderable del misterio. Marín deja flotando el referente de sus
imágenes. No sabemos en realidad qué hay detrás del humo, si es el efecto
de la erupción de un volcán, la devastación de la guerra o un acto de
vandalismo. Podríamos también ver en él un símbolo de la muerte o el
fantasma sin nombre de lo desaparecido que nuestra imaginación debe
recuperar.
El paisaje natural, en la serie Concretos de Cabrera, convive con el
paisaje construido y ambos están atravesados por una misma sublimidad. A
través de una operación de montaje lograda digitalmente el fragmento de
edificio se disipa en la inmensidad, al tiempo que se expande el cielo
infinito. Entonces la gran ciudad —más allá de una suma estática de
edificios— parece reflejarse en el espejo quebrado de un orden cósmico que
la multiplica y amplifica en todas las dimensiones, lo que hace que todo
pierda su “etiqueta” y reclame un nuevo nombre. Cabrera quiere que
veamos el mundo sin condicionamientos, como por primera vez. ¿Esfera o
sol? ¿Círculos o estrellas? Con un perfeccionismo obsesivo, deconstruye y
reconstruye, desarma y arma, juega con el asombro en el linde de la
presentación abstracta-geométrica y la ilusión figurativa.
LA AUTOFICCIÓN Y LO QUIRKY
El protagonismo del afecto en las manifestaciones metamodernas revela
un nuevo modelo de subjetividad, ejemplificado —de acuerdo con Alison
Gibbons— en la autoficción. En “Contemporany Autofiction and
Metamodern Affect” puntualiza: “Específicamente, las autoficciones
contemporáneas muestran que el afecto como posibilidad se ha revitalizado
dentro de un determinado modelo de subjetividad”. (29)
La autoficción es un género híbrido que puede encontrarse no solo en la
literatura, sino también en las artes visuales, el cine, el teatro y la
comunicación on line. Dice Ana Casas que “algunos creen ver un
subgénero de la novela y otros, de la autobiografía” y concluye que el
término autoficción tiene el inconveniente de ser “excesivamente amplio”
(30); de allí que podamos incluir ejemplos tan variados como los que
aportan Verónica Berger, Enrique Vila-Matas o María Gainza. Otros
términos propuestos son novela del yo (Forest) o figuraciones del yo
(Pozuelo Yvancos).
Más allá de la práctica ingenua de la autobiografía, la particularidad de
la autoficción reside en la integración programática de dos campos
tradicionalmente separados: la biografía, supuestamente fundada en lo real,
y la ficción, considerada un producto de la imaginación. Difícilmente
podamos mantener hoy esa separación. A pesar que algunos otorgan valor
de realidad a determinadas ideas y situaciones, no debemos perder de vista
que son construcciones. La diferencia con lo ficcional está en que gozan de
un consenso circunstancial de atribución de realidad. Podríamos llegar a
decir, entonces, que lo “real” no es más que un modo de producción de
ficciones a las que un grupo asigna el valor de pertenecer a la realidad.
Lo ficcional puede unirse a la dimensión sociológica y fenomenológica
de la vida personal para realzar el realismo del self (yo), tal como lo
encontramos en The End of Eddy (2017) de Édouard Louis. El texto detalla
las experiencias del autor como joven afeminado en un pequeño pueblo de
clase trabajadora en el norte de Francia. La exactitud documental convive
con la rareza surrealista y no resulta fácil comprender racionalmente cómo
el niño traumatizado se convirtió en el joven seguro que mira con calma su
propia foto en la portada de un libro de su autoría.
Gibbons aclara que el término autoficción fue acuñado por el crítico y
novelista Serge Doubrovsky (31) en 1977. Si bien en sus comienzos ese
género coincidió con el período histórico de la posmodernidad, en su
desarrollo va más allá de la fragmentariedad y del “ocaso de los afectos”
(Jameson). Admite el resurgir de la profundidad de la emoción
hermeneútica y el valor de la exposición de la experiencia personal como
commodity que revela un deseo de verdad. Ya no hay “muerte del autor”
(Barthes) ni “muerte del sujeto” (Jameson). No hay chatura afectiva, sino
demostración del sentimiento, muchas veces catártica, dramatizada en la
necesidad de una comunicación exasperada.
Dice Gibbons:
Mi análisis demuestra que nosotros encontramos en la autoficción
contemporánea no un desvanecimiento posmoderno del afecto, sino más
bien un revival del afecto. Las representaciones de la subjetividad en la
autoficción contemporánea se conectan con la noción de subjetividad
situada que puede considerarse metamoderna. (32)
Si bien se distancia de la posmodernidad, la autoficción no es un retorno
acrítico a la subjetividad de la modernidad; revela que la identidad es
dinámica, variable, no esencialista, radicalmente “situada” (Gibbons). Bajo
estas condiciones resulta política y epistemológicamente significativa.
Gibbons se detiene en dos obras autoficcionales: I love Dick (2006) de
Chris Kraus y Windows on the World (2004) de Frédéric Beigbeder. Si bien
ambas se consideraron posmodernas, van más allá de la fragmentación y
logran unificar el self en un contexto integrador.
I love Dick presenta el esfuerzo cognitivo del personaje central al que
podemos considerar proxy (‘representante’ o ‘apoderado’) de la autora, que
ocupa un lugar oscilante entre lo público y lo privado. La novela,
convertida en obra de culto feminista, se divide en dos partes. La primera,
“Parte I-Escenas de un matrimonio”, se estructura como un libro diario en
el que se cuenta la obsesión de la autora y protagonista por Dick, amigo y
colega de su esposo Sylvère Lotringer. De hecho, Chris Kraus estuvo
casada desde fines de 1980 hasta fines de 1990 con Lotringer, crítico
literario fundador de Semiotext (e), donde se publicó originalmente I love
Dick. En la segunda parte, “Toda carta es una carta de amor”, las entradas
en tercera persona del libro diario se tranforman en un relato en primera
persona. Se produce el encuentro de la autora con Dick y el romance se
desidealiza, se acentuá la rota esperanza de poder anclarnos en otros, algo
similar a lo que propone Anomalisa (2015), un film queer de Charlie
Kaufman y Duke Johnson.
Windows on the World de Beigbeder toma como título el nombre del
restaurante que se encontraba en el último piso del World Trade Center de
Nueva York. En la novela se cuenta lo acontecido el 11 de septiembre de
2001 y ofrece, con la inclusión de la ficción, una imagen que apunta a un
contacto más certero con la realidad que aquel que puede dar la realidad
misma.
Al igual que la autoficción, la etiqueta heurística queer o quirky
(‘peculiar’, ‘raro ’, ‘ inusual’) corresponde a una nueva estructura —
metamoderna— de sentimiento más que a una estructura de pensamiento.
Como sucede con la extrañeza particular de lo siniestro, (33) lo “raro” no se
sitúa por encima de nuestro contexto habitual, sino que podría ser —y de
hecho es— parte de él. El desvío queer se diferencia, de este modo, del
extravío del surrealismo que va más allá de nuestra habitualidad. En
síntesis, lo queer no es lo que se opone a la normalidad, sino lo que la
transforma al aportar una alternativa inédita posible.
Podemos observar que queer, en cuanto “raro”, es un concepto
dinámico. Sujeto a la temporalidad, resulta relativo y circunstancial. Lo que
hoy se ve como raro, mañana puede ser normal. Asimismo muchas de las
rupturas de hoy pasarán a ser las normas del mañana.
Señala James MacDowell que la estética quirky pone de manifiesto
numerosas sensibilidades, término que se repite en “Notes on
Metamodernism”. Afirma:
Lo quirky es una sensibilidad estética que considero provee lentes útiles
a través de los cuales podemos ver la trama de la cultura contemporánea
—particularmente en el cine estadounidense— en la que sugerentemente
se relacionan estilos, intereses temáticos, abordajes y tonos cómicos.
(34)
En 2010 MacDowell describe una nueva emotividad estética y narrativa
en el cine independiente de Estados Unidos. En ella se reflejan rasgos
metamodernos, como el hecho de operar entre el distanciamiento y la
sinceridad emocional. Otro de los rasgos es la combinación de lo
melodramático con la comedia en un tono que linda con la artificialidad y el
interés temático por lo infantil o lo inocente. (35)
Los caracteres heroicos se tratan de modo irónico al tiempo que los
protagonistas parecen tener poderes o inteligencias inferiores a las del
público, lo que puede llevar a una particular empatía que no excluye la
distancia entretenida ni la simpatía.
En “The Metamodern, the Quirky and Film Criticism” MacDowell se
detiene en tres ejemplos de la estética quirky, no sin antes aclarar que esta
es solo una de las variantes cinematográficas metamodernas, entre las que
se encuentran también el anacronismo y el pospop. Vermeulen y van den
Akker consideran, por su parte, que David Lynch es un director
metamoderno.
El primer caso analizado por MacDowell es Fantastic Mr. Fox (2009) de
Wes Anderson, que remite a un reino situado más allá del lenguaje donde
despunta la emoción intensa y contenida. El segundo es el film, de 25
minutos de duración, Glory at Sea (2008) de Benh Zeitlin, en el que se
encuentra, como ya observamos, un extraño tono neorromántico. El tercero
es Shortbus (2006) de John Cameron Mitchell, un film que exhibe un
peculiar utopismo queer en el tratamiento de la cuestión de la sexualidad
más allá del tema del sexo. Ese utopismo se basa en rasgos del género
queer, concretamente en la existencia de filiaciones sexuales
posidentitarias, es decir, dinámicas, indiferentes a los roles considerados
esenciales o biológicamente inscriptos en la naturaleza humana. Se supera
entonces la fragmentación de las políticas de identidad para dar paso a una
mutación de paradigma.
MacDowell cita el texto fundacional de Vermeulen y van den Akker (ver
pp. 20-21), cuando afirma que los tres ejemplos analizados tienen en común
“la lógica metamoderna de ‘oscilación entre el entusiasmo moderno y la
ironía posmoderna’, ‘entre el compromiso moderno y el desapego
posmoderno’, ‘entre la ingenuidad y el conocimiento’”. (36)
La palabra quirky —asociada a las producciones de Michel Gondry,
Spike Jonze o Charlie Kaufman— se ha convertido en un adjetivo comodín
aplicado a filmes protagonizados por personajes excéntricos y, por
momentos, portadores de una cierta ingenuidad infantil en el tono y en el
trato de las situaciones. Estas producciones apelarían a un tipo de
espectador millennial, no tan comprometido políticamente ni tan
desaprensivo como sus antecesores.
Si las “películas inteligentes” de la década de 1990, entre las que se
encuentran Belleza Americana o El club de la pelea, reflejan la estructura
de sentimiento de la posmodernidad, filmes como Pequeña Miss Sunshine
(2006) de Valerie Faris y Jonathan Dayton o Eterno resplandor de una
mente sin recuerdos (2004) de Michel Gondry se alinean con los valores de
la metamodernidad. Dejan espacio a la esperanza, que no tenía especial
cabida en la posmodernidad, y a un cierto romanticismo. Por otra parte, la
ingenuidad y el sentimentalismo “distanciado” de los filmes de Wes
Anderson o Spike Jonze constituyen una alternativa al cinismo y la
alienación posmodernos.
La estética queer no solo se desarrolla en el campo de la cinematografía.
De acuerdo con Mac Dowell, también se encuentra en otras formas de la
cultura. Pushing Daisies, New Girl y Flight of the Conchords son ejemplos
que él toma de la televisión, mientras que Demitri Martin y Josi Long son
modelos de la comedia stand-up alternativa. Dentro de la música indie cita
a Subjan Stevens, Jeffrey Lewis, Moldy Peaches y Jon Brion. (37) En el
espacio polifacético de lo indie podríamos incluir también al grupo de
músicos-actores La Joven Guarrior. (38)
En las artes plásticas, lo queer abarca un amplio espectro en el que
podemos incluir las tempranas producciones de Federico Jorge Klemm que
recuperan —dentro del glamour mediático de la cultura pop— la “locura
del ver” (39) neobarroca, la de un ojo que se ve a sí mismo como infinito.
Asimismo, los trabajos más recientes de Mauro Guzmán o Gaba de Dios
tienen en común el manejo queer de una topología fluida que se sirve de lo
performático y de la autobiografía.
EL RETORNO DE LA UTOPÍA
Posirónico, subjetivo y político al mismo tiempo, el metamodernismo
nos acerca a un resurgimiento de la esperanza y a un retorno de la utopía. Si
bien conserva la suspicacia posmoderna, no mantiene una actitud
conciliatoria. No hay tolerancia sino activismo, lo que revela una nueva
urgencia por tomar parte en los acontecimientos del mundo.
Estamos lejos de las implicancias de In search of the miraculous de Bas
Jan Ader. Recordemos que el 9 de julio de 1975 su pequeño velero zarpó de
la costa este de los Estados Unidos para atravesar el Atlántico. El contacto
por radio se interrumpió tres semanas después de la salida y el 10 de abril
de 1976 los equipos de rescate solo encontraron la embarcación del artista.
Es evidente que hubiera podido utilizar elementos más adecuados para no
morir en el mar, pero el decidir no hacerlo fue coherente con su intención de
no alcanzar la meta ya que, a su entender, toda meta resulta fatalmente
inalcanzable.
Para Vermeulen y van den Akker la necesidad de utopía es un aspecto
principal del desvío del posmodernismo al metamodernismo que se produjo
en la década de 2000. Afirman: “De algún modo hay razón para el
optimismo y en muchos aspectos pensamos que estamos peor que antes”.
(40) Por eso no están ni celebrando el desvanecimiento del posmodernismo
ni impulsando una agenda metamoderna. Es que en nuestro tiempo no hay
marcha hacia un futuro brillante ni tampoco un descenso hacia un pasado
oscuro. Esto significa que no están canceladas las ideas sobre cómo las
cosas podrían ser mejor en lo económico, en lo social o en lo ético. Y “tan
pronto como podamos imaginar cómo las cosas podrían ser mejor un
principio de progreso se implica”, dice Jorg Heiser (41).
En la primera década del siglo XXI hubo simposios y exposiciones
internacionales que abrían el debate sobre la utopía. Entre ellos, “A Review
of the Utopia”, un proyecto a tres años del Museo de Arte Moderno de
Dinamarca (2009-2011). Asimismo, se destaca el “Manifesto Marathon”
(2008) en la Serpentine Gallery de Londres, organizado por Hans Ulrich
Obrist. Se puso allí de manifiesto una nueva voluntad artística en la que el
optimismo utópico resultó reconsiderado. Participaron, entre otros, Marina
Abramovic, Nicolas Bourriaud, Jimmie Durham, Gilbert & George, Eric
Hobsbawm, Charles Jencks, Jean-Jacques Lebel, Jonas Mekas, Yoko Ono,
Raqs Media Collective, Tino Sehgal, Agnès Varda y Ben Vautier.
Verneulen y van den Akker toman como ejemplos del retorno a la utopía
a David Thorpe, Ragnar Kjartansson y Paula Doepfner. Ellos ven en los
collages de Thorpe una reinterpretación de la intertextualidad posmoderna
para crear un sentido de comunidad. En las performances de Kjartansson
observan la adopción de la ironía posmoderna para generar una sensación
de sinceridad, mientras que en las instalaciones de Doepfner destacan el uso
de la melancolía posmoderna para activar la esperanza y proyectar utopías.
(42)
Como otros tipos de ficción orientadora, la utopía sirve de principio
directriz por medio del cual se evalúan experiencias y se proyectan cambios
en la sociedad. La idea de “patria” es un ejemplo de ficción orientadora, la
“novela nacional” que un pueblo inventa y un proyecto de país en germen,
tal como lo explica Eric Hobsbawm. (43)
La utopía del metamodernismo no alcanza el nivel de una macroutopía,
como fue la marxista. Se presenta como una utopía relativista, hecha de
pequeños actos revolucionarios. No es casual, desde esta perspectiva, el
interés de Vermeulen por el pensamiento de Jacques Rancière. También
consideramos importantes las reflexiones de Michel Onfray en El
eudemonismo social (2017), donde analiza la función de las
microsociedades que intentan integrarse en la praxis social. Un ejemplo de
estas microsociedades es el grupo Assemble, un colectivo de jóvenes
británicos que trabajan con materiales humildes o reciclables en el campo
de la arquitectura y el diseño (ver pp. 138-139 ). El objetivo del grupo, que
obtuvo el Premio Turner en 2015, es realizar “pequeños actos de rebeldía”
[sic].
Entre los pequeños actos de artistas interesados en servir a quien lo
necesita, encontramos la propuesta presentada por Rirkrit Tiravanija en la
56º Bienal de Venecia (2015). Consistió en una instalación donde se
fabricaban ladrillos que luego se vendían a €10. Lo recaudado iba beneficio
de una fundación dedicada a la defensa de los derechos de los trabajadores
en China.
Reivindicando sus preocupaciones sociales Olafur Eliasson presentó
Green light en la 57º Bienal de Venecia (2017). Se trató de un workshop
donde un grupo de refugiados, inmigrantes y solicitantes de asilo, al igual
que el público en general, respondió a la invitación de realizar el montaje de
módulos de lámparas creados por el artista. El dinero obtenido con la venta
de las lámparas se donó a instituciones que defienden los derechos humanos
e intentan dar respuesta al problema del desarraigo y la inmigración.
De acuerdo con Gerard Vilar, “parece que vuelve la política con
mayúsculas”. Es lo que puso de relieve Okwui Enwezor en “Todos los
futuros del mundo”, la exhibición central de la 56º Bienal de Venecia
(2015) en la que volvió a discutirse la idea de utopía. Afirma Vilar:
Artistas, críticos, curadores y responsables institucionales se ven en la
necesidad de dar alguna respuesta a los nuevos problemas políticos
planteados por quienes defienden la guerra preventiva, la represión de la
homosexualidad, la obligatoriedad de la religión en la escuela o la
sustitución de los derechos sociales por la caridad, y a la vez hacen más
ricos a los ricos, aumentan las legiones de pobres en todo el mundo y son
indiferentes a la catástrofe ecológica que se nos viene encima. Tras la
fiesta transvanguardista de los ochenta y de la pequeña política de lo
correcto de la era Clinton, parece que vuelve la política con mayúscula.
(44)
El arte político de Olaf Nicolai y de Mujeres Creando deja atrás las
propuestas estetizadas de Barbara Kruger o Jenny Holzer. Y no podía ser de
otro modo cuando se siente que no hay mucho tiempo que perder para
revertir el cambio climático, la crisis financiera, superar el terror a ataques
extremistas o el drama de los refugiados.
La política también tuvo centralidad en la documenta 14 de Kassel
(2017), que se dividió entre esa ciudad alemana y Atenas. De acuerdo con
su director artístico, Adam Szymczyk, esa edición apuntaba a la crisis
socioeconómica, las medidas de austeridad y los problemas de inmigración
que atraviesa Grecia actualmente. “Aprendiendo de Atenas” —título del
evento— no solo remitía entonces a la herencia de una cultura que había
ayudado a dar forma a Occidente. El interés por Grecia se debía a que no es
un caso aislado que refleja las dificultades socioeconómicas a las que se
enfrenta actualmente Europa y, de modo general, el mundo occidental.
Szymczyk explicita que las razones de llevar documenta a Grecia radican
en que es urgente repensar la realidad contemporánea como un lugar de
sufrimiento y miseria para muchos.
En síntesis, Atenas ejemplificó problemas que permanecen sin resolver y
resulta una oportunidad para abrir un espacio de enfrentamiento a la
configuración neoliberal. Un espacio abierto a la imaginación y a la acción.
La urgente necesidad de repensar el mundo y de actuar sobre él es el
correlato necesario de la inestabilidad generalizada. Vermeulen y van den
Akker observan que “la estructura geopolítica últimamente parece tan
inestable como antes fue desigual”. (45)
El ser humano metamoderno apunta, en consecuencia, a una presencia
futura que no tiene futuro claro y es precisamente a través del arte que
llegaremos a visualizar el corrimiento —nietzscheano— del horizonte. En
otras palabras, en tiempos metamodernos se pretende llegar a la verdad, o a
una salida, aun sabiendo que nunca se llegará a encontrarla. En síntesis,
como afirman Vermeulen y van den Akker, se intenta “buscar un horizonte
que permanentemente está alejándose”. (46)
1. R. van den Akker, A. Gibbons, T. Vermeulen, Metamodernism: Historicity, Affect, and Depth after
Postmodernism, Londres, Rowman & Littlefield, 2017, p. 18.
2. A. Huyssen, Modernismo después de la modernidad, Barcelona, Gedisa, 2010, p. 11.
3. J. Habermas, “La modernidad: un proyecto inacabado”, en Ensayos políticos, Barcelona,
Península, 1988.
4. Cf. N. Perazzo, El arte concreto en la Argentina en la década del 40, Buenos Aires, Gaglianone,
1983.
5. Perrault critica a Homero por sus errores científicos. ¿Cómo puede decir que Ulises fue reconocido
por su perro que no había visto en veinte años cuando un perro no puede vivir más de quince. Boileau
le contesta con el caso del perro de un rey que vivió veintidós años. Estas cuestiones, que hoy
parecen intrascendentes, se tomaban muy en serio en tiempos de la doctrine classique.
6. J. Cassou, Partipris. Essais et colloques, París, Albin Michel, 1964, p. 73 (nuestra trad.).
7. J. Jiménez, Juegos de lenguaje, Cáceres, Centro de Artes Visuales. Fundación Helga de Alvear,
2012, p. 18.
8. A. Danto, “Introducción: moderno, posmoderno y contemporáneo”, en Después del fin del arte,
Barcelona, Paidós, 1997.
9. F. Jullien, Un sabio no tiene ideas, Madrid, Siruela, 2001.
10. Según Jacques Derrida, deconstruir no es destruir o demoler, sino comprender cómo un conjunto
ha sido construido.
11. “‘Pensamiento débil’ [pensiero debole] no es un pensamiento de la debilidad, sino del
debilitamiento: el reconocimiento de una línea de disolución en la historia de la ontología”, aclara
Vattimo.
12. Cf. J. Heiser, “Super-Hybridity: Non-Simultaneity, Myth-Making and Multipolar Conflict”, en R.
van den Akker, A. Gibbons, T. Vermeulen, op. cit., pp. 55-68. Véase asimismo J. Heiser, Super-
Hybridity. A Brief Genealogy of a Method and a State of Being, La Haya, West, 2012. Disponible en
<www.issuu.com>.
13. Utopía del griego ou (no) y topos (lugar) se refiere a un espacio imaginario que aún no se ha
concretado o cuya concreción resulta en extremo difícil. Se interpreta como sinónimo de eutopía (del
griego eu, ‘bueno’, ‘feliz’). Es un mundo más feliz, un país ideal donde dominan la fraternidad, el
progreso pacífico, los derechos humanos; todo lo cual facilita una vida plena y dichosa. Así presenta
el término Tomás Moro en su Utopía (1516), que se inserta en una larga tradición, que tiene por
antecesores a Platón y San Agustín. Por otra parte, la atopía y la distopía poseen rasgos diferenciales
sutiles. A significa en griego negación, privación, falta. Atopía es falta de utopía, mientras que
distopía (del latín dis, ‘separación’, ‘diferencia’) es su contrario.
14. G. Lipovetsky, El crepúsculo del deber. La ética indolora en los nuevos tiempos democráticos,
Barcelona, Anagrama, 2005.
15. E. Voegelin, “Equivalences of Experience and Symbolization in History”, en The Collected
Works of Eric Voegelin, Louisiana State University Press, 1989, vol. 12, pp. 115-133.
16. T. Vermeulen y R. van den Akker, “Notes on Metamodernism”, Journal of Aesthetics & Culture,
2, 2010, p. 6. Disponible en: <www.aestheticsandculture.net>.
17. Cf. Lee Konstantinou, “Four Faces of Postirony”, en R. van den Akker, A. Gibbons, T.
Vermeulen, op. cit., pp. 87-102.
18. T. Vermeulen y R. van den Akker, Notes on Metamodernism, op. cit, p.5.
19. T. Vermeulen y R. van den Akker, “Misunderstandings and Clarifications”, Notes on
Metamodernism, 2015. Disponible en <www.metamodernism.com>.
20. D. Harvey. La condición de la posmodernidad: Investigación sobre los orígenes del cambio
cultural, Buenos Aires, Amorrortu, 1998.
21. M. Heidegger, “El origen de la obra de arte”, en Caminos del bosque, Madrid, Akal, 2000, p. 24.
22. F. Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós,
2005, p. 37.
23. Novalis, “Fragmentos I. Sobre el poeta y la poesía”, en Escritos escogidos, Madrid, Visor, 1984,
p.112.
24. E. Oliveras “Las dos vías de la crítica”, Temas Nº 5, Buenos Aires, Academia Nacional de Bellas
Artes, 2007.
25. T. Vermeulen. “Which Side Are You On?, Notes on Metamodernism, 2012.Disponible en
<www.metamodernism.com>.
26. G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la estética, Madrid, Akal, 1989, p. 50.
27. F. Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Buenos Aires,
Paidós, 1992, p. 79.
28. T. Vermeulen y R. van den Akker, “Notes on Metamodernism”, op. cit.
29. A. Gibbons, “Contemporary Autofiction and Metamodern Affect”, en R. van den Akker, A.
Gibbons, T. Vermeulen, op. cit, p.120.
30. A. Casas,“El simulacro del yo: la autoficción en la narrativa actual” en A. Casas (comp.) La
autoficción: reflefexiones teóricas, Madrid, Arco Libros, 2012, p. 26.
31. Cf. S. Doubrovsky,“Autofictions”, Auto/Fiction, 1 (1), 2013, pp. 1-3.
32. A. Gibbons, “Contemporary Autofiction and Metamodern Affect”, op. cit., p. 120.
33. Lo siniestro —Das Unhemliche— muestra la transformación de lo familiar (Hemlich) en lo
opuesto, en algo extraño y destructivo que provoca un sentimiento de incertidumbre y desconfianza.
34. J. MacDowell, “The Metamodern, the Quirky and Film Criticism”, en R. van den Akker, A.
Gibbons, T. Vermeulen, op. cit., pp. 26-27.
35. Cf. J. MacDowell, “Notes on Quirky”, Movie: a Journal of Film Criticism, 1, pp. 1-16.
Disponible en <www2.warwick.ac.uk>.
36. J. MacDowell, “The Metamodern, the Quirky and Film Criticism”, op. cit., p. 30.
37. Ibid., p. 27.
38. La Joven Guarrior es un grupo de músicos-actores que combinan tragedia y humor e
intercambian roles. Trabajan con diferentes géneros (rock, folklore, tango, etc.). Cada una de sus
presentaciones es, al mismo tiempo, un concierto, un espectáculo teatral y un “experimento social”
[sic]. con implicancias políticas ya que desenmascaran conflictos del presente. Véase A. Lingenti, “
La Joven Guarrior sacude el escenario”, La Nación, 6 de junio de 2017. Disponible en
<www.lanacion.com.ar>.
39. C. Buci-Glucksmann. La folie du voir, París, Galilée, 2002.
40. R. van den Akker y T. Vermeulen, “Periodising the 2000s, or, the Emergence of
Metamodernism”, en R. van den Akker, A. Gibbons, T. Vermeulen, op. cit., p. 6.
41. J. Heiser. “Super-Hybridity: Non-Simultaneity, Myth-Making and Multipolar Conflict”, op. cit.,
p. 68.
42. T. Vermeulen y R. van den Akker, “Utopia, Sort of: A Case Study in Metamodernism”, Studia
Neophilologica 87, suplemento 1,2015, pp. 55-67.
43. Dice E. Hobsbawm que durante la Revolución francesa los patriotas eran estrictamente los
revolucionarios “y la patrie a la que iba dirigida su lealtad era lo contrario de una unidad
preexistente, existencial” (Naciones y Nacionalismos desde 1780, Barcelona, Crítica, 1998, p.96).
44. G. Vilar, “El eterno retorno de la política”, en J. Rancière, Sobre políticas estéticas, Barcelona,
Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, 2005, p. 9.
45. T. Vermeulen y R. van den Akker, “Notes on Metamodernism”, op. cit.
46. Ibid.
CAPÍTULO 2
BORIS GROYS. INTERNET COMO
PRODUCTORA DE ARTE
Liliana Porter, El hombre con el hacha y otras situaciones breves, instalación, 57º Bienal de Venecia,
2017. Foto: Federico Lo Bianco.
Podríamos concluir diciendo que en la obra de Porter domina la
“mentalidad collage” y lo mismo sucede en un amplio sector del arte
contemporáneo, aunque su carácter errático, más general, impide localizar
en esa mentalidad un “estilo contemporáneo”. No hay un estilo
contemporáneo, como sí existió un “estilo posmoderno” caracterizado por
rasgos como la cita, la deconstrucción y el retorno decidido al acto de pintar
volcado en telas de gran tamaño que exacerbaban el gesto individual.
