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Literatura Urbana
Literatura Urbana
Literatura urbana
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Osorio nació en Bogotá en 1900 y sus actividades oscilaron entre su trabajo
como empleado público o como periodista y su labor de escritor. En sus artículos
y ensayos periodísticos por ejemplo, la pobreza que es el mismo tema central de
sus novelas, va a ser enfocado con el mismo tono conmiserativo y fatalista de es-
tas. Pero Osorio también dedicó buena parte de su tiempo a actividades políticas
que le produjeron una profunda desilusión que trata de compensar con la satis-
facción que le produce la actividad creadora.
Como lo comentamos en el artículo “La narrativa de Osorio Lizarazo”, Osorio
se identificó con los planteamientos de Alfonso López Pumarejo, quien se presen-
taba como el candidato de la modernización del país y fue amigo personal de Jor-
ge Eliécer Gaitán, a quien acompañó y respaldó hasta 1946. Del primero se des-
ilusionó al final de su primer año de gobierno, porque no cumplió con las promesas
electorales, y se separó de Gaitán porque lo considera “inepto e incapaz” como
hombre de acción.
Un lodo espeso cubría las calles [...] una niebla densa envol-
vía las calles; la lluvia caía lentamente, y todo se sentía frío visco-
so al tacto [114]. La densa niebla, que a cada momento hacíase
más espesa, envolviendo casa y calles en las tinieblas y haciendo
más extraño aún para Oliver aquellos desconocidos lugares con lo
que su incertidumbre tornábase más triste y depresiva [120].
Obras de referencia
INTRODUCCIÓN
1
Este trabajo es una versión abreviada de la tesis de maestría “La ciudad frag-
mentada: una lectura de las novelas del Bogotazo”. Stony Brook, N.Y., 1998.
2
El término “novela de la Violencia”, como señala Marino Troncoso en “De la
novela en la Violencia a la novela de la Violencia: 1959-1960 (Hacia un proyecto de
investigación)”, fue acuñado por el crítico Hernando Téllez en sus artículos de la
década del cincuenta para las Lecturas Dominicales del periódico El Tiempo de Bogo-
tá. Para una lista completa de estas obras, véase Lucila Inés Mena, “Bibliografía
anotada sobre el ciclo de la novela de la Violencia en la literatura colombiana”.
3
En Mataron a Gaitán; vida pública y violencia urbana en Colombia, Herbert Braun
explica que ya desde el llamado período de la Convivencia en la década del trein-
ta los hombres públicos designaban como “pueblo” a todas aquellas personas que
no eran actores dentro del ámbito público (58). Sin embargo, es claro que no se
referían a las élites de terratenientes o de comerciantes citadinos, sino a “campe-
sinos y labriegos en el campo, y trabajadores, obreros o proletarios en las ciuda-
des” (58), obviando así las diferencias que existían entre estos grupos en aras de
la que ellos percibían como la diferencia fundamental, es decir, la que existía en-
tre quienes eran miembros de una élite social y quienes no lo eran. Esta noción de
“pueblo” tenía un carácter profundamente ambiguo, y en algunos casos adquiría
connotaciones abiertamente peyorativas. Los políticos, dice Braun, se referían en
ocasiones al “pueblo sano” o a “lo mejor del pueblo” (58), pero también al “popu-
lacho”, “el pueblo bajo”, “la gente torpe, la chusma, la gleba, la plebe, las turbas,
los truhanes” (58), y, el más significativo en la sociedad bogotana, “los guaches”
(58). Detrás de todos estos términos se esconde una convicción, por parte de los
grupos que no pertenecen a ese “pueblo”, de una insuperable brecha racial y cul-
tural.
[e]sta gente era pobre e infeliz porque no podía ser otra cosa;
no era por falta de oportunidades como algunos ilusos reformistas
querían hacer creer. Si Gaspar hubiera sido inteligente [...] ¿quién
podría decir que no estaría hoy de gerente del almacén? [...] Pero
esta gente no era solamente de una raza distinta, sino una espe-
cie aparte; pertenecía a un mundo muerto, a una civilización abor-
tada o extinta. Viven como bestias salvajes [51].
cerrados, que sirven como refugio, o como cárcel, para los per-
sonajes que los habitan, en una forma que resalta el antagonis-
mo entre los diferentes sectores de la ciudadanía.