Que no exista un estilo contemporáneo no implica que no se hayan
producido cambios sustanciales en el arte del presente, afectado
drásticamente en sus condiciones de producción por Internet, el “medio que
lidera nuestra época”, según Groys.
ARTE EN FLUJO
El artista contemporáneo, en cuanto “camarada” de su tiempo, produce
un diálogo con el mundo. Lo propio de nuestro tiempo, observa Groys, es
que hacemos preguntas al mundo a través de Internet, particularmente a
través de las reglas y modos que define Google como motor de búsqueda.
Esto altera profundamente la cadena gramatical. En “Google: el lenguaje
más allá de la gramática” (55), muestra que ya no existe jerarquía entre las
palabras dada su liberación de las cadenas gramaticales en uso.
Heidegger definió el lenguaje como “la casa del ser”, el lugar que
habitamos. Dado que las palabras pasan a ser “nubes de palabras” se podría
concluir, con Groys, que nos hemos quedado —lingüísticamente— sin
hogar.
La desobediencia gramatical es solo una de las novedades que aporta
Internet. Esa descomunal red informática mundial produjo sustanciales
cambios que afectaron nuestra vida cotidiana, e indiscutiblemente también
el arte se vio alterado en términos de selección, legitimación y producción.
Se acentuó, por lo tanto, el carácter “líquido” (Bauman) o “gaseoso”
(Michaud) de las obras. Groys, habla de un “arte en flujo”. Precisamente
Arte en flujo (56) es el título de uno de sus libros, donde explica que sus
reflexiones se inscriben en una “reología del arte”.
Hay una ciencia que investiga todo tipo de fluidos y la fluidez en
general. Se llama reología. Lo que intento en este libro [Arte en flujo] es
una reología del arte, un abordaje al arte como fluido. (57)
Un arte en flujo como el que se encuentra en Internet nos llevaría a la
superación del carácter elitista del arte, por lo que —en términos de
democracia cultural— suele cuestionarse. Democráticos, los nuevos medios
electrónicos son un lugar de trabajo y de distribución. Pueden llegar a todas
partes, sin dilación y sin intermediarios.
El artista incapaz de presentar su obra, tal como lo describe Balzac en
“La obra maestra desconocida”, (58) parece haber quedado en el pasado. En
el contexto de la red global, la documentación de los esfuerzos de un autor
para hacer o presentar su obra sería ya su obra. Si antes el artista, luego de
producir su obra en taller, debía esforzarse por encontrar un lugar de
exposición, fuera una galería o un museo, ahora queda borrada la diferencia
entre producción y exhibición. Todos pueden crear sus obras y distribuirlas
en Facebook, YouTube, Instagram, Snapchat, Twitter.
El problema, para el artista de hoy, es que resulta demasiado grande el
número de interesados en producir arte. Dice Groys:
El acceso relativamente fácil a las cámaras digitales de fotografía y
video combinado con Internet —una plataforma de distribución global—
ha alterado la relación numérica tradicional entre los productores de
imágenes y los consumidores. (59)
En el momento actual son más los que quieren hacer arte que los que
quieren mirarlo. El deseo de lograr los quince minutos de fama a los que
hacía referencia Andy Warhol se multiplica y, si la sociedad contemporánea
es, como sostuvo Guy Debord, (60) una sociedad del espectáculo, parece
haber llegado el momento en que el espectáculo se ha quedado,
extrañamente, sin espectadores. Podemos agregar, de acuerdo con la visión
de Bourriaud, que a la sociedad del espectáculo le sucedería “la sociedad de
los figurantes, donde cada uno encontraría en los canales de comunicación
más o menos truncos la ilusión de una democracia interactiva”. (61)
Mientras que el siglo XX fue un período caracterizado por el consumo
artístico masivo (ejemplificado en el turismo cultural), a fines de ese siglo
entramos en una nueva era: la de la producción artística masiva. Y así nos
queda un gran “basurero” en el que la mayor parte del material, de nivel
tanto bueno como medianamente bueno o malo, desaparece en la red.
En cuanto lugar de trabajo, Internet encontró opositores que consideran
que allí se rebajan los estándares culturales y se cae en la muerte de la
cultura como tal. En No somos computadoras, Jaron Lanier hace referencia
al “maoísmo digital” y a la “mente de colmena” que domina el espacio
virtual. Critica Internet diciendo que es una red desinformada y tediosa, en
la que la plataforma se impone al contenido y la cantidad a la calidad.
Entonces les propone a los usuarios actuar, como diría Heidegger, con
“serenidad” (62) e interesarse en contenidos profundos en vez de
llamativos. Para ello es preciso vencer la obsesión por la tecnología. Solo
superando esa obsesión se podrá sacar el máximo provecho del medio en
vez de usarlo ciegamente.
¿Lo producido a gran escala en Internet puede llegar a ser arte? Para que
se haya podido plantear la pregunta se tuvieron que dar importantísimos
cambios, algunos producidos por los mismos artistas que transformaron el
modo material de hacer obras. El ready made duchampiano proporcionó
una gran “facilidad material” para hacer arte. Pero es claro que esta
facilidad se asocia, como lo vemos en el conceptualismo de las décadas de
1960 y 1970, a la complejidad del pensamiento en torno al arte como signo
(conceptualismo semiótico) y al mundo (conceptualismo sociológico). Dice
Groys:
Sin la reducción artística efectuada por estos artistas, el surgimiento de la
estética de las redes sociales sería imposible y ellas no podrían haberse
abierto al público masivo en la misma medida. (63)
El hecho de que el público perciba muchas obras de arte contemporáneo
como “imágenes débiles” conduciría a que cualquier persona se piense
como artista y pueda publicar sus fotos, videos y textos. De este modo, el
arte en la red es un caso —sin resolver— de la desdefinición del arte
iniciada hace más de un siglo.
Cada vez se siente más la preocupación por los criterios que hacen que
algunas obras vayan al museo y otras no. (64) Ante tal desconcierto, nada
resulta más actual que el aforismo de Benjamin “convencer es infecundo”.
La instantaneidad y la facilidad de producción en la red contrasta con la
disciplina y el esfuerzo que muchos artistas ponen en juego. Groys destaca
el caso de Marina Abramovic quien, durante el tiempo que duró la
performance The Artist Is Present (2012) en el MOMA, se sentó delante de
una mesa, en las horas de apertura del museo, para encontrar la mirada del
espectador que se ubicaba frente a ella.
Abramovic tematizó la increíble disciplina, resistencia y esfuerzo físico
que se requiere para simplemente estar presente en el lugar de trabajo
desde el comienzo y hasta el final del horario laboral. A la vez el cuerpo
de Abramovic se sometió al mismo régimen de exposición que tiene
cualquier obra del MOMA, que se cuelga de una pared o permanece ahí
durante las horas en que el museo está abierto al público. (65)
Más allá de la sorpresa que capturó la atención y llevó a más de un
espectador a ser parte de la obra, la presencia de Abramovic dentro del
museo selló el carácter artístico de la propuesta. Aceptar ese carácter en el
caso de “artistas” que acceden por primera vez al mundo del arte a través de
Internet resulta muy dificultoso.
Superar el estado de sospecha exige una desprejuiciada predisposición.
El caso “Cecilia Giménez” es paradigmático.
Recordemos que en agosto de 2012 ,Cecilia Giménez, nacida en 1927 en
Borja, provincia de Zaragoza, España, cobró celebridad cuando se difundió
que había realizado una restauración defectuosa de una obra histórica. Ella
ya había realizado pequeños trabajos de restauración en centros religiosos,
entre los que se encuentra el retoque de un lienzo de la Virgen del Carmen
en el convento de Santa Clara de Borja.
Debido al mal estado de conservación que, en el Santuario de la
Misericordia de Borja, presentaba la pintura mural Ecce homo (c.1930) de
Elías García Martínez,Giménez —que ayudaba en tareas generales de
limpieza y mantenimiento— decidió comenzar a limpiarlo aunque no
contaba con los conocimientos técnicos necesarios. Primero retocó la túnica
que cubría el cuerpo de Cristo, luego perdió el control de la situación con el
rostro. Un corresponsal de la BBC dijo que la obra se transformó en un
“esbozo de un mono muy peludo vestido con una túnica de una talla
inadecuada”.
Jocosamente la “obra” comenzó a llamarse Ecce mono y llegó a
convertirse en un ícono popular que dejó importantes ganancias al
Santuario de la Misericordia de Borja, ya que se cobraba para verla. El
lugar se convirtió en un espacio de turismo cultural. Miles de personas se
fotografiaron junto a la flamante “obra” de Giménez, y se realizaron varias
peticiones que solicitaban su conservación.
En relación con la “obra” de Giménez, Groys señala que la Iglesia, en
general, nunca estuvo demasiado interesada en la restauración de obras
(salvo que el daño fuera muy importante) porque le importaba el contenido
de la imagen, no su materialidad. Fueron los museos los que comenzaron
los procesos de restauración, interesados en que las obras se mantuvieran
intactas a través de los tiempos. Afirma:
Si vamos a un museo y contemplamos una pintura que tiene siglos, no
comprendemos que esa pintura ha sido restaurada muchas veces y que en
realidad es completamente distinta de la original. Vivimos en la ilusión
de que vemos un original, pero en realidad es un trabajo artístico por
completo diferente. Y creo que lo gracioso sobre la señora que restauró
el fresco es que puso en evidencia eso, precisamente porque tenía una
expectativa demasiado contradictoria hacia la imagen: una era la de
preservar su contenido religioso, y otra la de preservar su forma. Así que
mezcló ambas expectativas —la de la Iglesia y la del museo— y produjo
algo que reveló la realidad de los procesos de restauración: demostró que
nunca observas la obra original, sino algo que parece similar. (66)
El problema fue decidir si Giménez era una artista. Quien inició esta
consideración fue el público, dado que el caso se viralizó en las redes
sociales y llegó a ser trending topic. Curiosamente, el primer eslabón de la
cadena de producción no fue el artista con una intención de hacer obra para
un público. El primer eslabón fue, esta vez, el público. La obra no tuvo que
esperar para volverse pública: empezó siendo pública en el momento en que
la palabra arte, circulando en las redes sociales, se posó sobre ella. Se dio
entonces pleno cumplimiento a la afirmación de Duchamp: “Son los
espectadores los que hacen la obra de arte”. De meros receptores pasan a
ser emisores.
La problemática de la artisticidad fue planteada, entre otros, por George
Dickie al decir que las pinturas de la chimpancé Betsy —que se vendían a
US$ 40 (con beneficios de US$ 3.500 anuales para el Zoológico de
Baltimore) podrían haber sido obras de arte si, en lugar de haberse expuesto
en un zoológico se hubieran mostrado en el Chicago Art Institute. Es decir
que se hubieran convertido en arte si algún miembro de la institución arte
hubiera corrido el riesgo. Todo depende, en síntesis, de la puesta
institucional. (67)
En cuanto a Giménez, faltó que algún curador o director de museo
corriera el riesgo de hacer ingresar, dentro de la institución arte, al Ecce
Mono poniendo así el “broche oro” a la aceptación del público. Quien la
reconociera como artista debería aceptar que ella no había tenido la
intención de hacer una obra de arte; pero, de hecho, se podría argumentar
que las máscaras negras que en nuestros días están en los museos de arte
tampoco fueron creadas con la intención de ser arte, si bien hubo un interés
espiritual, mágico o religioso. Nada comparable, claro está, al prosaico
interés de limpiar una pintura.
Hay quienes vieron en el Ecce homo de Giménez una obra “conceptual”
que planteaba preguntas interesantes acerca de la esencia del arte y de la
autoría. Que una pintura preexistente hubiera sido alterada no parecía
demasiado novedoso teniendo en cuenta el antecedente de de Kooning
erased (1953) de Robert Rauschenberg, una obra que consistió en borrar un
dibujo de otro artista (de Kooning). Por otro lado, se podría minimizar el
hecho de que la obra en cuestión no fuera “original” (aunque en realidad lo
era, en la medida en que el público había “creado” un nuevo objeto).
Considerando su supuesta falta de originalidad, se podría alegar que el Ecce
Homo de García Martínez tampoco era del todo original al estar
directamente inspirado en otro Ecce Homo (c.1640), el de Guido Reni. Y
así se daría una larga discusión sobre la importancia de las cadenas de
influencias que llevan a la “muerte del autor”, enunciada por Roland
Barthes. ¿Quién es entonces el autor de una obra: el que la materializa o el
que la ha motivado efectivamente?
Algunos de los que calificaron a la “obra” de Giménez como artística se
basaron en su circulación dentro de la institución arte (galerías, revistas de
arte, etc.). Asimismo influyó que fuera tema de libros, musicales, óperas,
documentales y cortos de ficción a lo que se agregó, en 2016, la creación de
un Centro de Interpretación del Ecce homo en una sala especial dentro del
Santuario de la Misericordia de Borja. También se tuvo en cuenta el hecho
de que, luego de sus exposiciones en Zaragoza, esta aficionada comenzó a
ser considerada “artista” con cotización en el mercado de arte. Pero, más
allá de la circunstancial mercantilización o recepción masiva, la “obra” de
Giménez será auténticamente “arte” si, con el paso del tiempo, supera el
plano de la contingencia escandalosa y pasa a ser lugar para repensar las
categorías del arte y generar significados capaces de abrir un nuevo camino
de interpretación simbólica.
Por el momento, podemos decir que el caso Giménez es un ejemplo más
de la desdefinición del arte que Harold Rosenberg analiza en The De-
Definition of Art (1972). El término se refiere a las producciones del
neodadaísmo de la década de 1960, los happenings de finales de la década
de 1950 y las imágenes del pop art, todas manifestaciones que resaltaban el
hecho de que cualquier cosa puede funcionar como arte. Fue Duchamp
quien abrió la caja de Pandora con sus ready-mades. Si bien su gesto
iconoclasta tiene ya un siglo, el impacto sigue activo, principalmente para el
“ojo común” (68) acostumbrado a los aspectos tradicionalmente
identificatorios. Mientras que los marcos dorados que rodean las telas o los
pedestales en los que descansan las esculturas subrayaban el ser arte, hoy la
apariencia artística se disimula con materiales diversos como tierra, piedras
y hasta basura que se desparraman en el piso de la galería o el museo.
“Yo no creo en el arte. Creo en el artista”, dice Marcel Duchamp. Pero
hoy la pregunta que surge en primer lugar no es solo qué es arte, sino
tambien quién es artista. Es lo que encontramos en el caso Giménez.
El estatuto artístico de Giménez sirvió de disparador de preguntas en un
proyecto curatorial de Federico Baeza. Al obtener, en 2014, el premio del
Programa Jóvenes Curadores en arteBA —que le permitía curar una
exposición allí mismo— decidió no mostrar pinturas ni esculturas, como era
previsible, sino presentar una pieza teatral. Creada e interpretada por Rafael
Spregelburd tuvo por título El fin del arte y por tema el “caso Cecilia
Giménez”. Podríamos decir que se trató de una obra de arte conceptual
transdisciplinaria.
Álex de la Iglesia considera que la ‘obra’ de Giménez es un “ícono de
nuestra forma de ver el mundo”, mientras que Rafael Spregelburd agrega
que ella “realza el mundo en que vivimos”:
Me gusta este cuadro. Me gusta más que el original, que no me movía un
pelo. Mete el dedo en la llaga de mi época: cuestiona el valor intocable
de lo viejo… Bendice el instinto, reivindica el art brut, desata ríos de
tinta y de tesis, inspira a poetas, hace sonreír a los blogueros, realza el
mundo en que vivimos. Espero que la ley no castigue a Santa Cecilia de
Borja en Zaragoza. La nueva obra peligra, y con ella peligran casi todas
las definiciones de arte que tratamos de mantener aún vivas, con
respirador, con museos, con dinero. (69)
En síntesis, esta “artista” permite tejer una red de contenidos que dan
cuenta del estado actual del mundo y del arte en estado fluido. Un arte “en
flujo”, como diría Groys. Un tipo de arte que suma una importante cuota de
sorpresa, excentricidad, escándalo y humor.
Rafael Spregelburd, El fin del arte, curaduría de Federico Baeza, arteBA 2014.
DE LA ESTÉTICA A LA POÉTICA
Groys considera que la estética ha perdido su antigua relevancia y que la
poética ha ocupado su lugar. A la estética le concierne la obra terminada y
sus efectos en el espectador; a la poética, el modo de producción, la obra
por hacer.
Ante la obra, se puede experimentar placer o displacer. Del placer se
ocupa la estética afirmativa, concentrada en la belleza, mientras que el
displacer es objeto de una estética no afirmativa que valora lo feo y lo
abyecto. Si la belleza puede ser apreciada por todos, para apreciar la fealdad
y la abyección es importante que el receptor posea competencias especiales,
lo que reflejará el milieu social en el que nació, en el que ha vivido y se ha
desarrollado.
Las ideas de Groys que hemos analizado se enmarcan en la poética;
remiten a los drásticos cambios que los nuevos medios provocan en la
producción de la obra de arte. Y uno de los más importantes para el artista,
como vimos, es que ya no hay quien mire. El receptor ahora quiere ser
también productor.
Groys no solo se ocupa del modo en que se producen obras. Sus análisis
se extienden al sujeto en general y a su interés por “producirse”. En relación
con este interés, la totalidad del espacio social se ha transformado en
espacio de exhibición. Todo —incluyendo la intimidad, el dolor, la
angustia, el desconsuelo— tiene que exhibirse porque si no se exhibe, no
existe.
En el párrafo final de “La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica”, Benjamin anticipa la nueva necesidad de
exhibición de la humanidad. Necesidad que hace que hasta la propia
destrucción se transforme en “goce estético”.
La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo
para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí
misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su
propia destrucción como un goce estético. (70)
Si antes las personas estaban interesadas en cómo aparecían sus almas
frente a Dios, actualmente están más interesadas en cómo aparecen sus
cuerpos en el entorno mediático. “Morir es solo dejar de ser visto”, dice
Fernando Pessoa. Entonces, ¿debemos entender que ser visto (como se
logra en los nuevos medios) no es más que una estrategia “para no morir”?
Hoy cada persona debe establecer su propia imagen en el contexto de los
medios visuales y ya no es solo “en el famoso mundo virtual de Second Life
donde uno crea un ‘avatar’ virtual como un doble artificial con el que
comunicarse y actuar”. (71)
Second Life es solo un ejemplo de la importancia que tiene para todo
sujeto exponer su self, su “uno mismo” e interactuar con lo que él cree ser o
quiere ser. De allí que Groys concluya que “el único tipo de relación que
uno puede establecer con Internet es una relación narcisista”. (72)
El mundo virtual pasa a ser el nuevo “ágora” donde cada uno juega un
determinado rol acentuando la importancia de la pose. Recordemos que el
tema de la pose fue central en la obra de la década de 1960 de Richard
McLean. Sus pinturas fotorealistas enfatizaban la importancia del gesto,
para lo cual se sirvió de revistas ecuestres en las que no solo se resaltaba la
pose del caballo —un objeto de culto en la Costa Oeste de los E.E.U.U.—,
sino también la del dueño que exhibía orgulloso su patrimonio y disfrutaba
del momento en que sería visto, apreciado y hasta envidiado por los demás.
Jeff Koons parece tener conciencia del afán exhibitorio del sujeto al
eligir el acero inoxidable como material de sus trabajos. Su decisión no
obedece solamente a la durabilidad de ese material sino al hecho de que, al
estar pulido como si fuera un espejo, permite que el espectador se vea
reflejado. No solo se refleja sino que, en el mismo momento en que se ve,
también puede ser visto por otros espectadores.
Observa Groys que la necesidad de exhibirse se encuentra acentuada en
la personalidad de artistas como Duchamp, Warhol, Barney, Orlan, Calle,
Abramovic, entre otros. Convertidos, de algún modo, en “obras” en sí
mismos teatralizan la transformación —dionisíaca— que Nietzsche
describe en El nacimiento de la tragedia. Bajo la magia de lo dionisíaco,
dice, “el ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de
arte”. (73)
“Todo ser humano es un artista”, el lema de Beuys —ligado al marxismo
temprano y a la vanguardia rusa— ya no se entiende como una utopía. Se
ha convertido en una obligación en la medida en que todos asumen una
responsabilidad estética: la de aparecer frente al mundo a través de un
diseño de sí.
Aclaremos que, en la actualidad, el concepto de diseño excede el campo
de los objetos. No solo se diseña el mundo exterior, también el sujeto se
diseña a sí mismo. En Diseño y delito, título inspirado en Ornamento y
delito de Adolf Loos, Hal Foster dice:
Pues hoy día uno no necesita ser asquerosamente rico para proyectarse
no solo como diseñador sino como diseñado, sea el producto en cuestión
la casa de uno o su negocio, sus mejillas caídas (cirugía estética) o su
personalidad retraída (drogas de diseño), su memoria histórica (museos
de diseño) o su futuro ADN (niños de diseño). (74)
El diseño de sí lleva a Groys a decir que aunque no todos produzcan
obras en el espacio virtual de Internet, todos son obra:
El espacio virtual de Internet es fundamentalmente la arena en que mi
página de Facebook se diseña y rediseña permanentemente, del mismo
modo que mi canal de Youtube. Pero, igual que en el mundo real —o
digamos, analógico— se espera que uno sea responsable por la imagen
que presenta a la mirada de los demás. Incluso se puede decir que el
diseño de sí es una práctica que une a los artistas con una audiencia
semejante de la manera más radical: aunque no todos producen obras,
todos son una obra. (75)
A través del diseño de sí el sujeto se relaciona con un mundo que, de
modo más o menos evidente, más o menos discreto, igualmente lo diseña,
dificultando alcanzar una metanoia, una real transformación mental y
espiritual. En el proyecto o plan para uno mismo desde uno mismo,
podríamos encontrar solo un leve resquicio de acción libre frente a los
dictados del “diseñador” exterior.
Adolf Loos veía en el diseño moderno un aspecto “funerario”. En “The
Poor Little Rich Man” narra el destino de un hombre rico que solicita a un
arquitecto el diseño total de su vivienda. No bien la casa está completa,
cuidadosamente proyectada, el hombre rico ya no puede cambiar ni agregar
nada sin el permiso del diseñador (hasta sus zapatillas han sido diseñadas).
Dado que la superficie exterior de la vivienda también ha sido diseñada, el
hombre rico se convierte en una especie de objeto de museo, un cadáver
sometido de modo radical a la mirada del otro.
En El arte se repliega en sí mismo, (76) Sloterdijk se refiere a la
ampliación del concepto de arte como “imagen especular de la expansión de
la subjetividad del artista creadora de valor”. Así, las obras “son expuestas
como acciones bursátiles estéticas”. Considera que, al modo del rey Midas,
el artista transforma en arte todo lo que toca y, si Andy Warhol hubiera
contado con la posibilidad jurídica, habría vendido calles enteras de
edificios de Nueva York transformadas por él en obras de arte al pasear por
ellas.
Al estar inmersa en el mundo del capitalismo y del mercado, toda
persona que se vuelve pública es sospechosa de ser una mera mercancía que
apunta a otras mercancías. Cada uno de sus gestos hacia el mundo exterior
sirve a determinados intereses, los mismos que operan en las fuerzas del
mercado. No obstante, Groys aclara que ni los artistas ni el arte podrían
explicarse solo como un efecto de esas fuerzas. A pesar de la gran cantidad
de dinero y energía puestos en exhibiciones a gran escala, esas muestras no
están hechas solo para los compradores sino para el público, para el
visitante anónimo que quizás nunca compre una obra.
Se producía arte antes de la emergencia del capitalismo y del mercado
del arte y cuando desaparezcan, el arte continuará. Se produjo arte
durante la época moderna en lugares que no eran capitalistas y en los que
no había un mercado de arte, como es el caso de los países socialistas.
(77)
LA INSTALACIÓN
Sostiene Groys que la instalación es el epítome o “la forma señera” del
arte contemporáneo. (89) El sentido amplio que se le asigna al término lo
lleva a decir que toda muestra curada es una instalación. Comprende, por lo
tanto, distintas disciplinas (pintura, escultura, objetos, fotos, videos, etc.).
Incluso si una instalación consistiera en una única pintura, todavía sería una
instalación. Lo que cuenta, más allá del hecho de haber sido producida por
un artista, es “el haber sido presentada como algo escogido”. La
originalidad de la propuesta ya no residirá en la forma exclusivamente, sino
también en su inscripción topológica. Groys afirma:
Lo que distingue al arte contemporáneo del de momentos anteriores es
solo el hecho de que la originalidad de una obra de nuestro tiempo no se
establece de acuerdo con su propia forma, sino a través de su inclusión
en un determinado contexto, en una determinada instalación, por medio
de su inscripción topológica. (90)
Si el arte moderno trabajó en el nivel de las formas individuales, el
contemporáneo, bajo el modelo de la instalación, trabaja en el nivel del
contexto de la exhibición, lo que supone una valoración especial de la tarea
del curador que, bien sabemos, se ha convertido en “estrella” del mundo del
arte, y ocupa muchas veces el lugar privilegiado del artista.
En “La topología del arte contemporáneo”, Groys muestra que, a través
de una inscripción topológica, la obra reproducible se rodea de aura. Al ser
instalados, tanto la foto como el film obtienen su “aquí y ahora”, eso que de
acuerdo con Benjamin hace a la originalidad y es prerrequisito de la
autenticidad. Lo que él no vio, en la perspectiva de Groys, es la posibilidad
de que cualquier obra reproducible conquiste su aura al ser parte de una
instalación.
Mientras que el espacio de circulación masiva de la copia —el que vio
Benjamin— es anónimo, abierto y sin marcas, el espacio de la instalación
tiene la particularidad de ser fijo, finito y cerrado; crea, por lo tanto, un
contexto diferenciado del afuera, un “aquí y ahora” topológicamente
definido.
Con cada nuevo guion curatorial las obras renuevan su ser “original”. El
Angelus Novus (1920) de Paul Klee —que hoy se ve fundamentalmente a
través de la interpretación de Benjamin en “Tesis de filosofía de la historia”
nº 9— tiene un “aquí y ahora” dentro del Museo de Israel, Jerusalén (a cuya
colección pertenece) y tendrá otro “aquí y ahora” en una muestra colectiva
de arte contemporáneo. La célebre pintura renueva sus contenidos
inmanentes en cuanto inaugura una trama inédita de relaciones
intertextuales con las obras que la rodean. Por ejemplo, en un diálogo
horizontal con obras de jóvenes artistas, en la selección de Roger M.
Buergel y Ruth Noack para la documenta 12 de Kassel (2007), el Angelus
Novus probó su contemporaneidad al establecerse una nueva
intertextualidad (ver p. 193).
A diferencia de lo que ocurría en otros momentos, contemporáneo y
joven son términos que no siempre van a la par. Hay indiferencia en cuanto
a su interrelación, es decir que la edad del artista no define su ser
contemporáneo, como tampoco las fechas de las obras. Situación que
también encontramos, por ejemplo, en el campo de la filosofía. Nietzsche es
un filósofo actual como lo muestra, entre otros, Michel Onfray (ver pp. 131-
135).
La juventud de un artista se prueba en cada nueva intertextualidad
“original”, la misma que opera en aquellas obras que tienen el estatuto de
copia. Hoy sabemos que un film puede transformarse con diversos
lenguajes de programación, diferentes softwares o tamaños de pantalla, y
puede proyectarse en diferentes ámbitos: una sala cinematográfica, un
website o en una conferencia como ilustración de lo que se expone.
También puede verse en privado en una pantalla de televisor o en un museo
en el contexto de una instalación. “¿Estamos en todo momento ante el
mismo material fílmico?”, pregunta Groys. Su respuesta es que no; de allí
que deduzca que el estatuto de copia no es más que una convención
cultural.
Imaginemos la recepción de un film de Godard —por ejemplo, Histoire
(s) du cinema (1988-1998)— en una sala cinematográfica, en una
instalación en un museo o en un evento artístico internacional (como se
hizo en más de una oportunidad). En el primer caso, el espectador
permanece inmóvil y deja que la película se proyecte delante de él, en los
otros puede moverse y elegir el tiempo de recepción. Por ser un espacio de
toma de decisiones, la instalación adquiere, según Groys, un estatuto
“político”.
La creciente importancia de la instalación como una forma de arte está
conectada de manera muy evidente a la repolitización del arte que hemos
experimentado en años recientes. La instalación no es solo política
porque permite la posibilidad de documentar posiciones políticas,
proyectos, acciones y eventos, si bien es cierto que dicha documentación
se ha convertido en una práctica artística muy extendida en los últimos
años. Sin embargo, más importante aún es el hecho de que la instalación
es en sí misma, como sugerí anteriormente, un espacio de tomar
decisiones: primero que nada, decisiones relacionadas con la
diferenciación entre lo nuevo y lo viejo, lo tradicional y lo innovador.
(91)
Por otra parte, el espacio del museo permite que los espectadores puedan
verse entre sí y de algún modo “autocelebrar”, en el recorrido individual, su
participación en una comunidad transitoria.
La estética “contextual” de la instalación permite que tanto el espacio
como el espectador ingresen como “obra”. En nuestro ensayo “La
instalación, arte de la presencia”, (92) mostramos que ambos dejan de
ocupar un lugar exergonal para convertirse en ergon (obra). Podemos
agregar un elemento más, sustancial en la instalación: el tiempo. Cada
recorrido del espectador inaugura un tiempo diferente, comparable al del
flâneur, de acuerdo con Groys.
La instalación es, sobre todo, una versión en clave de cultura de masas
de la flânerie individual tal como la describió Benjamin, y por lo tanto,
un lugar para la emergencia del aura, para la “iluminación profana”. (93)
En el recorrido de una instalación se pone de manifiesto el relativismo
del punto de vista. Varias alternativas de recorrido se encontraban, por
ejemplo, en 1+1+1 de Alfredo Jaar, presentada en la documenta 8 de
Kassel (1987). Esas alternativas permitían transformar perceptivamente tres
imágenes fotográficas de gran tamaño. Como en el juego de las
anamorfosis, solo un punto de vista permitía ver correctamente las
representaciones invertidas de cuerpos semidesnudos de niños desnutridos.
En efecto, la inversión se corregía cuando el espectador, al moverse,
alcanzaba un ángulo adecuado que permitía que las imágenes se
proyectaran en un espejo (entonces se los veía con las piernas hacia abajo).
De este modo, Jaar subrayaba tanto el relativismo de la visión como la
dificultad de establecer puntos de vista ajustados a los hechos.
Adrián Villar Rojas, Two Suns, instalación, materiales varios, 1,10 x 4,70 x 1,45 m, Marian Goodman
Gallery, Nueva York, 2015. Cortesía del artista y de Marian Goodman Gallery, Nueva York. Foto:
Jörg Baumann.
Miguel Ángel. David, mármol, 5,17 x 1,10 x 1,45 m, Galería de la Academia, Florencia, 1504.
47. B. Groys, Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea, Buenos
Aires, Caja Negra, 2014, p.11.
48. Es en Fenomenología del espíritu donde Hegel analiza la dialéctica del amo y el esclavo.
Podríamos decir que el artista ha sido tanto “amo” como “esclavo” en cuanto ha servido a la Iglesia,
a los mecenas y hoy al gran público.
49. B. Groys, “La topología del arte contemporáneo”, Centro Cultural Rector Ricarardo Rojas.
Disponible en: <www.rojas.uba.ar>. [El texto original forma parte de Antinomies of Art and Culture,
Modernity, Posmoderniy, Contemporaneity, Duke University Press, 2008].
50. E. Oliveras (ed.), Estética de lo extremo. Nuevos paradigmas en el arte contemporáneo y sus
manifestaciones latinoamericanas, Buenos Aires, Emecé, 2013.
51. P. Sloterdijk, “El arte se repliega en sí mismo - Presentación de una exposición singular”, en
Brumania, Prácticas artisticas, estatica y politicas, nº1, verano, 2002.
52. B. Groys, “La topología del arte contemporáneo”, op. cit.
53. Cf. A. Danto, Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia, Barcelona,
Paidós, 1999, p. 28.
54. E. Vila-Matas, Kassel no invita a la lógica, Barcelona, Seix Barral, 2014, p. 96.
55. B. Groys, Volverse público, op. cit., p.193.
56. B. Groys, Arte en flujo. Ensayos sobre la evanescencia del presente, Buenos Aires, Caja Negra,
2016.
57. Ibid, p. 10.
58. “La gran obra maestra” de Balzac se sitúa en el siglo XVII y tiene como escenario el estudio
parisino de un anciano artista llamado Frenhofer. Su tema es la obsesión del pintor que trabaja
secretamente en un cuadro “perfecto” que lleva años intentando terminar. Cuando finalmente dos
artistas admiradores del pintor logran ver la obra, solo encuentran una intrincada masa de brochazos
y capas de pintura, de la que apenas sobresale un pie. Queda claro que la perfección (al menos en la
expectativa de los otros) es algo que nunca se logra.
59. B. Groys, Arte en flujo. Ensayos sobre la evanescencia del presente, op.cit., p. 10.
60. G. Debord, La sociedad del espectáculo, Buenos Aires, La Marca, 1995.
61. N. Bourriaud, Estética relacional, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2006, p. 28.
62. M. Heidegger designa con el nombre Serenidad (Gelassenheit) a la actitud que dice “sí” y “no” al
mundo técnico. Al tomar distancia de la técnica conservamos nuestra esencia, que es la de “mantener
despierto el pensar reflexivo” y “la apertura al misterio”. Cf. Serenidad, Barcelona, Serbal, 1998, p.
27.
63. B. Groys, Volverse público, op. cit., p. 114-115.
64. Cf. C. Ares, “Lo museable”, en E. Oliveras (ed.) Cuestiones de arte contemporáneo, Buenos
Aires, Emecé, 2008, pp. 47-71.
65. B. Groys, Volverse público, op. cit., p. 128.
66. B. Groys, “Boris Groys: el gran crítico sale al ruedo”, Ana Prieto (entrevista), revista Ñ, 13 de
febrero, 2014.
67. Cf. G. Dickie, “The Institutional Theory of Art”, en Introduction to Aesthetics, Nueva York,
Oxford University Press, 1997, p. 85.
68. Guido Ballo distingue cuatro tipos de ojos (tomados como sinécdoque de espectador): el ojo
común, que es el del gran público, que se guía por lo convencional; el ojo orecchiante o esnob, al que
se le pega lo último y habla “de oído”; el ojo absolutista, que suele ser el del artista; y el ojo crítico,
capaz de leer en profundidad la obra de arte detectando en ella síntomas de su presente. Cf. Occhio
critico. Il nuovo sistema per vedere l’arte, Milán, Longanesi, 1966.
69. R. Spregelburd, “Santa Cecilia de Borja”, Perfil, Buenos Aires, 31 de agosto, 2012.
70. W. Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, en Discursos
interrumpidos I, Madrid, Taurus, 1989, p.57.
71. B. Groys, Volverse público, op. cit., p. 14.
72. B. Groys, “La totalidad del espacio social se transformó en espacio de exhibición”, D Fernández
Irusta (entrevista) La Nación, 26 de abril de 2015.
73. F. Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, Madrid, Alianza, 1981 p. 45.
74. H. Foster, Diseño y delito, Madrid, Akal, 2004, p. 18.
75. B. Groys, Volverse público, op. cit., p. 40.
76. P. Sloterdijk, “El arte se repliega sobre si mismo. Presentación de una exposición singular”, en
Brumaria, Prácticas artísticas, estéticas y políticas, nº1, verano, 2002.
77. B. Groys, Volverse público, op. cit., p. 17.
78. B. Groys, “El curador como iconoclasta”, Criterios, nº 2, 15 febrero 2011, pp. 23-34.
79. Cf. B. Groys, Volverse público, op. cit., p. 55.
80. Ibid.
81. B. Groys, Bajo sospecha. Una fenomenología de los medios, Valencia, Pre-textos, 2008.
82. B. Groys, “Devenir revolucionario. Sobre Kazimir Malévich”, en Volverse público, op. cit., pp.
163-176.
83. B. Groys, Volverse público, op. cit., p 55.
84. L. Fragasso, “¿Es posible la crítica de arte?”, Buenos Aires, Casandra, nº 4, 1997, p. 48. El libro
de Arnold Gehlen examinado es Imágenes de época. Sociología y estética de la pintura moderna,
Barcelona, Península, 1994.
85. B. Groys, Volverse público, op. cit., p. 51.
86. Cf. J. Figueroa, “La crítica de arte: ni juicio, ni mediación” en Arte Contemporáneo: de marcos y
marcas, San Miguel de Tucumán, EDUNT, 2018, pp. 157-194.
87. Cf. S. Sontag, Contra la interpretación, Barcelona, Alfaguara, 1996, y G. Steiner, Presencias
reales, Buenos Aires, Destino, 1991. J.-L. Nancy, El arte hoy, Buenos Aires, Prometeo, 2014.
88. B. Groys, “El curador como iconoclasta”, op.cit. p. 32.
89. Cf. B. Groys, “La topología del arte contemporáneo”, op. cit.
90. Ibid.
91. Ibid.
92. E. Oliveras, “La instalación, arte de la presencia”, en Espacio de Arte, Rosario, año 2, nº 4, 1994.
93. B. Groys, Volverse público, op. cit., p. 62.
94. En “Pierre Menard, autor del Quijote” (Ficciones, Buenos Aires, Emecé, 1956, p. 44) dice J.-L.
Borges: “El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es
infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza)”.
Lo que hace Borges es cotejar una misma frase —“la verdad, cuya madre es la historia ”— de los dos
autores. En el siglo XVII es un elogio a la historia, pero en el siglo XX, cuando la escribe Menard,
tiene un significado irónico: nadie puede ya creer que la historia sea la madre de la verdad. El relato
histórico es relativo, depende de quién escribe y de quién lee.
95. G. Didi-Huberman, “La exposición como máquina de guerra”, en Minerva, nº 16, 2011, p. 28.
CAPÍTULO 3
NICOLAS BOURRIAUD. UN PRESENTE
RADICANTE Y EXFORMAL
ALTERMODERNIDAD
Podemos considerar que uno los trabajos más conocidos de Bourriaud,
Radicante, es un texto de “postproducción” dado el encadenamiento
evidente con la idea de rizoma de Deleuze y Guattari. Pero no es menos
innegable la importancia del contexto cultural y social en el que Bourriaud
inscribió sus hipótesis. Su pregunta, ¿cómo afecta el fenómeno de la
globalización la vida de las formas?, supone una nueva perspectiva estética
y sociológica. Esta perspectiva se suma a diversos análisis filosóficos,
políticos y económicos sobre la globalización. Recordemos que el título del
libro en el original francés es Radicant. Pour une esthétique de la
globalisation.
Para pensar nuestro presente, Bourriaud considera necesaria la
reconsideración de la modernidad. Se apropia de ese término, sin que esto
suponga una simple vuelta al pasado.
Podemos afirmar que, al iniciarse este siglo, es posible apropiarse de
nuevo del concepto de modernidad sin experimentar ni por un instante el
sentimiento de volver al pasado, y sin ignorar tampoco las críticas
saludables a las tentaciones totalitarias y a las pretensiones colonialistas
del modernismo del siglo anterior. (97)
Así como Bourriaud realiza, en el concepto de Radicante, un trabajo de
posproducción, también posproduce el concepto de modernidad
descartando el prefijo pos o post —presente en términos como posmoderno,
poshumano o poshistórico— y agregando el prefijo alter (otro). Elige para
nuestro presente el nombre altermodernidad que tiene como principios el
fin de la posmodernidad, la emergencia de una modernidad específica en
tiempos de la globalización y la importancia de las nociones de traducción y
errancia.
Altermodernidad y radicante son términos que se encuentran
íntimamente conectados. En la primera parte de Radicante concluye:
RADICANTE
El término radicante designa un organismo que es capaz de producir
raíces sobre cualquier tipo de superficie a medida que avanza. “Ser
radicante” es poner en escena las propias raíces en contextos y formatos
heterogéneos, como son aquellos que promueven la posproducción y el arte
relacional.
El modelo radicante de Bourriaud tiene en común con el modelo rizoma
de Deleuze y Guattari la demolición de la estructura vertical del árbol como
figura hegemónica de la Verdad. Pero, a diferencia del rizoma en el que
cada punto está conectado horizontalmente con otro, el término radicante
designa un organismo que hace crecer sus raíces a medida que avanza.
El modelo radicante contiene la noción de forma-trayecto, de trayectoria
efectuada por un sujeto singular. Lo propio de ese sujeto es que él se crea al
describir su propia trayectoria. En oposición al orden monumental, participa
del acontecer de la propia inestabilidad; contra lo eterno, resalta lo
circunstancial. Bourriaud cita como ejemplo la muestra “Amor vacui,
horror vacui” de John Armleder, presentada en el MAMCO de Ginebra en
2006, que estuvo lejos de ser una retrospectiva organizada. Apilando sus
obras, yuxtaponiéndolas, acercándolas o alejándolas, el artista puso en
escena la intercambiabilidad de las traducciones, por lo que Bourriaud
consideró necesario introducir el neologismo radicantidad.
Diferente a otras formas de raíces cuya evolución está determinada por
su arraigo en el suelo, el radicante crece según un avance errático. La
identidad de un sujeto —y de su obra— no es estable y cerrada sobre sí
misma. Existe únicamente bajo la forma dinámica de su errancia, situación
que Slavoj Žižek ubica dentro del capitalismo mundial que “favorece
claramente una subjetividad caracterizada por identificaciones múltiples y
cambiantes”. (102) En este sentido, los avatares de Second Life sirven a una
humanidad orientada hacia la multiplicidad. Precisamente el gran asunto de
la estética contemporánea en la era de Internet resulta ser la organización de
lo múltiple “reticular”.
En el tejido en forma de red se pone en evidencia un perpetuo
desarraigo. Así, Mike Kelley puede ocuparse tanto de sus orígenes
irlandeses en una instalación como de reconstruir un monumento chino
situado cerca de su casa en Los Ángeles. Lo que cuenta es la facultad de
aclimatación a contextos diversos y la producción de obras que generen
aculturaciones temporales, lo que supone la puesta en marcha de un
pensamiento nómada, organizado en términos de circuitos y
experimentaciones circunstanciales.
Es lo que encontramos en la producción de Fabián Burgos cuando
circunstancialmente pasa de la abstracción geométrica (tendencia en la que
se lo incluyo históricamente) a la figuración (véase p. 155). Otro ejemplo
significativo es la muestra “De la peinture, même” (2014-1015) en el
Centro Pompidou, donde se puso de manifiesto que el “conceptualista
Duchamp” era también un sensible pintor. De este modo se pudo ver en él a
un artista “radicante” capaz de desarrollar su pensamiento más allá de toda
clasificación. “Ser radicante” es lo opuesto a “ser radical”. Recordemos que
la radicalidad fue el denominador común de las vanguardias del siglo XX.
Defensor de la forma errante y de lo efímero, Tino Sehgal exige que los
elementos interactivos entregados a actores contratados no dejen ninguna
huella a posteriori. Lo que importa es el “aquí y ahora” en franca oposición
a la voluntad archivista del mundo contemporáneo. Lo que queda es una
precariedad positiva, una estética del despojo capaz de producir, según
Bourriaud, el “vaciamiento del disco duro”. (103)
Gabriel Orozco, por su parte, da ejemplos de volatilidad física al
fotografiar lo transitorio: agua en una pelota pinchada, un conjunto de
motonetas en la calle, una caja de zapatos vacía. Orozco y otros
contemporáneos, “podrían firmar la definición de la modernidad
baudelaireana ajustada a lo urbano, la errancia y la precariedad”, (104) dice
Bourriaud.
Si pensamos que el arte contemporáneo tiene un proyecto político
coherente, este sería precisamente el de la precariedad y lo errático en
medio del sistema de representaciones del poder. Estamos en las antípodas
del discurso omnipotente que se resume en la famosa fórmula de Thatcher:
“There is no alternative”. Siempre es posible, por el contrario, pensar en un
plan B.
Lo errante también toma forma en la moda vestimentaria que, hasta la
década de 1980, tenía tiempo de desarrollarse antes de cederle el lugar a
otra, tan distinta como la anterior. Observamos, en cambio, que las
tendencias de hoy conforman un movimiento continuo de poca amplitud,
como “un sinfín de olitas” en el mar. Dice Bourriaud:
En la marea cultural contemporánea, las olas ya no se cubren unas a
otras con fuerza, dibujando huecos y crestas; al revés, un sin fin de olitas
termina rompiendo en la arena de una actualidad en que todas las
tendencias coexisten sin animosidad ni antagonismo: las posibilidades
culturales, optativas, son combinables y apilables. Nada resalta, porque
no estamos comprometidos con nada realmente […] pasado el tiempo
del compromiso, experimentamos una dificultad patética para retener
algo en un espacio cultural volátil —exceptuando unos nombres propios
que desempeñan cada vez más el papel de marcas—. (105)
En síntesis, los rasgos que definen al arte en la altermodernidad son “el
presente, la experimentación, lo relativo, lo fluido” (106). El presente, por
la pasión por el hoy como principio; la experimentación, porque ser
moderno es aprovechar la ocasión, es aventurarse, no conformarse con la
tradición; lo fluido, porque es preciso practicar un relativismo integral.
El artista altermoderno intenta, de algún modo, organizar un éxodo
reevaluando lo existente dentro de un universo nómada. Mientras que el
artista moderno era universalista y el posmoderno, multiculturalista, el
altermoderno es un artista global sin localización precisa. Es como el
viajero que se desplaza por las culturas sin identificarse con ninguna. Es
como el internauta que sigue los links en un recorrido personal en medio del
exceso de información. El artista pasa a ser entonces un “semionauta” que
inventa trayectos en el mundo de signos, como el protagonista de Museum
Hours (2012), de Jem Cohen, quien debe articular detalles del mundo
cotidiano captados desde inusuales puntos de vista para desembocar, en los
momentos finales del film, en una experiencia estética de lo cotidiano
transformado en arte. Sintetiza Bourriaud:
El artista radicante inventa recorridos entre los signos: como semionauta
pone las formas en movimiento, inventa a través de ellas y con ellas
trayectos por los que se elabora como sujeto al mismo tiempo que
constituye su corpus de obras. Recorta fragmentos de significación,
recoge muestras; constituye herbarios de formas. (107)
Al recortar fragmentos de significación, el artista radicante podría, en el
caso de ser conceptual, retomar la pintura o utilizar las tecnologías más
innovadoras. La obra radicante del artista altermoderno implica el
abandono del medium specific, de toda exclusividad disciplinaria.
POSPRODUCCIÓN
No son pocos los artistas que trabajan hoy como si la ley del copyright
hubiera dejado de existir renovando, de este modo, la idea de “muerte del
autor” (Barthes). En la era del remix, de la cultura del DJ, de la
reproductibilidad digital y de la visualización masiva de contenidos a escala
global, los artistas encuentran múltiples ocasiones de apropiación,
combinación y mezcla. Prolongando la idea del ready-made duchampiano
recurren a lo ya dado para crear nuevas representaciones.
Entre las prácticas de posproducción más conocidas figura Psicosis 24
Horas (1993). Lo que hizo Douglas Gordon fue sacar el sonido y ralentizar
el film Psicosis, de Alfred Hitchcock, para llevarlo a 24 horas de duración.
Entre las variantes posproductivas se encuentra la “estética del archivo”.
Un número importante de representantes comprueban la existencia de un
impulso archivista a nivel internacional. En la larga lista se encuentran
Thomas Hirschhorn, Tacita Dean, Joachim Koester y Sam Durant. En
Malos nuevos tiempos Hal Foster también incluye a Yael Bartana, Matthew
Buckingham, Tom Burr, Gerard Byrne, Moyra Davey, Jeremy Deller, Mark
Dion, Stan Douglas, Omer Fast, Joan Fontcuberta, Liam Gillik, Douglas
Gordon, Renée Green, Pierre Huyghe, Zoe Leonard, Josiah McElheny,
Christian Philipp Müller, Philippe Parreno, Walid Raad, Danh Vö, Otolith
Grou y Raqs Media Collective.
Desde fines de la década de 1990, se destaca el trabajo de Fernando
Bryce, quien meticulosamente copia archivos a mano utilizando tinta sobre
papel. A través de la apropiación de documentos históricos, revistas,
panfletos políticos y anuncios de publicidad cuestiona la ideología y los
prejuicios que subyacen en los discursos oficiales publicitados y aceptados.
Señala Foster que el impulso archivista no es nuevo y cita como
ejemplos el archivo fotográfico de Aleksandr Ródchenko y los fotomontajes
de John Heartfield y de Hannah Höch. Ese impulso se reactiva más adelante
en las Combine paintings de Robert Rauschenberg, en los films-ensayos de
Chris Marker, los videos de investigación de Dan Graham, las fotos
rescatadas por artistas feministas y los montajes de información del arte
conceptual. En el 2000 el afán archivista acentúa su importancia “al punto
de que se lo podría considerar una tendencia diferenciada por derecho
propio”. (108)
En esa tendencia se inscriben las estrategias de posproducción de Max
Gómez Canle, que se apropia de imágenes encontradas en la biblioteca de la
casa de su abuelo, en bibliotecas públicas, ferias, librerías de viejo, etc.
En sus óleos sobre tela y tintas sobre papel que integraron la muestra
“Condición y cabeza”, que tuvo lugar en la Fundación Klemm (2016), el
concepto de autor “original” se encontraba desvirtuado. Gómez Canle
reprodujo y alteró obras existentes recogidas de diapositivas, fascículos de
historia del arte e imágenes de Internet. Como artista “posproductor”
trabajó “a la manera de” pintores como Leonardo, Cranach, Bronzino o
Velázquez, pero transformó la apariencia humana con el agregado de pelos
en el rostro y el cuerpo. De este modo, los rasgos humanos se disimulaban
bajo una apariencia salvaje, bestial.
Paciente, minuciosamente, Gómez Canle pintó pelo por pelo para
acentuar la cercanía del gesto que conforma la pintura. Gesto que, en este
caso, es contrario a las convenciones del (buen) gusto, que prefiere lo liso a
lo áspero —según afirma Edmund Burke (109)— y que, entre otras
prevenciones, oculta vellosidades. Un gesto irrepetible sobre una imagen
repetible lo lleva a delinear un universo de heterocronías y de
heterogenealogías. En ese universo lo bello roza lo perverso y la serenidad
clásica se vuelve bestialidad animal. Sin embargo, hay un juego ultraleve o
inframince (Duchamp) con el humor, lo erótico y la caricia que modera todo
dramatismo. Dice Graciela Taquini:
A la fruición de la copia se le agrega ese otro gesto: el de acariciar, lamer
la superficie pictórica una y otra vez, durante los meses que dura la
elaboración de la obra. Trabajo de adición de capas, como un Photoshop
manual y artesanal. Hay en el proceso un doble juego, la apropiación,
casi erótica, que sin embargo culmina en algo que ataca la sacralidad del
arte. (110)
Desplegando una franca sensorialidad, Gómez Canle renueva el gesto
iconoclasta de Duchamp cuando agrega barbas y bigotes a La Gioconda. De
este modo, el retratado habla de un ecosistema incongruente y participa de
una fauna humanoide registrada en el momento de aturdimiento que podría
preceder a su desaparición.
Max Gómez Canle, Rittrato di bambino peloso con cardellino (Bronzino rehecho y continuado), óleo
sobre tela, 50 x 40 cm, 2002-2007. Foto: Gustavo Lowry.
LA EXFORMA
Bourriaud es uno de los autores que mejor justifica la situación border
del artista y de sus obras. En efecto, encontramos en la exforma uno de los
conceptos más sugerentes y abarcativos de esa situación.
En las primeras páginas de La exforma, Bourriaud define el ámbito de lo
exformal: es “el lugar donde se desarrollan las negociaciones fronterizas
entre lo excluido y lo admitido, entre el producto y el residuo”. (123) Un
residuo, nos informa el diccionario, es lo que cae (fuera) cuando se fabrica
una cosa.
En el término exforma el prefijo ex no significa “lo que fue y ya no es
más” (como en el caso de expresidente) ni tampoco “privación” (como en el
caso de exánime). Significa “fuera” o “más allá” con relación al espacio y
al tiempo (como en el caso de extender, extraer, exhumar o excéntrico).
La exforma nos recuerda la importancia que tenía en Kant la forma en
cuanto diseño o o contorno. La forma tiene, para Kant, más valor que el
color, que apela demasiado a nuestros sentidos y se explica por el atractivo
y lo agradable. Al marcar límites espaciales, la forma —en cuanto
construcción mental activa— diferencia un objeto de otro; por ser res
extensa (Descartes) los separa, los hace reconocibles y definibles, por lo
que posee un valor ontológico y gnoseológico superior. Si la forma limita y
separa, la exforma “negocia” sus propios límites: es una forma atrapada en
un procedimiento de exclusión y de inclusión, en un proceso que sacude la
plataforma de configuraciones admitidas. Se refiere “a todo signo
transitando entre el centro y la periferia, flotando entre la disidencia y el
poder” (124).
Los artistas exformales trabajan en un “fuera de campo” apuntando a que
lo excluido se encamine hacia lo valorado o visibilizado para superar la
diferencia. Como ejemplo de esta situación mudable encontramos el caso de
las vanguardias artísticas que negocian, de modo más o menos intenso, su
aceptación haciendo uso de aquello que la institución arte no había (aún)
estimado.
En la teoría general del residuo de Bourriaud, el término exforma tiene
un amplio abarque. Si bien se aplica al arte, también opera en el ámbito de
la política, la economía y la cultura revelando la existencia, siempre
problemática, de zonas de exclusión. La tarea de salvataje no depende
exclusivamente del ideólogo materialista, sino que es asunto de todos.
Un enfoque más político y social diferencia a La exforma de textos
anteriores de Bourriaud. Nos conecta con una actualidad marcada por la
exclusión y por la posibilidad de integración convertida en fuente de nueva
energía. Si en la antigua Roma los proletarios —que no tenía más que a sus
hijos (prole) como patrimonio— eran la clase residual de la que el Imperio
podía disponer libremente, hoy los grupos relegados atraviesan el conjunto
del cuerpo social y cuentan con figuras emblemáticas como el refugiado o
el inmigrante clandestino.
Luego de haber comprendido la importancia de Deleuze, Guattari,
Foucault, Barthes, Baudrillard, Lyotard y Lacan, Bourriaud recibe la
influencia de Althusser a la luz de los debates culturales del siglo XXI y
pregunta: ¿por qué Althusser, ese “filósofo para filósofos”, aparece raras
veces mencionado en los debates teóricos? La razón estaría en que muchos
de los que circularon en esos debates —algunos de los cuales fueron
discípulos de Althusser, como Rancière y Badiou— rompieron con él luego
del Mayo francés de 1968. Recordemos que, en La lección de Althusser
(1973), Rancière denunció su arcaísmo estalinista. Sin embargo, releer a
Althusser en el siglo XXI nos permitiría abordar los complejos vínculos
entre arte y política más allá de las formulaciones simplistas a las que se
ven reducidos a menudo. Entre los que recibieron su influencia
determinante se encuentra Slavoj Žižek, quien tuvo por director de tesis a
Jacques-Alain Miller, un estudiante formado por Althusser que partió con
su bagaje al campo lacaniano. (125)
Althusser tiene el valor de representar un pensamiento desviado y una
vida incómoda que opera en un ámbito exformal, en un “fuera de campo”
más allá de lo admitido y “responde muy poco al perfil del jet set
filosófico”. (126) Bourriaud cuenta una historia según la cual más de
trescientos miembros de la Escuela Freudiana de Psicoanálisis se reunieron
el 15 de marzo de 1980 en el hotel PLM Saint-Jacques, del distrito 15 de
París. Un año antes de su fallecimiento, Lacan convocó allí a sus seguidores
para exponerles los motivos por los cuales había decidido disolver la
escuela que él había fundado. En medio de la exposición del maestro, desde
el fondo de la sala, se le aproximó una figura agitada. Era Althusser, que
encendió su pipa y comenzó a hablar. Habló en nombre de los analizados
para que se tomara en cuenta a miles de hombres, mujeres y niños que
exponían sus problemas ante el psicoanalista. Asimismo tildó de cobardes a
los miembros de la asamblea. Finalmente, fue acompañado hacia la puerta
por el mismo Lacan. Este encuentro le sirvió a Bourriaud para constatar que
dos de los grandes maestros del pensamiento francés —Lacan y Althusser
— fueron frecuentemente calificados de “locos”.
En El porvenir es largo (1992), libro póstumo y autobiográfico,
Althusser cuenta su vida, su ingreso a un hospital psiquiátrico y cómo
asesinó a su esposa Hélène Rytmann en 1980. A partir de este texto,
Bourriaud reflexiona sobre la ficcionalización del Yo, sobre la autobiografía
como rama de la ciencia ficción, al estilo de las novelas de Philip K. Dick.
Asimismo destaca que Althusser advertía que todo discurso revela la
alienación en la que el mismo discurso está atrapado; y esta alienación
adopta en él la traza específica de la locura.
Bourriaud describe la complejidad de la filosofía de Althusser en estos
términos:
La filosofía de Althusser nos sorprende hoy por el extraño lazo que
entabla entre el marxismo más científico y una curiosa obsesión por el
vacío, el caos, lo carnavalesco y la impostura, o incluso por su visión
onírica e inquieta de la ideología. Todos estos elementos le confieren una
singular intensidad en un momento en que la filosofía y el arte vuelven a
impulsar un marxismo aún más radical puesto que ha perdido su
traducción política en el tablero mundial, puesto que, en otras palabras,
hoy no agita más que muñones en vez de manos. (127)
Una visión “inquieta” de la ideología despunta en la idea althusseriana
de materialismo aleatorio, (128) según la cual la noción de “nacimiento” es
reemplazada por la de “surgimiento” imprevisible y asombroso. “La
necesidad es siempre retroactiva”, aclara Slavoj Žižek (129).