La novela El 9 de abril de Pedro Gómez Corena, se desarro-
lla casi exclusivamente en un ambiente de salones de club y
reuniones de la alta sociedad bogotana. El interior burgués es
el espacio privilegiado donde transcurre la acción, y a partir
del cual se explican los hechos públicos de la revuelta del Nue-
ve de Abril. Los diplomáticos y políticos definen el destino de
la nación en los salones de fiesta de la alta sociedad, donde siem-
pre priman la “elegancia” y el “buen gusto” (8). Gómez Corena
ubica a sus personajes en un ambiente lujoso e internacional,
de “mansiones residenciales, repletas en sus antejardines de las
más bellas flores, con las ventanas rasgadas cubiertas por finos
cortinajes, que denunciaban la clase social elevada y de refina-
do gusto que habitaba tan bellas quintas” (115). De manera
similar, en El monstruo, el futuro del país se dicta desde el club,
donde la aristocracia toma “whisky and soda”(38), y conspi-
ra, en complicidad con la embajada estadounidense, para ase-
sinar a Jorge Eliécer Gaitán. La vida en la calle está determina-
da por los hechos misteriosos que ocurren en el club, en las
altas esferas del gobierno, y que la mayoría del país desconoce
por completo.
En contraste, son pocas las referencias que aparecen en El
9 de abril con respecto al mundo exterior, al espacio público de
la ciudad de Bogotá, y a las personas que no pertenecen al cír-
culo de embajadores, ministros y diplomáticos, antes del mo-
mento en el que estalla la rebelión popular. Además de algu-
nas descripciones paisajísticas que exaltan la belleza de la ciudad
y la presentan como un pintoresco telón de fondo que concuer-
Obras de referencia
MARY G. BERG
Harvard University
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Elisa Mújica nació en Bucaramanga el 21 de enero de 1916. En sus escritos se
refiere con frecuencia a su lugar natal, a pesar de que tenía sólo ocho años cuando su
familia se trasladó a Bogotá donde ha permanecido casi continuamente desde en-
tonces. Elisa Mújica trabajó primero en el Ministerio de Comunicaciones y luego fue
secretaria privada de Carlos Lleras Restrepo de 1936 a 1943, y secretaria de la Em-
bajada de Colombia en Quito de 1943 a 1945, época sumamente importante en su
formación como escritora y como individuo independiente. Aunque había escrito
desde la niñez –Montserrat Ordóñez dice que ya escribía novelas a los once años– en
Quito, además de interesarse seriamente en el marxismo y en lo revolucionario, es-
cribió cuentos y su primera novela, Los dos tiempos, que examina las experiencias de
una joven mujer, Celina, que vive en Colombia y luego en Quito mientras intenta
definir quién es y cuáles son las metas y los parámetros posibles de su vida.
Entre 1952 y 1959, apareció su primera colección de cuentos, Ángela y el diablo
(1953). Tiene un interés profundo en el catolicismo y en lo místico que ha resul-
tado en varios estudios subsiguientes: Sor Francisca Josefa de Castillo (1991) y tam-
bién sus ensayos sobre santa Teresa de Ávila: La aventura demorada: ensayo sobre
santa Teresa de Jesús (1962) e Introducción a santa Teresa (1981). Publicó su segunda
2
Cómo contrasta esto con, por ejemplo, la retórica espléndida de Ángel J.
Carranza, que dice en su artículo “El suplicio de la Pola” en 1875 que “Policarpa
Salavarrieta, inmolada a la libertad americana en el cadalso erigido para castigar
la virtud eminente del patriotismo, bien merece no quedar en el olvido a cuyos
abismos pretendió relegar su memoria, la bárbara crueldad de un tirano sombrío”
(en La Ondina del Plata, Buenos Aires, I, 18. 6 de junio, 1875. 205-208). Para
Carranza, la Pola es heroína pero es víctima; más que mujer individual es símbolo
de la victimización de los patriotas por los represores crueles.
3
Para análisis de otros aspectos de la novela, ver Mary G. Berg, “Las novelas de
Elisa Mújica”, y Montserrat Ordóñez, “Elisa Mújica”.
Mujer y nación
Bogotá de las nubes y Las casas que hablan. Guía histórica del barrio
de La Candelaria de Santafé de Bogotá son dos de las muchas obras
de Elisa Mújica que presentan y analizan la ciudad de Santafé
de Bogotá desde una perspectiva histórica, y que meditan so-
bre el significado del “progreso” del siglo XX. Es una discusión
sobre el pasado, presente y futuro de Colombia con énfasis en
las ciudadanas y en su lugar en el panorama nacional. Todas
las obras de Mújica demuestran una pasión por señalar la im-
portancia de reconocer el pasado compartido como base esen-
cial de un presente sano.
Obras de referencia
Mújica Velásquez, Elisa. Las casas que hablan. Guía histórica del
barrio de La Candelaria de Santafé de Bogotá. Bogotá: Biblio-
teca Nacional de Colombia, Corporación La Candelaria y
Colcultura, 1994.
———. Bogotá de las nubes. Bogotá: Tercer Mundo, 1984.
Perilli, Carmen. Historiografía y ficción en la narrativa hispanoame-
ricana. Tucumán (Argentina): Universidad Nacional de
Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, 1995.
1
Seguimos la siguiente cronología de Fayad: Los sonidos del fuego (1968), Olor a
lluvia (1974), Los parientes de Ester (1978), Una lección de la vida (1984), Compañe-
ros de viaje (1991), La carta del futuro. El regreso de los ecos (1993), Un espejo después
y otros relatos (1995). A lo largo del trabajo iremos señalando distintos aspectos
formales que van desde el cuento episódico de corte tradicional hasta minicuentos
pasando por cuentos, artefactos, nouvelles, y novelas. En cuanto que las dos nove-
las de Fayad han merecido más atención crítica, nos detendremos de manera es-
pecial en los otros textos, sin descuidar en aquéllas nuestra perspectiva de trabajo.
Para organizar la cronología de la producción narrativa de Fayad –datos, publica-
ciones y ediciones– y para una primera visión panorámica de argumentos y moti-
vos recurrentes es importante consultar el trabajo de Yuri Ferrer Franco y Julio
Hernán Contreras, Marvel Moreno y Luis Fayad en la literatura colombiana contempo-
ránea. Universidad Nacional de Colombia, tesis de grado para optar al título de
licenciatura en filología e idiomas. Santafé de Bogotá, 1994, capítulo II, 115-243.
El enfoque temático es una buena guía para el lector de Fayad. Una versión resu-
mida de este trabajo elaborada por Julio Contreras, “La literatura como un acto
íntimo” aparece en Fin de siglo: narrativa colombiana. Coordinación y compilación
de Luz Mery Giraldo. Cali: Editorial Facultad de Humanidades, Universidad del
Valle y Centro Editorial Javeriano, 1995, 297-312.
2
Según Saldarriaga, actualmente Bogotá y la cultura urbana contemporánea en
Colombia están en tránsito “todavía doloroso, de una sociedad aldeana, intole-
rante y desconfiada, a una sociedad urbana moderna y organizada con base en la
tolerancia y confianza mutua” (47).
3
Este cuento fue seleccionado por la revista Letras Nacionales, cuyo número 7
(marzo-abril de 1966) se dedicó al cuento colombiano; la selección distingue en-
tre Cuentistas consagrados (García Márquez, Mejía Vallejo, Gonzalo Arango y Germán
Espinosa) y Cuentistas nuevos (Humberto Navarro, Óscar Collazos y Luis Fayad).
4
Fernando Viviescas (67), señala que la clase dominante enfrentó el surgimien-
to de las nuevas fuerzas urbanas no con una perspectiva de bienestar ciudadano,
sino desde la dinámica capitalista, pues una vez sometidas aquéllas por medio del
estado de sitio “se dedicó a diseñar una ciudad sin la participación de los conjuntos
mayoritarios de la población”.
5
La novela cuenta con tres ediciones; la primera corresponde a la editorial espa-
ñola Alfaguara en 1978; las dos ediciones colombianas son la de Oveja Negra en
1984 y la realizada por la Universidad de Antioquia en 1993, la cual hemos se-
guido para nuestro trabajo.
6
Entre otros críticos, Eduardo Jaramillo (53-54), hace notar la conciencia de es-
critura que anima la novela integrada a su concepción realista; Ricardo Cano Gaviria
la considera la mejor novela de la década del setenta al lado de Misia Señora de
Alba Lucia Ángel; destaca la destreza narrativa para abordar registros históricos,
sociales y culturales de Bogotá y del país. Véase “La novela colombiana después
de García Márquez”, en Manual de literatura colombiana, (387-391). Además del
trabajo de Yuri Ferrer y Julio Hernán Contreras reseñado en la nota 4 de nuestro
trabajo, otras monografías universitarias abordan distinas significaciones de Los
Parientes de Ester; en un excelente trabajo Margot Yalile Sosa situada desde una
perspectiva narratológica, descubre importantes relaciones entre autor-narrador,
narrador-personaje, narrador-focalizador, etc. Véase Hacia una visión sociocrítica de
la relación narrador-personaje en los Parientes de Ester, de Luis Fayad. Tunja; Univer-
sidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Monografía para optar el título de
especialista de literatura y semiótica, 1995. También es esclarecedora la mono-
grafía de Sung Suk Kim, quien explora “homologías” entre estructuras significati-
vas de la novela y contextos histórico-sociales de Bogotá y del país entre 1960 y
1980. Véase Los parientes de Ester: una visión crítica de la realidad urbana en Colombia.
Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana. Departamento de literatura, maestría
en literatura, 1993.