El materialismo aleatorio se distingue del materialismo dialéctico. Se
ubica en lo que Althusser llama la “línea de Demócrito”, es decir, en un
proceso que —más allá de un orden causal— concibe la historia como un
manojo de colisiones azarosas y de accidentes. Uno de los autores más
representativos de esta corriente es Maquiavelo, quien piensa la política en
función de lo contingente, de encuentros que pueden ocurrir o no. No hay
causas que necesariamente precedan a los efectos, por lo cual la acción
política se mueve en el marco de un desierto inaugural que Bourriaud
asocia a un segmento del film Matrix, de las hermanas Wachowski, (1999).
El protagonista, Neo, descubre finalmente la “matriz” que genera el
simulacro de realidad en el que circulamos. Allí Morpheus lo recibe con
estas palabras: “Bienvenido al desierto de lo real”. Es este el rasgo
particular de nuestra sociedad del simulacro: el vacío, metafóricamente
nombrado por la imagen del desierto.
Si la disposición de las cosas según un orden causal regía en las pinturas
del Renacimiento, en la era de Internet los signos se entremezclan de un
modo preeminentemente caótico. Sumergida en un universo de ‘impactos
visuales’ —cuyas premisas describió hace tiempo Walter Benjamin— la
sensibilidad del individuo del siglo XXI se encamina hacia un imaginario
de lo múltiple y hacia formas reticulares. El pasaje se impone a la
localización. De allí que una de las cuestiones principales de la estética
contemporánea, como expone Bourriaud en Radicante, sea la organización
de lo diverso y de las relaciones que predominan sobre los objetos (ver
supra).
El predominio de lo múltiple en el arte contemporáneo va de la mano
con una concepción heterocrónica del tiempo que se asocia a la idea de
constelación. Si bien un conjunto de estrellas agrupadas en una región
celeste parecen lo bastante cercanas como para formar una figura
determinada, se encuentran a años luz unas de otras.
Como ya observamos, es importante el trabajo del semionauta capaz de
unir, en la realización de una forma, una multiplicidad de signos y gestos
dispersos espacial y temporalmente. Recordemos que frente a una ideología
mistificadora de lazos fijos, que asegura la cohesión social asignando a cada
uno lugares determinados, Althusser se propuso “no contarse más cuentos”.
Y esta es la “única definición del materialismo a la cual él ha sido
verdaderamente fiel”, concluye Bourriaud. (130)
Entre los artistas que, según Bourriaud, tienen la virtud de develar
“cuentos” se encuentra Marcel Broodthaers. Dando pruebas de un
irrenunciable sentido del humor —puesto de manifiesto en su Entrevista
con un gato (1970)— el artista visual y poeta belga se concentra, entre 1968
y 1972, en la elaboración de una ficción: el Museo de Arte Moderno,
Departamento de águilas. Se trata de una parodia de la institución arte,
donde subraya la “dictadura” del artista y de los que deciden qué es
museable y qué no.
El “museo” personal de Broodthaers no tiene ubicación fija ni colección
permanente. Está integrado por diferentes objetos, fotografías y otras
imágenes que tienen en común que reproducen la figura de un águila. Se
trata de un significante saturado de significados que van de lo pomposo a lo
kitsch, es emblema del poder mítico del arte y marca publicitaria. Algunas
piezas de la colección están acompañadas de un epígrafe que dice: “Esto no
es una obra de arte”. Es entendible que Broodthaers haya decidido clausurar
su “museo” cuando —perdiendo su carácter solitario y heroico—
comenzaron a exhibirlo en importantes sitios consagratorios, como la
documenta 5 (1972) de Kassel.
Museo de Arte Moderno, Departamento de Águilas concreta, desde el
disenso y la marginalidad, la idea de exforma y de heterología o “ciencia de
lo que es enteramente otro” de Georges Bataille. (131) Lo “otro”,
metafóricamente, sería como “un dedo del pie, un dedo algo gordo, que
chapotea en el lodo, versus las partes nobles del cuerpo”. (132) Como si
fuera una máquina bélica que anula toda medida común y todo idealismo, la
heterología se contrapone a cualquier representación homogénea del
mundo, a cualquier tipo de sistema, clasificación, cálculo o rutina. Resiste
cualquier Aufhebung [superación].
Si, de acuerdo con Rancière, el arte se gesta a partir del disenso,
siguiendo a Bourriaud diríamos que su punto de partida es el gesto de
incorporación de lo excluido. Ese gesto es “el verdadero lazo orgánico”
entre la estética y la política, que podría verse, como una serie de
movimientos de inclusión y de exclusión, de lo considerado significativo y
de lo insignificante. El psicoanálisis también se formó en torno a la
integración de lo rechazado, del residuo, de lo que se refrena o se inhibe. En
síntesis, arte, psicoanálisis y política tienen en común la presencia de un
mecanismo que incluye lo expulsado:
Pero ¿qué es una política progresista si no tomar en cuenta a los
excluidos? ¿Qué es un psicoanalista sino un profesional de lo reprimido?
¿Qué es un artista si no alguien que piensa que todo, hasta el más
inmundo de los desperdicios, puede adquirir un valor estético? (133)
Bourriaud considera que, al igual que Althusser, Bataille tiene una gran
vigencia en la actualidad, pues reflexiona sobre lo que hasta ahora nunca se
tuvo encuenta del todo, “la parte maldita”, de acuerdo al título de uno de
sus libros. Es uno de los autores que mejor representa un pensamiento
gestado a partir del residuo, de ese elemento inclasificable en la cadena de
proposiciones que conforman una teoría. Un tipo de pensamiento que libera
un “elemento heterogéneo excremental”. (134) Sobre esa “escoria” él funda
su propio esquema y valora elementos “impropios”, como el erotismo, el
lujo, el despilfarro, lo abyecto, el potlatch. (135)
Las problemáticas del desperdicio, de la obsolescencia y de la
marginalidad se han vuelto centrales en el debate contemporáneo, a tal
punto que apareció una disciplina para estudiarla: la rudología (del latín
rudus, “escombros”), con un método que se aproxima al de Bataille. Esa
disciplina estudia qué tipo de productos se encuentran en la basura y, al
igual que en la investigación arqueológica, estudia el pasado a partir de los
restos que se van encontrando en el presente. De este modo, desde el
desecho, se revelan actividades, gustos y valores de las personas.
La marginalidad en el campo sociocultural está sujeta a infinitas
negociaciones como las que operan en el ingreso —al centro de la escena—
de representantes de regiones culturales hasta no hace tanto tiempo
subestimadas por Occidente, como China, India, Sureste Asiático, Medio
Oriente, África o Latinoamérica.
Lo particular de los artistas exformales es que develan el modo en que la
figura de la marginalidad y de la exclusión atraviesa el arte, la ideología, el
inconsciente, la historia. La actualidad de estos temas se pone de manifiesto
en muchos eventos internacionales como, por ejemplo, en la 58 Bienal de
Venecia (2019). Para May You Live in Interesting Times [Que vivas en
tiempos interesantes] el curador Ralph Rugoff seleccionó obras
“interesantes” [sic]. Eran las que contenían formas que se preguntaban por
los modos en los que se marcan los límites culturales, por lo que ellas
encubren y por las funciones que cumplen. Al mostrar obras que
pertenecían a categorías diferentes, se acentuó la crítica a los fundamentos
de nuestro pensamiento categórico.
Ana Gallardo, Casa rodante, pieza construida con muebles de la artista.
Performance urbana / video documento, 2007.
96. Si bien el ser humano ha ido transformando el planeta durante miles de años, en la actualidad los
ecosistemas están profundamente afectados por la velocidad de los cambios que se han dado desde
los últimos sesenta años. La “gran aceleración”, característica del Antropoceno, cuenta con factores
diversos: el desmesurado crecimiento de la población humana, las altas tasas de urbanización de los
países ricos que se extienden a los pobres, el incremento del turismo de masas, entre otros.
97. N. Bourriaud, Radicante, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2009, pp. 14-15.
98. Ibid., p. 88.
99. Ibid., p. 67.
100. J. L. Borges, El Aleph, Buenos Aires, Emecé, 1957, p.153.
101. N. Bourriaud, op. cit, p. 67.
102. S. Žižek, Le spectre rôde toujours. Actualité du Manifeste du Parti communiste, París, ed.
Nautilus, 2002, p. 19.
103. N. Bourriaud, Radicante, op. cit., p.96.
104. Ibid., p. 106.
105. Ibid., p. 91.
106. Ibid., p.15.
107. Ibid., p.59.
108. H. Foster, Malos nuevos tiempos. Arte, crítica, emergencia, Madrid, Akal, 2017, p. 42.
109. Edmund Burke considera que la lisura es “una cualidad tan escencial de la belleza que no
recuerdo ahora ninguna cosa bella que no sea lisa”. (E. Burke, Indagación filosófica sobre el origen
de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, Madrid, Tecnos, 1997, p.85.)
110. G.Taquini, “Max Gómez Canle. El gran apropiador”, La Nación, Suplemento Ideas, 4 de
diciembre 2016.
111. Integraron la muestra “Espacio público / Dos audiencias” obras y documentos de la colección
Annick y Anton Herbert adscriptas al minimalismo, al arte conceptual y el arte povera. Ocupó las
salas del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona del 8 de febrero al 1 de mayo de 2006.
112. Cf. Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Buenos Aires, FCE, 1999. En el prólogo el autor
señala que en la actualidad las pautas no son coercitivas; ya no están determinadas y no resultan
autoevidentes. Hay demasiadas configuraciones, que chocan entre sí y los mandatos se contradicen.
113. N. Bourriaud, Estética relacional, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2006.
114. Ibid., p. 142.
115. Ibid., p. 12.
116. Cf. C. Bishop, “Antagonism and Relational Aesthetics”, October, nº 110, otoño 2004, p. 37.
117. N. Bourriaud, Estética relacional, op. cit., p. 103.
118. Ibid., p. 13.
119. H. Foster, Malos nuevos tiempos. Arte, crítica, emergencia, op cit., p. 171.
120. H.U. Obrist, Interviews, vol. I, Milán, Charta, 2003, p. 410.
121. N. Bourriaud, Estética relacional, op. cit., p. 16.
122. Ibid., p. 42.
123. N. Bourriaud, La exforma, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2015, p. 11.
124. Ibid.
125. Casado con la hija de Jacques Lacan, Jacques-Alain Miller, fue el fundador de la Asociación
Mundial de Psicoanálisis.
126. N. Bourriaud, La exforma, op. cit., p.15.
127. Ibid., p. 16.
128. Cf. L. Althusser, Filosofía y marxismo, México, Siglo XXI, 1988.
129. S. Žižek, À travers le réel, París, Lignes, 2010, p.48.
130. N. Bourriaud, La exforma, op. cit., p. 43.
131. G. Bataille, Oeuvres complètes, tomo II, París, Gallimard, 1988, p.61.
132. N. Bourriaud, La exforma, op. cit., p.123.
133. Ibid., p. 12.
134. G. Bataille, Oeuvres complètes, op. cit., p.63.
135. El potlatch es un sistema complejo de intercambio que funda los lugares que cada uno ocupa en
la trama social. Marcel Mauss lo llama de “prestaciones sociales totales” porque implica el total de la
vida simbólica de una comunidad. La lógica del potlatch es la del exceso, la del regalo como modo
esencial de medir el poder de un ser humano.
136. Cf. F. Baeza, Proximidad y distancia, Buenos Aires, Biblos, 2017, p.76.
137. Ibid., p.74.
138. Unlugarparavivircuandoseamosviejos.blogspot.com es un proyecto de Ana Gallardo en
colaboración con Ramiro Gallardo y Mario Gómez Casas. Trabajan la posibilidad de pensar en
condiciones de vida para la vejez que superen la imagen negativa que se tiene de ella.
139. Cf. E. Oliveras, “Los bordes de la pintura”, en Rosa María Ravera (ed.), Estética y crítica. Los
signos del arte, Buenos Aires, Eudeba, pp. 243-247.
140. Shakespeare escribió sobre reyes y reinas tanto como sobre sirvientes, payasos y tejedores. El
acto II de Enrique IV, parte 1, comienza a las cuatro de la mañana cuando un mensajero se lamenta
de las condiciones de su caballo. Un segundo mensajero entra y se queja de la miserable alimentación
de los caballos en la posada y de la abundancia de pulgas en ella. Cf. E. Oliveras, Estética. La
cuestión del arte, Buenos Aires, Emecé, 218, p. 228.
141. W. Benjamin, “Tesis de filosofía de la historia”, en Discursos interrumpidos I. Taurus, Buenos
Aires, 1989, pp. 178-179.
142. N. Bourriaud, Formes de vie: l’art moderne et l’invention de soi, París Denoël, 2003 [Hay
traducción al español: Formas de vida. El arte moderno y la invención de sí, Murcia, CENDEAC,
2009].
143. Cf. D. Harvey, Paris, Capital of Modernity, Nueva York, Routledge, 2003, p. 14. [Hay
traducción al español: París, capital de la modernidad, Madrid, Akal, 2015].
144. N. Bourriaud, La exforma, op. cit., p. 134.
145. Ibid., p. 135.
CAPÍTULO 4
JEAN-LUC NANCY. EL VESTIGIO Y EL
WINK
LA MUNDIALIZACIÓN
Como vimos, el presente “es prae(s)ens: es ser-delante-de-sí” y la obra
de arte lo pone en evidencia. Al ir “hacia fuera” el arte contemporáneo
plantea “con precisión particular la cuestión de la mundialización”. (164)
Dicha cuestión incluye una paradoja: en el mundo de la mundialización
todo está cerca de todo, todo tiene lugar, pero nada hace todo, lo que hace
impracticable su representación. El fragmento es la estrategia ideal para
expresar la incapacidad de totalización, como lo vimos ejemplificado en La
catástrofe de la percepción de Marta Minujín.
El cambio que, en el mundo de hoy, supone la falta de un poder
teleológico unificador no es menor que el que acompañó al nacimiento de la
polis griega, al cristianismo, al islam o al Estado moderno. “Y, como esos
cambios, [el de hoy] lleva en sí la imprevisibilidad de su porvenir, sin la
cual no sería cambio”, observa Nancy. (165) Lejos de lo que podría
pensarse, esa imprevisibilidad del porvenir, esa vacilación o rebeldía del
sentido que todos compartimos no es obstáculo para la continua expansión
de las prácticas artísticas. Por el contrario, la vacilación y la rebelión contra
sentido es lo que marca el sentido del arte contemporáneo.
De diferentes modos, el arte contemporáneo quiebra tanto la unidad de
un mundo-objeto (de una “naturaleza”) como de un mundo-sujeto (de una
“historia”). Es precisamente esta realidad la que queda por pensar y por
trazar, en su retiro y a partir de su re-trazo.
La falta de una fuerza teleológica se corresponde con el concepto de
désouvrement de Blanchot que Nancy retoma en La comunidad desobrada.
Se trata de un término difícilmente aprehensible, traducido como desobra o
inoperancia. Si en Blanchot la désouvrement indica lo que, en la obra, se
retira de la obra, en referencia a la “inoperancia” de la literatura, en Nancy
designa una situación más general. Se aplica a la comunidad que tiene una
potencia sin límites y sin embargo consiente en hacer poco o nada. De este
modo, se pone en evidencia que el ser no aspira a retirarse en el ser común.
En términos políticos, el désouvrement es sinónimo de separación, de
fragmentación, de exclusión del Otro, de “vacancia”, de “no provisión”, lo
que lleva al estallido de la protesta y a la violencia del “intruso”.
Es la falta de unidad del mundo globalizado la que llevó a Okwui
Enwezor a pensar no en un futuro, sino en muchos. “Todos los futuros del
mundo” fue el título que eligió, como curador, para la 56º Bienal de Venecia
(2015). Un fuerte tono político dominó esa edición. Fue así que, sobre la
base del sentimiento de “catástrofe civilizacional” que acarrea la
mundialización del capitalismo, Enwezor eligió artistas políticamente
comprometidos, como Olaf Nicolai y Wangechi Mutu. En un nuevo espacio
—Arena— donde se leía diariamente El Capital de Karl Marx, Nicolai
ubicó su instalación performática Non consummiamo… (a Luigi Nono). La
obra incluía la audición de Musica-Manifesto Nº 1 / Non Consumiamo
Marx (1969) de Luigi Nono, que se reproducía en equipos de audio
embalados en mochilas que el espectador-performer podía cargar en sus
espaldas. La composición de Nono registraba voces de protesta de los
manifestantes reunidos en la plaza de San Marcos durante la inauguración
de la 34º Bienal de Venecia (1968).
Como en el caso de Nicolai, también en la video instalación El fin de
llevarlo todo de la africana Wangechi Mutu se puso de manifiesto la actual
“catástrofe civilizacional”. Durante catorce minutos una mujer subía una
colina mientras iba recolectando todo tipo de objetos en su espalda. La
sobrecarga, en aumento, la llevó finalmente a desbarrancarse. Fue una clara
referencia a los efectos del consumismo a escala global.
Nancy considera que “la mundialización espera su gran arte”, un arte
capaz de hacer visible, en todas sus implicancias, un mundo global. Y así
concluye que “la mundialización debe ser ella misma un arte, y un
pensamiento”. (166)
EL VESTIGIO
En el capítulo “El vestigio del arte” del libro Las Musas, Nancy se
pregunta qué queda del arte en un mundo donde el concepto tradicional de
arte da claras pruebas de agotamiento. Responde que del “arte” no parecen
quedar sino huellas evanescentes, fragmentos casi inasibles, “no queda más
que un vestigio”. (167) Es interesante recordar que vestigium proviene de
vestigare, “seguir la huella”. Se trata entonces de encaminarse hacia el
rastro del paso.
En un contexto “vestigial” [sic], ¿qué es un artista sino alguien para
quien todo, hasta el más despreciado —y el más inmundo— de los
desperdicios, puede adquirir un valor estético? Lo que queda parece ser
entonces lo que más resiste, y si bien los desechos, los restos, los despojos,
el trash art, nos sitúan en la decadencia, no es menos cierto que, entre su
fracaso y su oportunidad, el arte recomienza. En esto consiste la lógica
paradójica del arte-vestigio: lo que queda retiene consigo algo de lo que ya
no es, al mismo tiempo que propone algo diferente. Es lo que vemos en
artistas como Ana Tiscornia, Diego Bianchi, Leopoldo Estol, Carlos
Herrera y Enio Iommi, implacable antecesor.
Iniciado el nuevo milenio, Iommi desarrolló una estética vestigial de lo
incongruente que recuerda la letra del tango Cambalache de Enrique Santos
Discépolo: “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha
mezclao la vida, y herida por un sable sin remaches ves llorar la Biblia
junto al calefón”. Una exposición de Iommi, con el título “Cambalache”
(2002), (168) reunió objetos heterogéneos: muñecos, monos de juguete,
espejos, cajas de vidrio, maniquíes anticuados, etc.
El consumo masivo pasa a ser tema principal en su producción. La
vulgaridad de ese consumo se materializa en objetos de plástico asociados a
la estética kitsch. En la escultura En el aire, el amasijo de objetos, vemos
piezas de alambre que recuerdan las “continuidades lineales” que Iommi
desarrolló hace más de medio siglo. Su audacia reflexiva resalta, de este
modo, en la crítica a la misma obra de arte —y de modo general, a la
institución arte— como parte de un conjunto esencialmente “inadecuado”.
Pero aun cuando Iommi haya realizado una crítica a las formas más
tradicionales del arte, no debemos perder de vista que nunca dejó de ser
“escultor”, es decir que nunca dejó de sentir el espacio como forma, tanto
cuando utilizó materiales “nobles” (en su etapa concreta) como cuando
recurrió a materiales de descarte. Él mismo reconoce que “en la época
concreta la llamábamos escultura. Hoy, con la experiencia que uno puede
acumular, diría que es un arte conceptual del espacio”. Lo importante,
agrega, es llegar a sentir el “filo del espacio”, expresión que sirvió de título
a la muestra antológica que curamos, con María José Herrera, en el Centro
Cultural Recoleta en 2010.
Como Iommi, también Ana Tiscornia nos hace sentir el espacio.
Particularmente, el espacio del interior de la casa, el espacio del hogar o
doméstico. Entendemos por hogar (en latín domus; de allí “doméstico”) la
práctica del lugar. El domus no es entonces, simplemente, un espacio
geométrico, sino un espacio “antropológico”, para retomar la distinción de
Merleau-Ponty. Es este espacio el que Tiscornia rescata y nombra a través
de restos de elementos arquitectónicos de uso doméstico: papeles de
empapelar, telas, listones, mosaicos, molduras, cartones, mallas de plástico,
alfombras.
Enio Iommi, En el aire, materiales varios, 35 x 31 x 30 cm, 2011. Foto: Andrés Fayó.
EL WINK
En La palabra pintada (1974), Tom Wolfe se refiere al hecho de que una
pintura moderna debe estar siempre sustentada por un texto que la
convalida. “Francamente, hoy en día, sin una teoría que me acompañe, no
puedo ver un cuadro”, afirma. (181) Con tono irónico, también Nancy hace
referencia a obras que pretenden ser “artísticas” pero resultan meras
ilustraciones de las teorías a las que acompañan. Son una forma más de
arte-vestigio.
Muchas obras de arte de nuestros días, quizás demasiadas, no son en
última instancia más que su propia teoría o, al menos, parecen no ser
más que eso: una forma más de vestigio. (182)
En medio de tanta teorización, Nancy confiesa que se siente incómodo
con obras contemporáneas que, con la intención de subrayar su esencia,
ostentan una sobrecarga de significaciones. No se trata ya de no
comprenderlas sino, por el contrario, de comprenderlas demasiado. Y cita el
ejemplo de la artista francesa Sylvie Blocher, que expone el uniforme
militar de un paracaidista al que se le ha colocado encima una peluca de
mujer para aludir a las violaciones a mujeres en Bosnia durante la guerra de
la ex-Yugoslavia. Es como si dijera: “La violación es abyecta y la violación
étnica lo es más aún” (183).
En 1993 Blocher presentó un objeto también cargado de un exceso de
significación. En el marco de la muestra “Sylvie Blocher” —que tuvo lugar
en la abadía Saint-André de Meymac— se pudo ver Été 93, una vestimenta
militar colgada en la pared, realizada con un pantalón de la armada francesa
y tiradores de la guerra de Algeria. De este modo se hacía referencia a todas
las guerras. Sobre la prenda, la artista pegó cabellos de mujer y, en la zona
que correspondería al rostro se ubicó un cartel que decía: “Humiliées,
Abandonnées, Oubliées”. A la humillación se sumaba el abandono y el
olvido, asociados al conformismo de los medios de comunicación que
dirigen la atención del público y deblitan la conciencia. Algunas guerras,
como muestra Baudrillard en relación con la Guerra del Golfo, “no tienen
lugar”. (184) Si bien esa guerra sucedió, para la conciencia colectiva fue
más una guerra virtual que una guerra real. En una especie de blanqueo de
la mala conciencia, el enemigo pasó a ser un “parpadeo abstracto” sobre la
pantalla del televisor.
En Été 93 Blocher pone en foco la dirección de la información. Alude a
la retransmisión televisada del discurso de un general croata que incitaba a
sus soldados a violar a las mujeres bosnias. La obra sería una suerte de
representación gráfica didáctica de un contenido. Hay un mensaje que
precede y domina. Mensaje que conlleva el peligro de asfixiar el sentido de
la obra anulando el wink, el “gesto” de la artista.
La incomodidad de Nancy frente a obras que se cierran por un exceso de
significación se relaciona con la idea —contemporánea— de que todo arte
debe ser contenidista y principalmente político. Pero no hay que confundir
el compromiso político del artista con la obra que realiza y que debe abrir el
mayor número de horizontes de interpretación posibles.
Por lo demás, el carácter político de una obra no siempre deriva del
compromiso político del artista. Picasso estaba comprometido con los
comunistas, pero Guernica no es un cuadro “comunista”. En cuanto a los
cuadros comprometidos del realismo socialista, Nancy apunta que “no son
ni Guernica ni arte en absoluto, justamente porque son pura significación”
(185), sujeta al proselitismo político. En síntesis, tan falsa como la idea del
arte por el arte es la idea del arte para una significación, sea religiosa,
política o ética.
Nancy reconoce que el arte contemporáneo le “choca” porque resulta un
campo de batalla que se juega en las revistas, en los libros, en los debates
públicos y en otros espacios mediáticos de la institución arte. El arte
contemporáneo se busca a sí mismo en ese campo, en la querella que no es
del mismo tipo que otras que se dieron a lo largo de la historia del arte,
puesto que en la actualidad no es solo estilística sino ontológica.
Pero ¿qué es lo que queda pese a todo? se pregunta Nancy. Al menos
quedan dos cosas: en primer lugar, queda el wink y, en segundo lugar, “un
signo que no significa” (186) al final del wink. Se refiere a un signo que
“pasa por al lado de toda finalidad”, hecho que nos recuerda
consideraciones kantianas sobre la belleza libre (187).
La palabra alemana wink resulta de difícil de traducción. Designa un
gesto, una mueca, un mohín, una pequeña señal, un guiño de ojo.
“Heidegger habla de un último dios, y toda la función, pero no solamente la
función, todo el ser de ese último dios consiste en winken”. (188)
En última instancia, la pregunta por el arte equivale a la pregunta por el
gesto. Ahora bien, ¿en qué consiste el gesto artístico? Es lo que pertenece a
una obra y no puede reducirse a su “sentido sensato” (ver supra). En el caso
de la producción de la obra, no es ni un movimiento de la mano o del
cuerpo ni el trazado de una forma, sino lo que acompaña una intención sin
identificarse totalmente con ella. Esta no identificación remite al concepto
de “coeficiente de arte” de Duchamp, que consiste en la diferencia entre lo
que el artista intenta conseguir y lo que efectivamente consigue.
El wink es un dinamismo que afecta el “sentido sensible” y suspende
todo “sentido sensato”, así como cuando decimos “buenos días” con una
sonrisa le estamos dando a la habitual expresión un giro en su significación
volviéndola irreductible a un significado único.
Todo arte, todo artista y toda obra, en todas las épocas tienen la
particularidad de instaurar un gesto. Pero en nuestros días, cuando el arte
toca sus límites, cuando “todo es arte”, estamos obligados a prestar especial
atención a ese gesto que es lo mínimo del arte pero a la vez también lo que
le es esencial.
Hurgando hoy la obra en el vestigio, es decir, en los confines de lo
artístico, el wink es el límite extremo al que ella puede reducirse antes de
que deje de ser lo que es para transformarse en otra cosa.
El gesto es lo ilegible que hace posible la lectura; es lo que permanece
inexpresado en todo enunciado. En este sentido, Agamben sostiene en su
ensayo “El autor como gesto” que “el autor está presente en el texto
solamente en un gesto, que hace posible la expresión en la medida misma
en que instaura en ella un vacío central”. (189)
Según Nancy, es un artista italiano, Claudio Parmiggiani, el que mejor
evidencia la presencia del wink. Realizó uno de sus laberintos con gruesas
placas de vidrio entre las que se desplazaba con un traje protector. Portando
un martillo, iba rompiendo el vidrio que quedaba esparcido por todas partes.
La obra mostró un gesto que es el de romper, un gesto violento de
destrucción de la transparencia, del sentido que comunica. Se trata de un
gesto en torno a algo que fue una gran preocupación de la pintura clásica: la
transparencia, el ver a través de algo esencialmente intraducible, formado
por la confluencia de encuentros y posibilidades en el transcurso de un decir
que Jorge Luis Borges califica de “infinito”. En “El fin”, incluido en
Ficciones, la imagen de la llanura sirve de metáfora de ese decir infinito.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo
dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos
pero es intraducible como la música. (190)
Nancy piensa el wink según el modelo de la danza, donde el movimiento
no puede reducirse a ninguna palabra. No existe “culminación” sino
desœuvrement, retroceder del sentido sensato, sin que podemos hablar de
una pura nada de significación en el final sin final del “gesto”. En ese final
sin final la obra resuena y aporta —de acuerdo con el título de un objeto de
Duchamp— un “ruido secreto”, tan secreto que ni el propio artista sabe qué
se encuentra en su interior. Un ruido secreto presenta el enigma de una
presencia desconocida, ya que Duchamp pidió a otra persona que colocara
un objeto, que suena al ser movido, dentro de una madeja de hilo contenida
entre dos chapas. Duchamp voluntariamente se negó a saber qué era; quería
que el sonido del objeto fuera secreto para él también.
Marcel Duchamp, Un ruido secreto, bobina de hilo, dos placas de metal, cuatro tornillos y objeto
secreto, 12,9 x 11,4 cm, 1916, The Philadelphia Museum of Art.