7
Fernando Ayala Poveda resalta la impecable estructura de la novela y su poder
de significación de realidades que identifican la sociedad y la cultura colombiana,
véase “Luis Fayad, el rescate de un lenguaje vernáculo”, en Novelistas colombianos
contemporáneos. Bogotá: Universidad Central, 1984. Insisten en lo mismo Helena
Araújo (32) y Fausto Cabrera, “Nota de urgencia sobre la novela de Luis Fayad”
en Magazín Dominical de El Espectador, Bogotá, abril 10 de 1979, 11; Policarpo
Barón señala la captación que la novela hace del imaginario bogotano, “Bogotá en
la novela de Luis Fayad”, en Nueva Frontera. Bogotá, 1984; Luz Mery Giraldo se
refiere a la representación de la vida cotidiana de Bogotá, “La novela urbana en
Colombia o la conciencia de presente” (Luis Fayad y R. H. Moreno-Durán) en
Universitas Humanística, Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de ciencias
sociales, Bogotá, 1982, año XI, No. 18, 47-58. Guillermo Alberto Arévalo ha inte-
grado lúcidamente todos estos valores estético-sociales de la novela relacionándo-
la con la tradición narrativa sobre Bogotá, sus personajes típicos, las conexiones
con el cine, etc. Véase “Luis Fayad: narrador de lo contemporáneo”, en La novela
colombiana ante la crítica 1975-1990, 243-258.
8
El mismo Fayad explica su deseo de captar los cambios acelerados de Bogotá con
el advenimiento de la Modernidad; señala que la ciudad y sus gentes “a partir del
asesinato de Gaitán vieron cambiar su entorno en forma radical que en pocos años
tuvo mayores transformaciones que a través de varios siglos”, véase Luisa Fernanda
Trujillo, “La presencia de la ausencia en los parientes de Ester”, en Magazín Dominical
de El Espectador, Bogotá, mayo 13 de 1984, 5. Fayad también aclara que el sustrato
de la novela está anclado en el período histórico de la violencia, transformada luego
en vivencia cotidiana de la ciudad, “difícilmente se puede escribir algo que no expre-
se la realidad nacional de una u otra manera y Los parientes de Ester tiene como telón
de fondo esa violencia ineludible. Véase Diana Lloreda Londoño, “Luis Fayad: de la
desesperanza a la novela urbana” en El Siglo, Bogotá, mayo 14 de 1984, 4.
9
Estamos de acuerdo con Margot Yalile Sosa (53-54 y 90-94), quien precisa el
punto de vista de Cano Gaviria en relación con el narrador de Los parientes de Ester.
Más que un narrador-personaje es un narrador testigo, y como tal no participa de
los hechos, aunque está presente en los mismos; tampoco su omnisciencia es total
pues no puede informar todo acerca de los personajes; además deben tenerse en
cuenta las constantes modificaciones de las perspectivas narrativas “mediadas siempre
por un sujeto focal que se encuentra en sincretismo con el narrador”.
10
A estos y otros elementos se refiere ampliamente Yalile Sosa luego de concluir
su lectura narratológica (100 y ss.).
11
Guillermo Alberto Arévalo ha señalado que una de las preocupaciones funda-
mentales de Fayad durante los dos años que duró decantando la novela fue la re-
lación de cada personaje con los demás hasta lograr que fueran “típicos” en el sen-
tido Lukacsiano, más que símbolos, son seres individuales y complejos,
contradictorios; no obran en la novela como representantes de una clase social,
12
Sin pensar en correspondencias inmediatas entre contextos históricos y pro-
ducción literaria, debe señalarse que los cinco cuentos no conocidos de Fayad y
publicados en 1984 se relacionan con la tercera fase de desarrollo señalada por
Alberto Saldarriaga (17-18) para la cultura bogotana (1980-1990); en ella desta-
ca la estabilización relativa del proceso demográfico y de la misma cultura urba-
na, la disminución de la inmigración rural, el alcance expansivo de los medios de
comunicación, el incremento de diversas manifestaciones de violencia, la
complejización de los comportamientos urbanos, el debilitamiento de algunas
tradiciones y la metamorfosis de otras.