146. M. Blanchot, La escritura del desastre, Caracas, Monte Ávila, 1990, pp. 110-111.
147. Th. de Duve, Au nom de l’art. Pour une archéologie de la modernité, París, Minuit, 1989, p. 9
(nuestra trad.).
148. J.-L. Nancy, Las Musas, Buenos Aires, Amorrortu, 2008, p.137.
149. G. Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermeneútica en la cultura posmoderna,
Barcelona, Gedisa, 1996, p. 68.
150. J. Dewey, El arte como experiencia, México, FCE, 1949, p. 34.
151. J.-L. Nancy, Las Musas, op. cit., p.146.
152. J.-L. Nancy, Chroniques philosophiques, París, Galilée, 2004, p. 69 (nuestra trad.).
153. J.-L. Nancy, Las Musas, op.cit., p. 137.
154. J.-L. Nancy, El arte hoy, Buenos Aires, Prometeo, 2014, p. 21.
155. Ibid., p.23.
156. Ibid., pp. 25-26.
157. J.-L. Nancy, Coloquio Arte, filosofía, política, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 20 de abril,
2011.
158. J.-L. Nancy, Las Musas, op. cit., p. 154.
159. J.-L. Nancy, El arte hoy, op. cit., p. 68.
160. Ibid., p. 27.
161. Ibid., p. 28.
162. J.-L. Nancy, La evidencia del filme. El cine de Abbas Kiarostami, Madrid, Errata naturae, 2008.
163. J.-L.Nancy, El arte hoy, op. cit., p.25.
164. Ibid., p. 68.
165. Ibid., p. 75.
166. Ibid., p. 77
167. J.-L. Nancy, Las Musas, op. cit., p. 113.
168. La muestra “Cambalache” tuvo lugar en la Galería Ruth Benzacar, Buenos Aires, en 2002.
169. La muestra “Colateral o premeditado” se realizó en la galería Nora Fisch, Buenos Aires, del 28
de octubre al 29 de diciembre de 2017.
170. Cf. M. Heidegger, Construir Habitar Pensar. Bauen Wohnen Denken (edición bilingüe), Madrid,
La Oficina, 2015.
171. PPP PantanoPostProductor de Diego Bianchi se presentó en 2006, en la Casa de la Cultura,
Buenos Aires, en el marco de la exhibición “Jardines de Mayo”, que tuvo como curadora a Fernanda
Laguna. En 2016 integró la muestra colectiva “Oasis”, presentada en la edición nº 25 de arteBA y
curada por Federico Baeza, Lara Marmor y Sebastián Vidal Mackinson.
172. Miguel Frias, “El artista argentino al que le gusta provocar al público”, Clarín, revista Viva, 12
de julio 2015.
173. E. Iommi, “La cocina humana”, texto / manifiesto incluido en la muestra del mismo nombre en
la Galería Del Infinito, 2005.
174. J.-L. Nancy, Las Musas, op. cit., p. 113.
175. Ibid., p. 113.
176. Ibid., p. 120.
177. Ibid., p. 129.
178. J.-L. Nancy, Au fond des images, París, Galilée, 2003, p. 118.
179. Y. Michaud, El arte en estado gaseoso, México, FCE, 2007, p. 87.
180. Ibid., p. 88.
181. T. Wolfe, La palabra pintada, Barcelona. Anagrama 1989, p. 8.
182. J.-L. Nancy, Las Musas, op. cit, p.115.
183. J.-L. Nancy, El arte hoy, op. cit., p. 29.
184. J. Baudrillard, La guerre du golfe n’a pas eu lieu, París, Galilée, 1991.
185. J.-L. Nancy, El arte hoy, op. cit., pp. 29-30.
186. Ibid., p. 31.
187. La belleza libre no depende de ningún fin extraformal. Por ejemplo, la belleza de una flor no
deriva de su utilidad, sino de su “conformidad a fin formal”. No está sujeta a conceptos; por eso
procura un juicio de gusto puro.
188. Ibid., p. 33.
189. G. Agamben. Profanaciones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005, p. 87.
190. J. L. Borges, “El fin”, Ficciones, Buenos Aires, Emecé, 1956, p.170.
CAPÍTULO 5
MICHEL ONFRAY. UNA ESTÉTICA
CÍNICA
“THIS IS SO CONTEMPORARY”
¿Qué define al arte contemporáneo? En la cuarta parte de La potencia de
existir, con el título “Una estética cínica”, Onfray considera que el arte vive
hoy, más que nunca, de la ruptura epistemológica de Duchamp y así se
instala en el mundo como cosa mentale, como un objeto para el
pensamiento. Al igual que Gérard Genette, confirma la existencia de un
“estado conceptual del arte” (191) después de Duchamp. Asimismo Joseph
Kosuth afirma:
“Después de Duchamp todo arte es conceptual por naturaleza”. Y el
mismo Duchamp señala: si tomas una lata de sopa Campbell’s y la
repites cincuenta veces, es que una imagen retiniana no te interesa. Lo
que te interesa es el concepto de poner cincuenta latas Campbell’s en una
tela. (192)
Más allá de la apariencia perceptiva, el arte en su “estado conceptual”
necesita ser descifrado, lo que hace que se convierta, para muchos, en un
jeroglífico incomprensible. Desde esta perspectiva, el “golpe de Estado
estético” de Duchamp tiene, como consecuencias negativas, la
sobreinterpretación y la proliferación de obras de muy escaso valor,
enmascaradas con una artificial densidad semántica.
Onfray observa que en el panorama actual “lo mejor se codea con lo
peor y la obra de arte se encuentra al lado del mamarracho”. (193) Por eso,
si queremos defender el arte contemporáneo, no debemos consentir el “todo
vale”, lo que implica una operación de paciencia y de inconformismo
estratégico.
La inautenticidad del arte contemporáneo va de la mano con su
mercantilización, tal como lo detalla Sarah Thornton en Siete días en el
mundo del arte (194) y también en 33 artistas en 3 actos. (195) En sus
descripciones salen a luz ejemplos de lo que Onfray observa en el arte
actual: vacuidad, impostura intelectual, fetichismo, mercantilismo. De allí
que las obras, según Sloterdijk, puedan verse reducidas a meras “acciones
bursátiles estéticas”. (196)
El “fetichismo de la mercancía” (Marx) contamina la institución arte.
Galeristas, coleccionistas, periodistas de la prensa especializada, autores de
monografías, prefacios o libros y directores de fundaciones ayudan tanto a
construir reputaciones como a ignorarlas una vez que la rentabilidad decae.
“Oh! This is so contemporary, contemporary, contemporary” o “This is
propaganda. You know, you know” son frases que cantan guardias
uniformados en la sala del museo o de la galería. Forman parte de las
performances de Tino Sehgal que revelan el estado fetichista del arte
sirviendo como espejo de la religión de la mercancía que se expande en la
sociedad capitalista.
En 33 artistas en 3 actos, Sarah Thornton destaca que el exhibicionismo
predomina en un sector importante del mundo del arte, y da ejemplos como
Jeff Koons, Ai Weiwei, Maurizio Cattelan, Damien Hirst, Marina
Abramovic, entre otros.
En un momento en el que todo puede ser arte, muchos artistas no solo
están atentos a sus obras, también inventan modelos de actuación; “crean y
preservan mitos que hacen que su obra sea influyente […]. Sostener esta
clase de autoridad no es fácil, pero resulta esencial para los artistas que
quieren triunfar”. (197)
De acuerdo con Thornton, los artistas no son personajes secundarios sino
que “actúan” como personajes mediáticos principales. Generan estándares
para los que necesitan tener una gran confianza en sí mismos, así como
también convencer a otros. Sus estudios y talleres se convierten en “una
suerte de escenarios privados donde ensayan a diario ese creer en sí
mismos”. (198) De allí que Thornton divida en tres “actos” su trabajo sobre
treinta y tres artistas. (199)
Es indudable que la práctica de los artistas está en relación directa con
las transformaciones generales de la sociedad. En el mundo capitalista, el
artista está lejos de ser un bohemio apartado del mundo y hasta le
corresponderá no solo ser productor, sino además “curador” de su obra y de
la de otros. Como entrepreneur que asume gestiones tanto culturales como
comerciales, en una elocuente “reconfiguración de los repartos” (Rancière),
Olafur Eliasson cuenta con una centena de empleados en su estudio de 5000
m2 en Berlín y Jeff Koons dispone de un espacio de similares dimensiones
en Nueva York.
Onfray también pone en foco el egotismo del artista que, como carece de
sublimación estética, solo delata neurosis, un mero síntoma clínico. Si bien
nuestra época ha sido considerada enferma, esto no transforma la
enfermedad en arte; es así que, con sus obras, Hölderlin, Nietzsche o Artaud
abren un paréntesis en el conjunto de sus biografías. De ningún modo sus
circunstancias particulares ayudan a conformar un método ni mucho menos
un paradigma. Tampoco es aceptable que el autismo, el solipsismo
narcisista, la glosolalia, el rechazo deliberado de toda comunicación con el
otro puedan erigirse en “modelos positivos”.
Un antídoto contra la artificiosidad de los estándares sería, para Onfray,
la exposición de una subjetividad irreductible. Exposición que él mismo
efectúa pues no solo habla de la necesidad de mostración sino que él mismo
se expone. Muestra quién es a partir de detalles de su intimidad.
El texto introductorio de La potencia de existir resulta valientemente
autobiográfico al dar cuenta de una dura circunstancia familiar. “Morí a la
edad de 10 años, una bella tarde de otoño, bajo una luz que daba ganas de
vivir eternamente”, relata (200). Metafóricamente Onfray “murió” en
septiembre de 1969, cuando sus padres lo internaron en un orfanato
religioso, donde no solo sufrió el abandono sino el maltrato. Pero el hecho
de ser “huérfano con padres” no lo llevó a un previsible resentimiento; por
el contrario logró construir, por reacción, una visión positiva del mundo a
través de una opción hedonista, filosóficamente cínica (ver infra). Sin
rencores, afirma que solo quiso “la expansión de esa potencia de existir,
según la feliz frase de Spinoza engarzada como un diamante en su Ética”.
(201)
La valentía en mostrarse, similar a la de Onfray, se encuentra en artistas
“extremos” como Orlan, Sophie Calle, Regina Galindo, Rosemberg
Sandoval, Liliana Maresca o Tania Bruguera, entre otros.
Tania Bruguera, Autosabotaje, conferencia-performance, mesa, sillas, plataforma de 23 cm,
micrófono, sistema de sonido, arma de fuego calibre 38/9 mm, balas de 9 mm, 53º Bienal de Venecia,
2009. Foto: César Delgado Wixen.
Fabio Kacero, Totloop, film 16 mm, color /sonido, 3’ 40’’. En colaboración con Unión Gaucha
Producciones, 2003.
BARTLEBY
Sostiene Onfray:
Hoy es perentorio que aparezcan nuevos cínicos: a ellos les
correspondería la tarea de arrancar las máscaras, de denunciar las
supercherías, de destruir las mitologías y de hacer estallar en mil
pedazos los bovarismos generados y luego amparados por la sociedad.
Por último, podrían señalar el carácter resueltamente antinómico del
saber y los poderes institucionalizados. Figura de la resistencia, el nuevo
cínico impediría que las cristalizaciones sociales y las virtudes
colectivas, transformadas en ideologías y en conformismo, se impusieran
a las singularidades. (230)
Quizás Bartleby sea una de las figuras de la resistencia que mejor refleja
la problemática del cinismo contemporáneo. Con su mínima frase “I would
prefer not to” [preferiría no] indicaba su separación de las prácticas
habituales. En “Bartleby o el escribiente” Herman Melville ubica en Wall
Street, Nueva York, la historia de un amanuense que trabaja en la oficina de
un abogado (el narrador en primera persona). Al principio, Bartleby cumple
eficientemente con sus deberes de copista, pero luego va rechazando toda
tarea con la enigmática fórmula: “Preferiría no hacerlo”. (231)
En términos generales podríamos decir que toda forma de arte tiene
como matriz el preferiría no o más exactamente, el “preferiría no hacer lo
que se hizo o se hace”. Es lo que resalta en el arte conceptual cuando
acentúa la importancia de la idea por sobre la acostumbrada
materialización.
Fabio Kacero se ve a sí mismo como alguien que opera en la vía
bartlebiana, guiado por un sistema depurativo, un sistema de tachaduras, de
privaciones, de restricciones. Para él, el breve axioma de Bartleby es al
mismo tiempo un principio ético y estético. Explica:
Llevado al extremo, es claro que el principio de Bartleby elimina toda
acción, pero si moderamos sus efectos disolventes, creo que puede ser
colocado incluso en el centro del trabajo de un artista, porque lo que nos
define, pienso, son finalmente no tanto nuestras elecciones sino aquello
que hemos preferido no hacer, o dicho de otra manera, aquello a lo que
no hemos cedido, lo que hemos rechazado, lo que nos tachamos (por la
razón que sea, por efectista, por serio, por retórico, por pretencioso...)
(232).
Son varios los autores que se interesaron por el enigmático personaje de
Melville. En su ensayo “Bartleby o la fórmula”, Deleuze concluye que ese
personaje no es un enfermo (aunque se pueda detectar en él una vocación
esquizofrénica, catatónica y anoréxica), sino “el médico de una gran
América enferma, el medicine-man, el nuevo Cristo o el hermano de todos
nosotros”. (233)
“Un cuento de Wall Street” es el subtítulo de “Bartleby o el escribiente”;
podríamos fácilmente deducir que se trata de una feroz crítica al
racionalismo destructivo del capitalismo. Por su rechazo al trabajo, el
protagonista podría verse como una figura de la resistencia anticapitalista,
pero Bartleby no es un simple refusenik laboral sino alguien que, a través de
un gesto de sustracción, sostiene la autonomía del sujeto, esa virtud que los
cínicos defendían. Y este sería el sugestivo hilo rojo de la constelación
Moby Dick / Benito Cereno / Bartleby.
En “Bartleby o de la contingencia” Agamben inserta el “modelo” de
Melville en una larga tradición filosófica, junto con cabalistas, heréticos y
personajes kafkianos. (234) Por su parte, Žižek, en el capítulo dedicado a la
“sonrisa de Bartleby” (que lleva a pensar en la sonrisa de Demócrito),
incluido en Visión de paralaje, ve en él una figura pasivo-agresiva que el
sistema es incapaz de absorber. (235)
La noción psicológica de comportamiento pasivo-agresivo puede
aplicarse, según Žižek, a un ama de casa que, en vez de oponerse
activamente a su marido, pasivamente lo sabotea. La actitud pasivo-
agresiva contrasta con la opción —altamente valorada— de estar activos
todo el tiempo, que serviría para asegurarnos de que nada cambie. Desde
este punto de vista, un primer paso realmente crítico es retirarse en la
pasividad, al modo de Bartleby, para tomar distancia del universo social
existente. Pero este primer paso no es el estadio preparatorio de un segundo
paso activo, sino una suerte de arkhé, de fundamento, que nos lleva al
concepto de “paralaje”, que da título al libro The parallax view de Žižek. El
término describe la variación aparente de la posición de un objeto,
especialmente de un astro, al cambiar el punto de vista del observador.
Cuando modificamos nuestra posición, también podemos observar que
existen distintas formas de violencia y que una de ellas es la que tiene por
verdadera intención que nada cambie. Otra es la que cambia efectivamente
las coordenadas básicas. Para que este tipo de violencia tenga lugar, hace
falta un gesto singular. Y esto nos lleva, de acuerdo con Žižek, al Bartleby
de Melville que, ante la posibilidad de actuar, prefiere no hacerlo. Preferir
algo implica elegir entre dos o más alternativas. Bartleby pasa a ser, de este
modo, símbolo del hombre “condenado” a elegir, es decir, a ser libre. De
allí su angustia y desasosiego.
Sin duda, la elección de Bartleby es la menos razonable en una oficina
de Wall Street. Pero su actitud de preferir no hacer es superior a las falsas
actividades en tanto inhabilita espacios donde podría comenzar una lucha
emancipadora. Esta lucha es abierta, ya que Bartleby no solo se niega a
hacer algo determinado, sino que tampoco sabe qué quiere; reconoce que no
tiene respuestas claras. En consecuencia, apunta a una forma de acción
anticapitalista puesto que afirma, por sobre todo, el poder de elegir que
escapa a toda forma.
Observemos que la fórmula “I would prefer not to” [preferiría no], que
Bartleby repite en algunos momentos del relato, difiere de “I would prefer
not to do” [preferiría no hacerlo]. Más allá del hacer o no hacer, se erige un
“no” esencial. De este modo, el nihilismo activo de Bartleby no descansa
meramente en la no-acción sino que abre un nuevo espacio para el ser,
reclamando nuevos parámetros más allá de la obligatoriedad de la acción.
EL CONDOTIERO
Al considerar diversas prácticas de libertad y de rebelión, Onfray
reivindica la figura del condotiero, poseedor de una vitalidad desbordante y
de un talento singular para el heroísmo. Podemos decir que, al igual que
Bartleby, está dotado de una individualidad fuerte, pero se diferencia
radicalmente de él por su aptitud para la acción. Aprecia la abundancia, la
magnificencia, el placer y la amistad. Su actitud va más allá de la del
hombre común y, al igual que el dandy, resulta un prototipo que Onfray
analiza en La construcción de uno mismo. La moral estética.
El condotiero, como también el adalid, el caudillo y el cabecilla, está
asociado a la figura del artista pero ¿qué clase de artista es? Onfray
responde:
Un director teatral. Un jefe de guerra es tanto estratego como táctico,
necesita conocer una situación, evaluar las potencialidades, crear
oportunidades, evitar las sorpresas y las zonas oscuras. Su esfera es la
domesticación de los flujos para transformarlos en fuerzas actuantes.
(236)
La acción del condotiero es el punto de pasaje de impulsos vitales. Su
campo de batalla es la vida, sencillamente. El condotiero “es, pues, un
artista cuyo objeto principal es el éxito en su vida entendido como lucha
contra el desorden, lo informe, las facilidades en todos los órdenes. Sus
enemigos: el abandono y la flaccidez, el relajamiento y lo gregario”. (237)
Agrega Onfray que el condotiero es el escultor de su propia estatua:
Quiere hacer de su vida una obra de arte. Transformar el caos anterior a
las génesis en formas, expresar un estilo, producir un gesto posible en sí
mismo: en eso es el Condottiere un artista, un director teatral de
situaciones, el escultor de su propia estatua. En él encontramos al
filósofo-artista al que ardientemente aspiraba Nietzsche, aquel cuyo
signo distintivo es la capacidad para inventar nuevas formas de
existencia. E incluso en el balbuceo, los intentos y los fracasos, las
vacilaciones y las audacias que traducen demasiado orgullo, el
Condottiere es más grande que el hombre del común en sus falsos
logros, sus presuntos éxitos, que nunca son más que adhesiones pasivas a
las consignas de su tribu. Un filósofo-artista que fracasa es más grande
que un integrante del rebaño que triunfa. (238)
Onfray vincula al condotiero con el ideal renacentista del microcosmos
entendido como macrocosmos.
Copérnico revoluciona, Giordano Bruno populariza: la realidad se
desmultiplica. Y se entiende al hombre como una totalidad, un mundo en
sí mismo; entonces, hay que descubrir al individuo. El Condottiere se
torna posible. Hoy es necesario llevar a cabo una revolución copernicana
que permita nuevas posibilidades de vida. Abandonar el modelo
religioso que subsume lo particular en lo universal: esto ya tuvo tiempo
de propagarse, hacer sus pruebas e infectar los siglos. Que dejen de
querer religar y que desliguen, que dejen de reunir y que deshagan. El
vínculo es una maldición. Que olviden el modelo matemático y opten
por el modelo estético. (239)
La necesidad de llevar a cabo una revolución copernicana que abra
nuevas posibilidades de vida es el objetivo de algunas microsociedades,
como el grupo Assemble, establecido en 2010. Lo integran jóvenes
arquitectos y diseñadores británicos que trabajan con materiales humildes o
reciclables. Los miembros de Assemble fueron los primeros no artistas que
obtuvieron el Premio Turner 2015 por una obra arquitectónica de
remodelación de viviendas destinadas a la demolición ubicadas en el barrio
de Toxteth, Liverpool. (240) El prestigioso Premio Turner recayó
anteriormente en artistas como Damien Hirst, Tracey Emin, Rachel
Whiteread, entre otros.
Assemble concreta “pequeños actos de rebeldía” [sic] de los que
participan los vecinos transformando los espacios. Además de la
remodelación de viviendas, se logró transformar una gasolinera abandonada
en una sala de cine efímera mientras que un pasaje ubicado debajo de una
carretera se convirtió en un centro cultural. Al hacer que otros participen, el
grupo concretó los dos significados de la palabra assemble, ensamblar y
congregar. Cumplió entonces con una función política, la de unir arte y
vida, estética y ética, apuntando a la utopía de un mundo mejor. Utopía que,
por otra parte, también comparten arquitectos de todo el mundo interesados
en la vivienda social, un espacio digno para todos. La idea que los une es
contribuir a proyectar un destino mejor para aquellos que el sistema
margina.
Grupo Assemble, Cairns Street, Granby Four Streets, Liverpool, 2015.
Imagen cortesía de Assemble.
191. G. Genette, “El estado conceptual”, en La obra de arte I, Barcelona, Lumen, 1997, pp. 155-178.
192. Cf. D. Bourdon, Warhol, Nueva York, Harry N. Abrams, 1989, p.88.
193. M. Onfray, La potencia de existir. Manifiesto hedonista, Buenos Aires, Ediciones de la Flor,
2008, p. 146.
194. Cf. S. Thornton, Siete días en el mundo del arte, Buenos Aires, Edhasa, 2009.
195. Sarah Thornton, 33 artistas en 3 actos, Buenos aires, Edhasa, 2015.
196. Cf. P. Sloterdijk, El arte se repliega en sí mismo - Presentación de una exposición singular, en
Brumania, Prácticas artísticas, estéticas y políticas, nº1, verano, 2002.
197. Sarah Thornton, 33 artistas en 3 actos, op.cit., p.15.
198. Ibid., p. 16.
199. En el “Acto I. Política” (“protagonizado” por Ai Weiwei, Eugenio Dittborn, Wangechi Mutu y
Martha Rosler, entre otros), Thornton investiga la actitud del artista hacia el poder y la atención a los
derechos humanos y la libertad de expresión; en el “Acto II. Afinidades” (protagonizado por
Elmgreen & Dragset, Maurizio Cattelan, Francis Alÿs y Cindy Sherman, entre otros), indaga las
relaciones de los artistas con sus pares, musas y seguidores; en “Acto III. Oficio” (protagonizado por
Damien Hirst, Christian Marclay, Yayoi Kusama y Beatriz Milhazes, entre otros), explora las
habilidades y destrezas de los artistas.
200. M. Onfray, La potencia de existir. Manifiesto hedonista, op.cit., p.15.
201. Ibid., p. 46.
202. Conferencia de Tania Bruguera en la Universidad Torcuato Di Tella, Buenos Aires, 25 de
septiembre de 2017.
203. Explica Emilia van Raap: “La artista reflexiona sobre el término estética y lo divide en est (del
verbo sum en latín, conjugado en tercera persona del singular, significa “ser”) y ética. De esta
manera, resemantiza el término entendiendo la estética como la presentación de un nuevo modelo
ético, es decir que es la ética la que dicta las soluciones estéticas a realizar. En síntesis, Bruguera
propone un nuevo paradigma estético en el mundo del arte”. Cf. E. van Raap, “Artivismo y Arte útil:
hacia un nuevo paradigma est-ético”, en Irrupciones, nº 0, noviembre, 2017. Disponible en
<www.irrupcionesrevista.com>
204. M. Onfray, La potencia de existir. Manifiesto hedonista, op. cit., p. 143.
205. Ibid., p. 148.
206. Ibid., p. 163.
207. Ibid., p. 160.
208. Cf. M. Onfray, Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, Buenos Aires, Paidós, 2002,
pp. 199-225.
209. B. Groys,Volverse público, Buenos Aires, Caja Negra, 2014, p. 43.
210. F. Nietzsche, Ecce homo, Madrid, Alianza, 1998, p. 68.
211. M. Onfray, Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., p. 42.
212. Ibid., p.40.
213. Cf. M. Onfray, Teoría del cuerpo enamorado. Por una erótica solar, Valencia, Pre-textos, 2008.
214. Aunque hay escasos registros bibliográficos directos del pensamiento de Demócrito, Aristóteles
sostuvo que sus teorías fueron de “las más consistentes”. Cf. De generatione et corruptione, 324 a I.
215. M. Onfray, Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión, Barcelona, Anagrama,
2011, p. 236.
216. M. Onfray, Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., p.25.
217. Carpe diem es una locución latina que significa “vive el día”. La frase se encuentra en la Oda XI
de Horacio: Carpe diem, quam minimum credula postero [Vive el día y no confíes lo más mínimo en
el mañana].
218. Cf. M Onfray, La escultura de sí. Por una moral estética, Madrid, Errata naturae, 2009.
219. O. Mannoni, “Je sais bien, mais quand même”, en Clefs pour l’ Imaginaire ou l’ Autre scène,
París, Seuil, 1969.
220. P. Sloterdijk, Crítica de la razón cínica, Madrid, Siruela, 2006, p. 199.
221. M. Onfray, Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., p. 88.
222. M. Onfray, La potencia de existir. Manifiesto hedonista, op. cit., p. 64.
223. Cf. “Orlan, parle de l’Art Charnel”, conferencia en la Alianza Francesa, Buenos Aires, 16 de
abril de 1999.
224. J. Jiménez, Teoría del arte, Madrid, Tecnos, 2002, p. 48.
225. Dice Vattimo: “La práctica de las artes, comenzando desde las vanguardias históricas de
principios del siglo XX, muestra un fenómeno general de “explosión” de la estética fuera de los
límites institucionales que le había fijado la tradición”. En El fin de la modernidad. Nihilismo y
hermeneútica en la cultura posmoderna, Barcelona, Gedisa, 1996, p. 50.
226. M. Onfray, Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión, op. cit., p. 235.
227. Cf. H. Marcuse, “Art as Form of Reality”, New Left Review nº 74, julio, agosto 1972, pp. 51-58.
228. M. Onfray, “Michel Onfray, filosofía cínica para ser feliz”, A. Criscaut, (entrevista), Revista Ñ,
26 de mayo, 2017, p. 7.
229. L. Porter, “El poder del arte está en su capacidad de cuestionar lo establecido”, La Nación,
Suplemento Ideas, 5 de marzo, 2017, p. 9.
230. M. Onfray, Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., p.32.
231. Al traducir “I would prefer not to” como “preferiría no” prescindimos de la traducción canónica
de J. L. Borges (“preferiría no hacerlo”). Mantenemos el criterio de Roberto Castillo Sandoval quien
prescinde del verbo hacer para mantener el carácter abierto y radical de la formulación original. Cf
Herman Melville, Bartleby, el escribano. Una historia de Wall Street, Santiago de Chile, Hueders,
2017 (traducción de R. Castillo Sandoval).
232. Entrevista con el artista, 30 de abril, 2018.
233. G. Deleuze, “Bartleby o la fórmula”, en A.A.V.V, Preferiría no hacerlo, Valencia, Pre-textos,
2009, p. 90.
234. Cf. G. Agamben,“Bartleby o de la contingencia”, en A.A.V.V, Preferiría no hacerlo, op. cit.
235. Cf. S. Žižek, “Of Eggs, Omelets, and Bartleby’s, Smile”, en The Parallax Wiew, Cambridge,
The MIT press, 2006, pp. 375-385. [Hay traducción al español: Visión de paralaje, Buenos Aires,
FCE, 2006].
236. M. Onfray, La construcción de uno mismo. La moral estética, Buenos Aires, Perfil Libros, 2000,
p.68.
237. Ibid.
238. Ibid., p. 69.
239. Ibid., p 81.
240. La remodelación de diez casas en Cairns Street, Toxteth, Liverpool —en la que participaron
residentes que durante diez años habían luchado por mantener sus hogares— comenzó en 2014 y es
parte de un proyecto mayor de Assemble: el Granby Four Streets.
241. Cf. documenta 15 (2022). Disponible en: <www.universes.art>
242. M. Onfray, La construcción de uno mismo. La moral estética, op. cit., p. 97.
CAPÍTULO 6
JACQUES RANCIÈRE. ARTE Y
POLÍTICA
POLÍTICA Y “POLICÍA”
El tema del arte en su relación con la política es muy antiguo pero, en
nuestro presente, vuelve con fuerza y encuentra en filósofos como Rancière
originales argumentos. Para entender su pensamiento de modo integral son
fundamentales las ideas de “reparto de lo sensible” y “desacuerdo”.
En Le partage du sensible, esthétique et politique (El reparto de lo
sensible. Estética y política) explica que el arte cumple con una función
política, pero ¿qué entiende por “política”? Contrariamente a lo que podría
pensarse, básicamente no tiene que ver con el poder.