13
Fernando Viviescas (59-90) se refiere a “la ciudad del estado de sitio” como
categoría conceptual para explicar el programa del sector dominante, especialmente
en Bogotá durante la segunda mitad del siglo XX, encaminando a contener, con-
trolar y reprimir la población citadina.
14
En 1989 antes de concluir la novela el mismo Fayad manifestó: “Compañeros
de viaje quería en un principio ser una historia de jóvenes, pero se convirtió en
una historia urbana, de una ciudad vieja y de una gente nueva: las relaciones
que se cruzan entre jóvenes y viejos en la Bogotá que vivieron los compañeros
de Universidad de Camilo Torres”, véase “Retrato de un novelista en su estu-
dio” en Revista Credencial edición 35, diciembre de 1989, 11. Entrevista de Car-
los Mauricio Vega.
15
Siguiendo nuevamente a Alberto Saldarriaga, la cultura urbana de Bogotá en
los años noventa se caracteriza por un conjunto de condiciones particulares que
definen se carácter: marcada diversidad cultural de la ciudadanía por razones eco-
nómicas, origen, nivel educativo e intereses adquiridos y desarrollados en la ciu-
dad; formación incipiente de una cultura ciudadana causada por la acumulación
16
Cf. Fernando Viviescas, 259-270. Se señala que la ciudad del Estado de Sitio fue
manejada como feudo electoral y para dominar las resistencias se implantaron
normas represivas y planificaciones extranjerizantes. La segunda fundación de la
ciudad colombiana concibe el espacio urbano como el ámbito de la convivencia
democrática, la tolerancia, el disfrute, la defensa de la individualidad frente a la
masificación, en esta nueva ciudad se valora la diversidad cultural, fruto de apor-
tes regionales acumulados.
Obras de referencia
1
Corresponde al planteamiento central de Marshall Berman en Todo lo sólido se
desvanece en el aire. La crisis de la modernidad (Bogotá: Siglo XXI, 1991).
2
Ver Álvaro Pineda Botero, Del mito a la postmodernidad: la novela colombiana del
siglo XX. Bogotá: Tercer Mundo, 1990; Jaime Alejandro Rodríguez, Autoconciencia y
postmodernidad. Bogotá: Si Editores, Instituto de Investigación Signos e Imágenes,
1995; y los textos recogidos por Luz Mery Giraldo en las antologías: La novela
colombiana ante la crítica: 1975-1990, Cali y Bogotá: Editorial Facultad de Huma-
nidades Universidad del Valle y Centro Editorial Javeriano, 1994 y Fin de siglo:
novela colombiana. Cali: Universidad del Valle, 1995.
La ciudad masificada
3
Sin embargo, existen otras novelas anteriores o aparecidas en el mismo año (1984)
que la de Antonio Caballero que también integran el cuerpo de novelas urbanas en
las que es identificable este aspecto de la crisis de la modernidad: El amanecer de la
noche (1975) de Alberto Aguirre, Los días de la paciencia (1976) y Todo o nada (1982)
de Óscar Collazos, El álbum secreto del Sagrado Corazón (1978), de Rodrigo Parra
Sandoval, Para matar el tiempo, de Eligio García, Años de fuga (1979) de Plinio Apuleyo
Mendoza, La casa infinita (1979) de Augusto Pinilla, El cadáver de papá (1980) de
Jaime Manrique Ardila, Fiesta en Teusaquillo (1981), de Helena Araújo, Prytaneum
(1981), de Ricardo Cano Gaviria, La muerte de Alec (1983) de Darío Jaramillo, El pez
en el espejo (1984) de Alberto Duque López, El patio de los vientos perdidos (1984) de
Roberto Burgos Cantor, Sala capitular (1984) de Francisco Sánchez, Entre ruinas
(1984) de Héctor Sánchez, Reina rumba (1984) de Umberto Valverde.
ros que quedaban hundidos hasta las corvas de los charcos mien-
tras se protegían el pelo con hojas de periódico [Caballero, 31].
El personaje fragmentado
4
Helena Araújo en “Después de Macondo”. La novela colombiana ante la crítica,
1975-1990 dice al respecto sobre el personaje: “Para él, cualquier compromiso es
insulso, bufo, grotesco. Comprometiéndose se siente tan falseado como al escri-
bir, o mejor, al desescribir poesía” (34).