La política no es en principio el ejercicio del poder y la lucha por el
poder. Es ante todo la configuración de un espacio específico, la
circunscripción de una esfera particular de experiencia, de objetos
planteados como comunes y que responden a una decisión común, de
sujetos considerados capaces de designar a esos objetos y de argumentar
sobre ellos. (243)
Existe un espacio específico, en términos políticos, en el que se
circunscriben experiencias y se participa de un común que se configura a
partir de un “reparto (partage) de lo sensible”. (244) Así la política se liga a
un sistema de evidencias sensibles que “hacen ver”. Dentro del Todo
(sociedad) algunos sectores se visibilizan, puestos en primer plano, y se
gobierna para ellos, mientras que otros se invisibilizan, se ignoran, se
excluyen. Dice Rancière:
Llamo reparto de lo sensible a ese sistema de evidencias sensibles que al
mismo tiempo hace visible la existencia de un común y los recortes que
allí definen los lugares y las partes respectivas. Un reparto de lo sensible
fija entonces, al mismo tiempo, un común repartido y partes exclusivas.
(245)
Rancière habla de un orden, que se considera “natural”, que destina a los
individuos y a los grupos al mando o a la obediencia, a la vida pública o a la
privada, asignándoles desde el principio un determinado tipo de espacio y
de tiempo, y una determinada manera de ser, de ver y de decir. Esta lógica
de los cuerpos en su lugar, esta distribución de lo común y de lo que se
excluye de ese común —que es también una distribución de la palabra y del
“ruido”— es lo que Rancière designa metafóricamente con el término
policía.
Si la “policía” ordena, divide lo visible y lo no visible, reparte espacios,
tiempos y formas de actividad, la política quiebra el marco en el que se
vive; rompe con la evidencia sensible de un orden “policíaco”, es decir, con
una particular distribución dentro de El Todo.
De modo similar, una “política del arte” consiste “en interrumpir las
coordenadas normales de la experiencia sensorial”. (246)
Arte y política no están separadas. Son dos formas de división de lo
sensible que dependen de un régimen específico de identificación. Aclara
Rancière: “No siempre hay política, a pesar de que siempre hay formas de
poder. Del mismo modo, no siempre hay arte, a pesar de que siempre hay
poesía, pintura, escultura, música, teatro o danza.” (247)
Para que existan política y arte es preciso romper con la “normalidad” de
la experiencia, quebrar una habitualidad, lo cual pone en el centro la idea de
desacuerdo. En El desacuerdo. Política y filosofía, Rancière precisa que es
función principal del arte molestar e incomodar para sensibilizar al
espectador respecto de las fallas del orden existente, de las jerarquizaciones
y distribuciones arbitrarias del orden “policial”.
Si bien Platón se manifestó contra las nuevas formas de arte que se
estaban gestando en su tiempo, sus críticas revelaban, al mismo tiempo, la
importancia del arte. En el libro VI de República dice: “No se puede alterar
las reglas de la música sin alterar las leyes fundamentales del gobierno”. Lo
que Platón estaba destacando era el desacuerdo de algunos artistas, como
Mirón al introducir el movimiento en sus esculturas, con el paradigma
parmenidiano de inmovilidad aceptado.
Todo artista cuestionador pone de manifiesto, a su modo, el
enfrentamiento a la lógica de la arkhé, la del fundamento-mandato. Esta
lógica, trasladada al campo de la política, corresponde al término policía
según el cual las disposiciones del gobierno se convierten en leyes
“naturales” del orden social. Es así que, dentro del todo social, algunos
sujetos están destinados a mandar y otros a obedecer, unos destinados a
hablar y ser escuchados y otros a callar y no aparecer. La política consiste
en la ruptura de la lógica de la arkhé. Sostiene Rancière:
Nuestro mundo gira “en sentido contrario”, y quien quiera curar a la
política de sus males no tendrá más que una solución: la mentira que
inventa una naturaleza social para dar una arkhé a la comunidad. (248)
En síntesis, la política no es simplemente el proceso de gobernar, sino el
acto por el que se interrumpe ese proceso repartiendo de un nuevo modo
para que, por ejemplo, los “sin-parte” compartan lo que antes no
compartían. Introduce sujetos y objetos nuevos, haciendo sensible la
oposición de varios mundos alojados en uno solo. El marxismo, por
ejemplo, hizo que un sector invisibilizado de la sociedad, el proletariado, se
volviera visible como nuevo “sujeto de la historia”. En el imaginario
colectivo del presente ese sujeto está encarnado en el refugiado, en el
inmigrante clandestino, tal como lo vemos magistralmente expuesto en
Destierro (2017) de Anish Kapoor y en La ley del viaje (2017) de Ai
Weiwei. Ambos trabajos dan la palabra a quienes se ven obligados a elegir
el destierro para salvar sus vidas. Ser activos en la palabra y ser escuchados
es lo opuesto a ser “animales ruidosos”, desprovistos de toda autoridad para
ser vistos y atendidos.
Cuando Rancière dice que los seres dotados de la palabra se oponen a los
“animales ruidosos” tiene presente la definición aristotélica del hombre
como “animal político” (zoon politikón). Beneficiado por la palabra, podía
participar del acto de gobernar y ser gobernado. A diferencia del animal que
solo posee el grito, el ser humano es el único ser dotado de un lenguaje
inteligible y no solo del sonido, que sirve para indicar dolor y placer. El
lenguaje inteligible, articulado, le sirve para manifestar su propio interés así
como lo justo y lo injusto. (249)
El zoon politikón es un ser esencialmente social. En su Política dice
Aristóteles que para vivir en soledad habría que ser animal o dios. Sin
embargo Nietzsche, en El crepúsculo de los ídolos, amplía las opciones
invitando a los humanos a ser lo uno y lo otro, es decir, filósofo. En relación
con el concepto de “animal político” la posición de Platón, en el libro II de
República, es más limitada que la de Aristóteles, puesto que los labriegos y
artesanos, por ejemplo, no podían participar en la asamblea del pueblo ya
que no gozaban de tiempo para estar en otro lugar más que en su trabajo. A
lo largo de la historia, nuevos repartos de lo sensible modificaron las
propiedades de los espacios asignados a cada uno y abrieron nuevas
perspectivas hacia el futuro, nuevos “posibles de espacio y de tiempo”.
Enfrentándose a Platón, Rancière descubre, en sus investigaciones sobre los
comportamientos de los obreros, que ellos también pueden ser
“intelectuales” o contempladores ociosos. Analiza la correspondencia de
dos obreros de la década de 1830, en la que describen un paseo en el campo
un domingo de primavera, y observa que pueden, al igual que los estetas,
disfrutar de las formas, de las luces y de las sombras del paisaje tanto como
desarrollar hipótesis metafísicas como lo haría un filósofo que se instala en
una posada de campo para reflexionar. (250)
Las cartas de los obreros no aluden a un día en el que se restauran las
fuerzas para la semana por venir. Se trata de un tipo de ocio totalmente
distinto y así Rancière interrumpe las limitantes coordenadas platónicas
apuntando a una distribución nueva del espacio material y simbólico.
Que no haya ninguna brecha a salvar entre intelectuales y obreros
responde a la propia experiencia generacional de Rancière y a su
constatación del error de estudiantes e intelectuales del Mayo francés al
mantener la diferencia entre un supuesto poseedor del saber teórico (el
estudiante-intelectual) y un supuesto poseedor del saber empírico (el
obrero). Pero la cuestión, dice Rancière, es más sencilla: desconocer la
frontera entre el intelectual y el obrero y plantear que cada cual habla desde
su experiencia, sin que merezcan tenerse en cuenta divisiones previas.
Por otra parte, como vemos en varios trabajos de Rancière —entre otros,
El malestar en la estética— ningún arte “crítico” convierte al explotado en
un agente de transformación del mundo. Esto es así porque la conciencia no
solo no es transformadora per se, sino porque los explotados rara vez
necesitan de una explicación acerca de las leyes de la explotación. Pensar el
poder del arte de modo transitivo, como conductor de una acción directa, no
es más que el wishful thinking de algunos artistas que nos introduce en el
viejo problema del fetichismo.
En otras palabras, aunque las prácticas artísticas puedan verse como
actos de resistencia, esto no conduce automáticamente a la toma de
conciencia clara de una situación de dominación y a una consecuente
movilización. No es su función —como ya lo destacara Adorno— señalar
caminos de acción, pues si así fuera estarían reproduciendo la lógica de
dominio. El arte debe desmonopolizar el saber y la verdad habilitando el
surgimiento de nuevos sujetos que, como lo hace el poeta, relaten sus
propios poemas. De este modo, activando el pensamiento y la libre
elección, el arte ayudará a vencer uno de nuestros principales males: la
pasividad característica de la “sociedad del cansancio”, según la define
Byung-Chul Han. (251)
ESTÉTICA Y POLÍTICA
¿Qué quiere decir Rancière cuando afirma que en la base misma de la
política hay una “estética”? No piensa en la “estetización de la política”,
propia de la “era de masas”, a la que alude Benjamin; es decir que no hace
referencia a una captación perversa de la política. Tampoco hace referencia
a la estética como disciplina sino a la “estética primera”, relativa a la
percepción de los cuerpos y a ciertas condiciones que permiten el hacer
visible. Puede entenderse en el sentido kantiano, como condiciones de
posibilidad de lo que se da a sentir.
La “estética primera”, que recupera el sentido de aisthesis [sensación,
sensibilidad], es de principal importancia a la hora de entender la afinidad
de la obra de arte —o mejor, de las “prácticas estéticas”— con la política.
Es a partir de esta estética primera que podemos plantear la cuestión de
las “prácticas estéticas”, en el sentido en que nosotros las entendemos, es
decir formas de visibilidad de las prácticas del arte, del lugar que ellas
ocupan, de lo que “hacen” a la mirada de lo común. (252)
La base estética en la política —al igual que en el arte— es la condición
que permite “hacer visible”. Recordemos que en Modos de hacer mundo,
Nelson Goodman sostiene que el arte “hace mundo” en el sentido de
volverlo evidente y considera que la obra artística es una suerte de máquina
(óptica) de significación.
Rancière toma como ejemplos del “hacer ver” dos obras de Flaubert, La
educación sentimental y Madame Bovary, que fueron inmediatamente
percibidas como la “democracia en literatura” a pesar de la postura
aristocrática y el conformismo político de su autor.
Asimismo, El Partenón de libros prohibidos presentado por Marta
Minujín en la documenta 14 de Kassel (2017), que tuvo por tema
“Aprendiendo de Atenas”, es un claro ejemplo del “hacer ver”. Se trató de
una réplica a escala real del gran templo de Atenas, forrado con 100.000
libros procedentes de todas partes del mundo que están o estuvieron
prohibidos. Fue una nueva versión de El Partenón de libros que Minujín
presentó —en ocasión del retorno a la democracia— en Buenos Aires en
1983, con libros censurados durante la dictadura militar.
El nuevo Partenón estuvo ubicado a metros del Museum Fridericianum,
en la Friedrichsplatz. Llama la atención que, en 1933, en esa misma plaza,
los nazis quemaron libros considerados “decadentes” y “degenerados”.
La instalación de Minujín apeló a la vista, a la lectura y al pensamiento,
contaba con la participación del público que donó y recibió los ejemplares
que la componían. Abrió un espacio para pensar cómo construir la esfera
pública en un mundo en crisis en el que se ha multiplicado la censura, la
discriminación y la exclusión. Dice la artista: “Europa está en un estado de
autodestrucción terrible, de no entenderse los unos a los otros. Entonces
este Partenón de la paz muestra todas las prohibiciones que hubo en el
mundo de escritores y libros, y cómo los políticos deciden sobre qué tienen
que leer los demás”.
Crítica y efímera, la instalación performática de Minujín, de escala
monumental, se convirtió en un contramonumento. No parece haber nada
que celebrar si pensamos en la verticalidad de las instituciones. Sin
embargo, sesgadamente optimista, también hizo ver la importancia y
necesidad de la —horizontal— redistribución del libro como símbolo de
cultura compartida y de paz.
Al “hacer ver”, la política y el arte “intervienen en la distribución
general de las maneras de hacer”, (253) es decir que participan en la
configuración siempre cambiante de un orden en el Todo social. Ambos
tienen en común que hacen pedazos la experiencia habitual para ver de un
modo reconfigurante.
Catherine David (directora artística de la documenta 10, “Politics /
Poetics”, 1997) aporta un ejemplo de producción reconfigurante a través de
“Representaciones árabes contemporáneas”, un proyecto que contó con la
curaduría de Nuria Enguita Mayo. La primera parte se presentó en la
Fundación Tàpies, en Barcelona en 2003, y estuvo dedicada a Beirut /
Líbano. La segunda parte se centró en Egipto / El Cairo y se presentó en el
Centro José Guerrero, en Granada, en 2004. La tercera, dedicada a Irak,
tuvo lugar en la Universidad Internacional de Andalucía en 2005.
Marta Minujín, El Partenón de libros prohibidos, instalación, metal, libros, plástico, 70 x 30 x 19 m,
documenta 14 de Kassel, 2017. Foto: Ulf Schaumlöffel. Archivo Marta Minujín.
EL DESACUERDO
Rancière se detiene en dos teorías estéticas antagónicas. Una —producto
de filósofos e historiadores del arte— es la “estética de lo sublime”
(haciendo alusión al concepto kantiano), que trae a un primer plano la
cuestión del “Otro” inconmensurable e irrepresentable. Lo sublime
radicaliza la distancia entre la Idea y la forma sensible, como sucede en el
arte simbólico de acuerdo con Hegel.
La segunda teoría, de “arte modesto” [sic], es la que corresponde al “arte
relacional”, término acuñado por Nicolas Bourriaud para designar la
reunión e intercambio entre sujetos a los que se dirige la dinámica artística.
Engloba diversos espacios de convivencia (convivialité), tales como juegos,
fiestas o comidas, en los que se crean situaciones que modifican nuestras
miradas y nuestras actitudes con respecto a la vida común (ver pp. 78-80)
En ambas teorías vemos claramente cómo se crea un espacio diferente
del ordinario, lo que en términos estrictos resulta característico del arte en
general y no solo del arte sublime o relacional. En definitiva, ambas
tendencias “reafirman a su modo una misma función ‘comunitaria’ del arte:
la de construir un espacio específico, una forma inédita de reparto del
mundo común”. (255) En la estética de lo sublime se recuerda la deuda
contraída con lo Otro absoluto al tiempo que se reconoce la misión del arte
de construir un tejido de inscripciones sensibles diferentes de lo conocido.
Por su parte, la estética relacional reconoce la posibilidad del arte de
reconfigurar material y simbólicamente el contexto habitual. Exhibidas de
un “modo irónico y lúdico más que crítico y denunciador”, (256) las
microsituaciones del arte relacional resultan apenas distinguibles de las
experiencias cotidianas. Entre los ejemplos mencionados por Rancière se
encuentra el de Rirkrit Tiravanija quien, al poner a disposición de los
visitantes un anafe para camping, una olla y sobres de sopa, los induce a
una acción común: comer.
Para decirlo con Bourriaud “mediante pequeños servicios, el artista
corrige los fallos del vínculo social”. Lo verdaderamente alarmante es que
tengamos que ir al museo o a la galería para ver y practicar el contacto
directo con otras personas y que esto no se dé naturalmente dentro del hogar
o en otros espacios habituales de convivencia.
El arte relacional produce una reconfiguración de los roles de artista-
obra-espectador por la cual se anulan las respectivas distancias. “Y por ahí
es por donde el arte tiene que ver con la política”, (257) dice Rancière.
En la reconfiguración que el arte, como la política, hace de lo sensible
opera el desacuerdo (mésentente). Lo que el desacuerdo deja ver es un
conflicto semántico en el uso de un discurso que se supone común. Revela,
desde la perspectiva de la semiótica, una falla en la situación de habla.
Por desacuerdo se entenderá un tipo determinado de situación de habla:
aquella en la que uno de los interlocutores entiende y a la vez no
entiende lo que dice el otro. El desacuerdo no es el conflicto entre quien
dice blanco y quien dice negro. Es el existente entre quien dice blanco y
quien dice blanco pero no entiende lo mismo o no entiende que el otro
dice lo mismo con el nombre de blancura. (258)
En tanto espacio de desacuerdo, el arte es esencialmente un espacio de
incertidumbre. Y esta condición dilemática se pone de manifiesto
particularmente en el arte contemporáneo, lo que resulta un rasgo de época.
La paradoja de nuestro presente es que ese arte incierto pueda resultar
políticamente influyente “en razón del déficit mismo de la política
propiamente dicha”.
Todo sucede como si la desaparición de la inventiva en el campo de la
política diera a las manifestaciones de los artistas la posibilidad de tener una
función política sustitutiva. Saber si solo serán sustitutos paródicos es “una
de las cuestiones del presente”, señala Rancière en el capítulo “Problemas y
transformaciones del arte crítico”, incluido en Sobre políticas estéticas.
Un pensamiento artístico incierto resulta de la falta de identificación con
un régimen específico de lo sensible. Así, ese sensible desligado de sus
conexiones ordinarias es habitado por un pensamiento que se ha vuelto
extranjero a sí mismo, “producto idéntico al no-producto, saber
transformado en no-saber”. (259)
Un espacio de incertidumbre pone en juego un querer saber, un no querer
decir y, sobre todo, un rechazo a entender, tal como lo encontramos en la
base de producciones de artistas como Pedro Costa. En sus filmes, como
veremos luego, construye un espacio-tiempo de inseguridad, de suspenso y
de flotación de los signos en relación con las formas en uso.
También la incertidumbre puede alterar la “imagen propia” de un artista,
como sucede en la producción —tanto figurativa como abstracta— de
Gerhard Richter. Tal situación de incertidumbre pudo constatarse asimismo
en la muestra “Comiéndose a Raúl” (260) de Fabián Burgos, en la que se
incluyeron obras que rompían con su imagen de “artista abstracto”. Los
cambios sorprendieron no solo al espectador común, sino a la crítica
especializada por su (aparente) incoherencia; pero resultaban totalmente
coherentes dentro del pensamiento del artista. Coherencia que también
encontramos en el drástico giro hacia la figuración que produjo Enio Iommi
en 1977 con su muestra “Adiós a una época. 1948-1977 al 2000”. (261)
En “Comiéndose a Raúl”, una obra desarticulaba el recorrido abstracto-
geométrico. En efecto, Posesión presentaba la figura de una calavera
ubicada sobre dos tibias cruzadas que recordaba el emblema pirata
conocido, desde el siglo XVII, como Jolly Roger. Esa figura hacía
referencia explícita a la muerte. El memento mori advertía sobre el peligro
de desaparecer que nos acecha y se disimula en todas partes, aun detrás de
un orden geométrico perfecto como el que suele dominar en la obra de
Burgos. Precisamente ese contraste entre orden e incertidumbre estuvo en la
base del cambio —circunstancial— hacia la figuración.
Fabián Burgos, Sin título, óleo sobre tela, 190 x 250 mm. De la muestra “El amor probablemente”,
2005.
EL MAESTRO IGNORANTE
Joseph Jacotot (1770-1840) encarna un modelo de desacuerdo con un
sistema educativo basado en la autoridad del maestro y la pasividad del
alumno. A comienzos del siglo XIX, las excéntricas teorías de este
educador francés provocaron una fuerte conmoción en la educación. “Quien
enseña sin emancipar embrutece”, afirmaba. Alegaba además que todos
tenían la misma capacidad de instruirse sin maestro y esto era así porque
tanto en maestros como en alumnos actúa una misma inteligencia. También
sorprendió por enunciar y defender el caso extremo del ignorante que podía
enseñarle a otro ignorante lo que él mismo no sabía. De este modo, un
analfabeto podía enseñar a leer a otro analfabeto.
Las ideas de Jacotot tomaron nuevo vuelo en 1980, al ser retomadas por
Rancière en el marco de los debates sobre la educación pública en Francia.
Le sirvieron tanto para reflexionar sobre necesarias reformas en educación
como para tratar la cuestión del espectador en el siglo XXI.
Agustin Lemonnier, Joseph Jacotot, litografía. Wellcome Library, Londres.
243. J. Rancière, Sobre políticas estéticas, Barcelona, Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona
(MACBA), 2005, p. 18.
244. Puesto que el reparto de lo sensible pone en evidencia un “común repartido”, el término reparto
no significa meramente “división”, como a veces se traduce (Cf. J. Rancière, La división de lo
sensible. Estética y política, Salamanca, Centro de Arte de Salamanca, 2002). Presupone la existencia
de un todo (la sociedad). Ese todo se divide en partes a las que algunos tendrán acceso y otros no. En
el reparto se comparte (se habla por ejemplo de un amour partagé, “amor compartido”).
245. J. Rancière, El reparto de lo sensible. Estética y política, Santiago de Chile, Lom, 2009, p. 9.
246. J. Rancière, Sobre políticas estéticas, op. cit., p. 19.
247. Ibid, p. 20.
248. J. Rancière, El desacuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1996, p.
31.
249. “El lenguaje inteligible sirve además para manifestar el propio interés así como lo dañino, o lo
justo y lo injusto, siendo esto exclusivo del hombre que, así, se diferencia de los demás animales al
tener, por ello, el sentido del bien y del mal, el de lo justo y de lo injusto […]”, dice Aristóteles, en
Política, 1253 a 1-18.
250. Cf. J. Rancière, El espectador emancipado, Buenos Aires, Manantial, 2010, pp. 24-25.
251. B.C. Han, La sociedad del cansancio, Barcelona, Herder, 2012.
252. J. Rancière, El reparto de lo sensible. Estética y política, op.cit., p.10.
253. Ibid., pp. 10-11.
254. C. David, “No hay arte: hay procesos estéticos”, en Xavier Antich, (entrevista) “Cultura(s)” La
Vanguardia, 4 de mayo de 2002.
255. J. Rancière, Sobre políticas estéticas, op.cit., p. 16.
256. Ibid., pp. 15-16.
257. J. Rancière, Sobre políticas estéticas, op.cit., p. 17.
258. J. Rancière, El desacuerdo. Política y filosofía, op. cit., p. 8.
259. J. Rancière, El reparto de lo sensible, Estética y política, op.cit., p. 25.
260. El título alude a la película clase B de Paul Bartel Eating Raoul (1982).
261. Cf. E. Oliveras, “Siete décadas de anticonformismo y transgresión”, catálogo Enio Iommi. El
filo del espacio. Obras 1945-2010, Buenos Aires, Centro Cultural Recoleta, 2010, p. 23.
262 El término latino sensorium (plural sensoria) designa una configuración compleja de nuestros
órganos sensoriales dada la intervención no solo de sensaciones y percepciones, sino también de
asociaciones y elementos discursivos.
263. J. Rancière, Sobre políticas estéticas, op. cit., p. 78.
264. P.B. Preciado, El museo apagado: pornografía, arquitectura, neoliberalismo y museos, Buenos
Aires, MALBA, 2017, p. 59.
265. Ibid., p. 61.
266. K. Malévich, “Sur le Musée” (1919), en Le Mirroir Suprématiste, París, L’ â ge d’homme, 1919,
p. 66.
267. J. Rancière, El espectador emancipado, op. cit., p. 17.
268. U. Eco, “Umberto Eco. Un pensador de otro siglo”, Xavi Ayén (entrevista), El tiempo, 11 de
junio , 2015, p. 5.
269. En lo que respecta a la educación, no solo es importante tener en cuenta la igualdad de las
inteligencias sino también, como destaca Guillermo Jaim Etcheverry, la igualdad de experiencias, el
dar a todos las mismas posibilidades de tomar contacto no solo con la información, sino con la
formación en distintas áreas de la cultura. Asimismo, es importante que el proceso de aprendizaje se
vea como “recuperación”, como descubrimiento de algo que tenemos dentro y que hace a nuestra
densidad como seres humanos, apuntando a lo que cada uno puede llegar a ser. Cf. G. J. Etcheverry,
“Las humanidades y las artes, ¿tienen futuro en la educación general?”, en Jornadas de Arte y
Educación, Academia Nacional de Bellas Artes y Academia Nacional de Educación, 29 de agosto
2016.
270. J. Rancière, El espectador emancipado, op.cit p. 25.
271. H. Foster, Malos nuevos tiempos Arte, crítica, emergencia, Madrid, Akal, 2017, p. 130.
272. Ibid., p. 12.
273. En el segundo momento de la Crítica de la facultad de juzgar estética Kant descubre como
fundamento a priori para el juicio de gusto “el estado del ánimo en el libre juego de la imaginación y
del entendimiento”. Presentes ambas facultades en todos los individuos, permite hablar de un sensus
communis y, en consecuencia, de la posibilidad de una universal comunicabilidad del juicio.
274. D. Hume, De la norma del gusto y otros ensayos, Barcelona, Península, 1989, p. 28.
275. J. Rancière, El espectador emancipado, op.cit p. 27.
276. Ibid., p. 28.
277. E. Oliveras, “31º Bienal de San Pablo. Cómo hablar de cosas que no existen”, revista El Gran
Otro, nº 7, 2015, pp. 14-25.
278. J. Rancière, El espectador emancipado, op.cit., p. 17
279. J. Rancière, Sobre políticas estéticas, op.cit., p. 24.
280. P. Sloterdijk, Venir al mundo, venir al lenguaje. Lecciones de Frankfurt, Valencia, Pre-textos,
2006, p. 14.
281. J.C.F. Schiller, “Cartas sobre la educación estética del hombre”, en Escritos sobre estética,
Madrid Tecnos, 1991, XV, p. 156.
282. Cf. J. Rancière, El espectador emancipado op. cit., pp. 121-122.
283. Francis Gandon, retomando ideas de Georges Bataille, se refiere a “l’érectibililité du référente”
que introduce otra lógica, la de la contradicción irresoluble. (Cf. F. Gandon, Sémiotique et négativité,
París, Didier Érudition, 1986, p.56).
284. J. Rancière, Le destin des images, París, La fabrique, 2003, p. 11 (nuestra trad.).
285. A. Cauquelin, Desde el ángulo de los mundos posibles, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2015, p.
90.
286. Cf. J. Rancière, Le destin des images, op. cit., p. 15.
287. J. Rancière, El espectador emancipado, op.cit., p. 81.
288. Ibid, p. 77.
289. J. Rancière. Sobre políticas estéticas, op. cit. p.17 .
290. Ibid., p. 27.
291. Ibid.
292. J. Rancière, El espectador emancipado, op. cit., p.77.
CAPÍTULO 7
GIORGIO AGAMBEN. ELOGIO DE LA
PROFANACIÓN
LO SAGRADO
La religión, lo sagrado y lo profano son temas centrales en el
pensamiento de Agamben. En el capítulo “Elogio de la profanación”
(incluido en Profanaciones), señala que profano, de acuerdo con el jurista
Trebacio, “se dice en sentido propio de aquello que, habiendo sido sagrado
o religioso, es restituido al uso y a la propiedad de los hombres”. (293) El
ámbito de lo profano está determinado por el ámbito de lo sagrado, por ello
si consagrar [sacrare] designa la salida de las cosas de la esfera del derecho
humano para pasar a la esfera de los dioses, profanar significa restituirlas al
libre uso de los humanos. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando el Muro de
los Lamentos u otros sitios destinados al culto se transforman en
indiferenciados puntos de venta de todo tipo de productos.
Agamben observa que la categoría del uso, a pesar de su importancia, no
encontró aún el lugar que merece dentro de la filosofía. En términos
generales el uso resulta, para él, una categoría “política”, ya que pone en
juego la libre elección del sujeto sobre objetos en los que se refleja una
particular herencia simbólica. La profanación es un caso particular de uso.
Como resulta del análisis de ¿Qué es un dispositivo?, el problema en
nuestros días, más allá de la restitución de lo sagrado al uso común, es
inventar nuevos usos que diversifiquen los ya aceptados. Y esto resulta
especialmente significativo en aquellos artistas que, al apropiarse de objetos
y materias limitadas por la particularidad del uso, les otorgan un nuevo
estatuto. Es lo que pudo verse en la muestra “Soberanía del uso” (2014),
curada por Federico Baeza y Sebastián Vidal Mackinson. (294) Asimismo
“Nubes de paso” (2018) (295) de Pablo Accinelli esbozó, en el contexto de
un mundo incierto, la posibilidad de nuevos usos en sistemas inéditos.
Dando forma a la clasificación tripartita de Jean Baudrillard en El sistema
de los objetos (1968), puso en escena objetos funcionales convertidos en
objetos no funcionales o marginales (como los artísticos) y metafuncionales
(objetos inútiles, aberrantes, “esquizo-funcionales”).
Podemos observar que tanto quienes profanan como quienes se apropian
de objetos limitados a un uso particular subrayan la experiencia de no
separación. Para el caso de lo profano, Agamben recuerda el significado del
término religio que no deriva, como suele decirse, de religare (lo que une a
lo humano con lo divino), sino de relegere, que indica la distancia entre lo
sagrado y lo profano. Religio no es entonces lo que conecta a los hombres y
a los dioses, sino lo que vela por mantenerlos separados. Y así, sobre la
base de esa separación reverenciable, se facilitó la función tutelar de la
Iglesia y la práctica del ejercicio de la autoridad [auctoritas].