5
Tomando como base los estudios de Álvaro Pineda Botero y Alejandro Rodríguez
ya citados, y algunos de los compilados por Luz Mery Giraldo (Cfr. nota 4), en
El resto es silencio
La ciudad devoradora
6
Ver “Esto es literatura: el resto es silencio”, en Magazín Dominical, No. 610,
El Espectador, enero de 1995.
7
Hugo Ruiz. “El resto es silencio”, reseña crítica en Revista Plural I, diciembre 1993-
enero 1994, 85-86. En el mismo sentido, Gabriel Ramírez, “El resto es silencio: una
gran novela”. El Mundo (Medellín), octubre 21 de 1993 y David Consuegra “Los res-
tos silenciosos de Perozzo”. Gaceta Dominical, Bogotá, 12 de septiembre de 1999, 22.
8
Carlos Perozzo es autor además, entre otras, de las siguientes obras: Hasta el
sol de los venados (novela, 1976), Juegos de mentes (novela, 1981) Otro cuento, Ahí te
dejo esas flores (cuento, 1985) y La cueva del infiernillo (teatro, 1982).
Obras de referencia
Desde los años sesenta, la ciudad empezó a ser uno de los temas
recurrentes en la literatura colombiana. La mayoría de las nove-
las que trabajaban dicho tema se enfocaban en la problemática
de la juventud dentro del ámbito de la ciudad, desarrollando dis-
cursos en torno a esta última como elemento imprescindible para
entender los procesos sociales que se estaban sucediendo en la
época. Sin embargo, no es hasta los años noventa, con novelas
como Opio en las nubes y Ese último paseo, entre otras, que el espa-
cio es representado como objeto de la narración. Estos textos son
ciudad en tanto que construyen una imagen de ésta en la escri-
tura, explicando las relaciones que los habitantes tienen con el
espacio de la ciudad moderna. Y es precisamente este el propósi-
to de mi artículo: mostrar cómo estas dos novelas son textos-ciu-
dad, y cómo están en la búsqueda fundamental de ser heterotopías
con respecto a los espacios de las ciudades que representan.
1
Opio en las nubes, novela escrita por Rafael Chaparro, fue ganadora del concur-
so de Colcultura en 1993. Ese último paseo, es la primera novela de Manuel
Hernández, publicada en 1997.
teatro aparece en Opio con una lógica muy clara, la lógica del
caos que viven sus habitantes y que se resume en la figura del
gato, como observador cuando dice: “Cada cosa en el mundo
tiene su lógica. Las calles tienen su lógica propia. Los tomates
y los gatos también. Mi lógica es un poco gris, un poco noctur-
na. Es una lógica con techos, lluvia, ...”(161). Así el texto uti-
liza la palabra lógica para destrozarla, para decir que el gato es
tomate, y la lógica es un techo y una lluvia. El universo de la
ciudad de Opio en las nubes es la suma de los caos individuales
que crean la espectativa de una destrucción final, es un espa-
cio que resume las historias de angustia de sus caminantes, de
los habitantes de esta ciudad simbolizada por la contamina-
ción, el alcohol y el humo de cigarrillo, por las calles que reco-
rre Pink Tomate y la lógica de “salir en las noches y decir mier-
da al mundo” (161). Opio crea una serie de antilógicas que
después serán parte también de los signos que conforman el
texto.
La ciudad en esta novela está semánticamente unida con
lo sensorial, con una fusión de los sentidos que se embriagan
deconstruyendo los límites de la representación. El gato, que
está borracho, narra una ciudad que parece estar ebria también
y a su vez el lenguaje usado para representarla está relaciona-
do con un sentir corporal de la ciudad:
2
Utilizo el nombre actual de Bogotá, para parodiar esos mismos sitemas de po-
der, pues como es bien sabido la única parte del nombre que viene de los nativos
americanos es Bogotá, y casualmente los constituyentes en el año 1991 decidie-
ron regresar al nombre que la ciudad tenía en la época de la Colonia, perpetuando
el poder europeo.
For the city is a poem, as has often been said [...] but it is not
a classical poem, a poem tidily centered on a subject. It is a poem
which unfolds the signifier and it is this unfolding that ultimately
the semiology of the city should try to grasp and make sign. [97-
98: Porque la ciudad es un poema, como ha sido expresado mu-
chas veces, pero no un poema clásico, un poema fuertemente cen-
Obras de referencia