Lo sagrado es algo creado por el ser humano; no tiene estatuto de
originario aun cuando los creyentes, tomándolo como un principio
universal, sean capaces de entregar su vida para mantenerlo vivo a través
del mito y del rito.
Si el mito es lo que permite y justifica lo que se sacraliza, el rito es lo
que, con su repetición, lo mantiene vigente. Podríamos agregar que el rito
posee un elemento “rítmico” que señala el aspecto cíclico del mito. Ese
elemento resulta esencial a todo ritual. (296)
Entre los ejemplos de lo sagrado lo encontramos los libros del judaísmo,
la luz en algunas religiones y las imágenes de culto. Sin embargo, la
sacralización excede el plano de lo religioso. Las sociedades cuentan con
símbolos que son auténticos objetos de veneración, que como la bandera
cuando alguien la quema, se considera que ha sido profanada. También la
muerte y la memoria de los antepasados se cargan del aura de lo sagrado;
por eso están separados —resguardados— en el ámbito de la intimidad
familiar. Por anular la separación de las cosas sagradas indisponibles, el
profanador que quema una bandera o el que destruye un sepulcro o una
iglesia merece el mayor de los repudios.
Aun con su carácter convencional, lo sagrado tuvo inmenso poder en
todas las épocas y también lo tiene en la nuestra, pero actualmente ya no
está representado por Dios. El dinero ocupa su lugar. A él se le consagra la
vida aun a fuerza de esclavitud. Agamben considera que Dios no ha muerto
sino que hoy está representado por el consumo. Esa secularización dio lugar
a una nueva religión inhumana, irracional. “La única solución europea es
salir de este templo bancario”, concluye. (297)
En un mundo donde domina la “religión capitalista” (Benjamin), los
“profanos” se ubican del lado de los ociosos, de los no productivos, de los
que no ahorran, de los que prefieren la práctica de actividades no rentables
(como puede ser el arte). Es lo que encarna el “modelo Bartleby” (ver p.
135).
Debemos advertir que, en términos estrictos, la profanación resultaría
imposible en un mundo que globalmente renegara de la espiritualidad
inherente a lo sagrado; sin embargo, la profanación, al igual que la
celebración, siguen siendo necesidades humanas, por lo cual Agamben
concluye su “Elogio de la profanación” con este enunciado: “La
profanación de lo improfanable es la tarea política de la próxima
generación”.
Agamben aclara que a la religión no se oponen la incredulidad y la
indiferencia respecto de lo divino, sino la negligencia, que resulta un tipo de
comportamiento libre y distraído. (298) El uso “negligente” no supone falta
de atención. Por ejemplo, en el caso del niño que juega alejado de la
practicidad de los objetos no hay falta de atención, sino todo lo contrario.
No hay atención que se compare con la del niño que juega.
El paso de lo sagrado a lo profano en el juego resulta, según Agamben,
un pasaje “completamente incongruente”:
El pasaje de lo sagrado a lo profano puede, de hecho, darse también a
través de un uso (o, más bien, un reúso) completamente incongruente de
lo sagrado. Se trata del juego. Es sabido que la esfera de lo sagrado y la
esfera del juego están estrechamente conectadas. La mayor parte de los
juegos que conocemos deriva de antiguas ceremonias sagradas, de
rituales y de prácticas adivinatorias que pertenecían tiempo atrás a la
esfera estrictamente religiosa. (299)
Agamben distingue entre el ludus o juego de acción y el jocus o juego de
palabras. En el primer caso, se deja de lado el mito y se conserva el ritual;
en el segundo, se elimina el rito y se deja sobrevivir el mito. Aclara:
Si lo sagrado se puede definir a partir de la unidad consustancial del mito
y el rito, podremos decir que se tiene juego cuando solamente una mitad
de la operación sagrada es consumada, traduciendo solo el mito en
palabras y solo el rito en acciones. (300)
Son varias las prácticas adivinatorias que, en tanto jocus, remiten a
antiguas ceremonias sagradas. Evocando a los oráculos, el trompo y el
tablero de ajedrez son instrumentos de adivinación en los que —al igual que
en el mito— se pone en juego la palabra. Algunos juegos de acción (ludus)
derivan de rituales religiosos, como por ejemplo la ronda, que fue en su
origen un rito matrimonial en el que los novios bailaban con otras parejas.
Otro ejemplo es el juego de la pelota, que reproduce la lucha de los dioses
por la posesión del sol. En todos estos casos queda atrás la potencia del acto
sagrado basado en una narración sacralizadora.
Advierte Agamben que, cada vez más, el juego como “profanación
incongruente” está en decadencia. El ser humano moderno ya no sabe
jugar. Esta observación se encontraría desmentida en los hechos: con el
avance de las nuevas tecnologías, el número de jugadores es cada vez
mayor. Pero Agamben tiene en cuenta la multiplicación vertiginosa de
juegos en los que queda interrumpida la posibilidad de acceder a la fiesta
perdida. No sin un dejo de nostalgia, hace referencia a “insulsas ceremonias
de una nueva religión espectacular”, a “una lección de tango en un salón de
provincia” y a los “juegos televisivos de masas” que forman parte de una
nueva liturgia. Sin embargo, podemos preguntarnos si algunas reuniones
que surgen en microcontextos de afinidades no tendrían hoy la posibilidad
de volver a instaurar la fiesta perdida.
PROFANACIÓN / SECULARIZACIÓN
A esta altura de nuestro análisis resulta oportuno detenernos en la
diferencia entre profanación y secularización establecida por Agamben.
La secularización es una forma de remoción que deja intactas las
fuerzas, limitándose a desplazarlas de un lugar a otro. Así, la
secularización política de conceptos teológicos (la trascendencia de Dios
como paradigma del poder soberano) no hace otra cosa que trasladar la
monarquía celeste en monarquía terrenal, pero deja intacto el poder. La
profanación implica, en cambio, una neutralización de aquello que
profana. Una vez profanado, lo que era indisponible y separado pierde su
aura y es restituido al uso. (301)
En la secularización se traslada lo sagrado al plano de lo mundano sin
que se produzca un cambio de sustancia, es decir, sin que se desactive el
poder inherente a lo sagrado y su estructura. Cuando el paradigma de la
“monarquía” divina pasa a la terrenal, no se desvanece su poder. Lo mismo
sucede cuando el ritual religioso se seculariza en la obra de arte. En esto, la
secularización se distancia de la profanación, que desactiva la fuerza de lo
sagrado.
En la secularización se produce un desplazamiento de la fuerza de lo
sagrado (desde la esfera divina a la terrenal) en un movimiento horizontal
que se diferencia del movimiento vertical descendente que se produce en la
profanación.
Un ejemplo interesante es el que se encuentra en el interior mismo del
arte cuando se desplazan objetos, desde la esfera del ritual mágico o
religioso, a la esfera del “ritual secularizado” del museo. Benjamin dice en
“La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”:
Las obras artísticas más antiguas sabemos que surgieron al servicio de
un ritual primero mágico, luego religioso. Es de decisiva importancia
que el modo aurático de existencia de la obra de arte jamás se desligue
de la función ritual. Con otras palabras: el valor único de la auténtica
obra de arte se funda en el ritual en el que tuvo su primer y original valor
útil. Dicha fundamentación estará todo lo mediada que se quiera, pero
incluso en las formas más profanas del servicio a la belleza resulta
perceptible en cuanto ritual secularizado. (302)
De acuerdo con Benjamin, la secularización artística alcanza su límite
con la aparición de la fotografía y el cine; la reproductibilidad técnica a la
que están sujetos los aparta del valor cultual. Recordemos que el valor
cultual está sustentado por un “aquí y ahora” que hace a la autenticidad. “El
aquí y ahora del original constituye el concepto de su autenticidad”, dice
Benjamin. (303) Podemos copiar una imagen, pero no podemos copiar la
autenticidad. No hay copia del aquí y ahora, del momento único e
irrepetible en que nació la obra y del que brota su aura. En la fotografía y el
cine no habría secularización, sino profanación del aura y así, desde la
perspectiva de Benjamin, se descubre un largo camino de profanaciones que
comienza en la época de la reproductiblidad técnica y continúa en el arte de
hoy.
Podríamos concluir que entre la secularización y la profanación se
desarrollan las distintas variantes del arte, siendo fundamental entender que
la secularización es genérica mientras que la profanación es una especie
dentro del género.
Más allá del desplazamiento de lo sagrado en la secularización del arte
se encuentran casos particulares de secularización en obras en las que se
trasladan ámbitos reservados o auratizados en la intimidad. Es el caso de los
videos Mi tío Eduardo (2006) y Mi padre (2007) de Ana Gallardo, Mario.
Saved calls (2011) de Martín Weber (en el que se registran, vía Skype, los
últimos momentos de vida de su padre) y Elogio de la profanación (2011)
de Gabriel Baggio. En estos casos, lejos de ser removido en la nueva
disponibilidad artística, el poder de lo íntimo se desplaza permitiendo una
comunicación intersubjetiva ampliada.
Al apropiarse de las herramientas que utilizaba su abuelo
reproduciéndolas en cerámica, Baggio va más allá de la profanación. Si
bien elige objetos cargados de aura —por efecto de la mémoire involontaire
(Proust) (304) que no solo restituye el pasado sino que lo revive—, no los
hace simplemente descender desde un plano de sacralidad, que emana del
recuerdo de un ser ausente, hasta el plano no aurático de lo reproducible. Lo
que él produce es el desplazamiento de un tipo de sacralidad (subjetiva e
íntima) a otro (intersubjetiva) efectuando así una acción de secularización.
Al darles estatuto de objeto artístico, reauratiza las herramientas —martillo,
tenaza, punzón, destornillador, compás, limas— que por haber pertenecido
a un ser querido ya tenían, por metonimia, sacralidad propia. La tarea de
reauratización se hiperboliza con el lustre de oro que cubre la cerámica
esmaltada. (305)
En “Elogio del uso” Federico Baeza señala que lo que hace Baggio “es
desafiar el consumo señalando lo inapropiable de las cosas. Es reivindicar
las particulares formas de vida que alientan la heterogeneidad de dichos
usos. Es establecer un verdadero contacto con esas cosas para hacerlas
libremente disponibles”. (306)
Si Baggio reauratiza, Grippo auratiza lo prosaico, lo carente de aura. En
su instalación Algunos oficios (307) (1976) exhibió, sin ninguna
modificación, un conjunto de herramientas y materiales que pertenecían a
los oficios de herrero, carpintero, agricultor y picapedrero. Al ingresar en la
sala de exposición se leía el siguiente texto: “Cuando el hombre construyó
su primera herramienta, creó simultáneamente el primer objeto útil y la
primera obra de arte”. Criticando la marginalidad de las artes utilitarias y
decorativas, condenadas por la modernidad, Grippo puso de manifiesto que
lo que estaba exponiendo no eran meros objetos útiles sino “obras”.
Establecía así un nuevo campo de auratización, nuevas fuerzas, nuevos
estatutos. Podemos decir, en síntesis, que “creaba” aura. También lo hace
Daniel Joglar cuando, más allá del uso común, descubre una realidad
mágica en materias y objetos que nos acompañan en la vida cotidiana, tales
como papeles, cuadernos, reglas, lápices, imanes. “Vivo el hallazgo y
fascinación del encuentro con ellos”, confiesa”. (308)
Gabriel Baggio, Elogio de la profanación. 1930-1986, cerámica esmaltada y lustre de oro, 1/3, 2011.
Foto: Nicolás Levín.
Dolores Zorreguieta, My baby Frankenstein 1, plástico de botellas, alambre, cable eléctrico y luz,
20,5 x 20,5 x 38 cm, 2011.
Podemos observar que la profanación en el campo del arte afecta no solo
a las obras y sus temáticas particulares, sino también a la imagen del artista.
En el episodio “National Anthem” (2011) de la serie Black Mirror uno de
los protagonistas, un supuesto ganador del Premio Turner, es presentado
como un secuestrador.
Diferentes ejemplos hablan de la creciente desauratización de la
institución arte, entre otros los que anulan el espacio de la galería o del
museo reemplazándolo por la exposición y comercialización directa de
obras en Internet. Es lo que, desde hace tiempo, viene desarrollando Remo
Bianchedi con sus “acciones de arte”. El objetivo de su sitio web “es poner
online la experiencia que representa practicar los cuatro fundamentos del
concepto ampliado del oficio del artista, es decir: saber inventar, saber
representar lo imaginado, saberlo difundir y también comercializar”. (317)
Asimismo Ai Weiwei autogestionó la venta de sus series Artist’s Hand y
Odyssey en eBay. En Artist’s Hand partió de la fotografía de su propia mano
haciendo el gesto de levantar el dedo mayor en rechazo al autoritarismo.
Con este modelo produjo mil esculturas metálicas en coincidencia con una
instalación de arte público, Good Fences Make Good Neighbors (2017),
realizada en Nueva York. “Buenas vallas, buenos vecinos” aludía al
despotismo de Trump cuando decidió levantar un muro para hacer
infranqueable el ingreso de mexicanos a Estados Unidos. En coincidencia
con esta instalación, también produjo Odyssey, una serie de mil grabados de
pequeño formato que representa, con el estilo de un friso grecorromano
clásico, la condición del inmigrante global.
No debemos perder de vista que la desacralización de la institución arte
de ningún modo quita brillo a la obra ni al artista. Sarah Thorton devela, en
33 artistas en 3 actos, el modo en que el artista se convierte en personaje
mediático que “actúa”. Lo hace en su taller ensayando mitos de
sacralización. En muchos casos el “ídolo” sacude las expectativas del
espectador con obras no complacientes y profanadoras que se convierten, de
acuerdo con Harold Rosenberg, en anxious objects [objetos de ansiedad].
La ansiedad surge cuando, en el sistema de los objetos contemporáneos,
se niega cualquier tipo de esencialidad, cuando —para retomar la expresión
de Agamben— “todo puede convertirse hoy en Museo”. (318)
Entre los muchos ejemplos de expansión del ámbito del arte
encontramos a los pixadores de San Pablo, quienes desarrollan una forma
de graffiti con una tipografía particular que los identifica. A diferencia de
los graffiteros, los pixadores utilizan insólitos espacios; ocupan paredes de
altísimos edificios y llegan a poner en peligro sus vidas.
Durante la 28º Bienal de San Pablo (2008) un grupo de pixadores
ingresó de improviso al Pabellón Matarazzo y comenzó a efectuar la
práctica de la pixaçao en las paredes del segundo piso, que el curador Ivo
Mezquita había decidido dejar vacías. Tal intromisión generó polémica
sobre el valor artístico de la pixaçao, más allá de ser una forma de
expresión que hace que la vida, como afirman algunos de sus
representantes, “no pase en vano”.
Podríamos considerar que al ingresar en el museo los pixadores lo
profanaron y reforzaron el valor de pequeños gestos de subversión contra lo
institucionalizado. Pero la cambiante trama artística hizo que, en 2010,
algunos de ellos fueran formalmente invitados a exponer en la Bienal. No
ocuparon paredes porque esto hubiera sido contradecir la anarquía de la
acción espontánea. La alternativa elegida fue la documentación de sus
acciones.
No caben dudas de que la institución arte se vuelve cada vez más
desdefinida. Las acciones más escatológicas y los objetos más prosaicos
terminan o pueden llegar a terminar en el museo. Todo puede transformarse
en “museable”. (319) Es así que el arte contemporáneo representa la
inversión de la profanación en cuanto no se desciende del plano de lo
sagrado al plano de lo prosaico sino a la inversa: lo cotidiano, lo marginal,
lo subvaluado pasa a ser consagrado, digno de una apreciación estética.
“La museificación del mundo es hoy un hecho consumado”, (320) dice
Agamben. Ininterrumpidamente, todo lo que hace a la existencia humana en
el sentido más general se ha ido incorporando al museo. Y así encontramos
que este puede coincidir con una ciudad entera (como Évora o Venecia) o
con una región (como un parque natural) y hasta con un grupo de
individuos en cuanto representan una forma de vida ya desaparecida.
Los fieles en el templo son reemplazados en la actualidad por los turistas
“que viajan sin paz en un mundo enajenado en Museo”. (321) Considera
Agamben que dondequiera que vaya, el turista —que no es “público de
arte” de acuerdo con George Dickie— diversifica la misma imposibilidad
de habitar que experimenta en el supermercado o en el shopping. Celebra
sobre su persona un acto sacrificial que consiste en “la pérdida irrevocable
de todo uso, de la absoluta imposibilidad de profanar”. (322)
En el museo de hoy, la “imposibilidad de profanar” sería el resultado de
la neutralización producida por las estrategias de autofinanciamiento y
marketing que tienen al turista como sujeto ideal. Dice Paul B. Preciado:
Las estrategias de crecimiento financiero y marketing han entrado de
lleno en el museo. Si hubo por un breve lapso de tiempo la posibilidad
de transformar el museo en un laboratorio en el que reinventar la esfera
pública democrática, ese proyecto está siendo desmantelado con un
único argumento: superar la dependencia de la financiación estatal en un
tiempo de “crisis” y hacer del museo un negocio rentable. (323)
Tanto privado como estatal, el museo es forzosamente —como define
Hans Haacke— “una institución política”. Los que mueven los hilos
financieros, al poner en marcha sus poderes, tienen la autoridad para
controlar todos los elementos de la organización del museo haciendo que se
convierta en un negocio ventajoso.
LA NUDA VIDA
La profanación es un procedimiento, una forma de operar que conlleva
contenidos específicos; entre ellos, se cuenta la referencia a la historia y a la
vida, que tienen en el arte un modo privilegiado de aprehensión.
En El hombre sin contenido Agamben analiza la función del arte en
vistas a la reapropiación de la historia. Al pensar el arte como restitución
del vínculo con la historia acentúa su posibilidad de dar cuenta de la vida
humana más que cualquier otra esfera del conocimiento. El hombre sin
contenido no es entonces solo un análisis de carácter estético, sino también
una indagación sobre el registro más apropiado de la vida humana.
¿Qué caracteriza a la vida humana en nuestra época? La caracteriza su
dependencia del poder soberano; por eso es importante que la política se
trate en términos de biopolítica.
“Hoy lo que está en juego es la vida”, afirmó Michel Foucault. De allí
que haya acuñado el concepto de biopolítica para analizar una de las formas
que asume el poder en la modernidad. Consiste en la gestión política de la
vida, lo que ha tenido como resultado más extremo el totalitarismo del siglo
XX y, en particular, el “campo de concentración”.
La prematura muerte de Foucault impidió que desarrollara todas las
implicaciones de la biopolítica pero Agamben asumió esta tarea en Homo
sacer. El poder soberano y la nuda vida I. Comienza aclarando que la
lengua griega dispone de dos términos para designar “vida”: zoè y bíos.
Bíos es la vida cualificada política o culturalmente y zoè expresa el simple
hecho de vivir, común a hombres y animales.
En el cruce de zoè y bíos se ejercita la problemática de la nuda vita
[nuda vida o vida desnuda]. En efecto, el ingreso de la zoè en la polis y la
politización de la nuda vida como tal es lo que constituye “el
acontecimiento decisivo de la modernidad, que marca una transformación
radical de las categorías político-filosóficas del pensamiento clásico”. (324)
El zoon politikon [animal político] aristotélico ya no está protegido por
su politicidad; por el contrario, se expone a la animalidad de los embates
del poder y el homo sacer es en este sentido la figura paradigmática de la
desprotección.
La nuda vida es la vida del homo sacer. De acuerdo con Festo: “Homo
sacer is est quem populus iudicavit ob maleficium; neque fas eum immolari,
sed qui occidit parricidi non damnatur” [Hombre sagrado es, empero, aquel
a quien el pueblo ha juzgado por un delito; no es lícito sacrificarlo, pero
quien lo mate, no será condenado por homicidio].
En homo sacer [hombre sagrado] el término sacer ya no designa aquello
que, a través del acto solemne de lo sacratio o de la devotio, ha sido
consagrado a los dioses, lo que pertenece exclusivamente a ellos. Es así
que, en el derecho romano arcaico, la figura jurídica del homo sacer
designa a un ser que —por haber cometido un delito de suma gravedad—
ha perdido la protección del derecho humano y divino; se le podía dar
muerte sin que esto significara haber cometido un crimen y sin que esa
muerte se convirtiera en un ritual. Ese hombre sagrado —en el sentido
antitético de la palabra, que hoy hemos perdido— está a merced de todo. Es
el ser más inferior de los inferiores.
El concepto de nuda vida implica que la vida humana es objeto de
administración por parte del Estado soberano. Es una vida “desnuda”
porque se le han quitado cosas; es la vida de quien ha perdido sus atributos
particulares y ha pasado a ser un “mero cuerpo”. Toda protección jurídica
queda suspendida.
Benveniste descubrió en el término sacer un valor misterioso y Freud —
recuerda Agamben— notó en él un contrasentido, ya que significa tanto
“augusto, consagrado a los dioses” como “maldito, excluido de la
comunidad”.
El sintagma homo sacer actúa como referente de una decisión soberana
hasta coincidir, casi enteramente, con la “vida biológica” de los ciudadanos.
Y si la política se presenta en la actualidad como sustancialmente
biopolítica es porque lejos de prescindir de la figura del sacer, la lleva a su
consumación. El homo sacer transita por regiones cada vez más oscuras y
más vastas, al punto de que todo ser humano es potencialmente homo sacer;
es decir que, en cualquier momento y por cualquier razón, su vida puede
ingresar en una zona de excepción exponiéndose a ser sacrificado
impunemente.
La vida del homo sacer es la vida desechable, en el campo de
concentración y en otras formas extremas de la biopolítica moderna; es la
vida del paria, del marginal, del refugiado, del inmigrante; es la vida
“uccidibile” [matable], que no implica en la práctica consecuencia jurídica
alguna.
En el contexto contemporáneo cobra sentido una de las tesis más
polémicas de Agamben: “El campo de concentración y no la ciudad es el
paradigma biopolítico de Occidente”. (325) En otras palabras, el campo de
concentración concuerda con un estado de excepción convertido en regla.
El exterminio judío cometido por los nazis es un acontecimiento que
marca el horizonte de nuestro tiempo. Acompaña, como trasfondo, el
pensamiento de autores tan diversos como Benjamin, Adorno, Foucault,
Blanchot, Deleuze, Lyotard, Nancy o Žižek, para citar solo algunos. Ellos
han visto en la “sombra de esta experiencia”, en el decir de Nancy (326), un
nudo gordiano en el que está en juego nuestro propio presente.
A partir de los trabajos de Agamben, Žižek retoma la categoría de homo
sacer para explicar la exclusión de vastos grupos humanos en el contexto
del capitalismo global:
En el antiguo derecho romano, se designaba así [homo sacer] a la
persona que podía ser asesinada con impunidad y cuya muerte, por esa
misma razón, no tenía valor alguno. Hoy en día, como término que
denota exclusión, puede parecer aplicable no solamente a terroristas,
sino a todos aquellos que se encuentran al final del camino recorrido por
la ayuda humanitaria (ruandeses, bosnios, afganos), así como a los “sin
papeles” de Francia, los habitantes de las favelas de Brasil, o los ghetos
afroamericanos en EE.UU. (327)
En la línea de Žižek, Thomas Hirschhorn basa sus estrategias en lo que
él llama “cubo de basura del capitalismo”. Su modo de trabajar coincide
con una importante corriente de la izquierda que insiste en los problemas
latentes en una sociedad que vive un estado de emergencia que conduce al
miedo constante. Es lo que se expone en la obra performática Miedo (2018)
de Albert Pla y del grupo Mondongo y en el film The Square (2017) de
Ruben Östlund.
Hirschhorn hace uso de lo precario (que no siempre coincide con lo
efímero) (328) para denotar los “malos días del presente”. En Malos nuevos
tiempos, (329) Hal Foster recuerda la propuesta de Bertolt Brecht quien, en
su momento, animaba a reflexionar sobre los “malos días” del presente por
sobre los buenos días del pasado.
El estado de excepción es uno de los hechos que contribuyen a los
“malos tiempos del presente”. En Estado de excepción. Homo sacer II
Agamben muestra que ese estado, también conocido como estado de
emergencia, fue en su inicio una medida transitoria. Pero luego se
transformó en la regla [nomos], es decir que ya no solo se activa frente a
situaciones extraordinarias como una catástrofe natural o una guerra, sino
que se encuentra “normalizado”. Ya no hay que justificarlo. En la tesis
número VIII de su “Tesis de filosofía de la historia”, Benjamin ya había
señalado que “la tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el
‘estado de excepción’ en el que vivimos.” Este diagnóstico, de más de
medio siglo, no ha perdido nada de su actualidad.
Los gobiernos convierten al estado de excepción en una maniobra que
tiende, no a mantener el orden, sino a administrar el desorden. No se intenta
evitar ni prevenir la sublevación, sino que se deja que ocurra para poder
actuar luego con toda dureza. Si bien la ley está, no es lo que domina. Lo
que domina es el decreto, la medida transitoria que se convierte luego en
permanente. Es lo que ha permitido el exterminio masivo que conlleva, en
su base, el concepto de ser humano considerado como un simple ser
viviente, depositario de vida en el sentido de zoè y no en el sentido de bíos.
Pensar la política más allá del paradigma del biopoder supone considerar
la vida como forma-de-vida. Este concepto se formuló al mismo tiempo que
el de vida desnuda que, recordando la idea de vida dañada de Adorno, es
aquella a la que se le quitado su forma. Agamben define el concepto de
forma-de-vida en estos términos:
Una vida que no puede ser separada de su forma es una vida para la cual,
en su modo de vivir, se trata del vivir mismo y, en su vivir, se trata ante
todo de su modo de vivir. ¿Qué significa esta expresión? Define una vida
—la vida humana— en la que los modos, los actos y los procesos del
vivir individuales nunca son simplemente hechos, sino que son siempre
y ante todo posibilidades de vida, siempre y ante todo potencia. Los
comportamientos y las formas del vivir humano nunca están prescriptos
por una específica vocación biológica ni fijados por una necesidad
cualquiera, sino que siempre conservan, por consuetudinarios, repetidos
y socialmente obligatorios que sean, el carácter de una posibilidad, es
decir, siempre ponen en juego el vivir mismo. Por este motivo —en
cuanto es un ser de potencia, que puede hacer o no hacer, lograr o
fracasar, perderse o encontrarse— el hombre es el único ser en cuyo
vivir se trata siempre de la felicidad, cuya vida es irremediable y
dolorosamente asignada a la felicidad. Por esto constituye de inmediato
la forma-de-vida como vida política. (330)
Agamben sugiere que habría que pensar la vida humana como
“potencia”, como “posibilidad de ser y de no ser” y no como una esencia
dada. Esa posibilidad se orienta hacia la idea de felicidad como problema al
que se enfrenta un ser de posibilidades. Pero ¿es posible hoy vivir una vida
de la potencia orientada al goce pleno de la existencia sobre la que no tenga
control la lógica de la soberanía? Estas preguntas deberían ser objeto de
reflexión “del pensamiento que viene” [sic]. La propuesta es concebir una
forma-de-vida desde la experiencia misma del pensar, entendida no como el
acto de ser afectado por algún objeto, sino “como “pura potencia de
pensar”. (331) “El pensamiento es el ser cuya naturaleza es ser en en
potencia [...] cuando el pensamiento ha devenido en acto cada uno de los
inteligibles [...] permanece también entonces de algún modo en potencia, y
puede, por lo tanto, pensarse a sí mismo”, decía Aristóteles en De anima
(429 a-b). Agamben agrega:
Solo si no estoy siempre y solo en acto, sino que estoy entregado a una
posibilidad y a una potencia, solo si, en mis vivencias y en lo entendido,
se trata en cada momento del vivir y del entender mismos —es decir, si
hay, en este sentido, pensamiento—, entonces una forma de vida puede
devenir, en su misma facticidad y coseidad, forma-de-vida, en la cual
nunca es posible aislar algo semejante a una vida desnuda. (332)
En síntesis, una forma-de-vida es la contracara de la nuda vida, una
posible transformación de la biopolítica en una nueva política. Es todo lo
contrario a una vida humana realizada en consonancia con una determinada
identidad. Es, metafóricamente, la vida como obra de arte, abierta a una
multitud de caminos y puntos de vista nunca coincidentes.
¿Cómo resuenan los conceptos de Agamben en el arte contemporáneo?
No es el concepto de vida —al que de algún modo, explícito o implícito, se
refiere toda obra de arte— sino el de nuda vida el que emerge en muchos de
los artistas que, en el momento actual, ponen al descubierto el contexto
opresor contemporáneo. Un contexto que hace al “hombre sin contenido”.
Entre aquellos que desenmascaran la nuda vida y presentan causas que
no son explícitamente psicológicas sino, antes bien, político-sociales, se
encuentran Olaf Nicolai, Adrian Piper, Alfredo Jaar, Doris Salcedo, Tania
Bruguera, Teresa Margolles, Regina Galindo, Rosemberg Sandoval, Carlos
Herrera, Diego Bianchi. No podemos olvidar el nombre de los “siempre
contemporáneos” León Ferrari y Enio Iommi ni los impactantes capítulos
de la serie Black Mirror, que pone en escena los efectos nefastos de las
nuevas tecnologías cuando anulan reglas básicas de humanidad.
Imposible no mencionar las impactantes escenas de la “nuda vida”
realizadas por artistas como Anish Kapoor o Ai Weiwei, quien en 2017 y
2018 ocupó la Galería Nacional de Praga con La ley del viaje, una
gigantesca patera de 70 metros y doscientas cincuenta y ocho figuras
inflables que representaban a otros tantos refugiados, adultos y niños. En el
suelo había algunas figuras con flotador, otras de medio cuerpo y de otras
solo sobresalía la cabeza.
En 2017 Anish Kapoor presentó Destierro en el Parque de la Memoria,
en Buenos Aires. Tres instalaciones convocaban a la toma de conciencia de
una de las mayores tragedias de nuestro tiempo a escala global: la de
aquellos que deben elegir el destierro como único modo de salvar sus vidas,
aunque esto signifique quedarse sin raíces, sin sostén. No es casual que,
para los griegos, el destierro fuera la mayor pena con la que la sociedad
podía castigarlos.
Marcello Dantas, curador de la muestra Destierro dice:
Las fronteras reales del mundo de hoy ya no son las que separan las
naciones, sino las que separan a aquellos que poseen al menos un pedazo
de tierra donde pararse de los que no tienen ni siquiera eso […]. La tierra
retiene la memoria de lo que pasó antes y también anuncia futuras
posibilidades. De la tierra viene la vida y hacia ella nos llevará la muerte.
No hay destino sin tierra y, sin embargo, poseer un poco de tierra se ha
convertido en un privilegio cada día más inalcanzable. (333)
Agamben señala que la primera aparición de los refugiados como
fenómeno de masas se produjo a fines de la Primera Guerra Mundial, y
alteró profundamente el ordenamiento demográfico europeo. Esa alteración
se relaciona con la caída de los imperios ruso, austrohúgaro y otomano que
modificó el orden de Europa Central y Oriental.
Muchos refugiados se convirtieron en apátridas, reacios a regresar a sus
naciones por el riesgo de perder la vida, como se vuelve evidente en el
momento actual. El estatus de refugiado, que fue considerado en el mejor
de los casos como algo provisional que concluiría con la repatriación,
tiende a convertirse en permanente.
Al igual que los refugiados, los inmigrantes resultan “apátridas de
hecho”. Por ello se ha propuesto reemplazar el término citizen [ciudadano]
por “habitante”. Los países industrializados modernos deberán afrontar el
problema del éxodo de los ciudadanos que conforman una masa estable de
“habitantes”. Esto transformará la “Europa de las naciones” (cuya ruina se
deja entrever) en un espacio extraterritorial. Se prevén, para los próximos
años, unos veinte millones de inmigrantes que no podrán o no querrán
nacionalizarse o repatriarse, lo que exacerbará la xenofobia y la
intolerancia.
Todo lleva a la decadencia del Estado nación, tema que fue estudiado por
Hannah Arendt en “Nosotros los refugiados” (334) y en “La decadencia del
Estado nación y el final de los derechos del hombre”. (335) La idea del
Estado-nación, es decir, del Estado fundado en el lugar de nacimiento como
centro de toda asociación política, se disuelve inexorablemente.
Recordemos que el término nación deriva del latín natio y se relaciona con
nationis, “lugar de nacimiento”.
En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789
se transformó al súbdito del Ancien régimen en el ciudadano del Estado
nación contándose con una ficción implícita: que el nacimiento pasara a ser
inmediatamente el fundamento de la idea de nación. Entre los dos
momentos —nacimiento y nación— no habría ningún tipo de desfasaje.
Pawel Pawlikowski expone la dificultad de mantener la nacionalidad en
Cold War (2018). Enmarcado en el relato de una historia de amor, presenta
el problema del debilitamiento de la identidad nacional y de la tradición. El
marco histórico corresponde al período de la Guerra Fría en Polonia, uno de
los “países del Este”.
Si, en el ordenamiento del Estado nación, el refugiado representa en la
actualidad un elemento inquietante, se debe a que, al quebrar la identidad
entre nacimiento y nación, pone en crisis la ficción originaria de la
soberanía.
El refugiado, esa figura en apariencia marginal, merece verse, concluye
Agamben, “como la figura central de nuestra historia política.” (336) Al no
gozar de los derechos del ciudadano, se convierte en rotundamente sacro. Y
el hecho es que tampoco nosotros quedamos fuera de peligro; por el
contrario, nuestra supervivencia política debe pensarse en un mundo “en el
cual el ciudadano haya sabido reconocer al refugiado que él mismo es”.
(337)
En “La existencia exiliada” (338) Nancy sugiere que el exilio, el estar
fuera de lo propio, no es algo que sobreviene como pura desapropiación
alienante, ejemplificada en el campo de concentración. El exilio nos
incluye; es la apertura que pertenece a “lo propio”. Se relaciona con el ex de
la ex-sistencia desocultada por Heidegger, con un “ser uno mismo un
exilio” al que nada parece estarle destinado. (339)
Nos aproximamos así a la problemática del sujeto, tal como la presenta
Nancy. En ¿Un sujeto? sostiene que lo que llamamos sujeto, a falta de otro
término, designa un existente singular expuesto al mundo y resulta, más allá
de las atribuciones posibles, eso que es solamente en el movimiento que lo
expone al mundo, es decir, a las posibilidades de sentido. (340)
¿QUÉ ES UN DISPOSITIVO?
La situación de extrañamiento ante el mundo subraya la dificultad de
captación de lo contemporáneo, y esta dificultad encuentra explicación en el
concepto de “dispositivo” que no opera solo, sino en la red que se establece
entre los elementos que lo conforman. Nunca vemos solo una cosa; siempre
vemos la relación de las cosas entre sí (dentro de un determinado contexto)
y la relación que ellas tienen con nosotros. Atento a la actualidad de esta
situación, el curador de la 58 Bienal de Venecia (2019), Ralph Rugoff,
declara: “Se destacarán obras de arte que exploran la interconexión de
diversos fenómenos, y que transmiten afinidad con la idea, afirmada por
Leonardo da Vinci y por Vladímir Ilich Lenin, de que todo se conecta con
todo lo demás” (348). [La cursiva es del autor. (R.Rugoff)]
Dentro de la red de elementos el sujeto trata de posicionar su
subjetividad aun cuando, en el proceso de subjetivación, son habitualmente
los dispositivos los que “producen sujeto”.
Agamben señala que con el término dispositivo se designa una categoría
heterogénea que tiene “la capacidad de capturar, orientar, determinar,
interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las
opiniones y los discursos de los seres vivientes”. (349) Las características
del dispositivo pueden resumirse en tres puntos:
• Es un conjunto heterogéneo que incluye virtualmente cualquier cosa,
tanto lo lingüístico como lo no lingüístico.
• Tiene siempre una función estratégica concreta y siempre se inscribe en
una relación de poder.
• Resulta del cruce entre relaciones de poder y relaciones de saber.
Para comprender la complejidad de los dispositivos, Agamben realiza un
recorrido de lecturas; entre ellas, los textos de Michel Foucault y las
lecciones de su maestro, Jean Hyppolite, sobre Hegel ocupan un lugar
central. En ¿Qué es un dispositivo? recuerda que dispositivo es un término
técnico principal de Foucault, que utiliza sobre todo a partir de la mitad de
la década de 1970, cuando empieza a ocuparse de la “gobernabilidad” o el
“gobierno de los hombres” y, en términos generales, de las relaciones de
poder. Para Foucault ese término designa una especie de configuración que
tiene como función esencial responder a una urgencia en un determinado
momento, por eso posee una función estratégica dominante que se ejercita
en forma de red. Afirma:
Lo que trato de determinar con este término es ante todo un conjunto
absolutamente heterogéneo que implica discursos, instituciones,
estructuras arquitectónicas, decisiones regulativas, leyes, medidas
administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas,
morales y filantrópicas, en breve: tanto lo dicho como lo no-dicho, estos
son los elementos del dispositivo. El dispositivo es la red que se
establece entre estos elementos. (350)
El colectivo de documentalistas sirios Abounaddara — invitado a
participar de la documenta 14 de Kassel (2017)— define su práctica
estratégica como “cine de urgencia” (351) que apunta a la red mediática y al
sensacionalismo de las noticias. Ellos filman pequeñas historias de gente
común, habitantes de un país —Siria— que pelea por la libertad y la
dignidad. De forma anónima proveen una cobertura alternativa, una mirada
que arraiga en lo local, distinta de la que recibimos diariamente a través de
canales de televisión, diarios y revistas.
Lo que Abounaddara reclama en primer lugar es el “derecho a la
imagen”, a la visibilidad del drama sirio desde la perspectiva de sus
protagonistas. Uno de sus filmes: —Two minutes for Siria [Dos minutos
para Siria] (2013)— concluye con la frase: “Stop de spectacle”.
El arte, la literatura, la filosofía, las computadoras o el teléfono celular,
todo puede entrar en el abarque del término “dispositivo”. También, de
acuerdo con Foucault, entran los manicomios, las prisiones, el panóptico,
las escuelas, la confesión, las fábricas, las disciplinas, las medidas jurídicas.
La profanación es también un dispositivo o mejor, como observa Agamben,
un “contra-dispositivo”, (352) ya que restituye al uso común lo que el
sacrificio había separado.
El contra-dispositivo nos recuerda la distinción de George Dickie entre
artefacto y doble artefacto. En el caso del doble artefacto o segundo
artefacto, como el mingitorio de Duchamp, se contradice la función del
primer artefacto, es decir, del elemento sanitario que debía estar en el baño.
En este caso, se lo aparta del uso práctico común.
Agamben propone una partición general de lo existente en dos grandes
grupos o clases: por un lado, los seres vivientes (las sustancias) y, por el
otro, los dispositivos en los que ellos son constantemente capturados. En
tercer lugar, entre los dos, se ubican los sujetos. De acuerdo con Agamben,
sujeto es “lo que resulta de las relaciones y, por así decir, del cuerpo a
cuerpo entre los vivientes y los dispositivos” (353). Si bien, en la vieja
metafísica, las sustancias y los sujetos parecían superponerse, ocurre que
“un mismo individuo, una misma sustancia, puede ser el lugar de múltiples
procesos de subjetivación: el usuario de celulares, el navegante de Internet,
el escritor de cuentos, el apasionado del tango, el no-global, etc., etc.”.
(354)
Cada práctica de subjetivación implica la inserción en una red de
relaciones de poder. Precisamente, Foucault develó el modo en que, en una
sociedad disciplinaria, los dispositivos —mediante una serie de prácticas y
de discursos, de saberes y ejercicios— apuntan a la creación de cuerpos
mansos que asumen su identidad y su “libertad” de sujetos en el mismo
proceso de su sometimiento. Lo que particulariza los dispositivos, en el
momento actual, es que actúan a través de imparables procesos de
desubjetivación. Quien se deja atrapar por el dispositivo del teléfono
celular, por ejemplo, no adquirirá una nueva subjetividad, sino solamente un
número por el cual podrá ser controlado eventualmente.
Aun cuando el gigantesco crecimiento de los dispositivos lleve a la
dispersión de la subjetividad, no se debe pensar simplemente en destruirlos,
como se ha sugerido de modo ingenuo. Sucede que ellos no son accidentes
en los que los seres humanos cayeron “por casualidad”. Agamben recuerda
que, por el contrario, tienen su base en el mismo proceso de “hominización”
que volvió “humanos” a los animales que clasificamos como homo sapiens.
En otras palabras, hubo dispositivos desde que apareció el homo sapiens.
Lo particular hoy es que no hay instante de la vida que no esté modelado
por algún dispositivo. Las estrategias para que podamos usarlos sin que
ellos nos usen a nosotros no son fáciles de hallar más aún si tenemos en
cuenta que en la raíz de todo dispositivo está el deseo, muy humano, de
felicidad.
En Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI, (355) Pierre
Dardot y Christian Laval explican que, en la fase actual del capitalismo, los
procesos de desubjetivación producen un “neosujeto” incierto, flexible,
fluido, liviano, larvario y espectral. Afirma Agamben:
Las sociedades contemporáneas se presentan así como cuerpos inertes
atravesados por gigantescos procesos de desubjetivación a los que no les
corresponde ninguna subjetivación real. (356)
El proceso de desubjetivación conduce al eclipse de la política que
presupone sujetos reales (así fue en el movimiento de los trabajadores, de la
burguesía, etc.). También conduce al triunfo de la oikonomía (357), de una
gestión de gobierno que, al buscar su propia reproducción, anula la
especificidad de términos clave, como derecha e izquierda. La derecha y la
izquierda, que en el presente se alternan en la gestión del poder, tienen muy
poco que ver con el contexto político del que provienen y “designan
simplemente los dos polos —aquel que apunta sin escrúpulos hacia la
desubjetivación y aquel que, en cambio, querría encubrirla con la máscara
hipócrita del buen ciudadano democrático— de la misma máquina
gubernamental”. (358) Imposible detenerla. De allí que, Agamben concluya
que “en lugar del anunciado fin de la historia, se asiste de hecho al
incesante girar en vacío de la máquina” (359). Dentro de este vacío tiene
lugar el acrecentamiento inexorable de la nuda vida.
De lo antedicho surge que el término dispositivo ocupa un lugar decisivo
en el debate sobre lo contemporáneo, y más hoy cuando, de acuerdo con
Agamben, nos enfrentamos “al cuerpo social más dócil y cobarde que se
haya dado jamás en la historia de la humanidad”. (360) Vivimos un
momento en el que nos hemos dejado modelar por dispositivos que
obstinadamente nos limitan y vigilan. En este contexto, el arte como lugar
en el que el mundo se hace visible resulta más que necesario. Al mismo
tiempo, al inscribir experiencias en la historia, el arte cumple con una de las
funciones más importantes de los dispositivos simbólicos.
METAXIS
La estructura metamoderna del sentimiento también se caracteriza por
una oscilación in-betweenness o, más bien, un movimiento dialéctico que se
identifica y niega —y, por lo tanto, supera y debilita— las posiciones
conflictivas, sin ser nunca congruente con estas posiciones (mantenerse con
o entre bajo control). Describiríamos esta oscilación como una dinámica de
ambos-ninguno. El prefijo meta aquí se refiere a la noción platónica de
metaxy (metaxi). Como Voegelin lo ha documentado, Platón utiliza metaxy
en El banquete para describir un sentido de in-betweenness, como lo ilustra
en la experiencia de Eros y los héroes, los semidioses de la antigüedad
griega, de manera más general.
[…] Hablar de metaxis, por lo tanto, es hablar de un movimiento entre
polos (opuestos): no es un binario en la medida en que es un continuo que
se extiende de uno a otro, no es una balanza, sino un péndulo que oscila
entre varios extremos.
Inferimos la noción de metaxis no para describir la condición humana,
mucho menos para prescribir un modelo para la producción artística, sino
para tratar de captar la sensibilidad de la condición metamoderna, para
comprender lo que significa experimentar y vivir en el siglo XXI. El
metamodernismo oscila entre lo que podemos llamar —pero que por
supuesto no puede reducirse—, las predilecciones posmodernas y las pre-
posmodernas (y a menudo modernas): entre la ironía y el entusiasmo, entre
el sarcasmo y la sinceridad, entre el eclecticismo y la pureza, entre la
deconstrucción y la construcción, etc. (pp. 10-11).
HETEROLOGÍA
Fue en respuesta a Breton, en quien ve al perfecto representante del
idealismo surrealista, que Bataille acuña el concepto de heterología,
“ciencia de lo que es otro”. En su momento Bataille duda entre este término
y el de agiología, o incluso el de escatología, porque quiere fundar una
“ciencia de la basura” preparada para explorar la dimensión excremental del
hombre y del universo. Finalmente opta por el término hetero (“otro”) para
nombrar lo que es refractario a cualquier proyecto de homogeneización. La
heterología de Bataille se presenta como “lo que se opone a cualquier
representación homogénea del mundo, es decir, a cualquier tipo de sistema
filosófico”. Es el ámbito de lo inapropiable, de lo que escapa a “toda
posible medida común” y se sustrae a toda trascendencia; en resumen, una
maquina bélica contra el idealismo, lanzada al asalto de lo “maravilloso”
que tanto estimaban los surrealistas. Un dedo del pie, un dedo algo gordo,
que chapotea en el lodo, versus las partes nobles del cuerpo. Gran lector de
Hegel, Bataille trabaja para desprender de la materia lo que no puede ser
objeto de una síntesis, lo que se resiste a cualquier “levantamiento”
(aufhebung): según él, todo pensamiento produce un residuo: un elemento
inclasificable en la cadena infinita de proposiciones que conforma una
teoría. Toda forma metódica de apropiación (ya se trate de trabajo o de
saber) libera un “elemento heterogéneo excremental”. Sobre estos restos no
asimilables, sobre esta escoria, él se propone fundar su propio pensamiento.
Mejor dicho: funda su pensamiento sobre lo excluido y escoge como
objetos teóricos el conjunto de estos elementos socialmente inapropiables:
el erotismo, el lujo, el despilfarro, el potlatch, lo abyecto, lo sagrado (pp.
122-123).
EL MERCADO
Con referencia al mercado agregaré, no obstante, lo siguiente:
indudablemente no basta con estigmatizar la subordinación de las obras al
capitalismo financiero para dar razón de lo que pone al arte en situación de
valor exorbitante, o de lo que le hace, por decirlo así desorbitar el valor
mismo (el de uso, el de cambio, el valor moral y también el semántico).
No se trata de excusar y menos aún de legitimar cualquier costa. No se
trata de ignorar que el mercado afecta no solo el comercio de las obras, sino
las obras mismas. La cuestión consiste únicamente en decir: una condena de
moral estética no es suficiente para salir bien parado. Y esto no tiene nada
de nuevo en la historia del arte, que no debió esperar a nuestro tiempo para
ser también una historia comercial. (Lo novedoso no es más que un estado
de la economía o del capital; en otras palabras, la cuestión es política en el
sentido más intenso, escabroso y difícil del término). Sin duda, el arte nunca
tuvo precio, por exceso o por defecto. Esa desorbitación tiene que ver —a
través de muchas mediaciones, desviaciones y captaciones— con uno de los
desafíos más arduos y delicados de la tarea de pensar el arte: pensar,
ponderar, evaluar lo que este tiene de archiprecioso, sin precio, invalorable.
A la manera de un vestigio (pp. 115).
EXHIBICIONISMO
El exhibicionismo histérico no basta para producir una situación
artística. Se comprende que la locura y la esquizofrenia pueden volverse el
paradigma de una época enferma, pero se puede asimismo no tolerar esa
nueva norma que transforma al paciente del hospital psiquiátrico en el
horizonte infranqueable de la razón contemporánea. Las locuras de
Hölderlin, Nietzsche o Artaud suspenden sus obras, abren un paréntesis
significativo en el conjunto de su biografía, pero no constituyen la última
palabra, ni el método, ni la verdad. El egoísmo y el autismo —el
egoautismo—, el solipsismo narcisista, la glosolalia, la verbigeración —
discursos incoherentes y delirantes—, la organización deliberada del
rechazo de toda comunicación con el otro, la represión corporal, se erigen
sin razón como modelos positivos (p. 149).
LA RELACIÓN ESTÉTICA-POLÍTICA
La relación entre estética y política es entonces, más concretamente, la
relación entre esta estética de la política y la “política de la estética”, es
decir, la manera en que las prácticas y las formas de visibilidad del arte
intervienen en la división de lo sensible y en su reconfiguración, en el que
recortan espacios y tiempos, sujetos y objetos, lo común y lo particular.
Utopía o no, la función que el filósofo atribuye a la tela “sublime” del
pintor abstracto, colgada en solitario sobre un muro blanco, o la que el
comisario de exposición atribuye al montaje o a la intervención del artista
relacional se inscriben en la misma lógica: la de una “política” del arte que
consiste en interrumpir las coordenadas normales de la experiencia
sensorial. Uno valora la soledad de una forma sensible heterogénea, el otro
el gesto que dibuja un espacio común. Pero estas dos formas de poner en
relación la constitución de una forma material y la de un espacio simbólico
son tal vez las dos caras de una misma configuración original, ligando lo
que es propio del arte a una cierta manera de ser de la comunidad.
Esto quiere decir que arte y política no son dos realidades permanentes y
separadas de las que se trataría de preguntarse si deben ser puestas en
relación. Son dos formas de división de lo sensible dependientes, tanto una
como otra, de un régimen específico de identificación. No siempre hay
política, a pesar de que siempre hay formas de poder. Del mismo modo no
siempre hay arte, a pesar de que siempre hay poesía, pintura, escultura,
música, teatro o danza (pp. 19-20).
EL ARTE COMO POLÍTICA SUSTITUTIVA
Mediante las actitudes contradictorias de las que sacan partido hoy día
los grandes paradigmas estéticos, vemos afirmarse una indeterminación más
fundamental de las políticas del arte. Esta indeterminación es de hecho
constitutiva: el suspenso estético se puede interpretar de entrada en dos
sentidos. La singularidad del arte está ligada con la identificación de las
formas autónomas del arte con formas de vida y con posibles políticas.
Estas posibilidades no se realizan jamás íntegramente más que al precio de
suprimir la singularidad del arte, la de la política o las dos juntas. La toma
de conciencia de esta indeterminación implica hoy día actitudes
contradictorias: en unos una melancolía con respecto al mundo común que
el arte llevaba en sí, si no hubiera sido traicionado por sus afiliaciones
políticas o sus compromisos comerciales; en otros, una conciencia de sus
límites, la tendencia a actuar sobre la limitación de sus poderes y la
incertidumbre misma de sus efectos. Sin embargo, la paradoja de nuestro
presente es que tal vez ese arte incierto políticamente sea promovido a una
mayor influencia en razón del déficit mismo de la política propiamente
dicha. Todo sucede como si el constreñimiento del espacio público y la
desaparición de la inventiva política en la era del consenso dieran a las
mini-manifestaciones de los artistas, a sus colecciones de objetos y de
huellas, dispositivos de participaciones, provocaciones in situ y demás una
función de política sustitutiva. Saber si estas “sustituciones” pueden
funcionar como elementos de recomposición de espacios políticos o corren
el riesgo de permanecer como sustitutos paródicos es seguramente una de
las cuestiones del presente (pp. 53-54).
EL JUEGO
El pasaje de lo sagrado a lo profano puede, de hecho, darse también a
través de un uso (o, más bien, un reúso) completamente incongruente de lo
sagrado. Se trata del juego. Es sabido que la esfera de lo sagrado y la esfera
del juego están estrechamente conectadas. La mayor parte de los juegos que
conocemos deriva de antiguas ceremonias sagradas, de rituales y de
prácticas adivinatorias que pertenecían tiempo atrás a la esfera
estrictamente religiosa. La ronda fue en su origen un rito matrimonial; jugar
con la pelota reproduce la lucha de los dioses por la posesión del sol; los
juegos de azar derivan de prácticas oraculares; el trompo y el tablero de
ajedrez eran instrumentos de adivinación. Analizando esta relación entre
juego y rito, Émile Benveniste ha mostrado que el juego no solo proviene
de la esfera de lo sagrado, sino que representa de algún modo su inversión.
La potencia del acto sagrado —escribe Benveniste— reside en la
conjunción del mito que cuenta la historia y del rito que la reproduce y la
pone en escena. El juego rompe esta unidad: como ludus, o juego de acción,
deja caer el mito y conserva el ritual; como jocus, o juego de palabras,
elimina el rito y deja sobrevivir el mito. “Si lo sagrado se puede definir a
través de la unidad consustancial del mito y el rito, podremos decir que se
tiene juego cuando solamente una mitad de la operación sagrada es
consumada, traduciendo solo el mito en palabras y solo el rito en acciones”
(pp. 99-100).
CAPÍTULO 2
06. Porter, Liliana, El hombre con el hacha y otras situaciones breves,
instalación, 57º Bienal de Venecia, 2017. Foto: Federico Lo Bianco.
07. Spregelburd, Rafael, El fin del arte, curaduría Federico Baeza, arteBA,
2014.
08. Mihai Gazcue, Alicia, Para ser preciso, performance, 5’, Galería del
Paseo, Manantiales, Uruguay, 1979-2018.
09. Villar Rojas, Adrián, Two Suns, instalación, materiales varios, 1,10 x
4,70 x 1,45 m, Marian Goodman Gallery, Nueva York, 2015. Cortesía
del artista y Marian Goodman Gallery, Nueva York. Foto: Jörg
Baumann.
10. Miguel Ángel, David, mármol, 5,17 x 1,10 x 1,45 m, Galería de la
Academia, Florencia, 1504.
CAPÍTULO 3
11. Gómez Canle, Max, Rittrato di bambino peloso con cardellino
(Bronzino rehecho y continuado), óleo sobre tela, 50 x 40 cm, 2002-
2007. Foto: Gustavo Lowry.
12. Baggio, Gabriel, Sopa, performance, Espacio de arte Boquitas Pintadas,
Buenos Aires, 2002. Foto: Carola Brie.
13. Gallardo, Ana, Casa rodante, performance urbana / video documento,
2007.
14. Costa, Eduardo, Milagro 5, acrílico sin tela (triángulo) y acrílico sobre
tela (fondo), 90 x 70 cm, 2009.
CAPÍTULO 4
15. Minujín, Marta, La catástrofe de la percepción, bronce patinado, 1984,
colección MNBA. Foto: archivo Marta Minujín.
16. Iommi, Enio, En el aire, materiales varios, 35 x 31 x 30 cm, 2011. Foto:
Andrés Fayó.
17. Tiscornia, Ana, The Green Line # 3, cartón, pintura al aceite, tela,
varilla de bronce, papel y malla de nylon, 60 x 93 x 3,5 cm, 2014.
18. Bianchi, Diego, PPP PantanoPosProductor, instalación, materiales
varios, 12x 6m aprox., 2006 -2016. Foto: Rosana Schoijett.
19. Duchamp, Marcel, Un ruido secreto, bobina de hilo, dos placas de
metal, cuatro tornillos y objeto secreto, 12,9 x 11,4 cm, 1916, The
Philadelphia Museum of Art.
CAPÍTULO 5
20. Bruguera, Tania, Autosabotaje, conferencia-performance, mesa, sillas,
plataforma de 23 cm, micrófono, sistema de sonido, arma de fuego
calibre 38/9 mm, balas de 9 mm, 53 Bienal de Venecia, 2009. Foto:
César Delgado Wixen.
21. Gérôme, Jean-Léon, Diógenes sentado en su tinaja, óleo sobre tela,
74,5 x 101 cm, 1860, Walters Art Museum, Baltimore.
22. Kacero, Fabio, Totloop, film 16 mm, color / sonido, 3’ 40’’. En
colaboración con Unión Gaucha Producciones, 2003.
23. Grupo Assemble, Cairns Street, Granby Four Streets, Liverpool, 2015.
Imagen cortesía de Assemble.
CAPÍTULO 6
24. Minujín, Marta, El Partenón de libros prohibidos, instalación, metal,
libros, plástico, 70 x 30 x 19 m, documenta 14 de Kassel, 2017. Foto:
Ulf Schaumlöffel. Archivo Marta Minujín.
25. Burgos, Fabián, Sin título, 190 x 250 cm, óleo sobre tela. De la muestra
“El amor probablemente”, 2005.
26. Burgos, Fabián, Posesión, óleo sobre tela, 91 x 144 cm, 2013.
27. Lemonnier, Agustin, Joseph Jacotot, litografía, Wellcome Library,
Londres.
28. Ludovici, Juno, s. I d.C. mármol, altura 116 cm, Museo Nazionale
Romano, Palazzo Altemps.
29. Kiarostami, Abbas, Roads of Kiarostami, video 34’, 2005.
CAPÍTULO 7
30. Baggio, Gabriel, Elogio de la profanación. 1930-1986, cerámica
esmaltada y lustre de oro, 1/3, 2011. Foto: Nicolás Levín.
31. Zorreguieta, Dolores, My baby Frankenstein 1, botellas de plástico,
alambre, cable eléctrico y luz, 20,5 x 20,5 x 38 cm, 2011.
32. Klee, Paul, Angelus Novus, acuarela, 31,8 x 24,2 cm, 1920, Museo de
Israel, Jerusalén.
33. Rothschild, Miguel, Melancolía A.D, pajitas de colores, 170 x 140 x 40
cm, 2007-2008.
34. Durero, Alberto, Melancolía I, grabado, 23,9 x 18,5 cm, 1514,
Rijkmuseum, Ámsterdam.
¡Seguinos!
¿Te gustó este libro? Te recomendamos...